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La frase es de Gustavo Petro y hace parte de la respuesta que el excandidato a la Presidencia de la

República le dio al senador uribista José Obdulio Gaviria con respecto al concepto “amarrado” con
el que el señor intentó definir la democracia. Más allá del significado genérico que los griegos le
atribuyeron a este sistema político, se insertan otros menos sutiles e igualmente importantes al
momento de darle color a ese mapa del “derecho al voto”. Un sistema democrático está más allá
del papel y de las posiciones políticas de los individuos que componen la sociedad. La pregunta “qué
tan democrática es la democracia” no fue formulada por un prestigioso filósofo sino por un joven
estudiante de economía.

Asegurar que Colombia es una Nación democrática porque cada cuatro años se convocan elecciones
no es, en sí misma, una definición amplia del concepto sino una parte muy pequeña de la unidad.
No puede hablarse de democracia cuando 30 millones de personas de los 48 que tiene el país (según
el DANE) viven en la pobreza y un poco más de la mitad sobrevive con un salario que está por debajo
del mínimo establecido. No puede hablarse de democracia cuando el 90 por ciento de los ingresos
económicos de una nación recae en una minoría que solo representa un diez por ciento de la
población.

Cuando quince mil niños mueren de hambre y enfermedades prevenibles cada año, según los
resultados de un informe publicado por el Centro de Estudios sobre Desarrollo Económico (Cede)
de la Universidad de los Andes, el concepto de democracia tambalea porque uno de los tantos
deberes de un Estado social de derecho es la preservación de la vida y el cuidado de sus ciudadanos.
Pero el asunto se complejiza cuando la ausencia del Estado en extensas regiones del país deja como
resultado el ejercicio macabro de la “limpieza social” y la muerte selectiva de un amplio número de
líderes sociales y defensores de los derechos humanos.

Los 300.000 muertos que referencia el excandidato presidencial Gustavo Petro, producto de la
violencia desatada en los años 50 y 60 son, en términos retóricos, la punta del iceberg, pues al
pensar que un gran porcentaje de esos cadáveres fue propiciado por agentes activos del Estado,
resultaría muy grave definir ese hecho como un acto democrático. Para que la democracia sea
democrática se necesitaría, entre otros hechos relevantes que la definen, que los más de un millón
doscientos mil niños que hoy trabajan empleados en cualquier actividad (legal o no) regresen a las
aulas. Que los salarios de las mujeres sean (sin diferenciación de ninguna índole) igual al de los
hombres. Que cada colombiano (sin distinción) tenga un techo digno donde cobijarse. Que la
educación pública superior sea gratis. Que el salario básico supere el millón de pesos. Que el Estado
preserve la vida y la honra de sus ciudadanos y que la dictadura de las minorías (representada en
ese diez por ciento de colombianos que ostentan el poder y los recursos) haga posible el desarrollo
de los que no tienen nada.

Pero esto, señores, es soñar despierto, pues el objetivo del poder es acumular más poder sin
importar quiénes sucumben a sus pies. Es ahí donde surge la pregunta cuál es la definición que el
senador en mención le da a ese concepto (políticamente mal interpretado) de democracia.

Por lo que se puede decir, que es una forma de gobierno del Estado donde el poder es ejercido por
los ciudadanos, mediante mecanismos legítimos de participación en la toma de decisiones
políticas[1];la cual puede ser participativa y/o representativa.
La primera se refiere cuando los ciudadanos toman las decisiones directamente a través del voto
directo, mediante diferentes mecanismos como son plebiscito, referéndum, iniciativa popular o
ciudadana[2].

Y la segunda, el pueblo en elecciones periódicas eligen por voto popular a sus representantes,
quienes tomarán las decisiones teniendo en cuenta la voluntad y el beneficio de sus conciudadanos.

La democracia cuenta con unas características claras y precisas que la diferencia de otras formas de
gobiernos, como son:

Existencia de partidos o movimientos políticos.

Estos tienen unos principios, valores e ideología, que definen y dirigen la conducta y el actuar de sus
miembros, lo que constituye una garantía para los votantes debido que es una característica
esencial de la misma.

Además, sus miembros por obligación moral y ética analizan e identifican las problemáticas sociales
de sus electores y del país en general con el objetivo de presentar políticas públicas que generen
bienestar social a sus ciudadanos. Por consiguiente, tienen un desarrollo de modo bidireccional. Por
un lado, atendiendo a la interacción entre el partido o movimiento político y los representados y
por otro, a la interacción entre el partido o movimiento político y el Estado[3].

El derecho a elegir y ser elegidos, derecho a la igualdad.

El poder político es ejercido por los ciudadanos, no los partidos y/o movimientos políticos y sus
miembros.

Tienen constituciónque limita los diversos poderes y controla el funcionamiento formal del
gobierno, y constituye de esta manera un Estado de derecho.

Libertad de prensa, así como acceso a fuentes de información alternativa a las propias del gobierno
que garanticen el derecho a la información de los ciudadanos.

Relación inversa entre democracia y pobreza.

En contraste en Colombia se presentan los siguientes hechos:

Los partidos o movimientos políticos tienen ideología de papel.

Impera el pensamiento de sus miembros o del dirigente de turno, por encima de los intereses de la
base, distorsionando la representación de las demandas de sus electores, lo importante para ellos
es llegar y/o mantenerse en el poder para enriquecerse, a como dé lugar. Lo anterior lo han
denominado ley de bancada y han creado la lista cerrada, para concentrar mucho más el poder en
los dirigentes de estos.

Sus miembros y dirigentes no conocen o no comparten su ideología y principios, están en ellos


porque consideran que hay probabilidades de llegar al poder o porque consiguen el aval para aspirar
a un cargo público, en contraprestación de favores pasado-futuros o por dinero que negocian entre
los dirigentes de estas organizaciones y el aspirante. En nuestro país, da lo mismo ser hoy de un
partido o movimiento y mañana de otro y pasado de otro y así sucesivamente, sin importarle su
ideología.
A pesar del tiempo, las palabras de Carl Schmitt siguen vigentes, el Estado de partidos implica que
las principales decisiones políticas no son tomadas en el parlamento mediante el ejercicio de la
razón y el debate de las ideas, sino por los dirigentes del partido, que obligan a sus diputados y
demás funcionarios de elección popular a seguir los mandatos de éste[4].

No hay igualdad de oportunidades para la participación en la vida política

En los partidos o movimientos políticos, no hay democratización interna; Siendo la permanencia en


el poder, el principal insumo de la corrupción. En los cargos gubernamentales o legislativo,
encontramos politiqueros con más de 40 años a título personal, familiar o en cuerpo ajeno con los
mismos vicios a pesar de los escándalos de corrupción.

Lo anterior hace recordar a Robert Michaels con su famosa ley de hierro de la oligarquía, la cual fue
expuesta a principio del siglo xx, que alude a la burocratización del partido y a la ausencia de
democracia interna en su seno, lo que constituye, entre otras cosas, una de las razones del
descrédito moderno de los partidos y de la llamada crisis de estos[5].

Los representantes son los que tienen el poder y no el constituyente primario

En diferentes medios de comunicación colombianos, el expresidente del Congreso, Roy Barreras,


del partido de la U, ha recalcado que hay un fenómeno mundial de desprestigio de los legislativos:
“Está de moda patear al Congreso, como un balón viejo. Pero todos deben recordar que sin balón
no hay partido y sin Congreso no hay democracia”.[6] Se notan los cínicos y prepotentes que son los
politiqueros, que se han enriquecido con los auxilios parlamentarios o mermeladas entre otras
dádivas entregadas por el ejecutivo con los objetivos de ser respaldado por las bancadas de los
partidos en el congreso y evadir sus funciones de representación del interés del pueblo, ejercer
control político y judicial a los altos funcionarios del Estado por responsabilidades políticas entre
otras.

El desprestigio que tiene esta corporación no es gratis ni es inventada, se debe a sus actos en contra
de los principios fundamentales de la democracia donde el poder de los gobernantes emana de los
gobernados, es decir, de los ciudadanos y no de los gobernantes ni sus financiadores de campaña,
como es el caso de este honorable senador que ha sido financiado por Empresas Promotoras de
Salud[7], el cual legislará a favor de sus financiadores y en detrimento de la salud de los
colombianos.

No hay equilibrio de poderes

En un estado de derecho democrático los órganos jurisdiccionales son autónomos frente al


gobierno, sin embargo, en nuestro país los partidos o movimientos políticos que hagan parte de la
coalición mayoritaria de gobierno inciden sobre los nombramientos del Contralor General de la
República, Procurador General de la Nación, Fiscal General, Magistrados de la Corte Constitucional
y de la Sala Jurisdiccional Disciplinaria del Consejo Superior de la Judicatura, Defensor del Pueblo y
ministros. De igual manera, este proceso se ve reflejado en los departamentos y municipios en
donde tienen su propia jurisdicción.

Esta función electoral del Congreso (Asamblea y concejos) hace que se pierda la autonomía sobre
los entes de control y por ende el equilibrio de poderes, debido que se presenta tráfico de influencia,
violando el principio de imparcialidad, donde los elegidos quedan a disposición de sus electores, a
quienes deben satisfacer sus necesidades en retribución al favor recibido.

Como las entidades de control no funcionan, ha producido una crisis institucional, en donde los
funcionarios públicos abusan de su poder, apareciendo consigo la corrupción y la inmoralidad,
alejándonos a un más de ser un país democrático.

Además, encontramos que los jefes de los diferentes entes de control se rotan los cargos; han
ocupado cargos gubernamentales a nombre de un partido o movimiento político; son familiares de
los funcionarios de los entes gubernamentales y/o legislativo o han sido legisladores,
manifestándose que no hay democracia ni siquiera en estas entidades.

No hay libertad de prensa.

Muchos medios de comunicación y periodistas son manejados por el gobierno de turno, y los que
no están con él, son perseguidos políticos y hasta son echados de su trabajo, le cierran su programa
o son asesinados.

Colombia es uno de los primeros países más pobres y desigual que hay en Latinoamérica.

Las políticas públicas benefician a las personas ricas, como es el caso de las pensiones, donde el
Estado le quita a los pobres para darle a los ricos. Las reformas tributarias que se han inventado,
hacen pobre a la clase media y miserable a los pobres. Los politiqueros son dueños o socios de
empresas que hacen negocios muy lucrativos con el Estado o utilizan el presupuesto de la nación a
favor de ellos. Los billones de pesos que fueron a parar a las arcas de los terratenientes, congresistas,
fiscales, magistrados entre otros y no en el bienestar de los campesinos o los ciudadanos de bien.
Lo anterior, hace que los colombianos cada día sean más pobres.

Por lo anterior, en Colombia no hay y nunca ha habido democracia, siempre ha existido


partidocracia; peor aún, son las mismas con los mismos.

Los partidos o movimientos se adueñan de las instituciones del Estado, de manera perversa y
clientelista. Por ende, la corrupción no es la causa de los males de los colombianos, como nos lo
quieren hacer creer; es la consecuencia de la ineficiencia de los entes de control en su función,
siendo el resultado la crisis institucional.

En Colombia se necesita urgentes reformas estructurales en la administración de la justicia,


ministerio público, gobierno y al congreso, promovida y elaborada por los ciudadanos a través de
mecanismo de participación. En el caso de no lograrse lo anterior, propongo una segunda opción,
eliminar los entes de control, los cuales son inoperantes, clientelistas y burocráticos, y proponer una
comisión internacional contra la corrupción. Una tercera opción es la pena de muerte a los
corruptos, con el objetivo de construir un país verdaderamente democrático con un futuro
próspero, de lo contrario, seguirán enriqueciéndose los dirigentes de los partidos o movimientos
políticos, sus compinches y sus familias, que solo piensan en llenar sus arcas a costa de los pendejos
que los elegimos.

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