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Este viaje no es un simple pasaje por el mundo del más allá sino que obedece a
un favor especial que le ha sido concedido para alcanzar la salvación de su alma
y, a través de su ejemplo, la de la humanidad pecadora.
Al inicio de la obra Dante se ubica como el personaje central del relato y cuenta
que se encontraba perdido en una selva oscura. Si bien llega a divisar la luz del
sol sobre la cima de una montaña, al intentar ascender se le aparecen tres fieras
(pantera, león y loba) que le cortan el camino; la sombra del poeta Virgilio le
socorre y ambos inician un viaje a través del Infierno y el Purgatorio.
Durante su descenso por el Infierno, Dante conoce los suplicios a que son
sometidas las almas de aquellos que murieron en pecado y dialoga con algunos
de estos desgraciados condenados. Desde el fondo del Infierno, y siempre guiado
por la sabiduría de Virgilio, ambos salen nuevamente a la superficie y ascienden
por la montaña del Purgatorio, donde los espíritus se purifican de sus errores para
poder entrar al Paraíso celestial.
Se presenta al purgatorio como la parte divina donde las almas son purificadas;
desde el contexto colombiano, esta parte de la obra la podemos asociar al sistema
judicial colombiano, donde se juzga y penaliza los actos de los seres humanos.
Ahora bien, quienes son culpables deben purgar una condena para ser libres.
Al llegar al centro luminoso en que se encuentran las almas puras (el Empíreo),
Beatriz vuelve a ocupar su sitio entre los bienaventurados que rodean a Dios.
Finalmente, San Bernardo de Claraval intercede a través de la Virgen María para
que se le conceda a Dante el don de contemplar la luz divina, con lo cual culmina
el viaje.