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PUES BIEN, HABÍA ENTRE LOS FARISEOS UN

HOMBRE LLAMADO NICODEMO, UNO DE


LOS NOTABLES JUDÍOS. ACUDIÓ A ÉL DE
NOCHE (Nicodemo, fariseo, es maestro en Israel y
miembro del sanedrín [Véase 3,10: “Jesús le
respondió: «Tú eres maestro en Israel y ¿no sabes
estas cosas?”, 7,48: “¿Acaso ha creído en él algún
magistrado o algún fariseo?”; 7,50: “Les dice
Nicodemo, que era uno de ellos, el que había ido
anteriormente donde Jesús”], representa a los que, en
vez de atribuir a Beelzebul exorcismos evidentes
[Véase Marcos 3,22: “Los escribas que habían bajado
de Jerusalén decían: «Está poseído por Beelzebul» y
«por el príncipe de los demonios expulsa los
demonios»”], se dejan impresionar por los milagros de
Jesús y esperan de él alguna luz. A continuación se le
verá elevarse contra el juicio severo de los fariseos y
hasta comprometerse para asegurar a Jesús una
sepultura digna [Véase Juan 7,50-51: “Les dice
Nicodemo, que era uno de ellos, el que había ido
anteriormente donde Jesús. «¿Acaso nuestra Ley juzga
a un hombre sin haberle antes oído y sin saber lo que
hace?»”; 19,39: “Fue también Nicodemo - aquel que
anteriormente había ido a verle de noche - con una
mezcla de mirra y áloe de unas cien libras”]. Por eso
no es exacto hacer de Nicodemo el modelo del
realismo pie a tierra, en definitiva, Juan no ve en él
más que al hombre que busca y por eso lo define como
«el que acudió a Jesús» ¿Nada más? Tenemos pues al
Israel experto en la ciencia de la Ley (¿un nuevo
Natanael?) que acude a Jesús ¿Por qué «de noche», un
detalle que se mantiene en la mención de Nicodemo en
19,39: “Fue también Nicodemo - aquel que
anteriormente había ido a verle de noche - con una
mezcla de mirra y áloe de unas cien libras”? ¿acaso
porque la costumbre judía recomienda el estudio
nocturno de la Torá? ¿o «por miedo a los judíos»?
[19,38: “Después de esto, José de Arimatea, que era
discípulo de Jesús, aunque en secreto por miedo a los
judíos, pidió a Pilato autorización para retirar el
cuerpo de Jesús. Pilato se lo concedió. Fueron, pues, y
retiraron su cuerpo”. Véase 12, 42: “Sin embargo,
aun entre los magistrados, muchos creyeron en él;
pero, por los fariseos, no lo confesaban, para no ser
excluidos de la sinagoga”] Pero a Nicodemo no le
falta el coraje. Sin llegar a decir con Loisy que este
detalle sugiere el estado de ignorancia en que se
encuentra Nicodemo, y lejos de asemejar esta noche a
«las profundidades tenebrosas de la carne», se puede
presentir con san Agustín la atmósfera misteriosa que
va a envolver la conversación, tanto por su forma
(elipsis, saltos de pensamiento, doble sentido) como
por los temas tratados: el nuevo nacimiento y el
misterio del Hijo del hombre. Al dirigirse a Jesús,
Nicodemo viene de la noche hacia la luz, presente
ahora en el mundo (3,19: “Y el juicio está en que vino
la luz al mundo, y los hombres amaron más las
tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas”).
Lo mismo que Juan Bautista durante la primera
jornada buscaba al Desconocido sin haber identificado
aún al Mesías, también Nicodemo busca a Dios en la
noche hasta que reconozca la luz en Jesús) LE DIJO:
«RABBÍ, LO SABEMOS, DE PARTE DE DIOS
HAS VENIDO COMO UN MAESTRO; EN
EFECTO, NADIE PUEDE HACER LOS SIGNOS
QUE TÚ HACES SI DIOS NO ESTÁ CON ÉL»
(Intrigado por Jesús que realiza signos llamativos,
Nicodemo consulta a este «maestro venido de parte de
Dios». Su paso no tiene nada que ver con el de los
judíos que interrogaban al Bautista (1,19: “Y este fue
el testimonio de Juan, cuando los judíos enviaron
donde él desde Jerusalén sacerdotes y levitas a
preguntarle: «¿Quién eres tú?»”) ni puede
compararse con el de un hombre de pocos alcances,
incapaz de penetrar en el sentido de lo que dice Jesús.
Bromear a propósito del mismo sería desconocer su
valor. Movido por una inquietud religiosa, Nicodemo
desea, como buen judío, encontrarse con aquel en el
que ha reconocido a un ser relacionado de forma
privilegiada con Dios. Con cierta delicadeza el
evangelista no le hace formular expresamente a
Nicodemo lo que espera de Jesús: lo que dice obliga
ante todo al lector a fijar su mirada en la persona del
Maestro; se trata ante todo de oírle hablar) JESÚS
RESPONDIÓ Y LE DIJO: «EN VERDAD, EN
VERDAD TE DIGO: SI UNO NO ES
ENGENDRADO DE ARRIBA, NO PUEDE VER
EL REINO DE DIOS» (Cuando Nicodemo confiesa
que Jesús ha venido de parte de Dios y que Dios está
con él, Jesús le responde poniendo de manifiesto la
verdadera preocupación de su interlocutor.
Formalmente, su respuesta está calcada sobre la frase
que acaba de pronunciar este último, pero en orden
inverso: si no se cumple esa condición, queda excluida
tal posibilidad [Las dos proposiciones forman un
quiasmo: Nadie puede... si uno... Si Dios... no
puede...]. Por el contrario, el contenido no se encadena
de forma aparente con lo que ha dicho el doctor judío,
a no ser por la solemnidad del doble Amén [El Amén
doble, introduciendo una revelación, es propio de
Juan: 1,51: “Y le añadió: «En verdad, en verdad os
digo: veréis el cielo abierto y a los ángeles de Dios
subir y bajar sobre el Hijo del hombre»”; 3,3: “Jesús
le respondió: «En verdad, en verdad te digo: el que no
nazca de lo alto no puede ver el Reino de Dios»”; 3,5:
“Respondió Jesús: «En verdad, en verdad te digo: el
que no nazca de agua y de Espíritu no puede entrar en
el Reino de Dios»”; 3,11: “En verdad, en verdad te
digo: nosotros hablamos de lo que sabemos y damos
testimonio de lo que hemos visto, pero vosotros no
aceptáis nuestro testimonio”; 5,19: “Jesús, pues,
tomando la palabra, les decía: «En verdad, en verdad
os digo: el Hijo no puede hacer nada por su cuenta,
sino lo que ve hacer al Padre: lo que hace él, eso
también lo hace igualmente el Hijo»”; 5,24: “En
verdad, en verdad os digo: el que escucha mi Palabra
y cree en el que me ha enviado, tiene vida eterna y no
incurre en juicio, sino que ha pasado de la muerte a la
vida”; 5,25: “En verdad, en verdad os digo: llega la
hora (ya estamos en ella), en que los muertos oirán la
voz del Hijo de Dios, y los que la oigan vivirán.”;
6,26: “Jesús les respondió: «En verdad, en verdad os
digo: vosotros me buscáis, no porque habéis visto
señales, sino porque habéis comido de los panes y os
habéis saciado»”; 6,32: “Jesús les respondió: «En
verdad, en verdad os digo: No fue Moisés quien os dio
el pan del cielo; es mi Padre el que os da el verdadero
pan del cielo»”; 6,47: “En verdad, en verdad os digo:
el que cree, tiene vida eterna”; 6,53: “Jesús les dijo:
«En verdad, en verdad os digo: si no coméis la carne
del Hijo del hombre, y no bebéis su sangre, no tenéis
vida en vosotros»”; 8,34: “Jesús les respondió: «En
verdad, en verdad os digo: todo el que comete pecado
es un esclavo»”; 8,51: “En verdad, en verdad os digo:
si alguno guarda mi Palabra, no verá la muerte
jamás”; 8,58: “Jesús les respondió: «En verdad, en
verdad os digo: antes de que Abraham existiera, Yo
Soy»”; 10,1: “En verdad, en verdad os digo: el que no
entra por la puerta en el redil de las ovejas, sino que
escala por otro lado, ése es un ladrón y un
salteador”; 10,7: “Entonces Jesús les dijo de nuevo:
«En verdad, en verdad os digo: yo soy la puerta de las
ovejas»”; 12,24: “En verdad, en verdad os digo: si el
grano de trigo no cae en tierra y muere, queda él solo;
pero si muere, da mucho fruto”; 13,16: “En verdad,
en verdad os digo: no es más el siervo que su amo, ni
el enviado más que el que le envía”; 13,20: “En
verdad, en verdad os digo: quien acoja al que yo envíe
me acoge a mí, y quien me acoja a mí, acoge a Aquel
que me ha enviado”; 13,21: “Cuando dijo estas
palabras, Jesús se turbó en su interior y declaró: «En
verdad, en verdad os digo que uno de vosotros me
entregará»”; 13,38: “Le responde Jesús: «¿Que darás
tu vida por mí? En verdad, en verdad te digo: no
cantará el gallo antes que tú me hayas negado tres
veces»”; 14,12: “En verdad, en verdad os digo: el que
crea en mí, hará él también las obras que yo hago, y
hará mayores aún, porque yo voy al Padre”; 16,20:
“En verdad, en verdad os digo que lloraréis y os
lamentaréis, y el mundo se alegrará. Estaréis tristes,
pero vuestra tristeza se convertirá en gozo”; 16,23:
“Aquel día no me preguntaréis nada. En verdad, en
verdad os digo: lo que pidáis al Padre os lo dará en
mi nombre”; 21,18: “En verdad, en verdad te digo:
cuando eras joven, tú mismo te ceñías, e ibas adonde
querías; pero cuando llegues a viejo, extenderás tus
manos y otro te ceñirá y te llevará adonde tú no
quieras”] que corresponde a la autoridad de «maestro»
que se le reconoce a Jesús. Y sobre todo cambia el
registro: la declaración de Nicodemo se refería a Jesús
en persona; la respuesta que recibe es una afirmación
válida en general: el interés del visitante se orienta
hacia la necesidad que tiene todo hombre - y por tanto
él mismo - de «renacer de arriba» para poder «ver el
reino de Dios». Hay algunos términos que es preciso
aclarar. El adverbio ἄνωθεν [de arriba; por analogía,
del primero; por implicación, de nuevo: alto, de arriba,
de lo alto, de nuevo, desde su origen, desde el
principio, volver a] puede significar «de arriba» o bien
«de nuevo»; es el contexto el que permite hacer una
elección. En este caso conviene traducir «de arriba»,
como demuestra lo que sigue [Así claramente en 3,31
(“El que viene de arriba está por encima de todos: el
que es de la tierra, es de la tierra y habla de la tierra.
El que viene del cielo”) por medio de la antítesis
«arriba/abajo». En 19,11 (“Respondió Jesús: «No
tendrías contra mí ningún poder, si no se te hubiera
dado de arriba; por eso, el que me ha entregado a ti
tiene mayor pecado»”) se trata de una autoridad que
viene de arriba. En 19,23 (“Los soldados, después que
crucificaron a Jesús, tomaron sus vestidos, con los que
hicieron cuatro lotes, un lote para cada soldado, y la
túnica. La túnica era sin costura, tejida de una pieza
de arriba abajo”) la túnica de Jesús es de una sola
pieza «de arriba abajo»]. Pero el otro sentido, «de
nuevo», explica el desdén de Nicodemo que, al
replicar, dirá: «por segunda vez (δεύτερον)». Juan se
complace en utilizar palabras de «doble sentido» para
hacer que progrese el diálogo: un malentendido
provoca una explicación y una consiguiente
profundización del anuncio de Jesús. Tal es el caso
que nos ocupa. Hemos traducido: «si uno no es
engendrado» (en vez de «no ha nacido» o «si no
nace») para respetar el pasivo del verbo griego y su
connotación implícita de la actividad de Dios en este
nacimiento. También habíamos hecho lo mismo en el
pasaje del prólogo en donde se presenta, con la misma
intransigencia, un pensamiento muy parecido: para
hacerse hijo de Dios, hay que haber sido engendrado
no por la sangre, ni..., ni..., sino de Dios mismo (1,12-
13: “Pero a todos los que la recibieron les dio poder
de hacerse hijos de Dios, a los que creen en su
nombre; la cual no nació de sangre, ni de deseo de
hombre, sino que nació de Dios”). ¿Qué significa
exactamente «ser engendrado de arriba»? Algunos
piensan en el don de la fe, sin el cual evidentemente
nadie puede acceder a la vida divina; pero habría un
círculo vicioso y un determinismo intolerable: el
hombre estaría predeterminado por ese don de Dios.
Otros autores piensan en el don de la revelación; de
este modo quedaría respetada la libertad del hombre
por el hecho de que le corresponde a él acoger esta
revelación; pero, para salvaguardar la transcendencia
divina, no basta con atribuir a Dios la prioridad de este
proceso, ya que se correría el riesgo de situar a Dios y
al hombre en el mismo plano. El empleo de
«engendrar» se ilumina más bien a partir del objetivo
buscado, que es - como diremos - la participación del
hombre en la vida eterna; se trata por tanto de la
comunicación por Dios al hombre de su propia vida.
La expresión traduce el resultado del engendramiento
humano, que es la comunicación de la vida en el
sentido corriente de la palabra. Pablo había subrayado
el fruto de la acción divina diciendo que somos «hijos
en el Hijo». Nuestro texto pone de relieve el acto
mismo de Dios; al utilizar el verbo en pretérito
perfecto, indica al carácter estable del resultado. La
expresión «el reino de Dios», frecuente en los
sinópticos - como hemos dicho -, pero única en Juan,
significa la «vida eterna», a saber, la vida divina que
se derrama cuando «Dios reina». Pero ¿por qué «ver el
reino de Dios»? Según la mayor parte de los críticos,
este giro insólito es paralelo, y por tanto equivalente,
al que se utiliza poco después: «entrar en el reino de
Dios» (3,5: “Respondió Jesús: «En verdad, en verdad
te digo: el que no nazca de agua y de Espíritu no
puede entrar en el Reino de Dios»”) [La expresión
«ver el reino de Dios» equivale a «entrar en el reino de
Dios» o a «entrar en la vida eterna» (véase Mateo
7,21: “No todo el que me diga: “Señor, Señor, entrará
en el Reino de los Cielos, sino el que haga la voluntad
de mi Padre celestial”; 18,3: “y dijo: «Yo os aseguro:
si no cambiáis y os hacéis como los niños, no entraréis
en el Reino de los Cielos»”; 18,8-9: “Si, pues, tu mano
o tu pie te es ocasión de pecado, córtatelo y arrójalo
de ti; más te vale entrar en la Vida manco o cojo que,
con las dos manos o los dos pies, ser arrojado en el
fuego eterno. Y si tu ojo te es ocasión de pecado,
sácatelo y arrójalo de ti; más te vale entrar en la Vida
con un solo ojo que, con los dos ojos, ser arrojado a la
gehenna del fuego”; 19,16-26: “En esto se le acercó
uno y le dijo: «Maestro, ¿qué he de hacer de bueno
para conseguir vida eterna?» Él le dijo: «¿Por qué me
preguntas acerca de lo bueno? Uno solo es el Bueno.
Mas si quieres entrar en la vida, guarda los
mandamientos.» «¿Cuáles?» - le dice él. Y Jesús dijo:
«No matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no
levantarás falso testimonio, honra a tu padre y a tu
madre, y amarás a tu prójimo como a ti mismo.»
Dícele el joven: «Todo eso lo he guardado; ¿qué más
me falta?» Jesús le dijo: «Si quieres ser perfecto,
anda, vende lo que tienes y dáselo a los pobres, y
tendrás un tesoro en los cielos; luego ven, y
sígueme.» Al oír estas palabras, el joven se marchó
entristecido, porque tenía muchos bienes. Entonces
Jesús dijo a sus discípulos: «Yo os aseguro que un
rico difícilmente entrará en el Reino de los Cielos. Os
lo repito, es más fácil que un camello entre por el ojo
de una aguja, que el que un rico entre en el Reino de
los Cielos.» Al oír esto, los discípulos, llenos de
asombro, decían: «Entonces, ¿quién se podrá
salvar?» Jesús, mirándolos fijamente, dijo: «Para los
hombres eso es imposible, mas para Dios todo es
posible»”). La vida es existir con Dios y en él (Juan
3,36: “El que cree en el Hijo tiene vida eterna; el que
rehúsa creer en el Hijo, no verá la vida, sino que la
cólera de Dios permanece sobre él”)]; su sentido es
semejante al de «ver la vida» (3,36: “El que cree en el
Hijo tiene vida eterna; el que rehúsa creer en el Hijo,
no verá la vida, sino que la cólera de Dios permanece
sobre él”), o sea, «realizar la experiencia de la vida».
Sin embargo, algunos autores quieren conservarle al
verbo «ver» el sentido de una percepción visible de
Jesús a través de los signos, en virtud del contexto de
la conversación, orientada totalmente hacia Jesús. Así
pues, suponiendo que «reino de Dios» equivale aquí a
«Jesucristo», el sentido sería: «No puede verme», o
sea, no puede saber quién soy yo... En ese caso, el
encadenamiento de la respuesta de Jesús con lo que
dijo Nicodemo (versículo 2: “Maestro, sabemos que tú
has venido de parte de Dios para enseñar, porque
nadie puede realizar los signos que tú haces, si Dios
no está con él”) sería directo. Pero esta lectura no
puede imponerse; la identificación del reino de Dios
con la persona de Jesús es posterior al siglo II en la
tradición cristiana; además, y, sobre todo, la expresión
«entrar en el reino de Dios» difícilmente puede
aplicarse al mismo Jesús. Por tanto, más vale atenerse
a la interpretación clásica. Teniendo en cuenta todo
esto, el vínculo podría ser más sutil. Nicodemo ha
hablado de los signos hechos por Jesús; éstos son, por
definición, actos visibles [Véase 4,48: “Entonces
Jesús le dijo: «Si no veis señales y prodigios, no
creéis»”] y por haberlos constatado es por lo que
Nicodemo acudió a Jesús. Pues bien, la visión de los
antiguos debería conducir a discernir la realidad
gloriosa que simbolizan y que los desborda. De ahí
quizás el empleo poco habitual de «ver» el reino de
Dios) NICODEMO LE DIJO: «¿CÓMO PUEDE
UN HOMBRE SER ENGENDRADO CUANDO ES
VIEJO? ¿PUEDE ENTRAR POR SEGUNDA VEZ
EN EL SENO DE SU MADRE Y SER
ENGENDRADO?» (Jesús pensaba en «de arriba» y
Nicodemo entiende «de nuevo», lo cual no es
completamente falso, pero oculta la dimensión
celestial de la palabra de Jesús. Desde su perspectiva,
Nicodemo tiene razón al deducir la imposibilidad para
el hombre de volver a nacer. ¿Va hasta asimilar el
misterio del origen nuevo con el regreso al seno
materno? Esto sería tomar al pie de la letra su
objeción, mientras que el detalle relativo al hombre
que se ha hecho «viejo» sugiere una ironía por su
parte: lleva hasta el fondo la palabra de Jesús para
mostrar su carácter inconcebible, con lo que exige una
información suplementaria, al estilo de las disputas
rabínicas en donde el humor conserva siempre sus
derechos. Nicodemo refleja en un espejo terreno lo que
Jesús anunciaba de celestial, pero Crisóstomo exagera
cuando lo acusa de «serpentear por tierra, incapaz de
ponerse a volar». Por otra parte, según los deseos de
Nicodemo, Jesús va a precisar su pensamiento)
RESPONDIÓ JESÚS: «EN VERDAD, EN
VERDAD TE DIGO; SI UNO NO ES
ENGENDRADO DE AGUA Y DE ESPÍRITU, NO
PUEDE ENTRAR EN EL REINO DE DIOS. LO
QUE HA NACIDO DE LA CARNE, ES CARNE;
LO QUE HA NACIDO DEL ESPÍRITU ES
ESPÍRITU. NO TE EXTRAÑES SI TE HE
DICHO: 'TENÉIS QUE SER ENGENDRADOS
DE ARRIBA» (El doble Amén del versículo 5
(“Respondió Jesús: «En verdad, en verdad te digo; si
uno no es engendrado de agua y de Espíritu, no puede
entrar en el reino de Dios»”) pone de relieve una vez
más la autoridad de Jesús y la importancia de lo que se
va a decir. El adverbio «de arriba» (versículo 3: “Jesús
le respondió: «En verdad, en verdad te digo: el que no
nazca de lo alto no puede ver el Reino de Dios»”) se
explica ahora mediante una perífrasis: «de agua y de
Espíritu». La tradición eclesial, apoyándose en 1 Pedro
1,23 (“pues habéis sido reengendrados de un germen
no corruptible, sino incorruptible, por medio de la
Palabra de Dios viva y permanente”) y Tito 3,5 (“él
nos salvó, no por obras de justicia que hubiésemos
hecho nosotros, sino según su misericordia, por medio
del baño de regeneración y de renovación del Espíritu
Santo”), pensó aquí espontáneamente en el bautismo,
pero contra esta lectura se puede objetar que los
versículos inmediatamente siguientes (versículos 6-8:
“Lo que ha nacido de la carne, es carne; lo que ha
nacido del Espíritu es espíritu. No te extrañes si te he
dicho: 'Tenéis que ser engendrados de arriba'. El
viento sopla donde quiere, y oyes su voz, pero no
sabes de dónde viene ni a dónde va. Así es todo el que
nace del Espíritu»”»”) hablan solamente de Espíritu.
Por otra parte, la expresión es estilísticamente curiosa:
las dos palabras «agua» y «Espíritu» están juntas bajo
una sola preposición: «ἐξ ὕδατος καὶ Πνεύματος». La
palabra «agua» ¿habrá sido interpolada? [ Así R.
Bultmann e I. de la Potterie]. Pero no hay ningún
manuscrito que apoye esta tesis. Conviene más bien
ver aquí una especie de endíadis y traducir: «de agua
que es Espíritu». Entonces salta a la vista la profecía
de Ezequiel: “Derramé sobre vosotros un agua pura...
Pondré en vosotros un espíritu nuevo... Pondré mi
espíritu en vosotros” (Ezequiel 36,25-27: “Os rociaré
con agua pura y quedaréis purificados; de todas
vuestras impurezas y de todas vuestras basuras os
purificaré. Y os daré un corazón nuevo, infundiré en
vosotros un espíritu nuevo, quitaré de vuestra carne el
corazón de piedra y os daré un corazón de carne.
Infundiré mi espíritu en vosotros y haré que os
conduzcáis según mis preceptos y observéis y
practiquéis mis normas”). Así pues, Nicodemo podría
recordar los anuncios escatológicos de los profetas y
darse cuenta al mismo tiempo de que Jesús - cosa
extraña - hablaba en presente. En Ezequiel, la
asociación «agua» y «espíritu» evocaba un versículo
inicial del relato de la creación (Génesis 1,2: “La
tierra era caos y confusión y oscuridad por encima del
abismo, y un viento de Dios aleteaba por encima de
las aguas”) y consiguientemente todo el relato del
Génesis que describe el primer brote de la vida; esta
asociación sugería en su profecía que el don del
Espíritu correspondería a una creación nueva. Es
verdad que el texto no habla expresamente de
«engendramiento» nuevo; pero suscita este
pensamiento, ya que el Espíritu que va a renovar el
corazón de los hombres es, según Ezequiel, el de Dios
mismo. Un pasaje de los Jubileos [«Pero luego se
volverán a mí con toda rectitud, todo corazón y todo
espíritu. Cortaré el prepucio de sus corazones y los de
su descendencia, y les crearé un espíritu santo,
purificándolos para que no se aparten de mí desde ese
día por siempre. Su alma me seguirá a mí y todos mis
mandamientos, que serán restaurados entre ellos: yo
seré su padre, y ellos, mis hijos» (Jubileos l,23-24)],
que recoge este anuncio, asocia efectivamente el don
del Espíritu a la condición de «hijos» de Dios.
Solamente si se tiene en cuenta el pequeño relato que
refiere la actividad bautismal del mismo Jesús en 3,22
(“Después de esto, se fue Jesús con sus discípulos al
país de Judea; y allí se estaba con ellos y bautizaba”),
es posible considerar como válida, en el segundo
tiempo de la lectura, la interpretación eclesial que
discierne en el agua y el Espíritu del versículo 5
(“Respondió Jesús: «En verdad, en verdad te digo; si
uno no es engendrado de agua y de Espíritu, no puede
entrar en el reino de Dios»”) el tema del bautismo
cristiano. Más adelante volveremos sobre esta
perspectiva. Así pues, el nuevo nacimiento es obra del
Espíritu. El versículo 6 (“Lo que ha nacido de la
carne, es carne; lo que ha nacido del Espíritu es
espíritu”) señala su efecto, mediante una oposición
que afecta, no al comportamiento, sino al ser: «Lo que
ha nacido de la carne, es carne; lo que ha nacido del
espíritu, es espíritu». En un caso, el ser es débil,
perecedero, terreno; en el otro está vivo para siempre
con la vida misma de Dios (véase 4,24: “Dios es
espíritu, y los que adoran, deben adorar en espíritu y
verdad”). Y esto en virtud de su origen, como
demuestra la preposición ἐκ (que se deriva de), que
precede a la carne y al espíritu. ¿Cómo no pensar de
nuevo en el versículo 13 (“la cual no nació de sangre,
ni de deseo de hombre, sino que nació de Dios”) del
prólogo, en donde el evangelista opuso ya el origen de
aquí abajo al engendramiento por parte de Dios? Sin
una intervención de Dios, los hombres no pueden
llegar a la «vida», como se subrayó antes en los
numerosos «no puede» [3,2-5: “Fue éste donde Jesús
de noche y le dijo: «Rabbí, sabemos que has venido de
Dios como maestro, porque nadie puede realizar las
señales que tú realizas si Dios no está con él.» Jesús le
respondió: «En verdad, en verdad te digo: el que no
nazca de lo alto no puede ver el Reino de Dios.»
Dícele Nicodemo: «¿Cómo puede uno nacer siendo ya
viejo? ¿Puede acaso entrar otra vez en el seno de su
madre y nacer?» Respondió Jesús: «En verdad, en
verdad te digo: el que no nazca de agua y de Espíritu
no puede entrar en el Reino de Dios»”; 3,9:
“Respondió Nicodemo: «¿Cómo puede ser eso?»”]
(οὐ δύναται) que van jalonando el texto. Sí, es extraño,
dice Jesús; e insiste repitiéndose: hay que nacer de
arriba (véase versículo 3: “Jesús le respondió: «En
verdad, en verdad te digo: el que no nazca de lo alto
no puede ver el Reino de Dios»”), pero esta vez la
expresión encierra un «vosotros»: «tenéis que...». De
forma que Nicodemo podría preguntarse quién es ese
hombre que se mantiene de este modo a distancia de
todos los demás; su palabra implica que no debe, por
su parte, ser engendrado de arriba) EL VIENTO
SOPLA ADONDE QUIERE; Y TÚ OYES SU
VOZ, PERO NO SABES NI DE DÓNDE VIENE
NI ADONDE VUELVE. ASÍ PASA CON TODO
EL QUE HA NACIDO DEL ESPÍRITU (Jesús
quiere ayudar a Nicodemo, que no comprende. En los
primeros enunciados expresaba la necesidad a modo
de condición indispensable: Si uno no nace... no puede
(3,3: “el que no nazca de lo alto no puede ver el Reino
de Dios”; 3,5: “el que no nazca de agua y de Espíritu
no puede entrar en el Reino de Dios”); ahora la
expresa de modo positivo: “Tenéis que nacer de
nuevo/de arriba”. No basta haber nacido de la carne.
Pero la exigencia de Jesús tiene, además, otro aspecto:
la «carne» vincula con una madre (3,4: “volver al seno
de su madre y nacer”), es decir, con una raza y un
pueblo. El nacimiento del que habla Jesús está en
relación con entrar en el reino de Dios. Para los judíos,
el reinado de Dios se ejercería, al menos
primariamente, en Israel y comenzaba con su
restauración, es decir, suponía unos límites o
privilegios de raza. Ser hijo de Abrahán daba ya
derecho a ese reino. Jesús ha contrapuesto los dos
nacimientos; no es el primero, el de la raza, el que
garantiza la pertenencia al reino, sino el segundo; no la
ascendencia, sino el acabamiento de la obra de Dios en
el hombre) EL VIENTO SOPLA DONDE QUIERE,
Y OYES SU RUIDO, AUNQUE NO SABES DE
DÓNDE VIENE NI ADONDE SE MARCHA. ESO
PASA CON TODO EL QUE HA NACIDO DEL
ESPÍRITU (El término «espíritu» significa
originariamente «viento», y Juan juega con su doble
significado. El viento/espíritu es fuerza y dinamismo.
El término «ruido» significa también «voz»: ruido del
viento/voz del Espíritu. Al doble significado de
πνεῦμα corresponde el doble de φωνὴν (viento-
ruido/Espíritu-voz). La necesidad del nuevo
nacimiento, enunciada antes por Jesús, excluía que el
reino de Dios se identificase con Israel. Se plantea la
cuestión de quiénes son los llamados al reino. A ella
responde Jesús en este versículo. La contraposición
carne/Espíritu y la concepción de éste como principio
de vida están en la línea de Génesis 2,7: “el Señor
Dios modeló al hombre con arcilla del suelo y
ἐνεφύσησεν, sopló, en su nariz un aliento de vida. Así
el hombre se convirtió en un ser viviente”. El aliento
vivificador de Dios sopla sobre «el hombre»,
comunica vida sin estar limitado por raza o región,
como el viento sopla donde quiere. Así, el
Espíritu/viento, que prepara ciudadanos para el reino
de Dios, no conoce fronteras. Es decir, no sólo la Ley
no es camino para el reino, sino que éste tampoco está
circunscrito a Israel, a su raza y tradición. El Espíritu
creador es libre, no está ligado a nada ni a nadie. Y
paralelamente, los que nacen del Espíritu no se sienten
encerrados en los límites de un pueblo o tradición. Si
no se pueden establecer reglas para el Espíritu,
tampoco el origen, historia o experiencia anterior
pueden ser norma última para el hombre nuevo que
nace de él. Al Espíritu y al nacido de él se les conoce
por su voz (ruido del viento/voz del Espíritu). Este
pasaje está en estrecho paralelo con 8,14: “mi
testimonio (μαρτυρία) es válido, porque sé de dónde he
venido y adonde me marcho, mientras vosotros no
sabéis de dónde vengo ni adonde me marcho”. Se trata
aquí de la identidad de Jesús (8,12: “Yo soy la luz del
mundo”), que él puede afirmar por ser consciente de
su procedencia y de su destino. Lo mismo, los que han
nacido del Espíritu, no se definen ya por su «carne» ni
se identifican por ella; en eso se diferencian de Israel,
que encontraba su identidad en su genealogía e
instituciones. De hecho, su vida tiene origen «arriba».
Sus objetivos no son los que podrían deducirse de su
pertenencia a un pueblo o a una sociedad. Sabe de
dónde vienen y adónde van, cuál es su itinerario: el
camino hacia el Padre por el amor leal hasta el
extremo (13,1: “Antes de la fiesta de Pascua, sabiendo
Jesús que había llegado la hora de pasar de este
mundo al Padre, él, que había amado a los suyos que
quedaban en el mundo, los amó hasta el fin”). Pero el
que no ha nacido del Espíritu y sigue en la esfera de la
«carne» no puede comprenderlo ni acepta, por tanto, la
veracidad de su testimonio. Para él la voz del Espíritu
es un ruido (12,27-32: “Mi alma ahora está turbada,
¿Y qué diré: «Padre, líbrame de esta hora? ¡Sí, para
eso he llegado a esta hora! ¡Padre, glorifica tu
Nombre!». Entonces se oyó una voz del cielo: «Ya lo
he glorificado y lo volveré a glorificar». La multitud
que estaba presente y oyó estas palabras, pensaba que
era un trueno. Otros decían: «Le ha hablado un
ángel». Jesús respondió: «Esta voz no se oyó por mí,
sino por ustedes. Ahora ha llegado el juicio de este
mundo, ahora el Príncipe de este mundo será arrojado
afuera; y cuando yo sea levantado en alto sobre la
tierra, atraeré a todos hacia mí»”; 1 Corintios 2,14-
15: “El hombre puramente natural no valora lo que
viene del Espíritu de Dios: es una locura para él y no
lo puede entender, porque para juzgarlo necesita del
Espíritu. El hombre espiritual, en cambio, todo lo
juzga, y no puede ser juzgado por nadie”). Se trasluce
detrás de estas frases la polémica de las comunidades
cristianas con la sinagoga. Estas comunidades han
surgido en todas partes, sin responder a criterios de
raza o pueblo, pero se las reconoce por tener una
misma voz y dar un mismo testimonio, el de Jesús. El
Espíritu/viento, que no sigue las reglas de ellos, les
resulta imprevisible. No está vinculado, como Israel, a
instituciones; solamente su voz delata su presencia y
ella afirma su libertad. Nicodemo creía saber (3,2:
“Maestro, sabemos que tú has venido de parte de Dios
para enseñar, porque nadie puede realizar los signos
que tú haces, si Dios no está con él”: sabemos). Había
intentado encasillar a Jesús, pero se había equivocado,
porque no sabía de dónde venía ni adónde iba. Las
señales de Jesús (2,23: “Mientras estaba en Jerusalén,
durante la fiesta de Pascua, muchos creyeron en su
Nombre al ver los signos que realizaba”) eran la voz
del Espíritu; ellos han querido interpretarlas en función
de su origen judío, en un marco de «carne», de
tradición, de lo ya conocido (3,2: “Maestro, sabemos
que tú has venido de parte de Dios para enseñar,
porque nadie puede realizar los signos que tú haces, si
Dios no está con él”: “has venido como maestro”).
Pero el Espíritu no admite tales marcos de referencia.
Lo mismo ocurrirá a otros, que creerán saber y, en
realidad, no sabrán (7,27-29: “Nosotros sabemos de
dónde es este; en cambio, cuando venga el Mesías,
nadie sabrá de dónde es». Entonces Jesús, que
enseñaba en el Templo, exclamó: «¿Así que ustedes
me conocen y saben de dónde soy? Sin embargo, yo no
vine por mi propia cuenta; pero el que me envió dice
la verdad, y ustedes no lo conocen. Yo sí lo conozco,
porque vengo de él y es él el que me envió»”; 8,21-24:
“Jesús les dijo también: «Yo me voy, y ustedes me
buscarán y morirán en su pecado. Adonde yo voy,
ustedes no pueden ir». Los judíos se preguntaban:
«¿Pensará matarse para decir: «Adonde yo voy,
ustedes no pueden ir»? Jesús continuó: «Ustedes son
de aquí abajo, yo soy de lo alto. Ustedes son de este
mundo, yo no soy de este mundo. Por eso les he dicho:
"Ustedes morirán en sus pecados". Porque si no creen
que Yo Soy, morirán en sus pecados»”). Nicodemo
poseía el saber de la «carne», del hombre inacabado,
sin conocer el proyecto de Dios) REPLICÓ
NICODEMO: «¿CÓMO ES POSIBLE QUE ESO
SUCEDA?» (Nicodemo se mantiene en la línea del
«cómo» (3,4: “Nicodemo le preguntó: «¿Cómo un
hombre puede nacer cuando ya es viejo? ¿Acaso
puede entrar por segunda vez en el seno de su madre y
volver a nacer?»”), suponiendo conocido lo que tenía
que nacer: el Israel reformado. Jesús lo ha pasado a la
línea del «qué», porque lo que tiene que nacer es el
hombre nuevo. Ante el cambio de planteamiento, el
fariseo muestra su desorientación y su escepticismo. El
legalista no cree posible esa clase de vida) REPUSO
JESÚS: «Y TÚ, SIENDO EL MAESTRO DE
ISRAEL, ¿NO CONOCES ESTAS COSAS?» (El
diálogo revela la tensión. Al reconocimiento inicial de
Nicodemo (3,2: “Maestro, sabemos que tú has venido
de parte de Dios para enseñar, porque nadie puede
realizar los signos que tú haces, si Dios no está con
él”) responde Jesús echando abajo sus presupuestos
(3,3: “Te aseguro que el que no renace de lo alto no
puede ver el Reino de Dios”); ante su réplica irónica
(3,4: “¿Cómo un hombre puede nacer cuando ya es
viejo? ¿Acaso puede entrar por segunda vez en el seno
de su madre y volver a nacer?”) ha insistido sin
mitigaciones (3,5-8: “Te aseguro que el que no nace
del agua y del Espíritu no puede entrar en el Reino de
Dios. Lo que nace de la carne es carne, lo que nace de
Espíritu es espíritu. No te extrañes de que te haya
dicho: «Ustedes tienen que renacer de lo alto». El
viento sopla donde quiere: tú oyes su voz, pero no
sabes de dónde viene ni a dónde va. Lo mismo sucede
con todo el que ha nacido del Espíritu»”). A la
segunda reacción adversa de Nicodemo (3,9: “¿Cómo
es posible todo esto?”) responde Jesús con una ironía.
Después de su primera seguridad, Nicodemo se
mantiene a la defensiva. Sólo hace preguntas, que
muestran su escepticismo. Al fariseo y jefe no le cabe
en la cabeza la ruptura con el pasado ni la novedad del
Espíritu. Jesús lo llama «el maestro de Israel», título
que ellos daban a Moisés, el único de quien se
profesaban discípulos (9,28-29: “nosotros somos
discípulos de Moisés. Sabemos que Dios habló a
Moisés, pero no sabemos de dónde es este”), la única
voz que seguía resonando (3,31: “El que viene de
arriba está por encima de todos: el que es de la tierra,
es de la tierra y habla de la tierra. El que viene del
cielo”: “El que es de la tierra pertenece a la tierra y
habla de la tierra”). Siendo Nicodemo una figura
representativa, engloba el magisterio fariseo,
característico de la sinagoga, que exalta y perpetúa a
Moisés como legislador y maestro. Pero Moisés fue
más que maestro, anunció un futuro (5,46: “Porque, si
creyerais a Moisés, me creeríais a mí, porque él
escribió de mí”: “de mí escribió Moisés”); y, además,
la tradición profética ofrecía datos que hacían
comprensible las afirmaciones de Jesús (Jeremías
31,31-33: “Llegarán los días - oráculo del Señor - en
que estableceré una nueva Alianza con la casa de
Israel y la casa de Judá. No será como la Alianza que
establecí con sus padres el día en que los tomé de la
mano para hacerlos salir del país de Egipto, mi
Alianza que ellos rompieron, aunque yo era su dueño -
oráculo del Señor -. Esta es la Alianza que estableceré
con la casa de Israel, después de aquellos días -
oráculo del Señor - : pondré mi Ley dentro de ellos, y
la escribiré en sus corazones; yo seré su Dios y ellos
serán mi Pueblo”; Ezequiel 36,25-28: “Los rociaré
con agua pura, y ustedes quedarán purificados. Los
purificaré de todas sus impurezas y de todos sus
ídolos. Les daré un corazón nuevo y pondré en ustedes
un espíritu nuevo: les arrancaré de su cuerpo el
corazón de piedra y les daré un corazón de carne.
Infundiré mi espíritu en ustedes y haré que signa mis
preceptos, y que observen y practiquen mis leyes.
Ustedes habitarán en la tierra que yo ha dado a sus
padres. Ustedes serán mi Pueblo y yo seré su Dios”;
Juan 5,39: “Ustedes examinan las Escrituras, porque
en ellas piensan encontrar Vida eterna: ellas dan
testimonio de mí”). Pero ellos habían mutilado el
Antiguo Testamento (5,40: “sin embargo, ustedes no
quieren venir a mí para tener Vida”; 5,46-47: “Si
creyeran en Moisés, también creerían en mí, porque él
ha escrito acerca de mí. Pero si no creen lo que él ha
escrito, ¿cómo creerán lo que yo les digo?”),
reduciéndolo a una enseñanza legal (“el maestro de
Israel”); incluso al Mesías lo esperaban como maestro
(3,2: “Maestro, sabemos que tú has venido de parte de
Dios para enseñar, porque nadie puede realizar los
signos que tú haces, si Dios no está con él”: “Maestro,
sabemos que tú has venido de parte de Dios para
enseñar”). Con el apego a un código que excluía de
antemano toda novedad, se habían cerrado al Espíritu
y a la acción de Dios. Habían sustituido el Espíritu por
la letra, su dinamismo por el Libro) PUES SÍ, TE
ASEGURO QUE HABLAMOS DE LO QUE
SABEMOS Y QUE DAMOS TESTIMONIO DE
LO QUE HEMOS VISTO PERSONALMENTE,
PERO NUESTRO TESTIMONIO NO LO
ACEPTÁIS (Otra afirmación categórica de Jesús.
Ahora opone su sabemos al de Nicodemo (3,2:
“Maestro, sabemos que tú has venido de parte de Dios
para enseñar, porque nadie puede realizar los signos
que tú haces, si Dios no está con él”), que era en
realidad no saber (3,8: “El viento sopla donde quiere,
y oyes su voz, pero no sabes de dónde viene ni a dónde
va. Así es todo el que nace del Espíritu»”: “no sabes
de dónde viene ni a dónde va”; 3,10: “Jesús le
respondió: «Tú eres maestro en Israel y ¿no sabes
estas cosas?»”: “no sabes estas cosas”). Jesús no es
maestro como ellos. Nicodemo no sabe, porque
fundaba su saber sólo en una tradición aprendida.
Jesús sabe: hablamos de lo que sabemos; pero sabe por
experiencia, por haberlo vivido: lo que hemos visto
personalmente (1,18: “Nadie ha visto jamás a Dios; el
que lo ha revelado es el Hijo único, que está en el seno
del Padre”). El dinamismo del Espíritu se hace
experiencia en el interior del hombre. Por eso su
hablar es un testimonio. El uso del plural: sabemos,
hemos visto, damos testimonio, prevé ya el futuro, o,
mejor dicho, refleja a la comunidad. También la frase
anterior: “todo el que ha nacido del Espíritu”, miraba a
un futuro. Son los que nacerán por obra de Jesús (1,33:
“Y yo no le conocía pero el que me envió a bautizar
con agua, me dijo: “Aquel sobre quien veas que baja
el Espíritu y se queda sobre él, ése es el que bautiza
con Espíritu Santo””: “el que va a bautizar con
Espíritu Santo”), y cuya voz se oirá como se oye la
suya. También esos sabrán, y darán testimonio basado
en su experiencia. Tal es el significado de «hemos
visto personalmente», no necesariamente de visión
física. En el reproche que hace Jesús a Nicodemo:
nuestro testimonio no lo aceptáis, se incluye también,
como antes, el testimonio futuro de la comunidad
(nuestro). El plural no lo aceptáis supone que
Nicodemo representa a un grupo (3,2: “Maestro,
sabemos que tú has venido de parte de Dios para
enseñar, porque nadie puede realizar los signos que tú
haces, si Dios no está con él”: “sabemos”). Aparece
de nuevo la controversia cristiano-judía del tiempo de
Juan. Aceptar es la condición para creer (1,11: “Vino a
los suyos, y los suyos no la recibieron”)

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