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Valoración y prospectivas.
El 25 de enero de 1983, Juan Pablo II promulgaba el actual Código como último documento
conciliar. El 27 de noviembre de 1983, el Código entró en vigor: casi 25 años después del
anuncio del Concilio y de la revisión del Código por parte del Papa Juan XXIII. El Concilio había
sido concebido como un Concilio de renovación, un Concilio pastoral, un Concilio de ajuste a los
nuevos tiempos; debía abrir la Iglesia a las exigencias de un mundo en rápida transformación.
Consecuentemente con este propósito todo fue objeto de revisión; una revisión así suponía
también la del Código; solamente una doctrina renovada de la Iglesia podía preparar una trabajo
de esta magnitud. Renovación de contenido sí, pero ante todo, renovación de la inteligencia
Si el Concilio exigió la renovación del derecho, el derecho fue a su modo expresión del Concilio;
Código se sucedieron, y por tanto no pueden estar separados, ni con mayor razón opuestos; ellos
deben ser signos de unidad; están unidos en su mismo origen: la inspiración que ha suscitado la
sucesión permite una profunda interacción entre el Concilio y el Código. Mientras se codifica, el
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Esta doctrina se funda en Lumen Gentium LG 1 y 8. Fue desarrollada por el Papa Pablo VI en sus alocuciones sobre
el derecho eclesial, esencialmente a partir de 1970. Véase en propósito: Significato e funzione del diritto canonico.
Il pensiero di Paolo VI, en Vita consacrata 18 (1982), 739-750.
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tiempo pasa: ciertas ideas no conservan más hoy la misma fuerza de ayer; otras, una vez
aplicadas, exigen precisión y adaptación. La vida continúa; la experiencia tiene presente las
novedades. Los obispos lo comprenden mejor hoy; ellos se ven enfrentados a nuevos problemas,
más grandes y más urgentes de aquellos que advirtieron los Padres Conciliares, y que sus
sucesores tendrán que resolver. El Código, en tal sentido, sobrepasa el Concilio y, queriendo ser
fiel a éste, responde a las necesidades de la Iglesia asegurándole una legislación abierta y
Puestas así las cosas, es preciso admitir como un dato primordial de la codificación canónica
del Concilio. Este no es la expresión “canónica” de aquello que fue el Concilio. La redacción del
Código fue sí, a decir verdad, una puesta en su lugar del Concilio: se pudieron ver mejor sus
lagunas, sus imprecisiones. Cuestiones que algunos hubieran querido ver resueltas con el
Concilio según el propio punto de vista, no lo fueron. Cuestiones controvertidas antes del
Concilio, permanecen así después del mismo. Es probable que hoy se vea mejor su complejidad,
Si el viejo Código de 1917 era la sistematización de un derecho que era necesario unificar
suprimiendo aquello que no estaba siendo aplicado o que era obsoleto, el Código de 1983
obstante las diferentes comisiones, los retoques y las correcciones. Además, se dio por primera
vez tratamiento a nuevos institutos, deseados y sugeridos por el Concilio y que no se habían
todavía implementado.
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En una legislación que sintetiza una doctrina y se coloca al vértice de una larga tradición, es de
que la funda, a la vida que debe organizar. De ahí la importancia del orden que sigue el código y
Veamos entonces cuál es el plan del Código de 1983 y cómo se refleja el dato conciliar en él.
El Código de 1917 tomó del derecho romano, según la antigua disciplina canónica, su estructura
esencial: personas, cosas, acciones (personae, res, actiones). Además se agrega una parte
introductiva, el Libro I, que contiene las “Normas Generales”, o sea definiciones y aplicaciones
del derecho general: se trata de las leyes, de las costumbres, de los rescriptos, de los privilegios,
de las dispensas. Tal “tratado” se completa en el Código de 1983 con temas sobre las personas
físicas y morales, los actos jurídicos, el poder de gobierno, los oficios eclesiásticos. Muchos
rechazan, por diversos motivos, este libro notablemente abstracto, verdadero compendio de
normas jurídicas.
El Código de 1917 añade un quinto libro a la trilogía romana, el de los delitos y las penas. Eso
respondía a una preocupación de justicia: esclarecer las nociones y las disposiciones penales.
El segundo libro del Código de 1917 no respondía a aquello que se esperaba. Se deseaba que los
laicos fuesen tratados más ampliamente; se hubiera podido hacer del “de clericis in especies” un
libro especial sobre la jerarquía de la Iglesia. En tal código el acento se puso en los clérigos como
grupo dirigente, sobre su poder y su rol en la Iglesia, sea universal que particular. La parte que
corresponde a ellos en el nuevo Código fue diseñada en la perspectiva del Vaticano II de tal
manera que del Concilio recibió su actual consistencia y su valor. Dos partes dividían el libro II
de 1917: La autoridad suprema y aquellos que participan de ella”, donde se trata del Papa y de
aquellos que participan de su poder supremo, y La potestad episcopal y aquellos que participan
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de ella” donde se referencia la legislación atinente a la vida diocesana, centrada sobre las
En el nuevo Código el influjo del Concilio es fuerte. No se trata más, hablando de la jerarquía, de
hacer un tratado sobre la potestad jerárquica; esta vez el título es un título de comunión, que
decir, la constitución jerárquica de la Iglesia, donde la Iglesia universal y la Iglesia particular son
De otra parte, el viejo esquema se retoma en la primera sección que trata de la autoridad
suprema de la Iglesia, mientras la segunda sección trata de las Iglesias particulares y de sus
agrupaciones: dos tendencias que están unidas para equilibrarse. Desde luego que un progreso se
Bajo el título “De rebus” – las cosas – se habían recogido en el Código de 1917 elementos muy
diferentes que hubieran podido estar mejor estructurados: sacramentos y sacramentales, lugares y
tiempos sagrados (Iglesias y oratorios, capillas, cementerios, días de fiesta, abstinencia y ayuno),
profesión de fe), el derecho beneficial y el derecho patrimonial. El libro IV trataba del derecho
Viéndolo bien el Código de 1983 tiene una estructura muy eclesial: el influjo del Concilio es
evidente. Está compuesto de siete partes o libros. El primer libro trata de las fuentes del derecho,
de las personas jurídicas, de los actos administrativos, de la potestad de gobierno, de los oficios
eclesiásticos. La potestad eclesial y el oficio pastoral hubiera podido tener una ubicación más
apropiada en la parte que trata de la constitución jerárquica de la Iglesia y de las autoridades que
Un segundo libro trata del “Pueblo de Dios”. En el libro se trata ante todo de los miembros de la
Iglesia y de los estados de vida, luego de los deberes y derechos de todos los fieles, por tanto de
los derechos y deberes de los laicos; viene luego la parte – alguna vez preponderante – “de los
ministros sagrados” (notemos la preferencia dada a esta denominación más evangélica y más
exacta). Aquí se encuentra el título referente a las prelaturas personales, cuestión álgidamente
disputada y que conoció hasta el último momento interesantes vicisitudes. En fin el último título,
las asociaciones de los fieles, donde se subraya la distinción entre asociaciones públicas y
privadas; tal distinción, relacionada con el derecho civil, no se justifica mucho en el derecho
asociaciones libres.
Esta primera parte del segundo libro hubiera podido constituir un libro homogéneo, el cual se
La segunda parte del segundo libro del nuevo Código trata la constitución jerárquica de la Iglesia.
jerárquico aquello que depende de la sagrada ordenación, es jerárquica una sociedad estructurada;
preciso reconocer aquí los progresos y ser concientes de las dificultades. No se habla más, al
eclesial, basada en Pedro, los otros apóstoles y sus respectivos sucesores: este canon es excelente
El artículo primero (cc. 331-335) se refiere al Romano Pontífice, que es al mismo tiempo el
Obispo de Roma. Permanece siempre abierta la cuestión de si es como Obispo de Roma que él es
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sucesor de Pedro, o tal vez si estos dos oficios, unificados en su persona, deban ser distintos y
puedan por una alguna ocurrencia estar separados. Pío XII se pronunció en este sentido, y con
diócesis de Roma, insistía al contrario en la unión de los dos cargos (Actas de la Sede Apostólica,
AAS 69 (1977) 5-18). La amplitud del cargo diocesano en Roma puede afectar la solicitud
inherente al oficio de pastor supremo, aunque resulta cierto que un oficio diocesano asegura al
Obispo de Roma una responsabilidad pastoral concreta y bien definida. De todas maneras queda
planteada una importante cuestión teológica: la de dar a la Iglesia de Roma una misión de
En cuanto al problema de origen y del ejercicio de la potestad primacial del Sumo Pontífice, es
preciso remarcar la imprecisión del canon 332 § 1, donde se dice que el Pontífice Romano
obtiene sus poderes con base en el hecho de su legítima elección, por él aceptada, y de sus
consagración episcopal. El Código en 1917 decía que él recibía “iure divino” su jurisdicción
primacial con base a su legítima elección (c. 219). Pío XII subrayó en reiteradas oportunidades tal
posición. Queriendo unificar los dos orígenes, elección y consagración, se cambia, cincuenta años
después del Código de 1917, una posición atribuida al derecho divino. Incluso el texto de la ley
fundamental que aquí se insertó fue corregido. Sobre todo se suprimió el “iure divino”; además,
se modifica el texto, suprimiendo la afirmación que un Papa elegido pero todavía no consagrado
Al ejercicio del oficio de Pastor supremo está directamente unido el Colegio de los Obispos, del
cual es expresión el Sínodo de los Obispos y que el Colegio cardenalicio, así como está
actualmente constituido, representa de manera cualificada. Notemos, sin embargo, que Juan
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Pablo II, elevando últimamente a la dignidad cardenalicia al Padre Henri de Lubac 2, es una
excepción a la norma que quiere que todos los cardenales sean obispos, manteniendo la antigua
estructura de este colegio en tres órdenes distintos: el de los Obispos, el de los presbíteros y el de
los diáconos; la comisión consideraba que debía suprimirse tal estructura, pero el Papa Juan
Muy reducida es la parte que trata de la Curia Romana (cc. 360-361) y los legados del Romano
Pontífice, cuya presencia y responsabilidad pastoral resultan cada vez más importantes (cc. 362-
367 y c. 358).
Notemos la valía del artículo que trata del Colegio de los Obispos (cc. 336-341). Sustituye aquel
que en el Código de 1917 trataba del Concilio Ecuménico. Esto invita a prestar especial atención
al problema, por el hecho que prevé y sugiere de individualizar y aplicar otros medios, a fin de
que el cuerpo episcopal pueda expresar una acción verdaderamente colegial (c. 337, §3).
La estructura de la segunda sección es más compleja. No se puede decir que sea homogénea:
después de haber hablado de las Iglesias particulares, diócesis, prelaturas territoriales, abadías
después los obispos diocesanos, cabeza de la Iglesia particular (cc. 381-402), y además los
obispos coadjutores y auxiliares (cc. 403-411). En definitiva, se trata de las sedes impedidas y
vacantes (cc. 412-430). El orden del Código precedente se mantuvo. Eso tiene su lógica; pero de
hecho fue roto al insertar la parte que se refiere a los grupos de Iglesias particulares: provincias y
exactamente conferencias de obispos (cc. 431-459). Esta parte del Código se concluye
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En razón de su avanzada edad, el Padre de Lubac pidió al Santo Padre ser exonerado de la ordenación episcopal. La
solicitud le fue aceptada.
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De cualquier manera, hubiera sido preferible que se tratara primero la Iglesia particular: su obispo
y sus colaboradores; pasar después a la vida de la diócesis entendida como porción del pueblo de
Dios; presentar, en fin, la organización de la acción pastoral: curia diocesana, consejo presbiteral
responden aquí a las necesidades de la pastoral de hoy día. Era difícil – y lo será siempre –
encontrar para una realidad tan compleja un orden que pueda unificar las materias según su
importancia4.
El libro que trata el “Pueblo de Dios” termina con una tercera parte: los institutos de vida
consagrada y las Sociedades de vida apostólica. Tres comisiones se constituyeron para dar forma
a esta parte del Código, tratando así de superar las dificultades conciliares al respecto: la
comisión “de los Religiosos” que se convirtió luego en “de los Institutos de perfección”, y
terminó por ser “de los Institutos de vida consagrada” y que perdió en conclusión su unidad a
causa de los difíciles problemas de la sociedad de vida común, de la cual una parte está aún hoy
en busca de una identidad. Esto explica lo prolongado que es el título de la tercera parte del libro
II. Este proyecto fue verdaderamente un banco de prueba; se sentía fuertemente la necesidad de
una normatividad nueva, capaz de hacer justicia a los carismas propios de los Institutos y a su
derecho particular.
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En las Conferencias nacionales de los Obispo podría ocurrir, sobretodo en las grandes naciones, que se favorezca la
creación o la competencia de las Conferencias “regionales”.
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Si el libro II hubiese sido “de los miembros del pueblo de Dios”, la “constitución jerárquica de la Iglesia” hubiera
podido ser objeto de un libro especial: “De munere regendi”. Esto hubiera permitido tener en el Código la trilogía
completa, y no solo un “De munere docendi” y un “De munere sanctificandi”. Sin embargo, podemos decir que las
parroquias, los rectores y los capellanes pertenecen al “munus regendi” ?
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La parte considera ante todo los Institutos de vida consagrada, de los cuales se reconocen dos
formas: institutos religiosos e institutos seculares; de las sociedades de vida común, llamadas hoy
“de vida apostólica”, algunas se identifican con la vida consagrada5. En atención a esto último
que se señala fue preciso reconocer el hecho y establecer su verdadera posición a través del
segundo parágrafo del canon 731 y los paralelos más específicos en lo que atañe a los tres
Institutos seculares. Era justamente en el ámbito de los Institutos dedicados a las obras de
apostolado donde encontraban su lugar las Sociedades de vida apostólica. Entre estos Institutos –
los más numerosos – era preciso distinguir los canónigos regulares, los Institutos mendicantes
llamados conventuales, los Institutos totalmente organizados con miras a la acción apostólica:
estos fueron llamados era difícil encontrar un nombre apropiado y ajustado – Institutos
plenamente apostólicos.
Dada la importancia de la vida consagrada, esta hubiese podido constituir un libro especial.
Algún día se tendrá que hacer si se quiere continuar la obra conciliar. El capítulo “Los
Para lograrlo será preciso resolver los casos difíciles de ciertas sociedades de vida común que no
desean ser un forma de vida consagrada y encuentran mejor reflejada su fisonomía en las normas
que tratan las Prelaturas personales o en aquellas de las asociaciones de los fieles7.
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Muchas sociedades de vida común no tienen únicamente la tarea de vivir según los tres consejos: castidad. Pobreza
y obediencia. Desean consagrarse a Dios asumiendo vínculos precisos relacionados con la práctica de los tres
consejos.
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Véase del Código de 1983 los cánones 732 y 598-602.
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Muchas de estas sociedades encontrarían tal vez una mejor situación canónica si las aprobaran como “prelatura
personal”, de que tratan los cánones 294-297 del Código. Sin embargo el título de “prelatura” los pone en dificultad
por las connotaciones canónicos que esta nueva institución comporta dentro de la Iglesia.
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El tercer libro del Código tiene como título: La función de enseñar de la Iglesia. El título latino
se traduce fácilmente; este es conciso y breve: De ecclesiae munere docendi. Tal libro es un
producto del Concilio y ha encontrado precedencia respecto a la parte que trata de la función de
santificar; primero está el anuncio y la educación de la fe, después los medios para vivir la vida
eclesial sacramental y los otros medios de santificación. Notemos que el título es más general que
aquel otro “Magisterio”: se trata en efecto de una responsabilidad global de la Iglesia; todos los
grupos de personas, todos los fieles interesan. El orden de las materias le dan contorno a la
fisonomía propia del libro y pone de relieve su importante contenido. Después de haber afirmado
la misión que Cristo ha conferido a su Iglesia y la obligación de cada hombre de buscar y conocer
Iglesia, del Sumo Pontífice y del Colegio Episcopal – lamentable que o se haya elaborado un
canon sobre la infalibilidad de la Iglesia como Pueblo de Dios, norma que el Concilio Vaticano I
católica, qué la herejía, la apostasía y el cisma, y sienta los principios para favorecer y dirigir el
ecumenismo ante los católicos y el cuidado de la unidad al interior mismo de la Iglesia. Siguen
después, los títulos sobre el ministerio de la Palabra de Dios (predicación y catequesis), sobre la
acción misionera, sobre los educación católica (colegios, universidades católicas, universidades
El cuarto libro tiene como título: la función de santificar de la Iglesia. Así, después de la función
de enseñar, el Código considera la otra función que Cristo ha confiado a su Iglesia, aquella de
santificar. Notemos que no se puede olvidar que la enseñanza de la de y el gobierno son también
santificación: los tres oficios están íntimamente ligados; al distinguirlos se puede correr el riesgo
considerados en este libro, a saber: los sacramentos; los otros actos de culto que son los
sacramentales, la liturgia de las horas, la sepultura eclesiástica, el culto de los santos, aquello de
las imágenes sagradas y de la reliquias, el voto y el juramento; los lugares y los tiempos sagrados,
o sea las iglesias, los oratorios y las capillas privadas, los santuarios, los altares, los cementerios,
El quinto libro ha retomado el antiguo título: Los bienes temporales de la Iglesia, en lugar de
aquel que en un primer momento se pensó con preferencia: Derecho patrimonial de la Iglesia.
Permanece siempre importantes las cuestiones sobre la adquisición y enajenación de los bienes,
su administración, los contratos, las pías voluntades y las pías fundaciones. Tales cuestiones
sobre el ministerio y la vida de los presbíteros. Se deducen los principios aplicables a todos los
miembros de la jerarquía y que pueden ser norma de vida para todos los cristianos; para estos la
Constitución conciliar “Lumen gentium” había ya recordado las normas sobre la pobreza
En cuanto a los últimos dos libros, notemos ante todo su inversión: se habla primero de los
delitos y de las penas, y en seguida de los procesos. El título del Código de 1917 “Los delitos y
No se puede menos que resaltar la sobriedad del libro sexto del nuevo Código. El aparato penal
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Véase al respecto el decreto Presbyterorum Ordinis, n. 20. Los Padres del Concilio Vaticano II quisieron de
propósito que el sistema beneficial se abandonara o por lo menos se reformara. Algunos concordatos todavía en vigor
impiden, sin embargo, una revisión por parte de la Iglesia del sistema beneficial.
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pena y el castigo no son, a decir verdad, un producto de la autoridad. Esta no pueda más que
doctrina revelada, provoca cisma, falta al respeto hacia quienes representan a Cristo, disminuye o
daña la libertad de la Iglesia y de sus miembros, y, además, los delitos cometidos en el ejercicio
del ministerio sagrado, los delitos de falsedad, aquellos contra obligaciones especiales, contra la
El séptimo y último libro trata sobre los procesos. Esta materia es desde hace mucho tiempo
compleja y delicada. Se debía reaccionar a todo aquello que obstaculizara la justicia y turbara la
vida eclesial. Se debía sobretodo dar normas de verdad y de prudencia para juzgar el valor – la
completamente nuevo el Código sobre la justicia administrativa pero, en última instancia, fue
fuertemente reducida. Y con razón ! Se debía en efecto evitar que, con la multiplicación de los
Iglesia, de otra parte, conoce bien y no convenía propiciar que renaciera de otro modo. Sin
embargo, los recursos son posibles, previsto y organizados: será necesario informar a todos
aquellos que tienen el derecho y el deber de cumplirlos o de favorecerlos. Una norma evangélica
sirve de apoyo a esta parte: se necesita procurar evitar los procesos, los cuales de por sí son
contrarios a la caridad, elemento esencial de la vida de la Iglesia; por lo tanto se procurara acudir
norma vale para la justicia administrativa, donde se buscará a través de un contrato leal suprimir
las causas de disenso, con una mediación u otra forma de arbitraje que eviten o resuelvan la
El orden seguido por el nuevo Código ha sido objeto de críticas, las cuales no pudieron influir
sobre el texto ya elaborado y listo para ser puesto a consideración de la reunión plenaria de la
contrapropuestas.
¿Según tales propuestas, cuál hubiese sido el orden obtenido de la “Lumen gentium”?
El primer libro hubiese sido “De Christifidelibus et eorum statu in Ecclesia”: fieles, laicos,
clérigos y religiosos. Los tres libros siguientes hubieren tratado las tres funciones eclesiales:
Puesto que Juan Pablo II había subrayado que la pena era en realidad el reconocimiento de una
situación en la que el fiel mismo se había colocado, no se podía llamar al libro que tratara estos
temas “Derecho disciplinar de la Iglesia” – como se propuso en el proyecto – sin provocar una
fuerte ambigüedad; la disciplina de la Iglesia no se limita a las sanciones que se establecen una
vez se constaten situaciones contrastantes y de oposición. El último libro se hubiese referido a los
procesos.
Como ha quedado dicho, el Código de 1983 no ha utilizado los “tria munera” como división de
sus libros mayores; se conoce la razón por la cual no se encuentra un libro “De munere regendi”:
todo el Código, en efecto, es expresión de esta función pastoral. La ley fundamental de la Iglesia
que existió como proyecto durante el pontificado de Pablo VI, por el contrario, seguía esa
división y no se ve por qué el Código que nos rige no pudo hacerlo. En lugar de haber conservado
dos – “De munere docendi” y “De munere sanctificandi” –, quizás hubiera sido mejor no
conservar ninguno.
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En cuanto a la otra propuesta, esa no es ciertamente mejor; se tomaba como base sistemática los
bautismo, la fórmula no podía referirse a los otros sacramentos9. El Papa Pablo VI se refirió a esta
fórmula, retomada por ciertos canonistas, pero la corrigió en: Palabra y Sacramento10.
Es suficiente retomar el proyecto esbozado según tal fórmula para verle su difícil aplicación.
en particular de los laicos y de los religiosos; no se ve por qué excluir de tal libro a los clérigos.
Un segundo libro trataba del Orden sagrado, y por tanto de los clérigos, y desarrollaba la
normalmente debía ser la de toda la Iglesia, Iglesia universal e Iglesia particular, con su vida
interna.
Un tercer libro, reservado a la Eucaristía, comprendía tanto los bienes patrimoniales como el
derecho disciplinario – entendido como el derecho penal, las acciones, los procedimientos –,
siguiendo la idea de la escolástica que toda norma canónica está en relación con la participación o
proyecto, es asombroso encontrar propuestos tanto temas relacionados con dicho sacramento, el
cual debía ser por excelencia el sacramento del culto divino, centro de la liturgia del Pueblo de
Dios convocado por el Padre para unirlo a su Hijo en el Espíritu de Amor. A decir verdad, un
plano así hubiera llegado bien lejos de la doctrina del Vaticano II.
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La fórmula palabra y sacramento es teológicamente inexacta. Se inspira en una teología protestante en la que el
sacramento es únicamente el bautismo.
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Pablo VI rectifica esta fórmula en 1972 y lo reitera en dos veces en 1977. Véase AAS 64 (1972), 209 y 418. Más
exacta y más completa es la expresión que Pablo VI usó para caracterizar el orden eclesial, constituido por Cristo
como communio fidei, sacramentorum et disciplinae: cfr. AAS 62 (1970), 116.
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bien es cierto que sanciones, penitencias, y ciertos procesos tienen un nexo con el sacramento de
Iglesia antigua, tenía con la Eucaristía y que la Reconciliación no era plena si no al momento de
tocar el altar, símbolo de Cristo. La excomunión, pues, no es la sola sanción por examinar! En
El proyecto preveía además un quinto libro reservado al sacramento de los enfermos: un libro
breve, pero también este marcado por una relación profunda con el sacramento de la
El último y sexto libro tenía como objeto el matrimonio y la familia: pero este podía convertirse
en una primera parte del primer libro. Aquí, una vez más, el proyecto aparece desenfocado e
incierto. Cabría preguntarse si ¿los laicos casados habrían visto con agrado tal orden que los
Es fácil notar la incoherencia de tal proyecto; diversos valores esenciales habrían desaparecido,
otros difícilmente se hubieran puesto de relieve. Se puede afirmar que el Derecho Canónico
sacramental? Allá donde se persigue para el Código una estructura fundada en la “Palabra y
Sacramento”, queda una estupefacto al observar el escaso relieve dado a la Palabra de Dios.
Nos podemos preguntar cómo algunos teólogos y canonistas pudieron adherirse a tales
su elaboración?
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El peligro de tales proyectos, fundados sobre una interpretación particular del Concilio, reside en
el límite que el Concilio mismo impone: un Código no puede ser el Código de un solo Concilio,
por más que su objeto haya sido amplio. El Concilio Vaticano II ha querido considerar todos los
número de sus proyectos y como, a un cierto punto, fueron reducidos a simples proposiciones
algunos decretos que hubieran podido tratar los religiosos, los sacerdotes y los laicos.
verdaderamente eclesial, liberado de un influjo muy marcado del derecho civil, pero siempre
Antes de proponer una respuesta a tales cuestiones es preciso subrayar dos aspectos. Notemos,
ante todo, el progreso cumplido por el Código de 1983. Se puede decir que éste ha subrayado la
comunión; le ha dado mayor importancia a las personas, especialmente a los laicos; la vida
consagrada ha mantenido una importante relación entre derecho universal y derecho particular, en
el respeto de la identidad de los dones y de los carismas; se ha aligerado el derecho penal; los
procesos se simplificaron, se respetan más los derechos de las personas, se desea que los procesos
como también los recursos sean evitados. Los procesos, sin embargo, no lo olvidemos, no tratan
solamente de los delitos y no sirven solamente para imponer penas: hay también procesos que
tiene que ver con la validez del matrimonio – los más numerosos – y de las ordenaciones; la
justicia administrativa es una exigencia que proviene de la tutela eficaz de los derechos del
su estructura general, sino a causa de la renovación de las instituciones que suscite, a causa de las
instituciones “conciliares” que éste introduzca, “estructuras de comunión”, para las cuales el
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Pueblo de Dios no está todavía bien preparado y que necesitará introducir con prudencia y
tenacidad.
momento en el cual ha dejado de estar en vigor, puede decir que fue observado totalmente. Es la
debilidad humana, tal vez! De cualquier manera, es por esta vía que el Espíritu Santo hace sus
opciones, pone énfasis en ciertos puntos, hace olvidar otros que no se adaptan a la vida que se
Resta, como se decía atrás, el deseo de un Código más eclesial, con una estructura más teológica,
más evangélica, que no sea el Código de un solo Concilio sino el Código de la vida de la Iglesia
“simpliciter”, un Código abierto a la acción del Espíritu y a las necesidades pastorales del Pueblo
de Dios.
Intentemos una propuesta. Un Código así tendría cinco libros, de igual importancia; estaría
estructurado a partir del dinamismo de la fe, vivida en la caridad, la cual realiza la comunión bajo
la guía de los pastores que Cristo ha donado a la Iglesia: si estos son ministros del Pueblo de
Dios, es para que tengan el puesto de Cristo y dirijan a los hombres por el camino de la salvación.
II. Los sacramentos de la fe: fe por suscitar y fe por fortificar; sacramentos de la iniciación,
Fieles reunidos en la Eucaristía, entorno al altar, según los órdenes de las personas:
IV. Los ministros al servicio de la comunión eclesial: en la Iglesia universal, en las Iglesias
Un proyecto como este tiene varias ventajas: le da prioridad a la fe, que está a la base de toda la
fe a través de los sacramentos de la iniciación y del progreso de la vida en Dios; expresa esta vida
diversos ministerios; evita la oposición radical entre laicos y clérigos; confiere nuevamente valor
Este proyecto, en suma, sitúa la vida de la Iglesia en las estructuras de comunión: la Iglesia
universal que no solo recoge las Iglesias particulares sino que en cada una de ellas existe, vive y
trabaja. El último libro, en fin, precisaría los instrumentos de comunión de la vida comunitaria de
El proyecto tiene como punto de partida el don primario: el de la vida divina; subraya el carácter
en la Eucaristía. Esto reduce de tal manera el aspecto marcadamente jurídico que brota de un
Código que al inicio trae un tratado sobre las leyes y los actos jurídicos. Esto supera el esquema
de los “tria munera”, los cuales no son más que tres aspectos de una misma misión y no subrayan
todos los otros valores de este “mandato”. Se evitan así la tripartición proyectada por la Ley
fundamental y los inconvenientes que al respecto el Código actual no ha podido superar. Tal
comunión de creyentes, que son convocados según su vocación y la gracia que les es propia, su
“orden” o rango. En fin, este proyecto pone mejor evidencia el rol de los pastores, que están al
Como se puede notar, se retoma la fórmula tradicional de los aspectos de la potestad ejercitada
Iglesia. Querer unir la potestad en una potestad sagrada, conferida a través de la ordenación, es
contrario a la tradición y no puede constituir la interpretación exacta del Vaticano II, que
distingue bien “consagración” y “misión” sin que por eso mismo se separaren11.
Si se quiere preparar una más profunda comprensión del derecho eclesial, si se quiere abrir el
camino hacia una legislación todavía mejor fundada en el misterio de la Iglesia, nada impide a los
canonista que lo piensen, que la presenten según un orden y una estructura que permita captar
mejor la entidad y el sentido de los cánones actuales. Un comentario del Código no está
11
Véase por ejemplo LG 28 a; PO 2 b.