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MÍSTICA E
INCONSCIENTE COLECTIVO
En marzo de 1907, Carl Jung y Sigmund Freud se reúnen por primera vez y sostienen una
apasionada conversación de 13 horas; seis años después, el idilio intelectual entre el creador de la
psicología analítica y el fundador del psicoanálisis colapsa. De ello da cuenta A Most Dangerous
Method1 (Un método muy peligroso), libro de John Kerr, publicado en 1994, que reconstruye la
historia del psicoanálisis a partir de una exhaustiva investigación de miles de cartas y documentos
inéditos. El ensayo desbarata los mitos acerca de los modelos terapéuticos de la época, el
nacimiento de las teorías de Freud y su relación con Jung. Introduce a un tercer personaje del cual
se sabía poco, Sabina Spielrein, una paciente a la que Jung hizo su amante, terminó convertida en
psicoanalista y jugó un rol clave en el desarrollo de esta ciencia; el descubrimiento de sus diarios
y correspondencia en 1977 ha venido a reformular la historia del psicoanálisis.
Freud estaba persuadido de que era propio de la naturaleza misma de la doctrina analítica, en lo
que respecta –por ejemplo– a su concepción de la culpa[1], presentarse como chocante y
subversiva.
Cuando Freud y Carl Jung navegaban hacia los Estados Unidos para pronunciar unas conferencias
sobre Psicoanálisis, –con su habitual humor cáustico– decía a sus compañeros de viaje: “Ellos
piensan que les traemos la cura cuando en realidad les traemos la peste“.[2]
Freud previó en varias ocasiones que el psicoanálisis hallaría su verdadera tierra de promisión en
Norteamérica. La buena acogida que se le dispensó en 1909 en la Universidad de Worcester, en
contraste con la hostilidad crónica que en Viena se cernía hacia su persona y su obra, está en el
origen de esta apreciación. Mas, a pesar de ello, Freud insistió en que la lucha por el psicoanálisis
tenía que decidirse en los viejos centros de cultura, en la vieja Europa que tanta resistencia le
oponía a sus teorías.
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Durante un discurso pronunciado en Viena en 1955, muy cerca de la casa de Freud, Jacques Lacan
desarrolló la idea muy francesa y muy surrealista –piénsese en Antonin Artaud– según la cual la
invención freudiana sería comparable a una epidemia susceptible de invertir los poderes de la
norma, de la higiene y del orden social: la peste.[3] Europa contra Estados Unidos.
“Así es –afirmó ese día– como la frase de Freud a Jung, de cuya boca la conozco, cuando, invitados
los dos en la Clark University, tuvieron a la vista el puerto de Nueva York y la célebre estatua que
alumbra al universo: ‘No saben que les traemos la peste’, le es enviada de rebote como sanción de
una hybris cuyo turbio resplandor no apagan la antífrasis y su negrura. La Némesis, para agarrar
en la trampa a su autor, sólo tuvo que tomarle la palabra. Podríamos temer que hubiese añadido un
billete de regreso en primera clase.”[4]
“La singularidad del psicoanálisis, la singularidad que le confiere toda su fuerza de ruptura y roda
su amplitud de época, consiste en haber inaugurado un modo de pensamiento que disuelve el
sentido por principio, que no sólo simplemente lo reenvía fuera de la verdad y fuera del rigor
(como podían hacerlo, aun en tiempos de Freud, otros vieneses), sino que destituye el sentido por
principio, reconduciéndolo a su demanda y exponiendo la verdad como decepción de la
demanda.”[5]
En la medida en que el psicoanálisis se coloca por principio bajo el signo de una terapia, y aunque
fuese a la mayor distancia de toda normalización y ´confortación del Yo`, pero en la medida en
que precisamente no señala nada en el mundo que pueda llamarse estado normal o sano y a partir
de lo cual pueda regular su proceder, el psicoanálisis no puede ser concebido simplemente como
una terapia interna del mundo; pero por otra parte tampoco puede evitar enfocarse la terapia del
mundo mismo, de ´todo el mundo`. Eso es a lo que El Malestar en la cultura parece responder con
su constatación de impotencia. Pero es lo que acaso deberíamos comprender de manera distinta
hoy en día: no es que el mundo sea incurable, es que sencillamente no está allí para ser curado.[6]
Volviendo sobre el mítico viaje de Freud a EE.UU. recreando la lúgubre figura de Nosferatu
podemos señalar que fue precisamente el expresionismo alemán el que aportó el marco idóneo
para elaborar el temor a lo sobrenatural[7], lo onírico (bello y siniestro) y la estética de
‘diablérie’. Influido indirectamente por el Romanticismo fue el viejo Schopenhauer quien dio
cuenta de la inquietante serenidad de mármoles y estatuas, la estricta jerarquía de cánones y valores
que era barrida por un viento originado en las turbulencias del sujeto. Cabe precisar, sin embargo,
que Schelling, Fichte e incluso Hegel, son quienes manifiestan una tendencia romántica, en
Schopenhauer hallaríamos, más bien, algo más cercano a lo que, en el mundo del arte, se conocería
como Expresionismo.
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Mientras los románticos auténticos morían o enloquecían antes de cumplir los treinta, los otros
precisamente a esa edad ingresaban al servicio del Estado o restablecían sus mentes perturbadas
con el agua bendita de la Iglesia Católica. Ante este panorama demencial nada tenía de raro que el
mismo Goethe pronunciase la sentencia: lo clásico es lo sano, lo romántico es lo enfermo.[8]
Así el Nosferatu de Murnau aparece como emulación de la pesadilla que la historia de Dracula
(Bram Stoker) requería. El conde Orlok es un ser de fisonomía imposible; grotesco, siempre
cobijado en lugares lóbregos, artífice de la peste bubónica… Es un fantasma que habita un ignoto
castillo erigido como monumento a su soledad; la soledad del monstruo. Lo que predomina durante
‘Nosferatu’ es el temor a un ser que trae la peste y –con ello– maldición y mortandad.
La llegada del barco al puerto con Nosferatu de pie sobre la cubierta es una escena imborrable,
sobrecogedora, definitiva. Pero, ¿qué trae el vampiro a la ciudad, qué terrible carga lo acompaña?
Trae la peste, pues el barco está lleno de ratas. También aparecen las ratas, incontables ratas en
ebullición, en la lúgubre mansión de Carfax de la novela de Stoker, aunque huyen despavoridas
ante la presencia de los perros que lleva el grupo intruso encabezado por Van Helsing. En la
película de Murnau el mal se identifica con la epidemia de peste bubónica, de innegables
resonancias bajomedievales, una evocación temporal que está en la propia estética, en la puesta en
escena y en los decorados del filme, algo que ni mucho menos es ajeno al expresionismo
cinematográfico alemán, poderosa corriente artística del periodo de la República de Weimar a la
que pertenece la obra. Pero el guionista, con aquella imprevista comunicación telepática, no sólo
está indicando el “poder sobrenatural del amor”, sino que quien vence al vampiro, quien lo
destruye definitivamente, es la joven esposa, Ellen Hutter, pues lo espera y permite que se
introduzca en su habitación, reteniéndolo hasta que se hace de día y Nosferatu se desvanece. La
pureza, la inocencia, han vencido al mal.[9]
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La psicología analítica es la obra de Carl Gustav Jung y sus seguidores. También conocida como
psicología de los complejos, el término aparece oficialmente en 1913 para designar una ampliación
del psicoanálisis, razón por la cual se la tiene tanto por una escuela de psicoanálisis como por una
tendencia de la psicología profunda, según la expresión de Bleuler para caracterizar a toda
psicología que parta de la hipótesis de la existencia de una psique inconsciente.
Carl Gustav Jung (1875-1961) era un joven psiquiatra ya reconocido por la profesión cuando
asumió la defensa de la obra de Freud, tanto en los foros psiquiátricos como en su propia obra,
iniciada en 1902. Su estrecha colaboración desde 1907 se rompería en 1913 a instancias de Freud,
para quien los desarrollos Junguianos del psicoanálisis no resultaban acordes con su propia teoría.
Atrás quedarán los años en los que Jung fue el presidente de la Asociación Psicoanalítica
Internacional desde su fundación en 1910 hasta el inicio de la primera Guerra Mundial. Una época
en la que se constituye y alcanza una dimensión internacional (Europa y Estados Unidos) el
movimiento psicoanalítico nacido en Viena alrededor de Freud a partir de 1900.
Jung empieza su vida profesional en el centro psiquiátrico más importante del momento, la Clínica
Universitaria Burgöhlzli, dirigida a la sazón por Eugen Bleuler, creador de la noción de
“esquizofrenia” y un facilitador del psicoanálisis durante esos años. En la Clínica Jung se
familiariza con la psiquiatría del momento tanto en su aspecto terapéutico como experimental e
investigador. De esa dedicación saldrán la primera lectura psicoanalítica de las psicosis, el
dispositivo experimental del Test de Asociación de Palabras y la noción de “complejo”, además
de varios estudios de psicoanálisis infantil y criminología psicoanalítica.
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El proceso de individuación tiene la naturalidad del crecimiento y como tal sigue las fases de la
vida desde la infancia a la senectud, con sus diversas características. En cada momento dominan
distintos aspectos biológicos, sociales, arquetípicos que van sacando a la luz el carácter del
individuo, su individualidad psíquica, que Jung llama sí-mismo, sujeto tanto de la conciencia como
de lo inconsciente. El despliegue del sí-mismo como articulación de arquetipos en el proceso de
individuación es el objeto específico de la psicología analítica.
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La psicología analítica define una estructura de la psique y una energía que explica su dinámica.
Esta energía es la libido, expresada en el interés que muestra el sujeto hacia sus diversos objetos.
Conducida por ese interés, la consciencia se amplía y diferencia. La libido sigue las leyes de la
energía en cuanto se produce gracias a un gradiente de potencial -el conflicto psíquico-, se conserva
en los procesos de comprensión y se degrada en sistemas cerrados. Presenta una dirección en el
tiempo -progresión/regresión- y el espacio -extraversión/introversión.
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Con estas herramientas conceptuales Jung va creando una psicología, aunque su interés no es tanto
elaborar un sistema cuanto ayudarse de una serie de conceptos e hipótesis para enfrentar las
necesidades clínicas. Surge así su tipología en 1921. Definiendo cuatro funciones psíquicas en
oposición, pensar/sentir como actos judicativos y sensación/intuición como actos dados, considera
cuatro tipos psicológicos ideales con una función dominante, con su opuesta infradesarrollada y
las otras dos actuando de auxiliares. Según sea la actitud dominante extravertida o introvertida los
cuatro tipos se doblan en ocho, constituyendo así una caracterología aproximada que permite
orientarse en la clínica y explicar muchos de los conflictos interpersonales y elecciones de objeto.
La obra de Jung se constituye a lo largo de sesenta años. Sus primeras publicaciones, las
conferencias del club universitario Zofingia, datan de 1896-99, y de 1902 es su tesis de licenciatura
Acerca de la psicología y patología de los llamados fenómenos ocultos. Puede verse una evolución
y una complejidad creciente desde sus iniciales escritos psiquiátricos de la primera década del siglo
XX a los últimos textos alquímicos a partir de 1944. Los libros fundamentales de este periplo son:
La psicología de la demencia precoz (1907), Transformaciones y símbolos de la libido (1912),
Tipos psicológicos (1921), Las relaciones entre el yo y lo inconsciente (1928), Psicología y
alquimia (1944), La psicología de la transferencia (1946), Aion (1951), La interpretación de la
naturaleza y la psique (1952), obra que reúne los estudios de Jung sobre la sincronicidad y un
largo artículo de W. Pauli, y Mysterium coniunctionis (1955-56), además de una multitud de
artículos especializados.
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La psicología analítica no sólo es creación de Jung, también lo es de los discípulos y colegas que
estuvieron cerca de él y de quienes posteriormente han ahondado en su perspectiva. Agrupados
desde 1916 en los clubes psicológicos -el primero en Zúrich y poco después en Inglaterra (1922),
la costa este norteamericana (1936) y, a partir de 1939, Alemania, Francia e Italia-, en 1948 se crea
el Instituto C.G.Jung de Zúrich y en 1955 la Asociación Internacional de Psicología Analítica. En
cuanto a la relación de Jung con otros estudiosos, tan importante para la profundización en los
conocimientos necesarios para la elaboración de la psicología analítica, contó desde 1933 con los
encuentros anuales Eranos.
Los psicólogos analíticos han ido dejando una sugerente obra propia que amplía y modifica las
concepciones de Jung. Para situar a estos autores se han propuesto varias clasificaciones. La más
generalizada se debe a Samuels, quien establece tres escuelas o paradigmas que orientan la clínica
y la investigación: clásica, centrada en el sí-mismo, evolutiva, que atiende centralmente al proceso
de individuación, y arquetipal, orientada más bien al juego de los arquetipos. Últimamente, este
autor añade un cuarto grupo, que llama fundamentalista, cuya apelación lo dice todo.
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Entre el inmenso legado de Carl Jung, aquel que ha pasado a la historia por sus teorías y métodos
revolucionarios en el mundo de la psicología, hay un tema que sobresale y ha sido su herencia más
duradera: La Teoría de los Arquetipos.
Jung busca e investiga a los arquetipos en las doctrinas de las tribus primitivas, en las doctrinas
secretas esotéricas, en las religiones, en los mitos y leyendas, en los símbolos del Tarot, en las
imágenes de la Alquimia y muy especialmente en los sueños, en los que se apoya para la
psicoterapia.
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Hay que empezar por decir que Jung pensaba que no venimos al mundo como una tabula rasa, no
venimos ‘en blanco’ como planteaba Freud, el ser humano según Jung, ya nace con información y
ciertas creencias: “no existe una sola idea o concepción esencial que no posea antecedentes
históricos”. Estos antecedentes históricos llegan a nosotros inconscientemente, y otros los vamos
aprendiendo por medio de mitos, leyendas y la experiencia.
Es fácil identificar diferentes tipos de patrones de conducta en los mitos y leyendas de las culturas
antiguas, todas tienden a tener un mismo héroe y trama, tienden, básicamente, a repetirse. Esta
continua repetición de historias con los mismos personajes y el mismo guión es lo que llamamos
Arquetipos.
4.- Psicología y alquimia: Patología de los fenómenos ocultos.
Carl Gustav Jung desde pequeño se manifestó su interés por la metafísica, alquimia, eventos
paranormales, y las tragedias griegas. Aprendió lenguas antiguas como el sánscrito, y así llegó al
conocimiento oriental leyendo los sagrados libros hindúes y practicando el I-Ching.
A pesar de escoger la arqueología como primera opción de carrera, llega la psicología influido por
el famoso neurólogo Kraft-Ebing y los sucesos sobrenaturales de su vida. Sucesos que le llevaron
a escribir su tesis ‘Acerca de la psicología y patología de los llamados fenómenos ocultos’.
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Siendo un fanático de Freud, su sueño era conocerlo, el tan ansiado encuentro se daba en Viena en
1907. Cuenta la leyenda que el impacto que provocó Jung en Freud hizo que éste cancele todas
sus citas del día y así poder continuar la tertulia, la misma que se extendería ¡por 13 horas!
Eventualmente, Freud consideró a Jung su sucesor en el psicoanálisis y su mano derecha.
Generalmente se piensa que Carl Jung fue un discípulo de Freud, craso error, craso error; Jung
sería más cercano a un colaborador y colega, que a un discípulo… Cuando los dos se conocieron,
Jung ya poseía estudios anteriores de psicoanálisis, y sus propias teorías que compartió y debatió
con Freud.
Quizá la mayor diferencia entre los dos fue la forma de definir al inconsciente, para Freud, como
sabemos, se basa en las pulsiones primigenias y aquellas emociones reprimidas del ser humano
cuyo único motor es la energía llamada libido, la cual es exclusivamente de naturaleza sexual.
Jung, por su parte, pensaba que en el inconsciente se encuentra aquello que hace del hombre un
ser creativo y aquello que lo hace buscar el autodesarrollo y su evolución psíquica, admite que la
libido está presente, por supuesto, actuando como una energía creativa y creadora.
Freud divide al aparato psíquico en consciente, preconsciente e inconsciente. Para Jung existe el
inconsciente personal o individual e inconsciente colectivo. Para entender los dos tipos de
inconscientes propuestos por Jung, citaré la forma que él tenía para describirlo:
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La mente consciente es la parte visible de una isla, el inconsciente del individuo es la parte
sumergida de la isla y el inconsciente colectivo, común a todos los seres humanos, es el océano a
su alrededor.
‘El Inconsciente Colectivo, a diferencia del Inconsciente Personal, alberga no solo contenidos de
la experiencia personal sino que se le añaden contenidos referidos a instintos, impulsos naturales
o adquisiciones de orden colectivo, o sea predisposiciones compartidas por toda la humanidad más
allá de la diferencias históricas y culturales.’[11]
Freud habla de tres estadios psíquicos: El Ello, El yo y El superyó. El ‘yo’ actúa como mediador
entre El Ello y Superyó. Mientras Jung identificaba solamente al ‘yo’, debatiéndose entre el
inconsciente personal y el inconsciente colectivo.
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El objetivo del método de Freud era fortalecer al “yo” sobre las otras dos y así desarrollar dos
objetivos limitativos; amar y trabajar. En cambio para Jung el ‘yo’ era algo imperfecto y lo que
buscaba era la evolución del ‘yo’ al ‘self’ (sí mismo), la totalidad, la cumbre del desarrollo psíquico
humano.
Para llegar a este ‘self’, Jung proponía vencer los complejos que poseemos. Complejos que para
Jung eran el origen de toda perturbación mental, y descubrió analizando la mitología ancestral, y
aplicándola a las terapias y los sueños de sus pacientes. Estudiando los complejos encontró que en
la psique existen estructuras y patrones ancestrales que denominó arquetipos, éstos emanan del
inconsciente colectivo. Entre los muchos arquetipos que encontró identificó principales que son:
ánima, ánimus, sombra, persona, sí-mismo (self).
Jung llamó arquetipos a las ideas en común que comparte la humanidad, indistintamente del credo
o cultura; ya sea la creencia en determinados seres mitológicos, o la aberración hacia el incesto,
por citar dos ejemplos.
Los arquetipos vendrían a ser las representaciones milenarias del inconsciente colectivo.
Un arquetipo puede ser ampliamente definido como un tipo de persona o conducta, ya que puede
dividirse en dos subcategorías.
Entre las grandes pasiones de Jung se encontraba el mundo onírico, siempre le llamó la atención
el significado que podría existir en los sueños. Socializaba sus sueños a su familia y amigos pero
jamás encontraba respuesta concreta que le satisfaga. Pasó muchos años presa de este enigma,
hasta que a partir de la Primera Guerra Mundial empezó a anotar sus sueños, fantasías y visiones,
los dibujaba, pintaba y esculpía, todo esto fue recopilado en el ahora famoso Libro Rojo de Jung.
Se dio cuenta que sus experiencias tendían a tomar formas humanas, empezando por un anciano
sabio y su acompañante, una niña pequeña. El anciano sabio evolucionó, a través de varios sueños,
hasta una especie de gurú espiritual. La niña pequeña se convirtió en “anima”, el alma femenina,
que servía como medio de comunicación entre el hombre y los aspectos más profundos de su
inconsciente.
Existe una anécdota, entre muchas, de cómo Jung aprendió a interpretar sus sueños y llegó a
predecir la WW II: Empieza con un duende marrón que apareció como celador de la entrada al
inconsciente. Era “la sombra”, una compañía primitiva del Yo de Jung. Jung soñó que tanto él
como el duende, habían asesinado a la preciosa niña rubia, a la que llamó Siegfried. Para él, esta
escena representaba una precaución con respecto a los peligros del trabajo dirigido solo a obtener
la gloria y el heroísmo que prontamente causaría un gran dolor sobre toda Europa. Este dolor era
la Segunda Guerra Mundial.
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Fue así, como se empezaron a dilucidar para él los arquetipos y el significado de los sueños, y
cómo los arquetipos se comunicaban a través del inconsciente.
Existen ciertas experiencias que demuestran los efectos del inconsciente colectivo más claramente
que otras. La experiencia de amor a primera vista, el déjà vu (el sentimiento de haber estado
anteriormente en la misma situación) y el reconocimiento inmediato de ciertos símbolos y
significados de algunos mitos, se pueden considerar como una conjunción súbita de la realidad
externa e interna del inconsciente colectivo. Otros ejemplos que ilustran con más amplitud la
influencia del inconsciente colectivo son las experiencias creativas compartidas por los artistas y
músicos del mundo en todos los tiempos, o las experiencias espirituales de la mística de todas las
religiones, o los paralelos de los sueños, fantasías, mitologías, cuentos de hadas y la literatura.
Existen ciertas experiencias que demuestran los efectos del inconsciente colectivo más claramente
que otras. La experiencia de amor a primera vista, el déjà vu (el sentimiento de haber estado
anteriormente en la misma situación) y el reconocimiento inmediato de ciertos símbolos y
significados de algunos mitos, se pueden considerar como una conjunción súbita de la realidad
externa e interna del inconsciente colectivo. Otros ejemplos que ilustran con más amplitud la
influencia del inconsciente colectivo son las experiencias creativas compartidas por los artistas y
músicos del mundo en todos los tiempos, o las experiencias espirituales de la mística de todas las
religiones, o los paralelos de los sueños, fantasías, mitologías, cuentos de hadas y la literatura.
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La numinosidad, según Jung, es una cualidad esencial de los arquetipos; aquel carácter sagrado
que poseen, la fuerza, el reconocer en ellos una entidad real. Jung sobre esto, muy poéticamente
diría: “Para los alquimistas [los arquetipos] eran semillas de luz transmitidas en el caos… el
proyecto germinal de un mundo por venir… Uno tendría que concluir a partir de estas visiones
alquímicas que estos arquetipos tienen cierto resplandor, o cuasi-conciencia, y esa numinosidad
contiene luminosidad”
Es por esta numinosidad que Jung trata a los arquetipos y al inconsciente como un ente propio, a
pesar de carecer de forma en sí mismo, actúa como un agente organizador, o un agente del caos,
sobre las cosas que hacemos.
Cabe revisar la capitulación del Psicoanálisis como “crítica cultural” en manos de los
neofreudianos, que han “reorientado” –domesticado– el psicoanálisis “hacia la tradicional
psicología consciente de textura prefreudiana”
La afirmación de Freud en su viaje acerca que en lugar de llevar la salud “les trae la peste”, es una
iluminadora metáfora de los aspectos subversivos de su psicoanálisis. Lamentablemente la
institucionalización ulterior de los grupos psicoanalíticos, incluyendo el de Viena que comanda el
propio Freud, los pone en la antípoda: su quehacer se domestica y se torna funcional a las normas
de la cultura –individualista y neoliberal– y a las condiciones de la sociedad de consumo y los
sistemas políticos conservadores; y su práctica se torna elitista, restringida a los sectores medio-
altos de la población, a esa suerte de intelectualidad neoyorquina. Freud crea una disciplina
heurística, que, como todas ellas, alberga en su seno el germen de su propia consunción. Renuncia
a la demostración de los postulados, reemplazándola por las afirmaciones dogmáticas,
descalificadoras frente a toda disidencia, por la masificación ideológica y el abaratamiento
conceptual y problemático. Los distintos desarrollos post-freudianos retoman y exageran estos
vicios epistemológicos, agregándole un desprecio visceral a cualquier método cuantitativo.
Entre la frase de Freud: “¡No saben qué les traemos la peste…!” y la aceptación de esta disciplina
e incluso su popularización en el contexto cultural de la masa, debida a estos hombres de la segunda
generación de psicoanalistas parecería haber una distancia, un deslizamiento.
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El ataque de Lacan a la Psicología del Yo, no busca adaptar al hombre al american way of life, ni
es una teoría de la libre empresa. Se trata de otro fenómeno. Es un medio dónde el positivismo de
la psicología oficial impregna toda la actividad científica, entonces esta clase de psicología intenta
cumplir con las exigencias propias de éstas demandas.
De una manera o de otra, se trata quizá de un salto, en el que la teoría cedió a las necesidades de
consumo espiritual de esta nueva cultura, por otra parte, un paso estrictamente necesario para la
supervivencia de estos refugiados.
Las diferencias se hacen patentes tras la muerte de Freud. El psicoanálisis se convierte en una
psicoterapia que busca perfeccionarse en su eficiencia. El psicoanalista se convierte en un
especialista médico costoso, más preocupado por el reconocimiento público y las restricciones
sociales, que por el estudio y el avance del desciframiento del Inconsciente. La técnica sufre
transformaciones importantes y se vuelve a insistir en procurar el encuentro del “significado” del
síntoma, alcanzar como meta del análisis, procurar “el crecimiento emocional del paciente”.
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Las tesis mantenidas por los revisionistas neofreudianos han sido blanco de innumerables críticas.
Basta aquí citar la de Herbert Marcuse en Eros y civilización[12], en donde habla de que “la
profunda dimensión del conflicto entre el individuo y su sociedad, entre la estructura instintiva y
el campo de la conciencia fue allanada” por los neofreudianos, que han reorientado el psicoanálisis
“hacia la tradicional psicología consciente de textura prefreudiana”. O la de Theodor W. Adorno,
el cual critica el optimismo de Karen Horney y los neofreudianos, pues el hablar “del costado
luminoso del individuo y de la sociedad, y no del sombrío, es exactamente la ideología
oficialmente admitida y respetable», mientras que Freud, con su biologismo y su pesimismo,
“apunta a la verdad sobre unas relaciones de las que nada se dice”.
Críticas aparte, debe decirse que la obra de Karen Horney[13] está enraizada en una de las
dicotomías originales del psicoanálisis: la de que éste, siendo por una parte una teoría crítica del
individuo y de la sociedad, es, por otra, una terapia individual cuya función es adaptadora. La
misión del psicoanálisis como terapia es la de restituir al individuo, alienado por su neurosis, a la
sociedad.
Ahora bien, Eros y civilización, procura la reconciliación del marxismo con el pensamiento
freudiano, demuestra ya un elemento esencial de la concepción marcusiana de la “sociedad
industrial”. El psicoanálisis nace en plena época “liberal”, en la cual el “desarrollo del individuo
libre” aparece como el motor del desarrollo económico y social. Freud demuestra que “la
compulsión, el rechazo y la renunciación son el material que forma a la personalidad libre”. Como
el joven Marx demostraba que el propio capitalismo estaba enajenado por el dinero. Pero Freud
sólo psicoanalizaba a burgueses, a menudo marginales. Al llegar a Estados Unidos, Marcuse
comprueba que el psicoanálisis, terapéutica liberatoria individual, se ha convertido en factor de
integración: “Mientras el psicoanálisis reconocía que la enfermedad del individuo es, en última
instancia, ocasionada y mantenida por la civilización, la terapéutica psicoanalítica intenta curar al
individuo de manera que pueda continuar actuando como parte de una civilización enferma, sin
capitular completamente ante ella”. La terapéutica es un curso de resignación que “transforma –
decía Freud- la desgracia histérica en desdicha trivial”.[14]
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Finalmente cabe precisar que en las teorizaciones Marcuse (como en las de E. Fromm), el ser
humano es esencialmente un buen salvaje, víctima de estructuras sociales en cuya creación parece
no haber intervenido, ni encontrar ningún beneficio; tan solo el sufrimiento de verse aprisionado e
incapaz de rebelarse contra un sistema social inhumano que le impide, incluso, percibir su
alienación. La represión ha pasado de ser (en Freud) un mecanismo que activa el individuo, con
objeto de evitar un comportamiento propio que supone peligroso para sí mismo, a ser (en los
freudomarxistas) parte de una maquinaria al servicio del orden social.
BIBLIOGRAFÍA
1. Seminarios
E-mail: adolfovrocca@gmail.com
[2] KRACAUER, .Siegfried, De Caligari a Hitler. Una historia psicológica del cine alemán
(1947), Ediciones Paidós Ibérica, S.A.; 1ª ed., 1995.
[3] VÁSQUEZ ROCCA, Adolfo, “Nietzsche y Freud, Negociación, culpa y crueldad: Las
pulsiones y sus destinos, Eros y Thanatos (agresividad y destructividad)”, En Revista
Observaciones Filosóficas – Nº 17 – 2013 – 2014, ISSN 0718-3712,
http://www.observacionesfilosoficas.net/nietzscheyfreud-negociacionculpaycrueldad.htm
[5] NANCY, Jean-Luc, El sentido del Mundo. Ed. La Marca, Buenos Aires Argentina. 2002, p.
77
[6] El mundo es el espacio donde el sentido se compromete o se inventa, más allá de la verdad,
y en consecuencia, más allá de la ´responsabilidad de la verdad` sobre la cual debe desembocar el
proceso analítico.
[7] PRIANTE, Antonio, El silencio de Goethe o la última noche de Arthur Schopenhauer, Ed.
Caoba, Barcelona, 2006
[8] Ibid.
[9] KRACAUER, Siegfried, De Caligari a Hitler. Una historia psicológica del cine alemán,
Barcelona, Paidós, 1985, pp. 78
[10] JUNG, Carl G., El Hombre y Sus Símbolos (1964), Barcelona Ediciones Paidós, 2008
[11] JUNG, Carl Gustav, Los arquetipos y lo inconsciente colectivo, 2010, Obra completa de Carl
Gustav Jung. Volumen 9/1: Die Archetypen und dar kollektive Unbewußte (1933 – 1955),
Traducción Carmen Gauger. Madrid: Editorial Trotta.
[12] MARCUSE, Herbert, “Crítica del revisionismo neofreudiano”, en Eros y civilización, Ed.
Seix Barral; Barcelona, 1968
[14] VÁSQUEZ ROCCA, Adolfo, “La crisis de la noción de sujeto y las psicopatologías del yo”,
En Revista ESPIRAL Nº 38 – Revista de Cultura y Pensamiento Contemporáneo, México, 2012.