Você está na página 1de 19

Análisis de El príncipe

El príncipe, de Nicolás Maquiavelo, constituye un importante aporte a


la concepción moderna de la política. En este sentido, es una obra
contradice la tradición filosófica del pensamiento político antiguo en la
cual la práctica política se encuentra ensombrecida por la idealización
de gobiernos y ciudades utópicas.

Al contrario, en El príncipe, Maquiavelo establece que el ejercicio real


de la política implica situaciones reales con hombres y pueblos reales,
cuyas conductas, decisiones y acciones, generalmente no responden
necesariamente a la moral sino a las leyes del poder.

Así, pues, la importancia de este tratado radica en que deja al


descubierto las verdades prácticas del poder y muestra la forma en que
frecuentemente el ejercicio del poder contradice u obvia los preceptos
morales. De allí que, en lugar de dedicarse a hacer juicios sobre la
moral o la religión, se enfoque más en cuestiones de estrategia política.

De esta manera, Maquiavelo expone detalladamente la forma en que el


gobernante debe hacer frente a las diferentes situaciones o
circunstancias que se le presenten, y establece que el principal fin de la
práctica política es conservar exitosamente el poder.

Para demostrar sus teorías, Maquiavelo echa mano de situaciones


históricas reales, que abarcan desde el mundo antiguo hasta su
presente.

Conviene acotar que El príncipe es la obra que da origen al término


maquiavélico, utilizado con cierta carga despectiva para condenar
prácticas inmorales o malévolas, cuando en realidad esta es una obra
de gran valor por su conocimiento de la psique humana, el sentido
común y el pensamiento pragmático.

Hoy en día, es un libro ampliamente leído y consultado en temas de


estrategia política y negocios.

Resumen de El príncipe
El príncipe es la obra en la cual Nicolás Maquiavelo plasma su visión de
la política, basada en su particular experiencia y su profundo
conocimiento de la historia y la psique humana. A continuación
hacemos un resumen temático de los contenidos del libro.

Clases de principados, formas de adquirirlos y gobernarlos


(capítulos 1-11)

LAS REPÚBLICAS Y LOS PRINCIPADOS

Los primeros capítulos de la obra están dedicados a explicar las


distintas clases de principados que hay y las maneras en que estos
pueden adquirirse. Comenta que los Estados pueden ser repúblicas o
principados, y que pueden ser hereditarios, cuando se trasmiten a
través del linaje, o nuevos, cuando se obtienen por herencia o
conquista, mediante las armas propias o las ajenas, por fortuna o por
virtud.

PRINCIPADOS HEREDITARIOS, NUEVOS O MIXTOS

Expone que los principados hereditarios, así como los nuevos, precisan
políticas de continuidad en lugar de cambios radicales que puedan
trastornar la vida y costumbres de la población.

En cambio, aquellos que denomina mixtos (que son nuevos, pero que
se anexan a un principado antiguo), implican tratos diferentes, acordes
con las circunstancias políticas que intervinieron en su adquisición.

Advierte sobre las dificultades de asumir el gobierno de un principado


nuevo, y avisa especialmente sobre la importancia de imponerse al
grupo de poder anterior, de sofocar rebeliones y de manejar la política
interna con cautela y eficacia.

EL PODER ABSOLUTO O COMPARTIDO

Maquiavelo considera que existen dos formas esenciales de gobernar


un principado según las circunstancias políticas: detentando el poder
absoluto o administrándolo conjuntamente con un grupo de barones
de nobleza propia (no adquirida por gracia del príncipe).

Aconseja optar, de ser posible, por la primera de las opciones: detentar


el poder absoluto, pues con la segunda, el príncipe ostentará una
menor autoridad y deberá sofocar frecuentemente rebeliones internas.
SOBRE LOS ESTADOS QUE SE REGÍAN POR LEYES
PROPIAS

También analiza Maquiavelo la forma en que se debe proceder en un


Estado que, antes de su conquista, se gobernaba por leyes propias, y,
enumera las tres opciones que tiene el gobernante: 1) destruirlo, 2)
radicarse en él, o 3) mantener las leyes y costumbres anteriores, pero
obligándolo a pagar tributos y ser gobernado por un grupo leal al
príncipe.

Advierte que, sin embargo, este tipo de Estados o ciudades tienen un


gran orgullo por su libertad, razón por la cual siempre estarán
dispuestos a levantarse para reconquistarla. Así, pues, la única opción
segura que tiene el príncipe para mantener el poder es arrasarlo y
dispersar a la población.

SOBRE LA ADQUISICIÓN DE PRINCIPADOS CON ARMAS


PROPIAS O AJENAS

Según Maquiavelo existen dos formas de adquirir los principados: con


las armas propias y con virtud, o con las armas y la fortuna de otros.

En el primer caso, señala que, si bien estos principados son más


difíciles de adquirir, son, a la larga, más fáciles de mantener, siempre y
cuando se disponga de las suficientes fuerzas.

En el segundo, explica que los principados adquiridos con las armas y


la fortuna de otros aunque resultan muy fáciles de obtener, son, al
contrario, difíciles de mantener, pues se depende de un conjunto de
factores que lo condicionan.

EL BUEN Y MAL USO DE LA CRUELDAD

Maquiavelo también advierte sobre el uso de la crueldad y la forma en


que esta debe ser aplicada. Sostiene que es bien usada si se cometen
todos los crímenes al principio, lo que permite que luego, poco a poco,
se pueda empezar a otorgar beneficios a los súbditos, para hacerlos
olvidar las ofensas recibidas previamente.

La crueldad es mal usada cuando no son cometidas todas en un inicio,


lo que fuerza a que deban seguir cometiéndose en lo sucesivo, lo que le
atrae la enemistad del pueblo y conduce al príncipe al fracaso.
PRINCIPADOS CIVILES Y ECLESIÁSTICOS

Son también referidos otros tipos de principados, como lo son el civil y


el eclesiástico. El primero, el civil, se obtiene con el favor de los
ciudadanos (de los poderosos o del pueblo); para él se requiere sobre
todo de astucia política, principalmente para mantener al pueblo del
lado del príncipe.

El segundo, el eclesiástico, por su parte, es bastante difícil de adquirir


en un principio, pero luego es muy fácil de mantener, puesto que se
apoya en las leyes de la religión.

Clases de milicias y cómo lidiar con ellas (capítulos 12-14)

SOBRE LA FORMA DE MEDIR LAS FUERZAS DE LOS


PRINCIPADOS

Maquiavelo explica la forma en que han de ser medidas las fuerzas en


los diferentes principados. En este sentido, lo principal, comenta, es si
el príncipe es capaz de valerse por sí mismo o no.

Tener hombres, dinero y un ejército adecuado lo calificarían como


capaz. En cambio, si no posee ninguno de estos elementos, entonces
deberá refugiarse tras sus murallas y resistir los ataques enemigos.

SOBRE EL EJÉRCITO

Con relación al ejército y los soldados que el príncipe debe tener a su


disposición, Maquiavelo afirma que estos pueden ser de tres tipos:
propio, auxiliar y mixto. Advierte sobre los soldados mercenarios, que
luchan por dinero y no por lealtad.

Desaconseja los soldados auxiliares, que pertenecen a otro príncipe, al


cual deben su fidelidad. E indica que lo idóneo será tener un ejército
propio, que solo al príncipe deba lealtad.

También refiere la importancia de que el príncipe se ocupe de la


guerra, que es tarea fundamental en el Estado, que ni siquiera en
tiempos de paz debe abandonarse, pues, advierte, un príncipe que no
es hábil en los artes de la guerra será despreciado por el pueblo.
Sobre la forma de actuar y comportarse del príncipe (capítulos
15-21)

SOBRE LO QUE HACE QUE UN PRÍNCIPE SEA ALABADO O


CENSURADO

En los capítulos siguientes, Maquiavelo aborda la forma en que ha de


conducirse el príncipe en función de las circunstancias y de las
consecuencias de sus acciones y decisiones.

Refiere las cosas que hacen que sea alabado o censurado y aconseja, en
este sentido, guiarse siempre por la realidad en lugar de perseguir
utopías irreales. Ya que para mantener el poder lo importante no es
seguir la moral sino hacer lo que sea necesario para la conservación del
Estado.

LA GENEROSIDAD Y LA AVARICIA

Hace también referencia a la generosidad y la avaricia, y realiza


consideraciones sobre cuál es más conveniente. La primera, por un
lado, suele ser tenida por buena, pero a la larga resulta perjudicial,
pues para mantener esta reputación, el príncipe habrá de gastar todo
su patrimonio.

En cambio, si opta por la avaricia, entonces también podrá ahorrarle


impuestos al pueblo, lo cual lo ayudará, en momentos decisivos, a
financiar empresas y ganar guerras, de modo que acabará por ser
amado por la mayoría.

LA CRUELDAD Y LA COMPASIÓN

Un aspecto central en la administración de la justicia del príncipe es el


asunto de la crueldad y la compasión. La compasión, que es una virtud
apreciada, puede llevar con el tiempo a verse obligado a la crueldad.

A la crueldad, por su parte, la considera más efectiva que la compasión


siempre y cuando sea bien administrada. Mucha crueldad aplicada al
principio ahorra crueldades futuras, mientras que si se prefiere ser
compasivo en un inicio, es posible que se tengan que cometer más y
más crueldades para conservar el Estado.

SOBRE SER AMADO O TEMIDO


En este sentido, aconseja Maquiavelo ser amado y temido
simultáneamente, pero afirma que, puestos a elegir, lo mejor es ser
temido que amado, pues el pueblo —explica— siempre puede olvidar
el amor, pero nunca el temor, y gracias a esto disminuyen las
posibilidades de ser destronado.

SOBRE EL LEÓN Y EL ZORRO (ALEGORÍA)

Maquiavelo, con relación a la forma de conducirse en los asuntos del


Estado, aconseja poseer la fuerza y la cautela al mismo tiempo. Lo
ilustra empleando la alegoría del león y el zorro. El león no sabe evitar
las trampas, mientras que el zorro no sabe cómo defenderse de los
lobos, por ello, el príncipe debe ser capaz de evitar las trampas, como
el zorro, pero también de aterrorizar a los lobos, como el león.

SOBRE LAS VIRTUDES Y EL PODER

Sobre la importancia de las virtudes en el ejercicio del poder, advierte


que poseerlas es bueno, pero que es más importante aparentarlas. De
hecho, afirma que no toda virtud es buena para el poder y que, en todo
caso, la mayoría de la gente solo juzga por las apariencias y los
resultados, de allí que se atribuya a Maquiavelo la frase “el fin justifica
los medios”, aunque no la exprese con estas mismas palabras.

Vea también El fin justifica los medios.

SOBRE SER ODIADO Y MENOSPRECIADO

Advierte que los únicos defectos que deben evitarse son el ser
menospreciado y odiado, pues son estos los defectos que pueden llevar
a que el pueblo, los nobles o los soldados puedan ir contra su propio
príncipe.

SOBRE LAS FORTALEZAS

Maquiavelo también discurre sobre la utilidad de armar o desarmar a


los súbditos, y sobre la eficacia de las fortalezas, que solo son útiles
cuando se teme más al propio pueblo que a los invasores.

SOBRE LA FORMA DE CONDUCIRSE PARA SER AMADO


POR EL PUEBLO
Maquiavelo explica que el príncipe debe conducirse de cierta manera
para ser estimado y admirado por su pueblo, los nobles y el ejército.
Para ello, aconseja el acometimiento de grandes empresas, el manejo
adecuado de la política interna y realizar premiaciones o castigos que
sirvan de ejemplo para sus súbditos.

La elección de secretarios (capítulos 22-23)

Advierte Maquiavelo sobre los criterios que debe seguir el príncipe a la


hora de elegir a sus secretarios o ministros, que serán el cuerpo de
ayudantes y consejeros más cercanos y que, por lo mismo, han de ser
los más fieles, los que pongan por encima de su interés personal al
príncipe y el Estado. En esa misma línea, recomienda, más adelante,
huir de los aduladores, porque no dicen la verdad.

Sobre la fortuna (capítulo 25)

También dedica Maquiavelo un capítulo a explicar el poder de la


fortuna. Sin embargo, afirma que no todo debe dejarse en manos de
esta, sino que se ha de estar preparado para las adversidades de tal
modo que se les pueda hacer frente.

Las causas de la pérdida de Italia y la importancia de


recuperarla (capítulos 24 y 26)

En los capítulos finales, Maquiavelo hace un balance sobre las causas


por la cuales los príncipes de Italia han perdido sus Estados, y
enumera, entre ellas, carencia de ejércitos, mala relación con el pueblo,
así como falta de previsión y de decisión al actuar.

Por todo lo anterior, cierra la obra exhortando al príncipe, en este caso,


Lorenzo de Médici, a quien va dirigida la obra, a liderar Italia y
liberarla de los bárbaros, es decir, de los extranjeros.

Sobre Nicolás Maquiavelo


Nicolás Maquiavelo (1469-1527) fue escritor, filósofo político y
diplomático. Hoy en día es considerado el padre de la teoría política
moderna. En su época, durante el Renacimiento, fue una figura de gran
relevancia en Italia. Su principal obra, El príncipe, escrita en 1513,
durante su confinamiento en San Casciano, solo vio luz póstumamente,
en 1531.
Capítulo I: Cuántas son las formas de principado y cómo se adquieren
(Quot genera principatum et quibus modis acquirantur).
Maquiavelo hace una separación entre estados: repúblicas o
principados. Dentro de los principados tendríamos dos cauces, un
principado heredado o nuevo. Los nuevos se adquieren porque nace el
estado de la separación de otro y ahí se da el principado, y en el caso de
los hereditarios como su nombre indica por herencia familiar.
Capítulo II: Los Principados hereditarios (Principatibus hereditaris).
Se centra en los principados, la manera de conservación y de gobierno
que pueden tener. Por una parte se hace mención a los estados
hereditarios, él considera que son mucho más fáciles de conservar que
en el caso de los nuevos, porque tan sólo tienen que seguir los pasos de
su linaje y no alterar la ordenación establecida por sus predecesores, así
evitará el nuevo príncipe problemas con sus predecesores.
Capítulo III: Los Principados mixtos (De Principatibus mixtis).
Maquiavelo en este capítulo hace mención a los principados mixtos, es
decir, un principado que no es completamente nuevo, sino una especie
de apéndice a añadido a un principado antiguo que se posee de
antemano.
Por tal reunión se le llama principado mixto, cuyas incertidumbres
dimanan de una dificultad, que es conforme con la naturaleza de todos
los principados nuevos, y aquí empieza la envidia y la disputa por el
poder, a aquellos que lo ayudaron a llegar al poder tiene que
corresponderles con algún cargo público como en la actualidad, y de no
hacerlos solo se generaran más conflictos y tendrá más enemigos, al
igual que los de oposición que se negaban a que llegara al poder.
Así le ocurrió al rey Luis XII que ocupando Milán fácilmente la perdió al
poco tiempo porque los ciudadanos vieron defraudada la imagen que
tenían del Rey, así como las esperanzas que habían concebido para lo
futuro, y no podían soportar ya la contrariedad de poseer un nuevo
príncipe.
Dichos Estados nuevamente adquiridos se reúnen con un Estado
ocupado hace mucho tiempo por el que los ha logrado, siendo unos y
otro de la misma provincia, y hablando la misma lengua, o no sucede
así. Cuando son de la primera especie, hay suma facilidad en
conservarlos, especialmente si no están habituados a vivir libres en
república. Para poseerlos con seguridad basta haber extinguido la
descendencia del príncipe que reinaba en ellos, porque, en lo demás,
respetando sus antiguos estatutos, y siendo allí las costumbres iguales a
las del pueblo a que se juntan, permanecen ampliamente relacionados,
como lo estuvieron Normandía, Bretaña, Borgoña y Gascuña, que fueron
anexadas a Francia hace mucho tiempo. Aunque existan algunas
diferencias de lenguaje, las costumbres se asemejan, y esas diversas
provincias viven en buena armonía. En cuanto al que hace tales
adquisiciones, si ha de conservarlas, necesita dos cosas: la primera, que
se extinga el linaje del príncipe que poseía dichos Estados; y la segunda,
que el príncipe nuevo no altere sus leyes, ni aumente los impuestos. Con
ello, en tiempo brevísimo, los nuevos Estados pasarán a formar un solo
cuerpo con el antiguo suyo.
Por su ambición los príncipes llegan a conquistar, se crea en ellos una
idea de expansionismo y por lo cual empiezan a conquistar territorios
para establecer posteriormente un orden público distinto al que ahí se
contiene en las reglamentaciones originales del pueblo.
Capítulo IV: Por qué razón el reino de Darío, conquistado por Alejandro
no se rebeló a sus sucesores una vez muerto este (Cur darii regnum quod
Alexander occupa verat a successoribus suis post Alexandri mortem non
defecit).
Los sucesores de Alejandro conservaron los estados que este había
conquistado debido a la inteligencia y ambición que mostraron. De dos
modos son gobernados los principados conocidos. El primero consiste
en serlo por su príncipe asistido de otros individuos que,
permaneciendo siempre como súbditos humildes al lado suyo, son
admitidos, por gracia o por concesión, en clase de servidores, solamente
para ayudarle a gobernar. El segundo modo como se gobierna se
compone de un príncipe,
asistido de barones, que encuentran su puesto en el Estado, no por la
gracia o por la concesión del soberano, sino por la antigüedad de su
familia. Estos mismos barones poseen Estados y súbditos que los
reconocen por señores suyos, y les consagran espontáneamente su
afecto. Y, en los primeros de estos Estados en que gobierna el mismo
príncipe con algunos ministros esclavos, tiene más autoridad, porque en
su provincia no hay nadie que reconozca a otro más que a él por superior
y si se obedece a otro, no es por un particular afecto a su persona, sino
solamente por ser ministro y empleado del monarca.
Un monarca absoluto que se refleja y ejemplifica con el sultán de
Turquía y el rey de Francia, gobernados por un señor único.
Capítulo V: Cómo hay que gobernar las ciudades o los principados que,
antes de ser ocupados, vivían con sus propias leyes (Quomodo
administranda sunt civitates vel principatus qui antequam occuparentur
suis legibus vivebant).
Cuando el príncipe quiere conservar aquellos Estados que estaban
habituados a vivir con su legislación propia y en régimen de república,
es preciso que abrace una de estas tres resoluciones: o arruinarlos, o ir
a vivir en ellos, o dejar al pueblo con su código tradicional, obligándole
a pagarle una contribución anual y creando en el país un tribunal de
corto número de miembros, que cuide de consolidar allí su poder. Al
establecer este consejo consultivo, el príncipe, sabiendo que no puede
subsistir sin su amistad y sin su dominación, tiene el mayor interés de
fomentar su autoridad.
Capítulo VI: Los Principados nuevos que se conquistan con los propios
ejércitos y la propia virtud (De Principatibus novis qui armis propiis et
virtute acquiruntur).
Se refiere a los principados que nacen por obra de la iniciativa personal,
cuando el príncipe o monarca decide invadir un estado por uso de la
fuerza armada, por el ejército que constituye su nación, invaden a otros
estados para establecer ahí otra reglamentación y cambiar
completamente el estilo de vida de la sociedad invadida.
Capítulo VII: Los principados nuevos que se conquistan gracias a la suerte
y a las armas de otros (De principatibus novis qui alienis armis et fortuna
acquiruntur).
Los que de particulares que eran se vieron elevados al principado por la
sola fortuna, llegan a él sin mucho trabajo, pero lo encuentran máximo
para conservarlo en su poder. Elevados a él como en alas y sin dificultad
alguna, no bien lo han adquirido los obstáculos les cercan por todas
partes. Esos príncipes no consiguieron su Estado más que de uno u otro
de estos dos modos: o comprándolo o haciéndoselo dar por favor.
Ejemplos de ambos casos ofrecieron entre los griegos, muchos príncipes
nombrados para las ciudades de la Iona y del Helesponto, en que Darío
creyó que su propia gloria tanto como su propia seguridad le inducía a
crear ese género de príncipes, y entre los romanos aquellos generales
que subían al Imperio por el arbitrio de corromper las tropas.
Semejantes príncipes no se apoyan en más fundamento que en la
voluntad o en la suerte de los hombres que los exaltaron, cosas ambas
muy variables y desprovistas de estabilidad en absoluto. Fuera de esto,
no saben ni pueden mantenerse en
tales alturas.
No saben, porque a menos de poseer un talento superior, no es verosímil
que acierte a reinar bien quien ha vivido mucho tiempo en una condición
privada, y no pueden, a causa de carecer de suficiente número de
soldados, con cuyo apego y con cuya fidelidad cuenten de una manera
segura. Por otra parte, los Estados que se forman de repente, como todas
aquellas producciones de la naturaleza que nacen con prontitud, no
tienen las raíces y las adherencias que les son necesarias para
consolidarse. El
primer golpe de la adversidad los arruina, si, como ya insinué, los
príncipes creados por improvisación carecen de la energía suficiente
para conservar lo que puso en sus manos la fortuna, y si no se han
proporcionado las mismas bases que los demás príncipes se habían
formado, antes de serlo.
Capítulo VIII: De los que se han llegado al principado mediante delitos (De
his qui per scelera ad principatum per venere)
Es aquel por el cual llegan al poder simples particulares, ascienden de
una clase normal a una posición de príncipe una posesión majestuosa. a
la que llegara a través de la corrupción y la traición a su príncipe
original. Por medio de la fuerza bruta (por maldades) por conspiración
por poder de liderazo en el ejército como en los casos de Agátocles de
Silicia y Oliverot de fermo, quienes por alguna circunstancia son dueños
del poder y suben a el valiéndose de actos sucios, traicioneros,
malvados, traiciones con las que se adueñan de los pueblos y lo somete
a su control.
Capítulo XIX: El Principado civil (De principatu civili).
Un particular llega a hacerse príncipe, sin valerse de nefandos crímenes,
ni de intolerables violencias. Es cuando, con el auxilio de sus
conciudadanos, llega a reinar en su patria. A este principado lo llamo
civil. Para adquirirlo, no hay necesidad alguna de cuanto el valor o la
fortuna pueden hacer sino más bien de cuanto una acertada astucia
puede combinar. Pero nadie se eleva a esta soberanía sin el favor del
pueblo o de los grandes. En toda ciudad existen dos inclinaciones
diversas, una de las cuales proviene de que el pueblo desea no ser
dominado y oprimido por los grandes, y la otra de que los grandes
desean dominar y oprimir al pueblo. Del choque de ambas inclinaciones
dimana una de estas tres cosas: o el establecimiento del principado, o el
de la república, y el de la licencia y la anarquía. En cuanto al principado,
su establecimiento se promueve por el pueblo o por los grandes, según
que uno u otro de estos dos partidos tengan ocasión para ello. Si los
grandes ven que no les es posible resistir al
pueblo, comienzan por formar una gran reputación a uno de ellos y,
dirigiendo todas las miradas hacia él, acaban por hacerle príncipe, a fin
de poder dar a la sombra de su soberanía, rienda suelta a sus deseos. El
pueblo procede de igual manera con respecto a uno solo, si ve que no les
es posible resistir a los grandes, a fin de que le proteja con su autoridad.
Capítulo X: Cómo hay que valorar las fuerzas de cada principado
(Quomodo Onmium principatuum vires perpendi debeant).
Los príncipes deben sostenerse por sí mismos cuando tienen suficientes
hombres y dinero para formar el correspondiente ejército, con que
presentar batalla a cualquiera que vaya a atacarlos, y necesitan de otros
los que, no pudiendo salir a campaña contra los enemigos, se encuentran
obligados a encerrarse dentro de sus muros, y limitarse a defenderlos.
Se habló ya del primer caso y aún se volverá sobre él,cuando se presente
ocasión oportuna. En cuanto al segundo caso, no puedo menos de
alentar a semejantes príncipes a fortificar la ciudad de su residencia, sin
inquietarse por las restantes del país. En la aplicación de justicia se debe
aplicar la fuerza para una mayor equidad y crear así un mayor orden
público para que los habitantes de principado puedan vivir en armonía
con seguridad y tranquilidad.
Capítulo XI: Los Principados eclesiástico (De Principatibus ecclesiasticis).
Para la adquisición de este no se necesita gozar de buena posición ni de
mucha fortuna, únicamente necesita de reconocimiento por su labor
espiritual, con en el caso de los papas que ejercían el poder por medio
de la ideología y que por mas de mil años manipularon y dominaron los
principados, les creaban a la población un cierto temor divino y una
sanción religiosa. Entonces se dice que hicieron su voluntad, papas que
intervenían en la política de los principados como es el caso de
Alejandro VI que dividió el
territorio de las colonias.
Capítulo XII: Tipos de ejército: los ejércitos mercenarios (Quot genera
militiae et de mercenariis militibus).
Las tropas se integran por gente que esta dispuesta a dar un servicio a
su nación pero debían de cuidarse de la sed de ambición sobre todo de
los soldados mercenarios, puesto que son los que más tienen más deseos
de Poder y podrán en un futuro traicionar fácilmente. Pero a la ves en la
guerra son sanguinarios y no tienen compasión alguna por la vida
humana, es entonces cuando pueden en batalla alcanzar un gran
numero de victorias debido a esta razón.
Capítulo XIII: Los ejércitos auxiliares, mixtos y propios (De militibus
auxiliaris mixtis).
Los soldados mercenarios fueron los que constituyeron el ejército
francés cuando expulsan a los ingleses del territorio franco, que por más
de 100 años habían estado establecidos en Francia, la unión para la
liberación consto de que todos los pobladores de Francia formaron un
gran ejército con el que fueron derrotando poco a poco a los Ingleses
hasta lograr que estos salieran de territorio franco.
Capítulo XIV: Deberes de un príncipe frente al ejército ( Quod pricipem
deceat circa militiam).
El príncipe no ha de tener otro objeto, ni abrigar otro propósito, ni
cultivar otro arte, que el que enseña, el orden y la disciplina de los
ejércitos, porque es el único que se espera ver ejercido por el que manda.
La guerra se justifica en el propósito con el que se llevo a cabo, el
príncipe tiene que pensar la situación de tal manera que solo declare la
guerra en casos necesarios o de ínteres.
Capítulo XV: Cualidades por las que los hombres, y especialmente los
príncipes, son loados o criticados (De his rebus quibus homines et
praesertim principes laudantur aut vituperantur).
Los príncipes, por hallarse colocados a mayor altura que los demás, se
distinguen por determinadas prendas personales, que provocan la
alabanza o la censura. Según el interés con el que desempeñen la función
pública.
Capítulo XVI: Liberalidad y parsimonia (De liberalitate et parsimonia).
La liberalidad es con la que un hombre se conduce en la sociedad de una
manera que empieza a formar ideales de justicia y libertad, equidad, por
lo que la mayoría de los habitantes de los principados son miserables y
un menor porcentaje son los dueños de poder, a lo que llamamos
oligarquía que es el poder de pocos en perjuicio de la gran mayoría.
Cuando alguien ejercía esta conducta debía ser sumamente cuidadoso
puesto que ese liberalismo atentaba contra el poder de los príncipes
quienes
ejercían un poder absoluto.
Capítulo XVII: Crueldad y humanidad: ¿Es mejor ser amado que ser
temido, o viceversa? (De crudelitate et pietate et an sit melius amari vel
timeri vel e contra).
Al príncipe no le conviene dejarse llevar por el temor de la infamia
inherente a la crueldad, si necesita de ella para conservar unidos a sus
gobernados e impedirles faltar a la fe que le deben, porque, con
poquísimos ejemplos de severidad, será mucho más clemente que los
que por lenidad excesiva toleran la producción de desórdenes,
acompañados de robos y de crímenes, dado que estos horrores ofenden
a todos los ciudadanos, mientras que los castigos que dimanan del jefe
de la nación no ofenden más que a un particular. Por lo demás, a un
príncipe nuevo le es dificilísimo evitar la fama de cruel, a causa de que
los Estados nuevos están llenos de peligros. Virgilio disculpa la
inhumanidad del reinado de Dido, observando que su Estado era un
Estado naciente, puesto que hace decir a aquella soberana.
Capítulo XVIII: De qué forma tiene que mantener su palabra un príncipe
(Quomodo a principibus sit servanda).
Desde que un príncipe se ve en la precisión de obrar competentemente
conforme a la índole de los brutos, los que ha de imitar son el león y la
zorra, según los casos en que se encuentre. El ejemplo del león no basta,
porque este animal no se preserva de los lazos, y la zorra sola no es
suficiente, porque no puede librarse de los lobos. Es necesario, por
consiguiente, ser zorra, para conocer los lazos, y león, para espantar a
los lobos; pero los que toman por modelo al último animal no entienden
sus intereses.
Cuando un príncipe dotado de prudencia advierte que su fidelidad a las
promesas redunda en su perjuicio, y que los motivos que le
determinaron a hacerlas no existen ya, ni puede, ni siquiera debe
guardarlas, a no ser que consienta en perderse. Y obsérvese que, si todos
los hombres fuesen buenos, este precepto sería detestable. Pero, como
son malos, y no observarían su fe respecto del príncipe, si de incumplirla
se presentara la ocasión, tampoco el príncipe está obligado a cumplir la
suya, si a ello se viese forzado. Nunca faltan razones legítimas a un
príncipe para cohonestar la inobservancia de sus promesas,
inobservancia autorizada en algún modo por infinidad de ejemplos
demostrativos de que se han concluido muchos felices tratados de paz,
y se han anulado muchos empeños funestos, por la sola infidelidad de
los príncipes a su palabra. El que mejor supo obrar como zorra, tuvo
mejor acierto.
Capítulo XIX: Como evitar el desprecio y el odio (De contemptu et odio
fugiendo).
Un príncipe cae en el menosprecio cuando pasa por variable, ligero,
afeminado, pusilánime e irresoluto. Ponga, pues, sumo cuidado en
preservarse de semejante reputación como de un escollo, e ingéniese
para que en sus actos se advierta constancia, gravedad, virilidad,
valentía y decisión. Cuando pronuncie juicio sobre las tramas de sus
súbditos, determínese a que sea irrevocable su sentencia. Finalmente, es
preciso que los mantenga en una tal opinión de su perspicacia, que
ninguno de ellos abrigue el pensamiento de engañarle o de envolverle
en intrigas. El príncipe logrará esto, si es muy estimado, pues
difícilmente se conspira contra el que goza de mucha estimación. Los
extranjeros, por otra parte, no le atacan con gusto, con tal, empero, que
sea un excelente príncipe, y que le veneren sus gobernados. Dos cosas
ha de temer el príncipe son a saber: 1) en el interior de su Estado, alguna
rebelión de sus súbditos; 2) en el exterior, un ataque de alguna potencia
vecina. Se preservará del segundo temor con buenas armas, y, sobre
todo, con buenas alianzas, que logrará siempre con buenas armas. Ahora
bien: cuando los conflictos exteriores están obstruidos, lo están también
los interiores, a menos que los haya provocado ya una conjura. Pero,
aunque se manifestara exteriormente cualquier tempestad contra el
príncipe que interiormente tiene bien arreglados sus asuntos, si ha
vivido según le he aconsejado, y si no le abandonan sus súbditos,
resistirá todos los ataques foráneos, como hemos visto que hizo Nabis,
el rey lacedemonio.
Capítulo XX: Utilidad o inutilidad de las fortalezas y de muchas otras
medidas que los príncipes toman cotidianamente (An arces et multa alia
quae cotidie a principibus fiunt utilia an inutilia sint).
Cuando el príncipe desarma a sus súbditos, empieza ofendiéndoles,
puesto que manifiesta que desconfía de ellos, y que les sospecha capaces
de cobardía o de poca fidelidad. Una u otra de ambas opiniones que le
supongan contra sí mismos engendrará el odio hacia él en sus almas.
Como no puede permanecer desarmado, está obligado a valerse de la
tropa mercenaria, cuyos inconvenientes he dado a conocer. Pero,
aunque esa tropa fuera buena, no puede serlo bastante para defender al
príncipe a la vez de los enemigos poderosos que tenga por de fuera, y de
aquellos gobernados que le causen sobresalto en lo interior. Por esto,
como ya dije, todo príncipe nuevo en su soberanía nueva se formó
siempre una tropa suya. Nuestras historias presentan innumerables
ejemplos de ello.
Capítulo XXI: Que debe hacer un príncipe para ser estimado (Quid
prinicipem deceat ut egregius habeatur).
El príncipe debe considerarse con una gran estimación a un príncipe que
las grandes empresas y las acciones raras y maravillosas. De ello nos
presenta nuestra edad un admirable ejemplo en Fernando V, rey de
Aragón y actualmente monarca de España. Podemos mirarle casi como
a un príncipe nuevo, porque, de rey débil que era, llegó a ser el primer
monarca de la cristiandad, por su fama y por su gloria. Pues bien: si
consideramos sus empresas las hallaremos todas sumamente grandes,
y aún algunas nos parecerán extraordinarias. Al comenzar a reinar,
asaltó el reino de Granada, y esta empresa sirvió de punto de partida a
su grandeza. Por de contado, la había iniciado sin temor a hallar
estorbos que se la obstruyesen, por cuanto su primer cuidado había sido
tener ocupado en aquella guerra el ánimo de los nobles de Castilla.
Haciéndoles pensar incesantemente en ella, les distraía de cavilar y
maquinar innovaciones durante ese tiempo, y por tal arte adquiría sobre
ellos, sin que lo echasen de ver, mucho dominio, y se proporcionaba
suma estimación. Pudo en seguida, con el dinero de la Iglesia y de los
pueblos, sostener ejércitos, y formarse, por medio de guerra tan larga,
buenas tropas, lo que redundó en pro de su celebridad como capitán.
Además, alegando siempre el pretexto de la religión, para poder llevar a
efecto mayores hazañas, recurrió al expediente de una crueldad devota,
y expulsó a los moros de su reino, que quedó así libre de su presencia.
No cabe imaginar nada más cruel y a la vez más extraordinario que lo
que ejecutó en ocasión semejante. Después, bajo la misma capa de
religión, se dirigió contra África, emprendió la conquista de Italia, y
acaba de atacar recientemente a Francia. Concertó de continuo grandes
cosas, que llenaron de admiración a sus pueblos, y que conservaron su
espíritu preocupado por las consecuencias que podían traer. Hasta hizo
seguir unas empresas de otras de gran tamaño, que no dejaron tiempo a
sus gobernados ni siquiera para respirar, cuanto menos para urdir
trama alguna contra él.
Capítulo XXII: Los consejeros del príncipe (De his quos a secretis
principes habent).
Para los príncipes la buena elección de sus ministros, los cuales buenos
o malos, según la prudencia usada en dicha elección. El primer juicio que
formamos sobre un príncipe y sobre sus dotes espirituales, no es más
que una conjetura, pero lleva siempre por base la reputación de los
hombres de que se rodea. Si manifiestan suficiente capacidad y se
muestran fieles al príncipe tendremos a éste por prudente puesto que
supo conocerlos bien, y mantenerlos adictos a su persona. Si, por el
contrario, reúnen condiciones opuestas, formaremos sobre él un juicio
poco favorable, por haber comenzado su reinado con una grave falta,
escogiéndolos así.
Capítulo XXIII: Cómo evitar a los aduladores (Quomodo adulatores sint
fugiendi).
Si un príncipe debe pedir consejos sobre todos los asuntos, no debe
recibirlos cuando a sus consejeros les agrade, y hasta debe quitarles la
gana de aconsejarle sobre negocio ninguno, a no ser que él lo solicite.
Pero debe con frecuencia, y sobre todos los negocios, oír pacientemente
y sin desazonarse la verdad acerca de las preguntas que haya hecho, sin
que motivo alguno de respeto sirva de estorbo para que se la digan. Los
que piensan que un príncipe, si se hace estimar por su prudencia, no la
debe a sí mismo, sino a la sabiduría de los consejeros que le circundan,
se engañan en la mitad del justo precio. Para juzgar de esto hay una regla
general, que nunca induce al error, y es que un príncipe que no es
prudente de suyo no puede aconsejarse bien, a menos que por
casualidad dispusiera de un hombre excepcional y habilísimo que le
gobernara en todo. Pero en tal caso la buena gobernación del príncipe
no duraría mucho, porque su conductor se encargaría de quitarle en
breve tiempo su Estado. En cuanto al príncipe que consulta con muchos
y que carece él mismo de la prudencia necesaria no recibirá jamás
pareceres que concuerden, no sabrá corregirlos por si mismo ni aun
echará de ver que cada uno de sus consejeros piensa en sus personales
intereses nada más. No existe posibilidad de hallar dispuestos de otra
manera a los ministros, porque los hombres son siempre malos, a no ser
que se les obligue por la fuerza a ser buenos. De donde concluyo que
conviene que los buenos consejos, de cualquier parte que vengan,
dimanen, en definitiva, de la prudencia del propio príncipe y que no se
funden en si mismos
como tales.
Capítulo XXIV: Por qué los príncipes de Italia han perdido sus reinos (Cur
Italiae principes regnum amiserunt).
El príncipe nuevo que siga con prudencia las reglas que acabo de
exponer adquirirá la consistencia de uno antiguo y alcanzará en muy
poco tiempo más seguridad en su Estado que si llevara un siglo en
posesión suya. Siendo un príncipe nuevo mucho más cauto en sus
acciones que otro hereditario, si lasjuzgan grandes y magnánimas sus
súbditos, se atrae mejor el afecto de éstos que un soberano de sangre
inmemorial esclarecida, porque se ganan los hombres mucho menos con
las cosas pasadas que con las presentes. Cuando hallan su provecho en
éstas, a ellas se reducen, sin buscar nada en otra parte. Con mayor
motivo abrazan la causa de un nuevo príncipe o si éste no cae en falta en
lo restante de su conducta. Así obtendrá una doble gloria: la de haber
originado una soberanía y la de haberla corroborado y consolidado con
buenas armas, buenas leyes, buenos ejemplos y buenos amigos.
Obtendrá, por lo contrario, una doble afrenta el que, habiendo nacido
príncipe, haya perdido su Estado
por su poca prudencia.
Capítulo XXV: Cuál es el poder de la fortuna en las cosas humanas y cómo
hacerle frente.
Refiriéndome ahora a casos más concretos, digo que cierto príncipe que
prosperaba ayer se encuentra caído hoy, sin que por ello haya cambiado
de carácter ni de cualidades. Esto dimana, a mi entender, de las causas
que antes explané con extensión al insinuar que el príncipe que no se
apoya más que en la fortuna cae según que ella varia. Creo también que
es dichoso aquel cuyo modo de proceder se halla en armonía con la
índole de las circunstancias, y que no puede menos de ser desgraciado
aquel cuya conducta está en discordancia con los tiempos. Se ve, en
efecto, que los hombres, en las acciones que los conducen al fin que cada
uno se propone, proceden diversamente; uno con circunspección, otro
con impetuosidad; uno con maña, otro con violencia; uno con paciente
astucia, otro con contraria disposición; y cada uno, sin embargo, puede
conseguir el mismo fin por medios tan diferentes. Se ve también que, de
dos hombres moderados, uno logra su fin, otro no; y que dos hombres,
uno ecuánime, otro aturdido, logran igual acierto con dos expedientes
distintos, pero análogos a la diversidad de sus respectivos genios. Lo
cual no proviene de otra cosa más que de la calidad de las circunstancias
y de los tiempos, que concuerdan o no con su modo de obrar.
Capítulo XXVI: Exhortación a tomar Italia y liberarla de los bárbaros
(Exhoratio ad capessendam Italiam in libertatemque a barbaris
vindicandam).
Fuera de estos socorros, sucesos extraordinarios y sin ejemplo parecen
dirigidos patentemente por Dios mismo. El mar se abrió, la nube os
mostró el camino, la peña abasteció de agua, el maná cayó del cielo. Todo
concurre al acrecentamiento de vuestra grandeza, y lo demás debe ser
obra propia vuestra. Dios no quiere hacerlo todo, para no privarnos de
nuestro libre albedrío ni quitarnos una parte de la obra que en nuestro
bien redundará. No es sorprendente que hasta la hora de ahora ninguno
de cuantos italianos he citado haya sido capaz de llevar a cumplido
término lo que cabe esperar de vuestra esclarecida estirpe. Si en las
numerosas revoluciones de nuestro país y en tantas maniobras
guerreras pareció siempre que se había extinguido la antigua virtud
militar de los italianos, provenía esto de que no eran buenas sus
instituciones y de no haber nadie que supiera inventar otras nuevas.
Nada honra tanto a un hombre recién elevado al dominio político como
las nuevas instituciones por él ideadas, las cuales, si se basan en buenos
fundamentos y llevan algo grande en sí mismas, le hacen digno de
respeto y de admiración.

Você também pode gostar