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CURSO EVALUACIÓN DE ACTITUDES

MÓDULO 1: ¿CUÁNTO SÉ SOBRE ACTITUDES?


DOCUMENTO PARA LA FASE RECURSOS COGNITIVOS PARA EL APRENDIZAJE

INTRODUCCIÓN: ¿QUÉ SON LAS ACTITUDES?

Las actitudes han sido definidas como organizaciones relativamente estables de creencias,
sentimientos y tendencias conductuales hacia objetos significativos socialmente (como por
ejemplo las notas), grupos, eventos o símbolos (Hogg y Vaughan, 2005, en McLeond, 2009). Otros
autores las han definido como tendencias psicológicas que se expresan evaluando una entidad
particular (por ejemplo el colegio) con cierto grado de aceptación o rechazo (Eagly, y Chaiken,
1993, en McLeond, 2009). En otras palabras, una actitud es una manera organizada y lógica de
pensar (elementos cognitivos), sentir (elementos afectivos) y actuar (elementos conductuales)
frente a una situación, otras personas o grupos.

Las actitudes tienen tres componentes: uno afectivo, que incluye los sentimientos o emociones de
las personas hacia los demás. Uno conductual, que es la forma en que la actitud influencia
nuestras acciones; y uno cognitivo, que envuelve las creencias y conocimientos de una persona
hacia el objeto de la actitud. En otras palabras, la actitud integra lo que pensamos, sentimos y
hacemos (Beas y Ziliani, 1985) A continuación se presenta un ejemplo de cada uno de estos
componentes:
o Componente afectivo: ‘Odio ir al colegio’.
o Componente conductual (o connativo): ‘voy a tratar de no entrar a clases o pensar en otra
cosa mientras dure la clase’.
o Componente cognitivo: ‘que me vaya bien o mal en el colegio no afecta mi vida futura’.

Es importante resaltar que si bien al revisar la conexión entre las actitudes y la conducta de una
persona, implícitamente suponemos consistencia entre ellas –es decir esperamos que la conducta
de una persona sea consistente con sus actitudes- esta consistencia se basa en el supuesto de que
las personas somos seres que nos comportamos racionalmente en todo momento y que nuestra
conducta debe ser consistente con nuestras actitudes. Si bien este principio hace sentido, está
claro que no siempre las personas nos comportamos de maneras racionales. ¿Cómo si no explicar
que fumemos si sabemos que causa cáncer y enfermedades al corazón, o que mantengamos una
vida sedentaria si está comprobado que la actividad física es beneficiosa para la salud? En esta
línea, hay estudios que muestran que los componentes cognitivos y afectivos de las actitudes no
siempre se condicen con la conducta (LaPiere, 1934, en McLeond, 2009).

Sin embargo, mientras más fuerte sea una actitud, será más estable en el tiempo, más resistentes
al cambio y mejor para predecir una conducta. A su vez, la fuerza de las actitudes está definida
por:

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-Importancia/relevancia personal: se refiere a cuan significativa es la actitud para esa persona y se
relaciona con el interés personal, la identificación social y el valor. Por ejemplo, si Juan desea
resaltar académicamente, o quiere pertenecer a un grupo en donde los miembros valoran
sobresalir en los estudios, entonces Juan le dará mucha importancia a hacer sus tareas, prestar
atención en clases y estudiar, esforzándose por ser un buen alumno. Como consecuencia, la
actitud positiva hacia el estudio tendrá una fuerte influencia en la conducta de Juan. Por el
contrario, una actitud no será importante para una persona si no se relaciona con su vida
(Kokkinaki y Lunt, 1999).

-El conocimiento: este aspecto se refiere a cuánto sabe la persona acerca del objeto de la actitud.
Solemos saber más sobre los temas que nos interesan y, en consecuencia, solemos tener
marcadas conductas positivas o negativas sobre las cosas que más conocemos. Por este motivo las
actitudes basadas en experiencias directas influencian mas la conducta, que las actitudes
formadas indirectamente (por ejemplo, a través de lo que hemos escuchado, leído o visto en
nuestros pares, la televisión o Internet). Esto también implica que las actitudes se forman en
condiciones de alta participación.

De cualquier manera, las actitudes son respuestas habituales y estables, que tenemos en nuestro
desempeño cotidiano. Es un estado que genera una pronta respuesta, según determinados valores
y creencias. Aunque pareciera que las actitudes fueran fijas, Visser y Krosnick (1998) describieron
cómo las actitudes cambian a lo largo de la vida, pudiendo ser remodeladas, e incluso revertidas
de negativo a positivo (y viceversa). Pero si bien la definición común de actitud da a entender que
tenemos sólo una actitud hacia cualquier objeto dado, Ajzen (2001) sugiere que esta es una
concepción demasiado simplista, ya que cuando las actitudes cambian, las nuevas no anulan, sino
que sustituyen a las anteriores. De acuerdo con este modelo de actitudes duales, podemos tener
actitudes diferentes hacia un objeto determinado en el mismo contexto.

Dado que las actitudes son predisposiciones a actuar de cierta manera, las observamos
indirectamente en la conducta de estudiantes “dispuestos y preparados para”, “abiertos de
manera permanente a”, ”interesados en”…. por ejemplo, si afirmamos que “un alumno tiene
actitudes favorables hacia el aprendizaje”, nos referimos a que se muestra receptivo e interesado
en aprender. Si muestra una actitud de respeto, significa que se comporta considerando (y no
avasallando) a los demás. Si su actitud es de indiferencia o apatía, se muestra desinteresado por lo
que le proponemos. Sin embargo, si uno de nuestros colegas describe actitudes antagonistas a las
que nosotros hemos observado en algunos de nuestros estudiantes, esto puede deberse al
modelo de actitud dual antes descrito.

¿Para qué sirven las actitudes?


Las actitudes cumplen diversas funciones. La idea básica es que las actitudes nos ayudan a mediar
entre nuestras necesidades internas (auto-expresión, auto-defensa, etc.) y el mundo externo
(adaptación, conocimiento, entre otros). Katz (1960, en McLeond, 2009) resumió 4 funciones
principales de las actitudes:

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 Conocimiento: las actitudes nos ayudan a darle un sentido a nuestra vida. Esto se refiere a
la necesidad de habitar un mundo que sea consistente y relativamente estable. Este
conocimiento nos permite predecir lo que es probable que ocurra y de esta manera,
experimentamos un sentido de control de nuestro entorno. Las actitudes nos ayudan
también a organizar y estructurar nuestra experiencia. Por ejemplo, si sabemos que un
estudiante está interesado en jugar al futbol, podemos predecir que a la hora del recreo lo
podremos encontrar en la cancha jugando con sus compañeros.

 Auto-expresión: Las actitudes que expresamos nos ayudan a definir quiénes somos y nos
pueden llevar a sentirnos bien, ya que confirman nuestra identidad. Las actitudes de
autoexpresión pueden ser comunicadas de manera verbal y no-verbal: por ejemplo, los
logos en las mochilas de nuestros estudiantes, las imágenes de las portadas de sus
cuadernos, sus cortes de pelo y el estilo de su ropa son parte de su identidad y se expresan
en sus sentimientos, creencias y valores.

 Adaptación: si una persona mantiene o expresa actitudes aceptadas socialmente, las otras
personas las premiarán a su vez con aprobación y aceptación social. Por ejemplo, cuando
un colega retroalimenta positivamente nuestro trabajo, tendemos a hacer lo mismo,
mientras que nos resulta más difícil reconocer el trabajo de colegas que se quedan en
silencio, nos critican o no participan. Las actitudes nos ayudan a sentirnos parte de un
grupo social y la función adaptativa nos ayuda a ser parte de ese grupo. Así, tendemos a
seguir a las personas que comparten nuestras actitudes y desarrollamos actitudes
similares a las personas que admiramos (Eagly y Chaiken, 1993).

 Auto-defensa: esto se refiere a mantener actitudes que protegen nuestra autoestima o


que justifican aquellas acciones que nos hacen sentir culpables o vulnerables. Por ejemplo,
si alguno de nuestros alumnos se ha sentido alguna vez humillado en una clase, puede
adoptar una actitud negativa hacia el colegio. Por ejemplo, niños cuyo orgullo ha sufrido
después de recibir una mala nota, pueden adoptar una actitud negativa del tipo ‘no me
interesan las notas’ en función de proteger su auto-imagen.

Para describir las actitudes de nuestros alumnos con precisión, no basta con fijarnos en hechos
aislados o excepciones, sino que necesitamos observar sus conductas habituales. En otras
palabras, las actitudes son es un tipo particular de hábitos que se concentra en los aspectos
fundamentales de la persona y en sus relaciones con los demás. En esta línea, el género ha
demostrado modular las actitudes hacia los demás. Por ejemplo, Townsend, Wilton y Vakilrad
(1993) encontraron en un estudio orientado a evaluar las actitudes de niños y niñas hacia la
discapacidad, que las niñas desarrollaron actitudes más positivas hacia la discapacidad, que los
niños.

Las actitudes también se ven afectadas por la edad. Lamentablemente, numerosos estudios ha
mostrado cómo las actitudes generales hacia el colegio van empeorando a lo largo de la
experiencia escolar (Alspaugh, 1998; Eccles, Lord y Midgley, 1991; Hagborg, 1992; Harter,
Whitesell y Kowalski, 1992; Neild y Weiss, 1999; Simmons y Blyth, 1987, en Farrington et al, 2012).
Mas precisamente, los estudiantes se van desencantando con el aprendizaje en función de los

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niveles de escolaridad alcanzados. En un estudio llevado a cabo por Haladyna y Thomas (1979) los
estudiantes de séptimo y octavo fueron los que mostraron actitudes más negativas en
comparación con estudiantes cuarto, quinto y sexto básico. Esto se vio especialmente reflejado en
estudiantes de sexo masculino. Sin embargo, contrariamente a la creencia común de que la
flexibilidad cognitiva y la disposición a cambiar las actitudes disminuyen con la edad, Visser y
Krosnick (1998) demostraron que somos susceptibles de cambiar nuestras actitudes a lo largo de
la vida. En esta dirección, estudios han demostrado el cambio de actitudes en adultos, resultantes
de programas de capacitación (Basadur et al, 1992).

Diagrama N.1 Relación entre creencias, valores, actitudes y conducta

Tal como presenta el diagrama N.1, las actitudes -cómo tratamos a los demás y nos aproximamos
a diversas situaciones, tales como el respeto, decir la verdad, apertura y ser responsable- están
sustentadas en nuestras creencias -ideas que defendemos por encontrarlas verdaderas- y nuestros
valores -lo que es importante para nosotros, tales como la seguridad, la libertad, la justicia o la
equidad. Aunque no podemos observar las actitudes directamente, sí podemos la mayoría de las
veces verlas reflejadas en la conducta -que se refiere a la forma como actuamos. De esta manera,
podemos entender la conducta como la punta de un iceber que está sustentada en las actitudes,
valores y creencias de nuestros estudiantes.

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Como también muestra el diagrama n.1, si bien como docentes tenemos un rol clave en la
formación de actitudes de nuestros estudiantes, no somos los únicos ni los más importantes
agentes de formación. La cultura, el credo, la familia, la educación, la experiencia personal, los
medios de comunicación y los pares, también ejercen un rol preponderante en la formación de las
actitudes de nuestros estudiantes. Por ejemplo, un estudio conducido en Inglaterra encontró que
las actitudes y conductas en educación primaria explican el 12% de la diferencia en rendimiento
entre los niños más ricos y los más pobres (y un 40% cuando no se controla por rendimiento
previo). En otras palabras, cerca de un tercio de la diferencia en el rendimiento académico entre
niños ricos y pobres es atribuible a sus actitudes y conductas (Goodman et al, 2010). Tan central es
el rol de las actitudes y otros factores no cognitivos como los hábitos de estudio, que algunos
investigadores las han clasificado dentro de ‘el tercer pilar’ que explica el rendimiento académico
(Credé y Kuncel, 2008). Esta nueva evidencia está en línea con estudios realizados en otros
contextos y que también han concluido que las actitudes juegan un rol central en el rendimiento
académico de los estudiantes (Cote y Levine 2000; Singh et al, 2002; Ahmed y Bora, 2012). Lo que
estos estudios indican es que si trabajamos fomentando las actitudes positivas hacia la escuela y el
aprendizaje, lograremos mejorías significativas no sólo en el rendimiento académico de nuestros
estudiantes, sino también en sus aspiraciones y oportunidades futuras.

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