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(Fernando de Herrera)
Una nueva despedida a mis
altas montañas
¿De dónde proviene ese deseo desenfrenado por navegar hacia otras
tierras? ¿Qué diferencia a un viajero, un turista y a un alma que escapa de sus
raíces, buscando una mayor satisfacción?
En todos ellos hay una cierta ansiedad por alejarse de lo conocido, pero
no en todos existe la “chispa” que revolotea muy dentro y que no se queda
tranquila hasta que se ve a millas de su hogar. Esa “chispa” no es provocada
por desagrado al país de origen, ni nace de la necesidad de huir de alguna
determinada situación. Esta existe aunque se esté contento, e incluso aunque
se sepa que en otro lugar se puede estar triste. Es tan difícil explicarlo, como
explicar el amor o el odio. Son sentimientos que sólo pueden ser comprendidos
cuando se viven.
El pasado a veces pesa tanto que no deja vivir tranquilo hasta que nos
damos cuenta que sólo es pasado y por lo tanto así deja de existir. Pero para
que aquellos fantasmas se vayan totalmente es necesario acogerlos sin esperar
de ellos más que su antigua existencia. Así el ahora se da en el presente y
adquiere la importancia que tiene.
Nunca estuve conforme con mis raíces, con mi gente. Siempre estuve
esperando reencontrarme con aquel pasado que tanto me marcó. ¿Qué ocurrió
en aquellos tiempos que fue tan importante en mi nostalgia? Eso no lo sé, y
ahora no me importa. Pero en mi primer viaje al continente antiguo sí lo tuve
presente y quizás busqué señales y escarbé en la memoria de todos los
castillos que visité. En ellos había historia, una antigua historia de la que
alguna vez fui participe. Así emprendí un viaje que no espero medir por un
tiempo determinado.
Había vuelto a mi tierra hace cuatro meses, pero desde el primer día
sabía que no sería para siempre. Hubo hechos que me dejaron ligada
nuevamente al viejo mundo. Ya no serían fantasmas, si no esperanzas que
conducían a nuevos sueños, e incluso la oportunidad de desafiar a mi destino.
Había alguien que me esperaba, mi vocación la había resuelto en el antiguo
viaje y Barcelona quedaba cerca de donde la desarrollaría. Todo esta vez se dio
para que finalmente le diera la espalda a un destino que se me mostró desde
muy pequeña. Pero lo único que conseguí fue aplazarlo. Toda la ilusión de
formar una nueva vida, en mi antiguo hogar fue desechada, arrebatada de mis
brazos para llevarla al olvido. Me acompañaron fieles lágrimas, la angustia más
dolorosa, y buenas almas que me acogieron con cariño en una extraña isla
(Inglaterra). Pero ya sabía de todo esto. Incluso la despedida de mi tierra había
sido distinta a la primer vez, mucho mas fría. Creo que todos sabíamos que no
me iba por mucho tiempo, que más bien viajaba para despedirme, para decirle
adiós a todo un mundo, a toda una historia, y al “yo” que se enterró una noche
de luna llena.
Suele creerse por los modernos que el arte ha sido y es una mera expresión de
los sentimientos, o según algunos deudores del psicoanálisis, simple reflejo del
inconsciente. También es habitual en un sector de los modernos la referencia
al arte como algo esencialmente inútil, es decir falto de destino y sentido, lo
que es la muestra más clara de lo que son capaces de creer y balbucear
nuestros patéticos hermanos de época. Tal vez - y cómo no- el arte actual
carezca de sentido; tal vez - y cómo no- el arte de nuestros contemporáneos no
sea otra cosa que la manifestación de su sombra o de los aspectos más ocultos
del Yo. Pero este arte moderno no es más que un supuesto arte...
La verdad en cuanto al arte, digámoslo de una vez, nada tiene que ver
con las tristes reflexiones de los "artistas" y "críticos de arte" (¡qué invento tan
descabellado supone unir estas palabras!; ¿cuándo antes existieron "críticos de
arte"?), vacías en su integridad espiritual.
Toda colectividad o grupo humano (esta última expresión nos parece ser
más adecuada), límpido, normal y sereno, se rige por algo que es considerado
por tales individuos como trascendente a ellos mismos. Es en una palabra la
Divinidad. La comunidad Tradicional es, entonces, teocentrista. Toda actividad
(y decimos toda) debe ser ordenada y dispuesta en conformidad a lo querido
por Dios. Y lo querido por Dios, no tendríamos siquiera necesidad de
explicarlo si las cosas no hubieren llegado al extremo en que hoy se
encuentran, se manifiesta a través de los textos sacros o de la revelación
mantenida en forma oral y transmitida por generaciones, y se traduce a los
hombres gracias a la voz del poder espiritual.
Así fue para los mapuches, sioux, egipcios, romanos antiguos, cristianos
medioevales, y lo es aún - por gracia divina- para los hindúes, budistas y
musulmanes.
El arte y dado que es una actividad más (un medio, no un fin) para los
pueblos Tradicionales, no podía ni puede ser la excepción a este sometimiento
de lo humano a lo divino. Los dibujos en arena de los indígenas de las
praderas norteamericanas, las catedrales, las danzas Sufíes, los mandala
tibetanos, los iconos bizantinos, no cumplen otro cometido que el de hacer
espejo a lo que hace el Único Creador, Dios. Tal labor de cooperación en la
creación que posee el hombre está dada por haber sido a su vez creado a
imagen y semejanza de su Padre. Esta actividad que sólo puede darse en forma
única y exclusiva en el hombre, y no en las demás especies, a que dio vida
Dios, dignifica al hombre, pues lo hace uno con su Padre; es decir transforma
la mera voluntad individualista en voluntad divina.
Sergio Fritz