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Una visión utópica de la educación

Somos una especie inherentemente humana, eso seria sencillo decir desde una
perspectiva unidimensional donde el ser conscientes de nuestra existencia nos
define como humanos. Sin embargo, es algo mucho más complejo, la identidad
humana esta expandida en distintas construcciones subjetivas, donde definimos
nuestra existencia a partir de los fenómenos que nos rodean, el cómo los
observamos, integramos e incluso manipulamos a nuestras necesidades
adaptativas, ya sean fisiológicas o superiores. Un ser humano no sabe lo que es
hasta que es expuesto a la presencia de otros seres humanos que validan su
existencia, que lo nombran y lo guían para entender el mundo que lo rodea. La
historia de Tarzan nos presenta la vida de un niño salvaje, criado por primates, y
evidentemente la visión fantasiosa de la historia establece que cuando conoce a
otros humanos, se identifica con ellos y quiere formar parte de ellos. Sin embargo,
si la historia fuera real, a Tarzan le hubiera llegado muy tarde la noticia de que es
humano. Los verdaderos niños salvajes difícilmente logran generar una
consciencia desarrollada que los integre a una sociedad, su comportamiento es
predominantemente instintivo. Bajo esta premisa, no se nace siendo humano, se
aprende a serlo, y la educación es la piedra angular para lograrlo.

Existimos en un tiempo histórico donde la humanidad a institucionalizado la


educación como un derecho humano inalienable. A través de la historia moderna,
diversos pensadores, científicos, pedagogos, psicólogos, etc, han ido
estableciendo metodologías para poder apoderar al ser humano con el
conocimiento, dándole a este una entidad viva, que esta en constante
transformación, y es responsabilidad de todos el permitir que siga ese curso.
Aquel conocimiento científico que no pueda ser cuestionado, es dogmático y
fundamentalista. Por más que una ciencia o conocimiento pueda ser comprobado,
replicado y reafirmado, este siempre va a estar sujeto a un contexto, donde las
limitaciones de su época van a determinar su prevalencia, transformación o
extinción.
Eventos catastróficos como las cruzadas, las guerras mundiales, los imperios, nos
generan una conciencia de que los pensamientos absolutistas, supremacistas y
fundamentalistas, dañan a la humanidad y la deforman, pero al mismo tiempo le
dan la oportunidad de replantearse y reconocer sus errores. No por ello tenemos
momentos históricos como el renacimiento, la ilustración, la posmodernidad.
Siendo optimistas, cada vez somos más críticos como especie, pero se debe
reconocer el camino recorrido para llegar a tal punto, creando consciencia de las
necesidades que la educación presenta hoy en día y para el futuro. De ahí, la obra
de Edgar Morin establece los siete saberes necesarios para la educación del
futuro. Una propuesta, que, a mi parecer, está cargada de existencialismo,
fenomenología, epistemología y pedagogía. Reconociendo al ser humano como
biología, sustancia, esencia, comunidad e individuo.

En el que hacer de un educador, en este caso sexólogo educador, cobramos una


responsabilidad importante en la sociedad, donde a través de los conocimientos
se suma a los seres humanos información que debe ser funcional, integral y
adecuada a las necesidades de la población con la que se trabaje, pero ante de
llegar a eso, es importante una revisión constante de las actitudes que tenemos
hacia los procesos educativos, los temas y conocimientos que se van a tratar. No
podemos ignorar la experiencia humana que nos determina quienes somos, y
estos temas inevitablemente pueden generar cierto sesgo que dificulte la
obtención de un conocimiento útil y veraz.

Bien dicen que errar es de humanos. Oscar Wilde decía "la experiencia no tiene
ningún valor ético. Es simplemente el nombre que los hombres dan a sus errores".
Siguiendo la estructura del libro de Morin, él hace una revisión sobre la función de
los errores como parte de un proceso educativo, el cual puede beneficiar, así
como limitar al mismo. Me hace reflexionar sobre las actitudes que tenemos como
cultura hacia nuestras equivocaciones, que en general me crea la impresión que
difícilmente podemos admitir cuando tenemos errores, debido a que hay
repercusiones por estos mismos. Cuando he trabajado con niños que tienen
dificultades para el aprendizaje, he visto como se quedan paralizados cuando les
señalas un error que tienen, intentando negarlo o invisibilizarlo, como si tuvieran
miedo a que inevitablemente habrá represalias. Reconocer los errores permiten un
cambio de paradigma, donde este deja de ser funcional para explicar la realidad o
las necesidades contextuales nos llevan a buscar otros caminos.

Los paradigmas son una forma de entender cómo funciona el conocimiento


“general”. Cuando existe un paradigma dominante, como el creer que la tierra es
plana, se podía comprobar de manera inmediata simplemente viendo al suelo, la
deducción podría llevarnos a esa respuesta. Sin embargo, la tecnología avanzo, el
humano comenzó a ver más allá del suelo y comenzó a navegar los mares, a
observar el movimiento de los cuerpos celestes, se pudo comprobar que la tierra
tenia una forma esférica, y confirme seguimos acumulando conocimiento,
podemos ir modificando nuestra percepción del propio planeta.

Pero la acumulación de conocimiento puede sesgar nuevamente, haciendo que


podamos acomodar de manera selectiva los saberes para constituir una realidad
endocéntrica o incluso individualizada. Por ello es importante cobrar conciencia
de una conciencia global que permite no anular toda la experiencia acumulada, un
fenómeno no debe ser visto solo por un solo lente. La sexualidad no es la
excepción. Esta debe ser tomada desde lo fisiológico, orgánico, biológico, hasta lo
cultural, social e individual, sin buscar excluir o segregar a nadie por sus
conocimientos. Desde que Masters y Johnson observaron y categorizaron la
respuesta sexual humana, pasando por las modificaciones realizadas por otros
autores, se pudieron determinar fases especificas que se experimentan. Sin
embargo, estas están complementadas por la interpretación subjetiva de la
persona que determina cuales son los estímulos sexuales efectivos que elevan su
respuesta, determinada por las sensaciones y experiencias que el ser humano fue
construyendo a lo largo de su desarrollo sexual. Pasando así por un análisis
contextual de la persona, tomando en cuenta los aspectos globales identificados
en las fases de deseo, excitación, meseta, orgasmo, resolución y periodo
refractario.
Entender que, en la educación sexual, la experiencia humana es esencial para
poder acercarse al fenómeno, esta puede desplegar conocimiento cuantificable,
desde lo estadístico o lo epidemiológico, por mencionar algunos. Pero no se
puede dejar fuera la cultura que rodea al ser humano, y cómo este también es
producto de su mismo contexto, sus creencias e introyectos. Ignorar el hecho que
somos un constructo social, es empoderar la creencia que somos una generación
espontánea.

Por último, otro de los puntos importantes revisados en el libro de Morin, hace una
revisión sobre la perspectiva de la ética del ser humano. Donde la ética se ha
podido independizar de la moral, siendo esta a veces causa de juicios y
fundamentos que limitan al conocimiento. Entendiendo entonces la ética cómo una
búsqueda de la constante mejora de la raza humana, donde esta integre de
manera global todas dimensiones de nuestra construcción cómo especie,
estableciendo la compresión y la democracia como herramientas funcionales para
poder seguir desarrollando los nuevos conocimientos atentos a los contextos. La
democracia siendo una forma de buscar un consenso unánime de todos los
participantes, a diferencia del sistema democrático político que se apuntala hacia
la decisión tomada por una supuesta “mayoría”, excluyendo a los que tienen
diferencias de ideas. En la sexología, a mí entendimiento, se debe buscar que las
personas puedan vivir y expresar su sexualidad de manera libre e informada, con
la finalidad de no violentar las libertades y expresiones de los otros, así cómo
tampoco ser obligado a realizar actos en contra de la voluntad de uno.

Creo firmemente que la educación es la base para cualquier cambio social, para
bien o para mal.

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