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En este sentido, en el presente trabajo, se concuerda con Kemmis (1990 en Vain, 2011)
al entender que la educación como práctica social está “construida desde lo singular, lo
social, lo histórico y lo político”. Del mismo modo, siguiendo la corriente de la
pedagogía crítica y sus antecedentes, se entiende que el sistema educativo responde al
momento histórico de un país o nación, es decir se articula con las dimensiones
económicas, religiosas, de organización política, desarrollo de las ciencias de una
sociedad en un tiempo y espacio determinado.
De allí que se recate la concepción propuesta por Althusser (1988 en Vain 2011) de la
educación como parte del aparato ideológico del Estado, donde la escuela es
herramienta productora de sujetos sociales ajustados a la necesidad de un sistema social
establecido en función de una clase dominante que detenta el poder.
En la misma línea se retoman las nociones de Pierre Bourdieu (1997 en Ávila, 2004:
160-161) cuando indica que el espacio social es un campo de lucha por la conservación
o transformación de la estructura social. Estructura que se reproduce mediante
estrategias de clase, entendiendo a la educación como una de ellas, ya que reproduce el
ethos de la clase dominante, impone pautas de autoridad, legitima las jerarquías sociales
naturalizando las relaciones sociales (Bourdieu y Passeron, 1973 en Ávila, 2004: 161-
162) De este modo se conforma el arbitrario cultural, que es transmitido y reproducido
mediante el sistema educativo. Este arbitrario es internalizado en el sujeto a través del
habitus, la estructura social adquirida e internalizada como resultado de la posición
estable y duradera dentro del campo social, que limita, sugiere el pensamiento y
elección de acción del sujeto. Este mecanismo está presente en nuestras prácticas
diarias, aunque no de manera consciente. (Bourdieu, 1997 en Ávila, 2004: 160-161)
Se coincide aquí con lo explicitado por Pablo Vain (2011) cuando indica que:
Se comparte en este trabajo el planteo de Vain al indicar que en los rituales escolares es
donde podemos identificar este ejercicio del poder en la práctica educativa cotidiana, ya
que
“... los rituales son prácticas que intentan reproducir la estructura social a
través de la reproducción de la ideología dominante; (...) Aquello que el
ritual remarca es un elemento significativo de una cultura determinada (...)
los rituales hacen posible la generación de sentidos, son productores de
representaciones y las representaciones orientan la formación de los
habitus.” (Vain, 2011)
Así, por ejemplo, se puede observar esto que indicamos en las escenas de la película La
Mirada Invisible, de Diego Lerman, cuando al minuto 1:49 se inicia una marcha de una
preceptora con sus libros, seguida prolija y ordenadamente por alumnos de una
institución educativa, en completo silencio, con miradas al frente o al piso, en completa
sincronización, lo que nos da la pauta de un ejercicio cotidiano de este ritual, donde se
ha incorporado el habitus del orden y sometimiento a un estricto ritmo de inicio escolar,
marcado también por el ritmo de los tiempos delimitado a través del uso del timbre para
indicar el momento de ingreso al aula. De la misma manera se observa en el minuto
5:30 cuando para dar lugar al profesor y el inicio de la clase, la profesora ordena
ponerse de pie para el saludo.
Se habla aquí de una historia que se enmarca en una sociedad signada por la época del
proceso de la dictadura cívico-militar, donde el orden y la disciplina eran de los valores
más ponderados, por lo que su aplicación y transmisión en la escuela era no solo un
ritual sino una exigencia. Esto se trasluce también en la escena del minuto 4:11 cuando
los alumnos llegan a la puerta del aula, donde espera el prefecto, solicita tomen
distancia y ante la situación, que podemos indicar hoy como normal, de un alumno que
apoya su mano en el hombro del compañero, quien llama la atención de esta
“anormalidad en la conducta” es la preceptora, solamente luego de la indicación y
exigencia por parte del prefecto, quien la expone y obliga a “corregir y encauzar la
conducta del alumno”.