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A SAN JOSÉ
2
San José del Encuentro
con la Vida
3
(San Pedro Julián Eymard)
4
ÍNDICE
PREFACIO
INTRODUCCIÓN
5
PARTE II: Devoción al Santo Patriarca
Capítulo I: San José nos abre las Puertas del Cielo
Corredentor junto a la Madre Dolorosa
San José del Encuentro con la Vida
Su poder de intercesión: Patrono de la Iglesia
Universal
6
PREFACIO
8
Dios quiere servirse de San José para conducirnos al
Corazón Inmaculado, para promover la devoción a la Virgen
de Fátima, para convertir a los pecadores más endurecidos,
para conducirnos a la eterna felicidad del Cielo. Y Dios quiso
asociarlo a estas apariciones tan decisivas para la historia de
la Iglesia y del mundo de hoy. Su Inmaculado Corazón
triunfará. Y junto a ese Corazón, siempre, siempre presente
San José bendiciendo al mundo, con el signo de la
Omnipotencia y Sabiduría divinas: la bendita Cruz.
9
INTRODUCCIÓN
10
entregado al Mesías. A este augusto Patriarca debemos
la realización de ese designio divino sobre Santa María:
su maternidad Divina y su maternidad espiritual sobre
todos los hombres, para darnos la vida de la gracia.
¿Quién es, pues, San José? La Sagrada Escritura nos
habla muy sucintamente de él, y sin embargo, ¡qué
elocuentes son estas palabras del Espíritu Santo en boca
del evangelista!: “San José, el esposo de María, de la
cual nació Jesús, llamado Cristo”. (Mt. 1, 16). San José
es el hombre al cual debemos nuestra eterna salvación.
Tan oculto, que ha pasado casi desapercibido a lo largo
de los siglos. Tan oculto, sí, pero tan cercano a nuestra
existencia personal.
A través de este pequeño libro queremos invitarte a
que descubras esa alma tan grande de nuestro bendito
San José, a que conozcas al Guardián que Dios te dio
como custodio, guía, protector…, pero sobre todo,
como padre.
11
12
PARTE I
QUIÉN ES SAN JOSÉ
13
14
15
16
Capítulo I: San José, el regalo que Dios se escogió
1
(Ap. 12, 1)
17
historia entretejida de miserias personales y
misericordias divinas.
2
(Jn. 1, 46)
18
Y pensando en ello el Padre Eterno, con el Supremo
Consejo del Espíritu Santo, decidieron modelar el alma
del bendito San José para dar un regalo al Hijo Amado.
No podía ser “cualquier cosa”, tenía que ser un esposo
a la altura de la Inmaculada Madre de Dios, el mejor de
los padres para el Mejor de los hijos. Un hombre que
fuera en todo su actuar reflejo de lo que es el Padre
Eterno en la Santísima Trinidad, impulso de ternura
salido de las mismas entrañas del Espíritu Santo, para
amar al Verbo encarnado de manera inigualable.
El Padre contempló a su Hijo, lo amó y por eso creó
a San José. El mismo Espíritu Santo se encargó de
cincelar su alma a Su gusto, un gusto exquisito,
insuperable, y por eso pudo exclamar: “…eres precioso
a mis ojos, eres estimado, y Yo te amo”, “Tú eres mi
siervo, en quien me gloriaré”, “Yo te formé y te he
destinado a ser alianza del pueblo”3. Porque “Israel
amaba a José más que a todos sus otros hijos”4.
En suma, José es el regalo que Dios dio a Jesús, y
en Jesús, a María y a todos nosotros.
Parece realmente, Dios mío, que lo hiciste grande.
Cómo me gustaría verlo más de cerca, conocer su vida,
sus costumbres, sus virtudes heroicas… Pero Señor,
¿por qué has querido ocultarlo tanto? Es que San José
3
(Is. 43 y 49)
4
(Gn. 37, 3)
19
estaba llamado a ser la sombra, el velo que ocultase los
misterios realizados en el Arca de la Nueva Alianza que
es la Virgen María.
El secreto de su grandeza
5
(Is. 66, 2)
6
(Núm. 12, 3)
20
sublime todas las virtudes sin engreírse por ello.
Humildad en tal forma eminente que no dejara
obstáculo alguno a los designios de la Providencia. San
José el fue perfecto instrumento en Manos del mayor
de los artistas gracias a que se ejercitó primero en la
humildad. Porque el esposo de María debía tener un
alma “tan grande” que sirviera como modelo al Hijo de
Dios, tan lleno de sabiduría que fuera capaz de enseñar
al que es la Sabiduría infinita. Debía tener una oración
tan elevada y ardiente que inspirara al mismo Hijo de
Dios a rezar. De una modestia y pureza que le hiciera
digno de estar siempre junto a la Virgen Inmaculada.
Hermosura de alma, transparencia del buen Dios,
reflejo de todas sus perfecciones: San José se dejó
modelar por el Espíritu Santo porque fue humilde. Sólo
la humildad atrae a Dios, permite al alma unirse a Él. Y
por eso el Creador pudo hacer en él cosas grandes7 al
igual que con su Humilde Esclava, y se regocijó en su
“pequeño”. Pequeño porque San José fue grande en su
“no ser”, su “no llegar”, en su impotencia e
insignificancia humana, porque entregó a Dios todo lo
que le que le pedía, tal como se lo pedía, sin regateos,
sin excusas, sin mediocridad. Todo el ser de José -alma,
vida y corazón-, estuvo siempre inmerso en Dios,
imantado hacia Su voluntad.
7
(Lc. 1, 49)
21
José, anhelo de Dios
“Mi alma está sedienta de Ti, mi carne tiene ansia de Ti, como tierra
reseca, agostada, sin agua”.
(Sal. 62, 2)
22
que formara parte de su vida, por lo que Dios le hizo
plenamente partícipe de la Suya.
Sabía sacrificarse para dar los mejores momentos
del día para estar a solas con Quien amaba y con Quien
le esperaba con santa impaciencia. Mejor que nadie
podía hacer suyas las palabras de su antepasado, el gran
rey David: “Mi alma tiene sed de Dios, del Dios vivo.
¿Cuándo entraré a ver el rostro de Dios?”. ¡Cuántas
veces recitaría este salmo pidiendo que descendiera el
Rocío celestial, el verdadero Maná del Cielo, el Mesías
de Israel! Y de qué manera resonaban estas palabras
ardientes en el mismo Corazón del Padre, pues ya le
había elegido para formar parte de su Obra redentora.
San José intuyó que sólo a través de la oración
intensa y asidua podría llegar a conocer más a Dios y
por tanto, a amarlo cada día más y mejor, y colmar así
su ansia de Infinito, de eterna felicidad junto a su Dios.
Para él, la oración era la respiración de su alma. En la
oración San José poseyó a Dios y se dejó invadir,
poseer por Él. Cómo nos gustaría ser testigos de ese
diálogo en el interior de uno de los corazones más puros
y más amantes que Dios ha creado…
La oración tiene como fin llevar a la unión con Dios,
a la perfecta caridad, a la completa y libre
autodonación, al pleno servicio desinteresado a los
hermanos. Por eso, San José conjugó perfectamente
una constante contemplación en medio de una intensa
23
actividad. El pensar y amar a Dios le llevaban a cumplir
su deber con mayor acierto. Fue eminentemente
contemplativo pero nunca conoció el mal arte de perder
el tiempo.
San José rezaba para conocer la voluntad de Dios,
por lo que se convirtió en modelo de adoradores:
primero adoró su Santa Voluntad, y más tarde su
divinidad oculta en su pequeña Humanidad.
Voluntad tantas veces dolorosa para él. Y a pesar de
eso, San José no le supo negar nada de cuanto Dios le
pidió: por eso, ahora Dios tampoco “es capaz” de negar
nada a su siervo fiel.
Modelo de creyentes
“José, hijo de David, no temas tomar contigo a María tu mujer
porque lo engendrado en Ella es del Espíritu Santo”.
(Mt. 1, 20)
8
(Lc. 15, 31)
25
sea Dios y no pretender dirigir –con harto desatino, por
cierto- nuestra vida y la de los demás.
San José es modelo acabado de creyentes. En la
oración maduró su fe y experimentó la ternura de su
Padre Dios. Se entregó a Él sin condiciones, sin
regateos, exento de cualquier rastro de egoísmo. Confió
plenamente en su Dios porque lo amó hasta no poder
más, con todas las fuerzas de su ser. A ese Dios que
siempre da a la medida de nuestra confianza en Él
porque no le falta ni sabiduría ni omnipotencia, ni
mucho menos amor hacia nosotros. ¿Podremos calibrar
alguna vez cuál fue la fuerza que ejerció la fe y la
confianza de San José en el Corazón mismo de la
Santísima Trinidad? Ciertamente que no, pero
podemos vislumbrarlo de alguna manera por sus frutos:
mereció tener por esposa a la Virgen Inmaculada, ser
llamado padre por el mismo Dios y participar así de la
Obra Redentora del Género Humano como “engranaje”
imprescindible del amor de la Santísima Trinidad hacia
sus criaturas.
26
27
Capítulo II: San José nos entrega a María
9
Orden hipostático: se refiere al Misterio de la unión de la Divinidad con
la Humanidad hecha en Cristo Jesús. Este Misterio (es decir, realidad que se
escapa al entendimiento humano, pero realidad al fin) decretado por Dios
Padre para la Redención de todos los hombres, no pudo darse sin el
consentimiento de la Virgen Inmaculada. Al igual que tampoco sin el
matrimonio virginal con San José que se llevó a cabo por su generosidad,
unida su entrega a la de su Santísima Esposa.
28
Hombre: a través de ti, el Salvador recibirá la dinastía
de su padre David).
Así, su santidad se remontó por encima de la de
todos los ángeles y santos del cielo, sin excepción
alguna: por encima de San José, tan sólo la Virgen
María.
Esposo de la Inmaculada
29
Cabe entonces preguntarnos ahora con San
Maximiliano Mª Kolbe 10 : “¿Quién eres Tú, oh
Inmaculada?”. Porque sólo contemplando a María
podremos asomarnos a ese misterio de la gracia
llamado José. Oigamos lo que responde el P. Rodrigo
Molina11: “Santa María es la Reina de la naturaleza y
de la gracia: es hermosura, esplendor de encanto
sobrenatural: una perfecta creación divina. El Espíritu
Santo, el Dios de la comunicabilidad, del don hermoso,
la hizo a su semejanza, comunicándole su más precioso
e íntimo don: el don de la atracción, del agradar, del
gustar para entregar y dar, para entregarse y darse, el
don de acercar, crear cercanía y el don de la
10
San Maximiliano Mª Kolbe (1894-1941): sacerdote franciscano polaco
que murió mártir durante la II Guerra Mundial en el campo de concentración
de Auschwitz al ofrecerse a cambio de un padre de familia condenado al
búnker de la muerte. Fundador de la Milicia de la Inmaculada -tres días
después del milagro del Sol en Fátima, Portugal- y de los Franciscanos de
la Inmaculada. Es reconocido como uno de los mayores y más fervientes
propagadores de la devoción mariana.
11
Rvdo. P. Rodrigo Molina (1920-2002): sacerdote jesuita español muerto
en olor de santidad, fundador de ABC PRODEIN e inspirador de muchas
iniciativas sociales en favor del desarrollo integral del hombre,
especialmente de los “más machacados” (Entre ellas, la Editorial
Testimonio). Misionero infatigable, se dedicó a desgastar su vida en las
regiones más desfavorecidas del mundo entero, especialmente de la región
andina del Perú. Excelente director de multitud de almas e incansable
predicador de los Ejercicios Espirituales de San Ignacio de Loyola, descansó
en el Señor el día en que la Iglesia conmemora la fiesta de San Luis Mª
Grignion de Montfort: ambos reconocidos amantes de la Señora.
30
generosidad”. Sencillamente, “Santa María, en cuanto
Madre de Dios, es la obra maestra del amor de Dios”.
“Santa María es la llena del favor de Dios; la feliz por
haber creído… ¡Milagro de Dios! ¡Cúmulo
inabarcable de sus privilegios!... Santa María es
ciertamente una criatura. Pero es la criatura Preferida
del Eterno Padre".
¡La Criatura preferida del Eterno Padre! Santa
María es la concebida sin mancha de pecado original,
la que jamás se apartó del querer de Dios, la limpia, la
pura, la transparente, la toda hermosa12 por estar toda
Ella henchida, repleta, colmada, vestida de Dios 13 .
Corazón Inmaculado que no posee otra cosa que el
amor de Dios, y que por eso, San Maximiliano Mª
Kolbe se atrevió a denominarla con este genial
apelativo: la cuasi encarnación del Espíritu Santo14.
Pensemos que la sola presencia de María, el trato
continuo con el Hijo de Dios santificó día a día a San
José. Al igual que a nosotros, ¡todos los bienes le
vinieron por la Mediadora Universal 15 de todas las
12
(Ct. 1, 15)
13
(Ap. 12, 1)
14
Conferir “Obras Completas de San Maximiliano Mª Kolbe” o el libro
“La Inmaculada revela al Espíritu Santo” de Jean-François Villepelée.
15
Durante muchos siglos se ha creído que todas las gracias de Dios nos
vienen a través de Santa María. Este pensamiento, como siempre, está
31
gracias!: “Pues siendo María, como aseguran los
santos, la dispensadora de todas las gracias que Dios
concede a los hombres, ¿con cuánta profusión no es de
creer enriqueciese de ellas a su esposo, a quien amaba
y del que era respectivamente amada?” (San Alfonso
María de Ligorio).
En María, San José quedó unido a Dios, fue hecho
padre virginal de Cristo. Por María le fue dado
asociarse al orden hipostático, y por María, se le
concedió participar de manera muy singular en la
Redención de todos los hombres. Todo de María, todo
gracias a María: “Siendo todas las cosas de la mujer
también de su marido, creo que la Virgen
bienaventurada le ofrendaría del tesoro de su Corazón
cuanto José pudiese recibir” (San Bernardino de
Siena). Y continúa este autor su argumento asegurando
que María no sólo deseó para él la virtud, sino que
gracias a Ella, San José participó de su plenitud de
gracia: “Si la bienaventurada Virgen impetra tanto
para los pecadores, enemigos declarados de su Hijo,
¿cuántas mercedes, piensas, conseguiría para este tan
amoroso y solícito y filial nutricio, esposo de su pudor
y de su amor castísimo?”.
33
María como santa, como esposa y como Madre de
Dios” (Mons. Sinibaldi). Fue un verdadero
matrimonio, vivido en la máxima virginidad. Así lo
defendió con fuerza San Jerónimo y más tarde, Santo
Tomás lo explicaría de una manera muy clarividente,
como caracteriza todo su estilo. Primero razona la
conveniencia de que la Santísima Virgen María hiciera
voto de virginidad a Dios. Así se entienden mejor las
palabras de María en la Anunciación, estando ya
desposada con José: “¿Cómo se hará esto, pues no
conozco varón?”16. Después sigue su argumento con
estas palabras: “La bienaventurada Virgen, antes de
unirse con José, fue cerciorada por divina revelación
de que José tenía el mismo propósito, y por tanto, no
se exponía a peligro casándose […]. Puede creerse que
no solamente María, sino también José estaba
dispuesto en su interior a guardar virginidad, a no ser
que Dios ordenase otra cosa”17.
16
(Lc. 1, 34)
17
Según el santo Doctor, este voto de virginidad fue condicionado antes del
matrimonio, y después absoluto: “No es creíble que la Madre de Dios, antes
de desposarse con José, hiciese de un modo absoluto el voto de virginidad;
sino que, aun deseándolo Ella, abandonó su voluntad al arbitrio divino. Y
después, habiendo tomado marido conforme a las exigencias de aquel
tiempo, emitió juntamente con él, voto de virginidad”.
Cayetano concuerda asimismo con el pensamiento del P. Vosté, y de Loysi,
cuando comentan con Santo Tomás, la respuesta de Santa María al Arcángel
Gabriel “¿Cómo será esto…?”: “Es muy razonable que el santo esposo,
34
San José es, por tanto, el Esposo virgen de la Virgen
Madre. Ambos forman el matrimonio virginal que
custodia la plenitud de Vida que es Cristo Jesús, el
Misterio de la Encarnación del Hijo de Dios. El amor
infinito del Creador llevó a la perfección el amor más
sublime de la creación: José y María se unieron en este
matrimonio virginal para dar la vida eterna al mundo,
por medio de su Hijo Jesucristo. Y es que el amor
verdadero sólo se puede vivir en plenitud en un corazón
virgen. Esta virginidad ha de entenderse en el sentido
más amplio y profundo de la palabra: fue una
virginidad consagrada a Dios. Virginidad que significó
un vaciado profundo y completo de sí mismos para
permitir que Dios los llenara completamente con su
gracia. San José se desprendió de sí, de sus gustos,
intereses, aspiraciones… para un mayor servicio, una
mayor entrega a Jesús y a María. San José supo
consagrar 18 a Dios toda su afectividad, que era
19
(Ecl. 24, 18)
37
tesoro inagotable y los que la adquieren se granjean la
amistad de Dios”20.
Esto nos demuestra que la verdadera devoción a San
José, nos va a llevar a una consagración cada vez más
plena y más total a la Madre de Dios. De Ella no se
puede hablar sin hablar de San José. María, esa Madre
que nos ama entrañablemente, que dio su vida por todos
y cada uno de sus hijos. Y no sólo se entregó a sí
misma, sino que nos entregó al mismo Dios.
Sí, San José es el que nos acerca a nuestra Madre
bendita. Es el único que nos puede enseñar a amarla,
porque después de Dios, nadie como San José la
conoció mejor, nadie la amó con un amor tan puro, tan
sobrenatural, tan humano, tan tierno, tan santo. San
José ha sido la criatura más unida a María, y a la que
María amó más después de a su Hijo. Por tanto, ¿quién
mejor que él para conducirnos a la Inmaculada?
“José, hijo de David, no temas tomar contigo a
María tu mujer porque lo engendrado en Ella es del
Espíritu Santo”. (Mt. 1, 20)
20
(Sb. 7, 13)
38
Este entregarnos a María como Puerta del Cielo,
como Madre de los pecadores y Consuelo de los
afligidos, a San José le costó lo indecible. Él se había
desposado con la Santísima Virgen21, cuando he aquí
que tiene lugar el gran acontecimiento del anuncio del
Arcángel Gabriel a la “Kejaritomene”, la Plena de
Gracia: todo el Cielo está en expectante espera de ese
Fiat tan heroico, tan sublime, que brotó de los labios
purísimos de una virgen que rondaba tan sólo los
catorce años, de la Virgen por excelencia de la que
hablara el gran profeta Isaías. En ese mismo instante
que marcó la historia de la Humanidad, el Espíritu
Santo cubrió con su sombra a su pequeña Esclava, y
Ella revistió con su Carne inmaculada al Verbo eterno
de Dios22.
En María, la nueva Eva, acaba de “re-crear” Dios a
la Humanidad caída, en el nuevo Adán, Cristo. Lo que
para el Cielo es motivo de fascinación y gratitud ante
21
Estos esponsales no pueden equipararse a lo que en la Iglesia se conoce
como ceremonia matrimonial. Para los israelitas la celebración del mismo,
constaba de dos actos principales: los esponsales y las nupcias. Los
esponsales constituían un verdadero contrato matrimonial que llegaba a su
culmen casi un año después con la celebración de lo que para nosotros son
las nupcias, y que para los hebreos consistía en llevar a la esposa a casa del
esposo con los consiguientes festejos y gran regocijo de todos. Por tanto,
vemos aquí a San José desposado con María antes de que se realizasen las
nupcias.
22
(Lc.1, 35-38)
39
una misericordia divina tan inconcebible, para San José
es causa del mayor de los tormentos: “Antes de empezar
a vivir juntos ellos, se encontró encinta por obra del
Espíritu Santo” 23 . “Porque eras acepto a Dios fue
menester que la adversidad te probase”24.
Pensemos en lo que supuso este momento para José.
No sabemos cómo se conocieron, pero sin duda, el día
de sus esponsales fue el día en que Dios puso en su vida
a María de una manera muy especial. Día grande, día
inolvidable. ¡Cómo vibraría su corazón y toda su alma!
José amaba santamente, virginalmente y con
veneración a la que Dios le había entregado. Sólo él
tiene la dicha incomparable de saber que María
Santísima es desde ese momento toda Suya, su Esposa
para siempre. Fue el día en que San José unió su vida a
la vida de la Inmaculada para ya no separarse jamás de
Ella. Y de pronto… un terrible tormento llama a su
puerta.
¿Qué significaba todo esto para él? Tener que dejar
a la que amaba con toda su alma, a la Toda Pura, la Sin
pecado, la Toda Buena, la que Dios le había entregado
a él y para siempre… Pero San José se unía así más
íntimamente a la Reina de los mártires: Dios había
23
(Mt. 1, 18)
24
(Tob. 12, 13)
40
decretado que él participara en todos los Misterios de
la Virgen Corredentora.
No sabemos a ciencia cierta por qué dudó San José.
Hasta los Santos Padres y doctores dan tres
explicaciones contradictorias, al no encontrar una
aclaración en los evangelios. San Mateo nos dice que
José era “un hombre justo”25, un hombre santo, y por
tanto, dejó el asunto en manos de Dios26 . Quizás, la
explicación más acorde a esta pista que nos da San
Mateo -era santo- es la que siguen tres grandes
lumbreras de la Iglesia: el doctor Angélico, Santo
Tomás de Aquino, San Bernardo de Clairvaux y San
Alfonso María de Ligorio, entre otros: “José no quiso
abandonar a María para tomar a otra o por alguna
sospecha, sino porque temía en su humildad vivir unido
a tanta santidad; por eso le fue dicho: No temas. (Mt.
1, 20)”. (Santo Tomás de Aquino). Es decir, San José
no se vio digno de tan alto Misterio, pero sufría al tener
que abandonar a su suerte a la Virgen. Con seguridad,
esto último atormentaba más su corazón que lo que
pudieran decir de él27.
25
(Mt. 1,19)
26
Notemos que esta confianza en Dios no le ahorró la tortura de su noble
corazón.
27
Nos dice el gran San Bernardo: “No debe sorprenderte que José se haya
juzgado indigno de convivir con la Virgen, si comprendes que Isabel
41
Esta suposición tiene además otro fundamento: San
José conocía las Escrituras. El Mesías había de nacer
de una Virgen, de la dinastía de David28. María, por su
parte, había hecho voto de virginidad junto con él.
Nadie podría disuadir a San José de la virtud íntegra de
su Esposa.
Existe un argumento que podemos proponer,
también interesante y está tomado de las palabras del
ángel a San José: “José, hijo de David, no temas tomar
contigo a María tu mujer porque lo engendrado en Ella
es del Espíritu Santo”29. Si nos fijamos bien, no existen
comas detrás de la palabra “mujer”. Por tanto, esta frase
podría igualmente leerse del siguiente modo: “José, no
temas a causa de que lo engendrado en el Ella sea del
Espíritu Santo”. De donde podríamos concluir que el
origen del tormento de San José provenía de lo
anteriormente dicho.
tampoco pudo soportar su presencia sino con gran temor y respeto. «¿De
dónde a mí que venga a verme la Madre de mi Señor?» (Lc 1,43). De ahí
que José haya querido repudiarla. ¿Pero por qué en secreto y no
públicamente? Para evitar toda indagación sobre el motivo de su
separación. ¿Si él hubiese expresado su sentimiento, la gente no hubiese
lapidado a María? ¿Cómo hubiese creído en la Verdad aún muda en su
seno maternal? Por eso, este hombre justo, para no verse reducido a la
mentira o exponer a la censura y a la reprobación a un inocente, quería en
secreto repudiar a María”. (De su segunda homilía "Super missus").
28
(Is. 7, 14)
29
(Mt. 1, 20)
42
Dejando a un lado estas consideraciones, lo que
nadie puede poner en duda es que en medio de su
angustia, de un drama sin solución, se fio de Dios y su
confianza no se vio defraudada: “José, hijo de David,
no temas tomar contigo a María tu mujer…”.
Podemos creer que San José volvió entonces a la
vida. ¿Qué sentimientos embargarían su alma? Sí…
¡era cierto! Ella era la Virgen de la que hablaban las
Escrituras. Y él había de ser su Custodio, su Guardián,
más aún: ¡su esposo!
Su angustia había acabado, pero el alma de San José
salió de esta prueba más hermosa, con más gracias y
dones. Ahora estaba preparado para acoger en su casa
a María, para consagrar toda su vida a la Suya, para
servirla y amarla como ninguna otra criatura lo podría
hacer jamás. Fue tanta su dicha, que con gran
entusiasmo puso por obra lo que le había sido pedido:
“Despertado José del sueño, hizo como el Ángel del
Señor le había mandado y tomó consigo a su mujer”30.
30
(Mt. 1, 24)
43
Misterio de la Encarnación y de la Redención del
Género Humano, apoyándose mutuamente el uno en la
fe del otro. Se nos muestra aquí San José como modelo
acabado de esa obediencia de la fe, modelo perfecto de
lo que fue en figura nuestro padre Abraham:
disponibilidad plena y total a lo que Dios pedía de él,
gracias a su fe. Se convirtió en el primer y mejor
esclavo31 de María, la Madre de Dios.
Y Dios no se dejó ganar en generosidad. Después de
comprobar esa fe tan heroica, esa confianza sin
excepciones, Dios Padre miró complacido a su siervo
al comprobar los quilates de su virtud y le confió la
custodia del Misterio de la Encarnación del Verbo: “Sí,
te tendré como a un hijo y te daré una Tierra
espléndida, flor de las heredades de las naciones”32.
Por su fe, José recibió la Flor de las heredades de Dios,
esa tierra virginal que es María Inmaculada y su Fruto
Bendito, Jesucristo.
Por la fe de José, por su generosidad sin igual, nos
vino la Redención: “El curso de la historia se ha
31
Esclavitud en el sentido bíblico de anaw, expresión que utilizó también
la Virgen Santísima en el Anuncio de la Encarnación. Es el sentido,
asimismo, recogido por toda la Tradición de la Iglesia y que refleja San
Luis Mª Grignion de Montfort –entre otros- para hablar de la devoción a la
Virgen Santísima.
32
(Jr. 3, 19)
44
interrumpido; la misericordia de Dios ha caído en
nuestro mundo para salvarnos del pecado y del odio”33
porque “al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios
a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley, para
rescatar a los que se hallaban bajo la ley, y para que
recibiéramos la filiación adoptiva”34.
La devoción a María
“Y la tomó como a lo más íntimo suyo”.
(Jn. 19, 27)
33
(P. Rodrigo Molina)
34
(Gál. 4,4-5)
45
Amar a María no es imposible. A María se la abraza
por el corazón, no tanto por el pensar. A través del
amor, y del amor intenso. Desgranar jaculatorias,
invocarla, pedir su amparo y protección, su consejo, su
luz. Ella ha sido creada para contener al Amor
incontenible. Por eso María no puede hacer otra cosa
que no sea amar, la Madre de la Sabiduría no conoce
otra ciencia que la del amor. Ese Corazón Inmaculado,
tierno, dulce, compasivo, misericordioso, no sabe otra
cosa que hacerte bien: por eso Ella es la Todabuena.
Y para amar a María tenemos que unirnos a Ella: no
hay amor sin unión. Esta unión con María consiste en
ser “transubstanciado”35 en Ella, perderse en el océano
inmenso de su Ser Inmaculado, sin desaparecer, a
través del corazón, del amor, y de la imitación. Dejar a
María que invada nuestra alma, toda nuestra existencia.
Que se adueñe enteramente de nuestras vidas. Hemos
de pedir a San José que todo el que entre en contacto
con nosotros, se lleve algo de Ella, se lleve algo de
Dios.
En nuestras vidas, María ha de ser nuestro modelo,
nuestra guía, nuestro apoyo, nuestra fortaleza. El
pensar en Ella, la respiración de nuestra alma. En una
35
Conferir el pensamiento de San Maximiliano Mª Kolbe en sus “Obras
Completas”.
46
palabra: permitir a María que sea verdaderamente
nuestra Madre.
Mirar a María, dejarse mirar por esos ojos puros,
limpios, misericordiosos. ¡Qué hermosura de alma
tendrá María cuando Dios quiso que revistiera con su
Carne Inmaculada la Belleza Increada! Sólo de Ella
tomó cuerpo el más hermoso de los Hombres 36 . ¡Y
pensar que Ella es nuestra Madre porque San José –
decimos una vez más- nos la entregó!
Pero la devoción a María no puede limitarse a esto.
Volvamos al pensamiento de San Maximiliano Mª
Kolbe acerca de la transubstanciación, expresión nueva
y única de este santo. Esta palabra es utilizada
únicamente para designar un cambio de substancia a
otra, hecho que tan sólo puede darse en la consagración
de la Santa Misa: el pan y el vino se transforman en el
Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Jesucristo. No
hay, por tanto, un cambio de estado (como podría ser,
por ejemplo, de sólido a líquido en un cuerpo dado),
sino de sustancia. Y esta palabra es ahora utilizada por
este San Maximiliano Mª en el contexto de la devoción
mariana.
Para entender mejor esta idea, nos atrevemos a
recurrir a la Sagrada Escritura y analizar este versículo
del Evangelio: “Y la acogió como a lo más íntimo
36
(Sal. 45, 3)
47
suyo”. Nos podemos preguntar: ¿Y qué es lo más
íntimo a mí? ¿No será el mismo ser, el existir? Siendo
esto así, el evangelista profundo, nos pide que Santa
María sea el alma de nuestra alma, la vida de nuestra
vida. Es lo que San Pablo expresó tan acertadamente:
“Vivo yo, mas no yo…”. Porque en realidad, nosotros
no somos si no es en Ella, no recibimos la vida si no es
por Ella y unidos a Ella. Es como la gota de agua que
se sumerge completamente en el mar, para ser uno con
el mar, pero sin desaparecer. Así nosotros en María.
Necesitamos experimentar constantemente esta
intimidad con la Virgen. Meditar cada día en sus
misterios, sus virtudes, poner en práctica lo que Ella
nos ha enseñado. Nos es imprescindible el diálogo con
Ella en la oración, pero también durante el día. María
es la fuente pura, manantial que contiene el agua viva
de la gracia divina. Quien se dispone a recibir de su
Corazón la vida de la gracia, no tendrá jamás sed37. Es
un agua que vivifica, que santifica. Es fuente y causa
de nuestra alegría.
Dios, el Dios fiel y misericordioso, quiere
recrearnos después del pecado, para hacernos
partícipes de su divinidad. El único camino: Santa
María. María es la Nueva Eva. Dios creó el mundo e
37
(Jn. 4, 14)
48
hizo algo muy bueno 38 , pero después del pecado
original, hizo algo aún mayor: Dios recreó la
humanidad caída en Santa María. Por tanto, acoger a
María como verdadera Madre es dejarse modelar por
una acción interior, silenciosa. Santa María es el gozo
del alma, la sonrisa de nuestra vida39. Pensar en Ella,
sólo pronunciar su nombre, llena de gozo y serenidad.
Cuando se ha gustado de su compañía, no se puede
dejar de pensar en Ella. Su presencia plenifica,
santifica, nunca harta.
Nadie se salva si no es por María, y nadie va a María
si no es por José. ¡Cuánto le debemos a este santo
bendito!
38
(Gn. 1, 31)
39
Expresión tomada de Santa Laura Montoya Upegui.
49
50
Capítulo III: El hombre que modeló el Corazón de
Dios
51
“El pueblo que andaba a oscuras vio una luz
grande. Los que vivían en tierra de sombras, una luz
brilló sobre ellos”40: “Y sucedió que, estando en Belén,
le llegó a María la hora del parto, y dio a luz a su Hijo
primogénito; lo envolvió en pañales y lo recostó en un
pesebre”41. Y pasados ocho días42, San José, el “hijo de
David”, le puso “por nombre Jesús”43.
En esa Noche Santa en que vino a nosotros el
Salvador en medio de tanta miseria, María quiso que el
Emmanuel reposara también en brazos de su padre.
¿Qué impresión dejaría aquel Niño recién nacido –todo
Dios oculto en esa frágil y diminuta Humanidad- en el
alma pura de San José? ¿Y cuál fue la impresión del
Dios-Hombre que tanto amaba a su abbá?44 .
Se hizo entonces realidad la Promesa dada por Dios
a lo largo de todo el Antiguo Testamento, en la cual,
San José tomó parte de manera imprescindible: “San
40
(Is. 9, 1)
41
(Lc. 2, 6-7)
42
Nos referimos aquí a la costumbre hebrea de poner al hijo el nombre el
día de su circuncisión que solía estar a cargo del mismo padre. De aquí que
la Iglesia celebre el día 3 de enero el Dulce Nombre de Jesús.
43
(Mt. 1, 21)
44
Según algunos estudios el sustrato de este vocablo arameo viene a
significar “papaíto”, nombre empleado con tanta veneración como cariño.
Es precioso comprobar que Jesús en el evangelio lo utiliza más de 170
veces para referirse al Padre Celestial.
52
José viene a ser el broche del Antiguo Testamento.
Broche en el que fructifica la Promesa hecha a los
patriarcas y los profetas. Sólo él poseyó de una manera
corporal lo que para ellos había sido mera promesa”.
(San Bernardino de Siena). San José se convirtió en
padre virginal y real del Creador del mundo.
Desposado con María, a él sólo pertenecía el fruto
virginal brotado en ese jardín sellado, heredad que
había sido confiada como propiedad a San José para
que la custodiase45.
Gracias a su matrimonio con María, José se ha
convertido en verdadero padre de Jesús. Descendiente
del gran rey David, y por tanto, heredero del trono, San
José transmitió la realeza a este divino Niño que ha sido
aclamado por tantos mártires como Cristo Rey: “un
Niño nos ha nacido, un Hijo se nos ha dado”46, gracias
a la entrega generosa de un hombre desconocido,
llamado José.
45
Gotti, comentando a San Agustín (doctor de la Iglesia y uno de los
mayores defensores de la virginidad y paternidad de San José), escribía:
“Cristo, como verdadero hijo de María, pertenece a José, esposo de la
Virgen, por un título peculiar, en cuanto fruto de aquel matrimonio; no
como nacido de él, sino en él; y como engendrado y procreado en la heredad
de José; es decir, nació en aquel Cuerpo y de aquellas entrañas virginales,
en que José, por derecho matrimonial, tenía potestad. Más estrictamente
que el padrastro pueda decirse padre del hijo de su esposa nacido en otro
matrimonio, se dice de José padre de Cristo, nacido en el mismo, aunque
no del mismo matrimonio”.
46
(Is. 9,5)
53
47
Mons. Sinibaldi lo expresó muy acertadamente: “Es una paternidad
nueva, única, singular, más verdadera. Por eso la Virgen, instruida en los
divinos misterios, podrá decir con razón: «Tu padre y yo…» Esta
paternidad de San José se distingue de toda otra: es única en su especie,
como único es el misterio al cual se refiere. No es una paternidad
54
Pensemos en que Jesús poseyó una sensibilidad
exquisita: amaba y sufría como nadie debido a la
perfección de su Persona. Tarea nada fácil para José:
Dios le confió el cuidado de modelar ese Corazón
humano y divino, que latía ya en ese embrión chiquitito
que custodió durante nueve meses la Virgen
Inmaculada.
Ya que Dios siempre nos concede las gracias
conforme a la misión que nos ha querido encomendar
en este mundo, San José contiene un reflejo de todas
las perfecciones de Dios Padre. De tal manera, que el
Niño Jesús tuvo un verdadero padre en la tierra a la
altura de las circunstancias: en el corazón puro y casto
de San José prendió una chispa del amor divino del
Padre para poder derramarlo en el Hijo.
¿Cuánto debía amar Jesús a su padre José al ver en
él la imagen del mismo Padre eterno?
48
(Mt. 11, 28)
49
(Zac. 13, 1)
50
(Jn. 19, 34)
51
En 1675, el Señor dijo a Santa Margarita María de Alacoque, religiosa de
la Visitación: “He aquí el Corazón que ha amado tanto a los hombres, y que
nada ha escatimado hasta agotarse y consumirse para demostrarles su
amor y en reconocimiento no recibo de la mayor parte sino ingratitud, ya
por sus irreverencias y sus sacrilegios, ya por la frialdad y desprecio con
que me tratan en este Sacramento de Amor. Pero lo que me es aún mucho
más sensible es que son corazones que me están consagrados los que así me
tratan… Mi corazón se dilata para derramar con abundancia las
influencias de su divino amor”.
56
hombre: el amor. Y como Dios es amor52 , no podía
mostrar un símbolo mejor que el del corazón. Pero un
Corazón atravesado de dolor por los pecados del
mundo, por la ingratitud de las almas hacia su Dios. Un
Dios que muere de tristeza53 porque desea entregarse
hasta el acabamiento 54 y sus propios hijos, los más
queridos, le dan la espalda.
Un Corazón humano que contiene, que es en esencia
Amor divino y que fue modelado por su humilde
siervo, San José. Nos asombra y nos da santa envidia
cuando leemos en el evangelio que en la Última Cena,
San Juan se recostó en el pecho de su divino Maestro55.
Pero qué pocos se acuerdan de que San José recostó en
el suyo tantas veces al Creador del universo, que lo
dormía entre sus brazos poniendo Su cabecita junto a la
suya. Cuántas veces, estando así, sintió latir ese
Corazón que estaba destinado a ser un día atravesado
por la lanza del soldado…
Este Niño tan humano como divino, que jugaba en
su regazo, lo abrazaba, lo besaba, y que de sus benditas
manos aprendió a dar sus primeros pasos. Qué tierno
sería San José para con su Hijo. ¡Cómo no debía amarlo
Jesús, si era su padre! Un Jesús que tenía capacidad de
52
(1 Jn. 4, 8)
53
(Mt. 26, 38)
54
(Jn. 13, 1)
55
(Jn. 13, 25)
57
asombro, una capacidad muy despierta. Como todo
niño, cualquier cosa le llamaba la atención, le llenaba
de ilusión y entusiasmo. Para Jesús, San José era su
orgullo, su alegría, su protección, su todo, inseparable
de su Madre tan amada.
Y aunque es obvio que María ejerció sus funciones
maternales, era obligación primordial para los israelitas
la formación de los hijos varones, por lo que María
cedió gustosa una parte fundamental en la educación de
Jesús. En San José había de resplandecer como en
ningún otro padre esta labor: El Sagrado Corazón de
Jesús fue formado por San José bajo la mirada y las
enseñanzas de la Virgen. Y Él les estaba sujeto56.
Jesús estudiaba cada gesto para imitar a su padre.
Con él aprendió a hablar y a callar, se ejercitó en las
pequeñas virtudes de un niño: de él adquirió su porte
modesto y majestuoso a la vez, su manera de andar, de
reír… y más tarde, su mismo oficio. Pero por encima
de todo, San José educó a su Hijo para la misión que el
Padre le había confiado: la del Siervo sufriente a quien
le esperaba la muerte, y una muerte de Cruz, como al
peor de los criminales.
56
(Lc. 2, 51)
58
El Siervo sufriente de Yahveh
57
(Deut. 6, 4)
59
renuncia, del sacrificio mayor, que es dar la vida por
los demás.
Cuántas lágrimas vertidas en silencio al meditar la
Pasión que había de sufrir su Hijo, narrada por los
profetas, por el gran Isaías: José compartía así la espada
de dolor que diariamente atravesaba el alma de su
Esposa de parte a parte58 y de su Pequeño por tener
presente la Pasión a la que tendrán ambos que
someterse: “… tan desfigurado tenía el aspecto que no
parecía hombre, ni su apariencia era humana… No
tenía aspecto que pudiésemos estimar. Despreciable y
desecho de hombres, varón de dolores y sabedor de
dolencias… Él ha sido herido por nuestras rebeldías,
molido por nuestras culpas. Él soportó el castigo que
nos trae la paz, y con sus cardenales hemos sido
curados”: “Yahveh descargó sobre él la culpa de todos
nosotros. Fue oprimido, y él se humilló y no abrió la
boca… Plugo a Yahveh quebrantarle con dolencias…
indefenso se entregó a la muerte y con los rebeldes fue
contado”.
San José fue modelo de virtudes con su mismo
ejemplo para Aquel que tendría que inmolarse por la
Redención del Género Humano: supo muy bien guiar a
Jesús por la senda de la humillación, de la renuncia y
del servicio total a los demás. Era el mismo Espíritu
58
(Lc. 2, 35)
60
Santo el que guiaba a San José en esta difícil tarea y él
no se echó atrás. Años más tarde, cuando Jesús
enseñara a las multitudes, tendría la figura de su padre
bien presente en el pensamiento y en su Corazón, al
proclamar las Bienaventuranzas: ese hombre bendito
por haber sido pobre de espíritu, manso, misericordioso
y limpio de corazón. Bendito por haber llorado en
silencio los sufrimientos de Jesús y de María, por haber
trabajado por establecer en las almas la paz que traía su
Hijo, porque le consumía la sed de justicia para que
Dios fuera el Rey de todos los corazones. Bendito por
saber lo que era el miedo, por no haber querido
conservar su vida en tantos peligros y persecuciones,
con tal de salvar al Mesías y a su Madre.
En aquellos momentos tan inolvidables, cuando le
seguían las muchedumbres hasta el punto de “no saber”
quién le había tocado el manto… serían las enseñanzas
de su padre las que recordaría: “No andéis preocupados
por vuestra vida, qué comeréis, ni por vuestro cuerpo,
con qué os vestiréis... Mirad las aves del cielo: no
siembran, ni cosechan, ni recogen en graneros; y
vuestro Padre celestial las alimenta. ¿No valéis
vosotros más que ellas?... No andéis, pues,
preocupados: Pues ya sabe vuestro Padre celestial que
tenéis necesidad de todo eso. Buscad primero su Reino
y su justicia, y todas esas cosas se os darán por
añadidura”.
61
Y pensando en San José, en su amor a todos los
niños, los más pequeños, le oyeron exclamar: “Dejad
que los niños se acerquen a Mí. ¡No se lo impidáis!”.
La vida de Jesús fue forjada en el corazón de San
José. Él le enseñó con sumo acierto las pequeñas
virtudes que debían resplandecer en el Corazón
Sacerdotal de Cristo: la humildad, la obediencia por
amor, la caridad hecha puro servicio, la pureza, el
olvido de sí para una mayor entrega, entrega que había
de consumarse hasta el acabamiento, porque nadie
tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos.
Lecciones prácticas todas, pero que tenían su origen y
su sostén en la oración. ¡San José enseñó a rezar a Dios!
Jesús se escondería más tarde de las gentes para
rezar a solas, en el silencio, en la intimidad, como le
enseñó su padre. Porque San José era el hombre hecho
oración, rendida adoración y acción de gracias ante
tanta bondad. Y en estos momentos de oración junto a
San José, Jesús contemplaría largos ratos la figura de
su padre sumiso, humilde, de rodillas ante su Dios. Sí,
la vida de San José fue oración profunda, sin
interrupción, meditando los misterios de la vida de
Jesús y de María, guardando todas las cosas en su
corazón a imitación de Ella.
Así el Corazón Sacerdotal de Jesús fue formado en
la escuela de San José, bajo la mirada de María.
62
El Pan de la Vida en el ara de la Cruz
59
(Jn. 13, 1)
60
(Mc. 14, 22-24)
61
(P. Rodrigo Molina)
63
Corazón del Divino Salvador. ¿Cuántas veces no había
comido con su padre, junto con María, el cordero
pascual, símbolo del Cordero62 sin mancha que quita
los pecados del Mundo?
San José no fue sacerdote ministerial, pero formó al
Sumo y Eterno Sacerdote. No llegó nunca a consagrar
las Especies Sacramentales, pero él tuvo la dicha de
alimentar al que sería el Pan de la Vida: “José vivió
solamente para servir al Niño Jesús. Fue su sacerdote
solamente para cuidarlo, para tratarlo y adorarlo con
gran veneración. Como un diácono debía llevar en sus
manos la preciosa Sangre, pero no consagrarla. Fue el
sacristán sacerdotal a quien estaba encomendada la
custodia del Tabernáculo” (W. Faber, Belén). Como se
ha dicho tan acertadamente, San José tiene su imagen
en el Antiguo Testamento en la figura de aquel otro
bendito José de Egipto63. Aquel guardó celosamente el
trigo durante siete años para que no pereciera el pueblo
de hambre. San José custodió al verdadero Pan del
Cielo para que su pueblo no pereciera eternamente a
causa del pecado.
Él no comulgó a Cristo, pero vivió una comunión
espiritual ininterrumpida con Jesús. Gozaba de la
presencia real, física, cercana, de ese Cuerpo, de esa
62
(Jn. 1, 29)
63
Conferir historia de José en el libro del Génesis, capítulo 37 y
siguientes.
64
Sangre, Alma y Divinidad que se ocultan bajo las
Especies Sacramentales. El humilde taller de Nazaret
se había convertido en un Cenáculo viviente. “¿Qué
era la vida de San José sino una comunión continua
con Jesús y con la plenitud de la santidad que habitaba
en Él: por los ojos, que con tanta frecuencia
descansaban en Jesús; por la boca, cuando San José
besaba con tanto amor al divino Niño; por el contacto,
cuando Jesús descansaba entre sus brazos; por el
pensamiento, que se volvía sin cesar a Jesús y a María;
por toda pena, por toda prueba, por toda alegría, por
todo trabajo, por todo movimiento?… Pues nada
existía en su vida que, por el sacrificio, la abnegación,
el amor, no pusiese en contacto su alma con el alma de
Jesús” (Mons. Suavé).
Con qué amor, con qué delicadeza, con qué respeto
y reverencia trataba a su Dios: nadie como él puede
enseñarnos a tratar como se debe la Sagrada Eucaristía.
65
66
PARTE II
DEVOCIÓN AL SANTO
PATRIARCA
67
68
69
70
Corredentor junto a la Madre Dolorosa
“Ahora me alegro de mis padecimientos por vosotros y suplo en mi
carne lo que falta a las tribulaciones de Cristo por su cuerpo, que es la
Iglesia”
(Col 1, 24)
64
Por la circuncisión se incorporaban al Pueblo de Israel, pueblo escogido
por Dios. Jesús no era esclavo porque no había cometido pecado. Pero
Cristo quiso una vez más, dar muestras evidentes de cómo asumió la
naturaleza humana caída para después elevarla a la divinidad. Él no vino a
abolir la ley antigua, sino a darle plenitud: más tarde, en su vida pública, se
haría bautizar por Juan Bautista.
72
la constante de toda su existencia. “San José forma
parte integrante de la Encarnación. Es una de las tres
personas de la que se ha llamado la Trinidad en la
tierra. Él es, después de María, el más perfecto
iniciador del misterio de la Redención”. (Mons.
Suavé).
La vida de José estaba dirigida a Jesús y a María, al
Misterio de la Encarnación y por tanto, también al de la
Redención. El dolor le acompañó durante toda su vida.
Conocía perfectamente las Escrituras, las había oído
muchas veces, las había meditado, profundizado, hecho
vida en su corazón. Bien sabía lo que esperaba a su
Hijo: “Yo, como Cordero manso era llevado al
matadero65”. “No me resistí ni me eché atrás. Ofrecí mi
espalda a los que me golpeaban, mis mejillas a los que
mesaban mi barba. Mi rostro no hurté a los insultos y
salivazos”. “Fue arrancado de la tierra de los vivos;
por las rebeldías de su pueblo ha sido herido; y se puso
su sepultura entre los malvados”66. “Y Yo, gusano, que
no hombre, vergüenza del vulgo, asco del pueblo, todos
los que me ven de mí se mofan…. todos los huesos se
dislocan… se me pega la lengua al paladar… una
banda de malvados me acorrala como para prender
65
(Jr. 11, 19-20)
66
(Is. 50, 5-6; 52, 8-9)
73
mis manos y mis pies. Puedo contar todos mis
huesos67”.
Como esposo de María, tuvo parte en todos y cada
uno de sus dolores. Y como padre virginal de Jesús, y
en vistas de su paternidad espiritual sobre todas las
almas, tuvo que tomar parte también en la expiación del
pecado de toda la Humanidad.
Pero la corredención de San José adquirió la forma
de una inmolación propia, silenciosa y escondida en el
servicio de Jesús y de María. Su mayor dolor fue tener
que dejar el mundo antes de la consumación de la
Pasión de Cristo. Es de creer que en la intimidad del
hogar, padre e Hijo hablarían de los más secretos
designios de Dios: Jesús le explicaría y le haría
partícipe de sus deseos, de sus anhelos, de la razón
misma de ser de la Encarnación: la salvación de las
almas por su infinito amor al Padre.
San José sabe que María tendrá que sufrir sola, que
Jesús morirá sin alguien que se compadezca de Él. Y él
acepta la voluntad del Padre con ánimo valiente. San
José tuvo durante toda su vida el alma crucificada.
¿Quién de nosotros podría soportar esto sin un auxilio
especial de Dios? ¡Saber que van a desollar a su Hijo
en la flagelación, a crucificarlo despiadadamente! Que
67
(Sal. 21)
74
su esposa estaría presente, pero él no podría hacer
nada…
Más bien, él sabía que era voluntad de Dios que no
debía hacer nada. Así, San José se dedicó a preparar a
la Víctima divina para el drama del Calvario, para su
Hora 68 , y a consolar el Inmaculado Corazón de la
Madre Dolorosa. Cristo sufrió la Pasión durante toda su
vida por la previsión de sus padecimientos que tuvo
siempre presente. La misma suerte corrió para la Madre
y no podemos dudar que también para San José. Él
estuvo presente en el trágico anuncio de Simeón, por lo
que la previsión de los sufrimientos de Jesús y de María
fue su martirio durante todos los días de su vida69. El
sufrimiento de San José, parte capitalísima en la Obra
de nuestra Redención- fue por tanto, sensible por los
trabajos que tuvo que padecer, pero sobre todo interior
y espiritual.
68
(Jn. 12, 23 y 17, 1)
69
El P. Llamera, O.P. citando a San Beda, expresa así estas ideas: “La
profecía de Simeón le hirió en lo más vivo del alma, y su herida –fuente de
amargura- se fue ensanchando sin cicatrizar jamás. Y no cabe duda que
Jesús le haría más tarde íntimas confidencias sobre este misterio, aunque
no le revelara todos los detalles. ¿Es posible que nunca le hablara
formalmente de aquel cáliz que constituía la meta de su vida y de aquel
bautismo de sangre en que había de ser sumergido? (Mc. 10, 39). La espada
que atravesó el alma de San José fue la cruel tribulación de su espíritu, por
la compresión de los sufrimientos de Cristo y de su amantísima Esposa”.
75
Esta cooperación a la Redención del Género
Humano es el coronamiento de la amplísima e
inestimable dignidad del Santo Patriarca, que nutrió
con el trabajo de sus manos aquella Carne que Santa
María ofrendó al Padre en el ara de la Cruz y aquella
Sangre tan copiosamente derramada por nosotros.
70
(Jn. 14, 6)
71
Nos referimos aquí a la dignidad moral que se puede perder por el
pecado, no a la dignidad ontológica de hijos de Dios.
77
“¿Qué ángel o qué santo mereció ser llamado padre del Hijo de
Dios?”
(San Basilio)
72
(Gn. 39, 5-6)
73
(Gn. 41, 40-42)
78
el Santo Padre Pío IX publicó el decreto por el cual así
lo declaraba, a petición de los fieles del mundo entero
y de los obispos reunidos en el Concilio Vaticano I.
Con motivo de tan gran acontecimiento, escribía
Monseñor Suavé: “Dios da a cada alma un ángel para
que vele por ella. Personas de grave autoridad nos
dicen que cada ciudad, cada imperio, tienen también
su ángel de la guarda… ¿Qué guardián, qué patrón va
a darle Dios a su Iglesia, que es mucho más importante
que los imperios, que es mucho más preciosa que las
esferas celestes? Le dará el mismo que fue el protector
del Niño Jesús y de María (…). Un corazón que es
capaz de amar a Dios como a Hijo y a la Madre de un
Dios como a Esposa, es más grande que el Cielo y
puede abarcar en su amor y tomar bajo su protección
a la Iglesia entera.
¿No puede, acaso, decirse que San José fue
instituido como por derecho divino Patrono de la
Iglesia y de cada alma cuando fue instituido protector
de Jesús y de María?”
79
Capítulo II: El rostro visible del Padre eterno
74
(Is. 43)
75
El Señor a Santa Gertrudis.
80
padre. La figura paterna está desapareciendo cada vez
más, y es preciso, urgente, conducir a las almas hacia
aquello que creen haber perdido para siempre: su
propio Padre. Sólo así podrán encontrase a sí mismos,
su verdadera dignidad de hijos, e hijos muy amados.
Por eso, nuestro mundo necesita la devoción a San
José. San José es para nosotros el rostro visible del
Padre Eterno. Porque sólo a él le fue confiada la
paternidad espiritual de todos los hijos de Dios, sólo a
San José se le concedieron todas las gracias necesarias
para que, a través de él, pudiéramos acercarnos sin
temor a nuestro Padre Celestial: “Dios, al que nadie
vence en seguridad, en generosidad, entregó a San José́
el don más grande que hay después de la maternidad de
María: el patrocinio, la paternidad sobre Jesús y, en
consecuencia, sobre la Iglesia”. (P. Molina).
Sí, San José es para nosotros el rostro visible del
Padre eterno. En San José no podemos ver a un santo
más, o quizás una persona de cualidades
extraordinarias, sí, pero un tanto lejana, ajena a
nuestras vidas. Su amor a él nos es necesario,
imprescindible para ir a Dios. San José es
verdaderamente nuestro padre como lo fue de Jesús.
San José es el padre que tanto necesita encontrar hoy la
Humanidad.
Echemos ahora, de nuevo, una mirada hacia Fátima.
Recordemos que detrás de tanta maldad como vemos,
81
está el demonio tratando de acabar con las almas,
porque es la única manera que tiene de hacer daño a
Dios: tratar de destruir76 la imagen de Dios que ve en
nosotros.
Y esta lucha infernal toma un cariz concreto:
recordemos lo que la Virgen de Fátima reveló a Sor
Lucía: “El enfrentamiento final entre Dios y Satanás
será contra la familia”77. ¿No es cierto? Divorcios,
relaciones pre y extramatrimoniales, millones de
asesinatos en el mismo vientre de las madres y un largo
etcétera que nos aturde y repugna y que destroza tantas
y tantas vidas. Pero no olvidemos esta afirmación tan
rotunda de nuestra Madre: “Mi Inmaculado Corazón
triunfará”. Porque cuando Ella aparece, tiembla de
pavor el mismo infierno ante Aquella que ha vencido
ya ha Satanás78.
82
Por eso, es tan importante devolver a la Humanidad
la figura tan difuminada de San José. Ya que la Virgen
de Fátima vino a decirnos lo mismo que contiene el
Evangelio: que tenemos un Padre que nos amó
primero 79 , que antes de que él nos formara en el
vientre materno nos tenía consagrados80, nos guardó
para Sí.
Devolver al mundo la devoción a San José es
devolver la esperanza, el sentido de la vida a tantas
almas que la han perdido.
79 (1 Jn. 4, 19)
80 (Jr. 1, 5)
83
sea feliz, pero olvidan que la auténtica bienaventuranza
sólo se alcanza en el Cielo cuando estemos unidos a
Dios para siempre. Porque ciertamente el hombre se
buscó su propia maldición a causa del pecado:
“Maldita, Adán, la tierra por tu causa”81. La soberbia
del hombre obligó a Dios a buscar un plan de salvación
para que pudiéramos tener acceso nuevamente al
Paraíso. Todos hemos pecado de manera personal,
hemos crucificado al Hijo de Dios a causa de nuestro
pecado, y seguimos crucificándolo hoy: el hombre se
ha ganado por cuenta propia su sufrimiento.
Pero la infinita bondad de Dios, la genialidad de su
amor, le llevó a bendecir ese sufrimiento desde que el
Dios-Hombre lo asumió junto con la naturaleza
humana y lo santificó. No nos engañemos: toda
resurrección pasa por la Cruz, no hay Cielo sin
redención, no seremos eternamente felices si no
aprendemos a sufrir en esta corta vida, unidos al
sufrimiento de Cristo.
Es lo que nos enseñó nuestra Madre: “No te prometo
hacerte feliz en este mundo, sino en el otro”82. Y en
Fátima, el ángel reclamó: “¡Penitencia, penitencia,
81 (Gén. 3, 18)
82 La Virgen de Lourdes a la vidente Santa Bernardita Soubirous.
84
penitencia 83 !”. Por tres veces el ángel reclamó la
reparación por la ofensa hecha a Dios. Penitencia: esa
palabra que muchos desearían borrar del diccionario y
que califican de ancestral, pero que es lo que pide la
Sabiduría divina para librarnos del infierno: “La
predicación de la cruz es una necedad para los que se
pierden; mas para los que se salvan –para nosotros- es
fuerza de Dios”84.
El sufrimiento es la bendición del Padre que nos
viene a través de San José, de la Virgen Santísima. Un
sufrimiento hecho a la medida de las fuerzas de cada
uno. Si reflexionáramos un poco, nos daríamos cuenta
de que Dios no puede hacer daño a nadie, y que su
Omnipotencia y su Sabiduría y Amor, le hacen apto
para que todo lo que permita en nosotros sea movido
tan sólo por su bondad.
Si creyéramos en esto, nuestra vida sería muy
distinta. El sufrimiento, una bendición del Padre, una
predilección suya, para tenernos más cerca en el Cielo.
Esto fue la vida de Jesús. Esto tiene que ser la nuestra.
Efectivamente, gracias al sufrimiento físico, espiritual
87
Tantas veces habremos oído de otros, o nosotros
mismos habremos podido decir: “Ahora sí que he
tocado fondo”. Nos parece que no podríamos caer más
bajo. Pues si es así, podríamos alegrarnos
inmensamente, porque el que toca fondo, está tocando
a Dios. Dios quiere hacer de nosotros algo muy grande,
muy hermoso, pero para eso necesita una cosa: que nos
situemos en la verdad, que reconozcamos nuestra
miseria, nuestro pecado, que arranquemos a nuestro
corazón ese deseo de querer cambiar de una vez para
siempre. Dios nos abandona a nuestra debilidad para
que nos demos cuenta de que somos pura dependencia
de Él, porque sólo en la debilidad podemos
encontrarnos con Dios.
Digamos una vez más que para esto Dios nos ha
dado un padre, San José, para que pueda hacer algo
muy grande con nuestra miseria. Por algo quiso Dios
que fuera un artesano86, un maestro y artista porque de
lo que es nada, saca maravillas. Esto es lo que hace él
en el alma del que se deja tallar y pulir. Dios tiene para
ti un sueño, no le defraudes. San José es el instrumento
elegido por la Providencia para llevar a cabo su obra:
89
contribuimos especialmente los católicos, los más
cercanos a Dios porque tenemos más conocimiento que
los que no han abrazado aún la verdadera fe. Soledad
divina porque ignoramos al Dios que llevamos dentro
y no nos dignamos dirigirle una palabra, un gesto de
cariño, de confianza, un mínimo sacrificio para
demostrarle nuestro amor hacia Él. Soledad divina
porque le dejamos encerrado en los Sagrarios, porque
cuando nos decimos a comulgar en una Santa Misa –
donde Cristo acaba de morir en la Cruz por cada uno de
nosotros- lo hacemos sin estar en gracia por el
sacramento de la Penitencia, porque no guardamos
recogimiento, no nos quedamos a darle gracias ni tan
siquiera los quince minutos que Él permanece física y
espiritualmente en nuestro cuerpo y preferimos hablar
con el que sea, relegando a Dios a un segundo plano.
90
debilidad, piensa también en nosotros y nos dice: “No
os dejaré huérfanos”. El que nos mandó al Paráclito (al
que está siempre junto a nosotros), también nos dejó a
San José para que no olvidemos al Padre eterno.
91
reservado para ellos: todo su amor y misericordia
infinita.
92
Estamos llegando a la conclusión de este pequeño
libro. En realidad, a estas alturas, ya sabemos podemos
decir en qué consiste la devoción a nuestro querido
Santo.
La verdadera devoción a San José debe surgir de un
auténtico amor filial hacia él. Ser devoto de José
significa reconocerlo por padre nuestro, el padre que
Dios ha querido entregarnos como don. Todo lo que
hemos dicho de la devoción a María, unas páginas
atrás, podemos afirmarlo de la devoción a San José.
En él tenemos al mejor de los padres que pueda
existir, por eso debemos amarlo tanto. Amar a San José
es dejarle que conduzca nuestra vida: que nos eduque,
nos corrija, nos exhorte, que nos ame. Hacer que él sea
causa de nuestra alegría. Para amar a San José tenemos
que conocer su vida, meditar en sus misterios para
darnos cuenta de tanto bien como nos ha hecho.
Es mantenernos en su compañía de manera
constante. Dejar que nos aconseje, nos consuele y dé
fortaleza en la adversidad. Que dirija todos nuestros
asuntos: nos dé acierto al empezar, prudencia y
sabiduría en el transcurso de cuanto hacemos y lo
corone con el éxito, si es para mayor gloria de Dios.
Amar a San José significa que debe sernos
imprescindible en nuestra vida, especialmente la Vida
interior, ya que él tiene el patrocinio sobre las almas.
93
Aunque no lo creamos, él forma parte activa e
ineludible en la santidad de los hombres de todos los
tiempos…
Tener como padre a San José es confiar
ilimitadamente en su amor hacia nosotros, hablar con
él, contarle nuestras dificultades, nuestras
incertidumbres, nuestros deseos. Es pedirle que
bendiga nuestras familias, a la Iglesia, al mundo entero.
Invocarle, pedirle que nos proteja sin cesar, hablar con
él a lo largo del día. Amar a San José, en definitiva, es
robarle el Corazón a María, ganarse el Corazón
Sacratísimo de Cristo, consolar al mismo Padre Dios.
Es por esto que la devoción a San José nunca puede
limitarse a una serie de prácticas. Tenemos necesidad
de San José, como el mismo Dios quiso tenerla. Es una
comunión de vida con él: hay que amarlo con alma,
vida y corazón.
Monseñor Suavé afirmaba que quien no es devoto
de San José “se priva de una de las más preciosas
gracias que en la actualidad ofrece Dios a las almas.
Sí, junto con la devoción al Sagrado Corazón, junto
con la devoción a la Santísima Virgen, la devoción a
San José es una gracia importantísima, es una gracia
de excelencia”.
La gran santa Teresa de Ávila experimentó esta
devoción, como lo dejó escrito en su célebre Libro de
94
la Vida (6, 6-8): “Tomé por Abogado y Señor al
glorioso San José y encomendéme mucho a Él. Vi claro
que ansí de esta necesidad como de otras mayores de
honra y pérdida de alma este Padre y Señor mío me
sacó con más bien que yo le sabía pedir. No me
acuerdo, hasta ahora, haberle suplicado cosa que la
haya dejado de hacer. Es cosa que espanta las grandes
mercedes que me ha hecho Dios por medio de este
bienaventurado santo; de los peligros que me ha
librado, ansí de cuerpo como de alma. Que a otros
santos parece les dio el Señor gracia para socorrer en
una necesidad; a este glorioso santo, tengo experiencia
que socorre en todas y que quiere el Señor darnos a
entender que ansí como le fue sujeto en la tierra, ansí
en el cielo hace cuanto le pido…
Gran experiencia tengo de los bienes que
alcanza de Dios. No he conocido persona, que de veras
le sea devota y haga particulares servicios que no la
vea más aprovechada en la virtud; porque aprovecha
en gran manera a las almas que a Él se encomiendan.
Cada año, en su día, le pido una cosa y siempre la veo
cumplida. Si va algo torcida la petición, Él la endereza
para más bien mío…
Verá el gran bien que es encomendarse a este santo
y tenerle devoción…”.
95
96
97
98
APÉNDICE: El secreto de la santidad: La unión
con Él
99
haciendo el bien a todos, en el mayor ocultamiento, sin
querer aparecer grande ante los hombres.
Esta imitación de San José o más bien como
decimos, vivir la misma vida que él, nos llevará a ser
almas eucarísticas, almas adoradoras de la voluntad de
Dios en nuestras vidas. Y almas muy amantes de la
Virgen Santísima. ¿Quién fue San José? El polarizado
por la Voluntad de Dios.
El que empiece a vivir de esta manera se dará cuenta
de que está siendo guiado por una acción silenciosa y
eficaz, casi imperceptible. Acción que se opera
suavemente en el alma, por mediación de San José. Él
nos llevará hasta las más altas cumbres de la santidad.
San José nos hará fieles en el cumplimiento de
nuestros deberes, generosos en el servicio a los demás
sin buscar la recompensa. Aumentará nuestra fe,
nuestra esperanza, nuestra caridad. Como él, seremos
instrumentos aptos para la obra que Dios quiera hacer
en nosotros y a través de nosotros. San José hará algo
muy muy grande en nosotros.
“Para imitarlo no tenemos que hacer más que una
cosa: abandonarnos en las manos de Dios. Aunque me
pida sacrificios, renuncias; aunque me llene de
achaques y dolores, aunque la naturaleza se rebele. La
entrega total, en completo abandono de nosotros
100
mismos, esto es centrarnos en la santidad”. (P.
Molina).
P. Lallemant (1587-1633)
101
San Andrés Bessette (1845-1937)
“Pauper, servus et humilis”
Alfredo Bessette fue el octavo de una familia
de diez hijos, nacido en Canadá. Tras haber perdido a
su padre, quedó huérfano a los doce años. Un tío suyo
se encargó de él. Zapatero, agricultor, aprendiz de
herrero, y otros empleos, Alfredo aprendió a
sacrificarse en el trabajo.
A sus veinticinco años pidió la admisión en la
Congregación de la Santa Cruz con el nombre de
Hermano Andrés. Fue admitido como hermano, pero se
le impidió profesar por su precaria salud. No obstante,
logró ser admitido a ella gracias a la mediación del
Monseñor Bourget. Es así cómo llegó al colegio de
Nôtre Dame, anexo al convento, donde ejerció el oficio
de portero durante cuarenta años.
A su madre le debió su enorme devoción a San José,
que llegó a tal punto que, por más de sesenta años -ya
en vida-, el santo Patrono realizó milagros por
intercesión de este humilde Hermano: “No soy yo, sino
San José, quien lo hace todo”.
Amaba mucho a la Virgen Santísima y a la
Eucaristía, pero con todo, cuando pedían su favor, él
buscaba el auxilio en el esposo de María. Gustaba de
llamarse a sí mismo “el perrito de san José”. Su vida
102
transcurrió en una unión muy estrecha con San José,
con el que le gustaba hablar.
Los milagros se realizaban a través de medallas del
Santo Patriarca que repartía a los enfermos, -los cuales
eran los predilectos a la hora de recibir los favores del
humilde Hermano-. O bien les daba aceite de la
lámpara que ardía frente a la imagen de San José, en la
basílica-oratorio levantada gracias a él mismo. Otras
veces, pedía que rezaran la novena, confesaran y
comulgaran. De esta manera, el humilde y sencillo
imitador de San José conseguía cientos de milagros. En
1926, la cifra de personas curadas de enfermedades
graves llegó a las 1.611; 7.334 aseguraron haber
recibido gracias extraordinarias, ya materiales, ya
espirituales. No obstante, muchos enfermos no se
curaban debido a su falta de fe porque rechazaban
frotarse con la medalla o con aceite de San José.
El día 6 de enero de 1936 falleció en Canadá tras ser
hospitalizado por una gastritis aguda. En su lápida se
lee: “Pauper, servus, et humilis” (pobre, siervo y
humilde), como vivió toda su vida.
El Hermano Andrés fue beatificado por San Juan
Pablo II el 23 de mayo de 1982, y canonizado por S.S.
Benedicto XVI el 17 de octubre de 2010. San Andrés
Bessette es considerado como uno de los mayores
devotos de San José.
103
San Juan XXIII (1881 – 1963)
El Padre Román Llamas, O.C.D. nos dejó este
precioso relato: “Quiero recordar algunos detalles de
la devoción del Papa bueno al bueno de San José:
Dejó los documentos escritos, veintiuno los más
destacados, en los que aparece la valoración altísima
que tiene de san José y su grandísima devoción, -no
perdía ocasión de vivirla y de promoverla- y me limito
a algunos hechos más destacados de su amor a San
José.
Juan XXIII es, sin duda el Papa más josefino de la
historia de la Iglesia. Recuerdo que en el bautismo
recibió los nombres de Ángelo José, siguiendo la
tradición familiar. El nombre de José le marcó para
toda su vida. Bebió la devoción a San José con la leche
materna. En su casa del Sotto il Monte el cuadro del
santo Patriarca era objeto de veneración
ininterrumpida. A él se dirigían todos en cada
circunstancia, mayores y niños, manteniéndolo
asociado a su Esposa la Virgen María y al Niño Jesús
que estrechaba contra su pecho. El mes de marzo
trascurría entero en piadosas lecturas josefinas y en
ingenuas invocaciones litánicas y los miércoles de
cada semana de todo el año estaban dedicados al santo
Patriarca. José Roncalli, desde joven, amaba decorar
104
las paredes de su dormitorio y su sala de trabajo con
estampas populares de San José.
La víspera de su ordenación episcopal tomó una
solemne decisión: Asumo ahora y por siempre el
nombre de José, que además me fue impuesto en el
bautismo, en honor del querido Patriarca que será mi
primer patrón después de Jesús y de María y mi
ejemplar.
Él mismo dijo: He caminado con san José toda mi
vida... No sé empezar mi jornada ni terminarla sin que
mi primera palabra y mi último pensamiento se dirijan
a él, (a san José).
El Papa Juan XXIII se alargaba –dice su secretario-
hablando del Santo como si le conociese
personalmente, como si se tratase de un amigo suyo
con el cual viviese en íntima familiaridad y se dirigía a
él con candor sorprendente.
Tiene expresiones, hablando de San José, de una
sencillez encantadora: En las cosas difíciles yo me
vuelvo a él y siempre me escucha. José va siempre
adelante con calma y con su asnillo y llega a la meta
con seguridad. Tened confianza en él que habla poco,
quizás nada, pero lo puede todo.
Al decidir escoger un patrono para el Concilio
Vaticano II opta por san José porque a ninguno de los
protectores celestiales puede confiárselo mejor que a
105
él, Cabeza augusta de la Sagrada Familia y Protector
de la Santa Iglesia, para alcanzar la ayuda del cielo en
la preparación y desarrollo del Concilio, que no pide
para su realización y su éxito más que «luz de verdad
y de gracia, disciplina de estudio y de silencio, paz
serena de las mentes y de los corazones». (Letras
apostólicas del 19 de marzo de 1961).
Y cando lo declaró patrono del Concilio escribió:
“Así pues, confiando en la ayuda del Redentor divino,
`principio y fin de todas las cosas, de su augusta Madre
la Santísima Virgen María y de San José, a quien desde
el principio confiamos tan gran acontecimiento, nos
parece llegado el momento de convocar el Concilio
ecuménico Vaticano II” (Humanae salutis, 25 de
diciembre de 1961).
Esta devoción a san José aparece
particularmente en el hecho de incluir el nombre de
San José inmediatamente después del de su Esposa la
Virgen María en el canon romano, atendiendo al
clamor de miles de voces que habían llegado de todo el
mundo de cardenales, obispos y fieles y lo hizo con
gran gozo de su corazón. Y entró en vigor el 8 de
diciembre de 1962.
El último acto público de su devoción a San José es
la inauguración de un altar a San José en la Basílica
de San Pedro. En la tarde del 19 de marzo de 1963
Juan XXIII se paraba en el crucero de la izquierda de
106
la Basílica de San Pedro para descubrir y bendecir el
nuevo mosaico del altar dedicado a San José.
“La ceremonia de esta tarde ha sido encanto,
suavidad y estímulo para nuestra alma. Era su deseo
cumplir con este acto de piedad hacia el Esposo
castísimo de María y Custodio de Jesús y coronar de
esta manera el voto del corazón de que se encienda
también en el templo máximo de la Cristiandad la
devoción a San José, protector de la Iglesia y protector
del Vaticano II. La coincidencia con mi onomástica y
con el 38º aniversario de mi consagración episcopal no
podía ser ni más conmovedora ni más significativa”.
En la alocución a los cardenales, cuando le
felicitaron por su santo les recuerda que “se nos ha
dicho y lo hemos experimentado con íntimo gozo que
antes y después de las congregaciones generales del
Vaticano II, en San Pedro, en los días del Concilio
Ecuménico se notaba un grupo notable de Padres en
oración ante el altar del Santo… Aceptad el voto que
Nos hacemos, señores cardenales, de que ese altar, al
paso que sea motivo de mayores peregrinaciones, sea
también fuente de consuelo y de favores celestiales”.
108
Unión e imitación: ponemos a continuación unos
puntos de meditación para cada día del mes con el
deseo de que cada uno pueda dirigir su oración y sus
propósitos, con el gran ideal común de santidad como
fin de nuestra vida, que se resume así: unirse e imitar a
nuestro Padre San José.
109
DÍA PRIMERO
HUMILDAD-DOCILIDAD
“La diestra del Señor triunfó, la diestra del Señor me ensalzó”
(Sal. 117, 16-17)
DÍA SEGUNDO
EL SILENCIO
“Y he aquí que Yahveh pasaba. Hubo un huracán violento que hendía
las montañas y quebrantaba las rocas ante Yahveh; pero no estaba
Yahveh en el huracán (…) Después del fuego, el susurro de una brisa
suave…”.
(1 Re. 19, 12)
111
Los grandes acontecimientos de la historia de la
Salvación han estado envueltos en el silencio. Recuerda
que el Espíritu Santo siempre obra sin ruido, sin
ostentación. En el silencio, el Verbo de Dios se
encarnó, en el silencio de la noche, cuando estábamos
en aquella inhóspita cueva, vino al mundo. En el
silencio de su Corazón, María conservaba y meditaba
las acciones del Señor. En el silencio de la madrugada,
Cristo oraba con su Padre Dios.
Hijo, el silencio no es apatía ni indiferencia. No es
pereza ni extravagancia. El silencio es el sello, la
garantía de una presencia viva de Dios. La persona que
no es capaz de hacer silencio en su interior, jamás podrá
llegar a conocer ni a amar a Dios, no conocerá su
Voluntad. Un silencio que no es vacío, sino plenitud.
No es ausencia, está lleno de la presencia de Dios. El
silencio es el clamor del alma que contempla la belleza
de la Verdad, el estupor del que ha captado la
grandiosidad de Dios.
El silencio es la cualidad del hombre prudente, del
sensato. Entiende, hijo, que yo podía haber dicho
muchas cosas, enseñar las maravillas de Dios a las
multitudes, contar los secretos de ese Corazón
Inmaculado… Era necesario que callase ante los
secretos divinos de los que era testigo a diario, era
necesario pasar oculto a lo largo de los siglos. Cuanto
112
más alto se halla un alma, mayor silencio ha de guardar,
tiene necesidad de más humildad.
Aprende, hijo mío, a hacer silencio de esos
recuerdos que te apartan de Dios, silencio de las
emociones mal controladas, silencio de tus gustos y
deseos ajenos al querer de Dios. El que no aprende a
callar, no puede vivir en plenitud la presencia de Dios,
Dios no le puede comunicar sus más altos dones. Dios
sólo se revela al alma que hace silencio porque está
preparada para escucharle. El que no aprende a callar,
no puede aprender a hablar porque lo que diga no estará
falto de crítica, desacierto, imprudencia o
murmuración, del deseo de controlarlo todo y a todos.
Practicar el silencio no es imposible. Porque no es
el silencio del que no comunica. Fíjate, hijo, en Dios:
Está siempre en silencio, y siempre comunicando su
Verbo. El silencio no es no pensar en nada, sino pensar
en Dios, hablar con Dios. Y con las criaturas, lo
necesario para poder amarlas más. Cuando se empieza
a gustar de la conversación con Dios ya no es tan difícil
controlar la lengua. El deseo de estar con Él nos va
atrayendo insensiblemente hacia nuestro interior,
donde mora el Espíritu de Dios.
113
“José es el santo del silencio porque es el santo del que está
siempre a la escucha de las órdenes de Dios para responder
con prontitud y agilidad.” (P. Molina)
DÍA TERCERO
OBEDIENCIA DE LA FE
“Habla, Señor, que tu siervo escucha”.
(1 Sam. 3, 10)
114
Obedecer a la voz de la fe es seguir al amor con
diligencia, sin miedos ni cobardías, con osadía y
valentía, con plena confianza como el niño más
pequeño se abandona totalmente en su padre. Es
olvidarse de sí para pensar en sólo Dios, para dejar al
Espíritu Santo que transforme tu alma y tu vida.
Mis méritos, hijo mío, no fueron por ser padre de
Jesús, ni esposo de María. Dios me encumbró porque
me entregué sin reservas a Él. Me fie de Dios, aun
cuando tenía el alma torturada por la angustia y la
incertidumbre. Dios me probó en el Misterio de la
Encarnación de su Verbo divino, en la espada de dolor
que atravesó el alma de tu Madre… pero mis
sufrimientos fueron fuente de méritos sin igual que se
derraman sobre cada uno de mis hijos como una
bendición. Mi Divino Hijo te tiene preparado un lugar
en el Cielo junto a mí. ¡Qué poco pensáis en el Cielo
que os espera! Camina en la fe y hallarás la felicidad
que tanto ansías.
115
DÍA CUARTO
VIRGINIDAD-MODESTIA
“Guárdame como a la niña de tus ojos. Escóndeme
bajo a la sombra de tus alas”.
(Salmo 17, 8-10)
116
La virginidad también te hará libre para poder amar
a los demás en Dios. Imagina ahora, si puedes, cómo es
de inmenso el amor que te tengo… siempre te quedarás
corto.
Hijo, imita mi modestia y mi pureza que yo te
ayudaré. Modestia en los ojos para no mirar nada que
pueda ser ocasión de pecado. Modestia al caminar, en
el vestir, en tus palabras. Modestia que es siempre
elegante, ya que es un matiz de la belleza que es Dios.
Acuérdate de que el alma en gracia es templo del
Espíritu Santo. No le pongas triste. Cuida mucho la
modestia, no sea que le hieras y le obligues a retirarse
de tu alma. Y si por desgracia ya has caído en pecado
contra esta virtud, acércate a Mí, pídemelo: Dios está
por encima de todo mal y Él puede devolver la gracia
al que la ha perdido.
117
(P. Molina)
DÍA QUINTO
LA ORACIÓN
“Esta es la vida, la eterna, la verdadera: que te conozcan (amen) a Ti,
único y verdadero Dios, y a quien enviaste: Jesucristo”.
(Jn. 17, 3)
118
consiga cambiar tu vida. Sólo Dios puede llenarte con
su plenitud.
Orar es amar a Dios. Orar es entender que Él te amó
primero, aun cuando no lo conocías. Por eso orar es
tener afectos, deseos, pedirle, alabarle, darle gracias.
¿Qué puedo, Señor, hacer por Ti? Orar es vivir la
amistad más entrañable con el que es el mejor y el más
fiel de los amigos.
Necesitas orar para aprender a amar. Pídemelo, hijo
mío muy amado, que yo te enseñaré.
DÍA SEXTO
ACTIVIDAD ADORADORA
“Hay quien se agota, se fatiga y se apresura, y cuanto más,
más tarde llega.”
119
(Ecl. 11, 11)
120
Yo trabajaba de sol a sol como conviene a un siervo
de Dios, a un pobre que tiene que ganarse el pan
dignamente con el sudor de su frente. Pero el centro de
mi vida no era esto, sino Dios. Hijo, cuida tu trato con
Él. Sé delicado, atento, no te olvides tan fácilmente de
Él.
¿Entiendes estas palabras? Dios mendiga tu amor,
te necesita… Si tuvierais fe…
DÍA SÉPTIMO
SERENIDAD – PRESENCIA DE DIOS
“Yo mismo iré contigo y te daré descanso”.
(Ex. 33, 14)
121
Un alma que no tiene serenidad por dentro, no puede
tener presencia de Dios durante el día. Es un alma que
se deja llevar del vaivén de las emociones y los
sentimientos que meten un ruido ensordecedor dentro
de él. Tener sentimientos es una riqueza, pero ese
caudal se puede desbordar o seguir un cauce que no es
el suyo propio.
Ten en cuenta que el que no aprende a controlar lo
que piensa, no puede controlar ni lo que dice ni -en
gran medida- lo que siente y acaba por no tener
dominio sobre lo que hace. Se puede perder en un
mundo irreal, o quizás muy poco objetivo, que le lleve
muy lejos de Dios. Porque esta agitación le aparta de
tener puesto su pensamiento y su corazón en Él. No se
acuerda que está con su Padre, de hablarle, de pedir su
ayuda. Las preocupaciones, la ansiedad, las malas
ambiciones, los contratiempos… le van atrapando cada
vez más dentro del torbellino de las realidades
temporales que no conducen a Dios.
Si cuidas, hijo, de no perder esa presencia de Dios
en tu vida, en el día a día, en el “aquí y ahora”,
encontrarás el descanso que no consigues en ningún
sitio. Acuérdate de que, no sin razón, Jesús exclamó:
“Venid a Mí los que estáis cansados y agobiados, que
Yo os daré descanso”. Cree a Jesús, Él no miente. En
ese diálogo íntimo, de corazón a corazón, nacerá una
122
profunda amistad, vendrás a gustar de las delicias de su
Corazón, conocerás lo que Él es capaz de hacer por los
que confían sin reservas en su amor.
DÍA OCTAVO
ADORAR SU VOLUNTAD- LA conformidad
123
embargo, en el fondo de su corazón no aman de verdad
su divina voluntad.
La conformidad cristiana, como tal vez muchos
piensan, no es esperar sentado a que se solucionen los
problemas porque, dicen, “es voluntad de Dios”.
Escucha bien, porque aquí encontrarás un pequeño
secreto para ser feliz en medio de la tribulación.
Quien ha conocido algo mejor a Dios, sabe que todo
Él es amor. Que no puede hacer otra cosa que no sea
amar. Y que su omnipotencia y sabiduría infinitas le
hace disponer las cosas, todas las circunstancias que
rodean a cada alma, para su mayor bien. ¿Crees que
algo se escapa a su amor, a su poder, a su sabiduría?
Todo lo que te ocurra, todo lo que te suceda, a
excepción del pecado, es permitido y puesto por Dios
para que seas más feliz por toda la eternidad. Hijo, si
gustases en el fondo de tu alma esta realidad, vivirías
más contento, todo te sería más fácil y llevadero porque
el que está afirmado en Dios es inamovible.
Tú haz todo lo que esté en tu mano para hacer el
bien, para salir del pecado, de la enfermedad, de esa tu
situación angustiosa. Pero no pretendas ir en contra de
la voluntad de tu Padre Dios, que muy bien sabe lo que
conviene para tu alma, y así, sólo así, serás
inmensamente feliz.
124
“San José es el modelo en que debemos poner nuestros ojos
para ver qué postura tomamos y averiguar la Voluntad de
Dios. Mi postura debe ser la de la piedra tosca ante el
escultor: sencillamente dejarme cincelar, como San José.” (P.
Molina)
DÍA NOVENO
Abnegación-olvido de sí
“Si alguno quiere venir en pos de Mí, niéguese a sí mismo,
tome su cruz y sígame”
(Mt. 16, 24)
DÍA DÉCIMO
126
AMOR A MARÍA-RESPETO
“Yo soy la Madre del Amor hermoso y del temor, del conocimiento y de
la santa esperanza; yo me doy a todos mis hijos desde toda eternidad, a
los que por Él han sido designados. En mí está toda la gracia del
camino y de la verdad; en mí, toda esperanza de vida y de fuerza. Venid
a mí cuantos anheláis y saciaos de mis frutos. Que mi recuerdo es más
dulce que la miel, y el poseerme, más dulce que el panal”.
(Ecl. 24, 18)
DÍA UNDÉCIMO
AMOR A JESÚS- LA SANTA MISA
“Tomad, comed, esto es mi Cuerpo. Tomó luego una copa y, dadas las
gracias, se la dio diciendo: Bebed de ella todos, porque ésta es mi Sangre
de la Alianza, que es derramada por muchos para perdón de los
pecados”.
(Mt. 26, 26)
129
Piensa en las multitudes de ángeles que adoran
rendidos el Misterio escondido en esa humildad divina
inmensa tan inconcebible. Y piensa en cómo te
comportas tú cuando estás junto a ellos en la iglesia.
Con qué elegancia, pero con qué modestia se vestía la
Inmaculada. Ella no necesitaba ningún adorno porque
su hermosura es superior a la de los mismos
querubines. Pero su alma no era menos hermosa y pura.
Mira ahora cómo te llegas tú a recibir a Cristo en la
Eucaristía. ¿No será que has perdido un poco la fe en
este augusto Sacramento? ¿Le rindes veneración
cuando entras, haciendo la genuflexión bien hecha,
guardando el silencio, el debido respeto que merece
estar ante su presencia?
Hijo mío, ¿has pensado alguna vez en lo que ocurre
en la Santa Misa? Es el mismo y único sacrificio del
Hijo de Dios, colgado en el madero de la Cruz, todo Él
sangrando, agotado, clavado de pies y manos, todo Él
abierto de par en par para darte la Vida y dártela en
abundancia. ¿Por qué entonces tienes tanta prisa
cuando Dios está muriendo por ti? Cada cosa tiene su
momento. Por eso, cuando Dios se inmola, hasta los
mismos ángeles se estremecen. Dale gracias al Padre,
pide perdón al Hijo, acude al Espíritu Santo para que
cambie tu corazón.
¿Deseas aprender a vivir la Misa? Vívela en unión a
tu Madre del Cielo.
130
“Dios confió́ a San José́ sus Tesoros más preciosos: Jesús
y María. Esta conducta de Dios presupone que Él tiene de
San José́ altísimo concepto, que lo elige para una misión
única, especialísima y que le da para ello gracias excepcionales
sobre toda otra gracia dada a los hombres.” (P. Molina)
DÍA DUODÉCIMO
AUTORIDAD HUMILDE
“El que quiera ser el primero entre vosotros, que sea vuestro servidor.”
(Mt. 20, 26)
132
DÍA DÉCIMO TERCERO
GENEROSIDAD-ALEGRÍA
“En San José Dios me dice que para ser santos no son
necesarias “grandes cosas”. Bastan las cosas de la vida
ordinaria, esas virtudes comunes, humanas, sencillas de la
convivencia hechas con profundo e intenso amor y
aplicación. La vida de San José fue cumplir la voluntad de
Dios cada día.
135
Ese es nuestro modelo: el santo que supo borrarse”. (P.
Molina)
136
jamás. Cultiva esa amistad: Él se fía de Ti, se te entrega
completamente en la Sagrada Hostia.
¿No te gustaría tener a Dios como a tu mejor
Amigo? Aquí estoy para ayudarte. Ven, que yo te
enseñaré.
137
que hiere esta virtud, hiere en lo más hondo al mismo
Dios.
Necesitas morir a ti mismo para darte al otro. Que
la única ley de tu vida sea la del mayor amor, entrega
en puro servicio, sin esperar nada a cambio,
adelantándote a lo que tu prójimo pueda necesitar o
desear según la recta razón. Qué diferente sería el
mundo si todos pensasen y obrasen de esta manera.
Amar, servir, a tus familiares, tus amigos, tus
conocidos… Pero de manera especial al pobre, por el
que Dios siente predilección.
“San José es un comprometido. Todo él sacrificado a su
compromiso de amar, de servir. José todo por María, José
todo por Jesús. José, esposo de María, esposo singular”. (P.
Molina)
“Os doy un mandamiento nuevo: que os améis los unos a los otros como
Yo os he amado”.
(Jn. 13, 34)
138
¿Quién es para ti el pobre? ¿Consideras una
desagracia vivir como tal? Piensa que en un Pobre se
ha querido esconder la humildad de Dios: toda la vida
de Cristo fue ejemplo de pobreza voluntaria. Cuánto
deseo que el pobre te polarice, te endinamice a servir a
Dios en esa su miseria, ya que en el pobre se esconde
tu Dios. Y pobres hay de muchas clases: los que no
tienen pan, los que no tienen cultura, los que están rotos
por el vicio y el pecado, los tristes por abandonados,
humillados y maltratados.
Pero el mayor pobre es el que ha querido alejar de
su vida al que es la máxima riqueza: Dios. Al que ha
quedado despojado de su gracia santificante. Mira a tu
alrededor, mira al mundo entero. ¿No claman a gritos
tantos y tantos pobres pidiendo tu ayuda?
Hijo, que toda tu vida sea para el pobre. Que
encuentres tu alegría en ser esperanza de los sin
esperanza, sonrisa de los abatidos, luz en medio de las
tinieblas de este mundo. ¿Nos ves cuántos te necesitan?
“El pobre es el elegido de Dios”. (P. Molina)
140
DÍA DÉCIMO
NOVENO: PACIENCIA- BONDAD-
MANSEDUMBRE
“Bienaventurados los mansos, porque ellos heredarán la tierra.”
(Mt. 5, 4)
141
Porque si luchas por conseguir la paciencia, te ganarás
el corazón de cuantos te rodean para poder llevarlos a
Dios. ¡Qué encanto una persona mansa!
La paciencia es la ciencia de tener paz en el fondo
del alma, del que se sabe amado por Dios, protegido
por Dios, consentido por Él. La paciencia te permite
arrostrar con aguante sereno y sin tristeza de ánimo las
contrariedades de la vida.
En cambio, la impaciencia acarrea turbación al
alma. Se alimenta de la falta de sosiego y silencio
interior por la multitud ingente de pensamientos que le
acosan y apartan de la presencia de Dios. Tiene un
origen indiscutible en el orgullo, en la soberbia. Si
fueras más humilde, hijo mío, ¿por qué habrías de
airarte tanto?
Recuerda que en un río sereno se puede ver el fondo.
La serenidad en el alma te ayudará a ver la voluntad de
Dios para ti en cada momento, te ayudará a unirte cada
vez más a Dios.
“La santidad que más cuesta y la más verdadera es la de San
José, el humilde carpintero que se dejó tallar y pulir por la
voluntad divina; el que se entregó, con amor…”. (P. Molina)
142
DÍA VIGÉSIMO
LA PUREZA DE CORAZÓN
“Bienaventurados los limpios de corazón
porque ellos verán a Dios”
(Mt. 5, 8)
144
Hoy quiero hablarte de una carcoma que existe en la
vida espiritual. Es el respeto humano y es fruto de la
soberbia. El alma se acobarda, es esclava de lo que
puedan pensar o decir los demás. Le asusta que puedan
creer que es más imperfecto de lo que aparenta, por eso
habla y obra en función de lo que le pueda dar mejor
imagen ante otros.
145
por lo que se diga de ti. Lo único que es digno de ser
llorado es el pecado, el desprecio del amor de Dios.
146
crucificar. Yo jamás ofendí a Dios. Si tú quieres,
puedes. ¿Por qué no empezar a vivir de nuevo? Si te
apartaste de su voluntad, vuelve a empezar. Sabes que
Dios está siempre dispuesto a derramar su perdón, su
gracia, su misma Sangre divina –que fue sangre de
María- sobre el pecador arrepentido para purificarle de
todas sus infidelidades.
Hijo, no dejes nunca la confesión sacramental donde
Dios se derrama en gracias que fuera de este
sacramento no podrás encontrar. Pide perdón a Dios de
todo corazón, pide perdón a esa Madre tan buena por
haberle matado a su propio Hijo. ¿Quieres vivir bajo mi
mirada? Te será más fácil no caer en esas impaciencias,
en esa pereza, en tu soberbia, tu vanidad… Aquí me
tienes para sostenerte. Nadie cae si no quiere.
“Así consta, por la Sagrada Escritura, que era esta alma
privilegiada, llena de la gracia de Dios y rebosante del Espíritu
Santo de Dios, llamada José”. (P. Molina)
147
No olvides nunca estas palabras que la Virgen de
Fátima dirigió a Lucía y que, en ella, te las dijo a ti: “¿Y
tú? ¿Sufres mucho? Mi Inmaculado Corazón será tu
refugio y el camino que te conducirá a Dios.”
Hijo, ¿sufres mucho, verdad? ¿De qué tienes
miedo? El dolor es un mimo del mismo Dios que sólo
regala a sus más cercanos. María fue mi fortaleza, será
también la tuya. Ella te educará en la escuela del
sufrimiento.
No pretendas ser el centro de atención. Sufre en el
silencio de tu corazón, pero cuéntaselo a Ella. El que
busca desahogarse en las criaturas, perderá la fortaleza
que no ha querido buscar en Ella. Si supieras el tesoro
que es el dolor… Es la moneda de cambio que rescata
tantas almas de la perdición. Sólo la cruz abrió las
puertas del Paraíso.
Hijo, sé valiente, no tengas miedo. Si Ella está ahí,
¿qué importa lo demás?
VIGÉSIMO QUINTO
MISERICORDIOSO-COMPASIVO
“Sed misericordiosos como vuestro Padre
es misericordioso”
(Lc. 6, 36)
150
este mundo por compasión hacia el hombre, para
rescatar lo que se había perdido. Quiso com-padecer -
padecer con el hombre-, abajarse hasta él, hasta su
miseria, para encumbrarlo después a su divinidad.
Vuestro corazón no es así. El hombre es mezquino,
arrogante, rencoroso, altanero. Por eso le cuesta
entender que Cristo vino a llamar a los pecadores, no a
los justos. Entiende que la misericordia de Dios no
tiene límites. Y su rostro más dulce es María, la
dispensadora de ese amor sobre el miserable.
Y tú, ¿qué guardas en tu corazón? Sabes que la
medida de tu misericordia con tu hermano, esa misma
medida, será la que empleará Dios contigo.
¿Tienes odio contra alguien? ¿Le guardas
resentimiento? Ve enseguida a reconciliarte con él.
Acércate a María y saca de su Corazón tanto cuanto
necesites para cambiar toda tu maldad en bendición.
151
“Descargad en él vuestro agobio, que él se interesa por vosotros”
(1 Ped. 5, 7)
152
Jesús y María. Y no hice nada por impedirlo porque era
voluntad de Dios. Antes al contrario, agaché la cabeza
con sumisión y di gracias al Padre que así disponía las
cosas con tal de salvar tu alma. Te di lo más grande.
¿Por qué habría de negarte lo más pequeño?
Hijo, ten el valor de aceptar tu incapacidad para
alcanzar la santidad por tus propios méritos. Ten la
audacia de esperarlo todo de la bondad de tu padre. Lo
que hice en la tierra por Jesús lo hago ahora desde el
Cielo con todo su Cuerpo Místico. Un solo deseo de
mío ante Dios tiene más fuerza que las oraciones de
todos los santos. Dios me está tan agradecido que no
puede, no quiere negarme nada de cuanto le pida con
amor y vosotros creéis que tardo tanto… ¡Qué juicios
tan equivocados! Si tuvierais fe… Fe y confianza que
no encuentro en vosotros. Eso es lo único que me ata
las manos para haceros todo el bien que deseo.
153
VIGÉSIMO SÉPTIMO
EL PROTECTOR DE LA VIDA
“Mi bienhechor, mi alcázar, baluarte donde me pongo a salvo, mi escudo
y mi refugio”
(Sal. 143, 1-10)
154
muy íntima, muy estrecha, muy especial con la
Inmaculada. Cultiva tu unión con Ella, jamás te
arrepentirás.
“Se le da la orden de huir, muy lejos, de noche, sin haber
podido preparar nada, con un niño recién nacido, a través de
desiertos, al extranjero, para vivir desterrado sin saber cómo,
ni de qué. José siempre listo, siempre pronto: obedece.
Desconoce el contestarismo. Es característica de José su
adhesión incondicional a la voluntad de Dios, adhesión
espontánea, gratuita, generosa, total; no exige recompensa”.
(P. Molina)
155
Reza mucho por los agonizantes, los que van a morir
en este día. ¿Quién sabe si están preparados? Porque
nadie sabe el día ni la hora. Tampoco olvides a las
almas que aún sufren en el purgatorio. Les queda
menos para estar con Dios, pero aún no ha llegado el
momento.
Encomienda desde ahora ese momento sublime en
que Dios te llame a su presencia. Oh, si pudieras morir
haciendo un acto purísimo de amor a tu Dios… Irías
directamente al Cielo. Pídemelo con insistencia cada
día, con atrevimiento, pero con humildad y constancia.
VIGÉSIMO NOVENO
LA SANTIDAD: UNA VOCACIÓN AL AMOR
EL MARTIRIO DEL CORAZÓN
156
Hijo mío, la santidad no consiste en hechos
extraordinarios. Éstos se han dado en muy pocas
personas y sólo por misericordia de Dios, sin
merecimiento alguno por parte de ellas.
La santidad está al alcance de tu mano. Dios tiene
una ilusión sobre ti. De lo contrario, ¿para qué te habría
creado con un alma inmortal? Ese sueño es tu mayor
felicidad en la Vida eterna. Pero la corona de tu gloria
sólo la puedes ganar desde ahora, en esta tierra.
La santidad es poner oídos atentos al amor. El que
escucha no puede menos de oír la voz del Espíritu
Santo que nos llama a las más altas cumbres de la
santidad, porque Dios siempre pide más… La santidad
es sencillamente hacer siempre y en todo la voluntad de
Dios y ésta con diligencia, con alegría, con generosidad
porque Dios no merece menos.
La santidad consiste en hacer lo ordinario con un
amor extraordinario. Hacer lo que haces, pero lo mejor
posible porque lo haces para tu Dios, por darle gusto a
Él. Cuando se empieza a vivir así, hijo mío, se sufre un
verdadero martirio del corazón. Martirio porque se
desearía dar más a Dios, entregarle más… pero no se
sabe qué. Martirio porque es un constante sufrimiento
el tener que negarse a uno mismo. Pero martirio porque
el amor resulta insaciable.
157
No mires nunca hacia atrás. Piensa que cada vez
estás más cerca del Infinito, sólo un poco más y
después… la felicidad eterna.
DÍA TRIGÉSIMO
ACCIÓN DE GRACIAS
“En todo dad gracias, pues esto es lo que Dios, en Cristo Jesús,
quiere de vosotros.”
(1 Tes. 5, 18)
“Yo te amo con amo con amor eterno. Tú eres precioso para
Mí. Yo estoy contigo. ¿Qué respuesta exige esta conducta de
Dios? Solo una: un SÍ sin límites, sin condiciones. ¿Estás
dispuesto a darlo? Serás feliz.” (P. Molina)
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DÍA TRIGÉSIMO PRIMERO
LA ESCLAVITUD A SAN JOSÉ
“Alabad al Señor porque es bueno,
porque es eterna su misericordia”.
(Salmo 117)
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CONSAGRACIÓN A SAN JOSÉ
Oh, Custodio y Padre mío, glorioso San José. Hoy
me postro a tus plantas para rogarte que te dignes tomarme
bajo tu protección. Quiero entregarte cuanto soy y cuanto
poseo, mi vida y la de todos mis seres más queridos.
También la de aquellos que están más desamparados: los
pobres, los moribundos, los agonizantes, y muy
especialmente los pobres pecadores.
Enséñame a vivir de fe y que la confianza en Ti sea
la característica de mi diario vivir. Introdúcenos en ese
Corazón Inmaculado de tu tierna Esposa y muéstranos
cómo debemos amarla y venerarla, cómo podemos reparar
tantas ofensas, como Ella misma lo pidió.
Ayúdanos a ser personas de oración, de penitencia,
pero sobre todo a no negarle nada a nuestro Padre Dios.
Te pido que cuides de todos los niños, de los
jóvenes, para que nadie les robe su inocencia y su castidad.
Que los matrimonios vivan la fidelidad hasta la muerte
como tú la viviste. Que los seminaristas y sacerdotes sean
puros y santos, como lo fue tu Hijo Jesucristo. Renueva la
Vida de toda la Iglesia, y asístenos a la hora de nuestra
muerte, para que podamos ir a gozar junto a ti de la
presencia de la Inmaculada y de la Santísima Trinidad, sin
hacer esperar por más tiempo a nuestro Padre Celestial.
Amén.
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