Escolar Documentos
Profissional Documentos
Cultura Documentos
Esta es una versión abreviada del trabajo publicado en Víctor Gustavo Zonana (dir., ed.) y
Hebe Beatriz Molina (coed.) Poéticas de autor en la literatura argentina (desde 1950). Buenos
Aires: Corregidor, 2007, pp. 283-331. Las partes faltantes del texto se han marcado con el
siguiente signo: [...].
[…]
El teatro de Buenos Aires vive desde mediados de los ochenta un proceso de
renovación y multiplicación de poéticas que ha adquirido rápido reconocimiento en el
campo teatral argentino y ha captado buenas dosis de atención en la escena mundial.
Entre las variadas manifestaciones surgidas tras la dictadura militar (1976-1983), la de
Rafael Spregelburd es una de las expresiones más originales y constituye una singular
respuesta a los desafíos que ha planteado al pensamiento la última Modernidad. Ante
las actuales determinaciones históricas, ante “el mercado de los medios, con una
realidad cotizando a la baja” (Cornago 22), ante una realidad social y política que se
convierte en espectáculo, o mejor, un espectáculo social y político que pasa por real,
las tendencias más innovadoras del arte emprenden la resistencia exhibiendo el
mecanismo de los propios lenguajes, volviendo visibles los medios de representación
que los sistemas de poder hacen funcionar de forma transparente, acechando la
presencia de las cosas que suelen quedar ocultas tras los actos de simulación,
haciendo de su oposición un continuo devenir para escapar a cualquier síntesis
totalizante e idea estable de unidad, o para decirlo con Óscar Cornago:
Involucrada con este clima cultural y vinculada a las líneas de pensamiento que
siguieron al intenso examen lingüístico del Estructuralismo, la obra de Rafael
Spregelburd se asoció en los primeros noventa a lo que se percibía como la aparición
de una “nueva dramaturgia”. Pero giró de inmediato hacia los modos de producción
más representativos de este último tramo de la historia del teatro argentino: la
integración de las labores de escritura, dirección y actuación como procesos
estrechamente ligados, e indisociables incluso. Trabajando como “un actor que se
escribe las obras en las que le gustaría actuar” (Abraham, “La difícil tarea de no
representar”) –así se define él mismo– y también como un director que compone los
textos con los ojos puestos ya en la escena, Spregelburd ha venido generando una
obra abundante y muy personal 1, que suma a la práctica del teatro la permanente
indagación teórica y promueve una aguda reflexión sobre el acto mismo de
representar y la “condición escénica” de la cultura.
La producción de Spregelburd se encuentra en pleno “crecimiento” y sigue, por
lo tanto, los principios de una poética que no puede considerarse cerrada sino en
proceso. Pero aun así, y a pesar de la relativa brevedad de su carrera, su obra
describe una trayectoria –una evolución– muy coherente que responde al modelado de
un pensamiento sistemático sobre el hecho teatral, una auténtica constelación de
conceptos y procedimientos, y que configura una verdadera poética en los sentidos
que Gustavo Zonana rescata para el término en la Introducción a este volumen. Se
trata, pues, de “un saber de carácter factivo”, “procedimental”, que supone, sin
embargo, un conocimiento general sobre el teatro, sus posibles modalidades de
producción y sus posibles funciones respecto de los otros dominios de la cultura. Es
un saber de orden teórico, pero construido en estrecha relación con la dimensión
práctica del fenómeno, no solo porque sirve de orientación a la escritura dramática y la
creación escénica, sino también porque surge de las búsquedas y los problemas que
plantean las prácticas concretas. Por esta razón, la poética del creador acoge “un
repertorio de elecciones” entre las variantes constructivas que ofrece el objeto e
1
Hago el listado de las piezas dramáticas de Spregelburd que se han representado hasta el
momento (octubre de 2006). La fecha corresponde al año de estreno. Cuando no haya
indicación del director, ha sido el propio Spregelburd el encargado de la puesta en escena:
Cucha de almas (1992, por Eduardo Gondell, Buenos Aires, EMAD); Destino de dos cosas o de
tres (1993, por Roberto Villanueva, Buenos Aires, Teatro San Martín); Moratoria (1994, por
Vilma Rodríguez, Buenos Aires, ENAD); La tiniebla (1994, por José María Gómez, Buenos
Aires, Fac. de Psicología de la UBA); Remanente de invierno (1995, Buenos Aires, Teatro San
Martín); Dos personas diferentes dicen hace buen tiempo (1995, con Andrea Garrote, Buenos
Aires, Centro Cultural Rojas); Varios pares de pies sobre piso de mármol (1996, con Gabriela
Izcovich y Julia Catalá, Buenos Aires, Centro Cultural Borges); Cuadro de asfixia (1996, por
Luis Herrera, Buenos Aires, La Carbonera); Entretanto las grandes urbes (1997, por Vilma
Rodríguez, Buenos Aires, Sala Ana Itelman); Raspando la cruz (1997, Buenos Aires, Centro
Cultural Rojas); Motín (1997, con Federico Zypce, Buenos Aires, Centro Cultural Rojas); La
extravagancia: Heptalogía de Hieronymus Bosch/2 (1997, por Rubén Szuchmacher, Buenos
Aires, Teatro Babilonia); Estado (1998, por Andreas Beck, Londres, Royal Court Theatre);
Canciones alegres de niños de la patria (1999, por Enrique Vellio, Río Gallegos, Teatro del
Sur); La modestia: Heptalogía de Hieronymus Bosch/3 (1999, Buenos Aires, Teatro San
Martín); Diario de trabajo (1999, con Matías Feldman, Buenos Aires, Centro Cultural Rojas);
DKW y Plan canje (2000, Bahía Blanca, Sala Caos); Fractal (2000, Buenos Aires, Centro
Cultural Rojas); La inapetencia: Heptalogía de Hieronymus Bosch/1 (2001, por Gabriella
Bußacker, Hamburgo, Deutsches Schauspielhaus); La escala humana (2001, con Javier Daulte
y Alejandro Tantanian, Buenos Aires, Teatro Callejón); Satánica (2002, por Paula Susperregui,
Madrid, Sala Tis); Un momento argentino (2002, Londres, Old Vic Theatre); La estupidez:
Heptalogía de Hieronymus Bosch/4 (2003, Buenos Aires, El Portón de Sánchez); El pánico:
Heptalogía de Hieronymus Bosch/5 (2003, Buenos Aires, Teatro del Otro Lado); Bizarra: Una
saga argentina (2003, Buenos Aires, Centro Cultural Rojas).
implica, en consecuencia, la adopción de una ideología estética y una toma de
posición frente a las condiciones actuales del sistema cultural y las formas artísticas
del pasado.
Para entender la concepción estética que ha guiado su práctica del teatro,
Spregelburd proporciona básicamente dos medios de acceso. Por un lado, sus obras
contienen numerosos recursos que apuntan a mostrar los procedimientos, las leyes y
las teorías subyacentes a su construcción. El cuestionamiento sobre las operaciones
de representación que ejercen los diversos lenguajes –representación lingüística,
visual, teatral– atraviesa la totalidad de los textos dramáticos y los espectáculos, y deja
en ellos las huellas de una poética implícita, una serie de formulaciones teóricas
ficcionalizadas, estetizadas, tratadas con un profundo sentido lúdico y […] siempre con
humor. Son justamente el estatuto ficcional y el carácter lúdico con que aparece la
poética albergada en sus obras lo que justifica la denominación de “poética implícita”.
El hecho de que el discurso metalingüístico, los juegos metateatrales y el uso de
diversos metalenguajes científicos se desplieguen en el interior de la praxis ficcional
dificulta la atribución de esos contenidos teóricos a la instancia productora, en
términos de creencia u opinión de autor. Tanto más cuando se incorporan a la obra a
través de procedimientos paródicos que evitan un posicionamiento axiológico claro
frente a lo parodiado, y a través de una práctica del teatro que intenta la “multiplicación
de sentido” (Spregelburd, “Procedimientos” 114-117) escapando, por ejemplo, a toda
fijación de un sistema de valores estable que garantice la coincidencia interpretativa
entre los espectadores y la unidad de los juicios. De allí que, para Spregelburd, sea no
solo oportuna sino casi necesaria la explicitación de su poética.
Por otro lado, entonces, Spregelburd ha ido desarrollando en paralelo a su
producción teatral una serie de prácticas discursivas que establecen un pacto distinto
con la comunidad de intérpretes y se asimilan institucionalmente como vehículos de la
voz del autor. Desde su primera colección de obras (Teatro incompleto/1), tiene la
costumbre de anexar paratextos, que irán ganando en extensión, complejidad y
riqueza explicativa con el avance de su trayectoria.
[...]
La formulación explícita de los principios de poética se transforma, en estos
casos, en correlato inseparable de la producción artística, ofrece una serie de
“instrucciones de lectura” y conforma un marco instrumental para la recepción de la
obra. De otro modo, la tendencia novedosa correría el riesgo de sufrir la
incomprensión o de verse reducida por los hábitos de interpretación más
institucionalizados en el sistema.
Hacer funcionar ese vínculo entre teorización y práctica del teatro, jugar el
juego que propone, puede ser una vía eficaz para arribar a los sentidos de una obra
que, entre otras cosas, comienza poniendo en primer plano la arbitrariedad de los
lenguajes –desde los idiomas humanos hasta la convenciones de la propia escena– y
la habilidad de esos sistemas representativos para construir –fingir– realidades. Y
termina por pensar la posibilidad de hacer aparecer en el teatro la complejidad de la
vida, de exhibir la “mera” presencia de las cosas al menos por un instante, de mostrar
esa pura realidad que suele estar cubierta por los modelos explicativos del mundo, las
simplificaciones del pensamiento y, en definitiva, los usos de la representación.
Lo peculiar de la escritura es, pues, que fija, espacializa, es decir, objetiva: produce
algo independiente de quien lo produce y capaz de trascenderlo en el espacio y en el
tiempo. (...) En el polo opuesto, como siendo lo contrario de una escritura, aparecen,
encabezados por el teatro, espectáculos como el circo, los toros o el concierto. En
todos ellos es imposible separar la obra de arte del artista. Son artes que mueren como
el hombre y con el hombre que las crea o las sustenta. Son las artes o espectáculos
humanos por excelencia, que acompañan al hombre en su más íntima dimensión, la
temporalidad abocada a la muerte.
(...) Las escrituras, por el contrario, nacen precisamente como intentos de superar
ese destino mortal, pero de superarlo en la materia carente de vida. Todas las
escrituras se fijan en materiales inertes. La materia del teatro, en cambio, es el hombre
vivo (29).
En los días que corren, al menos en la Argentina, se intuyen los signos de una
síntesis particular. Que el teatro es un acontecimiento escénico parece un hecho fuera
de discusión, y se propagan los “escritores” que ponen en escena sus obras, los
actores que colaboran en la escritura, los directores que acceden finalmente a publicar
su texto luego de la representación. Entre los dramaturgos que emergieron en el
campo teatral a fines de los ochenta y durante los noventa, varios de los que han
obtenido mayor reconocimiento habían asumido desde el inicio la tarea de dirigir sus
piezas o han terminado por hacerlo sistemáticamente. […]
Este panorama de síntesis ha tenido sus repercusiones en el discurso
académico. Una muestra de ello es la adopción generalizada del término “teatrista”
para referirse al creador que “suma en su actividad el manejo de todos o casi todos los
oficios del arte del espectáculo” (Dubatti, “Dramaturgia(s)...” 101). Por otro lado, el
concepto de “dramaturgia” se ha diversificado para albergar a todo tipo de escritura
(de autor, director, actor o grupo) que genere o que sea el resultado de una puesta en
escena y que haya sido atravesada en algún momento del proceso por las “matrices
constitutivas de la teatralidad” (101-103).
Entrando en el terreno de las hipótesis, esta manera más flexible de concebir la
dramaturgia podría ocasionar también ciertas transformaciones en la práctica de su
lectura. Podría modificar los esquemas cognitivos –las representaciones sobre el
estatuto y el uso del texto dramático– que fueron construidos por un modelo literario
del teatro: la idea de un texto único, generalmente anterior al hecho escénico y capaz
de motivar múltiples espectáculos que se consideran derivados de él. Incluso en el
caso de la dramaturgia de autor, cuando el libro aparece como el resultado de un
espectáculo, el texto podría no ser solo una manifestación literaria digna de lectura,
sino también un registro –como bautiza Federico León su volumen de obras– de lo que
fue el espectáculo. Y, más importante aún, el texto funcionaría en estos casos como
un dispositivo capaz de activar en la memoria del lector las emociones que tuvieron
lugar durante la experiencia única de asistir al teatro.
Pero no se trata tan solo de ponderar la distancia entre las producciones de
estos dramaturgos-directores-actores y los monumentos de aquel “viejo” teatro
literario. Hace falta además medir el efecto de estas “nuevas” ondas sobre la superficie
más o menos estable que las precede –el triunfo de una idea del teatro con eje en la
escena– y en relación con las turbulentas expresiones de resistencia al texto que
procuraron imponerla. En la Argentina, esta puja por conseguir un teatro de la
actuación se hizo muy evidente luego de la dictadura, cuando proliferaron ciertas
agrupaciones de actores que se autogestionaban y hacían sus espectáculos en
espacios “marginales” como el Parakultural o el Centro Cultural Ricardo Rojas. Entre
estos grupos se encontraban Las Gambas al Ajilllo, Los Melli, La Banda de la Risa, El
Clú del Claun, Los Macocos, El Periférico de Objetos, y entre sus miembros podían
contarse María José Gabin, Walter “Batato” Barea, Alejandro Urdapilleta, Humberto
Tortonese y muchos otros.
Cada grupo perseguía una estética singular, de modo que no puede hablarse
del surgimiento de un paradigma ni de una poética de generación o de escuela. Por el
contrario, el denominador común de este fenómeno, y del teatro porteño de la
postdictadura en general, estaría dado más bien por la idea misma de “multiplicidad” y
por su defensa (Dubatti, “Territorio de ebullición...” 8-16). Aun así, como destacan
Fernández Frade y Martín Rodríguez, pueden hallarse una serie de rasgos
compartidos y varias coincidencias en términos de ideología estética, que implican,
incluso, un gesto polémico respecto de prácticas teatrales anteriores.
En general, los actores mantenían “relaciones laxas” y evitaban cualquier tipo
de pauta fija que regulara el funcionamiento del grupo (Fernández Frade y Rodríguez
457). Tenían una actitud beligerante en relación con la figura del autor y también con
el director, al que entendían ahora como encarnación de la autoridad y como un
agente al servicio del texto, cuyo sentido intentaría resguardar “a fuerza de erudición y
de paciencia” (461). Pusieron en práctica una serie de poéticas de la actuación muy
diversas, pero que concordaban en cuestionar el “‘método’ stanislavskiano-
strasberiano” (460) y las técnicas de la identificación emotiva. Se trataba, pues, de
desplazar los ideales de la representación –la desaparición del actor en pos de la
psicología de un personaje– para poner en primer plano el talante personal del actor y
el “contagio” de “energías” provocado por su presencia en escena.
El pensamiento de Ricardo Bartís se ha movido en una órbita bastante cercana
al de estas agrupaciones, con alguna salvedad, claro está, en lo que se refiere a su
labor como director de actores. Pero su inclusión en este contexto resulta pertinente
porque establece un nexo directo con la figura de Spregelburd, quien en los primeros
noventa empezaba a ser distinguido en su rol de dramaturgo a la vez que se formaba
como actor en el estudio de Bartís. Más allá de ciertas continuidades que pueden
observarse entre el pensamiento de uno y otro, lo significativo aquí es la discrepancia
que provocó entre ambos esa inclinación de Spregelburd a la escritura en un momento
en que –según relata él mismo– “Bartís se encontraba en esa época rabiosa contra el
texto: el texto era el enemigo” (Abraham, “La difícil tarea de no representar”). Al igual
que en el caso de los grupos nucleados alrededor del Parakultural y otras salas
marginales, los modos de producción que promovía Bartís no constituían tanto una
ideología de la reunión de roles. Persiguían más bien el agigantamiento del actor, un
teatro impregnado de actuación, combatiendo, como paso necesario, la figura del
autor. Así pues, el eje del pensamiento que hacía de soporte a estas manifestaciones
de los ochenta no consistía en asumir la condición escénica del teatro, sino en el acto
mismo del énfasis en ella. Lo fundamental aquí era la insistencia, pues la insistencia
provenía de saber que la idea de un teatro de la actuación se abría camino entre
posibles amenazas.
Junto a muchos de los teatristas que emergieron en el campo teatral de
Buenos Aires a partir de los noventa, Rafael Spregelburd se considera a sí mismo un
“heredero” del teatro que se vio en espacios como el Parakultural (Durán 22; Pacheco,
“Tres autores para una sola obra”), entiende que un teatro atravesado de actuación es
el terreno natural en el que se mueve su obra y, cuando se le consulta su opinión
acerca de aquellas polémicas, evita sistemáticamente que se reduzca su posición a
alternativas del pasado y desplaza la disputa como un conflicto que no tiene que ver
con su generación, porque “las cosas están mucho más mezcladas”: “creo que ahora
se ha socializado un poco la producción de sentido. No hay un texto que preexista a la
puesta” (AAVV, “Los autores entre el acuerdo y la polémica” 69-70). A partir de este
modo de proceder, los textos avivan en la memoria algo de la mudable vitalidad de la
puesta en escena y el espectáculo pierde un poco el temor a las calcificaciones del
papel. Se diría que una vez ganada la “batalla” contra el teatro literario y afirmada la
autonomía de la escena en el campo de las artes, ha sido la “gente de teatro” la que
ha tomado la posta de la escritura dramática y, dotada de una nueva seguridad, ha
vuelto a legar sus creaciones –también, pero no primordialmente– a la literatura.
Hay dos malentendidos posibles que quisiera sortear. Lo primero es que en
esta interpretación del desarrollo de los modos de producción teatral no interviene
ningún juicio en términos de valor estético. Es decir, no debería entenderse que la
concepción de los actores-directores-dramaturgos, o lo que se ha venido llamando
como poética de reunión de roles, implique una superación de las prácticas tendentes
a afirmar el oficio del actor. La relación entre ambos modos de encarar los procesos de
creación sería más bien de presuposición lógica. Las poéticas que pugnaban por
imponer un teatro de la actuación consiguieron y siguen consiguiendo resultados
admirables, entre los que se encuentra la propagación de una escritura dramática más
apegada a la dimensión actoral.
La segunda aclaración está vinculada al problema de lo nuevo. La integración
de los diferentes saberes que atraviesan el modo de producción teatral no constituye
una novedad en términos absolutos. Lo nuevo es en todo caso la intensidad con que
ha venido dándose en los últimos tiempos, hasta el punto de que Spregelburd
reconoce en este aspecto uno de los pocos rasgos compartidos por los diversos
creadores de las nuevas generaciones (Colina 117). Lo considera además algo que se
ha asimilado con tanta naturalidad en este último tramo del teatro argentino que,
cuando se lo invita a dar la conferencia “La función conjunta de autor y director” (1) en
el Festival Internacional de Teatro Mercosur (2000), decide “liquidar rápidamente” ese
asunto que todos entienden perfectamente para pasar a hablar de otra cosa.
La reunión de labores se observa ya muy temprano en la trayectoria de
Spregelburd con la dirección de Remanente de invierno (1995), e irá acrecentándose a
lo largo de su carrera. En este sentido, se destacan su trabajo de dramaturgia a partir
de improvisaciones de los actores en DKW, Plan canje y El pánico, y su desempeño
como coordinador de la dramaturgia de grupo en Fractal. Pero también en su trabajo
de escritura en solitario quedan huellas importantes de la poética del director e incluso
del actor. Desde la publicación de Remanente de invierno, adoptará la costumbre de
editar el texto en su versión escénica, es decir, el texto transformado ya por el proceso
de ensayo (Teatro incompleto/1 113). Esto aumenta las evidencias de un dramaturgo
que escribe con mirada de director y, como explica en la “Nota del autor...” que abre
La estupidez, inventa sus escenas teniendo en cuenta los talentos y los rasgos
personales de los actores que trabajarán con él:
[...]
WASHINGTON:
Vizzolini es con la V de Velita, ¿ves? La V corta.
VELITA:
(Triste.) ¿Velita es con V corta? ¿Por qué, qué significa?
WASHINGTON:
No significa nada. Es con V corta y punto.
VELITA:
¿Cómo no va a significar nada? ¿Entonces para qué hay dos Bes? ¿Y por qué a mí me
tocó la más corta? ¿Wilma con qué B va?
WILMA:
Con doble ve.
VELITA:
¿Qué, son tres? ¡No voy a poder, no voy a terminar nunca! “Sebastián” con qué B se
escribe. ¿O con qué C? (Bizarra: Una saga argentina. Cap. 2: “Tras los helechos” 32-
33)
Aquí Del Estal propone esta grácil trampa poética y vuelve a ponerles nombres a estos
conceptos: asocia la forma, lo conocido, el concepto, la figura, a un mismo término: el
significado. Y asocia lo informe, lo desconocido, lo impensable, el fondo, al concepto de
sentido. Veo figura sobre fondo, lo que es decir entiendo significado sobre sentido.
Entonces pido atención, porque ahora cuando hablemos de sentido vamos a decir “el
sentido es el soporte ininteligible sobre el cual se recortan los significados”. Cuando
vemos algo que nos desorienta solemos decir: “ah, esto no tiene ningún sentido”. En
realidad, deberíamos decir: “no tiene ningún significado”. No “quiere decir” algo, no es
un signo de otra cosa. No tener sentido es imposible, quiero decir, justamente, cuando
algo es incomprensible, misterioso, es porque está lleno de sentido (“La función
conjunta de autor y director” 7).
Forma y fondo, significado y sentido, se organizan así en lo que Del Estal llama
la “maquinaria de la significación” y operan mediante una dialéctica compleja, una
dialéctica sin síntesis. Por una cuestión lógica, fondo y forma no pueden coexistir en
un primer plano de atención. Si la mirada descarta la figura para dirigirse al fondo, este
pasa a ocupar el lugar de una nueva forma y reclama la constitución de un nuevo
fondo ininteligible sobre el cual recortar lo visible (8). La relación entre significado y
sentido se articula entonces en una dialéctica sin instancia superadora que recuerda
mucho a la “negatividad” adorniana, una dialéctica en que el momento de negación se
convierte en el paso decisivo. Por eso bien podrían valer las palabras que Adorno
dedica al arte moderno para explicar de otra manera esa maquinaria de la
significación, pero adaptando un poco los términos y entendiendo “significado” donde
Adorno dice “sentido”:
Hoy el arte es capaz, por su negación consecuente del sentido, de conceder lo suyo a
esos postulados que formaron en otro tiempo el sentido de las obras. Las obras
carentes de sentido o alejadas de él, pero que tienen supremo nivel formal, son algo
más que puro sinsentido porque su contenido ha brotado en esta negación del sentido.
La obra que niega el sentido de manera consecuente queda obligada por esa
consecuencia a mostrar el mismo espesor y unidad que antes hacía presente el sentido
mismo (Adorno, Teoría estética 204).
2
Esta opción por actuar políticamente desde la autonomía del arte, o reforzando la autonomía
del arte, demanda ciertas aclaraciones. La autonomía del arte ha sido históricamente variable.
Es decir, el arte se ha ejercido a lo largo del tiempo con diversos grados de independencia
respecto de otros dominios culturales, con mayor autonomía o con mayor subsidiariedad. Pero
la autonomía del arte siempre es relativa, pues depende en última instancia de los procesos
culturales –y de los discursos filosóficos o políticos– que la fundan.
Según Sigfried Schmidt (198-210), la estructura y la función que permiten establecer
fronteras entre los distintos dominios de la cultura se hallan históricamente institucionalizadas y
“estabilizadas mediante reglas y convenciones”. En cuanto a instituciones como la literatura y –
agrego por mi parte– el teatro, Schmidt encuentra en la ficcionalidad el “criterio de delimitación”
necesario para explicar la propia existencia del dominio.
Simplificando un poco, la convención de ficcionalidad autoriza, por un lado, que los textos
desplieguen una referencialidad diferenciada respecto de otras prácticas culturales. El arte
instaura mundos autónomos cuyos marcos de referencias se hallan desligados de la
constricción a la realidad. Pero, por otro lado, las instituciones estéticas han promovido
tradicionalmente un mecanismo para entablar un contacto entre los mundos ficcionales y el
discurso sobre lo real: la especificidad referencial de los textos ficcionales se reorienta hacia el
modelo de realidad en términos de imitación, representación o simbolización. El asunto se ha
explicado hasta aquí atendiendo a las propiedades semánticas de los textos, lo que equivale a
centrar la caracterización del dominio estético en el constraste con los dominios epistémicos de
la cultura. Otro es el resultado si prima el contraste con los dominios religioso o político, y uno
de los criterios decisivos pasa a ser el de acción. Por ejemplo, la posibilidad/imposibilidad de
ejercer una acción directa sobre el mundo constituiría una diferencia fundamental entre los
dominios político y estético en una distribución racionalizada de las prácticas. O, como
argumenta Richard Schechner (11 y ss.), la imposibilidad de provocar un “acontecimiento real”
al mismo tiempo que un “acontecimiento simbólico” sería un rasgo del teatro estético frente a
experiencias perfomativas de culturas que no establecen una clara delimitación del dominio
“arte”.
La opción poética de Spregelburd consistiría pues en reforzar la autonomía del teatro para
limitar la potencia de los discursos que fundan su relatividad. Solo así podría ejercer el arte la
crítica hacia el poder, evitando el lazo de subsidiariedad, haciendo de la ficción puro devenir
más que acontecimiento simbólico, convirtiendo lo que ocurre en escena en un acontecimiento
real dentro del teatro, y defendiendo la libertad no por su representación en la obra, sino a
través de la acción de ejercerla en el arte: “No se puede enseñar lo que es la libertad
escribiendo una obra teatral sobre ello. Sólo se puede ser libre en el momento de escribir, y
luego mostrarle a un pueblo ese acto de libertad, ejercido desde la locura, o el deseo”
(Spregelburd, “Prólogo para la lectura de la obra [Un momento argentino]...” 243).
suposición de que la revolución está garantizada por la preeminencia del contenido
sobre la forma (26).
[La palabra “complejidad”] sufre una pesada tara semántica, porque lleva en su seno
confusión, incertidumbre, desorden. Su definición primera no puede aportar ninguna
claridad: es complejo aquello que no puede resumirse en una palabra maestra, aquello
que no puede retrotraerse a una ley, aquello que no puede reducirse a una idea simple.
Dicho de otro modo, lo complejo no puede resumirse en el término complejidad,
retrotraerse a una ley de complejidad, reducirse a la idea de complejidad. La
complejidad no sería algo definible de manera simple para tomar el lugar de la
simplicidad. La complejidad es una palabra problema y no una palabra solución (Morin
21-22).
Así como el fondo solo puede intuirse detrás de la figura, así como el sentido
solo puede señalarse por medio de las formas y llevando al borde los significados, la
inasible complejidad de lo real no puede más que acecharse integrando las
simplificaciones del pensamiento, sumando una simplificación a otra simplificación, o
mejor, huyendo de una idea simple con una constelación de ideas simples. Y de la
misma manera también, para referirnos ya al fin al que van a parar todos estos
conceptos y todos estos procedimientos, la presencia inmediata de las cosas solo
puede surgir en el teatro a partir de la representación –gracias a determinado trabajo
sobre los lenguajes–, y lo real puramente vivido emerge en los bordes de “lo real”
pensado. Spregelburd ve en esta orientación a lo no representativo uno de los rasgos
más destacados del teatro argentino de estos últimos tiempos y, en particular, un
objetivo común a las poéticas más interesantes de la actuación:
AAVV. “Los autores entre el acuerdo y la polémica”. Mesa redonda. Teatro XXI 3
(1996): 67-78.
AAVV. “Debate”. Realizado durante el Festival Internacional de Teatro Mercosur 2002.
III Foro de Dirección Teatral. Córdoba: Agencia Córdoba, 2003. 239-253.
Abraham, Luis Emilio. “«Cantar al compás de la vizcacha». Amnesia creativa y canon
literario en la obra de Rafael Spregelburd”. Archivo Virtual Artes Escénicas,
Universidad de Castilla - La Mancha. En línea.
http://artesescenicas.uclm.es/obras/index.php?id_obra=1809200650218 (18 de
septiemre de 2006).
—. “La difícil tarea de no representar. Entrevista a Rafael Spregelburd”. Archivo Virtual
Artes Escénicas, Universidad de Castilla - La Mancha. En línea.
http://artesescenicas.uclm.es/textos/index.php?id_texto=04032007224704 (21 de
enero de 2007).
—. “Teoría de la complejidad en prácticas del teatro argentino contemporáneo
(Spregelburd-Feldman)”. Teorías y prácticas críticas en la actualidad: Actas del V
Encuentro Internacional de Teorías y Prácticas Críticas GEC. Mendoza: Facultad
de Filosofía y Letras, Universidad Nacional de Cuyo, 2006. 77-86.
Adorno, Theodor W. “Lukács y el equívoco del realismo”. Trad. Andrés Rivera Segovia.
AAVV. Realismo: ¿Mito, doctrina o tendencia histórica? Buenos Aires: Lunaria,
2002. 25-49.
—. Teoría estética. 1970. Trad. Fernando Riaza. Barcelona: Orbis, 1983.
Aisemberg, Alicia. “La dramaturgia como metalenguaje. Entrevista a Rafael
Spregelburd”. Teatro XXI 5 (1997): 95.
Aisemberg, Alicia, e Isidro Salzman, coords. “El Festival Internacional de 1999: el peso
del pasado y las expectativas futuras. Encuesta”. Teatro XXI 8 (1999): 42-47.
Aristóteles. Poética. Ed. triligüe de Valentín García Yebra. Madrid: Gredos, 1974.
Bardauil, Pablo. “Rafael Spregelburd. Exploraciones en el campo teatral”. Mil palabras.
Letras y artes en revista 2 (2001): 65-72.
Bartís, Ricardo. Cancha con niebla. Teatro perdido: fragmentos. Ed. e investigación de
Jorge Dubatti. Buenos Aires: Atuel, 2003.
Berkoff, Steven. Decadencia. A la griega. Trad. Rafael Spregelburd. Buenos Aires:
Losada, 2005.
Briggs, John, y David Peat. Espejo y reflejo: Del caos al orden. 1989. Trad. Carlos
Gardini. Barcelona: Gedisa, 2005.
Bürger, Peter. Teoría de la vanguardia. 1974. Trad. Jorge García. Barcelona:
Península, 1997.
Colina, Vilma. “Siete pecados sobre la mesa. Entrevista con Rafael Spregelburd, autor
y director de La modestia”. Teatro. La Revista del Teatro San Martín 55 (1999):
114-117.
Cornago, Óscar. Resistir en la era de los medios: Estrategias performativas en
literatura, teatro, cine y televisión. Madrid: Iberoamericana; Frankfurt: Vervuert,
2005.
Cosentino, Olga. “La escala humana. Entrevista con Rafael Spregelburd, Alejandro
Tantanian y Javier Daulte”. Teatro. La Revista del Teatro San Martín 64 (2001):
44-49.
—. “La realidad es absurda”. Clarín 21 oct. 2000: Espectáculos 20.
Daulte, Javier. “Contra el teatro de tesis, una tesis”. Teatro XXI 20 (2005): 15-17.
—. “Juego y compromiso: Una afirmación contra la riña entre lo lúdico y lo
comprometido en teatro”. Teatro XXI 13 (2001): 13-18.
Daulte, Javier, Rafael Spregelburd y Alejandro Tantanian. La escala humana. Buenos
Aires: Teatro Vivo, 2002.
Del Estal, Eduardo. “Bocetos para La palabra exterior”. Rafal Spregelburd. Teatro
incompleto / 1... 111-112.
—. “La tabla de los pecados, del Bosco”. Rafael Spregelburd. Heptalogía de
Hieronymus Bosch / 1... 11-19.
Deleuze, Gilles. Lógica del sentido. 1969. Trad. Miguel Morey y Víctor Molina. Buenos
Aires: Paidós, 2005.
Dubatti, Jorge. “‘Bizarra’, teatronovela. Entrevista a Rafael Spregelburd”. Dubatti,
comp. 169-177.
—. “Dramaturgia(s) y nueva tipología del texto dramático”. Luis Mario Moncada, comp.
Versus Aristóteles: Ensayos sobre dramaturgia contemporánea. México:
Anónimo Drama, 2004. 101-107.
—. “La fuga de lo real entre las redes del lenguaje”. Prólogo a Spregelburd,
Remanente de invierno... 7-30.
—. “Territorio de ebullición. El teatro argentino en el canon de la multiplicidad”. Dubatti,
comp. 7-27.
—. Dubatti, Jorge, comp. El teatro argentino en el IV Festival Internacional de Buenos
Aires. Buenos Aires: Atuel, 2003. 7-27.
Durán, Ana. “Bizarra, la crisis argentina a través de una ‘telenovela papanatas’”.
Picadero 10 (2004): 22-25.
Fernández Frade, Delfina, y Martín Rodríguez. “Grupos y compañías del teatro
emergente”. Pellettieri, dir. vol. V 456-462.
Fractal: Una especulación científica. Buenos Aires: Libros del Rojas, 2001.
García Barrientos, José Luis. “Escritura y actuación: Para una teoría del teatro”. 1981.
Teatro y ficción: Ensayos de teoría. Madrid: RESAD / Fundamentos, 2004. 19-49.
Gentile, Laura. “Una metáfora banal de la lucha de clases”. Clarín 25 ag. 2003. En
línea. http://www.clarin.com/diario/2003/08/25/c-00611.htm (20 de marzo de
2005).
Gorlero, Pablo. “Lucidez Bizarra”. La mano. Tango y Cash 7 (2004): 68-71.
Hernández, Marisa. “Entrevista a Rafael Spregelburd”. Contratiempo. La revista de
flamenco 70 (2005): 26-27.
—. “El teatro: una alternativa a lo real. Entrevista a Rafael Spregelburd”. Didascalia
Escénica 11 (2005). En línea. http://andamio.freeservers.com/dida/once/nota-
der.htm (10 de agosto de 2006).
Hjelmslev, Louis. Prolegómenos a una teoría del lenguaje. 1943. Trad. José Luis Díaz
Liaño. Madrid: Gredos, 1971.
Hopkins, Cecilia. “El sentido común es mi enemigo”. Página/12 21 mar. 2003:
Espectáculos 29.
León, Federico. Registros: Teatro reunido y otros textos. Comp. y nota epigonal de
Jorge Dubatti. Buenos Aires: Adriana Hidalgo, 2005.
Lotman, Iuri. La structure du texte artistique. 1970. Trad. Anne Fornier, Bernard Kreise,
Ève Malleret y Yoëlle Yong bajo la dirección de Henri Meschonic. París:
Gallimard, 1973.
Mandelbrot, Benoît. La geometía fractal de la naturaleza. 1977. Trad. Josep Llosa. 2da
ed. Barcelona: Tusquets, 2003.
Mayoral, José Antonio, comp. Pragmática de la comunicación literaria. 2da ed. Madrid:
Arco/Libros, 1999.
Morin, Edgar. Introducción al pensamiento complejo. 1990. Trad. Marcelo Pakman.
Barcelona: Gedisa, 2005.
Pacheco, Carlos. “Rafael Spregelburd: Actor / dramaturgo / director”. La Maga 5 mar.
1997: 14-15.
—. “Tres autores para una sola obra”. La Nación 11 jun. 2000. En línea.
www.lanacion.com.ar/20415 (23 de enero de 2004).
Pellettieri, Osvaldo. “¿A qué llamamos ‘teatro de arte’ o Ciclo de Teatro Abierto (1976-
1985)”. Pellettieri, dir. vol. V 95-98.
—. “La polémica entre absurdistas y realistas”. Pellettieri, dir. vol. IV 336-347.
—. Una historia interrumpida: Teatro Argentino Moderno (1949-1976). Buenos Aires:
Galerna, 1997.
Pellettieri, Osvaldo, dir. Historia del teatro argentino en Buenos Aires. Vol.IV: La
segunda modernidad (1949-1976). Buenos Aires: Galerna, 2003.
—. Historia del teatro argentino en Buenos Aires. Vol.V: El teatro actual (1976-1998).
Buenos Aires: Galerna, 2001.
Pinter, Harold. El amante. Escuela nocturna. Sketches de revista. Trad. Rafael
Spregelburd. Buenos Aires: Losada, 2005.
Prigogine, Ilya. El fin de las certidumbres. 1996. Trad. Pierre Jacomet. 6ta ed. Santiago
de Chile: Andrés Bello, 1998.
Schechner, Richard. Performance: Teoría y prácticas interculturales. 1988. Buenos
Aires: Libros del Rojas, 2000.
Schmidt, Siegfried J. “La comunicación literaria”. 1978. Mayoral 195-212.
Shklovski, V. “El arte como artificio”. 1917. AAVV. Teoría de la literatura de los
formalistas rusos. Antología preparada y presentada por Tzvetan Todorov. Trad.
Ana María Nethol. Buenos Aires: Signos, 1970. 55-70.
Spregelburd, Rafael. “¡Argentina es tu futuro!”. Humboldt 135 (2002): 72-73.
—. Bizarra: Una saga argentina. Libretos facilitados por el autor. 10 caps.
—. Cuadro de asfixia. Buenos Aires: Teatro Vivo, 2000.
—. “¿El arte como quinto poder?”. Intervención en la Mesa Redonda del mismo
nombre desarrollada en los Streiträume de la Schaubühne. Berlín, 25 de enero
de 2002. Texto facilitado por el autor.
—. “El robo del siglo”. Theater und mediengesellschaft lateinamerika (TMG) (2006): 1-
5. En línea.
http://www.tmg-
online.org/download/spregelburd_robodelsiglo.pdf#search=%22El%20robo%20d
el%20siglo%20Spregelburd%22 (15 de setiembre de 2006).
—. “Esto es Argentina: bienvenidos a la tierra bizarra”. Humboldt 140 (2004): 24-27.
—. Heptalogía de Hieronymus Bosch I: La inapetencia. La extravagancia. La modestia.
Buenos Aires: Adriana Hidalgo, 2000.
—. “La dramaturgia y la autopsia”. Cuadernos de Picadero 7 (2005): 30-35.
—. La estupidez. El pánico: Heptalogía de Hieronymus Bosch. Buenos Aires: Atuel,
2004.
—. “La función conjunta de autor y director”. Conferencia pronunciada en el Festival
Internacional de Teatro Mercosur 2000. Texto facilitado por el autor.
—. “Nota del autor a la presente edición”. Heptalogía de Hieronymus Bosch I... 5-9.
—. “Nota del autor a la presente edición”. La estupidez. El pánico... 7-14.
—. “Nota del traductor”. Pinter 7-17.
—. “Procedimientos”. Fractal: Una especulación científica 111-125.
—. “Prólogo para la lectura de la obra [Un momento argentino] en el Royal Court
Theatre de Londres / Enero 2002”. Remanente de invierno... 229-243.
—. “¿Qué es la realidad?”. Ponencia presentada en el Foro “Was ist wirklich?” de la
Wiener Festwochen. Viena, junio de 2002. Texto facilitado por al autor.
—. Remanente de invierno. Canciones alegres de niños de la patria. Cuadro de asfixia.
Raspando la cruz. Satánica. Un momento argentino. Buenos Aires: Losada,
2005.
—. “Sobre La Escala Humana”. Conferencia pronunciada en el Festival Internacional
de Teatro Mercosur 2002. III Foro de Dirección Teatral. Córdoba: Agencia
Córdoba, 2003. 15-20.
—. Teatro incompleto / 1: Destino de dos cosas o de tres. Cucha de almas. La tiniebla.
Remanente de invierno. Entretanto las grandes urbes. Buenos Aires: edición del
autor, 1995.
—. “Traducir a Berkoff”. Berkoff 21-27.
—. “Una especulación teatral”. Fractal: Una especulación científica 7-9.
Toloza, Fernando. “La tragedia es tranquilizadora”. La Capital [Rosario] 18 ag. 2001:
Escenario 5.
Trastoy, Beatriz. “Teatro Abierto 1981: un fenómeno social y cultural”. Pellettieri, dir.
vol. V 104-111.
“Un cuestionario para Rafael Spregelburd”. Oliverio 6 (2004): 16-19.
Villalba, Susana. “La vida política es una puesta en escena”. Ñ. Revista de cultura 101
(2005): 36.
Zayas de Lima, Perla. “Teatro Abierto 1982-1985”. Pellettieri, dir. vol. V 112-123.