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PRÓLOGO
1. LITERATURA por Cristian Vaccarini
2. CLASICISMOS por Claudia Fernández
3. REALISMOS por Fabio Espósito
4. VANGUARDIAS por Enrique Foffani
5. FORMALISMO RUSO/ ESTRUCTURALISMO CHECO
por Miriam Chiani
6. MARXISMO por José Luis de Diego
7. CAMPO LITERARIO por Sergio Pastormerlo
8. IMAGEN DE ESCRITOR por Julia Romero
9. CANON por Malena Botto
10. RECEPCIÓN por Adrián Ferrero
11. REVISTAS LITERARIAS por Roxana Patiño
12. CULTURAS POPULARES por Valeria Sager
13. GÉNEROS DISCURSIVOS por Graciela Goldchluk
14. SEMIÓTICA por María Teresa Dalmasso y Pampa Arán
15. LITERATURA Y CINE por José Miguel Onaindia y Fernando Madedo
16. LITERATURA Y PSICOANÁLISIS por Isabel Suppé
17. POSVANGUARDIAS por Susana Rosano
18. POSTESTRUCTURALISMO por Isabel Alicia Quintana
19. NEOBARROCO por Sonia Bertón
20. ANDROGINIA por Mariano García
21. GÉNERO (GENDER) por Mónica Cohendoz
22. CAMP por José Amícola
GLOSARIO a cargo de María José Punte
LOS AUTORES
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Campo literario
por Sergio Pastormerlo
En la sociología cultural de Pierre Bourdieu las sociedades modernas son concebidas como
conjuntos de campos (artístico, religioso, económico, científico, político, etc.) relativamente
autónomos. Cada campo, producto histórico de un proceso de diferenciación interna a través
del cual se fueron separando distintas esferas de prácticas, se puede pensar como un pequeño
mundo social en el cual se desarrolla un juego particular, con sus leyes específicas. Así, en las
sociedades modernas altamente diferenciadas, el “cosmos social” aparece constituido por un
conjunto de “microcosmos sociales” (los diversos campos) que poseen, entre otras
especificidades, sus propias reglas de funcionamiento, sus propias instituciones y un tipo
específico de capital (poder).
En una perspectiva sincrónica, cada campo social se puede describir como un sistema
de posiciones, cada una de las cuales se define por sus relaciones con otras posiciones. Pensar
en términos de campos, ha insistido Bourdieu, implica adoptar una forma de pensamiento
relacional, característica (aunque no exclusivamente) del estructuralismo (à
Estructuralismo checo; à Postestructuralismo), que abandone la noción de “propiedad
sustantiva” por la de “propiedad relacional”. Un campo social es también un “sistema de
relaciones de fuerza” y un “espacio de luchas”. Una buena manera de definir un campo
consiste en definir qué es lo que allí está en juego, es decir, el capital o poder específico que
se disputa en su interior. En el caso de un campo literario, lo que está en disputa es un capital
simbólico específico (prestigio, reconocimiento o legitimidad literarios), y las luchas que
mantienen entre sí los sujetos e instituciones del campo (escritores, revistas, editoriales, etc.)
están orientadas a su acumulación.
“Campo literario”, “campo artístico” y “campo de producción cultural” forman una
serie de denominaciones conceptuales de extensión creciente en la que las primeras quedan
subsumidas en las últimas. Así, “campo artístico” incluye, además del literario, el campo de
la pintura, de la música, etc. Y “campo de producción cultural”, próximo al concepto
marxista de superestructura (à Marxismo), abarca, junto al campo artístico, el campo
científico, religioso, jurídico, etc. “Campo intelectual”, otro concepto típico de Bourdieu
(especialmente del primer Bourdieu), supone, en cambio, un recorte diferente que no se
puede integrar en la serie anterior. Como se ve, los campos son realidades empíricas pero
también construcciones teóricas.47 ¿Cómo podemos reconocer la presencia empírica de un
campo y cómo se articulan entre sí los diferentes campos sociales? Son preguntas que
Bourdieu ha respondido cautelosamente o ha preferido, incluso, no responder (Bourdieu y
Wacquant 1995: 66-67, 72-73).
Los conceptos de “campo” y “autonomía” resultan indisociables: no hay campo sin un
cierto grado de autonomía que permita reconocerlo como una zona social diferenciada. En
una perspectiva histórica, un campo literario conquista su autonomía y se constituye como tal
a medida que va creando sus propias instituciones y autoridades, con sus criterios de
selección y consagración específicos. O, invirtiendo la formulación, un campo literario se
constituye como tal en tanto se libera de aquellas instancias de poder o autoridades externas e
inespecíficas (Estado, Iglesia, clase dominante) que legislaban en materia de literatura.
Cuando la producción literaria debe pasar por la censura estatal o eclesiástica, los Estados o
las Iglesias actúan, al igual que las casas editoriales, como instancias de selección que
deciden qué textos se vuelven públicos y qué textos se mantienen inéditos –o clandestinos.
No obstante, las editoriales, a diferencia del poder estatal o eclesiástico, son instituciones
específicas (y en muchos casos, notablemente autónomas respecto de las reglas específicas
del mercado, orientadas a maximizar los beneficios económicos) del campo intelectual.
El concepto de “campo literario” es una respuesta metodológica al problema de la
mediación, una cuestión central en el análisis de las relaciones entre literatura y sociedad.
Una acusación común contra las sociologías literarias fue la de olvidar la especificidad de las
prácticas literarias al poner directamente en contacto (sin mediaciones) lo literario y lo social.
En esa línea, la literatura pudo ser pensada en términos de “reflejo” de la sociedad
considerada en su conjunto, y la clase social de origen de un escritor, por ejemplo, pudo
servir para explicar las particularidades de su posición en tanto escritor o sus obras. Contra
47
Otro concepto fundamental en su sociología, “campo del poder”, ejemplifica quizá aun mejor la afirmación.
A diferencia de los campos que se definen por sus prácticas y capitales específicos (campo literario, campo
científico, etc.), el campo del poder es el espacio de relaciones de fuerza o lugar de luchas entre “agentes”
(individuos) e instituciones que tienen en común la posesión de los capitales necesarios para ocupar
posiciones dominantes en los diversos campos. El primer paso metodológico de una investigación sobre el
campo literario consiste en determinar su posición dentro del campo del poder.
estas simplificaciones, el concepto de “campo literario” viene a recordar que escritores como
Baudelaire o Flaubert pertenecieron a la sociedad francesa de mediados del siglo XIX, pero
habitaron también y ante todo un mundo social más reducido y específico integrado por otros
escritores, críticos, editores e instituciones propias de esa zona social diferenciada y ya
provista para entonces de un importante grado de autonomía. Aunque un campo literario
posea un alto nivel de autonomía, las determinaciones sociales externas nunca dejan de
gravitar en su interior, pero de un modo indirecto: son “refractadas” (y no “reflejadas”) por la
lógica específica del campo, y el “desvío” o “traducción” que sufren las determinaciones será
mayor cuanto mayor sea el nivel de autonomía, históricamente variable y no necesariamente
creciente, de ese campo.
El concepto de “autonomización” puede referirse al proceso histórico a través del cual
un campo conquistó y consolidó su autonomía. Pero “autonomización” puede designar
también la decisión metodológica de otorgar autonomía a un objeto de análisis. Esta decisión
puede estar o no en correspondencia con el grado de autonomía que ese objeto efectivamente
tuvo según su ubicación histórica o su posición en el campo literario, donde la autonomía no
es una propiedad distribuida uniformemente. La eficacia explicativa del análisis, por lo tanto,
dependerá de esa correspondencia. La lectura de la poesía gauchesca (en especial, la llamada
“primitiva gauchesca” –desde Hidalgo hasta el Ascasubi de Paulino Lucero) como literatura
autónoma es una lectura desde luego posible y en algún grado productiva, pero en tanto
prescinda de las fuertes e inmediatas relaciones que el género tuvo entonces con la historia
política contemporánea su capacidad explicativa debería verse limitada. Por el contrario, una
lectura que buscara en la historia política las principales y más pertinentes determinaciones
explicativas de la literatura de Borges, un escritor autónomo en un campo literario que
alcanzó su más alto grado de autonomía, tropezaría con las mismas, aunque invertidas,
limitaciones.
48
La traducción me pertenece.
de una autoridad capaz de actuar como un tribunal de última instancia en litigios de
legitimidad cultural.
Similares razones parecen haber conducido a Raymond Williams a subrayar, en el
marco de sus reflexiones sobre el concepto gramsciano de *“hegemonía”, la distinción
entre “instituciones” y “formaciones” (1980: 138-139). Para Williams, una sociología de la
cultura basada en el estudio exclusivo de “instituciones formales” implicaba “el peligro de
pasar por alto casos importantes en los que la organización cultural no ha sido, en ningún
sentido corriente, institucional” (1994: 33). Esta perspectiva dejaba en el olvido fenómenos
específicos de la vida intelectual y artística, como las “formaciones” (“movimientos”,
“escuelas”, “círculos”), que “en las sociedades desarrolladas complejas, a diferencia de las
instituciones, tienen un papel cada vez más importante” (1980: 142) [à Revistas
literarias].
A fortiori, Bourdieu ha rechazado, coincidiendo también en este punto con
Williams, el concepto de “aparato ideológico estatal” de Louis Althusser, un conjunto de
instituciones pertenecientes en su mayor parte a la esfera privada (Iglesias, familias, medios
de comunicación, etc., pero especialmente el sistema escolar) que, junto al aparato
represivo estatal (policía, tribunales, cárceles), aseguraría la “reproducción de las relaciones
de producción” (Althusser 1974: 121-129). En Bourdieu, la aplicación de este concepto
quedó restringida al estado “patológico” y relativamente excepcional de un campo. Si un
campo supone luchas orientadas a lograr un monopolio del poder que casi nunca se alcanza,
un aparato resulta ser una estructura rigurosamente jerarquizada, con autoridades que
obtienen efectivamente ese monopolio y establecen relaciones de dominación donde los
dominados no tienen posibilidad de resistencia. Un aparato sería así un campo “enfermo” en
el que ya no hay luchas y, por lo tanto, no hay historia. “Solamente puede haber historia
mientras los individuos se rebelen, se resistan y reaccionen” (1995: 68).
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