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UNIVERSIDAD AUTÓNOMA DE SINALOA

FACULTAD DE HISTORIA
MAESTRÍA EN HISTORIA

ENSAYO FINAL DEL SEMINARIO:


HISTORIA E HISTORIOGRAFÍA REGIONAL

HISTORIA REGIONAL Y PRENSA POLÍTICA. UN PRIMER ACERCAMIENTO.

PRESENTADO A:

FÉLIX BRITO RODRÍGUEZ

PRESENTADO POR:

ANDERSON PAUL GIL PÉREZ

Culiacán, Sinaloa, Agosto 30 de 2018.


HISTORIA REGIONAL Y PRENSA POLÍTICA. UN PRIMER ACERCAMIENTO.

1. Introducción

El presente trabajo nos pone de presente en una relación historiográfica que

consideramos posible, la cual se establece en el cruce de la historia regional y el uso

de la prensa política como fuente de investigación. Se trata de explorar en qué

medida la perspectiva de la comunicación que ofrecen los medios impresos pueden

ayudarnos a interpretar procesos históricos del nivel regional, para lo cual se parte

de la consideración que la región bien sea como tema de estudio o como adjetivo de

la historia, es una construcción teórica y empírica que depende del investigador, es

de esa forma como lo plantean en términos generales los autores que han

reflexionado sobre la historia regional.

Para profundizar en el objeto de este trabajo, en primer lugar, esbozamos las

discusiones alrededor de la historia regional, el surgimiento de este campo de

estudios y algunas posturas con respecto a su fundamentación teórica; y, en un

segundo momento, ofrecemos una mirada al tema de la prensa política partiendo de

los señalamiento de algunos autores acerca de sus ventajas investigativas.

Entrando en materia, la historia regional es una forma de conocer el pasado que tiene

plena vigencia. Los historiadores han buscado establecer un estatuto epistemológico

de este campo de estudios, instituir su objeto, sus límites y especialmente definir y

explicar su concepto fundamental: la región. ¿Qué es una región? fue la pregunta

fundadora que luego dio paso a otros cuestionamientos del tenor de ¿cómo se

construye la región?, ¿qué papel juega el espacio geográfico en la región?, ¿cómo

se configura una región desde los elementos simbólicos y culturales? o más bien
¿hay regiones geográficas, políticas, culturales y económicas?, se trata de preguntas

que ejemplifican la infinidad de inquietudes que despierta la historia regional en

quienes la practican; pero estas incertidumbres por la historia regional son

posteriores a su puesta en escena investigativa, es decir, primero se hizo historia

regional y después se reflexionó sobre su sentido (Serrano, 2009).

La práctica de la historia regional se conecta con el surgimiento de las academias de

historia nacionales, por ejemplo, en 1893 en Argentina, 1902 en Colombia, 1905 en

Perú, 1911 en Chile, 1916 en México, entre otras, que se dedicaron a la historia de

bronce, al cuidado de los monumentos, la orientación de la enseñanza oficial de la

historia, la reivindicación de los próceres independentistas, entre otras actividades

como la promoción en las regiones de centros de historia correspondientes en los

que se agruparon humanistas (literatos, cronistas, periodistas, abogados, médicos,

etc.) que tuvieron como preocupación central la historia de sus regiones (pueblos,

ciudades y departamentos-estados). Aunque estos historiadores “empíricos” de lo

regional también ejercieron la historia política-tradicional, se les reconoce porque

diseminaron las semillas de los estudios históricos regionales que vendrían

posteriormente (Betancourt, 2007; Serrano, 2009).

La historia regional profesional surge desde mediados de los años setentas en

América Latina, en algunos países como México y Argentina tiene un desarrollo más

acelerado y en otros como Colombia fue más tardía, hacía los años ochenta, lo que

se entiende porque el periplo de la historia regional está conectado con los procesos

de institucionalización y profesionalización de la Historia, creación de licenciaturas,

institución de escuelas y facultades, y más tarde, aparición de posgrados de historia,

que en el continente se dieron de manera dispar; pero también con el ámbito de la


investigación influido de manera heterogénea por la historiografía francesa e inglesa

durante los sesenta y setenta, y estadounidense e italiana en los ochenta y noventa,

con lo que las perspectivas micro, locales y de reducción de escala tomaron fuerza

(Batancourt, 2007).

Tampoco se puede olvidar que la consolidación de la antropología cultural contribuyó

para que los enfoques regionales donde la profundidad es necesaria adquirieran

mayor relevancia, lo mismo que campos de estudios como el desarrollo regional y

rural, las metodologías de investigación etnográficas y de investigación, acción y

participación, etc.

La historia regional adquirió rápida connotación, entre otras causas, porque muchas

veces remite a elementos emotivos, usualmente se trata de historias hechas por

personas oriundas de los lugares que investigan o cercanas a ellos, con lo que tiene

un sentido reflexivo, dicho en un sentido metafórico muchas veces el historiador

regional termina encontrándose cuando indaga por el pasado de su región o su

localidad, tal vez por eso la historia regional siempre aparece tan interesante ante los

lectores, porque es la representación de un pasado colorido y dinámico, incluso en

aquellas historias de élites políticas o de empresarios e industriales hay un trasfondo

histórico que converge en la ciudad, en la ciudadanía, en la respuesta frente a ¿cómo

llegamos a ser lo que somos?, y ni que hablar de la historia de la ciudad o de los

barrios. El historiador colombiano Jhon Jaime Correa Ramírez, siempre menciona en

sus clases universitarias, por ejemplo, que una vez se jubile hará la historia de San

Roque, Antioquia, porque es el pueblo de su mamá.

Otra causa de la popularidad de la historia regional es lo que Germán Colmenares

llamó la descentralización de las fuentes, que no es más que investigar con los
archivos más próximos, las parroquias, los municipios (ayuntamientos),

gobernaciones, juzgados municipales, periódicos locales y regionales, etc., lo que

no sólo permite romper las barreras económicas de consultar archivos en las

capitales sino que además aporta nuevas miradas a procesos políticos, sociales y

culturales, que contados –únicamente– desde el centro político son completamente

monocromáticos y homogenizantes porque se olvidan de los matices que advierte

de la diversidad.

Ahora, es visible que la historia regional tiene una acogida importante en

Latinoamérica y convive con “las nuevas” historias (política, cultural, social-

económica, ambiental), pero el hecho mismo de que sea un tipo de historia muy

desarrollado no es razón para evadir las discusiones que se presentan con respecto

a su fundamentación. Una mirada panorámica a los debates que suscita, si bien no

permite acotar la discusión, si es un buen punto de partida para reflexionar sobre las

prácticas historiográficas, considerando un diálogo con las Ciencias Sociales.

La historia regional: objeto (s) de estudio y construcción de una categoría.

Luis González fue un historiador muy pragmático en sus planteamientos, su

argumentación no estuvo revestida de adornos ni aseveraciones complejas para

demostrar conocimiento y por ello al preguntarse por la historia regional planteó la

relación entre el terruño, la microhistoria y las ciencias sociales. Su obra icónica

sobre San José de Gracia es considerada un ejemplo de historia regional-local y de

microhistoria, incluso se dice que inauguró el estilo de la microhistoria mexicana.

Para González (1991) el terruño está conectado con la historia regional, lo definió

como lo pequeño, el pueblo, lo local, el espacio de la “matria” para diferenciarse de

la patria, la nación, el país. Los terruños son pequeños y pueden convivir en una
región, tienen límites administrativos y políticos e históricamente han contado con el

liderazgo de un caique o caudillo, y tienen en la parroquia el espacio céntrico de las

dinámicas sociales y las prácticas culturales. Cómo estudiar entonces el terruño,

para González la respuesta está en la microhistoria.

La microhistoria es presentada por González como el método adecuado para

estudiar las “matrias”, los terruños, al señalar que “el término microhistoria habrá que

reservarlo para el estudio histórico que se haga de terruños” (1991, p. 27), agregando

que es un método de historia que se apoya de la historia contada por los viejos,

cargada de recuerdos, que registra las emociones y no necesariamente las razones,

las microhistorias del terruño “emanan del amor a las raíces, del amor a la madre” (p.

27-28). La microhistoria se enfoca en lo particular, en los matices, evita las síntesis,

es la “aguafiestas de las falsas generalizaciones” y en esa medida aporta

especificidad a las Ciencias Sociales (p. 31). En ese sentido, González no se

preocupó por construir una epistemología de la región o una conceptualización de la

microhistoria, optó, más bien, por dotar de significados esas nociones pero con base

en los datos empíricos de los procesos estudiados.

Por su parte, Sergio Ortega (1993) considera que el primer problema que enfrenta la

historia regional es su delimitación, que se soluciona con la elección que hace el

investigador con fundamento académico; para Ortega hay una necesidad

metodológica de “conservar la correlación entre el proceso histórico estudiado y el

espacio físico donde dicho proceso se llevó acabo” (p. 9), lo que puede evitar las

generalizaciones inadecuadas pero además advierte que el estudio de la historia

regional aunque tiene relación directa con el espacio no es éste sino las sociedades

regionales, las comunidades, los procesos sociales y políticos que se dan en el


espacio regional previamente delimitado (p. 10); que el autor puntualizó en dos

consecuencias:

“La primera consecuencia es que para el historiador la región es una realidad


cambiante, porque a lo largo del tiempo cambia la sociedad ahí asentada. La
segunda consecuencia es que la identificación de una región no depende
tanto de las características geográficas del territorio, como de las
características sociales de los grupos humanos que viven en esa región”
(Ortega, 1993, p. 10).1

Si bien entre González (1991) y Ortega (1993) hay cierta consonancia, una postura

mucho más compleja fue la planteada por Eric Van Young (1991) alrededor de la

historia regional como un problema en Latinoamérica que si debía ser

conceptualizado. Van Young advirtió la poca discusión de la historia regional en

México y América Latina hasta los años ochenta, a pesar que si se mantenían otros

debates teóricos. Este autor esgrimió tres razones por las que se debe definir la

región de estudio: primera, porque si no se establece cuál es la región será muy

complicado arrojar conclusiones y se pueden estudiar de manera equivocada los

fenómenos sociales; segunda, porque no se pueden hacer comparaciones mientras

no se definan las variables regionales, y tercera, porque hacerlo permite superar la

descripción de hechos y documentos y avanzar en la explicación de los cambios

regionales en el tiempo (1991, p. 99-102).

La definición de Van Young (1991) –que tanto eco ha tenido en el continente– es que

las regiones son como el amor, difícil de describir pero se conoce cuando se ve, a lo

que sumó –una frase que se volvió un comodín historiográfico– “las regiones son

1
En el plano operativo, Ortega (1993) definió su región de estudio como el Noroeste de México compuesto
por los estados de Sinaloa, Sonora, Baja California y Baja California Sur, a los que sumó la parte meridional de
Arizona y parte California (EEUU) para los periodos que fueron parte de México; la temporalidad de estudio
fue de 1530 a 1880.
hipótesis por demostrar, cuando escribimos historia regional, estamos tratando de

hacer justamente eso, antes que describir entidades previas” (p. 101). Su propuesta

refirió la región como una espacialización de las relaciones económicas en un

espacio geográfico delimitado por una frontera establecida en razón de interacciones

próximas en contraste con otras más lejanas (p. 102).

Van Young (1991) propone varios aspectos para una teoría de la región, dos tienen

que ver con el fundamento por el que se debe considerar la región como válida para

la historia, en especial la de México, y dos con la forma de conceptualizar las

regiones. En primer término, para Van Young, hay una razón empírica que tiene que

ver con los marcos de la naturaleza, el espacio real, físico, geográfico pero además

con los elementos simbólicos del mismo y sus representaciones (p. 103), la segunda

razón es teórica y tiene que ver con que la región posibilita llevar la tensión entre lo

general y lo particular al validar la perspectiva micro y macro histórica (p. 103).

Asimismo, en el orden conceptual es muy relevante la tipología de regiones que

propone, la solar también conocida como “olla de presión” y la dendrítica o “embudo”,

la primera consiste en los espacios regionales donde existe un claro poderío y

jerarquización económico de una ciudad (o polo de desarrollo urbano) frente a las

otras, lo que genera un espacio “relativamente complejo y polarizado” con “una

proliferación y complicación de estructuras internas” en el tiempo; entre tanto, la

segunda es aquella donde hay un bajo grado de polarización espacial pero más

diferenciación de clases sociales (Van Young, 1991, p. 106-107).

En una línea similar, Pedro Pérez Herrero (1991) profundiza en los dos tipos de

región, dendrítica y solar. El esquema dendrítico se caracteriza por “una atrofia de

los lazos mercantiles interregionales internos, una falta de jerarquización interna


urbana…un alto grado de concentración de la riqueza y una simplificación del

sistema social de estratificación” (p. 208); y, el esquema solar se caracteriza “por la

constitución de un espacio polarizado, con una relativa complejidad en la

jerarquización urbana y en la estructura social” (p. 210).

No hace falta hacer una valoración o inventariar las diversas posturas acerca de lo

conceptual que se han presentado entre la década de los ochenta, noventa y los

primeros años del nuevo siglo, porque hay una coincidencia en por lo menos tres

aspectos, primero, es necesario y pertinente profundizar en las discusiones acerca

de la historia regional, no porque se ponga en cuestión si su práctica es pertinente

sino porque se debe considerar una aptitud reflexiva en el oficio del historiador;

segundo, la región en tanto que concepto de las ciencias sociales y la historia implica

una definición que se da según el interés del investigador, es arbitrario hasta cierto

punto porque su delimitación debe fundarse en lógicas geográfica aunadas a

relaciones económicas, culturales, políticas e históricas; y tercero, son dos las

tipologías de región, la solar y la dendrítica, que sirven como punto de partida para

complejizar el espacio que se quiere estudiar, sin embargo, cada investigador

apuesta por una mirada interdisciplinaria en relación a sus necesidades,

estableciendo diálogos con el desarrollo urbano, la economía, la política, etc, que le

permiten delimitar la región de estudio mucho más.

Un ejemplo, muy importante, de lo anterior, se encuentra en la perspectiva de

Rigoberto Román (2002), quien parte de la ambigüedad de criterios para definir la

región atendiendo a las necesidades de cada disciplina, lo que hace que la región no

sea un concepto univoco (p. 145). El análisis de Román (2002) trasciende hacía un

modelo del estudio de la región apoyado en las teorías “polos de crecimiento” y


“economía política de análisis regional”, en un claro ejemplo de cómo se configura

una región a partir de los prestamos disciplinares. Román (2002) advierte claramente

que lo busca no es fusionar las dos teorías sino tomar prestado de cada una los

elementos que le son funcionales a su investigación. De la teoría de los “polos de

crecimiento” toma los conceptos de “polos de crecimiento, industria motriz, jerarquía

y región de influencia”, aclarando que se trata de construir una hipótesis verificable a

través de la investigación histórica con datos empíricos (p.167). Al final Román

(2002) estima conveniente proponer su definición de región para el estudio de la

economía en el sur de Sinaloa, así:

“…la región es un espacio geográfico integrado por elementos naturales y


sociales, producto de una historia común, interrelacionados en torno a un
polo de crecimiento que controla la actividad motriz vinculada al mercado
externo y que establece una jerarquía económica, política y social sobre
su área complementaria, cuyos límites y desarrollo varían en el tiempo, y que
depende también de la influencia de la política económica” (Román, 2002, p.
170).

Desde otra perspectiva, Amando Martínez Garnica (2004) se pregunta si la historia

regional puede continuar existiendo, dado que hace las veces de un receptáculo en

el que los historiadores incluyen según sea su interés distintos elementos, es decir,

un “concepto vacío”. Martínez sugiere que el asunto no es reemplazar el concepto de

región por otros como territorio o territorialidad, porque en efecto, la génisis misma

de la historia regional fue la toma prestada del concepto “región” de los planificadores

del desarrollo, se trata entonces de reconocer las dimensiones espaciales que se

constituyen en cada época, por ejemplo, asevera el autor, en la colonia no se habla

de regiones porque en los documentos no se encuentra esta palabra, como tampoco

se encuentra en la documentación contemporánea el de villa (2004, p. 162).


Más adelante, Martínez (2009) explora la conceptualización de los espacios a partir

de los límites impuestos por los regímenes políticos en América desde la

organización en reinos, pasando por provincias, villas, etc., para avanzar hacía

departamentos, estados y municipios, durante el último siglo y medio de vida

republicana, tomando como fundamento la sociología de los regímenes de Fred

Spier y Norbert Elías (p. 45).

Miremos una última propuesta, la realizada por Rony Viales (2010) de la Universidad

de Costa Rica. Viales (2010) avanza desde una noción simple de la región entendida

como “una construcción social e histórica ubicada en un espacio… un espacio

medio, menos extenso…” (p. 160). Se suma a las posturas de otros autores en

cuanto a la formación dinámica y móvil de la región cuando advierte que “la región

es una realidad cambiante” que se configura a partir de “la dinámica socioeconómica”

(p. 160). Complejiza su visión al señalar que al menos cinco categorías intervienen

en la definición de la región, la escala, la temporalidad, el área o transárea, los

actores y las actrices, y las subjetividades (p. 164).

Para Viales (2010) además de las categorías de lo regional, este tipo de historia debe

abordar temas como las políticas del estado hacia las regiones, las migraciones, la

estructura y tenencia de la tierra, los cambios en el uso del suelo, las vías de

comunicación, la composición demográfica y étnica de la población, la estructura

socio-ocupacional, la cultura popular y de élite, la democracia regional, y el desarrollo

regional (p. 165), entre muchos otros temas; los cuales además deben ser

problematizados en una relación local-regional, regional-nacional, regional-

transfronterizo, regional-global (p. 166). Asimismo, con base en las teorías de Hettne,
Viales (2010) arguye que la consolidación de una región puede pasar por varios

niveles, espacio regional, complejo regional y sociedad regional (p. 168).

De la amalgama de elementos que expone Viales (2010), puntualiza en su mirada de

región desde el análisis de dos componentes, el micro-estructural y el (de)

constructivista, en el primero enmarca elementos estructurales como el estado, el

mercado, la sociedad y la cultura; en el segundo, la dinámica institucional, las

identidades regionales, las territorialidades, límites y fronteras (p. 169). Aunque

Viales (2010) intenta delimitar y esquematizar la región, al final termina advirtiendo

igual que los demás autores, el carácter diverso de la idea de región, así:

“… pueden existir diferentes niveles de conformación regional: puede


tratarse de una región socioeconómica, de una región ecológica, de una
región institucionalizada o de una región imaginada, pero la conformación
regional solamente es completa cuando se imbrican todos los niveles, desde
la base económica y territorial hasta la cultura y la identidad regionales,
y siempre se tendrá como telón de fondo la dimensión relacional entre
lo local ↔ regional ↔ nacional ↔ fronterizo ↔ transnacional ↔ global” (Viales,
2010, p. 169).

La prensa, elementos iniciales

En la historiografía contemporánea se asume que el estudio de la prensa ofrece

como mínimo dos posibilidades, la primera es el estudio de la prensa como objeto en

sí misma, es decir, el análisis de los periódicos, sus formas de producción (escritura,

edición, impresión y circulación), las empresas periodísticas como organizaciones

en un libre mercado, las ideologías que influyen en el medio y sus periodistas; y

segunda, la prensa como fuente para el estudio de temas particulares, es decir, un

periodo histórico o proceso social visto y analizado desde las páginas periodísticas,

para revisar cómo la prensa construye opinión pública y cómo representa su versión
de la realidad (Del Palacio, 2006); en ambos casos, la perspectiva regional constituye

un matiz que debe ser tomado en cuenta, no es lo mismo revisar al detalle los

periódicos de la región que mirar los impresos nacionales.

Estudiar la prensa implica transitar hacia la comprensión de las sociedades mismas

y de las formas cómo construyen sus propias representaciones (en el presente y en

el pasado). La prensa siempre ha estado articulada con el devenir social y el contexto

histórico en que se desarrolla como empresa de comunicación. Dicha articulación

con su contexto es la característica que le permite ser considerada como un actor

social, político y cultural vinculado con los eventos de mayor relevancia (Kircher,

2005).

La historiadora Luz Ángela Núñez (2006), subraya que los periódicos y la lectura que

de ellos haga el investigador debe superar la búsqueda de acciones individuales o

de verificación de acontecimientos, porque la prensa supone ir más allá y

comprender los procesos de interacción en los que “se crea una cultura política

particular, que involucra mentalidades colectivas, ideologías políticas, prácticas

sociales, lenguajes, formas de organización, y referentes sociales y simbólicos”.

Apoyados en Núñez podemos reiterar la visión de la prensa como un actor social. No

se trata de una consideración que se hace visible una y otra vez sin análisis, por el

contrario, complejiza el lugar que la misma prensa puede ocupar como fuente de

investigación. La propuesta que se pone sobre la mesa ubica a la prensa como actor

de diferentes épocas, sí, pero también como fuente de diferentes tipos de historia, ya

no es una fuente exclusiva de la historia política tradicional, utilizada para

“corroborar” lo dicho por las fuentes “serias”, ahora puede transitar perfectamente
por la nueva historia política, la historia social y la historia cultural, e incluso, puede

hablarse de la historia de la prensa y de los historiadores de la prensa (Núñez, 2006).

La prensa es mucho más que un medio comunicativo e informativo, para la

investigación histórica es un actor social y político determinante en la formación de

la cultura y la opinión pública, porque a su vez es un espacio vital para la construcción

de representaciones sociales. Con razón, las preguntas que se le efectúan a la

prensa como fuente de investigación pueden ampliar su marco de posibilidades. La

prensa permite comprender las lógicas o el espíritu de una época; los intereses de

los actores sociales; las transformaciones institucionales del Estado y sus entidades

descentralizadas; las continuidades y rupturas políticas; los discursos que marcan

las ideologías de cada periodo con sus matices de pensamiento; los movimientos

sociales y de resistencia con sus repertorios y demandas; las violencias, los actores

insurgentes y los procesos de negociación pacífica; las formas organizativas

partidistas para las dinámicas electorales; la formación de la opinión pública, y

también, la formación de públicos lectores particulares; entre muchos otros temas

(Del Palacio, 2010; Sánchez, 2012; Hernández, 2017; Sánchez y Gil, 2018).

Una gama tan amplia de posibles temas de investigación conlleva a revitalizar la

disciplina histórica, como también a fortalecer el campo de estudios históricos de la

prensa. Es importante tener presente que en cada uno de los hipotéticos procesos

históricos que se pueden estudiar, los periódicos pueden ser indagados en su

postura, en la manera cómo legitiman o contradicen los discursos de los demás

actores sociales, pero también como medios comunicativos (Acevedo y Correa,

2016, p. 221).
Muy en línea de lo que sostiene el historiador Sergio Arturo Sánchez Parra, en cuanto

que la prensa y su estudio tiene unos roles específicos como lo son: “a) formar

opinión pública, b) crear representaciones sociales, c) forjar lazos de identidad-

lealtad política y d) atacar a los enemigos políticos” (Sánchez, 2012, p. 102). Además,

porque con el estudio de la prensa se asiste a la indagación por la formación de la

opinión pública y los intereses con que los diarios informan en el día a día (Sánchez,

2016, p. 55). Partiendo, a su vez, de la aceptación que los periódicos buscan con su

“trafico noticioso” influir “en la conducta de los individuos” llevándolos a tomar

determinadas posiciones frente a los problemas que “aquejan o marcan el destino de

una comunidad” (Sánchez, 2016, p. 103).

En este sentido, Sánchez se encuentra en concordancia con la historiadora argentina

Mirta Kircher cuando sostiene que “la prensa, en tanto vidriera pública, se convierte

en un lugar inestimable para pensar la política y la sociedad”, pero adicionalmente,

para comprender que la prensa está inmersa “en un campo de relaciones que

involucra poderes, actores, fuerzas políticas, y en la producción y puesta en

circulación de temas y argumentos destinados a intervenir en el debate político y

cultural” y por lo tanto, la prensa es entonces, también, y especialmente, “una fuente

primordial para el estudio del proceso de configuración de las ideas políticas a partir

de las formas discursivas del pensamiento” (Kircher, 2005, p. 116).

El poder político en las regiones y en la forma como los espacios de poder se

configuran a partir de la movilización de discursos y manifestaciones simbólicas de

identidad, también está dentro del abanico de posibilidades de la prensa. De ahí que

pueda decirse que la prensa tiene una condición tripartita: empresa periodística,

actor social y fuente de investigación (Gil, 2018; Gil y Correa, 2018).


Con la prensa como fuente de investigación es válido retomar las palabras del

lingüista Teun Van Dijk (2004) en el sentido que las formas de controlar la mente son

diversas, pero en casi todas “necesitamos del discurso, y más generalmente de

medios simbólicos o semióticos… necesitamos palabras, textos, muestras de habla

e imágenes” para que las personas construyamos nuestra visión/interpretación sobre

la realidad, o las múltiples y posibles realidades (p. 19).

Conclusiones

Se pueden presentar dos formas de indagar por la relación entre prensa e historia

regional, en ambas es importante la configuración y delimitación de la región de

estudio. En la primera se puede estudiar la región a través de las páginas de los

diarios locales, estatales y regionales, para comprender, por ejemplo, cómo se

construyó la opinión pública sobre procesos del ámbito nacional pero desde una

perspectiva local, también para dilucidar las propias etapas del desarrollo histórico

de los municipios o pueblos, las cuales muchas veces no están articuladas con los

grandes momentos del devenir nacional. En este sentido, la prensa sería una fuente

de investigación de la historia regional, que dotaría de discursos, opiniones, noticias

e imágenes a la investigación histórica.

La segunda forma sería estudiar propiamente los diarios regionales, partiendo de que

son actores políticos, construir su historia, desarrollo y participación en la esfera

pública; desde este enfoque no hay que ver solamente la manera en qué

representaron lo social o lo político, sino entender que los diarios tienen un contexto

en el cual se explican y una historicidad que debe y puede ser analizada. Hay algunos

diarios que por su trascendencia ameritan una historia particular, un ejemplo fue

publicado hace poco por Burkholder (2016) en el que se hace la historia de Excélsior.
Desde una perspectiva local, el trabajo de Ontiveros (2017) es una muestra de que

la prensa regional puede ser estudiada en su conjunto, como objeto de análisis, y no

solamente para rastrear lo que presenta. Desde esta visión, la prensa deja de ser

exclusivamente una fuente de investigación y se convierte en el objeto de interés de

la historia.
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Geopolíticas, 1(1), 157-172.

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