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LA DEMOCRACIA EN THOMAS HOBBES.

USOS Y VARIACIONES DEL


CONCEPTO.

Autor: Nicolás H. Crisafi

En la historia del pensamiento político, la democracia se constituyó en el depósito


de diferentes ideas que la conceptualizaron de manera particular en cada período. En la
construcción de su concepto, cada autor ha incorporado sus nociones, estableciendo en él
un sentido y un significado de acuerdo a las experiencias e intenciones personales; ambas
vinculadas a un contexto en el que sus obras fueron escritas. De esta forma, la
conceptualización ha estructurado la experiencia social e infundido las determinadas
normas de acción de ciertos individuos; reflejando no sólo un estado de elementos heredado
del pasado, sino también orientando la construcción de un futuro deseado1. Al igual que
otros pensadores, Thomas Hobbes abordó la democracia presentándola bajo ciertas
concepciones propias. Sin embargo, resulta improbable hallar un pensamiento contiguo y
uniforme en las obras del autor. Con esto se advierte que, a partir de sus tempranas
concepciones, pueden verificarse cambios de perspectivas de obra en obra, infiriéndose
cómo el concepto de democracia ha sido históricamente un concepto contingente aún bajo
un mismo pensador2.
Si bien en Hobbes no se verifican cambios radicales en la utilización del concepto
de democracia, se pueden observar algunas sutiles variaciones en su significado y en otras
consideraciones respecto de su efectividad en el mantenimiento de la paz y su viabilidad a
lo largo del tiempo; allí es donde el autor trató el asunto con ciertas ambigüedades. El
presente trabajo propone abordar el concepto de democracia en las principales obras
políticas de Thomas Hobbes: The Elements of Law, Natural and Politic (1940), De Cive
(1942) y Leviathan, or the Matter, Forme, and Power of a Commonwealth, Ecclesiasticall
and Civil (1951), para responder, considerando dichas variaciones, a qué se refería el autor

1
Fernández y Fuentes, A manera de introducción. Historia, lenguaje y política. R. Ayer 53/2004. pp.
11-26.
2
La aclaración apunta a evitar una falacia que Skinner llama mitología de la coherencia. En ella se le
otorga al pensamiento de los autores una cohesión y un cierto sesgo de “sistema cerrado” que posiblemente
aquel nunca hubiera querido conseguir o hubiera aspirado a tener. En tal circunstancia, una interpretación
rígida, unificada del pensamiento de un autor puede conllevar a alterar los sentidos genuinos de los textos
observados, marcados a veces por discordancias conceptuales. Véase: Skinner, Q. 2007. pp.76-77.
cuando hablaba de democracia, y conocer qué acepciones le ha conferido a dicho concepto
a lo largo de sus obras, dando cuenta, al mismo tiempo, de los propósitos que subyacen en
sus diversas consideraciones. Para ello este trabajo presenta cuatro apartados. El primero
indaga sobre el significado de la democracia en las mencionadas obras, el segundo aborda
los inconvenientes de la democracia observando las apreciaciones involucradas en su
conceptualización, el tercero trata las “democracias aparentes” dando cuenta de cómo el
concepto cambia según la forma en que el poder es ejercido; finalmente las reflexiones
finales aborda el vínculo entre el contexto histórico del auto y los conceptos utilizados.

1. El significado de la democracia en la trilogía política de Hobbes.


En la segunda parte de la obra The Elements of Law, Natural and Politic (1540),
titulada De Corpore Político, Hobbes estableció una somera clasificación de las formas de
gobierno; entre ellas estaba la democracia. Según el autor, la democracia surgía cuando la
totalidad, o la mayor parte de una comunidad, asumía la voluntad de todos los particulares;
es decir, era un tipo de gobierno en el que el número entero de la comunidad, o al menos
muchos de ellos, estando juntos, constituían el soberano; aunque a su vez, cada hombre en
particular yacía subordinado. A simple vista, el concepto de democracia parece claro; sin
embargo, en las líneas venideras comienza a complejizarse. Luego de esta interpretación,
Hobbes indicaba que en caso de que existiese una parte mayor de cierto número de
hombres, que se distinguía del resto y asumía las voluntades de cada uno de los particulares
de la comunidad, se daría más bien una oligarquía o una aristocracia, dos palabras que,
según el autor, significaban lo mismo. De esta forma, el poder ejercido por una parte del
pueblo, haría que la democracia quedase reducida a otra forma de gobierno con la cual no
parecen existir claras diferencias. Estas dos formas de gobierno (democracia y aristocracia),
que inicialmente se identifican por separadas, pero que luego se confunden en un gobierno
de mayoría distinguida, sí logran diferenciarse de la monarquía en la que existía una sola
persona quien, siendo monarca, suponía la voluntad de la comunidad3.
Para explicar cómo una democracia terminaba asimilada a una aristocracia, es
necesario abordar lo que Hobbes advertía sobre las asambleas populares. Según el autor, en
todas las democracias, aunque el ejercicio de la soberanía se daba en una asamblea abierta,
el mismo terminaba siempre en manos de un hombre, o de unos pocos. Si bien allí dentro
3
Parte II - Cap. XX

1
cada uno podía entrar según su voluntad, no había forma de que todos pudiesen deliberar
con igualdad; en ocasiones ciertos hombres distinguidos capturaban el tiempo con largos
discursos, usando la asamblea para sus propios fines. De allí que Hobbes consideraba que
cuando algunos pocos prevalecían por encima del resto, una democracia, en términos
fácticos, no podría terminar siendo más que una “aristocracia de oradores”, interrumpida a
veces con la “monarquía temporal” de un solo orador eminente. Por otro lado, existían
ocasiones en las que algunos miembros particulares de la comunidad estuviesen cansados
de asistir a los foros públicos o que no pudiesen reunirse asiduamente por vivir lejos del
lugar de encuentro; podía también existir la posibilidad de que estuviesen más atentos a sus
asuntos privados, o simplemente que sintiesen hartazgo y descontento con el gobierno del
pueblo, pudiendo acordar, por todo ello, constituir directamente una aristocracia en la que
la asamblea estaría ya a cargo de asistentes electos a quienes se les transferían el poder que
antes yacía en la totalidad de la gente. De esta forma, Hobbes daba cuenta cómo la
democracia era por institución el inicio de la aristocracia, aunque también de una
monarquía, pudiendo existir la posibilidad de que el elegido sea una sola persona en vez de
varias. Sea cual fuese el caso, la democracia quedaría aniquilada4.
Las consideraciones que se hallan en De Cive (1942), se emparentan, de cierto
modo, con las de la obra precedente; pero también es posible observar una diferencia. Allí
la democracia aparece como la forma de gobierno en la que el poder sólo radicaba en una
asamblea o concejo donde cada ciudadano tenía derecho a voto. De esta manera, quedaba
limitada a una tipología en la que la totalidad de la ciudadanía gobernaba la república desde
una sola asamblea, diferenciándose así de la aristocracia en la que sólo una parte saliente
del pueblo ejercía el poder del Estado. La asociación conceptual entre la democracia y la
aristocracia que inicialmente se observa en The Elements of Law, Natural and Politic no
aparece ya en las formas de gobiernos que se exponen en De Cive.
A pesar de la diferencia en la forma de conceptualizar a la democracia, existen otras
similitudes entre ambas obras. En De Cive, Hobbes afirmaba que aquellos que se habían
reunido con la intención de erigir una república, estaban casi en el acto mismo de establecer
una democracia; al tiempo que duraba la convención inicial cuya voluntad era la voluntad
de todos los ciudadanos, se hallaba en ella la autoridad suprema. Al igual que en su obra

4
Parte II – Cap. XXI

2
precedente, el autor mencionaba la posibilidad de que algunos hombres cediesen
posteriormente su derecho a unas pocas personas o a uno solo, con lo cual surgía la
aristocracia o la monarquía5. De esta manera, tanto en The Elements of Law, Natural and
Politic como en De Cive, aparece una especie de “democracia primitiva”, un ante-gobierno
a partir del cual se derivaban algunas de las formas descriptas. Dado que los hombres sólo
podían pasar del estado de naturaleza a la sociedad civil a través de un pacto de todos con
todos, es lógico que esta decisión de entregar a los demás el propio derecho natural, de
instituir un gobierno capaz de determinar lo justo y lo injusto y de sancionar todo aquello
que atentase contra la salud pública, debía basarse en una decisión tomada por un conjunto
de personas congregadas, un acto que remitía a la idea de una democracia primaria6. A
partir de allí, y una vez que esa “democracia primitiva” habría pactado la creación del
Estado, los hombres debían decidir qué forma de gobierno era la más conveniente para
mantener la paz de la república7. Así, los hombres organizados podían optar por perpetuarle
el poder al pueblo, consolidando una democracia asamblearia; a un grupo selecto de
ciudadanos, o a una sola persona, es decir a una aristocracia o una monarquía (Jiménez
Castaño, 2009).
En Leviatán (1951), la exposición inicial de las diversas formas de gobierno
aparece, al igual que en De Cive, sin ambigüedades. Cuando el representante soberano de la
república era una asamblea de todos, existía una democracia o gobierno popular; pero
cuando la asamblea estaba compuesta por una parte de la república, entonces existía una
aristocracia. A pesar de esta distinción inicial, Hobbes reintrodujo la posibilidad de llamar

5
Cap. VII
6
Según Hobbes, no existía una razón natural que sirviese como regla para calcular lo que era justo o
injusto. Por eso, ante una controversia, las partes precisaban, por mutuo acuerdo, establecer como razón recta
la razón de un árbitro o juez, cuya sentencia ambas partes, sin excepción, no podrían dejar de reconocer como
justa; de lo contrario, a falta de una razón recta natural, una simple controversia escalaría hacia un
enfrentamiento físico entre las partes en pugna. De allí se hacía necesaria una medida artificial y común para
propiciar justicia ante los conflictos suscitados (ver. Leviatán, Cap. V).
7
Es preciso observar que el pacto aparece como un concepto ficcioso que el autor utilizaba para
explicar o simplemente hacer referencia a la instancia hipotética en la que parecía factible una autoridad
política, garante de la paz social. En tal caso, el soberano que lograba conquistar el orden ya estaba en
condiciones de propiciar el ejercicio del gobierno absoluto. El pacto no es un momento histórico observable o
un punto de inflexión fáctico que haga posible dividir la historia de un país entre la anarquía y el orden social.
Aun así, los procesos de paz y las construcciones de los Estados, los cuales suponen la expropiación y
transferencias de funciones de particulares hacia las entidades públicas constituidas, son históricamente
verificables y pueden asociarse a este concepto metafórico y general de la teoría política de Hobbes.

3
indistintamente “democracia” o “aristocracia” al gobierno de una asamblea elegida por el
pueblo. De esta manera, la distinción entre la democracia y la aristocracia que el autor
había efectuado inicialmente tiende a diluirse en los próximos párrafos8.
Por otro lado, aquella “democracia primitiva” que aparece en The Elements of Law,
Natural and Politic y en De Cive, se ve sustituida en Leviatán por una “autorización” que
aparece en los capítulos XVI y XVII de la obra. Ahora una multitud todavía desorganizada
podía directamente cederle el poder a un hombre encargado de gobernar el Estado, siendo
con esto innecesario un ante-gobierno que optase luego por una democracia asamblearia,
por una aristocracia o por una monarquía (Jiménez Castaño, 2009). Así, con la teoría de la
“autorización”, el autor innovaba en la manera en que se originaba el Estado9.
Resumiendo lo expuesto, las obras de Hobbes abordan a la democracia como una
forma de gobierno10. En The Elements of Law, Natural and Politic, queda asimilada a una
“aristocracia encubierta” dando cuenta cómo el gobierno de todos terminaba
indefectiblemente concentrado en una parte del pueblo. En De Cive y Leviatán, los
conceptos de democracia resultan más precisos, diferenciándose con mayor claridad
respecto del concepto de aristocracia; sin embargo, para el caso de esta última obra, la
democracia y la aristocracia aparecen posteriormente como posibles sinónimos. Por otro
lado, en The Elements of Law, Natural and Politic y De Cive la congregación o reunión
inicial de la comunidad, asoma como una “casi-democracia”, siendo la prefiguración de
algunas de las mencionadas formas de gobiernos: la democracia asamblearia, la aristocracia
o la monarquía. Esta consideración no se verifica en el texto de Leviatán.
Sabiendo que la democracia es conceptuada como una forma de gobierno, es
necesario comprender con precisión qué significado abordaba Hobbes cuando se refería al

8
Cap. XIX.
9
Hobbes observaba: “Esto es algo más que consentimiento o concordia; es una unidad real de todo
ello en una y la misma persona, instituida por pacto de cada hombre con los demás, en forma tal como si
cada uno dijera a todos: autorizo y transfiero a este hombre o asamblea de hombres mí derecho de
gobernarme a mí mismo, con la condición de que vosotros transferiréis a él vuestro derecho, y autorizaréis
todos sus actos de la misma manera. Hecho esto, la multitud así unida en una persona se denomina Estado”
(ver. Cap. XVII, p. 71). Así, en virtud de la institución de un Estado, cada particular era autor de todo cuanto
hacía el soberano (quien los representaba) y, por consiguiente, quien se quejaba o disentía, en realidad
protestaba contra algo del cual él mismo era autor.
10
En dos de las obras que componen la trilogía política de Hobbes: Leviatán (Cap. XIX) y De Cive
(Cap. VII), se menciona un supuesto modelo de gobierno democrático corrompido: la anarquía. Para Hobbes
no existía tal distinción en la realidad, más bien era una manera diferente de llamar a la democracia, según el
desagrado de quienes disentían con ella. Negaba que la anarquía pudiese ser una forma de gobierno en sí,
precisamente porque implicaba, a su juicio, la ausencia de una autoridad absoluta.

4
concepto de “gobierno”. En la actualidad, los conceptos de gobierno y Estado pueden ser
diferenciados con claridad. El primero se refiere al órgano superior del poder ejecutivo de
un Estado o comunidad política, constituido por el presidente y/o jefe de gobierno y sus
ministros. El Estado, en cambio, es un concepto más amplio que hace referencia a la forma
de organización en la que una comunidad, asentada en un territorio determinado, yace
regida bajo poderes distribuidos en órganos de legislación, justicia y ejecución de políticas;
aunque un significado más estricto podría entenderlo como el agregado de poderes y
órganos de un país, focalizándose así en las estructuras desde las cuales se ejercen los
poderes (RAE, 2014). Desde luego, esta diferenciación puede efectuarse dando por sentada
una división fáctica de los poderes del Estado. Sin embargo en el pensamiento hobbesiano,
el concepto de gobierno se confunde con el de Estado. Por un lado, el gobierno era ejercido
por un soberano quien encarnaba la comunidad, entendida como la totalidad de individuos
organizados tras el pacto. A su vez, el soberano, sea quien fuese, haría uso de la totalidad
del aparato político para garantizar el orden y la paz, detentando para sí la totalidad del
poder del Estado. En esta amalgama entre gobierno y Estado se manifiesta el absolutismo
hobbesiano, el cual no admitía una división de poderes11.
Bajo estas consideraciones, Hobbes se presentaba, ante todo, como un defensor del
poder político absoluto con total independencia de la forma de gobierno en la que se
manifestara. Lo importante para él era que el gobierno concentrase en sí mismo todo el
poder del que era capaz un Estado: el poder de dictar leyes, el de hacerlas respetar, el de ir a
la guerra, el de distribuir la riqueza, entre otros. Posiblemente las líneas que mejor lo
demuestren sean las del Prefacio del Autor al Lector en De Cive; allí aclaraba no pretender
dar a los leyentes la impresión de que se debía menos obediencia a una aristocracia o a una
democracia que a una monarquía. Lo que sí afirmaba a lo largo del texto es que cualquiera
fuese el tipo de gobierno instituido, debía existir un poder supremo y equitativo (Jiménez
Castaño, 2009). Sin embargo, esto no suponía que las formas de gobierno resultasen iguales
entre sí. La teoría política de Hobbes terminaría por jerarquizar la tipología expuesta. Tras

11
El pacto, no involucraba al soberano, es decir, el soberano no pactaba con el resto de los hombres;
era el único que continuaba en estado de naturaleza haciendo, a su vez, un uso absoluto del poder transferido
por los súbditos. Como el soberano no pactaba, sino que era beneficiario del pacto, no estaba sujeto a la
obligación de la ley, caso contrario sería difícil y contradictorio sostener el ostensible carácter absoluto del
poder que Hobbes consideraba conveniente (Flax, 2004).

5
exponer algunos inconvenientes propios de la democracia, esta forma de gobierno sería
finalmente concebida como poco conveniente. A continuación se abordará esta cuestión.

2. Los inconvenientes de la democracia.


En la segunda parte de The Elements of Law, Natural and Politic, se mencionan
algunos inconvenientes de la democracia que el autor profundizaría en sus posteriores
obras. Como se ha observado, para el caso, la democracia no era más que el gobierno de
unos pocos oradores; es decir, una “aristocracia encubierta”. Por eso, los inconvenientes
que habrían de surgir en una democracia serían aquellos que se manifestaban en toda
aristocracia. El problema central de la democracia aparece inicialmente en la comparación
de los diversos tipos de gobierno; este es el problema de la corrupción. Según el autor, todo
monarca, además de administrar la riqueza necesaria para defender la república, podía
hacer uso del erario público para enriquecer a sus hijos, parientes y allegados favoritos.
Esta posibilidad, que Hobbes consideraba problemática, aunque inevitable, se agravaba
cuando la soberanía absoluta recaía en una asamblea. Comparándose con la monarquía, en
las asambleas soberanas eran muchos más los hijos, parientes y amigos quienes habrían de
beneficiarse con prebendas; por esa razón, el desvío de fondos del Estado alcanzaría
mayores proporciones. En ese sentido, quienes conformaban la asamblea necesariamente
debían coincidir en un mismo propósito, a saber, el de agobiar al resto para beneficio de los
propios; de lo contrario existiría un peor inconveniente: la sedición12.
En De Cive se mencionan otros problemas propios de la democracia que la hacían
aún menos conveniente. Como se observó en el apartado anterior, Hobbes consideraba que
aquellos que se habían reunido con la intención de erigir una república estaban casi en el
acto mismo de establecer una democracia. Era en aquella convención inicial, cuya voluntad
era la voluntad de todos los ciudadanos, donde yacía la autoridad suprema; pero si algunos
de sus integrantes se apartaban y rompían dicha convención, o si quedaba en suspenso y no
se mencionaba el lugar y el momento en el que los hombres se irían a reunir nuevamente,
aparecía de nuevo la anarquía, el mismo estado que regía previo a la convención inicial; es
decir, el estado de todos los hombres en guerra contra todos13. Esa peligrosa probabilidad

12
II Parte – Cap. XXIV
13
El método que utilizaba Hobbes para estudiar al Estado era el racional- hipotético, método con el
cual se podían conocer los efectos a partir de las causas. No era suficiente saber qué era el Estado, sino

6
que aparecía en el caso de las asambleas no existía bajo el gobierno de un monarca, puesto
que siendo una sola persona el soberano no precisaba del acuerdo de otros pares para
activar el ejercicio del poder y garantizar la continuidad del gobierno.
En caso de que las personas lograsen reunirse, pero en diversos momentos y lugares,
es decir, organizándose en grupos por separados, surgían las facciones. Allí no existía más
una democracia sino una multitud disoluta a la que no se le podía atribuir una acción o
derecho soberano14. Por otra parte, no sería suficiente que el pueblo, a fin de mantener su
supremacía, tuviese algunas reuniones ocasionales en ciertos momentos y lugares, a menos
que los intervalos de los tiempos fuesen de menor distancia o que el ejercicio de la
autoridad suprema sea, durante el intervalo, concedida a algunos hombres o a uno solo. Ese
permanente ejercicio sería necesario para dar respuesta inmediata a los asuntos públicos
vigentes, así como para mantener la paz y la seguridad de la comunidad. Si esto no sucedía
el conglomerado de hombres no debía adoptar el nombre de “república”, ya que por falta de
seguridad cada uno tomaría el derecho de defenderse así mismo, diluyéndose con ello el
pacto originario con el que se instituía todo Estado.
Las condiciones necesarias para que existiese una democracia eran dos: que se le
otorgasen prescripciones perpetuas a una sola asamblea, la cual debía reunirse asiduamente
en un lugar determinado, y que se le diese pluralidad de voz a todas las personas. En caso
de no reunir alguna de estas condiciones no existiría una democracia. Sin embargo, Hobbes
dejaba entrever la dificultad de que eso se mantuviese a lo largo del tiempo. Como se ha
observado, la asamblea no podía estar siempre reunida, y por eso muchos hombres
terminarían cediendo potestades a otros, o a uno solo. Así, surgía la aristocracia o la
monarquía. Sin embargo, para el caso de la aristocracia, existía el mismo problema de la
democracia: si no había continuidad de reuniones en un tiempo y espacio acordado, no
existía una autoridad continua que gobernase resguardando la paz, excepto si el poder

conocer cómo surgía. En búsqueda de tales causas, Hobbes imaginaba la situación en la que no hubiese una
autoridad para regular los conflictos; este era el estado de naturaleza, el cual era entendido como un estado de
guerra de todos contra todos (Ramírez Echeverri, 2010).
14
Hobbes utilizaba el concepto de “multitud” para referirse a la masa disoluta de individuos en
estado de naturaleza. En cambio, el concepto de “pueblo” implicaba ya el conjunto de hombres unidos en una
persona artificial, es decir, a las personas organizadas en república tras el pacto. Esta diferencia pone a los
conceptos de “multitud” y “pueblo” como antónimos de la teoría política hobbesiana.

7
recaía en un solo hombre que procurase, en todo lugar y momento, gobernar para ello. De
allí Hobbes afirmaba que la monarquía era preferible a la democracia y a la aristocracia15.
Otros inconvenientes de la democracia son expuestos en De Cive. Los párrafos
venideros lo ponen de manifiesto. Hobbes mencionaba nuevamente el problema de las
prebendas a hijos, parientes y conocidos en aquellos gobiernos compuestos por varias
personas, pero esta vez poniendo un mayor énfasis en el peligro de sus consecuencias.
Diferente eran los vicios de uno que de varios; por esa razón la corrupción afectaba más
cuando el gobierno era de muchos que cuando era de uno solo. El monarca, queriendo
beneficiar a sus allegados, hacía menos daño cuando usaba el erario destinado para la
mantención de la paz. Contrariamente, la democracia, en su afán de beneficio privado,
diezmaría las finanzas poniendo en peligro la disposición de todos los recursos necesarios
para la defensa de la república. Por otro lado, la jactancia no habría de ser igual cuando
eran muchos los que gobernaban que cuando era uno solo. Lo que hacían muchos, era
aplaudido y elogiado por muchos; así el orgullo y el afán de gloria también alcanzaban
mayores proporciones.
A su vez, De Cive contiene una particular apreciación que evidencia más la crítica a
la democracia: Hobbes utilizaba la palabra “demagogos” para referirse a los oradores que
alzaban la voz ante el pueblo, dejando lugar a que, tras sus discursos, llegase la adulación
de quienes luego eran retribuidos. Así, en el concepto de democracia viene dado el
concepto de demagogia el cual adopta una acepción negativa. El mismo aparece vinculado
a la voluntad de sobresalir, a la vanagloria, al ser alagado ante el resto. De esta forma, se
observa cómo la democracia cobijaba la posibilidad de que predominasen algunas pasiones
propias del hombre natural. Estas mismas hallaban causas en la propia realidad del ser
humano que lo llevaba a la competencia y a la riña con otros pares; y aun dándose esta
pugna dentro del pacto, existía el riesgo de volver a la anarquía cuando la competencia y la
violencia verbal, o eventualmente física, se exacerbaban.
Las inconveniencias de la democracia también incluían las críticas a quienes
imaginaban a la monarquía como una forma de gobierno menos conveniente que la
democracia. Según el autor quienes decían eso pensaban que en una monarquía había

15
Cap. VII

8
menos libertad que en un gobierno popular. Sin embargo, Hobbes consideraba que el error
de esa premisa surgía a partir de una equivocada concepción de la libertad. Si la libertad en
una democracia habría de entenderse como una exención a la debida sujeción de la ley, es
decir, al mando del pueblo; o si habría de consistir en unas pocas leyes que prohibiesen, no
habría ni siquiera un gobierno, porque sin sujeción a la ley ni prohibiciones no podía existir
la paz. Por otro lado, si cada hombre le concedía la misma libertad a otro, en su equivalente
a lo que desearía para él mismo, tal como resultase mandado por la ley natural, el mismo
estado de naturaleza volvería; allí todos los hombres por derecho habrían de querer, sin
límites, todas las cosas en posesión del resto. Por ese motivo, fundar una democracia en
aquellos principios implicaba destruir el Estado más que garantizar una mayor libertad.
Por último, Hobbes advertía que las grandes asambleas de las democracias tenían un
inconveniente respecto de la información estratégica del Estado. Había asuntos de la
república que frecuentemente eran de suma importancia y que debían, por ello, ser
mantenidos en secreto; pero en las asambleas, siendo cuerpos en los que se deliberaban “en
alta voz”, aquellos asuntos quedaban al descubierto por cualquier enemigo. Por esa razón,
antes de que pudiesen ser llevados a efecto, se conocían ya en el extranjero16.
En Leviatán, se observa una serie de problemas que también conceptúan
negativamente a la democracia. En primer lugar, a partir de su comparación entre la
monarquía y las asambleas soberanas, el autor advertía que quienquiera representase la
persona del pueblo, aunque fuese uno de los elementos de la asamblea representativa,
sustentaba también su propia representación natural. Por eso, aun cuando en su persona
política procurase por el interés común, procuraba, no obstante, más por el particular
beneficio de sí mismo, de sus familiares, favoritos y amigos. Allí volvía a poner de relieve
el problema de la prebenda en las asambleas del pueblo, pero esta vez mostrando cómo
prevalecería el interés personal sobre el público cuando ambos yacían en la misma persona.
Si el interés público venía a entremezclarse con el interés privado, prefería el privado,
porque las pasiones de los hombres eran, en su perspectiva, más potentes que la razón17. De

16
Cap. X
17
Hobbes advertía un conflicto entre el interés público y el privado. Ocasionalmente el cálculo de la
conveniencia pública que conducía a la paz, podía verse en conflicto con el interés de uno o varios
particulares. En este sentido, Hobbes quería demostrar que en las asambleas, algunas pasiones desordenadas
primaban sobre el uso público de la razón, entreviendo en ello una colisión inminente.

9
ello concluía que donde el interés público y el interés privado aparecían más íntimamente
unidos, se hallaba más avanzado el interés público y era en la monarquía donde aquellos
dos intereses coincidían. La riqueza, el poder y el honor de un monarca descansaban
solamente sobre la riqueza, el poder y la reputación de sus súbditos. Ningún rey podía ser
rico, ni glorioso, ni hallarse asegurado cuando sus súbditos eran pobres, desobedientes, y
demasiado débiles por necesidad o disentimiento para mantener una guerra contra sus
enemigos. En cambio, en una democracia o en una aristocracia, la prosperidad pública no
se conllevaba tanto con la fortuna particular de quien era un ser corrompido o ambicioso.
En segundo lugar, Hobbes observaba un problema de la democracia en torno a la
recepción de consejos. Un monarca habría de recibirlos de quien quería; por consiguiente,
podía escuchar la opinión de hombres versados en la materia sobre la cual se deliberaba,
cualquiera que sea su rango y calidad. Sin embargo, cuando una asamblea soberana tenía
necesidad de un consejo, nadie allí dentro era admitido sino quien poseía derecho desde el
principio. En la mayoría de los casos los autores de un consejo eran personas versadas en la
adquisición de la riqueza más que del conocimiento; y generalmente daban sus opiniones
en largos discursos que podían agitar las pasiones de los hombres, empujándolos con
astucia a una acción deseada18. Además, no existía lugar y tiempo en que una asamblea
podía recibir un consejo en secreto a causa de su multitudinaria composición.
En tercer lugar, el autor sostenía que las resoluciones de un monarca no estaban
sujetas a otra inconstancia que la propia de la naturaleza humana; muy por el contrario, en
las asambleas, aparte de la inconstancia propia de la naturaleza, existía otra que derivaba
del número. De esta forma, la cantidad volvía a aparecer como un problema que afectaba la
persistencia de una democracia. En efecto, la ausencia de unos pocos miembros de la
asamblea, que hubieran hecho continuar una firme resolución tomada, o la apariencia
negligente de unos pocos de opiniones adversas, conducirían a que no se realice en tal
momento lo que previamente se había acordado. Con ello se estancaba el gobierno.

18
Hobbes observaba la posibilidad de que existiesen abusos en la utilización del lenguaje. Podían
darse casos en que los hombres registrasen pensamientos equivocados, por la inconstancia de la significación
de sus palabras; con esto registraban concepciones que nunca habían concebido engañándose a sí mismos. Sin
embargo, los hombres también podían engañar a otros con la palabra ocultando en el discurso una intención
personal cuya expresión pondría al descubierto los verdaderos intereses particulares (ver. Leviatán, Cap. IV).

10
En cuarto lugar, Hobbes observaba que un monarca, por cuestiones lógicas, no podía estar
en desacuerdo consigo mismo por razón de envidia o interés; en cambio sí podía estarlo una
asamblea y en grado tal que, en su seno, podían producirse arduas competencias,
disidencias irreconciliables y hasta una guerra civil por enfrentamientos entre facciones.
En quinto lugar, el autor volvía sobre el problema de la corrupción. En la monarquía
existía el inconveniente de que cualquier súbdito podía ser privado de cuanto poseyese para
enriquecer a un favorito o adulador del rey. Pero, como se ha observado previamente, lo
mismo podría ocurrir cuando el poder soberano yacía en una asamblea. Sin embargo, para
esta ocasión, Hobbes daba razones adicionales al favoritismo y la privación, los cuales se
agravaban en el número de las asambleas: sus miembros estaban muy sujetos al mal
consejo y a ser seducidos por los mejores oradores; y al convertirse unos en aduladores de
otros, irían sirviendo mutuamente sus crecientes codicias y ambiciones, con lo cual un
despojo podía ser más profundo y agravante. El problema no terminaba allí; además de eso,
no existía favorito de un monarca que no pudiese, del mismo modo, socorrer a sus amigos y
dañar a sus enemigos; mientras que los oradores, es decir, los favoritos de las asambleas
soberanas, aunque pensasen que tenían un gran poder para dañar, poco poder tenían para
defender. Como una acusación requería menos elocuencia que una excusación, era más
fácil y más probable acusar que propiciar una debida y justa absolución19.
Por último, Hobbes advertía casos en que la soberanía podía residir en una gran
asamblea que, frente a las consultas relativas a la paz y la guerra, así como en la
promulgación de las leyes, necesitaba tomar la opinión de aquel o de aquellos a quienes
estaba confiada. En tal caso una asamblea carecía de la libertad necesaria para distinguir el
consejo de la mayoría y guiarse con él, sea bueno o malo, en sus propias decisiones. Así,
del mismo modo en que un niño tenía la necesidad de un tutor que defendiese su persona y
su autoridad, también la asamblea soberana, en todos los grandes peligros y perturbaciones,
tenía la necesidad de un custodio, el cual se alzaba en dictador o protector de su autoridad,
19
Con esta observación Hobbes consideraba que bajo una asamblea la defensa del súbdito no estaría
del todo garantizada. Según el autor, la protección era fundamental para la efectividad del Estado. Aquel
cuerpo político que no lograse garantizarle a todo súbdito una protección efectiva iría inevitablemente hacia la
desintegración: en tal caso la defensa recaería indefectiblemente en manos de quien no estaba debidamente
protegido por la autoridad política. Hobbes observaba al respecto: “En efecto, sin decisión de las
controversias no existe protección para un súbdito contra las injurias de otro; las leyes concernientes a lo
meum y tuum son en vano; y a cada hombre compete, por el apetito natural y necesario de su propia
conservación, el derecho de protegerse a sí mismo con su fuerza particular, que es condición de la guerra,
contraria al fin para el cual se ha instituido todo Estado” (Leviatán, Cap. XVIII. p 75).

11
siendo, de facto, un monarca temporal a quien se le confería el ejercicio del poder20. Con
esto la asamblea quedaba dependiente y carente de autoridad.
Como se observó en el apartado anterior, Hobbes consideraba que no se debía
menos obediencia a una aristocracia o a una democracia que a una monarquía, dado que
cualquiera fuese el tipo de gobierno, debía existir un poder supremo y equitativo. La
diferencia entre esas formas de gobierno no consistía en la diferencia de poder, sino en la
diferencia de conveniencia o aptitud para producir la paz y la seguridad de la república. A
partir de todo lo expuesto, puede inferirse que la democracia parecía ser la menos efectiva
de aquellas formas para alcanzar aquel fin propuesto.

3. Los gobiernos mixtos y las formas aparentes.


En la Segunda parte de The Elements of Law, Natural and Politic, Hobbes señalaba
que quienes anhelaban evitar una debida sujeción y ante el odio que les generaba tal
obediencia, denunciaban sufrir una esclavitud. Una de las soluciones que aquellos habían
ideado era la de un gobierno mixto, incluyendo los tres tipos de soberanía: la democrática,
la aristocrática y la monárquica. De esta forma se dividía y distribuía el poder soberano en
varios cuerpos. Como ninguno de esos cuerpos detentaba para sí la totalidad del poder del
Estado, se evitaba, según los críticos del absolutismo, la opresión de algún ente o figura
política. Sin embargo, para Hobbes, esta división de poderes podía generar pugnas y
desacuerdos que, lejos de producir contrapesos, reintroducían el conflicto entre partes
volviéndose con ello al estado de guerra. De producirse efectivamente una situación
semejante, la destrucción del Estado estaba garantizada. Como se ha observado, para
Hobbes la soberanía era indivisible, por eso este tipo de gobiernos mixtos no era viable. Sin
embargo, consideraba que, en ciertos casos, podía mantenerse la unidad soberana en algún
tipo de gobierno que, por voluntad propia, creaba otras figuras subordinadas para ejercer el
poder. Para ejemplificar este caso, Hobbes refería al poder soberano de una asamblea
democrática, como el que se verificaba ocasionalmente en Roma, que al mismo tiempo
podía convivir con un concejo aristocrático, como el Senado; o un monarca subordinado,
como el dictador, que ejercía por un tiempo la soberanía delegada21.

20
Cap. XIX.
21
Cap. XX.

12
En Leviatán volvería a mencionar este tipo de gobiernos. Allí el autor advertía que
los reyes electivos no eran en sí soberanos, sino ministros sujetos a un soberano. Los reyes
directamente designados con poder limitado tampoco eran soberanos, sino ministros de
quienes tenían el poder de limitarlo. En primer término, respecto del monarca electivo o
designado, cuyo poder estaba limitado a la duración de su existencia, como el poder de los
dictadores romanos, Hobbes observaba que si tenía derecho a designar su sucesor, no era ya
electivo sino hereditario. Pero si no tenía poder para elegir un sucesor, entonces existía otro
cuerpo o asamblea que, tras la muerte del rey, podía elegir uno nuevo. Si se conocía desde
un principio quién era aquel que ostentaba el poder de otorgar la soberanía después de su
muerte, era evidente que la soberanía residía en él por una simple razón: ninguno podía
tener el derecho a dar lo que no tenía derecho a poseer y a conservarlo para sí mismo. Pero
si no había nadie que pudiese dar la soberanía más que el rey electo o designado, entonces
él mismo debía establecer un sucesor para evitar que quienes inicialmente habían confiado
en su gobierno caigan en guerra; en consecuencia, desde el momento en que fue electo o
designado se había constituido ya en soberano absoluto. En segundo lugar, retomando lo
expuesto en la premisa inicial, Hobbes observaba que si un rey cuyo poder estaba limitado
en sus funciones, por el tiempo o por su derecho de designar sucesor, no era pues superior a
aquellos que tenían el poder de limitarlo; y quien no era superior, no era entonces el
soberano sino un ministro subordinado. Por consiguiente, la soberanía residía siempre en
aquella asamblea que tenía derecho a limitarlo. Tal caso, aun pareciendo ser un gobierno
monárquico, no era en verdad una monarquía, sino una democracia.
Por otro lado, Hobbes introdujo un ejemplo en el que una aparente democracia era
en verdad una monarquía absoluta: si un gobierno popular sojuzgaba a un país enemigo y lo
gobernaba por medio de un procurador u otro magistrado designado por la asamblea, podía
parecer, a primera vista, que era un gobierno democrático; pero en verdad no era así.
Cuando el pueblo romano gobernaba el país de Judea por medio de un presidente, Judea no
era una democracia, simplemente porque no estaba gobernada por una asamblea a la cual
los de ese país tenían el derecho de intervenir22; más bien estaban gobernados por una
persona, que si bien respecto de Roma yacía subordinada a una asamblea soberana del

22
Es preciso recordar que una de las condiciones para que existiese una auténtica democracia
consistía en que todos los ciudadanos de una comunidad específica tuviesen un igual derecho de voz en la
asamblea popular. El régimen de Judea no reunía esa condición necesaria.

13
pueblo, era, en relación al pueblo de Judea, un monarca. En efecto, allí donde el pueblo
estaba gobernado por una asamblea elegida por el pueblo mismo de su seno, el gobierno se
denominaba democracia o aristocracia; pero cuando estaba gobernado por una asamblea
que no era de elección propia, o por un representante o delegado, subordinado a la misma,
constituía una monarquía, no de un hombre, como en el caso de los reyes absolutos que
gobernaban sus propias repúblicas, sino de un pueblo sobre otro. En tal caso, la democracia
parecía ser genuina, aunque en términos fácticos, no era más que una monarquía cuyo
poder absoluto sojuzgaba al extranjero por medio de un ministro23.
Para resumir lo expuesto, el gobierno mixto que dividía el poder soberano terminaba
por aniquilar al propio Estado, volviéndose con ello al estado de guerra de todos contra
todos. Sin embargo, podía existir el caso en que fuese un cuerpo o una sola persona la que
fácticamente concentre el poder absoluto, aun cuando el ejercicio de dicho poder, o parte
del mismo, se encontraba temporalmente delegado en otras figuras. En tal caso, no existiría
peligro de que el Estado se derrumbe. Estos últimos podían ser democracias asamblearia
que, aun confiándoles ciertas funciones a otras figuras de gobierno, conservaban en sí el
poder soberano. También existían monarquías en las que, aun conviviendo con asambleas
populares o concejos aristocráticos, el poder absoluto recaía en los reyes a quienes se les
había confiado el poder de gobierno y cuyo derecho a elegir sucesor descansaba sólo en su
voluntad privada. Por último, podían existir democracias aparentes, en las que una
asamblea popular derivaba, de facto, en un monarca frente a un pueblo extranjero.

4. Reflexiones finales.
Las obras que componen la trilogía política de Thomas Hobbes, hacen uso de un
concepto de democracia que refiere a una forma de gobierno legítima. Sin embargo, este
mismo concepto encierra una serie de variaciones que confirman la forma fluctuante en que
las concepciones de la democracia son usualmente desarrolladas y expuestas dentro del
campo de la filosofía política. Si bien, en algunas ocasiones, aparece como una forma de
gobierno pura y diferenciada, la democracia se presenta, en otras, como sinónimo de
aristocracia (esto es cuando la asamblea popular quedaba en mano de unos pocos); o bien
asociada o devenida en monarquía (esto es cuando una asamblea quedaba cautiva por un
solo orador eminente, cuando delegaba el poder a un protector que podía nombrar sucesor,
23
Cap. XIX.

14
o cuando esta misma dominaba a otro pueblo cuyo derecho a participar en ella era
inexistente). A su vez, las monarquías limitadas podían ser, en verdad, legítimas
democracias. Estos sutiles usos y variaciones en torno al concepto de democracia dan
cuenta, al paso, de la complejidad que asumen las diversas concepciones que usualmente se
teorizan en torno a las posibles formas de gobierno, las cuales, para el caso, fueron
pensadas bajo un propósito particular: el de justificar un poder capaz de mantener el orden
y la paz social.
Por otro lado, la democracia viene prefigurada en el acuerdo inicial que daba origen
al Estado, el cual requería la congregación de múltiples voluntades para determinar, a
posteriori, qué forma de gobierno resultaría conveniente para sostener el objetivo de la paz
deseada. Sin embargo, como se ha observado, en la última obra de la trilogía política de
Hobbes, esto último sería remplazado por una innovadora teoría de la autorización.
Si bien la democracia es inicialmente reconocida como una forma de gobierno legítima,
viene posteriormente concebida como problemática. La improbabilidad de que todo el
pueblo se reúna, sin excepción, en una sola asamblea y que persista en el ejercicio del
poder, la transformaría en un tipo de gobierno inviable. A esto se le sumarían los riesgos
del surgimiento de facciones, las pujas y las competencias internas que resultarían
perjudiciales para todo Estado; también la preeminencia del orgullo y la adulación de los
oradores demagogos del pueblo; los problemas del favoritismo prebendado que ponían en
peligro la disposición de los recursos para el mantenimiento de la paz; entre otros
inconvenientes. De esta forma, la democracia resultaría posteriormente impugnada a partir
de argumentos factuales que apuntaban a demostrar que su éxito parecía imposible, aunque
darse en un principio, atentaría luego contra la necesidad de la unidad de un poder soberano
ilimitado; condición necesaria para el mantenimiento del orden y la paz (Flax, 2004).
Desde luego, el miedo y la preocupación por la anarquía hacían evidente el
propósito de la teoría política de Hobbes. Sólo aquel poder soberano absoluto, único e
indivisible, era quien reunía la capacidad de imponer el orden, disipando la ocasión de caer
en el estado de naturaleza. Es aquella teoría política la que surgió en un momento en que
Inglaterra, el país del cual Hobbes era oriundo, se hallaba asediado por la Guerra Civil, un
conflicto en el que el poder soberano parecía diluirse en dos grandes facciones: la
Monárquica y la Parlamentaria. Esta contextualización muestra la intención del autor en

15
alcanzar la paz deseada; una intención en la que dejaba manifiesta su preferencia por la
monarquía absoluta, la único tipo de gobierno eficaz y duradero en la construcción de un
poderío capaz de terminar con el estado de guerra de todos contra todos. De esta forma, la
desestimación sistemática de la democracia se vincula con aquella misma intención: la
asamblea popular no resultaba ser la forma de gobierno propicia para garantizar el objetivo
de la paz social; tampoco las formas mixtas24.

24
Bajo la preocupación por la Guerra Civil Inglesa y refiriéndose a la división de poderes que
generaban los gobiernos mixtos, Hobbes declaraba: “Si no hubiese existido primero una opinión, admitida
por la mayor parte de Inglaterra, de que estos poderes están divididos entre el rey, los Lores y la Cámara de
los Comunes, el pueblo nunca hubiera estado dividido, ni hubiese sobrevenido esta guerra civil, primero
entre los que discrepaban en política, y después entre quienes disentían acerca de la libertad en materia de
religión ; y ello ha instruido a los hombres de tal modo, en este punto de derecho soberano, que pocos hay,
en Inglaterra, que no adviertan cómo estos derechos son inseparables, y como tales serán reconocidos
generalmente cuando muy pronto retorne la paz; y así continuarán hasta que sus miserias sean olvidadas; y
no más, excepto si el vulgo es instruido mejor de lo que ha sido hasta ahora” (Leviatán, Cap. XVIII, p. 76).

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