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introducción

La exhibición de La Misión en el Festival de Cannes de 1986 (donde obtuvo la Palma


de Oro), y en otros tantos certámenes, no pasó desapercibida. Y si bien es cierto, que no
deja de acusar un notable efectismo sobre la base de una fotografía y de una banda sonora
no menos espectacular, no se puede negar, sin embargo, que causó una agradable sorpresa,
despertando la admiración de críticos y de cinéfilos en general.

No en vano, el éxito del filme venía avalado por el reconocimiento internacional de sus
autores. A saber: Roland Joffé, por Los gritos del silencio (The Killing Fields, 1984);
Robert Bolt, por Un hombre para la eternidad (A Man for all Seasons, del director Fred
Zinneman, 1966); y David Puttnam, por Carros de fuego (Charriots of Fire, de Hugh
Hudson, 1982). Asimismo, Ennio Morricone merece una especial atención por su
aportación musical que, en algunas escenas del filme se diría que evoca el poder hipnótico
que la música ejercía para amansar a los indígenas. Robert de Niro y Jeremy Irons, con
arreglo a magníficas dotes interpretativas, encarnan a dos personajes tan dispares como
apasionados, que dotan al hecho histórico en el que se circunscribe la película de un valor

humano de gran trascendencia.

Al éxito del filme contribuyeron, entre otros, la oportuna elección de un impresionante


escenario natural (con el trasfondo de las cataratas de Iguazú, en el río Paraná), que da
una idea del sentido de pertenencia territorial que los indígenas pudieron haber tenido,
opuesto al concepto de frontera, importado por españoles y portugueses, y basado en el
dominio político y en el poder económico de sendos reinos.

El impacto que produjo tempranamente el rodaje de La Misión en Cartagena de Indias, con


un presupuesto total de 20 millones de dólares, fue tanto mayor por cuanto que involucró a
toda la población, que asistió sorprendida, a la paulatina transformación de su pueblo, que
finalmente, se convirtió en la Asunción del Paraguay del siglo XVIII.

Argumento

La acción se sitúa básicamente, en dos escenarios: los poblados guaraníes de las


reducciones (1) de San Miguel, la más antigua; y de San Carlos, situada por encima de
las cataratas. El otro escenario correspondería a la capital de la provincia colonial,
Asunción (2).

Tras la escena introductoria, un plano detalle nos presenta al Cardenal Altamirano dictando
a su secretario la relación de los acontecimientos que ha desencadenado la aplicación del
Tratado de Límites de 1750 entre España (Castilla) y Portugal, en las reducciones
guaraníes del río Paraná. Sus palabras nos retrotraen, a modo de flash-back, al momento en
que se desarrolla la acción. Y, finalmente, la entereza política con que aprueba el Tratado,
atestigua el predominio del poder civil sobre el eclesiástico, que el Cardenal no duda en
reconocer en su comunicación epistolar con el Papa.

La trama del filme se construye, no obstante, en torno a dos personajes. Uno es un


sacerdote jesuita, el padre Gabriel (Jeremy Irons), que acude a la reducción de San
Carlos para cubrir el puesto de un correligionario suyo a quien los indígenas han dado
martirio, atándolo a una cruz, y lanzándolo por la catarata desde una altura superior a 70
metros. El nuevo sacerdote no tarda en granjearse la confianza de los indios, a quienes
seduce al llegar tañendo una flauta y haciendo sonar suave tonadilla. Un día, en plena selva,
se cruza con el segundo de los protagonistas, Rodrigo Mendoza (Robert de Niro), que ha
dado caza a un indígena. El padre Gabriel no da crédito a lo que ve, y Mendoza recela, por
su parte, de la obra misional de un eclesiástico que, a primera vista, se le antoja un
obstáculo al tráfico de esclavos que él defiende, y practica con tenacidad. Sin embargo, su
vida dará un giro repentino Cuando se entera de que su amada está enamorada de su
hermano, habla con él, y éste le confiesa abiertamente el amor mutuo que ambos se
profesan. Mendoza se bate en duelo con éste, y lo mata. Dominado inmediatamente, por un
profundo sentimiento de culpa, se recluye en un convento, pero el padre Gabriel le propone
una forma de redención: integrarse en la reducción que él dirige. Y aunque en un primer
momento, Rodrigo se niega, no tardará en aceptar la propuesta. Durante su escarpada
ascensión a la reducción, arrastra consigo una pesada carga, de la que le libera uno de los
indígenas al coronar la cumbre. Mendoza acabará acogiéndose a la orden jesuita.

Con el tiempo, la reducción de San Carlos se consolida y crece hasta el punto de


igualarse a otras reducciones de cierta consideración, como la de San Miguel.

Por su parte, el Cardenal Altamirano es enviado a esas tierras por el Vaticano para
supervisar el Tratado de Límites entre los dos reinos peninsulares. Los jesuitas se oponen a
la cesión de los territorios que ocupan, dado que de consumarse ésta, los indígenas pasarían
a ser esclavos en el acto (en Portugal y en sus posesiones la esclavitud aún no ha sido
abolida).

El Marqués de Pombal, primer ministro portugués, es el mayor defensor del Tratado, y no


duda en obtener su aprobación bajo cualquier precio, a fin de incrementar el tráfico de
esclavos.

Aunque el Cardenal Altamirano admira las cotas de prosperidad que han alcanzado las
reducciones de la región fronteriza del río Paraná que él mismo ha visitado, acaba cediendo
a las presiones políticas de España y Portugal. De nada servirán el contraataque del padre
Rodrigo, acompañado de sus seguidores, en defensa de la reducción, que es asaltada por las
tropas hispano-portuguesas, ni el martirio que sufre el padre Gabriel, en plena misa,
mientras le acompaña durante la comunión una comitiva de feligreses.

Finalmente, la masacre precede al destierro al que son condenados los supervivientes, aun
en contra de su voluntad.
Contexto histórico

Los hechos ocurrieron realmente, en 1756, en la frontera entre Paraguay y Brasil.


Junto a las cataratas de Iguazú, los ejércitos español y portugués asesinaron
indiscriminadamente a 1.400 indígenas.

Para entender el detonante de tal genocidio, es necesario remontarse a la llegada de los


primeros misioneros, cuya fértil labor espiritual y terrenal fue alimentando,
involuntariamente, la hostilidad de la metrópoli, que en su desarrollo, creerá ver a un
molesto rival, que podía limitar su autoridad, o poner en peligro su hegemonía.

En 1609, llegaba a aquellas tierras el primer grupo de jesuitas. Las reducciones que
instauraron no tardaron en convertirse en fuertes competidoras de ciudades cercanas, como
Asunción o Buenos Aires. La prosperidad que alcanzaron obstaculizaba las aspiraciones
expansionistas de Portugal en Ultramar, que a esas alturas, consideraba obsoleto el Tratado
de Tordesillas firmado en 1494.

El 13 de enero de 1750, en virtud del Tratado de Límites (del que se ha hecho mención
anteriormente), impulsado por el ministro José de Carvajal (3), se reconocía a España la
definitiva posesión de las islas Filipinas (situadas en el hemisferio portugués de acuerdo
con la línea divisoria establecida por el Tratado de Tordesillas), y se fijaba la frontera en la

América del Sur. La colonia del Sacramento quedaba en poder de España, alejándose a
Portugal del Río de la Plata. En cambio, se le cedían los siete pueblos de las reducciones
del Ibicuy (Río Grande del Sur). También se le reconocía a Portugal su expansión a lo largo
del río Amazonas. El Tratado, no ejecutado por la oposición del Marqués de la Ensenada y
de Carlos III, y la sublevación de los indígenas del Paraguay, fue renovado por el Tratado
de San Ildefonso de 1777, y ratificado por el Tratado de El Pardo de 1778. A cambio,
Portugal reconoció la soberanía española en Filipinas.

Por esta sucesión de tratados, se resolvieron las divergencias territoriales que mantuvieron
durante mucho tiempo España y Portugal, y las frecuentes incursiones de “bandeirantes”
(bandoleros portugueses), en territorio español cesaron gradualmente. Sin embargo, la
resistencia que, como muestra el filme, opusieron los indígenas a las tropas hispano-
portuguesas redundó en perjuicio propio, y afectó, por extensión a toda la orden jesuita. La
Compañía fue expulsada de los dominios españoles en 1767, y extinguida en 1773.

Conclusión
El Marqués de Pombal, a quien se le muestra acertadamente en el filme contrario a la
Compañía de Jesús, convenció al Papa, con quien compartía cierta animadversión hacia la
orden, para que enviase a la colonia al Cardenal Saldanha (que no, Altamirano), a fin de
supervisar el cumplimiento del pacto hispano-portugués, que debía llevarse a cabo tan
pronto como fuera posible, y excluyendo cualquier obstáculo que pudiera paralizarlo. Es
por ello, por lo que la ulterior demarcación territorial entre las posesiones coloniales de
España y Portugal, no se efectuaría definitivamente, hasta que la orden jesuita no fuera
asimilada o expulsada de sus enclaves. Desgraciadamente, españoles y portugueses se
decantaron por la segunda opción. Y aunque los guaraníes se defendieron
encarnizadamente contra ofensiva tan atroz, no pudieron resistir por mucho tiempo.

Quizás, por otra parte, el martirio del padre Gabriel simboliza un holocausto de gran
magnitud, que, como rezan los créditos finales, ha perdurado hasta hoy. Y si bien es verdad,
que hubo quien abrazó la fe cristiana, conmovido por el pertinaz testimonio de los
misioneros de la orden, como hiciera Rodrigo Mendoza, no hay que olvidar, que el ejemplo
cristiano muchas veces no ha disuadido al poder civil de cometer atrocidades como las que
denuncia el filme. A este respecto, Roland Joffé declaraba que la película “no está hecha
pensando en que sea una alabanza de una u otra actitud. Se trata de contar los hechos tal
como son, como ocurrieron, de forma poética, pero comprometida. Se habla de algo que
pasó pero que tiene una relación simbólica con la actualidad. El filme habla del contraste
entre la vida real de los misioneros y la concepción burocrática de la misma que tiene el
poder eclesiástico y político. No dice si lo que pasó es bueno o malo, moral o inmoral.
Plantea estos hechos, y espero que desprenda un mensaje de fraternidad, y además, invite o
mueva a hacer algo”.

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