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ESCENA 1

Interior de un tren. El Tanito Battistiol, un joven que vuelve del trabajo, dormita en uno de
los asientos. El tren aminora la marcha, y finalmente se detiene; es la madrugada del 31 de
agosto de 1977.

TANITO Arranque, gusano di metale, me congelo. ¿Qué porca madonna le pasa? A ver si a
aquella se le sale el bebé y no llego. ¡El silbato, menos mal que se pone en marcha…! (Pausa.)
¡Bambino…! ¿Qué dice? ¿Quiere jugar al tinenti? Ma que tinenti, a pellizcar a las chicas en las
nalgas le voy a enseñar, apriete así, con el pulgar y el índice como un torniquete. (Pausa.) ¿Llora
por un pellizco en el cachete? ¡Los hombres no lloran! El bambino tiene que reír en la panza de
la mamma. Vamos, ría, ría. ¿Tanto alboroto por unas piedritas? Las cosas que se le meten en la
cabeza. Le hago una honda gigante y listo. (Pausa.) Su nonno cuando me contaba de Los
Decenviros me decía: “tiene que aprender a leer y a escribir, para ser de los diez que defienden
a Roma con la catapulta”. La pucha, recién caigo, la catapulta tira piedras, de ahí usted sacó lo
del tinenti. (Pausa.) ¡Cala los huesos el fresco! Cuando llegue voy a poner las manos en la barriga
de su mamma, deme trompadas para que se me calienten los dedos, hijito, caliénteme,
caliénteme… ¡Uy! ¡Uy! Esta ventanilla sin vidrio, porca madonna. (Pausa.) ¿Qué comida me
habrá dejado su mamma? No quiero maíz a la tucumana, tulpo no, el maíz tiene que ser a la
italiana, como me gusta a mí. Polenta, Juana, polenta, tulpo no. (Pausa.) ¡Qué tornillo! Juana,
las nenas duermen, calentame las manos, si no me van a salir sabañones y no voy a poder
trabajar… ¡Juana, qué placer, qué placer! ¡Ahora se detiene…! Llegamos a Saldías. Cinco y veinte.
Fue a esta hora que los asesinaron. A los compañeros del Belgrano. Sí, más o menos a las cinco
y veinte. A todos. (Pausa.) Vamos, gusano di metale, no te quedes parado. A ver si me agarran
adentro de tus tripas, arrancá de una vez, gusano maldito. ¡¡Vamos, ¿es que no tenés fuerza…!
¡Por fin salís! (Pausa.) ¿Le dije que su nonno me contaba el cuento de Los Decenviros? Ellos
triunfaban, armaban la ley para la felicidad de Roma, eran imbatibles. ¿Escuchó? Los diez
hombres fuertes defendían a Roma, los veros uomos peleando por la vida. Eran fuertes como su
padre, que es changarín. Mire mis músculos: rígidos. De hombre a hombre nadie puede decirme
petiso. (Ríe.) Y al que me lo diga lo estampo. (Pausa.) Su mamma no es pendenciera, yo soy el
puerco, me transformo. Es esta sangre guerrera que llevo en las venas. Pero no voy a armar más
escándalos, lo prometo, y si lo hago, aquí están las asentaderas para que me las muela a patadas.
Otra vez se detiene. Aristóbulo del Valle. Fue en un galpón del Belgrano. Matriceros, soldadores,
peones. En un galpón los asesinaron. A todos. (Pausa.) Cinco y cuarenta. Vamos, gusano,
arrancá, vamos no te hagas el remolón, adelante…. Ya llego, bambino, ya llego Los compañeros
me dicen: “Tanito, vas por el tercero.” El tercero es usted, hijito. ¿Sabe lo que les grito? “Debajo
de la cobija del changarín no hay miseria.” (Pausa.) Capaz que le tocan pocas vueltas de calesita,
tiene que compartir con sus hermanitas, pero debajo de la cobija, bambino, sólo hay
abundancia. (Ríe.) ¿Qué habrá en la ollita? La voy a poner al fuego y, mientras hierve, meto las
manos en la barriga de Juana para que se me descongelen, qué le parece; ella es más ardiente
que la llama. (Ríe.) Voy a contarle el sueño de los changarines, escuche, bambino. Apenas apoyo
la cabeza en algún lugar aparece. Somos miles cargando con las carretillas, y andamos y
andamos por el andén hasta caer en una eterna noche sin luna en la que las estrellas también
huyeron de esa oscuridad; sin embargo, bambino, las carretillas relucen cada vez más, como si
le hubieran arrancado la luz al sol. ¡Ah…! Las ruedas no se traban como en las carretillas de
Retiro, ¡qué va! Un dedo es suficiente para llevarlas. Rayos, centellas, truenos rugen, pero no
llueve, es como estar en un vientre seco. Entonces, formamos cuadrigas romanas, murallas y
murallas de cuadrigas de changarines con sus carretillas que brillan como soles en las tinieblas.
¿Qué me dice? A su padre le gusta soñar. Se está deteniendo apenas giran las ruedas, es Munro.
Mataron a los compañeros. Fusilados. Mortos. Hasta las ratas de albañal tienen más
oportunidad, saltan, corren, se esconden en la basura. Ellos estaban en su lugar de trabajo.
Parte, gusano, adelante, vamos. Arrancá de una vez, partí, partí. ¿Su mamma habrá comprado
los pañales? Los de la Lore están agujereados y los que eran de la Flavia son hilachas. (Pausa.)
¡Menos mal que empieza septiembre! Le toca buen clima para nacer. En cambio esta noche, el
frío se mete en la piel como sarna. (Pausa.) Las manos de su mamma son puras y amables.
Cuando salga de la panza tómele el gusto, ella es dulce caña tucumana. (Pausa.) Usted va a tener
ojos celestes, como los míos. Pero su mirada tiene que ser igualita a la de su madre cuando baila
el rock. Bambino, ya me siento un poco culpable de tanta felicidad. (Pausa.) Su mamma dice que
trabajo al límite de las fuerzas, que no distingo el día de la noche. Yo estoy seguro de que no,
que puedo, que soy fuerte. Pero esta noche, (suspira) esta noche, tengo un vocerío adentro.
Menos mal que este tren marcha a toda velocidad. No para en Carapachay, ni en Villa Adelina.
Mejor… Estas estaciones tienen olor a flores, no las veo, pero ni la helada tapa los olores. Marcha
lindo. Desde Retiro tendría que haber andado así. Ya llego, ya llego, no tenga miedo, bambino,
nunca tenga miedo, sólo piense en las cuadrigas de carretillas y en que su padre es un Decenviro,
un gladiador de la Roma. No siento las manos. Vamos, apurate, gusano di metale, me las tengo
que calentar en la barriga de Juana. Seis menos cinco, ¡Boulogne! Está parando, se detiene.
(Pausa.) ¡Cuánta luz! Una muralla de luz. Encandila. ¡¿Por qué tanta luz en Boulogne?!

ESCENA 2

A una mujer que espera el tren le llama la atención una muchacha que pareciera también
esperar el tren.

MUJER Esa que está ahí, de pie en el andén, a sólo unos metros de mí, es la hija. Sí, es la hija de
Juana. No sé si la mayor o la menor, no lo sé, pero es una de las dos, sí, estoy segura, porque es
su vivo retrato. (Pausa.) Quisiera poder ir hacia ella y estrecharla entre mis brazos. Pero no me
muevo de donde estoy. No voy hacia ella y le digo: “Yo conocí a Juana, tu madre, fuimos amigas
de adolescencia y compartimos momentos que para mí son inolvidables”. Tampoco le digo: “Acá
fue la última vez que la vi, sí, acá, en la estación de Boulogne y, apenas nos vimos, nos abrazamos
fuerte y yo le miré los pies y le dije “¿Te acordás del viaje a Munro?” No lo hago porque su
parecido con Juana me pega al andén y me enmudece. Pero mis ojos siguen fijos en ella. Y así
como yo estoy mirándola, ella mira a los que están a su lado. Como si estuviera buscando a
alguien, como si esperara a alguien. (Pausa.) ¡Cómo nos reímos Juana y yo aquella última vez
cuando le pregunté lo de Munro! Y ahí nomás repasamos aquel viaje: Era en la época en la que
se habían puesto de moda las botas elastizadas y Juana, otras dos chicas y yo ahorramos y
ahorramos para comprárnoslas. Fuimos a la casa Pérez, acá, en Boulogne, pero ahí solo vendían
desde el 36 en adelante y Juana tenía los pies chiquitos, chiquitos, así que decidimos que
teníamos que ir a Munro. Pero no teníamos plata, me acuerdo, para el tren. Rejuntamos entre
las cuatro y nos alcanzó para dos boletos. Entonces, hicimos una picardía. Subimos al tren y nos
separamos. Dos adelante y dos atrás. Cuando pasó el guarda y nos picó los boletos a las de
adelante, sacamos la mano por la ventanilla y se los pasamos a las de atrás. Después la
cargábamos: Todo lo que habíamos tenido que hacer para ir a Munro, a una tienda que tenía
sección niños. Ahí tuvo que comprarse las botas. (Pausa.) La última vez que vi a Juana fue acá,
en la estación de Boulogne. Hacía rato que no nos veíamos, tanto que ella ya tenía dos nenas e
iba por el tercer embarazo. Siempre me pregunto si esa fue la última vez que Juana vino a la
estación porque fue a los dos o tres días de ese, nuestro último encuentro, que se la llevaron.
Alguien me dijo: “¿Sabés que se llevaron a Juana y a su marido?”. Dios mío, me quise morir“. ¿Y
las nenas?”, pregunté. “No, a las nenas las dejaron con la vecina.” Habían llegado a la casa a
medianoche y ahí se quedaron esperando a que su marido llegara de su trabajo de changarín
ferroviario. A las seis de la mañana los sacaron de la casa, a los golpes, encapuchados. Yo pensé
en la panza de Juana. (Pausa.) Me doy cuenta de que sigo con los ojos puestos en su hija y el
temor de que me descubra mirándola se esfuma al ver que sigue mirando a los que llegan al
andén de esa manera tan particular, como si estuviera buscando a alguien, como si esperara a
alguien. Mira sin moverse. Su quietud hace que su parecido con Juana sea todavía mayor.
Porque Juana además de tener los pies chiquitos, chiquitos, era una persona quietecita,
calladita, tímida. Claro que cuando íbamos a la Unión Ferroviaria a bailar, Juana era otra. ¡Había
que verla moviendo sus pies chiquitos al compás de un rock! Y todos estaban dichosos de bailar
con ella. Se veía que era un placer llevarla. ¡La revoleaban por arriba y por abajo y ella se dejaba
nomás, sin resistencia, deslizándose con tanta gracia! (Pausa.) La última vez que vi a Juana fue
acá, en la estación de Boulogne. ¡Habíamos sido tan amigas! Después, cuando ella conoció a su
marido ya todo cambió, empezó una nueva vida y dejamos de vernos. El día de nuestro último
encuentro, era sábado, y Juana había venido a la estación a esperarlo, a él, a Gigio, un italiano
un poco tosco, petiso, de bromas pesadas, y de ideas serias. (Pausa.) El vivo retrato de Juana
sigue ahí, a unos pasos de mí. Tengo un deseo tan grande de llamarla: ¡Juana!, pero me trago
ese nombre, y me pregunto cómo se llamará. Está llegando el tren. La última vez que vi a Juana
fue acá, en la estación de Boulogne. Ya hacía mucho que no nos veíamos. Nos abrazamos fuerte
y yo le miré los pies. “¿Te acordás del viaje a Munro”? le pregunté. Y no parábamos de reír.
Volvimos a abrazarnos cuando nos despedimos y yo subí al tren y ella se quedó en el andén,
como ahora también se queda su hija que mira con avidez a todos los que descienden, como si
estuviera buscando a alguien, como si esperara a alguien.

ESCENA 3

La muchacha está sola en el andén.

MUCHACHA Sólo tu foto. (Pausa.) Cinco minutos para el próximo tren. (Pausa.) Quizás bajes del
siguiente gusano metálico y entonces podremos completar nuestro álbum familiar. (Pausa. Ríe.)
Suena extraño, hasta ingenuo lo sé, ¡gusano metálico!, así los llamaba papá, ¿sabés?… (Pausa.)
Cuando vivíamos con la abuela la escuché decir que mamá venía todos los sábados por la tarde
a esperarlo. Decía que no le importaba si era invierno o verano, que desde novios ella se
presentaba en esta estación enfundada en sus botas con plataformas para ser vista por papá.
(Suspira.) Locura de petisos… (Pausa.) Mamá venía aquí como yo a esperar entre la gente.
(Pausa.) Parece que la abuela no estaba de acuerdo, que la peleaba, pero a la Juana no le
importaba, ella quería estirar el tiempo con su hombre lo más posible y se escapaba hasta la
estación cada fin de semana. (Pausa.) Cuando nosotras nacimos siguió viniendo. A esperarlo.
Con nosotras a cuestas y vos en el vientre. Pero sin plataformas. Por la panza, dicen. Aunque yo
creo que dejó los tacos cuando supo que el Gigio no necesitaba de grandes alturas para
encontrarnos. Estuvimos todos juntos, sí, todos juntos antes de que se los llevaran, vos anudado
al vientre, y mamá sin plataformas. (Pausa breve.) Cinco minutos más… hasta la llegada del
próximo. (Pausa.) Cuando vengas te esperan mis fotos, yo te las prestaré todas, son fotos de tu
familia también. (Pausa.) Tengo de la Juana, del Gigio, los viejos. (Pausa.) Fotos en blanco y
negro. Fotos arrugadas, desteñidas, con historias inmediatas y otras un poco menos recientes.
(Pausa.) ¿Te gustan las fotos? (Segura de su teoría.) Porque las fotos son narraciones completas,
eso pensamos la Lore y yo. Siempre entregan momentos cotidianos sin condiciones. Destiñen
pero siguen allí y dicen lo mismo. (Pausa.) Cuando la Lore era muy chiquita descolgábamos esta
foto del ropero y nos tirábamos en la cama a imaginar. Estos puntos son del óxido de las chinches
con la que se sostenía. Yo le mostraba a papá y a mamá. (Pausa.) Era divertido ver su dedito
reconocerse en el rostro del viejo, y señalarme a mí cuando miraba a nuestra mamá. ¿Y vos? ¿A
cuál de los dos te parecés? (Pausa.) No sé si naciste en noviembre o diciembre. (Pausa
atropellada.) ¡Mirá esta! La del centro es Juana. Debajo de este delantal rosa estás vos, sí, tenías
unos siete meses y tus patadas le dibujaban una mueca divertida al rostro de mamá. (Pausa.)
Mirá esta otra, con esta camisita. Parece que a mamá le gustaba el rosa. ¿A vos qué color te
gusta? (Pausa.) Dicen que se aprende de muchas maneras y a nosotros nos tocó aprender así,
entre fotos y anécdotas. (Pausa, con voz entrecortada.) A nosotras no nos mintieron como a vos,
nosotras desde chiquitas supimos que se los llevaron con vos en el vientre aún pegado. (Pausa
como buscando escapar al dolor.) Cinco minutos más… hasta la llegada del próximo. (Pausa.)
Nunca pude recuperar las plataformas de Juana… (Pausa. Se oye sonido de tren que se acerca.)
Necesito que me encuentres entre la gente, como el Gigio a la Juana las tardes de sábado sobre
sus plataformas de corcho. (Sonido de tren que llega.) ¿Tenés el pelo lacio o crespo? ¿Y los ojos?
¿Son oscuros o azules? Todo depende de a quién te parezcas. Altura pequeña, eso seguro.
(Pausa. Sonidos de gente en la estación.) Te busco y me busco entre la gente, me hace falta tu
foto… Hace treinta años que la espero… (Pausa.) A veces me digo que no voy a venir más pero
siempre me arrepiento y acá estoy con un puñado de fotos y esperando que llegues a completar
el álbum. (Sonido de tren que parte.) Cinco minutos, hasta la llegada del próximo. El andén ha
quedado vacío, pero la muchacha sigue ahí, esperando.

FIN

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