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Actitudes punitivas

Hasta ahora, se han revisado los conceptos teóricos esenciales referidos al control social y las
sanciones penales, así como también los principales aspectos que permiten contextualizar el
escenario social y jurídico que dan lugar al estudio del tema central de la presente
investigación: las actitudes punitivas. En los siguientes apartados, se abordará la temática del
castigo enfatizando el plano psicológico, es decir, dando énfasis a la postura de las personas
frente a las sanciones penales y en particular, a las actitudes que tienen respecto a los castigos
severos.

Para atender a estos propósitos, primeramente, se presentará una sección sobre actitudes,
como concepto psicológico clave y básico para la comprensión de las actitudes punitivas.
Posteriormente, se abordará en forma específica el asunto de las actitudes punitivas, tomando
en consideración su desarrollo conceptual y empírico.

3.2.1. Actitudes

En general, las personas tienen posiciones individuales o compartidas frente a los distintos
asuntos de la sociedad contemporánea, ello les permite tener juicios o sentimientos a favor o
en contra respecto a cualquier objeto social, ya sean concretos o abstractos (De Montmollin,
1985). Aquello que comúnmente se entiende como posturas o visiones de mundo, y que por
tanto posee una naturaleza evaluativa, son las actitudes. El concepto de actitud está muy
difundido en el plano cotidiano, así como también en la investigación psicológica.
Históricamente, el término ha tenido diversas concepciones, la Psicología Social
norteamericana fue la primera en desarrollarlo a inicios del siglo pasado, cuando lo relacionó a
ciertas predisposiciones de los individuos para evaluar de una u otra manera determinados
objetos y actuar en correspondencia con esas apreciaciones. Desde ese entonces, las
definiciones sobre actitud han sido innumerables, Gordon Allport recopiló más de 100, este
autor ha sido uno de los más influyentes y conocidos en torno a este tema, quien definió
actitud como un “estado mental y neural de disposición para responder, organizado por la
experiencia, directiva o dinámica sobre la conducta respecto a todos los objetos y situaciones”

En esta misma línea, Cook y Selltiz (1964, citado en Summers, 1978, p. 38) consideran “a las
actitudes como una disposición fundamental que interviene junto con otras influencias en la
determinación de una diversidad de conductas hacia un objeto o clase de objetos, las cuales
incluyen declaraciones de creencias y sentimientos acerca del objeto y acciones de
aproximación/evitación con respecto a él". Fishbein y Ajzen (1975, citado en D’Adamo y
García, 2001), por su parte, consideran la actitud como una predisposición aprendida para
responder consistentemente de una manera favorable o desfavorable respecto a un objeto o
sus símbolos. Mientras que Aiken (2003) define la actitud como una predisposición aprendida
a responder positiva o negativamente ante un objeto, situación o persona en particular,
agregando que consta de componentes cognoscitivos, afectivos y de desempeño que se
relacionan entre sí.

Como se ha ido revisando, el término actitud ha sido definido de muy diversas maneras. Las
escuelas de Psicología dominantes en cada momento de la historia también han aportado y
desarrollado el concepto desde distintas perspectivas (De Montmollin, 1985). Normalmente,
se acepta que las actitudes aluden a ciertas disposiciones mentales para evaluar determinadas
realidades e inducir los comportamientos acordes con esa evaluación. Así, se dice de quien
tiene una actitud ‘negativa’ hacia un objeto, se espera que ello le lleve a efectuar conductas de
evitación o de rechazo del mismo y, también, que posea un conjunto de creencias acerca de
ese objeto concordante con dicha actitud.

En base a éstas y otras definiciones, se pueden distinguir ciertos elementos esenciales en las
actitudes sociales. En primer lugar, una actitud sería una predisposición existente en el
individuo y adquirida durante el proceso de socialización. En segundo lugar, la actitud sería
persistente en el tiempo, lo cual no significa que sea inmutable. En tercer lugar, la actitud
produciría consistencia en las manifestaciones conductuales y por último, la actitud implicaría
evaluaciones de alguna índole, teniendo por tanto una cualidad direccional (D’Adamo y García,
2001; Rodríguez et al., 2002). De esta forma, una visión integradora de actitud social la
entendería como una “organización duradera de creencias y cogniciones en general, dotada de
carga afectiva a favor o en contra de una objeto social definido, que predispone a una acción
coherente con las cogniciones y afectos relativos a dicho objeto” (Rodrígues et al., 2002, p.86).

Esta definición hace alusión a un elemento que comparten varios autores respecto a la
estructura de las actitudes (Aiken, 2003; D’Adamo y García, 2001; Katz & Stotland, 1959, Krech,
1962 citados en Summers, 1978; Rodríguez et al., 2002), referido al denominado Modelo
Tripartito, según el cual las actitudes presentan tres elementos discernibles: un componente
cognoscitivo, un componente afectivo y uno relativo a la conducta, los cuales se abordan a
continuación:

Componente cognoscitivo: tiene relación con la representación cognitiva que se tiene sobre el
objeto de la actitud. Por tanto, lo constituyen las ideas, conocimientos y creencias con aquello
que inspira la actitud (Aiken, 2003). Estos conocimientos se adquieren con carácter valorativo,
y pueden ser producto del conocimiento científico, de la experiencia o de simples creencias
transmitidas por la tradición o la superstición. Es posible que las representaciones
cognoscitivas sean vagas o erróneas, en el primer caso se tiende a bajar la intensidad del
afecto hacia el objeto, sin embargo, cuando las representaciones son erróneas no repercute en
la magnitud del afecto, siendo consistente con la representación cognitiva del sujeto, aunque
corresponda o no a la realidad.

Componente afectivo o emocional: hace alusión a las emociones o sentimientos ligados con el
objeto de actitud, específicamente serían las preferencias y afectos que una persona
experimenta sobre el objeto social en referencia. Para algunos autores (Fishbein y Raven,
1962, Fishbein, 1965, 1966 citados en Aiken, 2003), este componente es el más característico
de las actitudes sociales, diferenciándolas de otros términos como las opiniones y creencias,
que a pesar de incluirse en la medición de la actitud sólo serían hechos observables
relacionados con ella.

Componente conductual (conativo o tendencia a la acción): la posición que tiene más


aceptación en la Psicología Social establece que las actitudes presentan un componente activo,
instigador de conductas coherentes con las condiciones y los afectos relativos a los objetos
actitudinales (Aiken, 2003), por ello es que el término fue tan relevante en cierto periodo. Sin
embargo, no hay una postura unánime frente a la relación que tienen las actitudes con la
conducta humana. Ahora bien, el componente conductual se entiende básicamente como
aquel que incorpora la disposición conductual del individuo a responder al objeto, en este
sentido, serían las acciones manifiestas y declaraciones de intenciones que el sujeto desarrolla
en torno al objeto de actitud.

Por otra parte, la relevancia de las actitudes también se expresa en las funciones psicológicas
que desempeñan, planteadas por Katz en 1960 (D’Adamo y García, 2001; Worchel, Cooper,
Goethals y Olson, 2002), quien sostuvo que le permitían al ser humano sobrevivir en su
entorno mediante las evaluaciones de los objetos sociales. La primera función de las actitudes,
es la utilitaria, que se refiere a la identificación de fuentes de recompensa o de amenaza
mediante la evaluación que se realiza de los objetos, de este modo, las actitudes servirían para
maximizar las recompensas y minimizar los castigos. La segunda función es la de conocimiento,
la cual apunta a que algunas actitudes se forman como resultado de la necesidad de orden,
estructura o significado, permitiendo que los observadores comprendan su entorno al
proporcionar evaluaciones resumidas de tales objetos. En tercer lugar, la función expresiva del
valor señala que las actitudes en ocasiones comunican los valores y la identidad de las
personas. Y por último, la función defensiva del ego indica que las actitudes sirven para
proteger a la persona, ya sea de amenazas externas o de sensaciones internas (D’Adamo y
García, 2001; Worchel et al., 2002).

Como se ha visto, la evolución del concepto de actitud ha sido nutrida por numerosos
psicólogos ya sea estudiando su estructura, sus funciones o sus metodologías de medición
(D’Adamo y García, 2001). Sin embargo, también han existido detractores de su uso como
Ignacio Martín-Baró (1955), quien fundamentalmente desestimó la concordancia entre las
actitudes declaradas y las acciones posteriores de una persona. Pese a ello, hoy en día este
concepto sigue siendo muy utilizado en el campo de la Psicología, debido a que las actitudes
tienen repercusiones significativas tanto en las percepciones, las emociones y la conducta de
las personas (Worchel et al., 2002), así como también permiten explorar distintas temáticas y
reconocer ciertas tendencias frente a variados objetos sociales poco conocidos (Rodrígues et
al., 2002).

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