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2 .

Lo urbano generalizado
y sin límites.
Variaciones sobre el caos

L a pa ra d o ja d e l o u r b a n o g e n e r a l iz a d o
Un espacio ilimitado que permite realizar prácticas limitadas y
segmentadas
Las consecuencias que tiene la tercera mundialización en
el devenir urbano son concretas y por lo tanto muy evidentes.
Al no representar ya un lugar de hospitalidad y de liberación,
lo urbano se confunde con espacios que se pliegan ante pre­
siones externas y se inscriben en los flujos. Desde entonces, el
destino de algunas ciudades es el de transformarse en “lugar
de la memoria”: “Es una paradoja -escribe Frangoise Choay-
que en la época misma en que los estudios urbanos adquirie­
ron derecho de ciudadanía en las universidades y en la que lo
urbano se convirtió en un sustantivo, asistamos al desvaneci­
miento del tipo de aglomeración que Occidente llamó ciudad,
cuyo último avatar fue, a pesar de sus suburbios, la metrópo­
lis de la segunda mitad del siglo XIX y que, aunque a menu­
do amenazada, subsiste en ciertos países atrasados (como es el
caso de las capitales latinoamericanas).”1 Hasta hace poco,

1. Françoise Choay, en George Duby (comp.), Histoire de la France


194 Olivier Mongin
cuando se analizaba la ciudad, cuya figura ejemplar continúa
siendo la ciudad europea, se destacaban más los lugares y los
espacios “abiertos” que las relaciones, las redes y las interco­
nexiones. Ayer, la vocación de la ciudad era integrar en su
interior lo que provenía del exterior; la ciudad liberaba, eman­
cipaba, a pesar de los temores que infundía. Poniendo de
relieve una relación privilegiada con su entorno inmediato, la
ciudad tenía la misión de “contener” los flujos que la atrave­
saban y de acoger a las poblaciones llegadas desde afuera.
Ahora, ese mismo lugar debe conectarse a flujos que no tiene
la posibilidad de manejar más que participando de una red de
ciudades, regional o mundial, que está jerarquizada. Conside­
rar lo que puede pasar con la “posciudad”, nos invita a inte­
rrogarnos sobre los vínculos existentes entre las metamorfosis
de lo urbano y los destinos de la condición democrática.2
En esta perspectiva, es indispensable hacer ciertas preci­
siones semánticas: después de haber evocado la ciudad gené­
rica, la no-ciudad como producto del predominio de los flu­
jos sobre los lugares, después de haber acreditado el
desfasaje histórico de la ciudad europea, se impone distin­
guir entre la megalopolis (la ciudad mundo tanto en exten­
sión espacial como en expansión demográfica), la ciudad
global (la ciudad conectada con los flujos mundializados) y la
metrópolis (la ciudad fragmentada y multipolar). Pero, más
allá de la elección semántica y de la diversidad de casos posi­
bles, la representación de lo urbano en lo que a continuidad
(y no ya a discontinuidad) se refiere es una inflexión mayor.
Si bien los flujos son hegemónicos, también alimentan la
idea de que el mundo se ofrece en forma continua y en tiem­

Urbaine, tomo V: Croissance urbaine et crise du citadin, Paris, Seuil, 1985,


págs. 233-234.
2. Véase de Françoise Dureau y otros (comps.), Métropoles en mourve-
ment. Une comparaison internationale, Paris, Econômica-IRD, 2001 y el
artículo “Gérer la ville; entre global et local” de la revista Autrepart, n° 21,
2002 .
Lo urbano generalizado y sin límites 195
po real, lo cual coincide con el carácter ilimitado de lo urba­
no. Esta “continuidad” espacial, territorial, geográfica,
según la cual lo urbano está en todas partes tiene como corola­
rio la desaparición de la distinción entre lo urbano y lo no
urbano, simbolizado durante mucho tiempo, y erradamente,
por el campo. Desde entonces, las representaciones de la
ciudad oscilan entre esas versiones de lo ilimitado y de lo
informe que tienen en común expandir los límites y romper
la relación con el entorno próximo.
La expresión “urbano generalizado” no designa una red
de ciudades que coexisten, sino que se refiere a una red urba­
na preexistente que pesa sobre los lugares que deben, por su
parte, adaptarse a su velocidad y a su escala. La comproba­
ción de esta ruptura suscita dos reacciones: una de ellas es
aplaudir el reino de lo urbano generalizado y elogiar al mis­
mo tiempo el caos urbano y la “continuidad caótica”. En los
escritos de Rem Koolhass o de Jean Attali, “lo urbano gene­
ralizado” le ofrece al arquitecto o al urbanista la ocasión de
jugar astutamente con lo caótico y dar pruebas de una creati­
vidad calificada de furtiva. Pero, para otros, este “urbanismo
del caos”, evaluado negativamente, exacerba paradójicamen­
te el imaginario negativo de la ciudad de ayer, la que alimen­
tó las estrategias anticiudad del urbanismo “regulador”. Ayer,
la ciudad masa daba miedo y con ella la ciudad revoluciona­
ria; hoy, lo urbano generalizado inquieta, puesto que lleva al
extremo el carácter caótico de la ciudad cuando ésta no está
sometida a la disciplina de los urbanistas. Pero los flujos téc­
nicos se han impuesto a un urbanismo que debe acatar sus
exigencias. El caos, la tensión no son ya la condición mínima
de la experiencia urbana; han llegado a constituir la norma.
Los flujos urbanos construyen un mundo que puede oscilar
entre dos extremos: la pérdida total de tensión (lo veremos en
el caso de las grandes megapolis) y la hipertensión. Entre esas
dos posibilidades, la ciudad, un “medio en tensión” según
Gracq, se vuelve contra sí misma y, por lo tanto, contra la
experiencia urbana.
196 Olivier Mongin
Con lo urbano generalizado se impone una representa­
ción del caos que suscita interpretaciones encontradas: se
habla del caos bueno y del caos malo. Entre el escepticismo
apocalíptico de Paul Virilio -el caos de la ciudad inform e-
y el optimismo de Rem Koolhaas -cuando habla de la “ciu­
dad genérica”—, lo “urbano generalizado” y “en continuado”
fluctúa entre la pérdida de tensión y la tensión excesiva. Esto
alimenta un imaginario que se olvida de la experiencia urba­
na y de sus vínculos con la condición democrática. Valoriza­
do (el caos de Koolhaas) o desvalorizado (el caos de la ciu­
dad enferma, el caos de la ciudad desastre, el caos que nutre
el imaginario de la ciudad), el caos favorece una doble visión
en la que lo imaginario y la realidad pueden confundirse.

La ciudad genérica y la apología del caos


(Rem Koolhaas)
Los términos como “red” y “flujos” articulan desde hace
tiempo el lenguaje de lo urbano. Pero la tercera mundializa-
ción y las evoluciones tecnológicas aceleraron el proceso de
urbanización; vivimos en un régimen urbano marcado por la
continuidad y no ya por la discontinuidad. Por ello, la ideo­
logía contemporánea del caos difiere de la ideología cienti-
ficista y modernista. Si bien los ingenieros urbanistas de la
Carta de Atenas reconocían ya que los flujos eran potentes
motores, se suponía que los lugares edificados debían impe­
dir el caos al dar prioridad a la regulación y la disciplina
mediante la “zoniflcación”. La ciudad radiante canalizaba los
flujos a fin de erradicar todas las formas del caos.
Hoy, la voluntad de conciliar con el caos urbano enlaza
tendencias y formas diferentes. Podemos destacar tres de
esas disposiciones: la opción culturalista y patrimonial, la
elección de la participación democrática de los habitantes y
una estética urbana no funcional y conceptual.
Lo urbano generalizado y sin límites 197
Mientras la arquitectura culturalista, una de cuyas obras
de referencia es La arquitectura de la ciudad de Aldo Rossi
(1966), reinscribe el espacio urbano en su historia, la arqui­
tectura política tiene como propósito declamado imponer la
participación democrática de los habitantes y responder a
las exigencias colectivas. Distanciado de estas dos respues­
tas -la respuesta patrimonial, cuyo más claro ejemplo es la
reurbanización de Bolonia, y la versión democrática y par-
ticipativa del “derecho a la ciudad”- ,3 el “modernoludismo”
representa la tendencia que acompaña al llamado “mundo
posmoderno” pues es “pospolítico”. Esta corriente arqui­
tectónica está “ávida de conceptos, de imágenes y de sensa­
ciones nuevas, susceptibles de ser consumidas de inmedia­
to ”.4 Potenciada por la temática de la sociedad del
espectáculo y los grandes proyectos de urbanism o, esta
corriente ha sido impulsada por personalidades tales como
Norman Foster, Richard Rogers, Bernard Tschumi o Han
Kollhoff. En tanto que los CIAM (Congresos Internaciona­
les de Arquitectura Moderna) valorizaron las máquinas sol­
teras -las ciudades cerradas sobre sí mismas como cruceros—
y sacralizaron el culto del objeto arquitectónico, aquellos
arquitectos defienden la creación de “máquinas solteras” en
un espacio circundante caótico. A fin de producir lo urba­
no, hay que hacer caso omiso del caos inicial, tapar las bre­
chas, entretejer vínculos entre elementos que marcan dis­
continuidades, sin preocuparse nunca por un proyecto de
conjunto. Aquí la estética es conceptual y no funcional.
Como la obra arquitectónica no se concibe “en función” de
una ciudad autónoma y circunscripta, hay que “edificar

3. Henri Lefebvre es el símbolo de esta tendencia política; véase,


entre sus numerosos escritos, La Rcvolution urbaine, París, Gallimard,
1970.
4. Jean-Pierre Le Dantec, “Vive le baroquisme! Court traité déclinant
les stratégies urbaines et architecturales depuis 1968”, Lumiéres de la ville,
n° 1, Banlieus 89, 1989.
198 Olivier Mongin
máquinas solteras cuya lógica ya no es funcional sino con­
ceptual; luego, encerrarlas en un envoltorio cuya primera
virtud es constituir una imagen que pueda ser mediatiza­
da.”5 Lo cual puede dar por resultado lo peor (el imbroglio
arquitectónico de Euralille) y lo mejor (el puente de Millau
imaginado por Norm an Foster o las abstracciones del par­
que de la Villette concebidas por Tschumi).
Estos teóricos creadores de conceptos quieren imponer
sus marcas en el mundo de los flujos urbanos utilizando sus
mejores artimañas y jugando con los baldíos y los vacíos.
Contrarios a la ciudad densa europea, tienen especial predi­
lección por “los huecos, los barrios con el sello del abando­
no y los terrenos vagos” Sus adversarios les reprochan que
jueguen con un espacio urbano necesitado de urbanización
que terminan desfigurando un poco más. Éste es el defecto
del arquitecto diseñador que, al no preocuparse ya por res­
petar un equilibrio urbano condenado al caos, crea efectos
engañosos con las imágenes y multiplica los simulacros. La
ciudad espectáculo se vuelve así tan incontrolable como el
flujo de imágenes. “Si los políticos”, dice por ejemplo Hans
Kollhoff, “querían que Berlín fuera algo, tendrían que haber
actuado de otro modo, transformarla en un acontecimiento,
hacer una acción que atrajera a las personas hacia Berlín,
suprimir los impuestos como en Hong Kong, hacer de Ber­
lín una suerte de H ong Kong europea... Eso sería fantásti­
co.”6 Entre Berlín y Hong Kong no hay diferencias ni sin­
gularidades que deban valorizarse: los flujos destinados a
conectar los lugares entre sí y a los individuos a tal o cual
lugar ya están allí, preexisten. Baldíos, zonas entregadas al
abandono, espacios industriales desérticos, espacios abando­

5. Ibíd. Véase también, del mismo autor, Architecture en France,


Ministère des Affaires étrangères, París, ADPF, 1999 y Feuilletes d'arqui-
tecture? Chroniqties, Paris, Editions du Félin, 1997.
6. Hans Koolhoff, citado por Jean-Pierre Le Dantec, “Vive le baro­
quisme!”, artículo citado.
Lo urbano generalizado y sin límites 199
nados y reservas no tienen otra salida que conectarse a los
flujos.7
Rem Koolhaas exacerba esta voluntad de producir
“máquinas solteras conceptuales” en un contexto urbano
doblemente caracterizado por la continuidad y por el caos.
Resulta paradójico ese “caos continuo”, pero uno no se da
sin el otro: precisamente porque todo se presenta en conti­
nuado y de un modo caótico, en el espacio urbano ya no hay
distinción de naturaleza sino solamente diferencias de grado.
Esa “continuidad caótica” está indisolublemente unida a un
mundo urbano que oscila entre la ausencia y el exceso de
tensión. Pero, puesto que lo urbano se ha generalizado y la
continuidad se ha hecho caótica, la totalidad del paisaje
urbano queda implicado en este proceso.8 Con todo, Rem
Koolhaas, arquitecto diseñador holandés afecto a las decla­
raciones provocadoras, no renuncia al término “ciudad” y
evoca la “ciudad genérica” para designar la ausencia de sin­
gularidad de las diferentes ciudades, la extensión indefinida
de espacios siempre semejantes -pues todos están incorpo­
rados a los flujos- y la evacuación del dominio público. “La
ciudad genérica alcanza la serenidad gracias a la evacuación
del dominio público, a semejanza de un ejercicio de alerta de
incendio. Ahora la trama urbana está reservada a los despla­
zamientos indispensables, es decir, esencialmente en auto­
móvil. Las autopistas, versión superior de los bulevares y las
plazas, ocupan cada vez más espacio; su trazado, que apunta

7. El paisajista Gilíes Clément distingue los “espacios abandonados”


de las “reservas”: “El lugar abandonado corresponde a un sitio que fue
explotado y luego dejado de lado. Su origen es múltiple: agrícola, indus­
trial , urbano, turístico, etcétera. Terreno abandonado y terreno baldío
son sinónimos. La reserva es un lugar no explotado. Su existencia depe'n-
de del azar o bien de la dificultad de acceso que hace costosa o imposible
su explotación. Aparece por sustracción del territorio antropizado”, en
Manifeste du Tiers Paysage, París, Editions Sujet/Objet, 2004, pág. 9.
8. Véase de Gilíes Clément, Manifeste du Tiers Paysage, op. cit.
200 Olivier Mongin
aparentemente a la eficacia del tránsito en automóvil, es en
realidad sorprendentemente sensual: lo utilitario entra en el
mundo de la fluidez.”9
De Rotterdam a La Haya, pasando por Amsterdam y
Utrecht, una zona del norte de Europa particularmente den­
sa, la edificación está “en todas partes”, caracterizada por
elementos estructurales idénticos, tanto en los núcleos urba­
nos como en los centros comerciales donde se combinan lo
utilitario con la fluidez. Ya no hay periferia, no hay márge­
nes, no hay fracturas, marcas de discontinuidad, fronteras;
sólo lo urbano continuo, un despliegue sin fisuras de lo
urbano. Las categorías adentro y afuera han llegado a ser
insignificantes.10
Este panorama urbano continuo y generalizado sólo pre­
senta diferencias de intensidad que varían de acuerdo con la
distancia o la proximidad con los núcleos urbanos que, en su
condición de conmutadores, son los mejores vectores de los
flujos. “Hoy la ciudad está mucho más diferenciada por las
excavaciones de la ciudad, por la ausencia de ciudad, que por
la presencia de ciudad.”11 Y éste es el mensaje: crear ciudad,
crear lo urbano -¡los térm inos finalmente ya no tienen
mucho sentido!-, allí donde todavía faltan, donde todavía no
son lo suficientemente visibles en un contexto global que es
el de lo urbano generalizado.
En este contexto, lo urbano se caracteriza por “elemen­
tos” que tienen la función de activar la “continuidad caóti­
ca” y de reemplazar la condición de peatón por una movili­

9. Rem Koolhaas, Mutations, op. cit. pág. 726.


10. Jean-Pierre Le Dantec distingue entre los arquitectos que dan
prioridad a la semiología, al logos, y aquellos que respetan ante todo lo
espacial, el topos, la relación rítmica entre lo lleno y lo vacío, como Henri
Gaudin o Christian de Portzamparc, en Feuilles d'arquitecture, op. cit., pág.
32, véase también la pág. 112.
11. Rem Koolhass, entrevista con François Chaslin, en Mutatios, op.
cit.
Lo urbano generalizado y sin límites 201
dad acrecentada gracias al automóvil. Así como los medios,
los servicios y los supermercados son las marcas de lo urba­
no generalizado, hay dos términos anglosajones que carac­
terizan la ciudad genérica: junkspace y fuek context. El prime­
ro, junkspace, corresponde al encuentro de tres factores de
continuidad: la transparencia, el ascensor y el aire acondi­
cionado. Otros tantos elementos que hacen del shopping cen-
ter el símbolo de un espacio público en el que la civilidad es
tibia y la ciudadanía privada.12 En cuanto a la segunda
expresión, fiick context, que contrasta con la idea de que el
espacio es liso, muestra que la ciudad genérica interviene
“por defecto”, por incapacidad de pensar de otro modo el
futuro de lo urbano. Así es el fuck context: “U n territorio de
visión borrosa, de expectativas limitadas, de honestidad
reducida. Es el triángulo de las Bermudas de los conceptos,
la anulación de las diferencias, el debilitam iento de las
voluntades, el descenso de las defensas inmunitarias, la con­
fusión de la intención y la realización, la sustitución de la
jerarquía por la acumulación, de la composición por la adi­
ción, un espacio de letargo poco vigorizante, una colosal
cobertura de seguridad que recubre, oprime y enajena a la
Tierra de su atención, de su amor.”13 Para Koolhaas, las
declaraciones humanistas de todo género y las profesiones
de fe democráticas son hipócritas y ciegas si no admiten que
el desarrollo urbano se ha vuelto anárquico, en la escala
mundial, a causa de la dimisión de los actores políticos. Es
inútil especular con utopías; lo urbano generalizado y su
carácter trash son el precio de una ausencia de política. “Es
la suma de decisiones no tomadas, de cuestiones que no fue­
ron afrontadas, de elecciones que no se hicieron, de priori-

12. “Civilidad tibia” y “ciudadanía privada” son expresiones que tomo


prestadas de Kowarick quien las aplica a la global city de Brasil.
13. Rem Koolhaas, entrevista con Patrice Noviant, “Rendre heureux
les habitants de la ville générique”, suplemento del n° 516 del Courrier
intematimal.
202 Olivier Mongin

V a r ia c io n e s sobre la C iu d a d g e n é r ic a *

La Ciudad genérica es lo que queda una vez que vastas


porciones de la vida urbana han pasado al ciberespacio. Un
lugar en el que las sensaciones son mórbidas y difusas, las
emociones se han rarificado, un lugar discreto y misterioso
como un vasto espacio iluminado por una lámpara de cabe­
cera. Si se la compara con la ciudad tradicional, la Ciudad
genérica está fija, porque se la percibe desde un punto de
vista fijo. En lugar de haber concentración (presencia simul­
tánea), en la Ciudad genérica los momentos individuales
están extremadamente espaciados [...] En sorprende con­
traste con la agitación que se supone caracteriza a las ciuda­
des, la sensación que domina en la Ciudad genérica es la de
una calma irreal; cuanto más calma es, tanto más se aseme­
ja a la pureza absoluta. La Ciudad genérica remedia los
males que se le atribuían a la ciudad tradicional hasta el pun­
to de que nos prendamos de ella con un amor incondicional.
La Ciudad genérica es fractal, repite hasta el infinito el
mismo módulo estructural elemental; uno puedo recons­
truirlo a partir de su más pequeña entidad, desde una pan­
talla de microordenador hasta un disquete.
Lo que mantiene la Ciudad genérica no es el dominio
público con sus exigencias excesivas [...], sino lo residual
[...]. La calle ha muerto.

dades que no se definieron, de contradicciones perpetuadas,


de componendas aplaudidas y de la corrupción tolerada.”14
Es por ello que Koolhaas ironiza sobre las virtudes de la ciu­
dad europea, sobre su idealización actual, precisamente
cuando se está transformando en un objeto de museo. Para
Koolhaas el futuro de lo urbano se prepara fuera de Europa,

14. lbíd.
Lo urbano generalizado y sin límites 203

Este descubrimiento coincidió con algunos intentos fre­


néticos por resucitarla. El arte urbano está en todas partes,
como si dos muertos pudieran hacer una vida. La peatoni-
zación -en principio para preservar- no hace más que cana­
lizar torrentes de peatones condenados a destruir con sus
pasos lo que se suponía que debían reverenciar.
El concepto que mejor expresa la estética de la Ciudad
genérica es el del estilo libre. ¿Cómo definirlo? Imaginemos
un espacio abierto, un claro en el bosque, una ciudad arra­
sada. Tres elementos entran en juego: las carreteras, los edi­
ficios, la naturaleza. Son elementos que mantienen relacio­
nes distendidas entre sí, sin ningún imperativo categórico,
que coexisten en una espectacular diversidad de organiza­
ción. Por momentos puede predominar uno, por momentos
otro [...] La Ciudad genérica representa la muerte definitiva
de la planificación. ¿Por qué? No porque no esté planifica­
da [...] sino porque ha dado lugar al descubrimiento más
peligroso y al mismo tiempo más embriagador: el carácter
irrisorio de toda planificación.
* Rem Koolhaas, Mutations, Burdeos, Actar, Are en reve/ Centre
d’architecture, 2000, págs. 725, 726, 728, 730-731.

se desarrolla en el contexto de las megaciudades, y los ban­


dazos de la demografía aceleran el desmadre. Pero el proce­
so que Koolhaas instruye contra la ciudad europea no es
inútil si invita a observar lo que pasa efectivamente “en otras
partes”. Si se presenta como una convocatoria a la lucidez.
204 Olivier Mongin
L a e r a d e l a s c iu d a d e s g i g a n t e s
La multiplicación de las megaciadades
La desconfianza que manifiesta Koolhaas respecto de la
ciudad europea se sustenta en datos demográficos y en la mul­
tiplicación de las ciudades mundo fuera de Europa.15 Un repa­
so de las evoluciones demográficas permite advertir el desfasa-
je que existe entre el ciclo europeo de la ciudad -donde la
dimisión de lo político no se ha generalizado- y el ciclo mun-
dializado de los flujos urbanos que se materializa en metrópo­
lis gigantes, megapolis y ciudades mundo con frecuencia com­
pletamente fuera de control. Este desfasaje alimenta un
imaginario del caos y hace surgir una representación de la ciu­
dad masa muy diferente de la ciudad del siglo XIX. Si bien en
Europa la “ciudad genérica” y “lo urbano generalizado” llevan
a arquitectos y urbanistas a componer y a jugar hábilmente
con el caos, fuera de Europa, las ciudades caos, las ciudades
desmesuradas e informes, dan cuerpo a representaciones
negativas de una ciudad cuyo destino es descomponerse y des­
hacerse. Esta comprobación de una degradación del espacio
urbano está en la base de una “estética de la desaparición”,
según la expresión de Paul Virilio, que no se presta de ningún
modo a una apología del caos. El hecho de que la presión
demográfica esté en el origen de esas ciudades masa, mega ciu­
dades y ciudades mundo que ya tienen muy poco que ver con
las grandes metrópolis europeas de fines del siglo XIX y del
XX, alimenta un imaginario del caos de una naturaleza muy
diferente. También en este caso las interpretaciones divergen
radicalmente entre la de un Koolhaas que elogia en Lagos, una

1S. Véase la primera sección de Le Monde des villes (op. cit., págs 29
302) cuyos capítulos están dedicados al Magreb, al Machrek, al Africa
negra, al sudeste asiático, a la China, al Japón, a la India, a América lati­
na, a Turquía, a Irán, a Oceanía...
Lo urbano generalizado y sin límites 205
de las ciudades más importantes de Nigeria, la resistencia de
cuerpo sobreviviendo en las peores condiciones, y la de Paul
Virilio, para quien la ciudad desarrolla desde su interior el mal
que la carcome y la condena a desaparecer.
Esta es la paradoja alrededor de la cual gravita Koolhaas:
critica a los defensores ingenuos de una ciudad europea y al
mismo tiempo nos recuerda que el mal urbano se da en con­
sonancia con una defección de lo político. Pero, si bien es
cierto que la ciudad europea se enlaza con una dimensión
política y que es legítimo poner en tela de juicio cierta ilu­
sión europea, deducir que la ciudad política ha muerto no lo
es tanto. Lo urbano, valorizado hoy al extremo, ¿puede
medirse con la misma vara que “la urbanidad de las ciuda­
des” y “el espíritu democrático”, que fueron los resortes de
lo urbano en las ciudades hanseáticas o en las ciudades ita­
lianas del Renacimiento? ¿O bien se extiende, como lo urba­
no generalizado, como un reguero de pólvora que se impo­
ne de Lagos a Kuala Lumpur? En De Jericó a México, Paul
Bairoch ya señalaba que “la inflación urbana [...] no ha con­
ducido a que la ciudad del Tercer M undo sea un factor de
desarrollo económico.”16 La dimisión de lo político, a esca­
la nacional, regional y mundial, acompaña evoluciones
democráticas consideradas como ineluctables. Las cifras son
elocuentes, implacables: la banalización del hecho urbano, lo
urbano generalizado, está en el origen de la multiplicación
de las ciudades enormes, que suelen recibir distintos nom­
bres: ciudades gigantes como las llama Paul Bairoch, ciuda­
des tentaculares, megaciudades o megápolis...

16. Paul Bairoch, De Jericó á México. Villes et économie dans Phistoire, 2°


edición corregida, París, Arcades-Gallimard, 1996, pág. 655. Véase tam­
bién Portraits des grandes villes. Société, pouvoirs, territoire, coordinado por
Guy Jalabert, Toulouse, Presses de PUniversité du Mirail, 2001. Allí se
toman los casos de Barcelona, Berlín, Buenos Aires, Hanoi, Ho Chi
Ming, Estambul, El Cairo, Los Angeles, México, Montreal, Moscú, San­
tiago de Chile, Shangai y Toronto.
206 Olivier Mongin

E l d e v e n ir d e l a s c iu d a d e s g i g a n t e s
Mientras en el año 1900 había 11 aglomeraciones de más
de un millón de personas y en el año 2000 había 350, hoy
hay 35 ciudades que superan el umbral de los 10 millones de
habitantes. Mientras en 1900 el 10 % de la población mun­
dial vivía en ciudades, hoy lo hacen cerca del 55 %. Duran­
te la conferencia Habitat II (City Summit) realizada en
1996, investigadores vinculados con las Naciones Unidas
afirmaron que la mitad de la población del planeta es hoy
urbana y que el siglo XXI podría calificarse globalmente
como urbano. Según un informe emanado de las Naciones
Unidas en 2001, 3 mil millones de personas viven en ciuda­
des, de acuerdo con la siguiente distribución: en 19 ciuda­
des con más de 10 millones de habitantes, 22 ciudades con
más de 5 y menos de 10 millones, 370 ciudades de entre 1 y
5 millones y 433 ciudades de entre medio y un millón de
habitantes. Pero este primer dato exige más precisiones: 175
ciudades de un millón o más de habitantes se reparten hoy
entre Asia, Africa y América latina donde se encuentran 13
de las 20 mayores aglomeraciones del planeta. La progre­
sión de las ciudades de los países emergentes es impresio­
nante: entre 1980 y 2000 Lagos (Nigeria), Dacca (Bangla-

Europa al margen
Pero, más allá del aspecto demográfico y cuantitativo, el
fenómeno decisivo es la desproporción geográfica, el abismo
mental y cultural que se ahonda entre los mundos europeo y
no europeo. En el plano de la urbanización, los contrastes
regionales son fuertes: según vaticinaba Paul Bairoch en
1996, “la explosión futura de las ciudades será de mayor
intensidad en Africa. El número de habitantes de las ciuda­
des se multiplicará casi por tres entre 1980 y 2000 y por sie­
te entre 1980 y 2025. En cambio, en América latina esta
Lo urbano generalizado y sin límites 207

desh), Tianjin (China), Hyderabad (India) y Lahore (Pakis­


tan) pasaron a formar parte de la lista de las 30 primeras ciu­
dades del mundo. Y es verosímil suponer que en 2010
Lagos será la tercera ciudad del mundo después de Tokio y
Mimbay (Bombay). Para esa misma fecha, Milán, Essen y
Londres ya no formarán parte de las 30 mayores ciudades
del mundo, mientras que Nueva York, Osaka y París se
hallarán al final de la lista.* Entre 1950 y hoy, Lagos pasó
de tener 300.000 habitantes a 5 millones y San Pablo
aumentó su población de 2.1 millones a 18 millones. Tam­
bién en estos casos las cifras hablan por sí mismas: en 2020,
el 55 % de la población subsahariana será urbana; de las 33
megalópolis previstas para 2015, 27 estarán situadas en los
países menos desarrolladas (19 en Asia) y Tokio será la úni­
ca ciudad de las llamadas ricas que continúe figurando en la
lista de las 10 mayores ciudades del mundo; finalmente, al
cabo de cada hora que pasa, en Manila hay 60 personas más,
en Delhi, 47, en Lagos, 21; en Londres, 12 y en París, 2.
* “The State of the W orld’s Cities 2001”, informe de la Oficina de
Asentamientos humanos de las Naciones Unidas, Nairobi.

explosión urbana será más moderada: la población urbana se


multiplicará por tres entre 1980 y 2025.”17 ¿Qué indican
estas cifras? Que el futuro de lo urbano, en el plano demo­
gráfico y cuantitativo, ya no está íntimamente ligado al des­
tino de Occidente y que ya no se considera a Europa como
un modelo de desarrollo urbano. Pero también indican que
la ciudad, europea o no europea, corresponde cada vez
menos al tipo ideal de la experiencia urbana evocado ante-

17. Paul Bairoch, De Jérico à México, op. cit., pág. 656.


208 Olivier Wíongm
riormente. Este tipo de ciudad ya no da el sentido -ni en el
plano de la significación ni en el de la orientación histórica-
de lo urbano en la escala del planeta. Más allá de su oposi­
ción con la ciudad europea, las ciudades masa ahora tienen
un peso importante en las representaciones de lo urbano y
de la ciudad,18 y llegan a ser la matriz de “la ciudad pánico”
que afecta hasta las representaciones e imágenes mentales,
una antigua tradición de las ciudades occidentales desde
Sodoma y Babel.
Las megapolis no europeas estarían condenadas a la
supervivencia, a la anarquía política y a la inseguridad. Esta
es una imagen muy discutible, alimentada hoy por imagina­
rios indisociables de los flujos de imágenes visuales. París era
la ciudad capital del siglo XIX, amada y pintada por los poe­
tas. Pero a medida que la ciudad se expone, se agranda, y se
vuelve obesa, o bien se repliega en su capullo museológico,
la megapolis llega a ser el objeto privilegiado de quienes se
dedican a auscultar el destino de lo urbano. El poeta desapa­
rece entonces a favor del etnólogo, del sociólogo o del pen­
sador. Uno se pierde cada vez menos en la ciudad, pero ésta
está condenada a su propia pérdida. Se impone pues “una
estética de la desaparición” que oscila entre dos representa­
ciones: la de la muerte lenta de las ciudades no occidentales
y la del urbicidio, la de la ciudad asesinada por guerreros.
Mientras Claude Lévi-Strauss, en ocasión de un viaje por las
megapolis indias, pone el acento en su carácter mórbido
(Tristes trópicos), otros destacan que la ciudad no es tanto víc­
tima del abandono como de una guerra que se realiza desde
el interior o desde el exterior. Así es como la ciudad trans­
formada en megápolis fluctúa entre la imagen de la muerte
pasiva y la de la aniquilación, es decir, entre dos formas de

18. Jerôme Monnet, “La mégapolisation: le défi de la ville-monde”, en


Y. Michaud (comp.), Qu’est-ce que la société?, Université de tous les savoirs,
tomo 3, Paris, Odile Jacob, 2000, págs. 155-168.
Lo ui'bano generalizado y sin límites 209
guerra que alimentan el imaginario tanto más por cuanto
corresponden a la realidad. “Tumba para Nueva York” de
Adonis, contrasta con las fotografías de Alvin Langdon
Coburn.19 La “estética de la desaparición” es mixta, mezcla
lo real con lo imaginario. ¿Por qué habría de sorprendernos,
teniendo en cuenta que la experiencia urbana corresponde a
la vez a lo físico y a lo mental? Si la experiencia urbana remi­
te a un “medio en tensión”, lo urbano generalizado produce
lugares en los que la presión es excesiva o está ausente: reca­
lentam iento o indiferencia. Si la megaciudad, la ciudad
mundo, está marcada por el descenso de tensión, otras ciu­
dades sufren, en cambio, de hipertensión.

C iu d a d e s in f o r m e s y c a ó t i c a s
La mdiferencia generalizada (Karachi y Calcuta)
¿Cómo el descenso de tensión puede ser la característica
de una ciudad? Claude Lévi-Strauss lo evocaba ya en la
década de 1950, cuando la temática de la posciudad aún no
atormentaba los espíritus. Durante el periplo que relata en
Triste trópicos, el etnólogo se detiene en Karachi, donde des­
cubre una ausencia de relaciones humanas que lo lleva a
hablar de la inhumanidad de Karachi en su condición de ciu­
dad. Ahora bien, esta inhumanidad se debe, según él, a una
pérdida de tensiones, a la reducción de las relaciones, al rei­
nado de la no-relación y la imposibilidad de inscribirse en un
lugar. Cuando ya nada pasa, todo deja de suceder. Este tex­
to de mediados del siglo XX anticipa la reflexión sobre las
megapolis contemporáneas de hoy y sobre las estrategias de
supervivencia que se observan en Lagos y en otras partes. A

19. Adonis, “Tombeau pour New York”, en Mémoire du vent. Poèmes


11951-1990, Paris, Gallimard, colec. “Poésie”, págs. 91-110.
210 Olivier Mongin
diferencia de la ciudad europea, las ciudades mundo no se
ajustan al único modelo de la ciudad global, las ciudades
mundo también pueden corresponder a esas “ciudades
monstruosas totalmente ajenas a un modelo de ciudad que
organice una coexistencia armoniosa.”20
Pero, ¿cuál es la mejor manera de calificar a estas ciuda­
des? Para Claude Lévi-Strauss, en Karachi no existe la ten­
sión, vale decir, la expresión de las relaciones urbanas a que
debería dar lugar el tipo ideal de la ciudad. Cuando una ciu­
dad ya no favorece las “tensiones”, se vuelve inhumana y ya
no merece el calificativo de “urbana”. Hace ya varias déca­
das, el etnólogo destacaba esencialmente la diferencia con
los valores urbanos europeos y no consideraba aún en esa
época que las ciudades mundo fueran el futuro de lo urba­
no.21 “Ya se trate de las ciudades momificadas del Mundo
Antiguo o de las ciudades fetales del Nuevo, nos hemos
habituado a asociar nuestro valores más elevados, tanto en la
esfera material como en la espiritual, con la vida urbana. Las
grandes ciudades de la India son una zona; pero lo que nos
avergüenza como una tara, lo que consideramos como una
lepra, constituye aquí el hecho urbano reducido a su expre­
sión última: la aglomeración de individuos cuya razón de ser
es aglomerarse por millones, independientemente de cuáles
sean las condiciones reales. Basura, desorden, promiscuidad,
roces, ruinas, tugurio, lodo, inmundicias, humores, excre­

20. Sandrine Lefranc, introducción al artículo Villes-monde, villes


monstres? de Raisons politiques, n° 15, agosto de 2004, Presses de sciences
po. Este volumen incluye, entre otros, artículos sobre Lima, Johannes-
burgo y Karachi.
21. Para tomar la medida contemporánea, menos culturalista que
urbanística, de la fragmentación y la etnización de Karachi, véase de Lau­
rent Gayer, “Karachi: violences et globalisation dans une ville-monde”,
Raisons politiques: Villes-monde, villes monstres?, op. cit, y de Michel Boivin,
“Karachi et ses territoires en conflit”, Hérodote: Géopolitique des grandes
villes, n° 101, 2° trimestre de 2001.
Lo urbano generalizado y sin límites 211
mentos, orina, pus, secreciones, supuraciones: todo aquello
contra lo cual la vida urbana nos parece la defensa organiza­
da, todo eso que aborrecemos [...] Todos esos subproductos
de la cohabitación, aquí, nunca llegan a constituir su límite.
Antes bien forman el medio natural que la ciudad necesita
para prosperar.”22
La ciudad prospera “orgánicamente” rechazando todos
los límites posibles. Nada de fronteras, nada de prohibicio­
nes, nada de límites. Cuando repele de ese modo los límites,
la ciudad se vuelve monstruosa. Esta situación se traduce en
la ausencia de relaciones entre las personas, ya sea porque
existe una tensión excesiva, ya sea por hay una ausencia total
de tensiones. En este caso, el caos no adquiere la “no forma”
de la ciudad arrasada, la ciudad sobrevive por sí misma, ama­
sa individuos, es informe. La ausencia de tensiones significa
que no hay ni adentro ni afuera, que la indiferencia reinante
está en el origen de un esquema de supervivencia. Al no ser
ya un medio en tensión, Karachi se vive como algo “infor­
me”, no tiene forma, no es una ciudad, no permite la libera­
ción que subtiende la experiencia urbana. A diferencia de lo
que pudo observar el etnólogo en Amazonia, en Karachi,
con su perspectiva de europeo, se encuentra “más acá o más
allá de lo que el hombre tiene derecho a exigir del mundo y
del hom bre.”
La experiencia de la limosna generalizada, la que encon­
tramos hoy en los downtowns, confirma esta pérdida de ten­
sión. “Ya no hay otra cosa que la comprobación -escribe
Lévi-Strauss- de un estado objetivo, de una relación natural
entre él y yo, de la cual la limosna debería desprenderse con
la misma necesidad con que, en el mundo físico, están uni­
dos las causas y los efectos.” Los desdichados que piden
limosna en la ciudad no quieren ser tratados como iguales,
“imploran que uno les aplaste su soberbia pues precisamen­

22. Claude Lévi-Strauss, Tristes tropiques, op. cit., pág. 113.


272 Olivier Mongin
te de la dilación de la distancia que nos separa esperan unas
migajas tanto más sustanciales cuanto más distendida sea la
relación”. El análisis es implacable: a través de la limosna,
que aquí no es un ceremonial, la idea misma de “la distan­
cia” en el espacio público, de una diferencia simbolizable
entre uno y el otro, entre él y yo, se malogra, queda anula­
da. Tal es el motor de una “indiferencia” gracias a la cual el
caos urbano puede crecer hasta el infinito. Los desdichados,
continúa Lévi-Strauss, “no reivindican un derecho a la vida.
El solo hecho de sobrevivir les parece una limosna inmere­
cida.” Insiste con esta idea al sugerir una comparación con la
urbanidad europea: “Esta alteración de las relaciones huma­
nas, resulta al principio incomprensible al espíritu europeo.
Nosotros concebimos las oposiciones entre las clases como
luchas o tensiones. Aquí el término «tensión» no tiene sen­
tido. Aquí nada está tenso. Hace ya mucho tiempo que todo
lo que podría estar tenso se ha roto. ¿Es realmente inconce­
bible pensar en la perspectiva de la tensión?”. Si uno quiere
continuar reflexionado, en la línea de Julien Gracq, aten­
diendo a la tensión, el cuadro que se obtiene no es menos
sombrío: “Pues entonces habrá que decir que todo está tan
tenso que ya no hay un equilibrio posible: en los términos
del sistema, y salvo que se inicie su destrucción, la situación
se ha vuelto irreversible.”23 Sólo queda, pues, la posibilidad
de la destrucción (desde el exterior o desde el interior, por
acción de un déspota) o la de una muerte lenta, la de un
cuerpo purulento en vías de descomposición. “La separación
entre el exceso de lujo y el exceso de miseria hace estallar la
dimensión humana. Sólo queda una sociedad en la que los
que no son capaces de nada sobreviven esperando todo y
donde los que exigen todo no ofrecen nada.”24 Esta com­
probación, que se basa en la voluntad de marcar una dife-

23. Ibíd., págs. 114-115.


24. Ibíd., pág. 116.
Lo urbano generalizado y sin límites 213
renda con la ciudad europea, se bifurca en los posibles des­
tinos de esas ciudades: la muerte lenta y la autodestrucción.
Salvo que evoquemos con Dereck W alcott el teatro de la
pobreza.25
VS. Naipaul prolonga la reflexión del etnólogo en ocasión
de un viaje que lo conduce a Calcuta muchos años después de
una primera visita. Una ciudad puede morir, pero lo que lo
atestigua no son las fotografías amarillentas de ruinas. Bom-
bay no es una de esas ciudades desaparecidas en los desiertos
del cercano Oriente como Persépolis, por ejemplo. No, esta
ciudad no termina de morir en el presente, de ceder bajo el
peso de su propia inhumanidad, de su ausencia de tensiones.
Es ese lento movimiento de descomposición que describe
Naipul respecto de Calcuta en La India-. “Durante años y
años [...] yo había oído decir que Calcuta se moría, que su
puerto estaba hundiéndose en el fango [...] y sin embargo,
Calcuta no estaba muerta. Algunos comenzaron a preguntar­
se entonces si la profecía había sido excesiva. Y yo me dije
que estaba en presencia de lo que sucede cuando las ciudades
mueren. N o se desploman haciendo un gran estrépito; no
mueren únicamente cuando su población las abandona. Tam­
bién pueden morir así: cuando todo el mundo sufre, cuando
los medios de transporte son tan lamentables que los obreros

25. “Como si los miserables, en sus patios bañados de un anaranjado


ardiente, sentados bajo sus árboles polvorientos o subiendo a sus favelas,
armaran con toda naturalidad una puesta en escena, como si la pobreza no
fuera un estado sino un arte. Así, la carencia llega a ser lírica y el crepús­
culo, paciente como un alquimista, lograría casi transmutar la desespe­
ranza en virtud. Bajo los trópicos no hay nada más encantador que los
barrios pobres: no existe teatro tan vivo, voluble y barato”, Café Martini-
que; What the Twilight says, 1998; Monaco, Anatolia-^.ditions du Rocher,
2004. En esta perspectiva, la pobreza no es ineluctablemente una degra­
dación, una pérdida; puede favorecer una “puesta en escena” y participar
de la experiencia urbana (sobre la puesta en escena, véase la primera par­
te de esta obra). Pero esta visión es engañosa si reduce la pobreza a un
espectáculo y no busca una salida política.
214 Olivier Mongin
prefieren renunciar por ello a empleos de los que tienen gran
necesidad; cuando nadie puede conseguir agua ni aire puro;
cuando nadie puede salir a pasear. También puede ocurrir
que las ciudades mueran cuando terminan por quedar com­
pletamente despojadas de los encantos que proponen las ciu­
dades, el espectáculo de sus calles, el sentimiento exacerbado
de las posibilidades humanas, para convertirse sencillamente
en lugares superpoblados donde todos sufren.”26
Naipaul retoma así, proyectándolo esta vez al plano espa­
cial, el análisis esbozado por Lévy-Strauss: si no hay cambio
posible, hay “indiferencia”; si no hay movimiento posible, si
los transportes son inutilizables, ya nadie se mueve; no hay
posibilidades mayores de relación espacial que de relaciones
humanas, ya que ambas van de la mano. La indiferencia se
traduce en el tiempo y en el espacio y la ciudad muere pro­
gresivamente de esta ausencia de movimientos y de tensio­
nes. Naipaul afirma, sin embargo, algo más: el que se con­
vierte en rehén de este espacio queda “privado” de lo que la
ciudad debería dar “además”; queda privado de este espacio
público sin el cual la ciudad no tiene razón de ser. La libera­
ción ya no es el destino de quien se aventura en la ciudad, ni
siquiera es representable. Ahora bien, cuando la tensión
entre lo privado y lo público, entre un afuera y un adentro,
es imposible, la ciudad muere ineluctablemente. El hecho de
que las ciudades gigantes se multipliquen, crezcan desmesu­
radamente, no remite a las cifras, a un fenómeno cuantitati­
vo. La ciudad gigante, independientemente de cómo se la
llame, puede favorecer formas de experiencia urbana, pero si
la ciudad es informe, la cantidad se les vuelve en contra.

26. V. S. Naipaul (1981): L ’Inde. Un millón de révoltes, París, Plon,


1992, págs. 387-388.
Lo urbano generalizado y sin límites 215
Autodestrucción y desechos
(Los Angeles y las chabolas)
Otros escritores analizan el “fin de la ciudad” como un
fenómeno inevitable generado por la dispersión infinita o
por el desarrollo de una maquinaria urbana que, al volverse
incontrolable, provoca horror y caos. La ciudad contempo­
ránea se muere desde el interior. El caos no es producto de
los flujos, la ciudad está agarrotada en su interior, está hiper-
tensa, próxima a la implosión. Tal el caso de Los Angeles, esa
City of Quartz, para retomar el título del libro de investiga­
ción de Mike Davis.27 Puede vérsela como una tierra que
tiembla, que puede escupir fuego como un volcán pues arde
desde el interior. Hipertensa, puede metamorfosearse o bien
parecerse a un barrio de chabolas, como una ciudad de latas.
“California es una región de terremotos. N o sabemos cómo
viviremos. Los Angeles se transforma o vuelve a transfor­
marse en una ciudad. Otras ciudades, por haber sido dema­
siado deseadas, ciudades nacidas del desierto y de Los Ange­
les, quizás vayan hasta el extremo de la ciudad, más allá de su
«fin». Por terremoto, por fisuras, por corrupción o por lasi­
tud. Pero, más lejos, pasada la frontera de México, comenzó
otra cosa, hace ya tiempo. Ya no es el despliegue, ni siquiera
la corrupción de la ciudad; ya no es su travesía. Los barrios
de chabolas son los desechos de la ciudad, su violencia ama­
sada en el barro. En un sentido, será como una exasperación
del desclasamiento de Los Angeles, de su chapucería y de su
desvencijamiento. Pero nada de esto responde a ninguna
lógica de la ciudad. Lo que se impone es la inhabitabilidad:
no la del desierto, sino la que acompaña a la destrucción y la
expulsión que han llegado a ser parodias de lugares. La
expresión «barrio de chabolas» o «de las latas» resume, no

27. Mike Davis, City of Quartz. Los Angeles, capitale du futur, París, La
Découverte, 1997.
216 Olivier Mongin
la insignificancia, sino un exceso de signos que expresa la
devastación del lugar. La devastación se erige en él como si
fuera un lugar para vivir. Y no cesa, se extiende como se
extienden en otros lugares las ciudades nuevas, pero esto es
lo contrario de un crecimiento. Los barrios marginales se
alejan cada vez más de toda «cuestión de la ciudad». N o tie­
nen devenir. Sólo pueden concentrar la devastación y endu­
recer la exasperación.”28 La inversión de la perspectiva es
total: ya no se observa la descomposición de una ciudad
como en Calcuta; ahora, la cuestión es su recomposición a
partir de los desechos que contiene en su interior, si la lava
puede endurecerse y dar forma a algo. Pero aquí la ciudad es
puro desecho, un terreno devastado de entrada, que sólo
puede exteriorizarse afuera en la forma de una barriada de
chabolas. No hay otra opción más que la de oscilar entre
descomposición y recomposición, entre caída de tensión e
hipertensión. Pero si la ciudad no muere de sí misma, se
proyecta en magmas informes, espacios invivibles. El fin de
la ciudad: allí está también el fin de toda forma de urbani­
dad. Si bien Los Ángeles aún puede reestructurarse, repro­
ducirse, no puede decirse lo mismo de la zona fronteriza del
lado mejicano. Cuando la ciudad fracasa en su intento de
reinventarse, cuando se desmorona bajo los signos maca­
bros, no es más que un inmenso terreno devastado. Lo urba­
no generalizado está caracterizado por la continuidad, pero
los barrios de latas, la tierra arrasada que los simboliza, la
inhabitabilidad que pone de manifiesto, participan de esa
continuidad, cuyas virtudes elogia Koolhaas. El caos ha
cobrado cuerpo, no es únicamente un vacío que hay que lle­
nar sino que corresponde a un proceso de vaciamiento,
ahonda el vacío, organiza la ausencia de lugar, la falta de

28. Jean-Luc Nancy, en Temps de la réflexion, n° 8, París, Gallimard


1987; véase también del mismo autor, La Ville au loin, París, Mille et une
nuits, 1999.
Lo urbano generalizado y sin limites 217
herederos. El retorno al desierto. Salvo que una ciudad
como Las Vegas y los moteles norteamericanos constituyan
el “lugar común” donde se inventa una urbanidad “postur-
bana”.29

Urbicidios: presiones desde afuera y desde adentro


Ante los crímenes de los destructores, la defensa de la
ciudad es el único paradigma moral de nuestro futuro.
B o g d a n B o g d a n o v ic 30

Para Paul Virilio, ese no lugar no es lo propio del barrio


miserable, sino la marca misma de la ciudad contemporánea.
Lo urbano continuo y generalizado está impulsado por una
“estética de la desaparición”. En este últim o caso lo que
devasta la ciudad no es la ausencia de desarrollo, la miseria
ni el abandono. Los espacios urbanos, sean cuales fueren,
están condenados a devenir informes, deformes, monstruo ­
sos, pues están sometidos a una presión tecnicista tanto
mayor por cuanto las industrias de armamentos también
desempeñan su papel en la militarización de las ciudades.
“Aeroestaciones, terminales y puertas de la anticiudad que se
abren a la nada de un territorio desaparecido, lugar de dese­
chos que uno toma prestado para enlazar el lazo vacío de un
vagabundear acelerado, terminal aérea, espectroscopio don­
de desfilan las sombras populares migrantes, fantasmas en
tránsito, tratando de prorrogar la última de las revoluciones,
la revolución geográfica... Es evidente la estrategia anticiu­
dad, en virtud de la cual el secuestro se opera sobre el con­

29. Este es el sentido de los análisis de Bruce Bégout en Zeropolis,


París, Allia, 2002 y Lieu commun, París, Allia, 2003, dos libros que tratan
respectivamente de Las Vegas y la generalización del motel.
30. “L ’urbicide ritualisé” en Veronique Nahoum-Grappe (comp.),
Vukovar, Sarajevo..., París, Editions Esprit, 1993.
218 Olivier Mongin
junto de las masas, la ocupación llega a ser la esencia del jue­
go político transnacional, más allá de las ciudades en las que
se practica el secuestro, el gueto y el encierro nacional.”31 La
estrategia anticiudad contribuye así a hacer que la ciudad y
sus valores se vuelvan contra sí misma. Y no es casual que la
figura del terrorismo acompañe las metamorfosis del imagi­
nario de la ciudad, de una ciudad traumatizada.
Estas interpretaciones ponen en escena una ciudad que se
ha vuelto informe como consecuencia de ser la presa de lo
urbano generalizado que puede ser más o menos anárquico.
Si bien los términos escogidos son particularmente evocado­
res - desecho, devastación, deyección—, lo que designan es un
espacio urbano zarandeado entre la pérdida de tensiones, la
indiferencia y el exceso de tensión: un espacio urbano que se
confunde con una prisión al borde de la violencia paroxísti-
ca.32 Tales términos muestran, por contraste, en qué se
transforma lo urbano cuando ya no hay “tensiones” y cuan­
do pierde sentido la relación entre un adentro y un afuera.
Este repliegue es la consecuencia de una ciudad “energúme­
no” que rechaza sus límites, de lo urbano que ha roto las
amarras con “la doble cultura de los límites y la proximidad”
que encarna históricamente la cultura urbana. Esta inversión
transforma el afuera en una prolongación del adentro, una
prótesis que ignora la antigua dialéctica de un adentro que
atraía al afuera, de una experiencia de liberación que articu­
laba la ausencia de territorio y la oferta de territorio, la posi­
bilidad de hospitalidad.
Tanto en la realidad como en la ficción, lo urbano hoy
está brutalizado, “echado a perder”, violentado desde el

31. Paul Virilio, “L’Etat d'urgence ou du lieu d’élection au lieu d’é-


jection”,Traverses: Ville Panique, n° 9, París, Minuit, 1977.
32. Sobre la ciudad entendida como prisión, véase el libro de culto de
Tom Willocks, Green River Rising, traducido al francés con el título L ’O-
deur de la haine, París, Pocket, 1995.
Lo urbano generalizado y sin límites 219

El u r b ic id io

Mientras que en épocas pasadas los destructores de ciu­


dades estaban poseídos de un “santo temor”, un temor
regulado y contenido, hoy no puede tratarse sino de reivin­
dicaciones sin freno del habitus mental más bajo. Lo que
creo advertir en las almas aterradas de los destructores de
ciudades es una resistencia feroz contra todo lo urbano, es
decir, contra una constelación semántica completa, com­
puesta por el espíritu, la moral, la manera de hablar, el gus­
to, el estilo... Recordemos que el término “urbanidad”
designa hasta hoy en las lenguas de Europa el refinamiento,
la articulación, el acuerdo entre la idea y la palabra, entre la
palabra y el sentimiento, entre el sentimiento y el gesto,
etcétera.*
*Bogdan Bogdanivic, “L ’urbicide ritualisé”, en Véronique
Nahoum-Grappe (coinp.), Vukovar, Sarajevo..., París, Éditions
Esprit, 1993, pág. 36; véase también de Christian Ruby, “Villes
assiégés, villes détruites”, Thierry Paquot (comp.), Le Monde des
villes. Panorama urbain de la planète, Bruselas, Éditions Complexe,
1996, págs. 419-432.

afuera (el urbicidio) o desde el adentro (la explosión, la bom­


ba). Lo urbano hace mal. Por un lado, una amplia propor­
ción de las imágenes estadounidenses, desde New York 1997
de John Carpenter (1983), relatan la historia de ciudades
que, abandonadas y convertidas en prisión, retornan al esta­
do de naturaleza. Cuando no se nos muestra la ciudad como
el lugar de la barbarie, se la presenta como la presa del bár­
baro que trata de destruirla.33 Por otra parte, la realidad está

33. Sobre un análisis de los guiones y los filmes violentos estadouni­


denses, véase de Olivier Mongin, La Violence des images ou comment s'en deba-
220 Olivier Mongin
allí, violenta, implacable; los hechos hablan por sí mismos
desde Sarajevo, Grozniyi, desde que las Torres Gemelas fue­
ran destruidas por aviones terroristas vinculados con Al
Qaeda. Hay que recordar que el urbicidio, un término acu­
ñado por Bogdan Bogdanovic, un arquitecto que fue alcalde
de Belgrado, sigue siendo ley en el mundo de lo urbano
generalizado. En todo caso, desde la guerra de Beirut,
desencadenada en 1975. Como si fuera necesario echarlo
todo a perder, arrasar con las ciudades refugio.
Destruida desde afuera o desde adentro, la ciudad está
terminada, arrasada; es deyección, barrio de las latas, devas­
tación; está vaciada de sí misma... Todo este vocabulario,
sumamente discutible, recuerda sin embargo que la ciudad
desplegada, masificada, extendida al infinito, se ha echado a
perder. Hasta el punto de que los tiranos continúan asesi­
nándola y abatiéndola. Los tiranos de ayer, pero también los
terroristas de hoy, esos individuos nómades y desterritoriali-
zados. Ayer la ciudad aspiraba al adentro, pretendía ser inte-
gradora de las personas procedentes del afuera; hoy los
agentes del terror, venidos desde afuera, quieren matar el
espíritu de la ciudad en su interior. Todo esto no es recien­
te, sólo que, desde las épocas de la Biblia, de Babel y de
Sodoma, la actualidad de los valores urbanos es más intensa.

rrasser?, París, Seuil, 1995. Esta obra contiene además un capítulo sobre los
filmes dedicados a Beirut antes y durante la guerra que comenzó en 1975,
“La ville prise en otage: les cinémas de Beyrouth”, págs. 156-174.

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