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Capitulo II

El estudio del
discurso político

Hasta ahora hemos empleado el término “palabra” y no “discurso”


para referirnos a los hechos del lenguaje que aparecen en el campo
político. Este término no debe tomarse en el sentido dado por
Saussure como hecho individual de lenguaje opuesto a la lengua
como hecho social. Toda palabra política es evidentemente, por
definición, un hecho social. No será necesario entender la palabra
como referente a los solos actos de producción oral, un escrito
político relevante de una palabra política. “palabra” ha sido
empleada con un sentido genérico, aquel que uno encuentra en un
número de escritos de filósofos, de semióticos y de lingüistas. El
empleo relativamente vago, además, que remite tanto a los efectos
pragmáticos del empleo del lenguaje, como se lo entiende en la
denominación de “actos de habla”, tanto a sus efectos psicológicos y
sociales (como se lo entiende en las expresiones “una palabra
terrorista”, “una palabra seductora”, “una palabra legítima”, “una
palabra cerrada y determinada” o “no tener sino una palabra”). Se
trata de circunscribir en una primera medida uno de los numerosos
dominios del empleo del lenguaje en relación con una práctica social,
sin entrar en el detalle de su organización. Hablar ahora de
“discurso político”, es intentar definir una forma de organización del
lenguaje en su uso y en sus efectos psicológicos y sociales, al interior
de un cierto campo de prácticas. Se trata así de un objeto de estudio
que está en el centro de diversas disciplinas.

1. Juegos de análisis diversos

El análisis del discurso político comparte ciertos puntos de vista y


ciertas nociones tanto con la filosofía política como con las ciencias
políticas, pero se diferencia de ellas por su finalidad.

La filosofía política
La filosofía política (o la filosofía de la política) se pregunta sobre los
fundamentos del pensamiento político y las categorías que la
componen1.

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Parece que lo que justifica este lugar de reflexión, sea una


interrogación permanente sobre los modelos de organización de la
sociedad. Esta es considerada como un cuerpo de individuos en
donde las relaciones deben estar ordenadas en el nombre de un
idealismo del bien y de la justicia, lo que abre un espacio de reflexión
colectiva sobre la ética que tiene que responder la pregunta
lancinante de: “¿Cuál es el mejor régimen de gobierno?”.
Correlativamente, la interrogación se refiere a: “¿Quién hace que?”
en esta organización social. Lo que conduce a pensar en términos de
estructuras jerarquizadas, y así, a fin de cuentas, a pensar el tipo de
relación que debe instaurarse entre un gobernante poderoso- El
Estado- y el resto de la sociedad- la ciudadanía. Es aquí en donde se
genera la doble pregunta sobre la soberanía y la legitimidad, aunque
se sepa que esta ella ha dado balance, según las épocas y las
culturas, entre la soberanía monárquica, la soberanía popular
estatizada (socialismo de estado) – antes de una tentativa de
respuesta radical de la soberanía única por el anarquismo -,
soberanía del pueblo citadino (democracia) y soberanía de mercado
(liberalismo y manipulación de masas). La pregunta sobre
legitimidad de formas de gobierno ha centrado hace mucho tiempo el
debate filosófico sobre la cuestión del poder, y correlativamente
sobre la justicia y el derecho: ¿qué justicia suprema pudiese tratar a
los hombres y mujeres según sus derechos, y luego cuáles derechos
para que los hombres y mujeres vivan en sociedad al amparo de
fuerzas divinas o mágicas ( construidas por saberes dogmaticos),
fuerzas biológicas ( construidas por saberes científicos) y fuerzas
irracionales de la naturaleza (percibidas por la experiencia)? Estas
interrogaciones han abierto hace tiempo un espacio de reflexión y de
teorización jurídica2. La filosofía política, como toda filosofía busca
“pensar el pensamiento”3 tiene por objeto las diferentes formas
posibles de la racionalidad política.

La Ciencia Política

La ciencia política (o la ciencia de la política), se ha interrogado


menos sobre el fundamento de un tipo de pensamiento que sobre la
acción política misma, en relación con sus finalidades pragmáticas y
sus efectos. Esta disciplina se encuentra en un punto de encuentro
disciplinario entre la historia, la sociología, la antropología social y la
1
Badiou mismo va a decir que “todo el problema radica en pensar el pensamiento
como pensamiento y no como objeto” ; o aún “pensar lo que es pensado en el
pensamiento, y no “lo que” [el objeto] el pensamiento piensa” (1998, p. 36)
2
Que culmina tal vez con Teoría de la Justicia del filosofo americano J. Rawls, 1971.
3
A. Badiou (1998, p. 110).
filosofía política. Ella busca poner en evidencia las normas que se
instauran como principios de gobierno, a revelar las razones que las
instituyen, y a medir los efectos sobre el estado de las sociedades.
Así son estudiados los comportamientos de los actores políticos en
función de su identidad y de sus relaciones, los procesos que
conducen a reacciones y escogencias en frente de la aparición de
hechos sociales, tales como la inmigración o el desempleo, el juego
de la manipulación de masas que se acompaña de la puesta

-25-

en escena de doctrinas. Estos estudios tienen en perspectiva la


esperanza de dominar no sólo las lecciones sino también las
previsiones.

Por lo tanto, esta disciplina, al igual que la sociología, ha sido


solicitada por diferentes instancias del mundo político para dar luz a
los mecanismos que presiden los movimientos de la opinión y que
significan el fracaso o el éxito de los políticos. Esto ha dado lugar a
diferentes tipos de estudio. Los unos, relativamente ingenuos,
recuperados por el mercado político, consistentes en describir
técnicas de influencia a través de modos de expresión (entonación,
gesto, vestido) o el empleo de palabras como: “matar” al adversario o
seducir la opinión. Estos estudios de mercadeo, por lo tanto traídos
con gran énfasis de sondeos y de pruebas a lado de paneles de
población, fueron desacreditadas por los científicos que veían,
esencialmente, una razón de justificar una nueva materia de consejo
en comunicación. Debemos recordar, por ejemplo, “la regla de las 4
C” (ser claro, breve, coherente y veraz), o aquellos que tienen que
ver con la rapidez de la elocución y la escogencia de las palabras (en
una cierta época, estas palabras debieron ser parte del “francés
fundamental”), todas las cosas que prevalecen aún ahora para hablar
en la radio o en la televisión y constituyen lo que los expertos de
comunicación llaman “retratos estilísticos”4. Otros estudios más
serios consisten en observar en la ayuda de tratamientos estadísticos
exhaustivos las maneras de hablar a los políticos (sobre todo
apoyándose en extractos de vocabulario) para poner en evidencia, no
sólo retratos estadísticos, sino las ideas, el pensamiento y la
ideología de aquellos5. Estos estudios proveen resultados ambiguos.
En efecto, se revelan efectivamente características discursivas
propias de diferentes personalidades o familias políticas (aunque la
distinción entre las dos no se opere frecuentemente), a partir de lo
que son hechos de hipótesis sobre los tipos de pensamiento político.
Pero se olvida que el mundo político ha aprendido a servirse de
medios modernos de difusión de la palabra política (prensa, radio,
televisión) en donde una de las características principales es
dirigirse a una opinión que es a la vez informada y múltiple y que es
4
Método iniciado en Francia por B. Cathalat (1986).
5
Ver con respecto a esto, el estudio consagrado a J.-M. Le Pen por Maryse
Souchard et alii (1997).
necesario evitar se devuelva en su contra. Se sigue gran prudencia
en la escogencia de las palabras, una estrategia del empleo de
formulas vagas susceptibles de agradar al mayor número o una
estrategia de banalización del vocabulario, ver el empleo del
vocabulario del partido adverso. Esto se verifica retomando los
grandes momentos políticos cara a cara (Mitterrand/Giscard
d’Estaing en 1981, Chirac/Miterrand en 1988, Jospin/Chirac en
1995)6, a falta de una mejor contextualización estos estudios han
concluido en una similitud de vocabulario empleado por los dos
adversarios políticos. Pero sobre todo, este género de estudios se
tropieza

-26-

con la objeción presentada por Pêcheux en los años 1980, cuando se


sabe que el sentido de las palabras depende de cierta “pre
construcción”, es decir, de universos de discurso ya constituidos y
presentes debido a la proliferación de la palabra política, lo que debe
prohibir la interpretación de las palabras sin llevarlas a su
“interdiscursividad”7, que las sobre determina. La toma en cuenta
de esta interdiscursividad mostrará que en una cierta época (años
1970), las palabras estaban cargadas de pre construcciones
ideológicas particulares, fuertemente marcadas en el sentido de una
participación derechista/izquierdista, mientras que en el presente
esta pre construcción es de una ideología que abole los anclajes del
pasado y pone de manifiesto los valores universales (por ejemplo, la
“seguridad de los pueblos”).

La Historia

La historia, siempre se ha interesado en reconstruir los hechos


políticos del pasado, y ha intentado construir explicaciones sobre las
causas y las consecuencias de esos hechos. La historia hace esto
mediante el método probado de tratamiento de archivos, de la puesta
en correlación de hechos y de análisis de contenidos temáticos. En
los años 1970, se le ha reprochado a la historia concentrase
exclusivamente en las fuentes, los hechos y la temática vehiculada
por los textos y de no tener en cuenta las condiciones de producción
de esos textos que habrían licenciado una mirada crítica sobre estos.

Podemos recordar la polémica desatada a principios de los años 1980


entre historiadores y analistas del discurso, los primeros
reprochaban a los segundos de utilizar un martillo para matar una
mosca, lo que Pêcheux señaló, con cierta violencia: “Según el lugar
que el análisis del discurso se atribuye en relación a su falta, es el
6
C. Le Bart recuerda algunos de estos casos en El Discurso Político (1998)
7
Para este concepto, ver el diccionario de análisis del discurso en la entrada
“Interdiscurso”., Le Seuil, Paris , 2002.
fantasma de la objetividad minuciosa( consistente literalmente a
hacerse el imbécil, impidiéndose pensar en el sentido bajo la
textualidad) o la de la posición partidaria científicamente sustentada
(tendiente a tratar a los indígenas de la política como a imbéciles)
que toman la ventaja alternativamente”8. Esta polémica ha tenido
menos el mérito de hacer tomar conciencia de la diferencia que
podría haber entre análisis del discurso y análisis de contenido. Pero
no debemos olvidar que el peso de la “nueva historia”, de una
historia interpretativa que se interesa en las mentalidades, en los
comportamientos y en las representaciones de los pueblos según las
épocas (sufrimiento, educación, niños, propiedad, etc.) 9 ha aportado
un enfoque nuevo sobre los hechos políticos, sociales, culturales y las
civilizaciones.

-27-

Análisis del discurso político

El análisis del discurso, contrariamente a las disciplinas precedentes,


no se interroga ni sobre la fundación de la racionalidad política, ni
sobre los mecanismos que producen tal o cual comportamiento
político ni sobre las explicaciones causales, sino sobre el discurso
que hace posible tanto la emergencia de una racionalidad política
como la regulación de los hechos políticos.

El análisis del discurso se desarrolló en Francia sobre un corpus


específicamente político. Las nociones nuevas como las de
enunciación, corpus de texto (y no solamente de frases), contextos,
condiciones de producción han permitido a los estudios lingüísticos
descubrir y determinar un nuevo campo de análisis de lengua que no
se remite más a la lengua, al estudio de los sistemas de la lengua,
pero si al discurso, es decir a los actos de habla que circulan en el
mundo social y que son en si mismos testimonios de lo que son los
universos del pensamiento y de los valores que se imponen en un
tiempo histórico dado. El análisis del discurso político, ha apelado al
comienzo del “materialismo histórico” y de una “teoría de las
ideologías” tal como fue definido por Althusser10. El análisis del
discurso político se ha apropiado enseguida, a partir de un trabajo
crítico11, el concepto de “formación discursiva” propuesta por
8
“El extraño Espejo del análisis del discurso”, Lenguajes No. 62, Larousse, Paris,
1986.
9
Ver los escritos de los historiadores, A. Prost (1996) y G. Duby (1991).
10
“Ideología y aparatos ideológicos del estado”, La pensé No. 151, Editions
sociales, Paris, 1970.
11
Ver M. Pêcheux, “Remontons de Foucault à Spinoza” (1977), en La Inquietud del
Discurso, Editions des Cendres, Paris, 1990.
Foucault12, y ha dado lugar a trabajos que tienen por objeto revelar
los presupuestos ideológicos, que se esconden bajo la lengua, con la
ayuda de métodos de análisis diversos (análisis automático, análisis
distribucional, análisis lexicométrico, etc.)13 . En estos momentos los
estudios que se desarrollan sobre el discurso político tienden a
combinar varios de estos métodos: un análisis lexicométrico que,
utilizando un método de tratamiento estadístico de corpus, trata de
determinar los universos semánticos y los posicionamientos de los
locutores implicados de una forma o de otra en el campo político 14;
un análisis enunciativo que pone en evidencia los comportamientos
locutivos de los actores de la vida política y aún más allá su
posicionamiento ideológico15; un análisis argumentativo que tiende a
poner en evidencia las lógicas del razonamiento que caracteriza
dichos posicionamientos16 Paralelamente, aparece en los años 1980

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El análisis critico del discurso definido y desarrollado por Teun A.


van Dijk. Este análisis, según sus propias palabras 17, tiene diversas
filiaciones: neo marxista de Adorno a Habermas, de la escuela de
Chicago, de la sociolingüística inglesa con Berstein y Halliday, del
análisis del discurso francés bajo la influencia de Foucault y Pêcheux,
y el pensamiento de Gramsci en Italia. Van Dijk ha comenzado por
interesarse en el discurso racista bajo cualquier forma, incluso las
más indirectas y ocultas, para así tratar de “elucidar las estrategias
de legitimación y de construcción de la denominación que […] se
inscriben en el abuso de poder” 18, lo que no es solamente una
relación ideológica sino también un comportamiento psicosocial.

La actividad en este dominio ha sido muy intensa y ha suscitado


numerosas preguntas que continúan en discusión hasta el presente:

12
La archeología del saber, Gallimard, Paris, 1969.
13
Para los trabajos concernientes a este periodo, ver sobre todo La Inquietud del
Discurso, Editions des Cendres, Paris, 1990, y “El analisis del discurso político” de
J.-J. Courtine, Langages No. 62, Larousse Paris, 1981, y el número 117 de
Langages consagrado a los “análisis del discurso en Francia”.
14
Ver la presentación realizada por S. Bonnafous y M. Tournier en “Análisis del
discurso, lexicometria, comunicación y política”, Langages No. 117, Larousse,
Paris, 1995.
15
Ver, entre otros, J. Authier-Revuz y L. Romeu, “El lugar del otro en un discurso de
falsificación de la historia” Mots No. 8, Fundación de las Ciencias Políticas, Paris,
1984.
16
Ver S. Bonnafous y M. Tournier en “Análisis del discurso, lexicometria,
comunicación y política”, op. Cit. Ver también una breve recapitulación hecha por
C. Le Bart en El Discurso Político, op.cit.
17
“Discurso, Poder y Cognición Social”, 1994.
18
“Discurso, Poder y Cognición Social”, 1994, p.6.
la cuestión de la metodología que es diversa, ciertos métodos de
análisis son más complicados que otros, unos trabajan
estadísticamente sobre las palabras, otros practican la técnica
probada de análisis de contenido, otros analizan las marcas de la
argumentación, otros utilizan un corpus cerrado, otros un corpus
abierto, y entonces se juega más a la pertinencia que a la dureza del
análisis; la cuestión del concepto de ideología que ha sido hace
tiempo dominante en el campo del análisis del discurso, y que está
siendo discutido fuertemente por estos días 19 en cuanto a saber si lo
social hace un objeto de una doble construcción significante, una
enmascarando la otra, o si es construida de golpe y estructurada por
un conjunto de sistemas de valor que son testimonio de su realidad
imaginaria20; la cuestión más global sobre la finalidad de un análisis
del discurso político en cuanto a su capacidad de revelar lo que es la
realidad del poder, esto es para algunos esencialmente una relación
de acción, y luego hay que mostrar que no podría haber acción
política sin no hay discurso que lo motive y le de sentido.

2. Una problemática del discurso político como proceso de


influencia social.
de circulación de los discursos, es lo que permite que se constituyan
espacios de discusión, de persuasión y de seducción en las cuales se
elaboran el pensamiento y la acción políticos. La acción política y el
discurso político están indisolublemente ligados, lo que justifica el
estudio de la política por su discurso.

-29-

Los lugares de fabricación del discurso político

Todo enunciado, por inocente que sea, puede tener un sentido


político mientras que la situación lo justifique. Pero también es
igualmente verdadero que un enunciado aparentemente político
puede, según la situación, no servir sino como pretexto para decir
otra cosa que no sea política, al punto mismo de neutralizar el
sentido político. Esto no es el discurso que es político pero la
situación de la comunicación lo vuelve político. No es el contenido
del discurso que hace que un discurso sea político, es la situación
que lo hace político.

Hay diferentes lugares en donde se fabrica el pensamiento político,


estos no están solamente reservados para los responsables del
gobierno ni sólo a los pensadores de la cosa política. Una vez más, la

19
Ver 4ta parte, Capitulo I.
20
Ver 4ta parte, Capitulo II.
producción del sentido es la relación de la interacción y esto se da
según los modos de interacción y de la identidad de compañeros que
se encuentran implicados en la elaboración del pensamiento político.
También proponemos distinguir tres lugares de fabricación del
pensamiento político que corresponden cada uno a un juego de
cambio de lenguaje particular: un lugar de elaboración de los
sistemas del pensamiento, un lugar en donde el sentido se añade al
acto de comunicación mismo, un lugar en donde se produce el
comentario.

El discurso político como sistema de pensamiento es el resultado de


una actividad discursiva que busca fundar un idealismo político en
función de ciertos principios que deben servir de referencia a la
construcción de opiniones y de posicionamientos. Es en nombre de
los sistemas de pensamiento que se descubren las pertenecías
ideológicas, y es a partir de la descripción de textos diversos que
debe añadirse un análisis del discurso (ver 4 parte, capitulo II).

El discurso político como acto de comunicación, concierne más


directamente a los actores que participan en la escena de la
comunicación política en donde el juego consiste en influenciar las
opiniones con el fin de obtener adhesiones, rechazos o consensos.
Resultan de situaciones de reagrupamiento que constituyen lo que
estructura una parte de la acción política (reuniones, debates,
fijación de slogans, reuniones, asambleas, desfiles, ceremonias,
declaraciones televisivas), construyendo imagines de pertenencia
comunitaria, pero esta vez más en el nombre de un comportamiento
común más o menos ritualizado que también en nombre de un
sistema de pensamiento, incluso si aquel cruza este. Aquí, el discurso
político se dedica a construir las imágenes de los actores y a usar
estrategias de persuasión y de seducción usando diversos
procedimientos retóricos (ver 3 parte).

El discurso político como comentario no se inclina necesariamente


hacia una finalidad política. El propósito tiene que ver con política,
pero se inscribe en una situación donde la finalidad se sitúa afuera
del campo de la acción política: es un discurso a propósito de la
política sin juego político. De la misma forma, la actitud del
comentario no genera una comunidad específica si no hay
reagrupamientos

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circunstanciales de los individuos cuando los intercambios


conversacionales no están exclusivamente consagrados a la política.
Un discurso de comentario tiene la particularidad de no involucrar al
sujeto en una acción. 21 Puede ser revelador de la opinión del sujeto
que comenta, pero sin que uno sepa necesariamente cuál es el grado
de involucramiento de éste frente a aquél. Esto es lo que explica que
muchas discusiones políticas puedan tornarse cortas, parar o
desviarse (humor) sin que ellas lleguen a fijar una opinión o a llevar
consigo una toma de posición. Se escucha frecuentemente el
discurso del comentario político en las conversaciones de café, en
familia o entre amigos. Pero es también aquel que se tiene- con
mayor seriedad y espíritu de análisis- por periodistas que comentan
la actualidad política. De hecho, el contrato de información mediática
exige que ellos lo hagan fuera del campo de acción política (más en
el campo de la ciudadanía) y sin comprometer la opinión propia. 22 Es
un discurso de “como si” el juego fuera expresar una opinión política
mientras que no lo sea. El hecho que aquel sea más difícilmente
reparable, el hecho que no conduzca a la constitución de una
comunidad específica no significa que debe escapar al análisis. Las
encuestas de terreno, delicadas, deberán permitir concentrarse en
estos propósitos y analizarlos.

Dicho de otra manera, el discurso político se despliega unas veces


“en el gobierno” correspondiente a un juego de acción en el cual la
palabra política se hace performativa para poder gobernar con
partidarios diversos, otras veces “fuera del gobierno”
correspondiente a un juego de deliberación en la cual la palabra
circula entre los mismos partidarios sin que esta tenga poder de
decisión. Pero tanto en un caso como en el otro, se puede observar
que el lenguaje se ata a la acción, recíprocamente, como lo afirma H.
Arendt:

“[…] sin el acompañamiento del lenguaje, la acción no perdería


solamente su carácter revelatorio, perdería también su sujeto, por
así decir; no habría hombres sino robots ejecutando actos que,
humanamente hablando, serían incomprensibles. La acción muda no
sería más acción porque no habría más actor, y el actor, el hacedor
de actos, no podría ser al mismo tiempo el que dice la palabra. La
acción que se comienza se revela humanamente por el verbo, e
incluso si se puede percibir su acto en su apariencia física sin
acompañamiento verbal, el acto no tomaría sentido sino por la
palabra en la cual el agente se identifica como actor, anunciando lo
que hace, lo que ha hecho, lo que quiere hacer” 23.
21
En esto el comentario se diferencia notablemente del discurso militante.
22
Se trata evidentemente de un ideal del contrato mediático que no siempre se
observa. Para este aspecto ver Los Medios y la Información.
23
Arendt H., Condición del hombre moderno, Calmann-Lévy, coll. Agora, Paris,
1961 y 1983, p. 235.
Estos diferentes lugares de fabricación del discurso político no se
separan de manera evidente los unos de los otros. Una de las
características de

-31-

Todo discurso social la circulación en el interior de los grupos que lo


constituyen, antes de pasar al exterior y de permearse en otros
grupos que se apropian de este frecuentemente al precio de una
alteración. El discurso se hace difuso, gira, se divide, se extiende, se
deriva, se transforma hasta el punto de perder sus puntos de origen.
Así es el discurso político que puede estar construido de manera
rigurosa, teorizante, en su juego de elaboración de un sistema de
pensamiento, que se manifiesta en situaciones diversas de
comunicación, atraviesa diferentes comunidades de opinión, se
insinúa en los comentarios24, se devuelve a su punto de partida y se
refiere a diferentes épocas pero se reconstruye de manera diferente.
Sobre este fenómeno, ¿qué hablará de la influencia política que
puede tener tal reunión, tal manifestación, tal declaración televisiva,
tal debate? Pero ¿qué dirá igualmente la influencia política que
puede tener tal manual de historia, tal periódico informativo, tal
circular empresarial redactada para orientar los contratos, o incluso
tal obra de teatro (Brecht), tal novela (Sartre), tal poesía (Éluard,
Aragon)25 ?

Cualquiera que sea su lugar de aparición, el discurso político “no


constituye un ornamento de la conducta política, puesta en palabras,
explicada o comentada, vestida con fortuna de una superestructura
breve. El discurso es constitutivo de la política” 26. Está
intrínsecamente ligado a la organización de la vida social como
gobierno y como discusión, para lo mejor y para lo peor. Está
también a la vez ligado al involucramiento del sujeto, de la
justificación de su posicionamiento y de la influencia del otro cuya
puesta en escena varia según las circunstancias de la comunicación,
lo que hace que sea más justo hablar de discurso de la política que
discurso político.

Un estudio de la articulación entre lo político y la política

24
“el fenómeno de la vacuna” del que habla Roland Barthes en sus Mitologías, Le
Seuil, coll. Points (p.238), Paris, 1957.
25
Y los poetas españoles de la generación del año 1927: “La poesía es un arma
cargada de futuro” (Gabriel Celaya), “Me queda la palabra” (Blas de Otero).
26
Trognon y Larue (1994).
Alain Badiou propone distinguir, por no decir oponer, la “opinión
política” a la “política verdadera”.27 La opinión política realza, de
acuerdo con Badiou, un juicio de reflexión que parte del sujeto y
vuelve al sujeto, pero pasando por una discusión, es decir por una
confrontación de diferentes juicios hasta que se establezca un tipo de
reparto de esos juicios que devienen entonces uno solo.
Constituyéndose así el lugar de una opinión colectiva en donde los
individuos son por una parte productores y espectadores, y que les
permite formar una comunidad. Para Hannah Arendt, la comunidad
es una pluralidad de “estar con”, como un compartir, un “en común”

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Que hacen una “unidad subjetiva de consenso”, este consenso se


convierte en autor de una norma de sentido que dice lo que está bien
y lo que está mal, partiendo del principio de que el mal es primero y
que entonces la política se funda aquí contra la destrucción de esa
pertenencia que la opinión publica encuadra”28. Pero esta opinión no
nace de la acción y sin referirse necesariamente a la acción es una
opinión sin involucramiento del sujeto y entonces sin verdad. Por lo
meno si se entiende la verdad como el hecho A. Badiou, es decir
como un juicio determinante que “anuda la discusión a la decisión”29
y por lo tanto a la acción. Este tipo de juicio implica un
involucramiento de lo singular a lo colectivo. Es el involucramiento
del militante, del que resiste30 y de todo individuo que responde a
una “necesidad social” más allá de todo “una moral imperativa”. Se
tratará de una concepción restrictiva de la verdad política si esta no
se revelara más que en el involucramiento militante. Por lo tanto, A.
Badiou parece extender el dominio de lo que el llama la política
verdadera a todo discurso de prescripción, de declaración, de
intervención y de organización ya que nos invita a leer la política a
partir de los actores. Para Badiou, la opinión política es una política
sin involucramiento, la política verdadera es una política del
involucramiento en la acción. También declara incompetente la
expresión “la política” porque esta “supone una facultad específica,
un sentido común”31, o agrega, “no hay sino políticas, irreductibles
las unas con las otras, que no compongan ninguna historia

27
Badiou (1988).
28
Op. Cit. (p.23)
29
Op. Cit. (p.25)
30
Badiou comienza su compendio de meta política (op. cit.)con algunas hermosas
paginas dedicadas a la vida ejemplar de Georges Canguilhem, lo que conduce a
decir que “la resistencia no es una opinión. Es sobre todo una ruptura lógica con
las opiniones circulantes y dominantes”.
31
Op. cit. (p.33)
homogénea”32. Se puede replicar que se tiene necesidad de un
concepto neutro de política para pensar el fenómeno como una
entidad abstracta, como una estructura “que no implica ni personas,
ni regímenes particulares”33. Pero para A. Badiou, preocupado por
hacer la unión entre la realidad política y lo que crea el ser alrededor
de “el poder del otro”, la política resulta de una multiplicidad en la
cual se encuentran a la vez una infinidad de situaciones, una
mediación transcendental representada por la superpotencia del
estado, de las rupturas de surgimientos inesperados de
acontecimientos, la organización del contrapoder a través de las
practicas militantes.

Esto no impide- y este será nuestro punto de vista- que nos


interesemos en distinguir lo político de la política. Lo político se
refiere a todo lo que en las sociedades organiza y problematiza la
vida colectiva en nombre de ciertos principios, de ciertos valores que
constituyen un tipo de referencia moral. “hablando sustantivamente
de la política, dice P. Rosanvallon, yo califico tanto una modalidad de
la existencia de la vida común como una forma de la acción colectiva
que se distingue implícitamente del ejercicio

-33-

de la política”34. La política implica más particularmente la gestación


de esta vida colectiva en la cual se involucran diferentes instancias
(del gobierno y de la ciudadanía) que regulan sus relaciones a través
de un juego de poder y contrapoder. P. Rosanvallon distingue las dos
diciendo: “referirse a lo político y no a la política, es hablar del poder
y de la ley, del estado y de la nación, de la igualdad y de la justicia,
de la ciudadanía y de la urbanidad, resumiendo todo lo que
constituye una ciudad bajo el campo inmediato de la competición
partidista por el ejercicio del poder, de la acción gubernamental en el
día a día de la vida ordinaria de las instituciones.” La relación entre
estas dos nociones es de reciprocidad dialéctica: la política no puede
concebirse sin los principios de lo político que la fundan, y lo político
no tendría razón de ser si esta no pusiera a prueba la política que la
re interpela de vuelta.

El fundamento doble del discurso político

Sobre el mapa del lenguaje, existe un lugar en el cual se inscribe el


discurso político, allí en donde precisamente se reencuentran la
32
Ibid.
33
Maffesoli (1992)
34
P. Rosanvallon, lección inaugural en el Colegio de Francia pronunciado el 28 de
marzo de 2002, y La Democracia Inacabada(2000)
opinión y la verdad en una relación dialéctica entre la construcción
de la opinión a la cual apunta el juzgamiento reflectivo, y la verdad
que surge de la acción y del acto de decisión. Es en este lugar que se
instituyen las múltiples comunidades del pensamiento y de la acción,
comunidades que se definen en “común”, un ser común que hace
considerar como una norma de pensamiento y de acción que se
intercambia entre los miembros del grupo. Esta norma compartida
constituye la mediación social en la cual se encuentran los valores
trascendentales que fundan a la vez el juicio y la acción, y estos
valores son construidos y llevados por un discurso que los hace
circular en la comunidad construyendo su cimiento de identidad.

El discurso político resulta de una mezcla sutil entre la palabra que


debe fundar lo político y aquella que debe gestionar la política.
Claude Lefort recuerda, en una entrevista35, que el fenómeno político
es el resultado de varios componentes; hechos políticos como actos y
decisiones que revelan la autoridad; los hechos sociales como
organización y estructuración de las relaciones sociales; de los
hechos jurídicos como leyes que rigen las conductas y las relaciones
de los individuos que viven en sociedad; los hechos morales y
psíquicos como practicas que revelan sistemas de valor. El análisis
del discurso político toca a todos sus componentes en la medida en
que cada uno de ellos deja rastros discursivos, es decir que su campo
es inmenso y complejo, pero es decir también que el análisis no
puede contentarse con dirigirse a las ideas expuestas en los
discursos. Puede ser que también fuera necesario dejar de

-34-

creer que son las ideas que gobiernan el mundo, y precisar que las
ideas no valen sino por la forma en las que ellas son transmitidas de
unos a otros, por la forma en que ellas circulan en los grupos y por la
forma en que ellas influencia a unos y otros, devolviendo su
consistencia. La política es un campo de batalla en donde se libra
una guerra simbólica para llegar a relaciones de dominación en
donde hay pactos de no agresión. Consecuentemente, el discurso de
las ideas se construye a través del discurso del poder, lo primero
revelando una problemática de la verdad (decir la Verdad), la
segunda una problemática de lo que parece verdad (decir a la vez la
Verdad, lo Falso y lo Posible).

Esto justifica las dos orientaciones que toman los discursos sobre el
discurso político: la una se vuelve hacia los contenidos del discurso,
35
Ver “Reencuentro con Claude Lefort”, Ciencias humanas no 94, mayo 1999, y
Lefort (1999).
la otra hacia los mecanismos de la comunicación. Si, hasta el
momento, el análisis del discurso político ha aportado más sobre los
contenidos de los propósitos de los hombres políticos que sobre los
procedimientos de la puesta en escena, más sobre el valor de los
argumentos juzgados en función del sistema de creencias a las
cuales se devuelven que sobre las estrategias persuasivas mismas,
más sobre el logos que sobre los efectos del ethos y del pathos, es tal
vez por que el juego político se desarrollaría más particularmente
alrededor de los sistemas de pensamiento, alrededor de las
ideologías. O, parece- lo verificaremos al final de la obra- que el
discurso político, mientras que es una mezcla de estos tres
componentes, es desplazado progresivamente del logos hacia aquel
del ethos y el pathos, del lugar del poseedor de los argumentos hacia
aquel de su puesta en escena. Para el discurso publicitario- y
también tal vez para el mediático- , el discurso político da a ver más
su puesta en escena que percibir su propósito: los valores del ethos y
del pathos terminan por tener lugar de valores de verdad.

Estos dos modos de aproximación al discurso político son por lo tanto


indisolubles. Porque es verdad que el pensamiento pueda tener en si
tal influencia, se encuentre que puedan igualmente estar
enmascarados por procedimientos de comunicación enfática tales
que, en vista de estas manipulaciones comunicativas más o menos
voluntarias, se construyan otras formas de pensamiento político.

-35-
PARTE II

LAS CONDICIONES DEL


DISCURSO POLÍTICO-
CONTRATOS Y
ESTRATEGIAS

“El signo, el relato, la sociedad funcionando por contrato, pero como


este contrato es frecuentemente enmascarado, la operación crítica
consiste en descifrar el conflicto de las razones de coartada, de las
apariencias, en resumen todo lo social natural, para hacer manifiesto
el intercambio regulado sobre el que reposan la marcha semántica y
la vida colectiva.”

Roland Barthes, Roland Barthes por Roland Barthes, Écrivains de toujours,


Le Seuil, 1979.
Capitulo I

Las coacciones del discurso


político: dispositivo, identidades,
legitimidad
Cuando se hable, no es totalmente libre, aún si se quisiera hablar
como un poeta como Ubu. En efecto, cada uno de nosotros es un
individuo hecho de una historia singular. Pero esta individualidad y
esta singularidad, es forjada a través de nuestras relaciones con los
otros, en las comunidades más o menos constituidas, más o menos
cerradas, y en la ocasión de situaciones de intercambios que son a la
vez diversos y recurrentes. Nosotros somos seres a la vez colectivos
e individuales, estos dos componentes dialogan entre sí,
enriqueciéndose mutuamente y determinándose recíprocamente.
Seres colectivos que comparten una identidad con los otros, porque
es difícil conseguir el Yo sin su socialización, seres individuales que
buscan diferenciarse para construir una identidad propia porque es
difícil concebir el Yo si no se distingue de los otros. Como
consecuencia, cuando hablamos, nosotros somos a la vez limitados
por las normas y las convenciones del lenguaje que compartimos con
el grupo, y libres- aunque relativamente- de proceder en una puesta
en práctica discursiva que nos caracteriza permitiéndonos
individualizarnos. Así que se puede representar la comunicación
humana como un teatro, una vasta escena en la cual los seres
humanos interactúan jugando con papeles diversos, a través de sus
actos de habla, juegos relacionales diversos en donde ciertas reglas
son preparadas y otras improvisadas. Pero en una obra de teatro los
papeles que se juegan son diversos, cada uno haciendo el objeto de
una puesta en escena particular, y entre estas, la escena política
sobre la cual se ponen en juego las relaciones de poder según los
lugares, los papeles y los textos que son proveídos por esta
dramaturgia, y el relativo margen de maniobra en donde se disponen
los actores. Se trata entonces de ver, en primera medida, cuáles son
las características de esta escena en la que no escapa ninguno de los
actores. En términos más apropiados en el análisis del discurso,
debemos decir que será necesario describir primero las obligaciones
estructurales de la situación de comunicación política antes de
describir las estrategias discursivas que los actores puedan poner en
acción. No se

-39-

Confundirán entonces situaciones de comunicación y estrategias,


toda situación de comunicación se estructura según un dispositivo
que asigna un cierto lugar a los compañeros de intercambio.

1. Contrato de comunicación política

Todo discurso se construye en la interacción de un campo de acción,


lugar de intercambios simbólicos organizados según las relaciones
de fuerza (Bordieu), y de un campo de enunciación, lugar de
mecanismos de la puesta en escena del lenguaje. El resultado es lo
que llamamos “contrato de comunicación”. No es así el discurso
político, y por él se esplica a la vez su heterogeneidad en el punto de
vista de las múltiples significaciones que pueden surgir y su
estabilidad de punto de vista de las posibilidades de
comportamientos enunciativos de los que dispone el sujeto político.
Las dificultades que pueden enfrentar también los políticos que
quisieran asegurar que su discurso sea eficaz, los ciudadanos que
quisieran que su fuerza de respuesta o contestación tenga un
impacto, el analista que se lanza en la peligrosa empresa de
interpretar esos discursos buscando extraer todos los sentidos
posibles.

En efecto, el discurso político, en lo que tiene que ver con sus


significaciones y sus efectos, no resulta de la simple aplicación de
esquemas de pensamiento preconstruidos que se reproducen
siempre de la misma forma según si se está de lado de los
dominantes o los dominados. Las significaciones y los efectos
resultan de un juego complejo de circulación y de entrecruzamiento
de saberes y de creencias que se construyen por unos y se
reconstruyen por otros. Este proceso de construcción-reconstrucción
se opera según el lugar que aquellos ocupan en el contrato, y al
mismo tiempo según el posicionamiento de los individuos que ocupan
estos lugares. O, estos posicionamientos resultan de las filiaciones de
pensamientos diversos, de reacciones a la vez emocionales e
intelectivas, y de interacciones en situaciones particulares en donde
intercaladamente se posicionan lo dominante y lo dominado. Se dirá
que las significaciones del discurso político se hacen y se rehacen, a
la vez por el dispositivo de la situación de la comunicación y por sus
actores.

El dispositivo de la interacción

Si se separa el sentido jurídico de este término y su empleo en los


medios36, se constata que el diccionario Le Robert nos da las dos
acepciones más corrientes del término dispositivo, acepciones que se
encuentran de una forma o de otra en los diferentes empleos que los
buscadores realizan: “manera en la cual se disponen las piezas, los
órganos de un aparato; el mecanismo mismo” ;”(Milit.) Conjunto de
medios dispuestos conformemente a un plan. Dispositivo de ataque,
de

-40-

defensa.”37 Dicho de otra manera, por una parte, una definición que
concierne la definición material de las cosas: los componentes de un
mecanismo y su modo de operación; por otra, una definición que
concierne la organización conceptual de las actividades humanas:
pensar la forma por la cual las acciones ocurren unas después de
otras (planificación) por medio de un conjunto de medios en donde
los unos pueden ser cosas (armamento), los otros personas(tropas),
todos para lograr una finalidad (atacar, defender).

En una perspectiva de análisis de hechos de comunicación, es


dispositivo es sobre todo de orden conceptual. Es lo que estructura
la situación en la cual se desarrollan los intercambios del lenguaje
organizándolos según los lugares que ocupan los participantes del
intercambio, la naturaleza de su identidad, las relaciones que se
instauran entre ellos en función de cierta finalidad. Pero el
dispositivo depende también, para su puesta en práctica, de las
condiciones materiales en las cuales se desarrolla el intercambio del
lenguaje. Estas condiciones pueden variar de una situación de
comunicación a otra, se establece una relación de encajamiento
entre lo macro dispositivo conceptual que estructura cada situación
de intercambio social, y los micro dispositivos materiales que
especifican esta situación en variables. Por ejemplo, hay un macro
dispositivo conceptual de la situación de información y hay unos
micro dispositivos correspondientes a la televisión, a la radio y a la
prensa, y al interior de cada uno de ellos otros micro dispositivos
correspondientes a los géneros (el diario televisivo, el reportaje, el
documental, el debate, etc.). Ocurre lo mismo para la comunicación

36
Ver el recorrido que ha hecho Guy Lochard (1999).
37
El Pequeño Robert, Diccionarios Le Robert, Paris, 1990.
publicitaria y sus variantes que son los espacios televisivos, las
paginas de las revistas, los carteles, etc. Es así para el discurso
político que se define a la vez por un macro dispositivo – aquel que
vamos a describir- y sus variantes como las reuniones electorales, la
declaración televisada, la profesión de fe electoral, las
intervenciones de la Asamblea nacional, las entrevistas radiofónicas,
etc.

El dispositivo es entonces lo que garantiza una parte de la


significación del discurso político haciendo que todo enunciado,
producido en su sentido, será interpretado en relación con éste. El
juega el papel de garante del contrato de comunicación señalando
como se organiza y regula el campo de la enunciación según normas
de comportamiento y un conjunto de discursos potencialmente
disponibles en los cuales se pueden extraer los participantes del
intercambio. Uniéndose así a Marc Augé para quien: “la intervención
política es un ejemplo de lo que proponemos llamar el dispositivo
ritual ampliado. […] obedece a un cierto número de obligaciones
formales […]; abre una posibilidad y descuenta los resultados;
intenta una alteridad (aquella del público en general y de los
adversarios políticos en particular) e intenta establecer […] un
“consenso” o una mayoría, es decir la afirmación de una identidad
relativa a una cuestión

-63-

particular o a la dirección de relaciones del estado. ” 38 Este conjunto


constituye lo que se puede llamar ordinariamente “Las leyes del
género”, y estás son dotadas se una cierta permanencia histórica.

Las instancias del dispositivo

¿Quiénes son los socios en este contrato? No se trata de personas de


carne y hueso, cada una ligada a una intencionalidad, y categorizada
en función de los roles le son asignados. Se trata más bien de
categorías abstractas, desencarnadas y no limitadas por el tiempo,
definidas, como se ha dicho, por el lugar que ellas ocupan en el
dispositivo y a los cuales los individuos son reenviados. Esta es la
razón por la cual es preferible hablar de instancias. Así en cada
dispositivo, las instancias se definirán de acuerdo con sus atributos
identitarios, los cuales a su turno definirán su finalidad
comunicacional. En todo acto de comunicación, el conocimiento de
las personas es necesario pero no suficiente. Es necesario agregar el
conocimiento de las instancias sin lo cual la interpretación que se
38
Augé (1994).
hará al hablar de personas será errónea. Este punto es importante
cuando se habla del análisis del discurso político. Evita caer en dos
errores: aquel que consiste en volver a traer las explicaciones de los
hechos políticos y la sola personalidad psicológica y social de los
actores reales de la vida política (un Jean-Marie Le Pen, un Jacques
Chirac); y aquel que consiste en interesarse solamente en las ideas
vehiculadas por el discurso (la ideología) sin tener en cuenta la
naturaleza de las instancias del dispositivo.

Será cómodo considerar que el dispositivo identitario de la política


se compone de dos instancias: una instancia política y una instancia
ciudadana. Pero dada la complejidad de la estructuración del campo
político debido al hecho de los múltiples entrecruzamientos que se
producen entre los diferentes sectores de la actividad 39 de la
práctica social y las diferentes situaciones de comunicación 40,
conviene distinguir tres lugares de fabricación del discurso político:
un lugar de gobierno, un lugar de la opinión y un lugar de la
mediación. En el primero de estos lugares se encuentran la instancia
política y su doble antagonista, la instancia adversaria, en segundo
lugar se encuentra la instancia ciudadana y en tercer lugar la
instancia mediática.

Instancia adversaria

Instancia política Instancia ciudadana

Instancia mediática

-42-

La instancia política (y la instancia adversaria)

La instancia política se encuentra en el lugar en donde los actores


tienen un “poder de hacer” – es decir de decisión y de acción- y un
“poder de hacer pensar” – es decir de manipulación. Es el lugar del
gobierno41. De hecho la instancia que los congrega está en la

39
Ver 1er parte, capitulo 1,2., “Del espacio social en los espacios sociales”.
40
Ver 1er parte, capitulo 1,3., “De la complejidad del campo político”.
41
La noción de “gobierno” se define aquí en un sentido extenso: todo lo que
participa en la gestión del poder en un grupo social cualquiera que sea su
dimensión. Ella engloba la noción del gobierno más restrictivo en lo que se refiere
al aparato institucional del estado. Este término no se emplea aquí en el sentido
búsqueda de obtención de legitimidad para acceder a este lugar, de
autoridad y de credibilidad para administrarla y mantenerla. Sin
embargo, la instancia política no puede decir explícitamente que se
mueve por el deseo de ocupar el lugar del poder y de mantenerse en
él, esto sería contraproducente. No hay otra justificación del poder
que la situación de poder misma (no importa si por la fuerza o por
medio de las urnas). El discurso de la instancia política no puede
entonces sino emplearse en proponer programas políticos cuando se
trate de presentarse en los sufragios electorales, a justificar
decisiones o acciones en defensa de la pertinencia, a criticar las
ideas de los partidos adversos para reforzar su posición y llamar a
consenso social para obtener el apoyo ciudadano, por medio de
diversas estrategias de persuasión y de seducción.

Por otro lado, la instancia política es una entidad que recubre


diversos estatus y diversas situaciones. Diversos estatus que
corresponden a tantos cargos y funciones: jefaturas de estado,
jefaturas de gobierno, ministros, diputados, etc. Diversas situaciones
porque esta instancia puede encontrarse en situaciones de debate,
de declaración pública, de toma de decisiones, de campaña electoral,
etc. Pero en la instancia política se encuentran asociados un cierto
número de organismos que están estrechamente ligados. Así se
puede considerar que esta instancia se compone de un núcleo y de
muchos satélites. El núcleo estará constituido por las
representaciones del Estado, de los gobiernos, de los parlamentos y
de las instituciones aferentes. Entre los satélites, se tiene un primer
círculo constituido por los partidos políticos puesto que son ellos los
que alimentan el debate sobre la representación política; el segundo
constituido por las instancias jurídicas, financieras, científicas y
técnicas que dependen estrechamente del poder político, por el
juego de nominaciones a la cabeza de diversos organismos de
representantes de una misma sensibilidad política (Consejo superior
de la magistratura, empresas, bancos y grupos financieros públicos),
o por las presiones que ejercen los poderes públicos sobre las
operaciones bursátiles, el consumo, etc.; un tercer circulo estará
constituido por organismos supranacionales (Parlamento Europeo),
internacionales (Gatt, OMC, FMI) y no gubernamentales (Onu,
Unesco) que se encuentran ellos mismos en relaciones de
dependencia con las instancias gubernamentales (congregando los
representantes de diversos Estados y buscando la concertación para
regular la marcha mundial de la economía, de la cultura y de la
tecnología), pero también de autonomía haciendo presión sobre los
que se tiende a darle en los medios políticos de “poder compartido entre múltiples
organismos que deciden en común”. Ese sentido se incluye en nuestro sentido.
mismos Estados, imponiendo reglas de funcionamiento y
demostrando un poder de control (reglamentación del derecho
internacional, de la economía agrícola, etc.). Además parece
observar, por ejemplo, la acción de la justicia enfrentada a las
situaciones relacionadas con la corrupción política, que ciertos
organismos toman, bajo la presión conjugada de las instancias
ciudadanas y mediáticas. Así por la diversidad de las situaciones, la
instancia política establece con su socio principal, la instancia
ciudadana, las relaciones diversas según la manera en que ella lo
imagina: como un público que se presenta cuando se trata de
dirigirse a él por la vía de los medios; como un público ciudadano
que tiene una opinión cuando se trata de hacer promesas electorales;
como un público militante que presenta una orientación política
cuando se trata de “activar” a sus partidarios.

La instancia adversaria se encuentra en ese mismo lugar de gobierno


en la medida en la que es movida por las mismas motivaciones (es
por esto que ella se representa con puntos en nuestro esquema).
Como la instancia política, ella debe proponer al ciudadano un
proyecto de sociedad ideal, debe volverse creíble y debe intentar
persuadir al ciudadano de la pertenencia de su posición. La única
diferencia con relación a la instancia precedente reside en el hecho
que estando en la oposición, es decir desposeído del ejercicio del
poder pero al mismo tiempo representando una parte de la opinión
ciudadana, es llamada a producir un discurso sistemático de crítica
de poder en lugar, el cuál además lo vuelve sistemático. Se observa
aquí que la instancia adversaria utiliza las mismas estrategias
discursivas que la instancia política, por lo tanto no se hará una
distinción en lo que sigue de nuestro estudio.

La instancia ciudadana

En la expresión “instancia ciudadana”, el termino ciudadano debe


ser entendido en un sentido extenso, como noción que pertenece a
un régimen democrático. Esta noción además no tiene la misma
significación según el país, e incluso en Francia ningún hombre
político, ni ningún militante llama a sus congéneres “ciudadanos,
ciudadanas” como fue el caso durante la Revolución. La ciudadanía
no se define por la pertinencia étnica, ni religiosa, ni aún geográfica.
Ella se define por la pertenecía simbólica de los individuos a una
misma comunidad nacional en la cual se reconocen porque ella es el
garante de su voluntad de ser y de vivir juntos, y en la cual ellos
ejercen su parte de soberanía eligiendo a sus representantes. La
instancia ciudadana se definirá desde su lugar en donde la opinión se
construye fuera del gobierno. El lugar en donde los actores

-44-

buscan saber con el fin de poder juzgar los programas que le son
propuestos o las acciones que le son propuestas o impuestas, y
escoger a las personas políticas que ellos van a acreditar o criticar.
Si la instancia ciudadana dispone de un cierto poder, esto ocurre
solamente de manera indirecta, por vías de una puesta en cause la
legitimidad y credibilidad de la instancia política. Ella produce
discursos de reivindicación cuando se trata de protestar contra
ciertas medidas (o insuficiencias) políticas, de interpelación cuando
se trate de exigir explicaciones o actos, y también puede sancionar
cuando se trate de elegir o reelegir representantes del pueblo. Estos
discursos de interpelación y reivindicación no pueden ser tenidos
sino a nombre de una idealización del bienestar común. Los sondeos
muestran, por ejemplo, que los índices de conformidad suben o bajan
en proporción a la satisfacción de los intereses colectivos (reacciones
con respecto a la repartición del crecimiento, del precio demasiado
elevado de carburantes, de la adhesión al bloqueo de carburantes a
pesar de la pobreza ocasionada, etc.). El discurso de la instancia
ciudadana se emplea esencialmente para interpelar el poder del
gobernante.

La instancia ciudadana se define globalmente enfrentada a la


instancia política en una relación reciproca de influencia aunque no
una relación de gobierno. Pero para la instancia política, la instancia
ciudadana es una entidad que recubre organizaciones y situaciones
diversas: organizaciones más o menos institucionales (sindicatos,
corporaciones, coordinaciones, grupos étnicos, pueblo); situaciones
de protesta que se realizan en la calle, rehúso al voto, haciendo
presión acerca de personalidades políticas o notables mediante
sondeos o declaraciones en los medios. Esta instancia está lejos de
ser homogénea: ella se fragmenta por la diversidad de las
comunidades concernientes, y por las diferentes percepciones que
tienen las otras instancias (política y mediática) que se dirigen a
ellas. Se propone, por lo tanto, distinguir dos subconjuntos que
tendrán por nombre sociedad civil y sociedad ciudadana.

En el siglo XIX (Hobbes, Hegel) aparece la noción de sociedad civil


definida como una entidad poco estructurada que se opone a otras
dos entidades, fuertemente estructuradas: el Estado (estructuración
institucional), la familia (estructuración socio biológica). En el siglo
XX, en el enfrentamiento del sistema capitalista y el sistema
socialista, la noción de sociedad civil ha sido considerada por la
primera como el medio de mantener el lazo comunitario frente a la
ausencia de la estructura del estado- de ahí la promoción de
reagrupamientos de todas órdenes (étnicas, corporativas,
asociativas) y de grandes instancias no gubernamentales- , para la
segunda, como un lugar en donde deben desarrollarse los
movimientos de oposición al capitalismo. Para nosotros, la sociedad
civil es un lugar de opinión pura42 que concierne la

-45-

vida en sociedad, tanto pública como privada. Los miembros de esta


sociedad se reconocen bajo el nombre de “estar juntos” 43 que
caracteriza su comunidad cultural. Fuera de este vinculo de
pertenencia, los miembros de la sociedad civil, expresando opiniones
a favor o en contra de los hechos de la sociedad (enfermedades,
religiones y sectas, infancia, vida en pareja), juzgan y proceden
individualmente44, o en pequeños grupos que se parecen de forma
conjetural por objetivos puntuales y generalmente al margen del
juego político ciudadano. Se puede tener una opinión sin tener
necesariamente conciencia ciudadana.

La sociedad ciudadana, a la inversa, es una construcción. Ella agrupa


a individuos que tienen conciencia de jugar un papel en la
organización política de la vida social. Ella existe de manera
orgánica sea por asignación institucional cuando se llama a votar,
sea por decisión propia cuando transforma el espacio público en
espacio de discusión y que, de hecho, influye sobre los gobernantes
vía los medios, o bien cuando se organiza como fuerza de
contrapoder y procede en el espacio mismo de poder de gobierno.
Ella se constituye entonces en comunidad de “vivir juntos” en el
nombre de un proyecto de sociedad. En eso, la sociedad ciudadana
es una sociedad de individuos de derechos y no de personas físicas
concretas, lo que la distingue de la sociedad civil.

Ella puede igualmente constituirse en subconjuntos de grupos


militantes que se organizan en partidos, sindicatos, agrupamientos
asociativos diversos o incluso clandestinos que hayan escogido
42
Lo que no quiere decir que es inerte. Ella se caracteriza igualmente por
comportamientos ritualizados, como todo grupo social, pero sin alusión ciudadana.
43
Y no de un “vivir juntos”. Se trata de una relación de pertenecía simbólica al
grupo por vía de una representación constituyendo un tipo de “súper ego” sobre
determinante.
44
Cuando los miembros del gobierno de J.-P. Raffarin dicen que los ministro de
educación y de economía, Luc Ferry y Francis Mer, pertenecían a la “sociedad
civil” (reportado por Le Monde de 16 de noviembre de 2002), ellos señalan esta
individualidad.
medios más o menos violentos. Estas organizaciones actúan de
manera ordenada y disciplinada, en grupos de “actuar juntos”, según
las consignas de acción que son el hecho de sus instancias dirigentes
o de sus líderes. Incluso cuando ellos se comportan de manera
violenta, ellos pueden ser considerados como pertenecientes a la
sociedad ciudadana con la condición, no obstante, que su proyecto
sea de progreso y de justicia social (contra la explotación de los
trabajadores, contra la colonización que somete a los pueblos, contra
la “comida basura”, contra los efectos nefastos de la globalización,
etc.), y no de defensa de intereses de clase (defensa de la propiedad
privada), de grupos corporativos (cazadores- pescadores) o
financieros. Su acción armada debe inscribirse en un campo de
enunciación política como una amenaza de sanción respecto a un
poder que aparecería entonces como ejerciendo terrorismo de
Estado: “Aquí está lo que haremos si ustedes no acceden a

-47-

nuestra demanda de justicia.” Se trata de agrupamientos activistas


que se atribuyen el papel de representantes de una petición implícita
del pueblo45.

Sin embargo, el paso de la civilidad a la ciudadanía es fenómeno


frecuente, lo que a veces hace la distinción difícil. Por ejemplo, una
asociación puede reagrupar personas para ayudar y servir a
personas discapacitadas o que hayan sufrido un perjuicio físico o
moral que deberá resolverse únicamente por vía jurídica. De aquí
que ella se organiza para hacer presión a lado de los poderes
públicos, incluso busca implicar y acusar (hecho de sangre
contaminada, no actúa más según una conciencia de civilidad pero si
de ciudadanía. Puede ser una característica de la modernidad que
este paso del uno al otro como parece mostrarlo, de manera puntual,
ciertas manifestaciones grandes que han tenido lugar en Francia
contra la extrema derecha en abril 2002, y en España contra los
actos de terrorismo, o de manera más permanente, los grandes
movimientos humanitarios o aquellos de antiglobalización que tocan
a la sociedad civil, cuyos motivos nacen de una conciencia

45
Es a este titulo de grupos y movimientos de liberación de los pueblos (Palestina,
Tchétchénia), de independencia de ciertas regiones (Corsa, País Vasco), de
reconocimiento de ciertas poblaciones (los indígenas de Chiapas) de la lucha
contra un déspota o un dictador (como fue el caso en España o en América Latina),
que se los aprueba o no como parte de esta sociedad ciudadana y militante. La
cuestión que se impone entonces es aquella de los medios. Algunos de ellos cuando
hacen de victimas inocentes hacen perder el nivel de ciudadanía a los grupos que
los emplean. En venganza las guerrillas dirigidas por traficantes de droga, no
pueden pretender actuar bajo el nombre de una ciudadanía.
ciudadana y cuyas acciones son militantes. Pero estos agrupamientos
se componen de grupos identitarios diferentes los unos de los otros,
grupos con objetivos de lucha diversos y que en otras épocas
hubiesen sido antagonistas: asociaciones de defensa de derechos de
los homosexuales o de la infancia, asociaciones a favor del medio
ambiente, para la defensa de los inmigrantes, contra la precariedad,
el desempleo, la pobreza, grupos religiosos, grupos laicos, etc. No
constituyen una comunidad homogénea sino un grupo inestable que
existe de forma conjetural. No retomaremos esta cuestión en la
primera parte. Nuestra modernidad es presa de una tensión entre la
sociedad ciudadana con tendencia a establecer un lazo social entre
los individuos alrededor de valores abstractos de orden racional, y la
sociedad civil tendiente a producir reagrupamientos comunitarios
alrededor de valores de orden afectivo.

La instancia mediática

La instancia mediática se encuentra igualmente fuera del gobierno.


Es el lazo que reúne la instancia política y la instancia ciudadana con
la ayuda de diferentes medios de medicación: tractos, afiches
callejeros, cartas confidenciales y grandes medios de información.
Los actores que componen esta instancia se certifican por
adelantado en su rol informador, pero están al mismo tiempo en la
búsqueda de la credibilidad de los ciudadanos (y de los

-47-

políticos) lo que inscribe esta instancia en una lógica democrática – y


de capacitación de un mayor número dadas las situaciones de
concurrencia frente a los otros órganos de información- lo que la
inscribe en una lógica de seducción comercial. Así, se construye una
cierta mirada espectadora.

La construcción del a mirada espectadora se caracteriza por el hecho


de que la palabra pública, que emana de una instancia de poder o de
un contrapoder, no circula más de forma unidireccional, no es más
directamente dirigida y luego no puede tener fuerza ordenatoria. Es
de difusión, es decir que emana de una fuente compuesta en
dirección de un objetivo colectivo, sin que se pueda medir su
producido. Es el desarrollo de una cierta tecnología que crea una
difusión de la información en redes permitiendo atravesar el espacio
de manera multidimensional. Esto tiene por efecto la producción de
un cambio de posición de los receptores de esta información: fines
privilegiados, destinatarios exclusivos de un mensaje, posibles
interlocutores que puedan interactuar, aquellos que devienen
espectadores de una información, informaciones que no es cierto que
les conciernan y que por tanto – y paradójicamente- no puede sino
concernirles. Enfrentados a esta situación que quiera entregar
mensajes aprende a construir objetivos abstractos, categorías de
públicos que corresponden menos a categorías según su actividad
social que tiene categorías de individuos según comportamientos
supuestos, actitudes imaginadas, imaginerías apoyadas (sondeos).
La consecuencia es otra paradoja, nadie tiene la prueba absoluta que
estas categorías de objetivos así construidos coincidan con objetivos
efectivos46.

Se puede decir que la instancia mediática se encuentra en un doble


dispositivo: de demostración correspondiente a su búsqueda de
credibilidad, de espectáculo correspondiente a su búsqueda de
captación47. Esta última ha tomado un lugar dominante en el circuito
de información al punto que no se sabe más cual crédito acordar a la
instancia mediática. Esto no impide que el discurso que la justifica
ponga en adelante su deber de informar y de promover el debate
democrático, de manera que le sea reconocido su derecho a hacer
revelaciones y a denunciar. El discurso de la instancia mediática es
entonces tomado, como hemos sido llevados a mostrarlo 48, entre una
intención de captación que la lleva a dramatizar el relato de los
sucesos para hacer de su público un grupo fiel, y un objetivo de
credibilidad que lo la lleva a buscar lo oculto bajo las declaraciones
de los políticos, denunciar las malversaciones, interpelar incluso
acusar a su vez los poderes

-48-

públicos, para justificar su lugar en la construcción de la opinión


publica. En esto, no se dirá como algunos que ella se encuentra bajo
la influencia directa de la instancia política. Si ella depende por lo
que es en cuanto a la búsqueda de información- lo que puede
arrastrar a ciertos compromisos-, ella no es por tanto un satélite y
posee una relativa independencia en su principio, salvo por estar

46
De ahí la discusión alrededor de la “La teoría de los efectos limitados”, y la
distinción a la que hemos tenido que llegar entre los efectos aludidos por el
productor de un mensaje y los efectos producidos por los receptores del mensaje,
en Los Medios y la Información, Ibid:
47
Para las características de esta puesta en escena, ver Soulages (1999).
48
Charaudeau (2005, 2ª parte)
controlada por le poder político (regímenes autoritarios 49) o militante
(radios privadas, prensa de partidos). Se verá, entonces en nuestro
compendio, el papel que juegan los medios en las democracias
modernas, su responsabilidad en la transformación del discurso
político, y partiendo del problema deontológico que se aloja entre
ellos.

El dispositivo del contrato de comunicación política es en alguna


medida una maquina de fabricar discursos de legitimación
construyendo imágenes de lealtad (para la instancia política),
imágenes que refuerzan la legitimidad de la posición de poder, de
protesta (para la instancia ciudadana), imágenes que justifican la
legitimidad del uso de la palabra, de denuncia (para la instancia
mediática), imágenes que enmascaran la lógica comercial por la
lógica democrática, legitimando a los Estados y a sus jefes, la
legitimidad de los gobiernos y de sus dirigentes, la legitimidad de los
partidos, de sus lideres y de sus militantes, pero también la
legitimidad de los pueblos, de los ciudadanos y de los modos de
intervención propios. Es frecuente que para la conquista de esta
legitimidad que se desencadenan guerras, revueltas, revoluciones y
diversos conflictos. Pero en este juego, el peso de estas instancias
varía según el tipo de régimen político. El dispositivo del discurso
político queda igual, pero el poder de influencia que puede tener
cada una de estas instancias sobre las otras varía según si el
régimen es totalitario, autocrático, democrático y de democracia
representativa, participativa o directa. Todo depende de la forma en
que estas diversas instancias se posicionen con relación a una
situación de poder que se percibe como un derecho de actuar para
algunos de ellos, como un deber de actuar por los otros.

2. De la identidad del sujeto político:


La cuestión de la legitimidad.

El campo político está organizado en una escena sobre la cual


diversos actores hacen su papel en las comedias, los dramas o las
tragedias de poder a través de las relaciones de legitimidad, de
credibilidad y de captación. ¿Pero cuál es la naturaleza de la
identidad de estos actores?

-49-

49
Este fue el caso en Francia de diversos gobiernos gaullistas que consideraban
que la ORTF debía ser “La voz de Francia”.
El ser de palabra, quiérase o no, es siempre doble. Una parte de ella
misma se refugia en su legitimidad de ser social, otra se quiere
construir con lo que dice su discurso. ¿Cuál de las dos es la
verdadera? ¿La segunda no hará sino esconder la primera? No,
porque está no podría ser sin aquella; ella no toma sentido sino en
las relaciones con la otra, ella es tributaria. No se sabe que parte
esconde a la otra, cuál predomina, las dos se interpelan. Así mismo,
los destinatarios de nuestros actos de comunicación son dobles:
existen en la medida en que en su realidad empírica plural, son al
mismo tiempo construidas por nosotros como el destinatario ideal
que se quisiera sumiso a nuestro objetivo de influencia. Así aparece
el actor político sobre la escena del teatro social, con una identidad
doble, asignando a la otra, su público, tomando el rostro ideal de
esta identidad doble por necesidad y también para pensar con cierto
deleite, pero no es ingenuo, el sabe que esta asignación no es sino
una “figuración [que] siempre es litigiosa. Su constitución es un
problema al mismo tiempo que una apuesta”50.

Es en la identidad social del sujeto político que se juega su


legitimidad. Esta puede venir de diversas fuentes y tener campos de
aplicación diversos, puede también ser usurpada o adquirida por la
fuerza (golpe de Estado). La legitimidad social es importante porque
es ella la que da a toda instancia de palabra una autoridad de decir.

De la legitimidad en general

La noción de legitimidad no es exclusiva del dominio político. De una


forma general, ella designa el estado en donde la cualidad de lo que
está fundado a actuar como se actúa. Se puede ser legitimado o no a
tomar la palabra en una asamblea o en una reunión, a edictar una ley
o una regla, a aplicar una sanción o a dar una gratificación. El
mecanismo por el cual se es legitimado es un mecanismo de
reconocimiento de un sujeto por otros sujetos, a nombre de un valor
que es aceptado por todo. La legitimidad es lo que da derecho a
ejercer un cierto poder con la sanción o la gratificación que la
acompaña.

La legitimidad está instituida en su principio para justificar los


hechos y gestos de aquel que actúa en nombre de un valor que debe
ser reconocido por todos los miembros de un grupo. Ella depende
entonces de las normas institucionales que rigen cada dominio de
práctica social atribuyendo estatus y poderes a sus actores.

50
P. Rosanvallon, lección inaugural pronunciada el 28 de marzo de 2002 en el
Colegio de Francia, y La Democracia Inacabada (2000)
Por ejemplo, en el dominio jurídico, que se rige por una lógica de la
ley y de la sanción, los actores son legitimados por la obtención de
un diploma y del estatuto institucional adquirido de hecho de un
sistema de contratación por concurso acompañado de un sistema de
nombramiento por los

-50-

pares o los superiores jerárquicos. La profesión es así protegida por


las reglas de la institución. Pero si se hace una distorsión entre ellas
(el secreto profesional) o que un comportamiento parece divergir de
una norma esperada (como lo que algunos llaman el “acoso
jurídico”), e inmediatamente se encuentra puesta en cause la
legitimidad de la acción de los jueces. Ocurre lo mismo en el dominio
de ciertas profesiones liberales como la profesión médica que,
sometida a una lógica de la experticia en relación con un objetivo de
lucha contra el sufrimiento y la muerte, verá puesta en cause la
legitimidad de algunos de sus actores si aquellos vienen a cometer
errores médicos o a hacer pasar su interés financiero por delante de
su actividad de expertos.

En el dominio económico, que se rige por una lógica de la ganancia,


los actores deben respetar las reglas de concurrencia, y en el
dominio empresarial que es ligado a éste, las leyes del trabajo. A
nombre de esta lógica, no es legítimo que se licencie, que se busque
tomar la parte más grande de un mercado, o incluso que se haga
cultura extensiva. Pero que una empresa haga trabajar a los niños,
que ella explote su personal, que ella licencia de manera abusiva,
engañando con la ley y sin proceder a reclasificaciones, ejerciendo
monopolio sobre un mercado, y se podrá atacar del lado de su
legitimidad (sin el derecho de actuar de ese modo). Se sabe entonces
que la ilegitimidad no puede ser decretada sino a nombre de un
principio moral que se opone a la lógica de la ganancia, de otra
forma, esta lógica haría legítima toda acción que significara
ganancia.

En el dominio de los medios de información, que se rige por una


doble lógica de información ciudadana y de concurrencia comercial,
la puesta en cause de la legitimidad de sus actores es más difícil de
obtener, tanto como la maquina mediática a un poder de
recuperación de sus propios derivados51. Pero la carrera
desenfrenada para obtener y difundir un scoop (el síndrome
paparazzi), la difusión de informaciones falsas y no verificadas (el

51
Charaudeau (2005, 4ª parte)
síndrome de Timisoara), la gran espectáculo de la puesta en escena
de la información puede poner en cause el sacro-santo deber de
informar. Es igualmente un caso en donde esta legitimidad puede ser
puesta en cause, es aquel en donde un órgano de información
depende de un poder político (gobierno, partido) o de un poder
financiero. Toda información proviene de órganos de información
dependientes será inmediatamente suspendida del partido tomado y
su legitimidad disminuida, como durante la guerra del golfo, la
información filtrada, seleccionada y organizada por el pentágono
americano y difundida por la única cadena de televisión americana,
CNN. A veces también, las legitimaciones cambian y se descubre a
posteriori la ilegitimidad de la situación anterior. Cuando un
régimen político se democratiza y la prensa tome su independencia
en frente del poder, aparece entonces

-51-

una nueva legitimidad. Este fue el caso en México en don de, para la
ocasión del movimiento revolucionario de los indígenas de Chiapas
bajo el liderazgo del subcomandante Marcos, la prensa escrita
mexicana se libera de un parte de la tutela de gobierno 52. Pero una
vez esta legitimidad adquirida, se impone a los medios la pregunta
deontológica de los limites de la información: ¿Se puede, en el
nombre de esta legitimidad que da el derecho a informar, decir todo,
y lo que se dice, decirlo amplificándolo?

La legitimidad es el resultado de un reconocimiento de los otros de


lo que da poder de hacer o de decir a alguien en el nombre de un
estatuto (se reconoce a través de un cargo institucional), en el
nombre de un saber (que se reconoce como erudito), en el nombre
de un saber hacer (que se conoce como experticia). No se
confundirá entonces legitimidad y credibilidad: la primera determina
un “derecho del sujeto a decir o hacer”. Poner en cause una
legitimidad, es poner en cause el derecho mismo y no la persona;
poner en cause una credibilidad, es poner en cause la persona en
que ella no da la prueba de su poder de decir o de hacer. Es lo que
recalca la acción de un hombre político en el proyecto franco-alemán
de establecer una presidencia doble de la Unión Europea (un
presidente para el Consejo y uno para la Comisión): “una presidencia
doble conduciría ineludiblemente a un conflicto de legitimidad.” 53

No se confundirá más legitimidad y autoridad. La primera como lo


hemos visto, es un derecho adquirido. La autoridad, en cambio, está
52
Ver Emilsson y Zaslavsky (2000), y Zaslavsky (2003).
53
Le Monde de 16 de enero de 2003.
intrínsecamente ligada a un proceso de sumisión del otro. Ella ubica
al sujeto en una posición que le permite obtener de los otros un
comportamiento (hacer hacer) o de concepciones (hacer pensar y
hacer decir) lo que no tendrían sin su intervención. La legitimidad no
pone al sujeto dotado en una posición de tener que someter al otro;
además no se ve como ese otro podría reconocer una legitimidad por
ser la victima. Sin embargo si la autoridad se confunde a veces con la
legitimidad, es en el objetivo de prevalecer. La autoridad viene
entonces a sobreponerse a la legitimidad. Ella es el hecho de un
sujeto que necesita confortar su posición de legitimidad, y que por
esto ejerce una sanción en frente de aquellos que no quieren
someterse habiendo eventualmente recurrido a la violencia para
lograr la obediencia. El acto de autoridad puede prevalecer desde
una posición de legitimidad, pero esto es un excedente que revela las
modalidades de acción del sujeto. En resumen, la legitimidad es un
estado en el que se ubica al sujeto que de hecho adquiere un derecho
a hacer, pero conformemente a lo que ha sido determinado y
reconocido por los miembros de un grupo, los cuales han instituido
ese derecho de forma más o menos institucional: ella resulta de una
atribución. La autoridad es una posición en proceso de influencia que

-52-

Da al sujeto el derecho de someterse al otro con la aceptación de


este. Ella resulta a la vez de un comportamiento y de una
atribución54. La legitimidad reenvía al Yo, la autoridad a la relación
Yo-tú.

Legitimidad y soberanía política

En el dominio político, la legitimidad de la instancia política depende


de la forma en la que ella le es atribuida. Se le confiere por un sujeto
colectivo que acepte una legitimidad que le es impuesta por una
tradición institucional, definiendo las condiciones de la legitimidad y
el ejercicio de la autoridad. En estos dos casos, el sujeto colectivo es
considerado como encontrándose en una posición de aceptación
libre, con relación a una sanción eventual que podrá aplicársele, sin
embargo, no hay sumisión forzada. En el segundo caso, la posición
de legitimidad no tiene un carácter de omnipotencia, porque, además
de la atribución de los mandatos tiene delegados, tampoco es
provisorio (sino durante el tiempo de mandato, y queda bajo su
control, lo que le permite pedir cuentas a aquellos que han tenido
sitio y lugar en el poder. De la misma manera, el sujeto que se
54
Lo que es patente en el caso de lo susodicho “autoridad personal” que reposa
sobre el libre albedrio del sujeto y puede pasar de legitimidad.
encuentra así legitimado (instancia política) sabe que esta
legitimidad se le acordó por ellos mismos (instancia ciudadana)
quienes son el objetivo de sus actos de discurso. Hay una relación
complicada de aceptación reciproca entre aquellas instancias que es
propia del dominio político: la instancia política dispone de
procedimientos de coacción física que les permite mantener el orden,
gestionar las tensiones que surgen inevitablemente en todo grupo
humano y ayudar al desarrollo de una justicia social cada vez mayor,
pero no dispone de esto sino en la medida en que posee el poder de
una soberanía reconocida por la instancia ciudadana.

La soberanía es un asunto de representación: cuando se representa,


se habla (o actúa) en el nombre de una entidad que nos representa y
que nos ha delegado- provisionalmente- el poder de hablar en su
nombre. No se es esta entidad, la entidad se da solamente por ella,
pero al mismo tiempo se confunde con ella haciéndose portadora de
valores que hacen su poder. Aquel que ocupa una posición de
soberanía representa un poder que se encontrará sobre él, le habrá
delegado, lo habrá investido en ese lugar y al mismo tiempo le
protegerá. El soberano no es sino el que porta la palabra de una voz
en cuya omnipotencia tiende hacia donde no se encuentra por debajo
de ella, pero es, sin embargo, sobre todo inaccesible, no será sino
guiada por un tipo de “mano invisible” (A. Smith) que a la vez orienta
y protege a aquel que actúa en su nombre. El soberano está entonces
bajo su tutela, pero es al mismo tiempo el poder titular mismo.
Porque, es este poder que lo inviste y hace de él su depositario,
obligándolo a apoyarse en sí misma, fundarse

-53-

en sí misma. Este poder titular puede ser concebido con diversas


imaginerías: una religiosa, así se justifican las monarquías de
derecho divino; una imaginería laica, - pero también se puede decir
“laico divino” - , así se justifican las democracias, menos los
regímenes políticos que se fundan, como J.-J. Rousseau lo soñó y lo
ha dicho H. Arendt, sobre una “voluntad común de los hombres de
vivir juntos”, tan verdadero que no hay “socialismo” sin un lugar de
“soberanía” que garantice la identidad del grupo”55.

La posición de soberanía se encuentra entonces investida de un


poder que proviene de terceros todo poderosos Representa una
verdad absoluta y se encuentra como depositaria de un idealismo
social. Es también lo que le da su carácter sagrado, porque “no hay

55
Derrida (2003).
sacralidad sin soberanía”56 . Pero debe también ser garante- al
menos en la soberanía laica- de la posibilidad de realizar este
idealismo, porque un idealismo social que no pueda visualizar la
realización perdería la finalidad de su legitimidad. Es necesario que
esta posición de soberanía se defina igualmente a través de otro
idealismo, aquel de los medios a emplear para llegar a la realización
de este proyecto ideal. Incluso si este idealismo es del orden de la
utopía57, ella debe de todas formas ser pensada como accesible, un
ser accesible que depende de la gestión de las cosas; los medios se
encuentran bajo el imperio de la razón. En esto le soberano puede
ser juzgado como responsable. Es a la vez responsable y todo
poderoso: es todo poderoso- y así intocable- bajo el nombre de su
poder titular; es responsable – y por tanto debe rendir cuentas- bajo
el nombre de la razón que sólo será el origen de “bien hacer”.

Tres tipos de imaginería social se encuentran en el origen de la


legitimidad política: la legitimidad por filiación, por formación o por
mandato.

La legitimidad por filiación

Ella se funda sobre la idea de que el sujeto debe ser “de buena
cuna”; lo que hace legitima una heredad dicha “natural” (es el hijo
legítimo de…), el titulo, el poder y la responsabilidad de su
ascendiente le restituye, un bien soberano: es un “heredero”. La
filiación puede ser de orden sagrada. Los atributos y las calidades
revelan también un tipo de predestinación; se es un ser electo por un
poder superior, incluso si este poder pasa por las manos del hombre.
Es el caso de los monarcas de derecho divino, de ciertas funciones
supremas en la orden de los religiosos (el Papa, los descendientes del
profeta). Se recibe sin reparto una fuerza divina por el solo hecho de
ser un heredero, y todos los actos que se hagan serán bajo la
inspiración de aquel. El heredero es, por definición, a semejanza de
los poetas de Grecia arcaica, un ser “inspirado”.

-54-

Pero la filiación puede ser también de orden social. Los atributos y


las calidades son aquellas que se atan a una misión humana: por el
hecho de pertenecer a un cierto grupo social (clase, medio, casta)
cuyos miembros han tenido cargos importantes (nacionales o
locales), se puede escoger tomar el testimonio de los ancianos y se

56
Derrida (1996).
57
Ver esta noción en la 4ª parte, capitulo II. 1. “algunas imaginerías de verdad
política”
vuelve uno un ser encargado por su propia familia de llevar la
antorcha más lejos. Se trata aquí de otro tipo de heredad, aquella de
“hijo espiritual” que recibe en partición una fuerza humana, y que de
hecho se dedica a vivir en ese deber. Así se perpetuán las
aristocracias, las castas y las noblezas en todo género.

Hay igualmente una filiación de orden biológica. Los atributos y


calidades no son heredadas, ni religiosa ni socialmente, pero revelan
algo misterioso que se encuentra en los genes, pero que estará en el
orden de las pulsiones, de los deseos, de la pasión, del don, del
talento, en resumen, de un algo que no se sabe explicar. El ser que es
entendido como “fuera de lo común”. No se puede explicar su ser ni
por la creencia, ni por la razón. Y para este ser, la posición de
soberanía, cuando la ocupa, no puede deberse sino a una “pulsión
íntima” de la cual no se conoce el origen. Esto nos pone en una
situación ambivalente: es responsable en el absoluto porque no debe
su poder a nadie, pero también responsable en la medida donde no
sabe lo que lo ha llevado allá en donde está. Así nacen los “seres
notables”: los grandes líderes, las grandes personalidades. Estos tres
tipos de filiación pueden sobreponerse: tal hombre político siendo
descendiente de un cierto medio social, que tiene al mismo tiempo
una dimensión personal fuera de lo común y terminando por ser casi
sacralizado, como fue el caso, en Francia, del general de Gaulle.

La legitimidad por formación

Ella supone el paso por instituciones de prestigio (grandes escuelas,


universidades de renombre), no solo salir de las mejores, sino
también que haya pasado por puestos de responsabilidad
prestigiosos haciéndose notar por su saber hace, y todo aspecto que
pruebe que se tenga competencia y experiencia. Aquí, se trata de
estar “bien formado”, porque la experiencia y la competencia dan al
sujeto un poder de actuar con razón. El encargo del estado y la
gestión de la cosa pública exige, como para toda empresa, una
organización tal que los principios determinados en lugares altos
puedan tener una consecuencia sobre los administrados. Pero, a
diferencia de la empresa, el Estado está en las manos de las élites
en posición de soberanía cuya finalidad es el servicio público y no la
ganancia, y es el conjunto de un pueblo (sujetos, ciudadanos,
administrativos) y no algunos empleados ( incluso si se trata de
multinacionales) a los que se dirigen y deben rendir cuentas.

-55-
También la organización de los lugares de gobierno deben estar en la
medida de esas puestas en juego y de esas masas. Es por esto que se
debe proceder en una jerarquización de los lugares de decisión y a
una distribución de roles y responsabilidades entre diversos agentes
de tal suerte que estos puedan dar lo mejor de ellos mismos según su
dominio de la competencia. Este idealismo de la organización del
Estado es lo que está en el origen de una organización burocrática,
más o menos desarrollada y rígida según los Estados, y en la misma
medida de una ideología tecnocrática, puesto que esta gestión del
bien público no puede ser concebido sino como siendo el hecho de
los especialistas, los tecnócratas.

Esta imaginería de la legitimidad por la formación se acompaña de la


idea de que el gobierno de los pueblos no puede ser asegurado por
las élites, término al cual no es necesario darle un valor peyorativo.
Diversos enunciados sostienen esta imaginería: “las élites deben
tomar a cargo la totalidad de la existencia social tanto en la
definición de su bienestar como por su gestión”; “las élites deben
ocuparse de la conducta del Estado”; “la política es un asunto que
debe ser ejercido por los especialistas de la cosa pública cuyo contra
partido es su compromiso al servicio del estado.” Así nacen en
Francia, en el siglo XIX, los “grandes empleados del estado” al
servicio de la “res pública”. Pero es verdad que, para el que busca
ocupar una posición de soberanía, el ideal es ser a la vez bien nacido
y bien formado, estos dos aspectos se refuerzan recíprocamente. De
ahí la preocupación de los grandes soberanos del mundo de dar
buena formación a sus herederos58. Es verdad que este no fue
siempre el caso en el pasado de la historia de las monarquías
europeas, y que esto no es siempre el caso de los soberanos de
algunos países. Pero se trata de un ideal que además se transforma
con la desaparición progresiva de la filiación sagrada.

La legitimidad por mandato

Ella procede en su origen de una toma de poder por el pueblo que se


opone a la soberanía de derecho divino tomando conciencia de la
imposición. Esta legitimidad dice que es el pueblo que tiene derecho
de gobernar por su propio bien. Es lo que se constituye de acuerdo
con la fe del donador y beneficiario de su propia búsqueda de
bienestar, instaurando así una legitimidad fundada en el

58
Es así que hasta mediados del siglo XX, las grandes familias incluían a uno de sus
hijos a las fuerzas armadas y otro a la Iglesia.
igualitarismo y el derecho de los individuos a construir un destino
colectivo que se opone a toda soberanía autárquica59.

-56-

Pero esta legitimidad popular no debe, en ningún momento,


transformarse en legitimidad representativa, porque es difícilmente
concebible que la totalidad de un pueblo gobierne. Se instaura
entonces un sistema de delegación de poder que hace que los
representantes descendientes de este sistema de delegación de
acuerdo con sus actos delante de aquellos que los han elegidos: ellos
son “delegados”. Para Rousseau además, la autoridad política no es
legitima sino porque ella no proviene de la filiación biológica, ni de
Dios, pero si de una voluntad común de los hombres. 60 Sin embargo
no se trata aquí sino de una soberanía provisoria, adquirida por
procuración, que tiene necesidad constante de ser reactivada por
justificaciones diversas del hecho de que pueda ser puesta en cause
por aquellos que la han concedido.

Ambigüedades y ambivalencias

Cada una de estas formas de legitimidad varían en función de la


posición y de los roles que los actores son llamados a tener en cuenta
según las situaciones de intercambio social en las cuales se muevan;
de candidatura (legitimidad de ser candidato y elector), de gobierno
(legitimidad al decidir y edictar leyes, según la institución), de
territorio (legitimidad a ejercer un poder local, nacional,
supranacional), de representatividad (legitimada para representar un
grupo y sus ideas), etc.

Sin embargo, cada uno de estos tipos de legitimidad reposa sobre


una ambigüedad, y la ejerce a su vez de una manera ambivalente,
según el juego de reconocimiento reciproco que hace que los pueblos
y soberanos sean dependientes los unos de los otros. Por ejemplo, el
caso de la legitimidad transmitida por heredad hace que la
participación ciudadana tenga un cortocircuito., la voluntad popular
no puede experimentarse. Pero es necesario, para que el monarca
pueda gobernar, que exista un consentimiento colectivo en cuanto a
esta legitimidad, que el pueblo considere que ese monarca tenga una

59
En esto, no se pueden incluir a todas las revoluciones en el mismo sitio. No se
puede hablar de revolución sino cuando esta logra una puesta en cause del sistema
de soberanía anterior, lo que fue el caso de la Revolución francesa, al punto de que
la monarquía quedo descabezada, e incluso si el régimen Antiguo se perpetuo un
poco más. Hay casos de proclamación de revolución que cambian una situación
política sin cambiar el régimen.
60
El Contrato social, escrito en 1762, (1964).
función sagrada atribuida61 y que la represente bien: “Lo que funda
la legitimidad de un poder, de una practica política o de un
involucramiento, es la conformidad de esta practica o el ejercicio de
estos poderes con las lógicas que estructuran la identidad de los
actores que las ejercen o de los actores sobre los cuales se ejerce. ”
62
Esto es por lo que, no se puede asimilar este régimen político a
aquel de una dictadura militar. En el primero, existe una verdadera
legitimidad, reconocida y aceptada por los sujetos del soberano; esta
no puede ser reprochada o discutida a menos que sea derrocada por
una revolución que quiera un cambio

-57-

de legitimidad por el cambio radical del sistema constitucional. En el


segundo, se trata de una toma de poder por un pequeño número por
las armas que se impone a los otros sin consentimiento popular.
Puede hacerse mientras que, en el mismo caso de usurpación por
golpe de Estado (la usurpación siempre es antinómica de la
legitimidad), los maestros del poder buscan atraer las buenas gracias
del pueblo construyendo una legitimidad de “amor filial” hacia una
imagen de protector: ¿cuántos dictadores se han hecho nombrar
“padres del pueblo”?

Otro caso de ambivalencia es aquella de las monarquías


parlamentarias (Inglaterra, España, Bélgica, Suecia, etc.) que hacen
coexistir una legitimidad de filiación, pero sin poder real de
gobierno. Además, esta ambivalencia existe en el interior mismo de
los regímenes democráticos cuya legitimidad procede por mandato,
cuando el sistema de elección se completa por un sistema de
nombramientos. Con la elección, es un mandato colectivo que está en
el origen de la atribución de una legitimidad. Con los
nombramientos, se puede pedir en avance que estos nombrados sean
responsables. Según la constitución del V república, el jefe de estado
nombrado jefe de gobierno, y este escoge a sus ministros entre los
cuales algunos son elegidos por el pueblo y otros simples expertos 63,
no elegidos. En el problema de saber cuál legitimidad puede ser
61
Esta sacralización es aún más fuerte cuando se confunden los regímenes
políticos y la creencia religiosa, como en el caso del rey de Maroc Hasan II quien
era al mismo tiempo reconocido como descendiente del profeta. Esto, además,
explica puede ser que Maroc no haya conocido en los años 1990 una subida del
integrismo islamista tan fuerte que en los otros países de áfrica del Norte.
62
Lamizet (2002).
63
“simples expertos” no es una expresión peyorativa, porque no se puede imaginar,
ver la complejidad del gobierno, que los elegidos no se vuelvan diversos
especialistas. Esta expresión señala que aquellos no tienen la legitimidad que
podría conferirles una elección por medio del sufragio universal. Esto genera
polémicas en Francia, cada vez que se escoge un ministro no elegido.
atribuida a estos “elegidos del príncipe”, porque se podrá pensar que
ellos no rinden cuentas a aquellos que los han nombrado.

En fin, no se olvidará que, en el dominio político, existe igualmente


una legitimidad de hecho. Esta procede de un movimiento de apoyo o
de adhesión popular, independientemente del acto electivo. Se
acostumbra, en nuestros países democráticos, considerar que la
legitimidad es un asunto de derecho constitucional, el cual regula el
modo de representación del pueblo según una función mayoritaria.
Pero la legitimidad se funda sobre una mirada de reconocimiento
reciproco entre dos partes, es necesario que estas dos partes
alimenten permanentemente esta relación de investidura y de
control: aquel que ha sido investido de poder tiene necesidad de
asegurarse que el ejercicio de este poder siempre será reconocido
como legítimo. En México, le sub comandante Marcos, jefe de las
filas del movimiento zapatista de las indígenas de Chiapas (EZLN),
ha

-58-

sido reconocido por los indígenas como su líder, puesto que él se hizo
creíble ante sus ojos, ha sido legitimado de hecho. A continuación,
fue necesario hacerse creíble ante los ojos de la nación mexicana,
sus instituciones, sus representantes, hasta el Parlamento mexicano
que ha terminado por aceptar el hecho de recibir una delegación y
de reconocer a los representantes. Ha hecho hacer adquirir a su
movimiento una legitimidad de hecho. Evidentemente, la legitimidad
de hecho presenta un peligro, porque puede llegar a que un
usurpador termine, a fuerza de acciones eficaces, teniendo éxito en
algunas reformas y discursos demagógicos, para hacerse legitimar.
Así el discurso populista, del que hablaremos luego, tiene por juego
imponer una legitimidad de hecho.

La legitimidad política, que procede de una filiación, de una


formación, de un mandato o la que sea de hecho, es siempre el
resultado de una mirada social que refleja los valores a nombre de
los cuales esta se funda. En esto se puede decir que la instancia
ciudadana ha tenido su parte de responsabilidad en la legitimación
de los gobernantes. Ella sola “puede asegurar a los poderes y a los
regímenes políticos la adhesión necesaria, [y ella] aparece en
definitiva como un asunto de creencias y representaciones. En
resumen, ella es el punto nodal que ofrece y demanda la producción
de ideologías sociales y políticas en todos los avatares modernos de
la democracia, e incluye en sus aventuras totalitarias.” 64 Esta
legitimidad política fundada sobre la mirada social podrá ser juzgada
fiable si la mayoría que la constituye es insuficiente (50,05 %); ella
podrá así mismo ser marcada con la sospecha cuando sea
anormalmente mayoritaria (80%), pero en un caso como en el otro la
legitimidad se adquiere. Así ocurrió con las elecciones presidenciales
francesas del año 2002: reaccionando contra un fantasma de
dominación de Francia por la extrema derecha y sus valores de
exclusión., los electores de opiniones políticas por tanto opuestas
han legitimado masivamente al presidente de la república saliente.
Se trata de una legitimidad institucional y no de los valores, de los
que se puede decir que han sido obtenidos por defecto, pero que no
es menos una legitimidad de la que el nuevo presidente podrá
obtener gran partido, porque los motivos de una legitimación
terminan por caer en el olvido, hasta que el estado de legitimidad, lo
establezca.

-59-

64
C- Chabrol, “Por una psicología de las comunicaciones políticas”, coloquio
universidad de Caen del 22-23 de noviembre 2002, y Rouen del 16 de enero de
2002.
Capitulo II

Las estrategias del discurso político

Cuesta aceptar que en la democracia el pueblo vota a favor de un


hombre o de una mujer política, esto en razón de su imagen y de
algunas frases slogan que ella profiere para su campaña política. Y
por tanto el comportamiento de las masas depende de lo que aparece
bajo grandes denominadores comunes: discursos simples portadores
de mitos, símbolos o imaginerías que encuentran eco en sus
creyentes; imágenes fuertes susceptibles de comportar una adhesión
personal. En la democracia, el poder del hombre político viene de
una delegación, y esta delegación tiene un carácter sagrado, en
efecto, ella es metafóricamente, y de manera inversa, un acto de
adobamiento: un sitio en el que sea el príncipe que arma al
caballero joven noble haciéndose servidor de un código de honor, es
el pueblo que consagra al hombre político haciéndolo servidor del
bien común. Este, entonces, entra, como lo diría La Boétie, en
“servicio voluntario”, de un Estado, de una Nación, de una
República, es decir que el debe abrazar la representación simbólica
de esta entidad abstracta que constituye la parte fundadora de la
entidad colectiva de un pueblo. En estas condiciones, el hombre
político juega un papel de mediación entre lo “divino social” de lo
que habla Durkheim y el pueblo que lo ha posicionado. No es
asombroso que el trate de construir la imagen de un intercesor
benefactor, capaz de religar la condición humana de la realidad
social con la condición de un idealismo social invisible, porque el
debe dar al pueblo la razón por la cuál ha sido posicionado: el
beneficio de un “placer de ser”.

1. De la persuasión en el discurso político

Siendo la política un dominio de la práctica social en donde se


juegan relaciones de fuerza simbólica por la conquista y la gestión de
un poder, no puede ejercerse sino en la condición mínima de ser
fundada sobre una legitimidad adquirida y atribuida. Pero esto no es
suficiente, porque el sujeto político debe también mostrarse creíble y
persuadir el número mayor posible de individuos que deban
compartir ciertos valores. Lo que ubica la instancia política en la
perspectiva de tener que administrar las opiniones a los fines de
establecimiento de un consenso. Ella debe entonces hacer prueba de
persuasión para jugar el doble papel de representante y garante del
bienestar social.

-60-

Estrategias de manifestación

el hombre político se encuentra en una posición doble, por una parte


el debe convencer sobre lo bien fundado de su proyecto político, por
otra parte el debe buscar la adhesión del mayor numero de
ciudadanos y sus valores; el debe inscribir su proyecto en “la
longevidad de un orden social” 65 que depende de valores
transcendentales fundados históricamente, debe al mismo tiempo
inscribirse en el corto término de la regulación de relaciones entre el
pueblo y sus representantes. El hombre político debe entonces
construirse una doble identidad discursiva; una que corresponde a lo
político, lugar de constitución de un pensamiento sobre la vida de los
hombres en sociedad, el otro que corresponde a la política, lugar de
las estrategias de la gestión del poder: la primera construye lo que
se ha llamado precedentemente como el posicionamiento ideológico
del sujeto del discurso, la segunda construye la posición del sujeto en
el procesos comunicativo. En estas condiciones, se comprende que
lo que caracteriza esta identidad discursiva se un Yo-nosotros, una
identidad de singular – colectivo.

El hombre político, en su singularidad, habla por todos mientras que


es portador de valores transcendentales: el es la voz de todos a
través de su voz, y al mismo tiempo el se dirige a todos como si fuera
sólo el portavoz de la vox de un tercero, enunciador de un idealismo
social. El establece una suerte de pacto de alianza entre estos tres
tipos de voz- la voz del tercero, la voz del Yo, la voz de Tu- todos- que
terminan por fundirse en un cuerpo social abstracto, frecuentemente
expresado por un Se que tiene el papel de guía (“No se puede
aceptar que sean burlados los derechos legítimos del individuo”).

En esto las instancias del discurso político y religioso tienen algo en


común: el representante de una institución de poder y el
representante de una institución religiosa son llevados a ocupar una
posición intermedia de mediación entre una voz –tercera que es del
orden de lo sagrado (voz de un dios social o de un dios divino) y el
pueblo (pueblo de la tierra o pueblo de Dios) 66. Como revancha, se ve

65
Augé (1994m o, 95, 97, 103).
66
Muchos autores han hecho este paralelo: Castoriadis se inspiro en “lo social
divino” de Durkheim, Marc Augé describiendo el ritual político.
en que se diferencian, a pesar de lo que algunos dicen 67, las
instancias políticas y publicitarias. Las dos son proveedoras de un
sueño (colectivo o individual), pero la primera se asocia al
ciudadano-destinatario y construye el sueño (un idealismo social) con
el en una suerte de pacto de alianza (“Nosotros, juntos, lograremos
una sociedad más justa”), entonces la segunda se queda en el
exterior del destinatario-consumidor al que se le ofrece un sueño que
se supone desea (singularidad del deseo): es el agente

-61-

de una búsqueda personal (ser bello, seductor, diferente o a la moda)


y no un punto colectivo68.

Es necesario entonces que el hombre político sepa inspirar


confianza, admiración, es decir sepa lograr la imagen ideal del jefe
que se encuentra en el imaginario colectivo de los sentimientos y de
las emociones. Muchos pensadores lo han dicho, y algunos grandes
hombres lo han puesto en práctica: la gestión de las pasiones es el
arte de la buena política. Con la condición de que el ejercicio de
manifestarse (mostrarse, publicitarse), empuje al extremo y
enmascare un deseo de poder personal, no conduzca a los peores
derivados fascistas o populistas. Porque cuando esta gestión de las
pasiones lleva a la sumisión total y enceguece al pueblo (o a una
mayoría), es decir, cuando se confunden los papeles, las
motivaciones, no se dispone más del juicio libre, no se ejerce más
ningún control y se sigue al jefe ciegamente en una fusión (a veces,
un furor) colectivo irracional. Derivado de esto o no, sostendremos la
hipótesis, a la manera de los filósofos de la retórica política, que la
influencia política se juega tanto sobre el terreno de la pasión como
sobre el terreno del pensamiento.

La persuasión entre emoción y razón

La cuestión de saber si la persuasión es asunto de la razón o del


sentimiento es antigua. Desde Aristóteles 69 la idea estaba ya
impuesta entre los antiguos que no podían contentarse con el solo
67
El discurso ordinario, pero también aquel de los expertos en mercadeo y otros
consejeros en comunicación sostienen que se lanza un hombre a la política como
se lanza un jabón sobre la marcha. El discurso político sólo será una variante del
discurso público. Por lo tanto, en este no se encuentra ninguna de las
características de la identidad discursiva de aquella.
68
Se trata de las características generales del contrato publicitario, lo que impide
que esto sea siempre posible, a los fines estratégicos, de jugar con los términos del
contrato, ver las transgresiones como lo hizo Benetton con sus campañas de
promoción. Ver el número 8 de la revista Mscope, CRDP de Versalles, septiembre
1994, consagrada al estudio del discurso publicitario.
69
Aristóteles (1991). Retórica.
raciocinio y que buscaban “tocar” a los jueces, los jurados y el
auditorio. Tocarlos quiere decir ponerlos en una “disposición de
espíritu” tal que su juicio pueda ser más fácilmente orientado en tal
o cual dirección. Luego, pasando por Cicerón 70, Pascal71, Rousseau72,
y llegando hasta la Nueva Retórica 73, se admite que no se puede
apartar los sentimientos de todo proceso de lenguaje que tiende a
influenciar al interlocutor, pero al mismo tiempo conviene distinguir
“convicción” y “persuasión”. La primera revelará el razonamiento
puro, reposará sobre las facultades intelectuales y será vuelta hacia
el establecimiento de la verdad. La segunda revelará los
sentimientos (se diría hoy, “el afecto”), reposará sobre movimientos
emocionales y será vuelto al auditorio. El “logos” por un lado, el
“pathos” por otro, a lo que hay que agregar el “ethos” que concierne
la imagen de aquel que habla y que es igualmente susceptible de
tocar al auditorio por identificación posible de este a la persona del
orador74.

-62-

Lo que queda en discusión es la cuestión de saber si estas categorías


de convicción/ persuasión existen y actúan independientemente las
unas de las otras o si ellas están ligadas por una relación tan
estrecha que sería difícil hacer la partición entre lo que revelaría la
una y lo que revelaría la otra; correlativamente, se puede preguntar
sobre la parte que cada una toma en la puesta en escena del
discurso. En efecto, en el estudio de la argumentación como proceso
interaccional en una perspectiva “pragma- dialéctica”75, defendiendo
la idea de que existe una lógica argumentativa, que la
argumentación es por lo menos una actividad de la razón, y que en
estas condiciones la expresión de la pasión no puede ser que fuente
de desvíos de esta actividad. Así será posible hacer una lista de
“paralogismos”76 que será necesario considerar como dados los
peligros que acechan la pureza de la actividad argumentativa. Para
otros77, conviene intentar la categorización de las pasiones e
integrarlas en unos procesos argumentativos porque estas participan
de la construcción de los juicios. En la construcción de un discurso
70
Cicerón (1966), Del orador
71
Pascal (1954), Del arte de persuadir
72
Rousseau (1966), Emilio
73
Perelman C. y Olbrechts Tyteca O. (1970).
74
Ver también Gisèle Mathieu- Castellani (2000) que reviste las categorías
Aristotélicas.
75
Van Eemeren (1996) y Copi (1986)
76
“falacia” en inglés, ver Van Eemeren F. y Grootendorst R. (1996).
77
Meyer M., Plantin C., Parret H., Boudon R., Charaudeau P., ver también el
resumen hecho por R. Amossy (2000, parte III, capitulo 6).
intervendrían con igual importancia las categorías de la razón y las
categorías de la pasión. Es en todo caso lo que pasa en el discurso
político.

De las estrategias a orientaciones diversas

De hecho, las estrategias discursivas del hombre político destinadas


a buscar el favor del público dependen de varias cosas: de su propia
identidad social, de la forma como se percibe la opinión pública y del
circuito por el cual pasa para dirigirse a esta, de la posición de los
otros actores políticos sean partidarios o adversarios, en fin, de lo
que se juzga necesario defender o atacar, las personas, las ideas o
las acciones.

Se puede percibir la opinión pública como siendo favorable (y al


limite reducido al grupo de militantes y simpatizantes), desfavorable
(cuando aparece en los sondeos o en las manifestaciones callejeras),
o inciertos (lo que constituye la gran masa de Señores y Señoras y
Señora todo el mundo, reagrupados aleatoriamente en lectores de
periódicos, oyentes de radio o telespectadores). Sus discursos
deberán ajustarse a estos tipos de público, sabiendo por añadidura
que pueden superponerse los unos a los otros produciendo efectos
perversos. Por ejemplo, ciertas declaraciones de los sociales
demócratas alemanes, que no pertenecen a la derecha extrema 78:
“no deberíamos ser timoratos frente a los criminales extranjeros que
atrapamos. Para aquel

-65-

que viola el derecho de la hospitalidad, no hay sino una solución,


fuera y rápido” (el jefe de gobierno), “la frontera de las capacidades
de acogida de inmigración de Alemania se ha desbordado” (ministro
del interior), “los tiempos de la amistad con los anfitriones llega a su
fin” (ministro cristiano- demócrata del interior).

En lo que concierne a los otros actores a los que se dirige el


discurso de los políticos, es sobre todo a los adversarios que ellos
tienen en cuenta, a aquellos que pueden ser los candidatos
adversarios en una campaña electoral que buscan descalificar el
programa, al predecesor del puesto que ellos ocupan y frente el cual
buscan rebajar, oponiéndolos en razón a su política a las críticas a las
cuales deben responder. Sin contar con que el trabajo de regulación
de las opiniones difiere según si se ejerce en frente de las élites o en
frente de las masas. En frente de las élites se trata de reunir en
78
“los resbalones verbales de algunos políticos”, en El Mundo de 1 de septiembre
de 2000.
torno a un proyecto de gobierno común para el cual conviene
establecer alianzas con diferentes partidos y diferentes sectores a los
cuales pertenecen estas élites, y esto por medio de discursos de
promesa (o de amenaza). En frente de las masas para obtener la
“dominación legítima” de la que habla Max Weber, y que cuenta con
el discurso que evoca una pasión común para un hombre o un
proyecto. En cuanto a lo que el hombre político juzga necesario
defender o atacar, puede dirigir su discurso hacia: el valor de las
ideas, defendiendo la buen fundamente de una causa moral (la
solidaridad); el valor del programa y los medios disponibles para que
ocurra de la mejor manera (pragmatismo, realismo, eficacia); el valor
de los hombres y de las mujeres políticas, su competencia, su
experiencia y su saber hacer. Dicho de otra manera, el hombre
político debe hacer gala de una estrategia en todos los niveles para
tratar de lograr la adhesión del mayor número posible de ciudadanos
y sus ideas, a su programa, a su política y a su persona.

La instancia política, lo repetimos, se encuentra entre lo político y la


política, en un fin idealista que crea sistemas de valores y un fin
pragmático que se apoya en una experiencia de la relación con el
otro para influenciarlo. Se está en plena “subjetivación” política, una
subjetivación que, como lo han dicho muchos pensadores sobre
política de Tocqueville a Foucault y Deleuze, hace entremezclar
inextricablemente afecto y racionalidad, historias personales e
historias colectivas, espacio público y espacio privado, religión y
política, sexo y poder. Y esto, en tanto que, considerado desde el
punto de vista del individuo ciudadano, es lo que funda una opinión
pública, es también una pulsión que brota del fondo de la historia
personal de cada uno. Es así que enseguida nace una racionalización
que tiende a justificar esta pulsión y darle una razón social según
una moral de vida en sociedad que navega entre pragmatismo y
utopía.

La puesta en escena del discurso oscila entre el orden de la razón y


el orden de la pasión, mezclando logos, ethos y pathos para intentar
responder la pregunta que se supone se hace el ciudadano: “¿Qué
hace que yo deba adherirme o tal o cual valor?” para

-64-

el hombre político, es un asunto de estrategia para la construcción


de su imagen (ethos) con fines de credibilidad y de seducción, la
dramatización de su uso de palabra (pathos) con fines de persuasión,
la escogencia y la presentación de los valores con fines de
fundamento del proyecto político.
La construcción de la imagen de sí

“J. Chirac quiere restaurar, sobre el terreno una imagen degradada”;


“la opinión juzga severamente al jefe del Estado”; “mientras que en
algunas semanas, Lionel Jospin ha perdido a los Franceses. Los ha
dejado al borde del ser, serenos y optimistas, confiados en el
crecimiento venidero y en el gobierno. Los ha reencontrado, dos
meses más tarde, inquietos y preocupados, desconfiados y severos”;
“el nivel de popularidad del jefe del estado y del Primer Ministro
experimentan una caída desde varios puntos.” Los periódicos, la
radio y la televisión están ávidos de este tipo de novelas; no se pasa
una sola semana sin que las situaciones no tengan incidencia sobre
el estado del nivel de popularidad de los hombres políticos: “las
encuestas son catastróficas para…”; “las encuestas están a favor
de…”. Si los medios jugaran permanentemente el juego de las
encuestas es porque el público tiene necesidad de ellas. ¿Sin esto,
cómo podría circular el discurso político, fuera de los grandes hechos
y momentos de crisis? Los medios han comprendido bien que el
mundo político tiene necesidad de dramaturgia, y que esta
dramaturgia consiste en gran parte de una guerra de imágenes para
la conquista de las imaginerías sociales.

El ideal para el hombre político será llegar a constituirse en efigie,


una efigie que, si es posible, remitirá a los mitos universales. Segros
y eficaces (de Gaulle en estatua de grandeza, incluso “comandante”,
Miterrand en estatua “esfinge”), otros no (Giscard, en su tiempo, a
intentado la estatua de “gran economista”. Porque las condiciones
para transformase en efigie no son simples. Es necesario una
conjunción de hechos: un temperamento notable que este en
correspondencia con la palabra y el comportamiento, circunstancias
históricas y un saber creer en el hecho. La efigie no es posible sino
que en la medida de las marcas dejadas en la historia de manera
imborrable. Ni la simpatía que pueda suscitar un hombre político, ni
incluso su éxito son suficientes. Hombres de Estado excelentes
habiendo tenido éxito en su mandato político no se han hecho
acreedores de efigies. Hay en esto algo que nos recuerda la tradición
popular del teatro clásico (el melodrama épico), y que se encuentra
ahora en la manera en que los medios ponen en escena las estrellas
del cine o la canción. Esta puede ser, además, la razón por la cual
estas estrellas son frecuentemente instrumentalizadas por los
políticos79 , particularmente durante de las campañas electorales.
Pero sin ir hasta la cumbre del éxito del hombre

79
Esto ocurre aún más en los Estados Unidos.
-65-

político. Este se encuentra siempre preso en una dramaturgia que lo


obliga a construirse un personaje, una cierta figura que vale por la
imagen de sí, y que hace que la construcción del ethos tenga aquí
características particulares.

El ethos como espejo ciudadano

No hay acto de habla que no pase por la construcción de una imagen


de sí. Se quiera o no, lo que se calcula o se niega, desde el instante
en que hablamos, aparece (transparente) una parte de lo que somos
a través de lo que decimos. Aquí, no es tanto una cuestión de nuestro
posicionamiento ideológico, del contenido de nuestro pensamiento,
de nuestra opinión, y más de lo que incumbe a las relaciones que
nosotros mantenemos frente a nosotros mismos y que ofrecemos a la
percepción de los otros. El sujeto que habla no escapa a la cuestión
del ethos, con más razón el sujeto político.

La imagen de sí en el dominio político no está contenta solo con


aprehender, al menos si se la considera desde el punto de vista de la
eficacia. Se constata en efecto que la misma estrategia de imagen de
sí puede tener un cierto éxito en ciertas circunstancias, en una cierta
época, con un cierto público, y no tener ningún impacto en otras
circunstancias, con otro público. Es lo mismo con el carisma de una
persona que no actúa sobre cualquier cosa, y no importa en que
situación. La eficacia de estas imágenes no es muy previsible. En
otro, se constata, al observar el caso de los grandes personajes
políticos, en el proceso de construcción de una figura se hace unas
veces la ocasión de surgimiento de grandes hechos (guerras, crisis
nacionales o internacionales) otras veces en el curso de una
sedimentación progresiva de algunos hechos pequeños. El primer
proceso construye imágenes simbólicas fuertes, ligadas a una
temporalidad breve: el poder con Napoleón, la resistencia y la
salvación con Gaulle, la conciencia moral con Miterrand como
ocasión de la abolición de la pena de muerte. El segundo proceso
construye imágenes que implican en sí mismas una temporalidad
larga y se atan por más tiempo a las personas: la figura de seductor
atribuida a J. Chaban –Delmas, aquella de coraje atribuida a G.
Pompidou, aquella de frialdad atribuida a V. Giscard d’Estaing 80.
Pero estas imágenes, a pesar de su carácter general, incluso
80
Imagen, algunas negativas (aunque la frialdad sea útil en política), contra la cual
Valery Giscard d’Estaing no dejo de luchar, intentando construir la imagen más
familiar de “próximo al ciudadano”: apariciones televisivas en pullover cuello
enrollado, en actividades familiares y deportivas (practicando ski), proponiendo la
invitación a la casa de los franceses al “pueblo” y preparar huevos revueltos.
universal, no son intercambiables porque ellas corresponden cada
una a un momento de la historia de un país, de una personalidad y de
un pueblo.

La imagen de los gobiernos es considerada como correspondiente a


lo que esperan los gobernados. Aquí existirá

-66-

una demanda implícita, un deseo de incluirse en esta demanda, o de


hacerla surgir cuando es implícita. Es necesario que se produzca un
reencuentro entre la mirada que la instancia ciudadana tiene sobre
la instancia política y aquella que la instancia política tiene sobre la
instancia ciudadana. Pero para que este reencuentro se realice, es
necesario algo en común, y ese algo de común reside en los valores
que, configurándose de cierta manera, adquiere una fuerza simbólica
y hace fusionar las dos instancias. Esto se realiza en un juego de
ajuste de observaciones, un juego de reflejos entre las dos instancias
y una instancia tercera que juega el papel de figura ideal de
referencia.

En el dominio político, la construcción de las imágenes no tiene


razón de ser sino como volcada sobre el publico, porque ellas deben
funcionar como soporte de identificación, en vía de los valores
comunes deseados81. El ethos político debe entonces hundirse en las
imaginerías populares más ampliamente compartidas, porque debe
atender al mayor número, en el nombre de un tipo de contrato de
reconocimiento implícito. El ethos es como un espejo en el cual se
reflejan los deseos de unos y otros.

Imágenes contradictorias y frágiles

El ethos político nos reenvía imágenes difíciles de comprender


porque unas veces se contradicen entre ellas, y otras tantas se
derivan hacia efectos no deseados. Hay, por ejemplo, contradicción
entre valor positivo (algunas veces no reconocido) concedida por la
imagen de “poder” del hombre político proveniente de una situación
de fortuna confortable (si es pobre le hará perder su credibilidad) y
la, negativa, de acuerdo con la imagen de “pudiente” incapaz de
compartir los sufrimientos de los pobres. La contradicción entre la
imagen positiva de “inteligencia” incluso de “espíritu de astucia”,
necesario de todo hombre político, y la imagen negativa de
“hipocresía” que puede acompañarla. Contradicción aún entre la
imagen positiva de un “papa protector” tomando a cargo el futuro de
81
Escogencia del término “deseado” porque el poder de atracción de las imágenes
no puede explicarse sino teniendo el recurso de la fuerza de deseo.
los ciudadanos, y su retorno en imagen negativa de “paternalismo”
infantilizante. Puede también tener contradicción entre dos
imágenes positivas opuestas como pueden ser un ethos de “control
de sí”, incluso de “·prudencia” necesaria para la construcción de lo
simbólico del jefe (este ethos puede además percibirse
negativamente como denotando un espíritu “frio y calculador”
refugiando la razón del Estado), y un ethos de “pasión” haciendo
aparecer una humanidad bajo la mascara del hombre político
igualmente necesario para la construcción de un jefe humano. El
camino es angosto para el hombre político que, no sabe cuales son,
en un momento dado, las imaginerías más sensibles, debe saber
ajustar los contrarios: mostrar a la vez diplomacia y compromiso,
protección y dinamismo, distante

-67-

(grandeza ) y próximo (ciudadanía), astucia pero honestidad, rico


pero no corrupto, etc. Y esto es tanto más que una misma actitud
pueda ser construida en imagen positiva por sus seguidores y en
imagen negativa por sus adversarios. Tal jefe de Estado adopta una
actitud silenciosa en frente de una situación de crisis lo que será
juzgada por unos como una actitud “reflexiva” es decir, escucha
antes de actuar, y por otros como una actitud de un hombre
“autoritario” que prepara su golpe en silencio o de un hombre
“incapaz” mostrando su incompetencia para reaccionar82.

Pero el riesgo más grande que presenta este juego de espejos para
quien tiene un sentido elevado de la política es aquel de la desviación
populista. Porque no se puede ocultar que las masas pueden ser
seducidas por imágenes que no están directamente ligadas a lo
político: imagen exagerada de “virilidad” que se manifiesta para la
figura de “lengüilargo” sabiendo “cerrar el pico” de sus adversarios,
sabiendo mostrar que no se tiene miedo a nada, de ninguna
situación, ni de ningún adversario83; figura de seductor que no
esconde sus extravagancias sexuales, porque esto será una prueba
de poder. Es verdad sin embargo que el valor de estas imágenes
depende de las culturas, es decir de las imaginerías sociales que
circulan en un momento dado de la historia de los grupos 84.
82
Ver el caso del presidente de la República Mexicana, Vicente Fox, al comienzo de
su mandato, cuando enfrentó una situación de crisis generada por los zapatistas de
Chiapas: unos le reprocharon su falta de firmeza, otros su timidez en la apertura
de su mandato.
83
Como J.-M. Le Pen.
84
En Francia, por ejemplo, este genero de “extravagancia” se valora (Giscard
d’Estaing, Miterrand), pero sin más. En ciertos países africanos, se sobre valora,
como si el poder ejercido en la vida privada estuviera ligado al de la vida pública
Desafortunadamente, estos ethos de fuerza, de poder, de virilidad, de
la que se visten algunos soberanos, emperadores y dictadores (Cesar,
Caligula, Franco, Pinochet, Milosevic, etc.) han permitido que se
ejerzan impunemente actos de crueldad y de injusticia, y por lo
tanto, se constata que a pesar de estas exacciones los pueblos
veneran - o temen- estas imágenes de poder85.

Sea como sea la construcción de estas imágenes y de sus efectos


sobre los pueblos, un hecho se prueba por la historia: esas imágenes
son frágiles. Adoradas un día, las mismas imágenes pueden ser
quemadas el día siguiente. 86 Tony Blair, Primer ministro de Gran
Bretaña, después de haber gozado al comienzo de su mandato de una
imagen mediatizada muy positiva y fuerte: “El as de la entrevista, el
campeón de las grandes misas políticas televisadas, el maestro
indiscutible de la prédica de masa y del vuelo retórico, en resumen la
quintaesencia personificada del hombre político moderno[…]” 87, al
punto que los medios hablaban de la “magia Blair”, se denuncia tres
años más tarde como “un obseso de la imagen, un vendedor
hipócrita, totalmente absorto en su ego[…], listo a recurrir a una
serie de golpes

-68-

mediáticos o de “medidas” populistas para mantenerse” 88. El balance


puede, sin embargo, volver a su posición inicial, que nunca es
completamente la misma.

La cuestión de la dramatización del discurso

Es en la medida en que las emociones correspondan a


representaciones sociales constituidas por una miscelánea de juicios,
de opiniones y de apreciaciones pueden activar sensaciones o
comportamientos, que pueden ser utilizados para intentar seducir,
amenazar, aterrorizar, en resumen captar un interlocutor o un
auditorio. Esto participa de los procesos de persuasión, pero esta vez
teniendo como recurso un universo de discurso impregnado de
afecto. Sin embargo, para que el interlocutor sea tocado, es
necesario que ocurran algunas condiciones comunicacionales,

(ver Bayart 1996:159). En los países anglo-protestantes, por el contrario, es


desvalorizado (ver las aventuras extraconyugales de la familia real británica y la
relación Clinton-Lewinsky).
85
Bayart (1996:172).
86
Este “día” y este “día siguiente” serán variables de duración de acuerdo con las
circunstancias políticas.
87
Reportaje en El Mundo de 21 de julio de 2000.
88
Ibid., pero esto antes de la guerra de los Estados Unidos en contra de los talibán
y en contra de Irak.
porque el recurso de un discurso de afecto no entraña
obligatoriamente la emoción del interlocutor. Yo puedo hablar de un
accidente que me ha ocurrido, cuyo recuerdo es penoso, pero nada
me dice si mi relato producirá el mismo efecto de pena en mi
interlocutor si este no encuentra ningún eco en su propia
experiencia. Puede ocurrir también que no toque a un interlocutor
pero si a otro. Contrariamente, puede narrarse el mismo relato del
accidente, que contado de manera jocosa produzca sin embargo un
efecto de angustia sobre un interlocutor con respecto a lo que el
relato contado de esa forma evoca en su recuerdo.

Un discurso es susceptible de producir un efecto emocional sobre un


auditorio según la forma en que se combinan tres factores: (i) la
naturaleza del universo de creencias a las cuales el discurso reenvía
(vida/muerte, accidente, catástrofe, masacre, amor, pasión, etc.); (ii)
la puesta en escena discursiva que puede en sí misma parecer
dramática, trágica, humorística o neutra, (iii) el posicionamiento del
interlocutor (o del público) en cuanto los universos de creencia que
se convocan, y el estado de animo en el que se encuentran. Sobre
este hecho, el sujeto que habla debe saber escoger ciertos universos
de creencias, tematizarlas de cierta manera y proceder en una cierta
puesta en escena, en función de la forma en que se imagine al
interlocutor o a su público y el efecto que espera producir en ellos.
El discurso político se dirige a un auditorio que está preso tanto en
su ser universal como en su ser particular, y más aún entre los dos a
la vez.

El triangulo de la dramaturgia política

El universo de los afectos es un universo regulado de acuerdo con la


racionalización que se hace a posteriori y que lo convierte en
universo socializado: Hay “en toda experiencia una emoción, del
logos”89. Hay

-69-

“sentimientos de afecto” que circulan en este universo, y como ellos


están presos con la dimensión emocional de los individuos, aparecen
en una puesta en escena dramatizante, según se tenga un escenario
susceptible de tocar al público de forma positiva o negativa. El
discurso político- aunque no sólo él- procede a cierta puesta en
escena siguiendo el escenario clásico de los cuentos populares y los
relatos de aventura: una situación inicial que describe un mal,

89
Eggs (2000).
determinación de la causa de ese mal, reparación de ese mal por la
intervención de un héroe natural o sobrenatural.

El discurso político, que busca hacer adherir público a un proyecto o


a una acción, o disuadir a otros de seguir un proyecto adverso,
insiste más particularmente sobre el desorden social en el que la
victima es el ciudadano, sobre la fuente del mal que se encarna en
un adversario o en un enemigo, y sobre la solución salvadora que se
encarna en el hombre político que posee el discurso. El desorden
social se presenta como un estado de hecho o como un estado
potencial: en el primer caso, se trata de persuadir al público de la
existencia de un mal y sobre el hecho de ser victima que no se puede
prestar a especulación; en el segundo caso, en cambio, se trata de
crear un estado de atención que obligue a visualizar la posible
existencia de un mal y genera un temor generador de angustia. La
fuente del mal puede presentarse de forma determinada, cuando se
designa con el nombre de una persona (“Saddam Hussein, secuaz de
Satán”) o de un grupo (“el RPR, partido mafioso, que práctica la
exclusión”90), o de modo impreciso, cuando se designa globalmente,
como escencializado (“la inmigración, este mal que difunde terror”).
La solución salvadora consiste en proponer medidas que reparen el
mal existente. Por esto, el defensor de estas medidas debe parecer
creíble, persuasivo y tendrá que construirse una imagen más o
menos fuerte de salvador, el objetivo será que el público lo encuentre
liberador de sus males y se refugien totalmente en él. Esto muestra
hasta que punto la construcción de la imagen de sí (el ethos) es
importante en el discurso político.

La descalificación del adversario

Es igualmente en la estigmatización de la fuente del mal que es


necesario inscribir las estrategias de descalificación del adversario,
este último siendo uno de los polos constitutivos del discurso
político91.

Las estrategias de descalificación se ponen en obra con la ayuda de


diferentes procedimientos discursivos, como aquella que aparece en
la declaración televisiva de un Presidente de la República que invita
a los franceses a votar “si” al primer referendo sobre Europa:
“Algunos los llevan a votar “no”, prisioneros de su doctrina, de su
voluntad obstinada de establecer en Francia un sistema totalitario.
Inútil insistir.”92 Se

90
J.-M. Le Pen.
91
Ver capitulo I.
-70-

Descalifican aquí, a la vez, las ideas del adversario (“prisioneros de


su doctrina”), las consecuencias negativas para el pueblo
(“establecer un sistema totalitario”), la instancia adversa por una
imagen negativa (“voluntad obstinada”). Se trata en esta declaración
de rechazar las ideas y la acción del adversario recordando la
amenaza que representa. Pero hay igualmente otros procedimientos:
manejar la ironía: “hay otros que no vacilan en aconsejarte la
abstención. ¿Acaso no tiene opiniones sobre Europa?”93; revelar las
contradicciones del adversario: “¿O es que acaso ellos tienen miedo
a reconocer que un gobierno en el cual no tienen partido es lo que
siempre han deseado?”94; hacer caer la sombra de la manipulación
en el adversario: “la honestidad les recomienda que voten en
blanco”95 (puesto que no son honestos y los engañarán); o hasta
denunciar las consecuencias nefastas para el ciudadano: “ aunque
sea hábil la presentación, empujar a la abstención es una mala
acción, es invitarlos a no cumplir su deber ciudadano, impedirles
ejercer su deber de hombres libres, y decidir su destino.”96

El sujeto político, en posición de haber combatido a un adversario,


debe rechazar los valores opuestos a aquellos que el adversario
pregona, mostrando una buena argumentación en cuanto a las
debilidades y peligros de las ideas de aquel. Pero una argumentación
más pausada, compleja y sutil arriesgaría no ser comprendida por los
ciudadanos. Esto es por lo que frecuentemente en política, la
argumentación se reduce a un procedimiento de ataques ad
hominem que ponen en cause la probidad del adversario, sus
contradicciones, su incapacidad de cumplir promesas, sus alianzas
nefastas, su dependencia a la ideología de su partido que le ha
quitado libertad de palabra y de acción. Pero como el ataque verbal
de un adversario hecho en un espacio público se escucha por un
público (físicamente presente o no), es susceptible de producir sobre
aquel que ataca efectos tanto favorables como desfavorables para su
imagen. La misma figura que intentan menoscabar puede ser
apreciada positivamente por aquellos que tiene necesidad de
identificarse a un ethos de “poder” (“el sabe pelear”), pero será
rechazado (“es un personaje burdo”) por aquellos que prefieren un
ethos de “inteligencia” (“Es un combatiente sutil y elegante”).
92
Alocución televisiva del presidente G. Pompidou de 12 de abril de 1972, en El
Mundo de 13 de abril de 1972.
93
Ibid.
94
Ibid.
95
Ibid.
96
Ibid.
Un discurso subjetivo que mezcla pasión y razón

Se ve que la persuasión puesta en práctica por el discurso político es


un asunto de pasión, de razón y de imagen. De pasión, porque el
campo político es por excelencia el lugar en donde las relaciones de
poder y de sumisión

-71-

se gobiernan por principios pasionales. Spinoza veía en las pasiones


“las causas y las fundamentos” de la sociedad política, de sus
instituciones y de sus malos funcionamientos97, y Voltaire decretaba
en su época “que las pasiones son los caminos que hacen andar a
todas las máquinas”98 (pensaba en la máquina humana), porque,
decía él, “la necesidad de mandar, que es una de las ramificaciones
del orgullo, y que se nota también visiblemente en un pedante
universitario o en un pueblerino que en un papa o un emperador,
excita aún poderosamente la industria humana para llevar a los
hombres a obedecer a otros hombres” 99. De pasión pero también de
razón, porque aquellos que buscan mandar deben hacerse legítimos
y volverse creíbles, y aquellos que aceptan someterse por delegación
interpuesta buscan controlar el poder concedido, incluso a
reivindicar un derecho a la puesta en cause de la acción de poder. En
donde, “una coacción polémica de lucha entre tomar el lugar del
Otro o someterse al Otro”100. De pasión, de razón, pero igualmente
de imagen, porque finalmente, no hay ninguna adhesión a las ideas
que no pase por los hombres.

Así se ha hecho llamar a los procedimientos de la puesta en discurso


que se orientan tanto al auditorio en la esperanza de despertar en él
un interés por las ideas y una pasión por defenderlos, tanto hacia la
construcción de la imagen de un líder capaz de conducir sus tropas
hacia la Tierra prometida.

Tocar al auditorio puede obtenerse implicándolo directamente o por


las vías de la adhesión a la persona del orador cuya imagen puesta
en escena sirve de soporte a un proceso de identificación.
Frecuentemente, en el flujo del discurso político, todo se mezcla, es
bastante difícil hacer la diferenciación entre los componentes de ese
mecanismo de persuasión. Para retomar la formula de la “fractura
97
Ver Matheron (1992).

98
Tratado de metafísica (1961)
99
Ibid.
100
Maffesoli(1992)
social” lanzada por J. Chirac en 1995, se ve que aquella hace un
llamado a los valores éticos de igualdad y de solidaridad, con la
esperanza de tocar a la parte mas desfavorecida de la población
(efecto de pathos), construyendo una imagen de líder consciente de
la miseria humana, decidido a acabar la miseria en un impulso de
generosidad (efecto de ethos)- lo que confiere al autor de este
eslogan una cierta legitimidad- fundado en el fantasma de un mundo
mejor. El hombre político pone su propia persona en como deseo de
identificación del ciudadano que así participa para la procuración y
realización de un proyecto político.

El discurso político obedece más a un objetivo de incitación a opinar


que a un objetivo de demostración. Se trata menos de establecer una
verdad en razón de buscar a transformar o (reforzar) opiniones
impregnadas de emoción, a través de la construcción identitaria de
los actores del mundo político. Lo que hace decir a Marc Augé: “no
importa si se trata de un lenguaje

-72-

político o un lenguaje de terror, el lenguaje político es un lenguaje de


identidad.”101

La cuestión de la escogencia de valores

Se podría pensar que la escogencia de valores, por el hombre


político, no supone problemas mayores. Seria suficiente con que
alguien escoja a quienes correspondan a sus propias convicciones y
las de sus partidarios. Sin embargo, las cosas no son tan simples,
porque las escogencias se tropiezan con un número de obstáculos.

La opinión contra los valores

Primero que todo, el obstáculo de pluralidad de los valores. Se sabe


que el hombre político que quiere acceder al poder o quiere
mantenerse en el poder tiene la necesidad de un consenso
mayoritario por parte de la opinión pública. O, es raro que ese
consenso, salvo en algunos casos particulares 102, sea homogéneo. La
opinión mayoritaria que lo constituye es en la mayoría de los casos el
resultado de un compromiso entre opiniones diferentes alrededor de
valores circunstancialmente dominantes. Se ha visto más de una vez
a hombres políticos ser elegidos gracias a las voces de los partidos
contrarios. Esto quiere decir que todos los valores que se encuentran

101
Por una antropología de los mundos contemporáneos, op.cit.
102
Los de una crisis social grave que hace agrupar a un pueblo alrededor de un
gran líder o de un principio de libertad que anula provisionalmente otra opinión.
incluidos en este consenso no coinciden necesariamente con los
valores del hombre político, y que aquí se debe, por encima de sus
propias convicciones, convocar otros valores, a aquellos que parecen
corresponder mejor a una gran parte de la opinión pública. Pero no
debe, sin embargo, destruir o abandonar sus propios valores, falta de
la que se ocuparan sus partidarios. Esto se produjo en Francia en las
elecciones presidenciales de 2002, la campaña de L. Jospin más
centrada en los valores centrales que de izquierda le ha hizo perder
gran parte de los votos de su electores. Esto obliga al hombre
político a satisfacer una condición de adecuación a los valores que
tienen mayor de generalización- por lo menos los que se imagina
tienen esta característica- sin contradecirse.

Otro obstáculo reside en el hecho de que las opiniones pueden


cambiar en el curso de la historia de un país y con ello los valores
que ellas se atan. Estas pueden ser redefinidas y consecuentemente
repartirse de forma diferente entre los partidos de opiniones. Así
tenemos los valores que pertenecen a los imaginarios de tradición y
de modernidad103. El recurso de historia y de pasado de un pueblo
será evaluado cuando se trate de defender la soberanía en frente de
la amenaza de perder la identidad que representaría la promoción de
valores federalistas o globalizantes realizados en

-73-

nombre de la Modernidad, y lo también en los posicionamientos de


izquierda o de derecha104. Pero este llamado a la tradición y al
pasado será juzgado como reaccionario mientras que sirva como
justificador de las prácticas de exclusión o de purificación étnica, o
mejor conservador cuando sirve para preservar prácticas feudales.
Hubo un tiempo en el que la soberanía nacional era un valor
compartido por un gran número de pueblos europeos, mientras que
ahora no tiene tanto éxito; ha sido substituido por valores más
regionales (las autonomías o movimientos de independencia al
interior de los Estados Unidos105). En una época no muy lejana, se
oponían de forma radical los valores del progreso social y valores de
progreso económico, las primeras pregonaban la igualdad social
(defendidos sobre todo por los partidos de izquierda), los segundos
pregonaban la ganancia, fuente de enriquecimiento de las
sociedades (defendidos sobre todo por los partidos de derecha).
Ahora bien, mientras que los partidarios de las primeras han
103
Ver la 4ª parte, Capitulo II, “Algunas imaginería de verdad de la política”
104
J.-P. Chevènement de un lado, Ch. Pasqua y Ph. Villiers del otro.
105
Valores defendidos o reivindicados de forma violenta como por Corsa en Francia,
y el País Vasco en España.
aceptado la necesidad de integrar los valores que participan en la
economía de mercado, condición de la producción de riqueza en la
que no habrá nada que repartir, y los partidarios de las segundas han
tomado conciencia de la necesidad de integrar valores que participan
de un principio de equidad106, condición para obtener la paz social.
En cuanto al principio de libertad, será defendido o combatido,
sucesivamente o simultáneamente, por unos y otros, según se aplica
al dominio de derecho a disponer de su cuerpo y a dar o suprimir la
vida (píldora, aborto, eutanasia)107, en el dominio de la economía
(libre-intercambio), en el del trabajo (libertad de licencia) o de la
cultura (libertad de creación contra la hegemonía mercantil), etc.

Es entonces cada vez más difícil describir los valores relacionándolos


de manera fija con las opiniones, de los grupos o de los partidos de
derecha o de izquierda, incluso si algunas oposiciones permanecen;
entonces es el paso a paso108 lo que conviene observar, analizar para
entonces describir los valores.

La cuestión de la presentación de valores

La buen escogencia de los valores no es suficiente. La instancia


política- o la instancia ciudadana en sus movimientos de
reivindicación o de revuelta- deben saber presentarlos; se puede así
mismo decir que es en la forma de presentar los valores en donde
ellos toman un sentido en el espacio político. Es importante por esto
que la presentación tenga ciertas condiciones de simplicidad y de
argumentación.

-74-

Condiciones de simplicidad

Para dirigirse a las masas, es decir a un grupo de individuos


heterogéneos y dispares desde el punto de vista de su nivel de
instrucción, de su posibilidad de informarse, de su capacidad de
razonar y de su experiencia de la vida colectiva, implica que se
ponga en epígrafe valores que puedan ser compartidos y sobre todo
comprendidos por el mayor número posible, razón por la cual se
cortará el público: “es tu programa, pero es demasiado inteligente,
demasiado largo, está pensado para el 3%, 4% de Franceses. Es
necesario que alguien lo resuma” dijo un miembro del partido
106
De ahí el éxito de la expresión “fractura social” por J. Chirac en 1995.
107
Recordemos lo que dijo J.-M. Le Pen con respecto a esto: “la afirmación de que
tu cuerpo te pertenece es irrisoria”, pertenece a la vida y también a la nación”
108
El “coup par coup”, es decir según los parámetros de las épocas históricas, del
contexto cultural y de las situaciones políticas.
socialista a un miembro encargado de la campaña electoral de Lionel
Jospin109. El hombre político debe buscar lo que pueda ser el mejor
común denominador de las ideas del grupo al cual se dirige,
interrogándose sobre la manera como debe exponer sus ideas.

Simplificar no es fácil e implica un riesgo. El mundo es complejo, el


universo del pensamiento es complejo; simplificar es entonces
intentar reducir esta complejidad a su más simple expresión. Aquí es
que aparece el riesgo, porque simplificar puede llevar a una verdad
falseada, a una verdad no probada o así mismo a una contra verdad:
“ El tratado de Maastricht da el derecho de voto a los extranjeros y
así mismo a todos aquellos que llegan legalmente o ilegalmente a
través de nuestras fronteras”, dijo Jean- Marie Le Pen 110. La
condición de simplicidad lleva siempre a tomar un poco de verdad.
Elle tiene un recurso de doble procedencia: de singularización y de
esencialización.

La singularización consiste en evitar multiplicar ideas, su


multiplicación puede prestar a confusión por espíritus no habituados
a la especulación intelectual. Expresar una idea a la vez sería 111
garantía de claridad y permitiría que la atención del auditorio se
focalice y concentre en esa sola y única idea. Razón por la cual, no
nos sacaría del apuro, porque, paradójicamente: “en este proyecto,
no habría tantas proposiciones puesto que no habrían más ideas.”112

La esencialización consiste en hacer que una idea este enteramente


contenida, resumida y condensada en una noción que existiría en si
misma, de modo natural, como una esencia, más independiente de
ellas misma que de otras cosas; y por este hecho, se la presenta de
una forma nominalizada. Por ejemplo, para J. –M. Le Pen, emplear el
término “inmigración”, es condensar en un solo nombre la idea de
que los inmigrantes invaden el

-75-

territorio francés y representan una amenaza: “La inmigración, es la


ruina de nuestro país”, “la inmigración es la causa del desempleo.” A
fuerza de emplear esta forma nominalizada en estos contextos, ella
se vuelve portadora de algo que existe en sí, de forma absoluta,

109
George Freche, ver El Mundo de 5 de junio de 2002
110
“Discurso de Juramento de Reims”, Presente, 11, 12 y 14 de septiembre de
1992.
111
Se empleará aquí y adelante el condicional, porque esta exigencia de claridad es
en si misma un evento del imaginario, el imaginario de la simplicidad.
112
El Mundo de 5 de junio de 2002.
imponiéndose de manera ineludible. El ingenio no tendría entonces
sino que interrogarse sobre la complejidad de este fenómeno.

Este doble procedimiento de singularización y de esencialización da


lugar a la existencia de formulas en las que el éxito y el impacto son
variables. Si una formula es concisa, al mismo tiempo se carga
semánticamente, globalizante así como uno o varias ideas la
esensializan haciéndola o haciéndolas imprecisas, y más tendrá
fuerza de atracción. Por lo menos una hipótesis psicosociología que
dice tanto más cuanto atrae por una idea que será indeterminada 113.
Este tipo de formula está destinada a producir un efecto de
evidencia114.

El discurso político está colmado de procedimientos de este tipo con


la esperanza de tener impacto sobre el público. Empleo de palabras
que, surgidas en cierto contexto, se sueltan y se re emplean de
manera absoluta, sin que se sepa más quien las ha empleado, que
actores le conciernen, ni con que propósito han sido empleadas:
“inmigración”, “solidaridad”, “precariedad”, “raza”, “seguridad” (y
su contrario “inseguridad”), “globalización” (y su contrario
“antiglobalización”), así mismo todos los términos terminados en –
ismo. Empleo de sintagmas fijos, compuestos de un nombre y de un
adjetivo: “fuerza tranquila”, “Argelia Francesa”, “purificación
étnica”, “ayuda humanitaria”, o dos nombres en relación de
dependencia: “generación Mitterrand”; “desigualdad de razas”,
“soberanía de los pueblos”. Empleo de elipsis que por ser incompleta
produce un efecto de absoluto: “¡nunca jamás!”, “¡Socorro, la
derecha viene!”, “¡Francia para los franceses!”, Empleo de frases
definicionales, que como las máximas, adagios o proverbios, se
presentan con un valor de verdad general, unos parecidos a una
sentencia: (“un jefe no abandona sus armas en medio de una
batalla”, “¡el caos, se acabo!”), otros se focalizan sobre la causa (“la
inseguridad es la primera plaga de nuestra sociedad”, “la
inmigración significa desempleo”), otros juegan con la paradoja
(“todos somos judíos alemanes”), otros juegan con la alternativa falsa
(“Gaulle o el caos”), otros con tautologías, en donde la apariencia
redundante tiene como destino producir un efecto de definición
indiscutible (“Francia es Francia y será siempre Francia”, “Francia
no es tanto Francia, sino cuando es ella misma”, “A la guerra como a

113
Entre más una idea es precisa y más deja aquel que la recibe en el exterior de
aquella; entre más ella se define de forma imprecisa, más deja aquel que la recibe
en campo abierto para que se pueda proyectar. Hipótesis emitida por Baudrillard
en De la seducción (1979).
114
Existen numerosos estudios sobre las “formulas” en política, cf. S. Bonnafous, J.-
P. Faye, P. Fiala, A. Krieg.
la guerra”, “el enemigo, es el enemigo”, “un judío, es un judío” ).
Empleo de frases exclamativas, implícitamente descriptivas o

-76-

narrativas, que sugieren una denuncia (“¡OAS, SS!”), una acción a


cumplirse (“¡OAS vencerá!”, “¡Giscard, al timón!”, “¡el fascismo no
morirá!”, “¡la imaginación o el poder!”, “¡haz el amor, no la
guerra!”), a menos que, en un acto performativo, el hacer se realice
en su decir mismo: “Yo, presidente de la República, disuelvo la
Asamblea nacional.”

Todos estos procedimientos contribuyen a producir un efecto slogan


como se encuentra en el discurso publicitario, con la diferencia de
que un slogan, como “L’Oreal, eterna juventud” no engaña a nadie
desde el punto de vista de su fuerza de verdad: no se le reconoce
sino una fuerza de sueño y de seducción. En cambio, “Inmigración,
plaga de nuestro siglo” es un slogan susceptible de tomar una fuerza
de verdad para el que quiera creer en su esencialización. Es verdad,
sin embargo, en un caso como el primero, el slogan busca producir
en aquellos que lo reciben un efecto de adhesión personal
enmascarado por una ilusión racional, porque los sentidos que lo
mueven están impregnados de una razón emocional que excede
grandemente lo que se dice explícitamente.

Condiciones de argumentación

Estas deben ser consideradas, como se dice mayormente, en su


perspectiva persuasiva, es decir que no se trata tanto de desarrollar
un razonamiento lógico en una búsqueda explicativa o demostrativa,
tendiendo a elucidar o hacer existir una verdad, sino mostrar la
fuerza de la razón. El juego no es aquí de verdad sino de veracidad:
no se trata de lo que es verdad sino de lo que yo creo verdadero y lo
que tú debes creer verdadero. También las condiciones de
argumentación que acompañan la puesta en escena de los valores
que son, a su vez, simplificados a extremo. Para el hombre político
que argumenta, se trata de proponer un razonamiento causal simple
apoyándose en creencias fuertes que se supone se comparte por
todos, y de reforzarlas aportando argumentos destinados a producir
un efecto de prueba.115

Un razonamiento causal simple

115
En el esquema de Tulmin (1994), estas creencias se suponen compartidas
correspondiendo a “la ley del paso” sirviente de “garantía” o de “reserva”.
En el discurso político, se encuentran esencialmente dos tipos de
razonamiento causal. Uno es el principial i porque ubica en principio
de acción lo que es finalidad: “Porque ustedes quieren una Francia
fuerte, votarán por un proyecto liberal” 116; no es plantear un acto
(“votar”) con el hecho de obtener algo (“una Francia fuerte”), sino
plantear un principio “una Francia fuerte”) que debe acarrear
obligatoriamente (obligación moral) un acto (“Votar”). Este modo de
razonamiento pretende hacer adherir a los individuos a una idea
simple que deberá constituir el principio de su adhesión al proyecto
político que se propone; es por esto que se llama igualmente
razonamiento ético.

-77-

Al otro se le llama pragmático, porque plantea una premisa que


implica una consecuencia más o menos ineluctable o que visualiza un
fin: “si se bajan los impuestos, se aumenta el poder adquisitivo”,
“Voten el domingo para salvar a la República” 117. Busca hacer creer a
los individuos que no hay otra consecuencia que la enunciada, o
ningún otro fin a perseguir sino el anunciado. Se opera aquí un
desplazamiento lógico de una causalidad posible o una causalidad
ineluctable. El discurso político de razonamiento ético busca ubicar
al individuo ante de una escogencia moral (“en el nombre del
actuar”), mientras que el razonamiento pragmático busca ubicarlo
ante una responsabilidad (cuáles medios se deben dar para llegar a
sus fines”).

La fuerza de los argumentos

Los argumentos de prueba son de diversas clases. Evocaremos los


más recurrentes, algunos otros no pueden ser empleados en el
cuadro del discurso político.118 Los argumentos por la fuerza de
creencias compartidas: “no se puede no querer salvar la República”
(la república tiene un valor universal), “la intervención humanitaria
se justifica por las exacciones de purificación étnica iniciadas por el
gobierno serbio” (no se puede dejar acumular victimas de una acción
genocida) los argumentos por el pie de circunstancias y su

116
La formula es siempre del tipo “es por…por lo que…”.
117
La formula es aquí de tipo “si…entonces…”
118
Nos remitiremos a la obra de C. Plantin (1996) que reportan los tipos de
argumentos: el “caso por el caso” (55) no puede ser empleado en el discurso
político porque el transgrede la regla de simplicidad de la que hemos hablad; el
“punto de vista relativo”, porque esto supone aceptar la posible veracidad de un
punto de vista que no es otro sino aquel que se defiende lo que esta escasamente
proscrito en el discurso político ; la “contraparte” que supone que se haga una
concesión entre intercambios (esto se hace permanentemente en los negocios,
pero no se dice explicitamente9 (50); etc.
contraparte119: “no podemos ocultar que el mundo moderno está
imbuido en un proceso de globalización económica. La cuestión es
controlarla.” Los argumentos por la voluntad de actuar del sujeto
que argumenta: “yo los he escuchado, y me dedico a cambiar los
hechos de la política” , “pondré toda mi energía y mi voluntad en la
realización de esta nueva política”, “¡yo asumo el reto, ante el pueblo
francés que, cuando el FN este en el poder, todos estos maleantes,
todos estos bandidos deberán no solamente rendir cuentas sino que
tendrán que pagar con su vida!”120. Los argumentos por el riesgo de
no hacer una buena escogencia, son los que pueden tomar la forma
de una advertencia: “si se deja pasar la oportunidad de Europa
unida, no solamente habrá debilitamiento ante el poder de los
Estados Unidos, sino también el de cada país” 121, o un dilema: “la
izquierda o la inseguridad”, “la derecha o la exclusión”, “Gaulle o el
caos”. Los argumentos por la autoridad de

-78-

sí, que reposa sobre la legitimidad o su credibilidad: “en tanto que


elegido representante del pueblo, que yo pide se examine al
presidente de la República”, “Ustedes me conocen, todos aquellos
que me conocen saben que yo nunca he buscado el enriquecimiento
personal”, o la autoridad de otro: “además, en este asunto, apoyo
totalmente al presidente de la República”. Los argumentos por
descalificación del adversario, a través de un ataque directo a este:
“no tienes ninguna moral”, “hay quienes aconsejan la abstención.
¿Acaso no tienen alguna opinión sobre Europa?” o se pone en
contradicción: “no hay más, ustedes contra Europa de Maastricht, y
por lo tanto se celebra las ventajas”; “no hay mucho tiempo, ustedes
están en contra de la reducción del mandato presidencial a 5 años y
por lo tanto sostienen este proyecto.”

Finalmente, los argumentos por analogía, numerosos en el discurso


político, cuyo efecto comparativo es susceptible de producir un
impacto fuerte: analogía con hechos que están ligados (como se trato
de una jurisprudencia): “recuerdan las huelgas del 95, resultantes de
una política autoritaria”, “cada vez que una medida política se toma
en algún sector profesional o social, sin que los intereses sean
consultados, hay movimientos fuertes de reivindicación y de huelgas

119
En efecto, el discurso político no puede ser fatalista, es necesario que la
evocación de coacciones negativas responda a un medio o a una intención de
contra carrera.
120
J.-M. Le Pen.
121
Es también el argumento de “el meñique en el engranaje” (Plantin, ibid., p. 45),
y del “pie en la puerta” (Beauvois, 1987, capitulo 4).
fuertes”; analogía con hechos del pasado que juegan un papel de
referencia absoluta: “No se puede admitir que haya, en Bosnia,
campos de concentración” (alusión a los campos nazis), “América no
conocerá un nuevo Vietnam”, o grandes hombres de la historia: “De
Gaulle debe estar revolcándose en su tumba” (Mendès-France). Sin
contar con las numerosas comparaciones y metáforas destinadas a
golpear las mentes: “¿Acaso vamos a continuar dejándonos
sobrepasar, como lo hicimos el año pasado, en el camino del declive y
la decadencia, o bien tenemos que reaccionar para arrancar a
Francia de ese mal destino […]?”122

El hombre político puede igualmente adoptar un recurso


humorístico, pero la enunciación humorística se realiza de una
manera dentro del contexto político, y de tal forma que el ciudadano
lo tome a priori como un discurso serio. Utilizar demasiado humor o
ironía hará pasar al orador como un ser frívolo o cínico. Mientras
que, si hay éxito, si se da en el blanco, la enunciación humorística
pone a los risueños al lado del orador, construye a favor de sí un
ethos de “inteligencia” que llama a la complicidad del auditorio y
puede ser destructivo para el adversario. Es la trampa de la
conveniencia intelectual sobre la cual sabe jugar perfectamente J. –
M. Le Pen quien, además, reivindica, en el nombre de una tradición
de impertinencia francesa, el derecho al juego de palabras, al
retruécano, a la ironía agresiva para resaltar lo ridículo de sus
adversarios políticos.123 Esta

-79-

Trampa siendo más subversiva que como estrategia puede fascinar


incluso a aquellos que no comparten las opiniones del que las usa.

Todos estos procedimientos concurren a dar al discurso político una


apariencia de racionalidad, produciendo un efecto de drama.

2. La persuasión política entre perversidad


y mentira verdadera

Hay mentira y falsedad. El pensamiento filosófico lo ha dicho hace


mucho tiempo. Sería una actitud ingenua creer que la mentira no es
más que una oposición a una verdad única. La cuestión de la
mentira, y esto incluye la mentira política, se constituye por sí misma
en materia de un libro entero. Pero aquí sólo sugerimos como se
ubica esta cuestión en el campo del discurso político.
122
Declaracion de J.-M. Le Pen en las elecciones presidenciales de 1988.
123
Ver el estudio que S. Bonnafous consagra al discurso de J.-M. Le Pen (2001).
La mentira en la escena pública

La mentira en forma general es un acto de lengua que obedece a tres


condiciones: (i)el sujeto parlante dice, en tanto que enunciador
(identidad discursiva), lo contrario de lo que sabe o juzga como
persona pensante (identidad social); (ii) debe saber que lo que dice
es contrario a lo que piensa (no hay en esta perspectiva de mentira
sino omisión124); (iii) debe dar a su interlocutor signos que hagan
creer a él que lo que enuncia es idéntico a lo que el piensa125.

La mentira se inscribe entonces en una relación entre locutor e


interlocutor: el primero debe tener en cuenta el saber del segundo (o
representarse el universo de pensamiento de este) para proteger su
propio saber. No hay mentira en sí, tampoco hay mentiroso en sí. No
hay mentira sino en una relación en función del juego que recubre
esta relación y con respecto a aquel que puede detectar la mentira.

Además, es necesario considerar que la mentira, no tiene el mismo


significado, ni el mismo alcance, de acuerdo con si el interlocutor es
singular o plural o si el locutor habla en privado o en público.
Cuando este habla en un escenario público, tiene por objetivo un
auditorio, mientras que el se inviste de un cierto cargo, la mentira
tiene un efecto de retorno sobre el mismo, imputándole un tipo de
responsabilidad. Recordemos así mismo que hay diversas formas de
mentiras: se puede mentir por silencio, omisión, disimulación,
fabulación o con truco como en un juego. No nos dedicaremos a
interrogarnos sobre los motivos psicológicos de la mentira,
solamente sobre los efectos sociales en una situación particular,
aquella del discurso político.

-80-

Todo hombre político sabe que le es imposible decirlo todo, en todo


momento, y que también le es imposible decir exactamente todo
como el lo piensa o lo entiende, porque pueda ser que sus palabras
entraben su acción. La acción política se desenvuelve en el tiempo,
en un momento en donde el hombre político hace promesas o
compromisos, no sabe de qué medios dispondrán, ni cuales serán los
obstáculos que se opondrán a su acción. No es necesario entonces
que sus declaraciones anulen lo que viene. Es necesario que ponga
en juego estrategias discursivas sin ser demasiado explícito,
124
De otra manera, se refiere a otra problemática de la mentira, aquella de la
“negación inconsciente”.
125
Lo que por ejemplo distingue la “mentira de la ironía”: en la ironía, el locutor da
a su interlocutor señales que le permiten comprender que detrás de lo que dice,
hay un juicio contrario.
quedándose en lo impreciso, en lo impreciso sin perder de vista su
credibilidad. Sabemos que el hombre político no puede faltar a este
punto de vista: en todas las circunstancias, permanecer creíble. Se
puede decir así mismo con algo de cinismo que el hombre político no
puede decir la verdad, pero tiene que aparentar decir la verdad, de
esto se trata tanto de la plática de Maquiavelo, para quien el
príncipe debe ser un “gran simulador y disimulador” 126, que del
conocimiento del pueblo que “percibe y razona”127. El discurso
político se interpone entre la instancia política y la instancia
ciudadana creando entre las dos un juego de espejos. No impide que
todas las fases de este juego no sean puestas sobre el mismo plano
bajo la mirada de una ética política.

Algunos casos de mentira política

El hombre político puede encontrarse en situación de candidatura


electoral dirigiéndose a electores a quienes propone un proyecto sin
saber si él podrá llevarlo a cabo, puede encontrase igualmente en
situación de elección dirigiéndose a sus ciudadanos a quienes les
anuncia medidas con las que el cuenta para resolver una crisis, pero
sin saber si podrá hacer efectivos sus compromisos. Tanto en el
primer caso con en el segundo, el será llevado a emplear diversas
estrategias para evitar perder.

La estrategia de la imprecisión consiste en hacer declaraciones


suficientemente generales, alambicadas, e incluso ambiguas para
que se haga difícil encontrar en el locutor una falta, reprocharle su
mentira consciente. Por ejemplo, tal responsable político de derecha
que no conoce las propuestas liberales declara: “no se tocará la
seguridad social, pero se controlaran las despensas”; o tal
responsable de izquierda que declara a propósito de las jubilaciones:
“no se tocaran las jubilaciones por repartición, pero será necesario
completarlas con un sistema de capitalización” ¿Qué nos dice que la
decisión no está encaminada completamente a cambiar los sistemas
de Seguridad social y de las jubilaciones? Mientras que las cosas ya
han experimentado otras circunstancias: declaraciones del gobierno
se comprometen a no privatizar la empresa

-81-

nacional, sino solamente a proceder a una apertura de capital,


puerta abierta a la privatización completa de la empresa en cuestión.

126
Maquiavelo (1469- 1527)
127
Alexis de Tocqueville (1981).
La estrategia del silencio, la ausencia de la toma de la palabra: se
entregan armas a un país extranjero, se pone un ministerio en
audiencia, se hace caer una asociación ecologista, pero no se dice,
no se anuncia nada. Se mantiene una acción secreta. Se mantiene
aquí una estrategia que evite anunciar lo que será efectivamente
realizado a cuentas de evitar reacciones violentas que impidan poner
en obra lo que se ha juzgado necesario para el bien de la comunidad.
Es también un tipo de estrategia utilizado en los círculos militantes,
cada vez que se trata de “no desesperar Billancourt” 128. Esto no
impide que no haya engaño. El engaño de los ciudadanos por
distorsión de palabras de compromiso y los actos realizados, pero,
diremos ciertos, un engaño necesario porque no está destinado a
proteger a personas en sus artimañas delictivas, sino una finalidad
de servir al bien común.

Estrategia de la razón suprema. Esta se produce cada vez que el


hombre político recurre a lo que se puede llamar “razón de Estado”.
La mentira pública se justifica también porque se trata de salvar, en
encuentro con la opinión o así mismo con la voluntad de los
ciudadanos mismos, lo que constituye la identidad del pueblo. Platón
defendió esta razón “por el bien de la República” 129 , y ciertos
hombres políticos han recurrido a esta razón- será de modo implícito-
en momentos de fuerte crisis social. En Francia, por ejemplo, es en el
nombre de esta razón que de Gaulle ha dejado creer por sus
declaraciones que el conjunto de personas francesas había sido
resistente y que había salvado colectivamente al país de la invasión
alemana. Es también lo que ha motivado su “los he comprendido”
echar al pueblo de Algeria. En tal caso, se puede preguntar si se
trata de una verdadera mentira. Se tiene el sentimiento que se ha
hecho un discurso que no revela ni falsedad, ni verdad, ni la voluntad
de engañar al otro, sino al contrario, una voluntad de hacer cómplice
a un imaginario que todos quieren soñar. Es frecuentemente en el
nombre de una razón superior que se debe callar lo que se sabe o lo
que se piensa, es en el nombre del interés común que se debe saber
guardar un secreto.

Estrategia de negación, cuando el hombre político, dedicado a


asuntos que hacen el objeto de una acción en la justicia, niega su
aplicación o aquella de uno de su colaboradores. En la hipótesis de
que el tenga alguna responsabilidad en el asunto, negar se convierte
en mentir mostrando lo que se llama falso testimonio. Pero la
estrategia de negación sigue a completar una estrategia de
128
Frase atribuida a Sartre en 1968, que, antes de él, nunca fue pronunciada.
129
Platón, La República
desviación de la verdad: hay en principio desviación, puesto que,
para reforzarla, se recurre a

-82-

la negación. Esta estrategia implica un juego sobre la imposibilidad


de dar la prueba de la implicación de personas en los asuntos de
corrupción.

Estos casos son particularmente condenables porque tocan el vínculo


de confianza que se establece entre los ciudadanos y sus
representantes, sobre todo cuando este hecho recurre a una mentira
de Estado no para servir a la causa del pueblo, sino a la causa de un
individuo o de un grupo particular. Esto ocurrió con G. W. Bush en la
mentira sobre las armas de destrucción masiva con el fin de justificar
la guerra de Irak y al mismo tiempo su posición de poder, y con J. –M.
Aznar acerca del atentado de Madrid acusando a ETA y maquillando
las pista de Al-Qaida con el fin de favorecer la reelección del partido
popular. El engaño con fines de poder personal no se justifica porque
hace añicos los fundamentos de la democracia.

Los otros casos pueden discutirse, y muchos pensadores sobre


política lo han hecho130. Porque se encuentra en la frontera de lo que
son las dos fuerzas que animan la vida política: el idealismo de los
fines y la puesta en acción de los medios para alcanzarlos. La
perversidad del discurso político que debe mantener en permanencia
la coexistencia de una deseabilidad social y colectiva sin la cual no
puede haber búsqueda de un bien soberano, y de pragmatismo
necesario para la gestión del poder sin el cual no puede haber
avances hacia ese idealismo. Se encuentra aquí la contradicción
entre los dos poderes “comunicacional” y “administrativo” del que
habla J. Habermas.

¿Perversidad o mentira verdadera (Aragon)? Porque entran aquí en


colisión una verdad de las apariencias puesta en escena por el
discurso y una verdad de las acciones puesta en obra por las
decisiones. En el discurso político, las dos se conjugan en un “parece
cierto” sin el cual no habría acción posible en el espacio público.
Puede ser uno de los fundamentos de la palabra política.

-83-

130
Platon, B. Gracian, Maquievelo, H. Arendt, J. Habermas.
Parte III
Imaá genes de los actores políáticos

“[…]; porque hay gran ventaja para la persuasión, principalmente en


las deliberaciones, pero también en los procesos, sale uno algún día
y hace suponer al auditorio que está en su sitio con algún tipo de
disposición, y que se encuentran en tal o cual disposición para con el
orador.”

Aristóteles, Retórica, libro II, 1377b, Gallimard, 1991.


Capitulo I

El ethos, una estrategia de discurso político

1. El ethos como imagen de sí

La cuestión del ethos es bastante antigua. Ella nos viene de la


antigüedad, Aristóteles propuso repartir los medios discursivos que
sirven para influenciar su auditorio en tres categorías: el logos por
una parte revela la razón y permite convencer, el ethos y el pathos
por otra parte revela la emoción y permite conmover. El ethos como
también el pathos participan entonces de sus “pruebas psicológicas”
que no corresponden, como lo recuerda R. Barthes en el estado
psicológico real del orador o del auditorio, más a “lo que el público
cree que los otros tienen en la cabeza”131. Este punto es importante,
lo retomaremos más adelante. Sin embargo, si el pathos se vuelve
hacia el auditorio, el ethos, se devolverá al orador. Mientras que
tekhnê, es lo que permite al orador parecer “digno de fe”, de
mostrarse creíble haciendo gala de ponderación (la phronesis), de
simpleza sincera (l’areté), de amabilidad (l’eunoia)132. Estas
categorías de la retórica, abandonan un deseo de ocultar a partir del
siglo XVIII por un critico literario que lo sustituyo la estilística,
reaparecen recientemente, principalmente con el desarrollo de los
estudios que se hicieron sobre la argumentación 133. Entre estas
categorías, la noción de ethos ha sido retomada y redefinida por
algunos investigadores en análisis del discurso 134. La retomamos
inscribiéndonos en esta filiación, pero intentando aclarar dos puntos
de su definición que hacen el debate: (i) ¿El ethos como construcción
de la imagen de sí se adhiere a la persona real que habla (el locutor)
131
Barthes (1970, p.211).
132
Aristóteles (1991).
133
Perelment, Toulmin, Ducrot, Plantin, Eggs, etc. ver también la sociedad
internacional para el estudio de la argumentación animada, entre otras, por Franz
H. van Emeren y Rob Grootnedorst.
134
Ducrot (1984), Maingueneau (1988, 2000,2002), y también otros; C. Plantin, R.
Amossy, J.-M. Adam, c. Kerbrat-Orecchioni.
o a la persona mientras habla (anunciador)? (ii) ¿La construcción de
la imagen de sí concierne solamente al individuo o puede también
tener que ver con un grupo de individuos?

-87-

¿El ethos, construido o pre construido?

Acerca del primer punto, se encuentran dos posiciones que existen


desde la antigüedad 135. Por una parte, en la filiación de Isocrate, de
Cicerón y de los retóricos de la edad clásica, existen aquellos para
los que el ethos es un “hecho preexistente al discurso” 136, porque
después de ellos se parecería tanto más virtuoso, sincero, amable, de
lo que es en sí mismo virtuoso, sincero, amable 137. Por otra parte, en
la filiación de Aristóteles para quien “el orador debe mostrar (sus
rasgos de carácter) al auditorio (poco importa su sinceridad) para
causar una buen impresión”138. Hay algunos que mantienen una
concepción discursiva que inscribe el ethos en el acto de
enunciación, es decir en el decir mismo del sujeto que habla. Esta
última posición se defiende por los análisis del discurso que sitúan el
ethos en la semejanza del acto de habla, es por lo que se puede ver y
escuchar al sujeto que habla: “mientras que el está en la fuente de
enunciación que el [el locutor] se ve ataviado de de algunas
características que, en consecuencia, hacen esta enunciación
aceptable o digna de rechazo” (Ducrot) 139; “El ethos se […] adhiere al
ejercicio de la palabra, en el papel que corresponde a su discurso, y
no al individuo “real”, aprehendido independientemente de su
prestación oratoria” (Mingueneau)140. De este antagonismo entre los
partidarios de un ethos discursivo, surge la pregunta del sujeto
lingüístico: ¿Es el ser solamente del discurso construido, es un ser
social empírico, o ambos? Y en ese caso, ¿Cuál tiene más importancia
sobre el otro? Nuestra posición es que para tratar el ethos es
necesario tener en cuenta estos dos aspectos. En efecto, el ethos, en
cuanto a imagen que se adhiere al que habla, no es una propiedad
exclusiva de éste; no es sino la imagen de la que se atavía el
interlocutor, a partir de lo que él dice. El ethos es un asunto de
entrecruzamiento de posiciones: la mirada de alguien sobre otro que
habla, mirada de aquel que habla sobre la forma como el piensa el
otro lo ve. O para construir la imagen del sujeto que habla, se apoya
135
Posiciones que se resumen muy bien en la obra de R. Amossy consagrada a la
argumentación (2000).
136
Op. cit., p. 63.
137
Op. cit., p. 62.
138
Barthes (1970, p. 212).
139
Ducrot (1984, p. 201).
140
Maingueneau (1993, p. 138).
a la vez en los hechos preexistentes al discurso – lo que se sabe a
priori del locutor – y sobre los hechos que aporta el acto lingüístico
mismo.

Para sostener esta posición, es necesario regresar a la cuestión de la


identidad del sujeto que habla desdoblado en dos componentes. En
su primer componente, el sujeto se muestra con su identidad social
de locutor; es esta identidad que le da derecho a la palabra y que
funda su legitimidad de ser comunicante, del hecho de estatus y del
papel que le son atribuidos por la situación de comunicación. En su
segundo componente, el sujeto se construye una figura del sujeto
que anuncia, una identidad discursiva

-88-

del enunciador que contiene los papeles que el se atribuye en su


acto de enunciación, resultado de las coacciones de la situación de
comunicación que se imponen a él y las estrategias que el escoge
seguir. Así, el sujeto aparece bajo la mirada de otro en una identidad
psicológica y social que se le atribuye, al mismo tiempo se muestra a
través de la identidad discursiva que el construye para sí. Los
sentidos que vehiculan nuestras palabras dependen a la vez de lo
que somos y de lo que decimos. El ethos es el resultado de esta doble
identidad, pero que termina por fundirse en una sola. En efecto,
¿quién puede creer que cuando los individuos hablan, se toma lo que
ellos dicen por lo que son? ¿Cómo aceptar que la imagen que el
sujeto que habla da de él mismo no corresponde a lo que es como
individuo? Es una de las paradojas menores de la comunicación
humana: sabemos que todo sujeto que habla puede jugar con dos
mascaras, ocultando lo que es con lo que dice, y al mismo tiempo
interpretamos que lo que el dice debería coincidir necesariamente
con lo que es. Hay un tipo de deseo de esencialización tanto del
locutor como del interlocutor en su búsqueda de sentido del
discurso. Mientras que R. Barthes define el ethos diciendo que el
orador que enuncia una información dice al mismo tiempo: “yo soy
esto, yo no soy aquello”141, no precisa, sin embargo, que esta
intención (supuesta) del orador buscando “significar lo que yo quiero
ser para el otro”142es un: “yo soy lo que yo quiero ser, siendo
efectivamente aquel quien yo digo que soy.” Identidad discursiva e
identidad social se fusionan en el ethos. Eso no quiere decir que el
sujeto que habla ignora que puede jugar entre su identidad social y
su identidad discursiva; ni el interlocutor (o el lector) estará siempre

141
Barthes (1970, p. 212).
142
Ibid.
entrampado por la identidad discursiva sin ver la identidad social
que se encuentra escondida; ni, por el contrario, aquel no
interpretará el discurso recibido sino en función de la identidad
social de la que tiene conocimiento sin percibir lo que se dice. A
esto, se le debe agregar que el ethos no es totalmente voluntario
(gran parte no es consciente), no necesita coincidir necesariamente
con aquel con el que el destinatario percibe, reconstruye o
construye; este puede construir del locutor un ethos que ese locutor
no quiere, como lo que se produce frecuentemente en la
comunicación política. El ethos se encuentra preso en esta paradoja
que sostiene la filosofía contemporánea que quiere que, sabiendo
que el sujeto no es uno (Nietzsche), que está dividido (Lacan),
nosotros actuamos como si se tratara solamente de uno. Se trata de
un concepto idealizado de la existencia del sujeto que puede ser
aplicado al sujeto del discurso, concepto en donde generamos la
hipótesis que guía la comunicación social en la cual se construye el
ethos.

-89-
i
Nota de traducción: no encuentro una palabra mejor para la traducción de esta palabra, sin
embargo, ustedes podrán decidir la palabra adecuada de acuerdo con su original “principiel”
en francés.

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