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Una semilla tiene en sí misma, todo lo necesario para desarrollar una planta
exactamente igual a su progenitora. Lleva en su genética, las características de
su especie, y está programada a desarrollar un espécimen que, a lo largo de
cierto tiempo, dará como producto final, un adulto listo para reproducirse.
Otro principio de la creación es que toda vida de cada reino nace, se reproduce
y sostiene, de acuerdo a las leyes que lo gobiernan. Las plantas en su conexión
directa con la tierra, tienen su desarrollo y crecimiento natural, al tomar en cuenta
las relaciones y funciones que cumplen en la naturaleza. Cada uno fue colocado
con propósito, no están por casualidad, ni están por demás.
Es por eso que Dios, nos dio la oportunidad renacer de su semilla incorruptible,
y nos hizo participantes de su naturaleza divina, para que podamos entrar a su
reino y de forma natural crecer y desarrollar la vida que el quiere en la nuestra.
Esta acción transformadora es obra de Dios y no el resultado de nuestro propio
esfuerzo.
Para entender estas realidades y principios es imprescindible un cambio;
debemos renovar nuestro entendimiento para cambiar nuestra forma de vivir. La
Biblia, dice en la carta a los Romanos 12:2, “No os conforméis a este siglo, sino
transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que
comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta”, nuestra
forma de pensar influye en nuestro rumbo y nuestras acciones construyendo
fortalezas por pensamientos que hemos heredado desde nuestro ambiente,
cultura, familia, y demás situaciones que formaron nuestra mentalidad.