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Ernesto Sanabria A.
Agobiados por la incesante difusión de noticias relacionadas con todo tipo de
delitos, los ciudadanos han canalizado su irritación y crítica hacia las
autoridades, repartiendo culpas por parejo a los tres niveles de gobierno.
Incompetentes, rebasados por la delincuencia, incumplidores de sus
compromisos de campaña y decepcionantes, son los calificativos que
asestan a alcaldes, gobernadores y al mismo Presidente, por la incapacidad
de los cuerpos de seguridad y las fuerzas armadas para frenar la ola delictiva
que se ha desatado en todo el país.
No es para menos. Un día sí y otro también, las redes sociales y los medios
de comunicación disparan ráfagas de reportes sobre asesinatos, asaltos,
secuestros, violaciones y un sinfín de hechos delictivos que hace no mucho
tiempo nos parecían ajenos.
Razones hay de sobra para la irritación social y la inconformidad ciudadana;
el estado de indefensión ha calado a tal grado, que niños inocentes y hasta
bebés han sido víctimas mortales de los engendros del mal.
El fenómeno de la inseguridad ha sido exprimido al máximo por los
detractores del gobierno federal, particularmente por los enemigos y
adversarios políticos del presidente Andrés Manuel López Obrador, quienes
le critican con severidad la falta de resultados en esta materia.
Sus cuestionamientos están bien justificados, por supuesto; pero en su afán
de maximizar el golpe mediático y minimizar las acciones emprendidas por
las fuerzas del orden, han cometido exabruptos que los dejan vulnerables
ante la opinión pública pensante y analítica, pues evidencian una subjetividad
que desnuda sus verdaderas intenciones.
Asumen que la inseguridad y la violencia brotaron por generación espontánea
el 1 de diciembre de 2018, pretendiendo hacer creer que en los dos sexenios
anteriores no existiera o al menos fuera mínimo el impacto del crimen
organizado, ni se realizaran ejecuciones, ni se viviera un clima de tensión en
las calles y carreteras del país.
Exigen más vigilancia en las calles, pero rechazan el uso de las fuerzas
armadas para brindar seguridad, poniendo obstáculos a la conformación de
la Guardia Nacional. Peor: critican que en campaña se comprometió a retirar
al Ejército de las calles y que ahora pugna por darles más facultades.
Estas incoherencias revelan que no hay un interés en sumarse a la tarea de
acotar el avance de la delincuencia, sino una tendencia a la mezquindad, a la
polarización y manipulación de las masas para recuperar terreno político,
usando como carne de cañón a las víctimas de los criminales y reduciéndolos
a meras cifras y gráficas alarmistas.
Las estadísticas son claras, frías y contundentes. Ciertamente, el
Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública reconoce
que en los primeros meses de este 2019 se ha incrementado la comisión de
delitos y la inseguridad es mayor que en años anteriores. Negarlo sería faltar
a la verdad y bajo esa condición sería imposible encontrar la salida.
El problema existe y debe buscar la forma de resolverlo. Ahora bien, el punto
neurálgico es cómo solucionarlo y allí es donde patinan los opositores, los
expertos “opinólogos” y líderes sociales identificados con los grupos que
perdieron el poder precisamente por no saber combatir estos males.
Especialistas consultados por el reportero, entre los que destacan sociólogos,
pedagogos, un penalista, psicólogos, analistas políticos y un antropólogo,
coinciden en que el combate a la inseguridad no es un asunto de policías y
ladrones; no aplica la simplista solución de castigar a los delincuentes para
acabar con los delitos, sino que debe verse bajo una visión más compleja en
que la sociedad juega un papel fundamental, como se explica a continuación.