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Vigilar y Castigar El cuerpo de los condenados– Michel Foucault.

En su libro Vigilar y Castigar (1975), Michael Foucault analiza los mecanismos


sociales y teóricos que hay detrás de los cambios masivos que se produjeron en los
sistemas penales occidentales durante la era moderna. El libro está dividido en cuatro
partes: Suplicio, Castigo, Disciplina y Prisión. En la primera parte, “Suplicio” Foucault
analiza la relación del cuerpo con los sistemas de castigo y como esta relación ha ido
cambiando en el correr del tiempo; pasando del castigo físico extremo, cruel y
sangriento a la vista del público a mecanismo punitivos más “humanos” a finales del
siglo XVIII y comienzos del siglo XIX, en donde el castigo ha dejado de estar centrado
en el sufrimiento físico y se ha concentrado en la pérdida de un bien o de un derecho,
aunque Foucault dice: “Pero un castigo como los trabajos forzados o incluso como la
prisión —mera privación de libertad—, no ha funcionado jamás sin cierto suplemento
punitivo que concierne realmente al cuerpo mismo: racionamiento alimenticio,
privación sexual, golpes, celda. (1975, p.17)”. El objetivo de castigo ya no es el
cuerpo, sino algo más profundo: el alma, para llegar al corazón, los pensamientos, la
voluntad, etc..

Foucault estudia la transformación de los métodos de castigo (punitivos) a partir de


una tecnología política del cuerpo donde pudiera leerse una historia común entre las
relaciones de poder y las relaciones de objeto. Toma como referencia el libro de
Rusche y Kirchheimer Pena y estructura social (1939) y nombra puntos en los que
está de acuerdo como la idea de que hay que desprenderse de la ilusión de que la
penalidad es ante todo una manera de reprimir los delitos, que los sistemas punitivos
concretos tienen también efectos positivos y útiles a los que tienen por misión
sostener. En esta línea, estos autores encuentran una relación entre los diferentes
regímenes punitivos con los sistemas de producción de los que toman sus efectos; así
en la economía mercantil, al ser el cuerpo el único bien accesible y correccional,
aparecerían castigos como el trabajo obligado o la manufactura penal.

Hay una “economía política del cuerpo” ya que indirecta o directamente siempre se
recurre a él. Las relaciones de poder operan sobre el mismo usándolo como fuerza de
producción; este se convierte en útil cuando es a la vez cuerpo productivo y cuerpo
sometido.

Foucault introduce la idea de “tecnología política del cuerpo”: “puede existir un "saber"
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del cuerpo que no es exactamente la ciencia de su funcionamiento, y un dominio de
sus fuerzas que es más que la capacidad de vencerlas: este saber y este dominio
constituyen lo que podría llamarse la tecnología política del cuerpo.(1975, p.27)” , no
nos da una clara definición de la misma pero explica que se trata de una microfísica
del poder cuyo campo de validez se sitúa entre los cuerpos con su materialidad y sus
fuerzas ; y los aparatos e instituciones que la utilizan y ponen en juego. Este poder no
se posee, no es un privilegio de la clase dominante, sino que se ejerce, es la
manifestación de ciertas estrategias e incluso este poder es a veces acompañado por
los dominados. Estas relaciones de poder descienden hondamente en el espesor de la
sociedad, no se pueden minimizar solo en las relaciones del Estado con sus
ciudadanos, sino que están en múltiples aspectos de la vida.

Foucault dice que tal vez habría que renunciar a la idea de que no puede haber
“saber” dónde hay relaciones de poder y viceversa, que hay que aceptar que el poder
produce saber y que ambos se implican mutuamente, “no es la actividad del sujeto de
conocimiento lo que produciría un saber, útil o reacio al poder, sino que el poder-saber,
los procesos y las luchas que lo atraviesan y que lo constituyen, son los que
determinan las formas, así como también los dominios posibles del conocimiento .
(1975, p.28)”

Más adelante, Foucault desarrolla la idea de anatomía política, como un “cuerpo


político” como un conjunto de los elementos materiales y de las técnicas que sirven de
armas, de relevos, de vías de comunicación y de punto de apoyo a las relaciones de
poder y de saber que cercan los cuerpos humanos y los dominan haciendo de ellos
unos objetos de saber. Foucault dice que debemos ver a los mecanismos punitivos
como parte de la historia del cuerpo político.

Foucault nos habla de un concepto de alma real diferente al concepto cristiano, un


alma que nace de los procedimientos de castigo, de vigilancia: “es el elemento en el
que se articulan los efectos de determinado tipo de poder y la referencia de un saber,
el engranaje por el cual las relaciones de saber dan lugar a un saber posible, y el
saber prolonga y refuerza los efectos del poder (1975, p.30)” Esta alma es la prisión
del cuerpo, es un instrumento de la tecnología política.

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Foucault dice que las rebeliones de los presos, es una rebelión de los cuerpos contra
el cuerpo de la prisión, una rebelión de las cosas materiales, el reclamo por mejores
condiciones.

3 "Los cuerpos dóciles"

En el capítulo "Disciplina" del ensayo Vigilar y Castigar, Foucault sostiene que, en los
comienzos del siglo XIX, desaparece el gran espectáculo de la pena física y se entra
en la era de la sobriedad punitiva. En cuanto a la acción sobre el cuerpo, no se
encuentra suprimida por completo a mediados del siglo XIX. La pena ha dejado de
estar centrada en el suplicio como técnica de sufrimiento: ha tomado como objeto
principal la pérdida de un bien, de un derecho.

El cuerpo ya no es el objeto de penalidad, sino el alma. El cuerpo sólo se convierte en


fuerza útil cuando es a la vez cuerpo productivo y sometido. Existe una tecnología
política del cuerpo que es en cierto modo una microfísica del poder. No es posible
localizarla ni en un tipo definido de institución, ni en un aparato estatal. Éstos recurren
a ella.

El poder produce saber. Poder y saber se implican directamente el uno y el otro. En


estas relaciones de poder-saber, no es la actividad del sujeto de conocimiento lo que
produciría un saber útil, o reacio al poder, sino que el poder-saber, los procesos y las
luchas que lo atraviesan y que lo constituyen, son los que determinan las formas, así
como también los dominios posibles del conocimiento.

Los cuerpos dóciles. En el capítulo "Disciplina", Foucault incluyó un subcapítulo


llamado "Los cuerpos dóciles", en donde señala que el hombre máquina (a partir del
siglo XVIII) ha sido escrito sobre el registro anatomo-metafísico (médicos, etc.) y el
técnico-político (reglamentos militares y escolares, entre otros, destinados a controlar
o corregir las operaciones del cuerpo). La noción de docilidad une al cuerpo analizable
y al cuerpo manipulable. Es dócil un cuerpo que puede ser sometido, utilizado,
transformado y perfeccionado.

A partir del siglo XVIII, estos esquemas de docilidad desarrollaron una escala de
control al nivel de la mecánica: movimientos, gestos, actitudes, rapidez. Su modalidad
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fue una coerción constante, fueron métodos que permitían el control minucioso sobre
las operaciones del cuerpo llamadas disciplinas. Éstas no se fundan sobre una
relación de apropiación de los cuerpos. Busca hacer al cuerpo obediente y útil. Este
mecanismo de poder explora al cuerpo, lo desarticula y lo recompone: una anatomía
política. Éstas desarrollan una microfísica de poder que pone la atención en los
detalles.

La disciplina distribuye a los individuos en el espacio: exige la clausura, la


especificación de un lugar heterogéneo y cerrado sobre sí mismo. Los aparatos
trabajan en él de una forma flexible y fina: a cada zona un individuo, descomponen lo
colectivo: el espacio de la disciplina es celular. Las disciplinas fabrican espacios
complejos: funcionales y jerárquicos a la vez, establecen la fijación y permiten la
circulación, garantizan una mejor economía del tiempo y de los gestos.

En la disciplina, cada uno se define por el lugar que ocupa en una serie, y por la
distancia que los separa de los otros. La unidad es el rango: lugar que se ocupa en
una clasificación. El cuadro como una de sus técnicas de poder: organizar lo múltiple,
recorrerlo y dominarlo. Hacen un uso particular del empleo del tiempo: establecen
ritmos, obligan a ocupaciones determinadas, regulan los ciclos de repetición.

El tiempo disciplinario es exacto y aplicado. Se descomponen los gestos y los


movimientos. A cada parte le está asignada una dirección y un tiempo. El tiempo
penetra el cuerpo, y con él todos sus controles minuciosos de poder. En el buen
empleo del cuerpo (que implica un buen empleo del tiempo), nada permanece ocioso
o inútil. Hay un cifrado instrumental del cuerpo: se descompone el gesto global en
gestos pequeños: esto constituye una maniobra.

El poder se desliza por cada segmento. Se busca un máximo de rapidez unido a un


máximo de eficacia. El cuerpo, al convertirse en blanco para mecanismos de poder, se
ofrece a nuevas formas de saber. Las disciplinas analizan el espacio, descomponen y
componen actividades, suman y capitalizan el tiempo. Las actividades se disponen en
series y asi se fiscaliza la duración por el poder.

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