Você está na página 1de 6

Soneto

Con largo passo el áspero camino


deste perjuro Amor seguí cuitado,
de mil vanos temores maltratado
y siempre me hallé de bien indino.

Ahora que descubro el mal contino,


de desdén y de olvido reforcado,
condeno mi desseo y mi cuidado,
la dura inclinación de mi destino.

Que bien fuera razón alcar el vuelo


con alto pensamiento y noble pecho
de la abatida suerte que he sufrido,
y no esperar que tierra y mar y cielo
supieran cuánto mal Amor me ha hecho
para quedar más preso y despedido.

(Fernando de Herrera)
Una nueva despedida a mis
altas montañas
¿De dónde proviene ese deseo desenfrenado por navegar hacia otras
tierras? ¿Qué diferencia a un viajero, un turista y a un alma que escapa de sus
raíces, buscando una mayor satisfacción?

En todos ellos hay una cierta ansiedad por alejarse de lo conocido, pero
no en todos existe la “chispa” que revolotea muy dentro y que no se queda
tranquila hasta que se ve a millas de su hogar. Esa “chispa” no es provocada
por desagrado al país de origen, ni nace de la necesidad de huir de alguna
determinada situación. Esta existe aunque se esté contento, e incluso aunque
se sepa que en otro lugar se puede estar triste. Es tan difícil explicarlo, como
explicar el amor o el odio. Son sentimientos que sólo pueden ser comprendidos
cuando se viven.

El motivo de esta introducción se debe a que es importante entender


que en estas despedidas de Chile no hay remordimiento con el país, ni deseos
de escapar de algo. Solo existe la desenfrenada ansia por pisar otros suelos, o
llevar al alma hacia un lugar sin refugio, en donde pueda ser realmente libre
en unión con lo externo (muchos podrán rebatirme y decir que la libertad se
encuentra adentro de cada individuo, pero yo no estoy diciendo lo contrario, es
solo que al ser “seres” de este mundo también necesitamos estar en armonía
con nuestra naturaleza terrenal).

I. UN VIAJE AL CREPUSCULO DEL MUNDO

En las murallas de mi habitación quedaron pegados todos los castillos


que año tras año recolecté y que fueron ganando un sitio en algún rincón de
este mundo que jamás imaginaron. En aquel tiempo sólo presentía esa
“chispa”, pero no la conocía porque aún no vivía con ella, ni disfrutaba de la
magnífica satisfacción que ella provoca. El viaje aún era un deseo. Deseo de
ver antiguos parajes, de recorrer antiguas construcciones. Una brisa instintiva,
seguramente traída del subconsciente, me llenaba de una nostalgia que en
esta vida no tenía sentido alguno.

El pasado a veces pesa tanto que no deja vivir tranquilo hasta que nos
damos cuenta que sólo es pasado y por lo tanto así deja de existir. Pero para
que aquellos fantasmas se vayan totalmente es necesario acogerlos sin esperar
de ellos más que su antigua existencia. Así el ahora se da en el presente y
adquiere la importancia que tiene.

Nunca estuve conforme con mis raíces, con mi gente. Siempre estuve
esperando reencontrarme con aquel pasado que tanto me marcó. ¿Qué ocurrió
en aquellos tiempos que fue tan importante en mi nostalgia? Eso no lo sé, y
ahora no me importa. Pero en mi primer viaje al continente antiguo sí lo tuve
presente y quizás busqué señales y escarbé en la memoria de todos los
castillos que visité. En ellos había historia, una antigua historia de la que
alguna vez fui participe. Así emprendí un viaje que no espero medir por un
tiempo determinado.

Me despedí de toda la gente que me acompañó por todos los años de mi


vida en Chile, y sin saberlo también me despedía de mis sueños, de mis
fantasmas, que se hallaban en la dirección a la que me dirigía: al otro lado del
océano. Pero eso aún tampoco lo sabía. Me di cuenta cuando llevaba bastante
tiempo en el viejo mundo, al caminar y caminar (seguramente como en
antaño), al ver rostros añejos, al derramar las últimas lágrimas. Allí supe que
aquel mundo ya no me pertenecía, y por fin nací.

Siempre recordaré aquel avión en que partí, a mi compañero de asiento, a


las turbulencias que no cesaron toda la noche, a la llegada al mundo viejo y la
sensación de soledad, pero a su vez de felicidad, que me invadía. Estaba en un
aeropuerto de la gran isla, en donde debía esperar el próximo avión a Madrid.
Era la primera vez que escuchaba todo a mi alrededor en un idioma que nunca
quise aprender, de lo cual me arrepentí en aquellos momentos. Desde ese
minuto comencé a crecer por primera vez. Fue como haber salido del útero
materno, pero sin madre a quien acogerse ni alguien que se alegrara de la
llegada de una nueva vida.

HACIA UN NUEVO ATARDECER

Había vuelto a mi tierra hace cuatro meses, pero desde el primer día
sabía que no sería para siempre. Hubo hechos que me dejaron ligada
nuevamente al viejo mundo. Ya no serían fantasmas, si no esperanzas que
conducían a nuevos sueños, e incluso la oportunidad de desafiar a mi destino.
Había alguien que me esperaba, mi vocación la había resuelto en el antiguo
viaje y Barcelona quedaba cerca de donde la desarrollaría. Todo esta vez se dio
para que finalmente le diera la espalda a un destino que se me mostró desde
muy pequeña. Pero lo único que conseguí fue aplazarlo. Toda la ilusión de
formar una nueva vida, en mi antiguo hogar fue desechada, arrebatada de mis
brazos para llevarla al olvido. Me acompañaron fieles lágrimas, la angustia más
dolorosa, y buenas almas que me acogieron con cariño en una extraña isla
(Inglaterra). Pero ya sabía de todo esto. Incluso la despedida de mi tierra había
sido distinta a la primer vez, mucho mas fría. Creo que todos sabíamos que no
me iba por mucho tiempo, que más bien viajaba para despedirme, para decirle
adiós a todo un mundo, a toda una historia, y al “yo” que se enterró una noche
de luna llena.

Transición: Dos viajes de transición que me hicieron entretener la


ansiedad de volar nuevamente. Hacia el país vecino y hacia el desierto.

II. EL CONTRADICTORIO VUELO AL PAIS DEL NORTE

Desde que la consciencia lo recuerda, creo saber sobre mi destino, y


sobre el suelo en que debo hacer trascender mis ideas y pensamientos. La
adolescencia se encargó de anular tal conocimiento, los ideales, los prejuicios
se cegaron a la idea de caminar por tierras insanas. Hasta que un día miré
hacia más allá del Oriente (Oriente=sabiduría) y me pregunté: ¿Porqué si la flor
de loto nace en el pantano, yo no podría aprender del país más materialista,
más intoxicado del planeta? Y por fin me decidí a volar hacia forasteras tierras.
Me atrevería a decir que éste es el único viaje que tiene un real sentido. Esto es
porque se esmera en sólo ser presente. Minuto a minuto, hora tras hora, día
tras día. En la lucha incansable por sobrevivir en la más peligrosa selva de
cemento (peligrosa para el alma y el espíritu). En Chile fui engendrada por
altas montañas; Europa me dio la entrada al mundo y acá vengo a crecer.
Hasta que un día el sol vuelva a buscarme para llevarme a donde amanece a
cada minuto. En donde aún se esconden los tesoros de la sabiduría. En el país
de la miseria y de la armonía. Aunque sea interno el nacimiento, el crecimiento
y la muerte, el exterior acompaña, porque aún somos de carne. Cuando
dejemos de serlo ya ningún lugar de esta tierra será suficiente. Y deberemos
volar hacia más adentro, hasta llegar a la más profunda tierra (que es
invisible); y si tenemos problemas con el exterior es porque no lo conocemos. A
veces cegamos todo nuestro alrededor, para solo ver lo que queremos ver. Es
una actitud muy chilena la de copiar a los demás, a las culturas dominantes,
sobre todo a ésta, la yanqui. Pero en el fondo ni siquiera la conocemos, porque
no somos capaces de “observar” y solo miramos, y pues lo que se ve es lo más
feo. ¿Alguien se ha preguntado por qué copiamos el modelo de un país que a
nadie en verdad le gusta?.

Finalmente Chile esperará hasta que su gente se de cuenta de lo valioso


que es, de lo maravilloso que es el país más austral del mundo y cuando mis
pies hayan aprendido lo suficiente. Entonces volveré a juntar mis manos y
reverenciarme ante sus altas montañas…Eso, claro está, después de muchas
otras navegaciones.
Erika Fritz
Precisiones en torno al arte

Suele creerse por los modernos que el arte ha sido y es una mera expresión de
los sentimientos, o según algunos deudores del psicoanálisis, simple reflejo del
inconsciente. También es habitual en un sector de los modernos la referencia
al arte como algo esencialmente inútil, es decir falto de destino y sentido, lo
que es la muestra más clara de lo que son capaces de creer y balbucear
nuestros patéticos hermanos de época. Tal vez - y cómo no- el arte actual
carezca de sentido; tal vez - y cómo no- el arte de nuestros contemporáneos no
sea otra cosa que la manifestación de su sombra o de los aspectos más ocultos
del Yo. Pero este arte moderno no es más que un supuesto arte...

La verdad en cuanto al arte, digámoslo de una vez, nada tiene que ver
con las tristes reflexiones de los "artistas" y "críticos de arte" (¡qué invento tan
descabellado supone unir estas palabras!; ¿cuándo antes existieron "críticos de
arte"?), vacías en su integridad espiritual.

Primero, el arte (el arte verdadero, sano, es decir el arte Tradicional) sí


tiene un sentido. El arte es y debe ser, por simple definición, expresión e
imitación de lo sagrado. Entendámonos: nos referimos al arte, no a cualquier
palurda forma o "creación" (pues en verdad y en un sentido sumamente
estricto, sólo Dios crea, y el hombre imita al Creador). Esto hoy parece difícil de
entender y de aceptar. Pero tal incomprensión se debe al antropocentrismo y al
caos libertario - si se nos permite usar tales palabras- que rigen a las
sociedades modernas. Expliquemos esto último, no vaya a ser que pequemos
de poca claridad en nuestras observaciones y juicios.

Toda colectividad o grupo humano (esta última expresión nos parece ser
más adecuada), límpido, normal y sereno, se rige por algo que es considerado
por tales individuos como trascendente a ellos mismos. Es en una palabra la
Divinidad. La comunidad Tradicional es, entonces, teocentrista. Toda actividad
(y decimos toda) debe ser ordenada y dispuesta en conformidad a lo querido
por Dios. Y lo querido por Dios, no tendríamos siquiera necesidad de
explicarlo si las cosas no hubieren llegado al extremo en que hoy se
encuentran, se manifiesta a través de los textos sacros o de la revelación
mantenida en forma oral y transmitida por generaciones, y se traduce a los
hombres gracias a la voz del poder espiritual.

Así fue para los mapuches, sioux, egipcios, romanos antiguos, cristianos
medioevales, y lo es aún - por gracia divina- para los hindúes, budistas y
musulmanes.

El arte y dado que es una actividad más (un medio, no un fin) para los
pueblos Tradicionales, no podía ni puede ser la excepción a este sometimiento
de lo humano a lo divino. Los dibujos en arena de los indígenas de las
praderas norteamericanas, las catedrales, las danzas Sufíes, los mandala
tibetanos, los iconos bizantinos, no cumplen otro cometido que el de hacer
espejo a lo que hace el Único Creador, Dios. Tal labor de cooperación en la
creación que posee el hombre está dada por haber sido a su vez creado a
imagen y semejanza de su Padre. Esta actividad que sólo puede darse en forma
única y exclusiva en el hombre, y no en las demás especies, a que dio vida
Dios, dignifica al hombre, pues lo hace uno con su Padre; es decir transforma
la mera voluntad individualista en voluntad divina.

Así, el arte es tocado también por la Divinidad. Y entonces la obra de


arte es iluminada y a su vez, y de manera sensiblemente milagrosa (¿o
debiéramos decir, providencial?) ilumina a los hombres.

Cuando esta perfecta ordenación ya no se da más (es decir, cuando el


teocentrismo es desplazado por el antropocentrismo, como ocurre en las
sociedades modernas), el arte comienza a perder su orientación natural para
derivar en no otra cosa que descarado efecto del hedonismo e individualismo;
tal como podemos apreciar con tanta frecuencia hoy día.

Pero este pretendido arte ya no lo es más; ha perdido, simplemente, su


esencia.

Sergio Fritz

Você também pode gostar