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La matriz cultural de una de las películas más resignificadas de la historia: El Gabinete del
Dr. Caligari (1919).
Pensar en un análisis crítico de “El Gabinete del Dr. Caligari” dirigida por Robert Weine y
estrenada en 1919, en Alemania, después de todo lo que se ha dicho y analizado sobre el film,
puede ser redundante. Sin embargo, es interesante poder establecer relaciones (claramente
subjetivas y semi-rizomáticas en términos Deleuzianos) acerca de algunas cuestiones que la
película aporta desde un lugar muy interesante: una matriz cultural que se dispara en una
multiplicidad de sentidos a partir de sus relaciones contextuales, intertextuales y su legado.
Si pensamos en el concepto de matrices culturales para analizar este film, podemos tomar su
modo de construcción considerando las limitaciones que había en aquel contexto de
postguerra. Alemania era una nación que había sido humillada al punto de tener que
absorber los costos de la guerra, con la consecuente destrucción de su economía y quedando a
los pies de Francia; hasta último momento había mandado a sus hombres (incluso niños y
jóvenes) a los frentes, se capital humano estaba diezmado. Esta situación económica, por
ejemplo, se observa en la precariedad de producción, en los modos en que se presentan las
indumentarias y los decorados, austeros, sin demasiada ornamentación pero a la vez el ingenio
de hacer con los escasos recursos que contaban, un espacio completamente diferente a la
realidad.
Hay otros detalles importantes en la estética general. Es notable que en su realización, en los
encuadres de los decorados, no haya prácticamente nada a 90 grados. Esa deformación del
medio, las perspectivas forzadas, son posibles metáforas de la cosmovisión imperante en
momentos oscuros. Las sombras, tan presentes en “El gabinete del Dr. Caligari” como en
“Nosferau” de Murnau, acentúan lo ominoso. Nos hablan del momento del crepúsculo,
cuando las luces se vuelven extrañas y la oscuridad comienza a ganarle a la luz, recuperan una
tradición que viene del romanticismo, como el Frankenstein de Mary Shelley o lo retorcido de
los poetas malditos como Rimbaud, haciendo de las representaciones el terror de no saber
quiénes somos o quiénes podemos llegar a ser; imágenes fuertes de criaturas creadas por el
miedo humano, el pánico social, y la incertidumbre de nuestro mañana, que despertaban el
inconsciente o impresionaban a los novatos espectadores del cinematógrafo.
Esta visión de un mundo extrañado, como parte del flashback desde donde nace la película es
parte de la teoría que llevaron adelante los formalistas rusos en la que Víktor Shklovski, en su
obra “El arte como recurso”, desarrolló el concepto de extrañamiento. Sostenía que la
cotidianidad hacía que se perdiera la forma de nuestra percepción frente a los objetos. Para
Shklovski la vida diaria estaba automatizada, entonces, decía, será el arte el encargado de
contrarrestar a ese medio alienado por la automatización. Asimismo proponía que la técnica
para extrañar o volver extraños a los objetos debe ser la de "crear formas complicadas,
incrementar la dificultad y la extensión de la percepción, ya que, en estética, el proceso de
percepción es un fin en sí mismo y, por lo tanto, debe prolongarse" (José Domínguez Caparrós,
2002). El extrañamiento no afecta a la percepción, sino a la presentación de la percepción y se
presenta muy explícitamente en la película a través de ambientes que se rebaten, edificios
cincelados, espacios agobiantes y puertas fuera de escuadra. Casi todo está fuera de
escuadra.
Bibliogrfía:
Caparros, Jose Dominguez, 2002, Teoria De La Literatura, Editorial Universitaria Ramon Areces,
Madrid.
Alfonso, Alfredo, 2017, Apuntes de Cátedra HRSI, MCDA, Universidad Nac de Quilmes.