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INTERCULTURALIDAD Y FORMACIÓN POLÍTICA PARA AMÉRICA LATINA

Xavier Albó
Es claro que en América Latina y el Caribe ha aumentado la conciencia de que la
región y sus diversos países tienen un carácter multiétnico y pluricultural este país
(expresado ya en casi todas las reformas constitucionales recientes) y que, por tanto, es
esencial desarrollar a la vez una conciencia y estructuras interculturales para poder
organizar nuestra convivencia como país y entre países.
Los actuales procesos globalizadores, tanto desde arriba, a partir de los sectores
económicos y políticos más poderosos, como desde abajo, a partir de nuevas formas de
aglutinación desde diversos movimientos sociales (glocalización hacia “otro mundo
posible”) no eliminan la anterior constatación. Simplemente le añaden una mayor
complejidad. Aquí no abundaré en este mi propio diagnóstico sino que me concentraré
en señalar pistas sobre las perspectivas que se deberían tomar más en cuenta para
incorporar esta dimensión en un programa latinoamericano de formación política.
1. Diagnóstico
[NOTA. Para ello puede ser necesario tener ya previamente aclarados algunos
conceptos básicos de la sección 2; o, quizás, hace primer un diagnóstico en crudo en
un primer momento, y rehacerlo después, cuando ya se hayan aclarado estos
conceptos.]
1.1. Diagnóstico de la región
Tener una panorámica de toda la región, enriquecido y complementado por otros
más específicos de los países concretos de los participantes, con tres perspectivas
complementarias:
1) El proceso histórico. Lo central no debe ser la erudición del detalle, sino percibir el
proceso, de mediano y largo plazo, y cómo éste va dejando sustratos y estructuras
que siguen presentes y actuantes en el presente e incidiendo en el futuro. Considero
indispensable partir de esta perspectiva. En nuestro caso y tema , lo central es el
persistente carácter neo colonial subyacente en nuestras estructuras de poder, tanto
desde la perspectiva de las poblaciones originarias, más o menos transformadas,
según el país, como de injertos, entre los que sobresale la población afroamericana,
sin ser el único.
Será útil añadir un permanente contrapunteo entre (a) lo que ocurre a nivel de
Estado (gobiernos, nuevas leyes, voto universal, , instituciones...); (b) desde la
sociedad (cambios económicos y sociales, migraciones...), y (c) desde los
movimientos sociales, en este caso con énfasis en los indígenas, campesinos, negros
y otros que tengan rasgos culturales diversificados.
2) Mapeo de situaciones pluriculturales actuales, al nivel regional y por países. Incluir
el tema de las inmigraciones y emigraciones tanto internas como internacionales,
dentro y afuera de la región, que van modificando el mapa.
3) Proyecciones / opciones alternativas hacia el futuro cercano en los debates
actuales.
En los tres casos, será particularmente útil y productivo intentar cruzar la
dimensión étnica-cultural con la de poder y clase.
1.2. Diagnóstico específico de la Compañía de Jesús
Lo específico de la Compañía de Jesús es una institución llamada a ser muy
intercultural por su vocación a la vez universal, y por tanto, globalizada; y también, de
inserción e inculturación local.
Tomar en cuenta las obras, propias o compartidas, en que más está involucrada
en América Latina y el Caribe y ponderar a qué sectores se atiende más. ¿Refleja ello
la realidad esbozada en 1.1? ¿O muestra ciertas opciones deliberadas o de facto?
Analizar asimismo los orígenes culturales y experiencias del personal involucrado,
jesuitas o no.
1.3. Autodiagnóstico de los participantes
Historias y evoluciones propias, discutidas después en grupos de trabajo. El ideal
sería que en las instancias formativas presenciales pudieran converger participantes
de diversos orígenes y trayectorias culturales, para que esos eventos pudieran ser
talleres de vivencia y aprendizaje intercultural.
[NOTA. El objetivo de los diagnósticos 1.2 y 1.3 es sentirnos involucrados en la
problemática pluri- e intercultural, con nuestras oportunidades, limitaciones y
opciones.]
2. Temas y contenidos clave
Los siguientes temas deben comprenderse en su complejidad polisémica
(conocimiento) y, a la vez, vivenciarse (actitudes) y actuarse (conductas y prácticas).
2.1. Cultura
Al ser éste el elemento constitutivo de partida para inter-culturalidad, habrá que
dedicar una atención particular a los múltiples y a veces contrapuestos alcances de
este concepto.
Hay que tomar a la vez en cuenta los diversos elementos culturales , que en
conjunto se agrupan en tres grandes esferas, íntimamente entrelazadas y, por tanto,
todas ellas relevantes para nuestra temática: la de relaciones con la naturaleza
(producción, alimento, vivienda...), más vinculada con toda la temática y enfoque del
desarrollo material y económico; la de relaciones sociales entre personas y grupos
(familia, comunidad, política...), directamente relacionada con nuestro tema; y la
imaginaria o simbólica que da sentido al conjunto (lenguaje, religión, arte, pero
también el sistema jurídico y legal...). Economistas y políticos tienden a reducir ‘cultura’
a sólo esta tercera esfera. Pero es indispensable ver que en realidad también lo
productivo, económico y político es cultural; de lo contrario se sigue cayendo en
propuestas etnocéntricas, por ejemplo, en los modelos de desarrollo o en las normas
de democracia formal].
En casi cualquier ámbito o esfera se combinan además dimensiones o
componentes prácticos y simbólicos. Los primeros están constituidos por todo el
conjunto de instrumentos (sean herramientas, aparatos, escritura o Internet), destrezas
y conocimientos que reflejan ante todo una forma práctica y compartida de resolver un
problema. Los segundos, trasmiten algún mensaje, más allá de lo inmediatamente
tangible y juegan, por tanto un rol clave en la construcción de identidades, prejuicios,
consensos o conflictos.
Habrá que saber distinguir también entre los elementos culturales que identifican
y diferencian a la gente de un determinado pueblo con relación a otros (es decir, su
cultura específíca) y los elementos culturales comunes compartidos por grupos
humanos cada vez más amplios, de muchos orígenes y pertenencias culturales. La
combinación entre ambos es la que hace posible la interculturalidad. En un momento
dado es posible que ciertos elementos se asocien con la cultura que les dio origen o
con las que primero los adoptaron. Pero con el tiempo ello puede cambiar. El teléfono
célular hace apenas unos años era un símbolo del status cultural de las clases
pudientes pero ahora ya es un instrumento común y generalizado.
2.2. Identidades sociales y culturales
A un nivel mayor, en la medida que un grupo social intercambia y transmite en
todos esos ámbitos sus aprendizajes más entre sí que con otros, podemos hablar de
grupos culturales o –desde la perspectiva de lo aprendido y transmitido en cada
grupo– de diversas culturas. Más aún, el o los grupos culturales que comparten
determinados rasgos suelen identificarse y ser identificados por estos rasgos, y éstos,
a su vez, los diferencian de otros grupos culturales.
Pero al entrar en este campo de las identidades –tan central en todo nuestro
tema– es preciso hacer una serie de distinciones. En primer lugar, el juego de
identidades es muy complejo, porque cada individuo está siempre en una encrucijada
entre sus varias identidades grupales: como hombre o mujer, como niño joven o viejo,
por su lugar o territorio más amplio de nacimiento y residencia, su profesión, su
religión, sus opciones y opiniones, etc. Enfatizará una u otra identidad de acuerdo a
quiénes se quiere parecer o de quiénes se quiera distanciar en determinadas
situaciones concretas. Hay siempre una serie de estrategias más estables o
cambiantes, más individuales o colectivas en el manejo de identidades.
Habrá que distinguir también entre las identidades adscritas (aquellas que los
individuos ya se las encuentran puestas desde un principio sin contar con su voluntad),
y las adquiridas por propia decisión, sea la misma identidad adscrita u otra nueva. No
es tampoco igual la identidad asumida por los propios interesados y con la que ellos
mismos se autoidentifican y aquellas que otros le dan; por ejemplo, alguien se puede
sentir miembro de tal pueblo (maya, afroamericano) pero rechaza que otro le llame
indio o niger, por las cargas negativas que tales nombres arrastran, aunque en ello
puede haber muchas variantes en el tiempo, el lugar o los niveles de conciencia y
militancia.
Conviene distinguir finalmente entre (a) las identidades que marcan sólo el estilo
de un determinado grupo social sectorial dentro de una sociedad más compleja –
como la cultura de los jóvenes, de las feministas, de los abogados, de los militares, de
los testigos de Jehová o la de los jesuitas – y (b) aquellas identidades más globales
que comparten diversos grupos sectoriales que constituyen la sociedad o pueblo
común, conformando un modo básico o criterio común de proceder de todos ellos sean
jóvenes, feministas, abogados o jesuitas. Estas últimas identidades más globales son
más sólidas si quedan además plasmadas en determinados territorios, más o menos
amplios y formalizados (o siquiera barrios), aunque no siempre ocurre (ej., la diáspora
judía antes de recrear el estado de Israel; y ahora las de inmigrantes en el Primer
Mundo, aunque mantengan cierta referencia a su lugar de origen). Existen también
situaciones intermedias, como, por ejemplo, la cultura rural vs urbana, los miembros
de un pueblo indígena o negro que mantienen su propio modo de ser y cohesión
interna sin tener ya una referencia territorial, por expoliación o por emigración.
Todas estas identidades, expresadas a través de elementos culturales
específicos, sobre todo de tipo simbólico, son importantes y pueden coexistir en un
mismo individuo. Pero son sobre todo las últimas identidades mencionadas, de
alcance más global, las que tienen mayor impacto y potencial político, positivo o
negativo. A ellas me refiero a continuación.
2.3. Etnia, pueblo, nacionalidad, nación, estado
Según el nivel en que ocurra esta identidad grupal más englobante, estos grupos
pueden recibir diversos nombres, como etnia, pueblo u otros muchos nombres propios
de cada grupo. Por ser identidades más globales, ligadas a los orígenes comunes y a
todo un modo de ser cultural hacen referencia a una identidad compartida sentida
como más fundamental que otras. ¿A quién se le ocurriría, por ejemplo, hablar de la
“etnia” o “nación” femenina en contraposición a la masculina o la gay? Veamos la
gama de sentidos de ciertos conceptos relacionados.
• Etnia viene del griego ethnos ‘pueblo’. Lo étnico es, por tanto y en su sentido
más original, lo propio de cada pueblo, identificado por su historia y cultura; y
etnicidad es la identificación de los pueblos según sus rasgos culturales. Pero
en el habla común e incluso en las ciencias sociales se ha ido dando un sentido
excesivamente reduccionista al vocablo, tendiendo a reserva este nombre sólo
a grupos minoritarios indígenas (ver infra); o, en países que reciben inmigrantes
de muchos orígenes culturales sólo llaman grupo étnico a ciertos subgrupos,
dejando la impresión de que los grupos culturales hegemónicos de esta
sociedad englobante ya no son tales. En realidad éstas ya son visiones
“etnocéntricas”, que no facilitan las relaciones interculturales.
• Pueblo, según lo anterior, es en su origen sinónimo de etnia. Pero ha sido
apropiado de manera distinta, más positiva, en la literatura sociológica y
política. En el derecho internacional ha habido incluso la tendencia de
identificar este término con estado soberano, aunque últimamente este derecho
ha recuperado también otras acepciones, como por ejemplo la de “pueblos
indígenas” sin identificarlos por ello con estados soberanos. (Declaración de
NN UU sobre los derechos de los pueblos indígenas, septiembre 2007),
• Nacionalidad y nación, derivados de nacer, tenían antes un sentido semejante.
Sin embargo, aún más que en el caso anterior, se ha tendido a identificarlos
como la vertiente social e identitaria de toda la población que constituye forma
un estado, en términos políticos y administrativos; o que, en una concepción
más evolucionista, ya está a punto de transformarse en éste. Con todo tal
equivalencia teórica tampoco está plenamente consensuada.
• Nación-Estado, Estado Nacional. Por lo anterior, los estados modernos se
apropiaron del término “nación” como el grupo que tiene el sentido y conciencia
de identidad y destino común por su pertenencia a un mismo estado,
implicando así que ser parte de un Estado facilita también una cultura
compartida por toda esta población. El nacionalismo es entonces una corriente
política ideológica que da alta prioridad al fortalecimiento de la nación-estado.
Cuando se habla de las Naciones Unidas, en realidad, se habla de estados; en
cambio el país llamado Estados Unidos se considera una única nación, a la que
además llaman la American Nation ignorando al resto del continente.
• Estado [-Nación] plurinacional. Los reduccionismos estatistas de “nación” no
han cuajado plenamente. Algunas autonomías españolas, por ejemplo, pelean
también para ser reconocidas como naciones dentro del Estado español.
Desde otra vertiente, los pueblos indígenas de muchos países subrayan lo
fundamental que para ellos es esta su identidad étnica llamándose también a sí
mismos nacionalidades, naciones o e incluso first nations [= originarias],
considerando peyorativo que se les reduzca a sólo culturas o etnias. Proponen
entonces que el estado del que forman parte se defina, por reconocimiento a
ellos, como estado plurinacional. Implica que reconozca sus territorios con
suficientes márgenes de autonomía para desarrollarse como pueblos y, de
manera más general, sus derechos colectivos como pueblos (por ejemplo, su lengua,
formas propias de educación, usos y costumbres) incluso si viven ya fuera de sus
territorios. Pero a la vez aceptan que todo el Estado sea también Nación a otro nivel. A
diferencia de muchas naciones europeas hoy subestatales (como Euskadi, Kosovo o
Chechenia), ellos no aspiran a convertirse además en estado-nación, ni siquiera como
estados federados, aunque sí desean consolidar tener una mayor presencia y, dado el
caso, incluso hegemonía, en el estado-nación al que ya pertenecen. Además, como
miembros de tal estado-nación, comparten con todos la ciudadanía, derechos y
obligaciones comunes a todos.

2.4. Etnia y raza


En su sentido original etnia se refiere a lo propio de cada pueblo, identificado por
su cultura, es decir, por todo un conjunto de elementos aprendidos y compartidos. En
cambio el término raza se refiere explícitamente a aspectos físicos y biológicos,
transmitidos mediante la herencia genética.
Sin embargo, el mayor o menor énfasis dado a la raza como un indicador clave
clasificador de los grupos humanos, ya es un aspecto cultural o, si se prefiere, una
construcción socio-cultural (como lo es también el género, como distinto del sexo
biológico) Así se llama a determinados conceptos culturales tan arraigados en una
determinada sociedad o grupo cultural que se dan por aceptados de una manera casi
natural, y generan determinados hábitos culturales compartidos por todos (Bourdieu).
Esto supuesto, el concepto de raza sólo será relevante a esta propuesta
pedagógica en cuanto se trata de un elemento cultural y simbólico que contribuya a la
identificación cultural de determinados grupos, diferenciándolos de otros. Está sin
duda presente en la diferenciación entre “blancos”, “negros” e incluso “indios” (la “raza
de bronce”) y en las metáforas biológicas de “mestizos”, “mulatos” o “culturas
híbridas”. En algunos países, como Brasil y los del Caribe, este componente de raza,
como un identificador cultural clave, pasa a ser incluso el más fuerte, por la
importancia de su población afro descendiente.
Pero frente a un enfoque “racista” hay que tomar siempre en cuenta que lo que
en él se atribuye a factores biológicos como el nivel de pigmentación o ciertos rasgos
faciales, en realidad se trata de cualidades y/o deficiencias que culturalmente se
suponen propias de una u otra raza. En términos de ADN, hay más diferencias entre
individuos de una misma “raza” que entre razas tomadas globalmente.
2.5. Etnia y clase social
Se trata de dos dimensiones, ambas muy fundamentales pero distintas. No
pueden reducirse la una a la otra. Por eso cada dimensión tiene también objetivos
distintos de cara a la construcción de la sociedad futura. Desde la perspectiva de
clases, la utopía es llegar a una sociedad igualitaria sin clases; en cambio, desde la
perspectiva étnica, el ideal ya no es la uniformización total de todos sino una sociedad
pluri- e intercultural en que manteniendo identidades y estilos culturales diferenciados,
sepamos convivir entre todos. Desde la perspectiva de clase, buscamos la igualdad de
oportunidades. Desde la perspectiva étnica, el pluralismo cultural sigue siendo una
fortaleza aunque a la vez compartamos muchos rasgos de una cultura común. De ahí
la formulación sintética del sueño utópico: ser iguales aunque diferentes.
Pero al mismo tiempo la dimensión de etnia y clase están íntimamente
relacionadas, sobre todo en nuestros países neocoloniales. La correlación demasiado
frecuente entre ellas nos debe hacer recordar que las relaciones equitativas de
verdadera interculturalidad nunca podrán lograrse si al mismo tiempo no se afrontan
las desigualdades de clase entre los grupos culturales implicados. Si éstas persisten, a
lo más se llegará a cierto maquillaje superficial, pero no a una solución a fondo. Y
viceversa, con sólo una perspectiva de clase, tampoco se solucionan los conflictos
étnicos, como hemos visto hasta la saciedad en los graves conflictos y
desmembraciones étnicas que han surgido en los países de la Europa Oriental tras el
derrumbe de sus regímenes socialistas.
[NOTA. Es de suponer que el tema de clases sociales será objeto de un análisis
más específico a lo largo del programa, aunque apenas se menciona ese término en
los documentos previos. Si bien ahora otros los términos están más de moda, incluido
el de interculturalidad, me parece indispensable reconocer, analizar y actuar sobre
nuestra realidad también desde esta perspectiva.]
2.6. Interculturalidad
Siempre existe el riesgo de ver cada cultura e identidad cultural desde una
perspectiva estática y esencialista. Pero en realidad, a igual que todo ser vivo, estas
culturas e identidades, en la medida que se mantengan vivas, están en un proceso de
permanente cambio, sea por procesos internos o, cada vez más, también por
intercambio con otras culturas y experiencias que estén en su contorno. Entramos así
en el tema central de la interculturalidad.
En términos más formales interculturalidad es, por tanto y ante todo, la relación
entre personas y grupos sociales de diversa cultura; o, desde otro ángulo, la relación
entre personas y grupos de personas con identidades culturales distintas.
Lo que, por tanto, entra de manera más directa en la interculturalidad son las
relaciones interpersonales y grupales, así como las actitudes, conductas e
intercambios que estas relaciones puedan suscitar. De manera derivada, la
interculturalidad incluye también las relaciones, actitudes y conductas de estas mismas
personas con referencia a elementos de otras culturas; y, a un nivel ulterior más
abstracto, las comparaciones y combinaciones entre dos o más sistemas culturales.
Pero lo primario en la interculturalidad son estas relaciones interpersonales, pues
la cultura es siempre un producto humano y son, por tanto, las personas y grupos
sociales productores de cultura los que ante todo se relacionan en este intercambio.
Lo demás ya es algo derivado, sea material o conceptual. Después, el resultado final
de estos intercambios sí podrán ser nuevas combinaciones más o menos profundas
entre los sistemas culturales que entran en contacto.
Estas relaciones interculturales pueden ser positivas y negativas:
• Son negativas cuando llevan a uno de los grupos culturales a imponerse sobre
los otros, que van disminuyendo o incluso llegan a desaparecer, absorbidos por
esa cultura dominante. Así ocurre en muchas situaciones de conquista y
colonialismo. Y así ocurrió, a pesar de todos los ajustes y transformaciones
posteriores, en la estructuración inicial de nuestras sociedades coloniales y
también en la de nuestros posteriores estados independientes, cuyo pecado
estructural original fue haberse constituido prescindiendo de su población
mayoritaria originaria y afrodescendiente.
• Son en cambio positivas cuando parten de una situación de respeto mutuo que se va
traduciendo en comprensión y aceptación del modo de ser de los otros, lo cual llevará
poco a poco a intercambios y aprendizaje de experiencias de los otros distintos con
enriquecimiento de todos ellos. En este proceso no se pretende llegar a la fusión
uniformadora entre dos o más grupos –aunque es siempre posible– sino al
enriquecimiento mutuo sin pérdida de las diversas identidades involucradas. Esta es
nuestra gran tarea pendiente. Debe estar, por tanto en el corazón de toda esta
propuesta de formación.

Tras estos mecanismos está la constatación de que la interculturalidad parte


siempre de por lo menos dos polos:
(a) el yo (y nosotros) con que se identifica cada actor, y
(b) el tú (y ustedes) con que el primero identifica el “otro” u otros actores distintos.
En cierta medida, podríamos incluso hablar de un tercer polo, del actor ausente:
el/los otro(s) que ni siquiera participan en la relación; pero con ellos a lo más hay sólo
una interculturalidad indirecta, en términos de las actitudes y concepciones que se
tienen con relación a ellos, hasta que al entrar en contacto pasan a ser un tú/ustedes.
Si no se aceptan ambas identidades (la propia y la del “otro distinto”) no cabe una
genuina interculturalidad (como tampoco la habría en las relaciones de género ni en el
pluralismo democrático, etc.). Al cruzar interculturalidad con clase y poder,
constatamos que en el polo dominante el principal riesgo es no aceptar al otro distinto
al que se ve como inferior, subordinado y/o ignorado. En cambio, en este otro polo
subordinado, el principal riego es desconocer su propia identidad, de modo que llegue
a pensar que su única posibilidad es “alienarse”, dependiendo, imitando y
asimilándose lo más posible a los del otro polo dominante.
De multi- o pluricultural a intercultural
Sobre todo en el Primer Mundo se habla más de multi- o pluriculturalismo que de
interculturalidad (ej. Kymlicka). Pero en rigor etimológico y conceptual, multi- y su
equivalente griego pluri- significan menos que inter-. Los dos primeros significan
‘muchos’, sin que haya diferencia semántica entre uno u otro término y sin hacer
todavía referencia a la relación entre estos muchos. Inter- es el sufijo que añade este
matiz. Lo pluri- es un mapeo e imagen estática de la realidad. Lo inter- nos abre a
relaciones, intercambios y procesos. Por eso aquí insistimos en el término intercultural.
Son muchos los países y estados pluriculturales; bastantes, los que, de hecho o
por ley, tienen relaciones interculturales negativas, de tipo colonial o discriminante
entre los pueblos y grupos culturales que los componen; pocos, los que se han
planteado en serio cómo estructurarse internamente de una manera intercultural
positiva incluyendo en ella los derechos colectivos de cada comunidad étnica y, según
el caso, autonomías indígenas o étnicas que tengan a la vez elementos pluri- e
interculturales muy positivos.
Suele haber espacios o territorios1 prácticamente monoculturales y otros
pluriculturales; cuando más englobante y metropolitano sea un territorio más probable
es que sea pluricultural. Los territorios pluriculturales sólo pueden convivir y
desarrollarse de manera equitativa con una fuerte dosis de interculturalidad equitativa.
En los monoculturales lo normal es desarrollarse en esa su cultura altamente
predominante, sea criolla, indígena, menonita o lo que sea, pero también deben
desarrollar la capacidad intercultural para sus relaciones con los demás y la capacidad
de acoger a los “otros” distintos. De lo contrario se transforman en ghettos excluidos y
excluyentes. El mismo Estado, que debe ser neutral para acoger a todos, sólo podrá
serlo si desarrolla su capacidad intercultural a cualquier nivel. De lo contrario en la
práctica seguirá siendo excluyente y etnocéntrico.
Ámbitos de la interculturalidad
Debe analizarse la interculturalidad sobre todo en los tres siguientes ámbitos:
• El interpersonal, con énfasis en las actitudes y conductas de aceptación tanto
de la propia identidad cultural como también del otro culturalmente distinto.
Este ámbito se mueve más en el nivel micro y su desarrollo es fundamental con
miras a la convivencia. A este ámbito se orientan mayormente disciplinas como
la educación y la psicología social.
• El conceptual, con énfasis en las nuevas transformaciones o síntesis culturales
resultantes de esos intercambios culturales, como por ejemplo el sincretismo

1
Territorio es un espacio geográfico socialmente apropiado. Es un concepto muy relevante en términos políticos y
puede tener también importantes implicaciones en lo pluri- e intercultural.
arriba mencionado. Es un ámbito aparentemente más académico y filosófico
pero puede tener importantes implicaciones en algunos análisis y tareas dentro
del ámbito político, como por ejemplo, en la construcción y legislación de una
nueva sociedad. De lo contrario, es probable que acabemos cayendo en el
típico error del etnocentrismo.
• El estructural, con énfasis en las nuevas modalidades que adquieren las
instituciones y estructuras sociales estatales, que vienen a ser el molde en el
cual se facilitan las relaciones interpersonales personales de convivencia. Este
ámbito estructural toca de lleno la transformación de nuestras sociedades y estados,
objetivo final de este programa de formación.

Ninguno de estos tres ámbitos se basta por sí mismo sino más bien los tres se refuerzan
mutuamente. Así, el Estado intercultural se refiere sobre todo al ámbito estructural, que queda
codificado en toda la legislación. Pero en los contenidos de ésta tienen que explicitarse ya
muchos elementos conceptuales, fruto del diálogo intercultural. Y éste es resultado de haber
logrado ya un tipo de relaciones interpersonales respetuosas y abiertas. A su vez éstas se
facilitan si toda la estructura social y estatal –incluida la educación de las nuevas generaciones,
los medios de comunicación y los demás servicios públicos– tiene ya este enfoque, tanto al
nivel global del país como al interior de los diversos niveles y unidades autonómicas y en las
relaciones entre ellas.

2.7. Conceptos complementarios

Al analizar en detalle la interculturalidad surgen otro conjunto de conceptos como los de


incorporación de elementos de otra cultura (enculturación o aculturación [de ad-culturar]), de
inserción en una cultura (inculturación) y de pérdida de elementos de la propia cultura
(deculturación). Pueden incluso darse sincretismos, es decir, la coexistencia simultánea de
todo un cuerpo de elementos de la cultura propia y de otra u otras con la(s) que se mantiene
intenso contacto. La creciente emigración del campo a la ciudad y de un país a otro más el
creciente acceso a los MCS y viajes, dentro de los procesos de globalización en que todos
estamos inmersos, coloca todos esos procesos en un primer plano. Pero esos cambios no
implican aún en sí mismos un deterioro de la propia identidad cultural, pues es algo propio de
todo organismo vivo, sea físico o social, y ocurre en cualquier pueblo y cultura en contacto con
otra. De alguna manera, todos tenemos en nuestra propia cabeza una buena dosis de
sincretismo, del que con frecuencia ni nos damos cuenta.. Según sus efectos, podemos
interpretarlo como el colonialismo o la globalización que nos han penetrado y de lo que
tenemos que liberarnos para volver a ser nosotros mismos; o como nuevas búsquedas y
síntesis que nos va enriqueciendo. Probablemente son las dos cosas. Será más colonialismo y
alienación, en cuanto refleje procesos impuestos desde arriba y desde el poder pero que no
queremos. Será más visto como enriquecimiento, si refleja sobre todo opciones y nuevas
interpretaciones nuestras.

El punto clave de inflexión ocurre cuando estas enculturaciones, deculturaciones y


sincretismos son tales que llevan a los interesados a cambiar su autoidentificación. Ya no son
sólo otros los que dicen e interpretan quiénes son ellos, en un sentido u otro, sino que los
propios interesados acaban por rechazar definitivamente su identidad previa y se
autoidentifican, asumen y se adscriben a una nueva identidad adquirida. Ocurre entonces una
transculturación o cambio consciente de identidad cultural. No olvidemos, de todos modos, que
incluso allí puede haber puntos intermedios en que se trate sólo de una estrategia temporal de
sobrevivencia frente a una sociedad y cultura dominante que los discrimina. Pero aun en
el caso de que ocurran tales cambios plenos en la autoidentificación, hay que dejar
claro que no hay ningún principio ético ni político que nos obligue a rechazarlo. Es una
expresión más de la libertad humana individual y grupal. Lo que sí hay que rechazar
es que ello ocurra no por una libre decisión sino por una imposición burda o sutil de los
grupos que controlan el poder.
Necesitará un análisis muy particular el manejo político del término y concepto
mestizo, distinguiendo su sentido biológico inicial, el ulterior más cultural y, sobre todo
el proyecto político que suele haber detrás de la generalización de América (México,
Brasil, etc.) “mestiza” (o, para el caso, “mulata”). ¿Qué implica con relación a las
identidades específicas de los diversos pueblos? ¿a la consolidación o superación del
estado colonial? Analizar de paso en qué se diferencia mestizo del concepto de
“culturas híbridas”, que García Canclini aplica sobre todo a las modernas metrópolis.
3. Propuestas actuales y hacia el futuro
Para acercarse al objetivo final del curso, convendrá incluir también proyecciones
hacia el futuro. Enfatizaré sólo dos: el acompañamiento y apoyo a los movimientos
sociales y la proyección a determinadas formas de Estado.
3.1. Interculturalidad y movimientos sociales
En este campo la Compañía ya tiene mucha experiencia acumulada, con
resultados muy apreciables en diversos países. Esta acción le ha permitido también
descubrir a partir de la propia gente de base y sus organizaciones la importancia
complementaria de la dimensión cultural, en aquellas décadas en que se insistía casi
exclusivamente en la dimensión de clase económica. Con frecuencia, es el “educador”
(a igual que el “evangelizador”) quien acaba también educado (y evangelizado) por las
bases, a lo largo de ese acompañamiento profundamente intercultural.
Este estilo de inserción (con su fuerte dosis de inculturación) y acompañamiento,
con los ojos y los oídos bien abiertos a los grupos y pueblos con que se trabaja y a sus
organizaciones debe ser un objetivo metodológico central de este programa.
Dicho y logrado esto, en la relación intercultural cotidiana es también mucho lo
que se puede aportar a los movimientos tanto en términos de instrumentos de análisis,
como los aquí mencionados, como de apertura de los horizontes más allá de las
instancias concretas en que vive y lucha cada sector y organización social.
Puede ser también particularmente útil el papel catalizador que se puede tener
para facilitar el encuentro y entendimiento entre gente de diversos orígenes,
organizaciones y movimientos e incluso de diversos países, con miras a elaborar e
interiorizar criterios y propuestas comunes.
Hay otro punto de potencial y articulación en que todavía estamos débiles tanto
nosotros como también los movimientos sociales. Esta es la relación entre las
organizaciones y movimientos rurales (indígenas y/o campesinos) y los más urbanos ,
pero que reviste
A estos niveles de apoyar propuestas conjuntas sería muy útil lograr un avance
intercultural e interdisciplinario mayor a lo hasta ahora logrado en la relación entre
personal y obras dedicadas directamente a la acción social (el sector directamente
considerado en este programa) y los de otros sectores. En mi experiencia como
anterior coordinador del subsector indígena encontré mayor sintonía entre este sector
social y el de parroquias en las mismas regiones indígenas. Pero ha sido más difícil
articular el sector social con el educativo tanto popular (por ejemplo, Fe y Alegría)
como universitario; y con determinados medios de comunicación de gran influencia en
la opinión pública. En la relación interna entre obras de la Compañía nos queda aquí
aún mucho por caminar en esta capacidad de enriquecernos mutuamente en el
diálogo y cooperación con los “otros” distintos.
Los tres diagnósticos considerados en la primera sección de este documento (3.1
a 3..3) podrían complementarse, en las fases más avanzadas del programa, con
ensayos de pronósticos y propuestas más concretas hacia acciones conjuntas,
siempre cercanas a los movimientos sociales, en los períodos no presenciales y en el
futuro cercano.
3.2. Manejo estatal de la interculturalidad
El análisis sobre cómo diversos estados o regiones han afrontado respuestas
estatales y sociales a la condición pluricultural de sus países, permitirá plantear con
mejor conocimiento de causa propuestas hacia el futuro, tanto a los estados y a la
sociedad en general, como para alimentar los talleres y la reflexión con el movimiento
popular. intercultural. Las principales modalidades son:
Monocultural sea por eliminar, absorber o asimilar a los demás grupos dominados
y apelar sólo a la identidad “nacional” (como Argentina y la Francia napoleónica); o por
hablar de la nueva nación “mestiza” (México, Bolivia, Brasil). Podría serlo incluso por
la vía revolucionaria por parte de algún grupo étnico antes oprimido que finalmente
llega al poder. Por ejemplo, los ayatolah chiitas después de la caída del Sha en Irán o
los negros de Haití, aunque allí persistió una élite mulata.
Pluricultural con una interculturalidad igualmente negativa. Es la situación
predominante en otros muchos países coloniales, sea por la vía más drástica de la
separación étnica, como el apartheid de Sudáfrica; o por el llamado indirect rule de
otras colonias inglesas o el sistema de las dos repúblicas, de españoles e indios,
propio de las colonias españolas; o el “racismo paternalista” neocolonial, de sus
herederas las repúblicas actuales, que por mantener relaciones más cercanas pero de
subordinación entre los diversos grupos culturales.
La combinación de fórmulas pluri- y a la vez interculturales, con una coordinación
igualitaria entre los varios pueblos y grupos culturales involucrados. Recién en estos
casos podemos hablar de una interculturalidad positiva y, por tanto, de un estado
genuinamente intercultural. En esa misma línea muchos pueblos indígenas proponen
el estado plurinacional, mencionado en 2.3.
Estos diversos proyectos de Estado se manifiestan de mil maneras. Por ejemplo:
En las leyes, incluyendo o no el pluralismo jurídico, o los “usos y costumbres”)
En la manera interna de estructurar cada institución, incluyendo la composición
cultural del personal estatal; el manejo de los idiomas en los diversos servicios
públicos; el diseño y forma de acogida de las instalaciones (por ejemplo, para la
atención en los hospitales, juzgados y oficinas públicas).
En el currículum y organización de todo el sistema escolar. Por ejemplo, con o sin
educación intercultural bilingüe; sólo para indígenas o para todos.
En la forma que se enfoca la identidad cultural y lingüística en los censos,
estadísticas, diseño y evaluación de proyectos, etc., etc.
Sea cual fuere la opción más apropiada, de acuerdo a la realidad de cada lugar,
las normas e instituciones públicas deberán tener también la debida estructura y
apertura intercultural para que en ellas todos puedan sentirse en casa y a la vez, se
fomente la apertura a los demás.
Mutatis mutandis, este esquema podría también aplicarse a la proyección futura
de las obras de la Compañía en los diversos sectores esbozados en 3.1.
Convendría incorporar también, incluso por su proyección política hacia la
convivencia entre pueblos y culturas, el manejo del diálogo religioso intercultural.
Todos los pueblos y culturas populares han desarrollado su propia dimensión religiosa,
como uno de los principales factores aglutinadores de su identidad, al margen de si
además se sienten católicos, evangélicos, etc. Muchos de ellos gustan hablar de su
“espiritualidad”, en contraposición al enfoque dogmático y autoritario de tantas
“religiones” que les llegan para convertirlos.
4. Breve sugerencia metodológica
El programa de formación deberá ser diseñado de modo que se cubran los tres
ámbitos de la interculturalidad señalados en 2.6, a saber, el interpersonal, el
conceptual y el estructural. De hecho en la propuesta preliminar del Eje 5, previa a
este Seminario, se ha privilegiado sobre todo el ámbito interpersonal, que es sin duda
fundamental en un proceso educativo. Pero será importante tomar también en cuenta
los otros dos: el conceptual y sobre todo el estructural, tan fundamental para la
transformación de nuestras sociedades y estados, objetivo final de este programa de
formación.
Para ello, la estructura, ambiente y mecanismos del programa deberán tener ya
una estructura intercultural en sus ambientes, tipos de actividades y composición de
los participantes y docentes (más allá de los simples contenidos del programa). De lo
contrario, el currículum “oculto”, que siempre tiende a reflejar las estructuras
subyacentes, podría obstaculizar lo que se dice en el currículum explícito de objetivos
y contenidos.
Por lo mismo, en la medida que sea posible, podría ser preferible un esquema
curricular semipresencial, al menos en las etapas que deban realizarse dentro del
país. Facilitaría la formación en la praxis, combinando la reflexión teórica con las
actividades cotidianas.
Aquí he insistido más en los contenidos. Pero, como ya insinué en la sección 2,
éstos deben comprenderse no sólo al nivel de conocimientos sino también
interiorizarse como vivencias (actitudes) y traducirse en conductas y prácticas. Para
ello, el currículum debe prever también ejercicios tanto en el ambiente y prácticas
durante los períodos presenciales como con tareas de praxis (acción ≈ reflexión)
durante los períodos no presenciales. No he podido entrar aquí a ese nivel operativo,
aunque algo he insinuado en la sección 1.3, sobre el autodiagnóstico. Remito a Albó
(2003 y 2005) para algunos otros ejemplos de ejercicios en la dimensión más
educativa de la interculturalidad.
Bibliografía preliminar

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para Bolivia. La Paz: Ministerio de Educación, UNICEF y CIPCA. 4ª edición actualizada.
––––. 2003. Cultura, interculturalidad, inculturación. Caracas: Fe y Alegría. Programa
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–––– y Ruperto Romero. 2005. Cultura e interculturalidad. Barcelona: Universidad de Barcelona


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