LOS NOTABLES JUDÍOS. ACUDIÓ A ÉL DE NOCHE (Nicodemo, fariseo, es maestro en Israel y miembro del sanedrín [Véase 3,10: “Jesús le respondió: «Tú eres maestro en Israel y ¿no sabes estas cosas?”, 7,48: “¿Acaso ha creído en él algún magistrado o algún fariseo?”; 7,50: “Les dice Nicodemo, que era uno de ellos, el que había ido anteriormente donde Jesús”], representa a los que, en vez de atribuir a Beelzebul exorcismos evidentes [Véase Marcos 3,22: “Los escribas que habían bajado de Jerusalén decían: «Está poseído por Beelzebul» y «por el príncipe de los demonios expulsa los demonios»”], se dejan impresionar por los milagros de Jesús y esperan de él alguna luz. A continuación se le verá elevarse contra el juicio severo de los fariseos y hasta comprometerse para asegurar a Jesús una sepultura digna [Véase Juan 7,50-51: “Les dice Nicodemo, que era uno de ellos, el que había ido anteriormente donde Jesús. «¿Acaso nuestra Ley juzga a un hombre sin haberle antes oído y sin saber lo que hace?»”; 19,39: “Fue también Nicodemo - aquel que anteriormente había ido a verle de noche - con una mezcla de mirra y áloe de unas cien libras”]. Por eso no es exacto hacer de Nicodemo el modelo del realismo pie a tierra, en definitiva, Juan no ve en él más que al hombre que busca y por eso lo define como «el que acudió a Jesús» ¿Nada más? Tenemos pues al Israel experto en la ciencia de la Ley (¿un nuevo Natanael?) que acude a Jesús ¿Por qué «de noche», un detalle que se mantiene en la mención de Nicodemo en 19,39: “Fue también Nicodemo - aquel que anteriormente había ido a verle de noche - con una mezcla de mirra y áloe de unas cien libras”? ¿acaso porque la costumbre judía recomienda el estudio nocturno de la Torá? ¿o «por miedo a los judíos»? [19,38: “Después de esto, José de Arimatea, que era discípulo de Jesús, aunque en secreto por miedo a los judíos, pidió a Pilato autorización para retirar el cuerpo de Jesús. Pilato se lo concedió. Fueron, pues, y retiraron su cuerpo”. Véase 12, 42: “Sin embargo, aun entre los magistrados, muchos creyeron en él; pero, por los fariseos, no lo confesaban, para no ser excluidos de la sinagoga”] Pero a Nicodemo no le falta el coraje. Sin llegar a decir con Loisy que este detalle sugiere el estado de ignorancia en que se encuentra Nicodemo, y lejos de asemejar esta noche a «las profundidades tenebrosas de la carne», se puede presentir con san Agustín la atmósfera misteriosa que va a envolver la conversación, tanto por su forma (elipsis, saltos de pensamiento, doble sentido) como por los temas tratados: el nuevo nacimiento y el misterio del Hijo del hombre. Al dirigirse a Jesús, Nicodemo viene de la noche hacia la luz, presente ahora en el mundo (3,19: “Y el juicio está en que vino la luz al mundo, y los hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas”). Lo mismo que Juan Bautista durante la primera jornada buscaba al Desconocido sin haber identificado aún al Mesías, también Nicodemo busca a Dios en la noche hasta que reconozca la luz en Jesús) LE DIJO: «RABBÍ, LO SABEMOS, DE PARTE DE DIOS HAS VENIDO COMO UN MAESTRO; EN EFECTO, NADIE PUEDE HACER LOS SIGNOS QUE TÚ HACES SI DIOS NO ESTÁ CON ÉL» (Intrigado por Jesús que realiza signos llamativos, Nicodemo consulta a este «maestro venido de parte de Dios». Su paso no tiene nada que ver con el de los judíos que interrogaban al Bautista (1,19: “Y este fue el testimonio de Juan, cuando los judíos enviaron donde él desde Jerusalén sacerdotes y levitas a preguntarle: «¿Quién eres tú?»”) ni puede compararse con el de un hombre de pocos alcances, incapaz de penetrar en el sentido de lo que dice Jesús. Bromear a propósito del mismo sería desconocer su valor. Movido por una inquietud religiosa, Nicodemo desea, como buen judío, encontrarse con aquel en el que ha reconocido a un ser relacionado de forma privilegiada con Dios. Con cierta delicadeza el evangelista no le hace formular expresamente a Nicodemo lo que espera de Jesús: lo que dice obliga ante todo al lector a fijar su mirada en la persona del Maestro; se trata ante todo de oírle hablar) JESÚS RESPONDIÓ Y LE DIJO: «EN VERDAD, EN VERDAD TE DIGO: SI UNO NO ES ENGENDRADO DE ARRIBA, NO PUEDE VER EL REINO DE DIOS» (Cuando Nicodemo confiesa que Jesús ha venido de parte de Dios y que Dios está con él, Jesús le responde poniendo de manifiesto la verdadera preocupación de su interlocutor. Formalmente, su respuesta está calcada sobre la frase que acaba de pronunciar este último, pero en orden inverso: si no se cumple esa condición, queda excluida tal posibilidad [Las dos proposiciones forman un quiasmo: Nadie puede... si uno... Si Dios... no puede...]. Por el contrario, el contenido no se encadena de forma aparente con lo que ha dicho el doctor judío, a no ser por la solemnidad del doble Amén [El Amén doble, introduciendo una revelación, es propio de Juan: 1,51: “Y le añadió: «En verdad, en verdad os digo: veréis el cielo abierto y a los ángeles de Dios subir y bajar sobre el Hijo del hombre»”; 3,3: “Jesús le respondió: «En verdad, en verdad te digo: el que no nazca de lo alto no puede ver el Reino de Dios»”; 3,5: “Respondió Jesús: «En verdad, en verdad te digo: el que no nazca de agua y de Espíritu no puede entrar en el Reino de Dios»”; 3,11: “En verdad, en verdad te digo: nosotros hablamos de lo que sabemos y damos testimonio de lo que hemos visto, pero vosotros no aceptáis nuestro testimonio”; 5,19: “Jesús, pues, tomando la palabra, les decía: «En verdad, en verdad os digo: el Hijo no puede hacer nada por su cuenta, sino lo que ve hacer al Padre: lo que hace él, eso también lo hace igualmente el Hijo»”; 5,24: “En verdad, en verdad os digo: el que escucha mi Palabra y cree en el que me ha enviado, tiene vida eterna y no incurre en juicio, sino que ha pasado de la muerte a la vida”; 5,25: “En verdad, en verdad os digo: llega la hora (ya estamos en ella), en que los muertos oirán la voz del Hijo de Dios, y los que la oigan vivirán.”; 6,26: “Jesús les respondió: «En verdad, en verdad os digo: vosotros me buscáis, no porque habéis visto señales, sino porque habéis comido de los panes y os habéis saciado»”; 6,32: “Jesús les respondió: «En verdad, en verdad os digo: No fue Moisés quien os dio el pan del cielo; es mi Padre el que os da el verdadero pan del cielo»”; 6,47: “En verdad, en verdad os digo: el que cree, tiene vida eterna”; 6,53: “Jesús les dijo: «En verdad, en verdad os digo: si no coméis la carne del Hijo del hombre, y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros»”; 8,34: “Jesús les respondió: «En verdad, en verdad os digo: todo el que comete pecado es un esclavo»”; 8,51: “En verdad, en verdad os digo: si alguno guarda mi Palabra, no verá la muerte jamás”; 8,58: “Jesús les respondió: «En verdad, en verdad os digo: antes de que Abraham existiera, Yo Soy»”; 10,1: “En verdad, en verdad os digo: el que no entra por la puerta en el redil de las ovejas, sino que escala por otro lado, ése es un ladrón y un salteador”; 10,7: “Entonces Jesús les dijo de nuevo: «En verdad, en verdad os digo: yo soy la puerta de las ovejas»”; 12,24: “En verdad, en verdad os digo: si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda él solo; pero si muere, da mucho fruto”; 13,16: “En verdad, en verdad os digo: no es más el siervo que su amo, ni el enviado más que el que le envía”; 13,20: “En verdad, en verdad os digo: quien acoja al que yo envíe me acoge a mí, y quien me acoja a mí, acoge a Aquel que me ha enviado”; 13,21: “Cuando dijo estas palabras, Jesús se turbó en su interior y declaró: «En verdad, en verdad os digo que uno de vosotros me entregará»”; 13,38: “Le responde Jesús: «¿Que darás tu vida por mí? En verdad, en verdad te digo: no cantará el gallo antes que tú me hayas negado tres veces»”; 14,12: “En verdad, en verdad os digo: el que crea en mí, hará él también las obras que yo hago, y hará mayores aún, porque yo voy al Padre”; 16,20: “En verdad, en verdad os digo que lloraréis y os lamentaréis, y el mundo se alegrará. Estaréis tristes, pero vuestra tristeza se convertirá en gozo”; 16,23: “Aquel día no me preguntaréis nada. En verdad, en verdad os digo: lo que pidáis al Padre os lo dará en mi nombre”; 21,18: “En verdad, en verdad te digo: cuando eras joven, tú mismo te ceñías, e ibas adonde querías; pero cuando llegues a viejo, extenderás tus manos y otro te ceñirá y te llevará adonde tú no quieras”] que corresponde a la autoridad de «maestro» que se le reconoce a Jesús. Y sobre todo cambia el registro: la declaración de Nicodemo se refería a Jesús en persona; la respuesta que recibe es una afirmación válida en general: el interés del visitante se orienta hacia la necesidad que tiene todo hombre - y por tanto él mismo - de «renacer de arriba» para poder «ver el reino de Dios». Hay algunos términos que es preciso aclarar. El adverbio ἄνωθεν [de arriba; por analogía, del primero; por implicación, de nuevo: alto, de arriba, de lo alto, de nuevo, desde su origen, desde el principio, volver a] puede significar «de arriba» o bien «de nuevo»; es el contexto el que permite hacer una elección. En este caso conviene traducir «de arriba», como demuestra lo que sigue [Así claramente en 3,31 (“El que viene de arriba está por encima de todos: el que es de la tierra, es de la tierra y habla de la tierra. El que viene del cielo”) por medio de la antítesis «arriba/abajo». En 19,11 (“Respondió Jesús: «No tendrías contra mí ningún poder, si no se te hubiera dado de arriba; por eso, el que me ha entregado a ti tiene mayor pecado»”) se trata de una autoridad que viene de arriba. En 19,23 (“Los soldados, después que crucificaron a Jesús, tomaron sus vestidos, con los que hicieron cuatro lotes, un lote para cada soldado, y la túnica. La túnica era sin costura, tejida de una pieza de arriba abajo”) la túnica de Jesús es de una sola pieza «de arriba abajo»]. Pero el otro sentido, «de nuevo», explica el desdén de Nicodemo que, al replicar, dirá: «por segunda vez (δεύτερον)». Juan se complace en utilizar palabras de «doble sentido» para hacer que progrese el diálogo: un malentendido provoca una explicación y una consiguiente profundización del anuncio de Jesús. Tal es el caso que nos ocupa. Hemos traducido: «si uno no es engendrado» (en vez de «no ha nacido» o «si no nace») para respetar el pasivo del verbo griego y su connotación implícita de la actividad de Dios en este nacimiento. También habíamos hecho lo mismo en el pasaje del prólogo en donde se presenta, con la misma intransigencia, un pensamiento muy parecido: para hacerse hijo de Dios, hay que haber sido engendrado no por la sangre, ni..., ni..., sino de Dios mismo (1,12- 13: “Pero a todos los que la recibieron les dio poder de hacerse hijos de Dios, a los que creen en su nombre; la cual no nació de sangre, ni de deseo de hombre, sino que nació de Dios”). ¿Qué significa exactamente «ser engendrado de arriba»? Algunos piensan en el don de la fe, sin el cual evidentemente nadie puede acceder a la vida divina; pero habría un círculo vicioso y un determinismo intolerable: el hombre estaría predeterminado por ese don de Dios. Otros autores piensan en el don de la revelación; de este modo quedaría respetada la libertad del hombre por el hecho de que le corresponde a él acoger esta revelación; pero, para salvaguardar la transcendencia divina, no basta con atribuir a Dios la prioridad de este proceso, ya que se correría el riesgo de situar a Dios y al hombre en el mismo plano. El empleo de «engendrar» se ilumina más bien a partir del objetivo buscado, que es - como diremos - la participación del hombre en la vida eterna; se trata por tanto de la comunicación por Dios al hombre de su propia vida. La expresión traduce el resultado del engendramiento humano, que es la comunicación de la vida en el sentido corriente de la palabra. Pablo había subrayado el fruto de la acción divina diciendo que somos «hijos en el Hijo». Nuestro texto pone de relieve el acto mismo de Dios; al utilizar el verbo en pretérito perfecto, indica al carácter estable del resultado. La expresión «el reino de Dios», frecuente en los sinópticos - como hemos dicho -, pero única en Juan, significa la «vida eterna», a saber, la vida divina que se derrama cuando «Dios reina». Pero ¿por qué «ver el reino de Dios»? Según la mayor parte de los críticos, este giro insólito es paralelo, y por tanto equivalente, al que se utiliza poco después: «entrar en el reino de Dios» (3,5: “Respondió Jesús: «En verdad, en verdad te digo: el que no nazca de agua y de Espíritu no puede entrar en el Reino de Dios»”) [La expresión «ver el reino de Dios» equivale a «entrar en el reino de Dios» o a «entrar en la vida eterna» (véase Mateo 7,21: “No todo el que me diga: “Señor, Señor, entrará en el Reino de los Cielos, sino el que haga la voluntad de mi Padre celestial”; 18,3: “y dijo: «Yo os aseguro: si no cambiáis y os hacéis como los niños, no entraréis en el Reino de los Cielos»”; 18,8-9: “Si, pues, tu mano o tu pie te es ocasión de pecado, córtatelo y arrójalo de ti; más te vale entrar en la Vida manco o cojo que, con las dos manos o los dos pies, ser arrojado en el fuego eterno. Y si tu ojo te es ocasión de pecado, sácatelo y arrójalo de ti; más te vale entrar en la Vida con un solo ojo que, con los dos ojos, ser arrojado a la gehenna del fuego”; 19,16-26: “En esto se le acercó uno y le dijo: «Maestro, ¿qué he de hacer de bueno para conseguir vida eterna?» Él le dijo: «¿Por qué me preguntas acerca de lo bueno? Uno solo es el Bueno. Mas si quieres entrar en la vida, guarda los mandamientos.» «¿Cuáles?» - le dice él. Y Jesús dijo: «No matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no levantarás falso testimonio, honra a tu padre y a tu madre, y amarás a tu prójimo como a ti mismo.» Dícele el joven: «Todo eso lo he guardado; ¿qué más me falta?» Jesús le dijo: «Si quieres ser perfecto, anda, vende lo que tienes y dáselo a los pobres, y tendrás un tesoro en los cielos; luego ven, y sígueme.» Al oír estas palabras, el joven se marchó entristecido, porque tenía muchos bienes. Entonces Jesús dijo a sus discípulos: «Yo os aseguro que un rico difícilmente entrará en el Reino de los Cielos. Os lo repito, es más fácil que un camello entre por el ojo de una aguja, que el que un rico entre en el Reino de los Cielos.» Al oír esto, los discípulos, llenos de asombro, decían: «Entonces, ¿quién se podrá salvar?» Jesús, mirándolos fijamente, dijo: «Para los hombres eso es imposible, mas para Dios todo es posible»”). La vida es existir con Dios y en él (Juan 3,36: “El que cree en el Hijo tiene vida eterna; el que rehúsa creer en el Hijo, no verá la vida, sino que la cólera de Dios permanece sobre él”)]; su sentido es semejante al de «ver la vida» (3,36: “El que cree en el Hijo tiene vida eterna; el que rehúsa creer en el Hijo, no verá la vida, sino que la cólera de Dios permanece sobre él”), o sea, «realizar la experiencia de la vida». Sin embargo, algunos autores quieren conservarle al verbo «ver» el sentido de una percepción visible de Jesús a través de los signos, en virtud del contexto de la conversación, orientada totalmente hacia Jesús. Así pues, suponiendo que «reino de Dios» equivale aquí a «Jesucristo», el sentido sería: «No puede verme», o sea, no puede saber quién soy yo... En ese caso, el encadenamiento de la respuesta de Jesús con lo que dijo Nicodemo (versículo 2: “Maestro, sabemos que tú has venido de parte de Dios para enseñar, porque nadie puede realizar los signos que tú haces, si Dios no está con él”) sería directo. Pero esta lectura no puede imponerse; la identificación del reino de Dios con la persona de Jesús es posterior al siglo II en la tradición cristiana; además, y, sobre todo, la expresión «entrar en el reino de Dios» difícilmente puede aplicarse al mismo Jesús. Por tanto, más vale atenerse a la interpretación clásica. Teniendo en cuenta todo esto, el vínculo podría ser más sutil. Nicodemo ha hablado de los signos hechos por Jesús; éstos son, por definición, actos visibles [Véase 4,48: “Entonces Jesús le dijo: «Si no veis señales y prodigios, no creéis»”] y por haberlos constatado es por lo que Nicodemo acudió a Jesús. Pues bien, la visión de los antiguos debería conducir a discernir la realidad gloriosa que simbolizan y que los desborda. De ahí quizás el empleo poco habitual de «ver» el reino de Dios) NICODEMO LE DIJO: «¿CÓMO PUEDE UN HOMBRE SER ENGENDRADO CUANDO ES VIEJO? ¿PUEDE ENTRAR POR SEGUNDA VEZ EN EL SENO DE SU MADRE Y SER ENGENDRADO?» (Jesús pensaba en «de arriba» y Nicodemo entiende «de nuevo», lo cual no es completamente falso, pero oculta la dimensión celestial de la palabra de Jesús. Desde su perspectiva, Nicodemo tiene razón al deducir la imposibilidad para el hombre de volver a nacer. ¿Va hasta asimilar el misterio del origen nuevo con el regreso al seno materno? Esto sería tomar al pie de la letra su objeción, mientras que el detalle relativo al hombre que se ha hecho «viejo» sugiere una ironía por su parte: lleva hasta el fondo la palabra de Jesús para mostrar su carácter inconcebible, con lo que exige una información suplementaria, al estilo de las disputas rabínicas en donde el humor conserva siempre sus derechos. Nicodemo refleja en un espejo terreno lo que Jesús anunciaba de celestial, pero Crisóstomo exagera cuando lo acusa de «serpentear por tierra, incapaz de ponerse a volar». Por otra parte, según los deseos de Nicodemo, Jesús va a precisar su pensamiento) RESPONDIÓ JESÚS: «EN VERDAD, EN VERDAD TE DIGO; SI UNO NO ES ENGENDRADO DE AGUA Y DE ESPÍRITU, NO PUEDE ENTRAR EN EL REINO DE DIOS. LO QUE HA NACIDO DE LA CARNE, ES CARNE; LO QUE HA NACIDO DEL ESPÍRITU ES ESPÍRITU. NO TE EXTRAÑES SI TE HE DICHO: 'TENÉIS QUE SER ENGENDRADOS DE ARRIBA» (El doble Amén del versículo 5 (“Respondió Jesús: «En verdad, en verdad te digo; si uno no es engendrado de agua y de Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios»”) pone de relieve una vez más la autoridad de Jesús y la importancia de lo que se va a decir. El adverbio «de arriba» (versículo 3: “Jesús le respondió: «En verdad, en verdad te digo: el que no nazca de lo alto no puede ver el Reino de Dios»”) se explica ahora mediante una perífrasis: «de agua y de Espíritu». La tradición eclesial, apoyándose en 1 Pedro 1,23 (“pues habéis sido reengendrados de un germen no corruptible, sino incorruptible, por medio de la Palabra de Dios viva y permanente”) y Tito 3,5 (“él nos salvó, no por obras de justicia que hubiésemos hecho nosotros, sino según su misericordia, por medio del baño de regeneración y de renovación del Espíritu Santo”), pensó aquí espontáneamente en el bautismo, pero contra esta lectura se puede objetar que los versículos inmediatamente siguientes (versículos 6-8: “Lo que ha nacido de la carne, es carne; lo que ha nacido del Espíritu es espíritu. No te extrañes si te he dicho: 'Tenéis que ser engendrados de arriba'. El viento sopla donde quiere, y oyes su voz, pero no sabes de dónde viene ni a dónde va. Así es todo el que nace del Espíritu»”»”) hablan solamente de Espíritu. Por otra parte, la expresión es estilísticamente curiosa: las dos palabras «agua» y «Espíritu» están juntas bajo una sola preposición: «ἐξ ὕδατος καὶ Πνεύματος». La palabra «agua» ¿habrá sido interpolada? [ Así R. Bultmann e I. de la Potterie]. Pero no hay ningún manuscrito que apoye esta tesis. Conviene más bien ver aquí una especie de endíadis y traducir: «de agua que es Espíritu». Entonces salta a la vista la profecía de Ezequiel: “Derramé sobre vosotros un agua pura... Pondré en vosotros un espíritu nuevo... Pondré mi espíritu en vosotros” (Ezequiel 36,25-27: “Os rociaré con agua pura y quedaréis purificados; de todas vuestras impurezas y de todas vuestras basuras os purificaré. Y os daré un corazón nuevo, infundiré en vosotros un espíritu nuevo, quitaré de vuestra carne el corazón de piedra y os daré un corazón de carne. Infundiré mi espíritu en vosotros y haré que os conduzcáis según mis preceptos y observéis y practiquéis mis normas”). Así pues, Nicodemo podría recordar los anuncios escatológicos de los profetas y darse cuenta al mismo tiempo de que Jesús - cosa extraña - hablaba en presente. En Ezequiel, la asociación «agua» y «espíritu» evocaba un versículo inicial del relato de la creación (Génesis 1,2: “La tierra era caos y confusión y oscuridad por encima del abismo, y un viento de Dios aleteaba por encima de las aguas”) y consiguientemente todo el relato del Génesis que describe el primer brote de la vida; esta asociación sugería en su profecía que el don del Espíritu correspondería a una creación nueva. Es verdad que el texto no habla expresamente de «engendramiento» nuevo; pero suscita este pensamiento, ya que el Espíritu que va a renovar el corazón de los hombres es, según Ezequiel, el de Dios mismo. Un pasaje de los Jubileos [«Pero luego se volverán a mí con toda rectitud, todo corazón y todo espíritu. Cortaré el prepucio de sus corazones y los de su descendencia, y les crearé un espíritu santo, purificándolos para que no se aparten de mí desde ese día por siempre. Su alma me seguirá a mí y todos mis mandamientos, que serán restaurados entre ellos: yo seré su padre, y ellos, mis hijos» (Jubileos l,23-24)], que recoge este anuncio, asocia efectivamente el don del Espíritu a la condición de «hijos» de Dios. Solamente si se tiene en cuenta el pequeño relato que refiere la actividad bautismal del mismo Jesús en 3,22 (“Después de esto, se fue Jesús con sus discípulos al país de Judea; y allí se estaba con ellos y bautizaba”), es posible considerar como válida, en el segundo tiempo de la lectura, la interpretación eclesial que discierne en el agua y el Espíritu del versículo 5 (“Respondió Jesús: «En verdad, en verdad te digo; si uno no es engendrado de agua y de Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios»”) el tema del bautismo cristiano. Más adelante volveremos sobre esta perspectiva. Así pues, el nuevo nacimiento es obra del Espíritu. El versículo 6 (“Lo que ha nacido de la carne, es carne; lo que ha nacido del Espíritu es espíritu”) señala su efecto, mediante una oposición que afecta, no al comportamiento, sino al ser: «Lo que ha nacido de la carne, es carne; lo que ha nacido del espíritu, es espíritu». En un caso, el ser es débil, perecedero, terreno; en el otro está vivo para siempre con la vida misma de Dios (véase 4,24: “Dios es espíritu, y los que adoran, deben adorar en espíritu y verdad”). Y esto en virtud de su origen, como demuestra la preposición ἐκ (que se deriva de), que precede a la carne y al espíritu. ¿Cómo no pensar de nuevo en el versículo 13 (“la cual no nació de sangre, ni de deseo de hombre, sino que nació de Dios”) del prólogo, en donde el evangelista opuso ya el origen de aquí abajo al engendramiento por parte de Dios? Sin una intervención de Dios, los hombres no pueden llegar a la «vida», como se subrayó antes en los numerosos «no puede» [3,2-5: “Fue éste donde Jesús de noche y le dijo: «Rabbí, sabemos que has venido de Dios como maestro, porque nadie puede realizar las señales que tú realizas si Dios no está con él.» Jesús le respondió: «En verdad, en verdad te digo: el que no nazca de lo alto no puede ver el Reino de Dios.» Dícele Nicodemo: «¿Cómo puede uno nacer siendo ya viejo? ¿Puede acaso entrar otra vez en el seno de su madre y nacer?» Respondió Jesús: «En verdad, en verdad te digo: el que no nazca de agua y de Espíritu no puede entrar en el Reino de Dios»”; 3,9: “Respondió Nicodemo: «¿Cómo puede ser eso?»”] (οὐ δύναται) que van jalonando el texto. Sí, es extraño, dice Jesús; e insiste repitiéndose: hay que nacer de arriba (véase versículo 3: “Jesús le respondió: «En verdad, en verdad te digo: el que no nazca de lo alto no puede ver el Reino de Dios»”), pero esta vez la expresión encierra un «vosotros»: «tenéis que...». De forma que Nicodemo podría preguntarse quién es ese hombre que se mantiene de este modo a distancia de todos los demás; su palabra implica que no debe, por su parte, ser engendrado de arriba) EL VIENTO SOPLA ADONDE QUIERE; Y TÚ OYES SU VOZ, PERO NO SABES NI DE DÓNDE VIENE NI ADONDE VUELVE. ASÍ PASA CON TODO EL QUE HA NACIDO DEL ESPÍRITU (Jesús quiere ayudar a Nicodemo, que no comprende. En los primeros enunciados expresaba la necesidad a modo de condición indispensable: Si uno no nace... no puede (3,3: “el que no nazca de lo alto no puede ver el Reino de Dios”; 3,5: “el que no nazca de agua y de Espíritu no puede entrar en el Reino de Dios”); ahora la expresa de modo positivo: “Tenéis que nacer de nuevo/de arriba”. No basta haber nacido de la carne. Pero la exigencia de Jesús tiene, además, otro aspecto: la «carne» vincula con una madre (3,4: “volver al seno de su madre y nacer”), es decir, con una raza y un pueblo. El nacimiento del que habla Jesús está en relación con entrar en el reino de Dios. Para los judíos, el reinado de Dios se ejercería, al menos primariamente, en Israel y comenzaba con su restauración, es decir, suponía unos límites o privilegios de raza. Ser hijo de Abrahán daba ya derecho a ese reino. Jesús ha contrapuesto los dos nacimientos; no es el primero, el de la raza, el que garantiza la pertenencia al reino, sino el segundo; no la ascendencia, sino el acabamiento de la obra de Dios en el hombre) EL VIENTO SOPLA DONDE QUIERE, Y OYES SU RUIDO, AUNQUE NO SABES DE DÓNDE VIENE NI ADONDE SE MARCHA. ESO PASA CON TODO EL QUE HA NACIDO DEL ESPÍRITU (El término «espíritu» significa originariamente «viento», y Juan juega con su doble significado. El viento/espíritu es fuerza y dinamismo. El término «ruido» significa también «voz»: ruido del viento/voz del Espíritu. Al doble significado de πνεῦμα corresponde el doble de φωνὴν (viento- ruido/Espíritu-voz). La necesidad del nuevo nacimiento, enunciada antes por Jesús, excluía que el reino de Dios se identificase con Israel. Se plantea la cuestión de quiénes son los llamados al reino. A ella responde Jesús en este versículo. La contraposición carne/Espíritu y la concepción de éste como principio de vida están en la línea de Génesis 2,7: “el Señor Dios modeló al hombre con arcilla del suelo y ἐνεφύσησεν, sopló, en su nariz un aliento de vida. Así el hombre se convirtió en un ser viviente”. El aliento vivificador de Dios sopla sobre «el hombre», comunica vida sin estar limitado por raza o región, como el viento sopla donde quiere. Así, el Espíritu/viento, que prepara ciudadanos para el reino de Dios, no conoce fronteras. Es decir, no sólo la Ley no es camino para el reino, sino que éste tampoco está circunscrito a Israel, a su raza y tradición. El Espíritu creador es libre, no está ligado a nada ni a nadie. Y paralelamente, los que nacen del Espíritu no se sienten encerrados en los límites de un pueblo o tradición. Si no se pueden establecer reglas para el Espíritu, tampoco el origen, historia o experiencia anterior pueden ser norma última para el hombre nuevo que nace de él. Al Espíritu y al nacido de él se les conoce por su voz (ruido del viento/voz del Espíritu). Este pasaje está en estrecho paralelo con 8,14: “mi testimonio (μαρτυρία) es válido, porque sé de dónde he venido y adonde me marcho, mientras vosotros no sabéis de dónde vengo ni adonde me marcho”. Se trata aquí de la identidad de Jesús (8,12: “Yo soy la luz del mundo”), que él puede afirmar por ser consciente de su procedencia y de su destino. Lo mismo, los que han nacido del Espíritu, no se definen ya por su «carne» ni se identifican por ella; en eso se diferencian de Israel, que encontraba su identidad en su genealogía e instituciones. De hecho, su vida tiene origen «arriba». Sus objetivos no son los que podrían deducirse de su pertenencia a un pueblo o a una sociedad. Sabe de dónde vienen y adónde van, cuál es su itinerario: el camino hacia el Padre por el amor leal hasta el extremo (13,1: “Antes de la fiesta de Pascua, sabiendo Jesús que había llegado la hora de pasar de este mundo al Padre, él, que había amado a los suyos que quedaban en el mundo, los amó hasta el fin”). Pero el que no ha nacido del Espíritu y sigue en la esfera de la «carne» no puede comprenderlo ni acepta, por tanto, la veracidad de su testimonio. Para él la voz del Espíritu es un ruido (12,27-32: “Mi alma ahora está turbada, ¿Y qué diré: «Padre, líbrame de esta hora? ¡Sí, para eso he llegado a esta hora! ¡Padre, glorifica tu Nombre!». Entonces se oyó una voz del cielo: «Ya lo he glorificado y lo volveré a glorificar». La multitud que estaba presente y oyó estas palabras, pensaba que era un trueno. Otros decían: «Le ha hablado un ángel». Jesús respondió: «Esta voz no se oyó por mí, sino por ustedes. Ahora ha llegado el juicio de este mundo, ahora el Príncipe de este mundo será arrojado afuera; y cuando yo sea levantado en alto sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí»”; 1 Corintios 2,14- 15: “El hombre puramente natural no valora lo que viene del Espíritu de Dios: es una locura para él y no lo puede entender, porque para juzgarlo necesita del Espíritu. El hombre espiritual, en cambio, todo lo juzga, y no puede ser juzgado por nadie”). Se trasluce detrás de estas frases la polémica de las comunidades cristianas con la sinagoga. Estas comunidades han surgido en todas partes, sin responder a criterios de raza o pueblo, pero se las reconoce por tener una misma voz y dar un mismo testimonio, el de Jesús. El Espíritu/viento, que no sigue las reglas de ellos, les resulta imprevisible. No está vinculado, como Israel, a instituciones; solamente su voz delata su presencia y ella afirma su libertad. Nicodemo creía saber (3,2: “Maestro, sabemos que tú has venido de parte de Dios para enseñar, porque nadie puede realizar los signos que tú haces, si Dios no está con él”: sabemos). Había intentado encasillar a Jesús, pero se había equivocado, porque no sabía de dónde venía ni adónde iba. Las señales de Jesús (2,23: “Mientras estaba en Jerusalén, durante la fiesta de Pascua, muchos creyeron en su Nombre al ver los signos que realizaba”) eran la voz del Espíritu; ellos han querido interpretarlas en función de su origen judío, en un marco de «carne», de tradición, de lo ya conocido (3,2: “Maestro, sabemos que tú has venido de parte de Dios para enseñar, porque nadie puede realizar los signos que tú haces, si Dios no está con él”: “has venido como maestro”). Pero el Espíritu no admite tales marcos de referencia. Lo mismo ocurrirá a otros, que creerán saber y, en realidad, no sabrán (7,27-29: “Nosotros sabemos de dónde es este; en cambio, cuando venga el Mesías, nadie sabrá de dónde es». Entonces Jesús, que enseñaba en el Templo, exclamó: «¿Así que ustedes me conocen y saben de dónde soy? Sin embargo, yo no vine por mi propia cuenta; pero el que me envió dice la verdad, y ustedes no lo conocen. Yo sí lo conozco, porque vengo de él y es él el que me envió»”; 8,21-24: “Jesús les dijo también: «Yo me voy, y ustedes me buscarán y morirán en su pecado. Adonde yo voy, ustedes no pueden ir». Los judíos se preguntaban: «¿Pensará matarse para decir: «Adonde yo voy, ustedes no pueden ir»? Jesús continuó: «Ustedes son de aquí abajo, yo soy de lo alto. Ustedes son de este mundo, yo no soy de este mundo. Por eso les he dicho: "Ustedes morirán en sus pecados". Porque si no creen que Yo Soy, morirán en sus pecados»”). Nicodemo poseía el saber de la «carne», del hombre inacabado, sin conocer el proyecto de Dios) REPLICÓ NICODEMO: «¿CÓMO ES POSIBLE QUE ESO SUCEDA?» (Nicodemo se mantiene en la línea del «cómo» (3,4: “Nicodemo le preguntó: «¿Cómo un hombre puede nacer cuando ya es viejo? ¿Acaso puede entrar por segunda vez en el seno de su madre y volver a nacer?»”), suponiendo conocido lo que tenía que nacer: el Israel reformado. Jesús lo ha pasado a la línea del «qué», porque lo que tiene que nacer es el hombre nuevo. Ante el cambio de planteamiento, el fariseo muestra su desorientación y su escepticismo. El legalista no cree posible esa clase de vida) REPUSO JESÚS: «Y TÚ, SIENDO EL MAESTRO DE ISRAEL, ¿NO CONOCES ESTAS COSAS?» (El diálogo revela la tensión. Al reconocimiento inicial de Nicodemo (3,2: “Maestro, sabemos que tú has venido de parte de Dios para enseñar, porque nadie puede realizar los signos que tú haces, si Dios no está con él”) responde Jesús echando abajo sus presupuestos (3,3: “Te aseguro que el que no renace de lo alto no puede ver el Reino de Dios”); ante su réplica irónica (3,4: “¿Cómo un hombre puede nacer cuando ya es viejo? ¿Acaso puede entrar por segunda vez en el seno de su madre y volver a nacer?”) ha insistido sin mitigaciones (3,5-8: “Te aseguro que el que no nace del agua y del Espíritu no puede entrar en el Reino de Dios. Lo que nace de la carne es carne, lo que nace de Espíritu es espíritu. No te extrañes de que te haya dicho: «Ustedes tienen que renacer de lo alto». El viento sopla donde quiere: tú oyes su voz, pero no sabes de dónde viene ni a dónde va. Lo mismo sucede con todo el que ha nacido del Espíritu»”). A la segunda reacción adversa de Nicodemo (3,9: “¿Cómo es posible todo esto?”) responde Jesús con una ironía. Después de su primera seguridad, Nicodemo se mantiene a la defensiva. Sólo hace preguntas, que muestran su escepticismo. Al fariseo y jefe no le cabe en la cabeza la ruptura con el pasado ni la novedad del Espíritu. Jesús lo llama «el maestro de Israel», título que ellos daban a Moisés, el único de quien se profesaban discípulos (9,28-29: “nosotros somos discípulos de Moisés. Sabemos que Dios habló a Moisés, pero no sabemos de dónde es este”), la única voz que seguía resonando (3,31: “El que viene de arriba está por encima de todos: el que es de la tierra, es de la tierra y habla de la tierra. El que viene del cielo”: “El que es de la tierra pertenece a la tierra y habla de la tierra”). Siendo Nicodemo una figura representativa, engloba el magisterio fariseo, característico de la sinagoga, que exalta y perpetúa a Moisés como legislador y maestro. Pero Moisés fue más que maestro, anunció un futuro (5,46: “Porque, si creyerais a Moisés, me creeríais a mí, porque él escribió de mí”: “de mí escribió Moisés”); y, además, la tradición profética ofrecía datos que hacían comprensible las afirmaciones de Jesús (Jeremías 31,31-33: “Llegarán los días - oráculo del Señor - en que estableceré una nueva Alianza con la casa de Israel y la casa de Judá. No será como la Alianza que establecí con sus padres el día en que los tomé de la mano para hacerlos salir del país de Egipto, mi Alianza que ellos rompieron, aunque yo era su dueño - oráculo del Señor -. Esta es la Alianza que estableceré con la casa de Israel, después de aquellos días - oráculo del Señor - : pondré mi Ley dentro de ellos, y la escribiré en sus corazones; yo seré su Dios y ellos serán mi Pueblo”; Ezequiel 36,25-28: “Los rociaré con agua pura, y ustedes quedarán purificados. Los purificaré de todas sus impurezas y de todos sus ídolos. Les daré un corazón nuevo y pondré en ustedes un espíritu nuevo: les arrancaré de su cuerpo el corazón de piedra y les daré un corazón de carne. Infundiré mi espíritu en ustedes y haré que signa mis preceptos, y que observen y practiquen mis leyes. Ustedes habitarán en la tierra que yo ha dado a sus padres. Ustedes serán mi Pueblo y yo seré su Dios”; Juan 5,39: “Ustedes examinan las Escrituras, porque en ellas piensan encontrar Vida eterna: ellas dan testimonio de mí”). Pero ellos habían mutilado el Antiguo Testamento (5,40: “sin embargo, ustedes no quieren venir a mí para tener Vida”; 5,46-47: “Si creyeran en Moisés, también creerían en mí, porque él ha escrito acerca de mí. Pero si no creen lo que él ha escrito, ¿cómo creerán lo que yo les digo?”), reduciéndolo a una enseñanza legal (“el maestro de Israel”); incluso al Mesías lo esperaban como maestro (3,2: “Maestro, sabemos que tú has venido de parte de Dios para enseñar, porque nadie puede realizar los signos que tú haces, si Dios no está con él”: “Maestro, sabemos que tú has venido de parte de Dios para enseñar”). Con el apego a un código que excluía de antemano toda novedad, se habían cerrado al Espíritu y a la acción de Dios. Habían sustituido el Espíritu por la letra, su dinamismo por el Libro) PUES SÍ, TE ASEGURO QUE HABLAMOS DE LO QUE SABEMOS Y QUE DAMOS TESTIMONIO DE LO QUE HEMOS VISTO PERSONALMENTE, PERO NUESTRO TESTIMONIO NO LO ACEPTÁIS (Otra afirmación categórica de Jesús. Ahora opone su sabemos al de Nicodemo (3,2: “Maestro, sabemos que tú has venido de parte de Dios para enseñar, porque nadie puede realizar los signos que tú haces, si Dios no está con él”), que era en realidad no saber (3,8: “El viento sopla donde quiere, y oyes su voz, pero no sabes de dónde viene ni a dónde va. Así es todo el que nace del Espíritu»”: “no sabes de dónde viene ni a dónde va”; 3,10: “Jesús le respondió: «Tú eres maestro en Israel y ¿no sabes estas cosas?»”: “no sabes estas cosas”). Jesús no es maestro como ellos. Nicodemo no sabe, porque fundaba su saber sólo en una tradición aprendida. Jesús sabe: hablamos de lo que sabemos; pero sabe por experiencia, por haberlo vivido: lo que hemos visto personalmente (1,18: “Nadie ha visto jamás a Dios; el que lo ha revelado es el Hijo único, que está en el seno del Padre”). El dinamismo del Espíritu se hace experiencia en el interior del hombre. Por eso su hablar es un testimonio. El uso del plural: sabemos, hemos visto, damos testimonio, prevé ya el futuro, o, mejor dicho, refleja a la comunidad. También la frase anterior: “todo el que ha nacido del Espíritu”, miraba a un futuro. Son los que nacerán por obra de Jesús (1,33: “Y yo no le conocía pero el que me envió a bautizar con agua, me dijo: “Aquel sobre quien veas que baja el Espíritu y se queda sobre él, ése es el que bautiza con Espíritu Santo””: “el que va a bautizar con Espíritu Santo”), y cuya voz se oirá como se oye la suya. También esos sabrán, y darán testimonio basado en su experiencia. Tal es el significado de «hemos visto personalmente», no necesariamente de visión física. En el reproche que hace Jesús a Nicodemo: nuestro testimonio no lo aceptáis, se incluye también, como antes, el testimonio futuro de la comunidad (nuestro). El plural no lo aceptáis supone que Nicodemo representa a un grupo (3,2: “Maestro, sabemos que tú has venido de parte de Dios para enseñar, porque nadie puede realizar los signos que tú haces, si Dios no está con él”: “sabemos”). Aparece de nuevo la controversia cristiano-judía del tiempo de Juan. Aceptar es la condición para creer (1,11: “Vino a los suyos, y los suyos no la recibieron”)