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2. Definición de la educación.

Ariel
Para definir la educación hace falta, pues, considerar los sistemas educativos que existen o
que han existido, relacionarlos, separar los caracteres que les son comunes. La reunión de
estos caracteres constituirá la definición que buscamos.

De pasada hemos determinado ya dos elementos. Para que haya educación, es necesario
que estén en presencia una generación de adultos y una generación de jóvenes, y una
acción ejercida por los primeros sobre los segundos.
Queda por definir la naturaleza de esta acción. Diapo 2

No hay, como quien dice, ninguna sociedad en la cual el sistema de educación no presente
un doble aspecto: éste es, a la vez, uno y múltiple.

Es múltiple. En efecto; en un sentido puede decirse que hay tantas clases de educación
distintas en esa sociedad como medios distintos. ¿Se halla ésta formada por castas? La
educación varia de una casta a otra; la de los patricios no era la de los plebeyos, La de la
ciudad no es la del campo, la del burgués no es la del obrero.
Cada profesión, en efecto, constituye un medio sui generis que reclama aptitudes
particulares y conocimientos especiales,

3. Consecuencia de la definición precedente: Carácter social de la educación.


Resulta de la definición precedente que la educación consiste en una socialización metódica
de la generación joven. En cada uno de nosotros puede decirse existen dos seres que, no
siendo inseparables sino por abstracción, no dejan de ser distintos. Diapo 3

El uno está hecho de todos los estados mentales que se refieren únicamente a nosotros
mismos y a los sucesos de nuestra vida personal: es lo que podría llamarse el ser individual.
El otro es un sistema de ideas, de sentimientos y de hábitos que expresan en nosotros, no
nuestra personalidad, sino el grupo, o los grupos diferentes, de los cuales formamos parte;
tales son las creencias religiosas, las creencias y las prácticas morales, las tradiciones
nacionales o profesionales, las opiniones colectivas de todo género. Su conjunto forma el
ser social. Constituir este ser en cada uno de nosotros, tal es el fin de la educación. Diapo 4

Valentina
Así es, además, como mejor se demuestra la importancia de su papel y la fecundidad de su
acción. En efecto, no sólo este ser social no aparece ya hecho, en la constitución primitiva
del hombre, sino que no ha resultado de ella por desarrollo espontáneo.
Fue la sociedad misma la que, según se iba formando y consolidando, sacó de su propio
seno estas grandes fuerzas morales ante las cuales el hombre ha sentido su inferioridad.
Ahora bien, si hacemos abstracción de las vagas e inciertas tendencias que pueden ser
debidas a la herencia, el niño, al entrar en la vida, no aporta más que su naturaleza
individual.

La sociedad se encuentra, pues, a cada nueva generación en presencia de una tabla casi
rasa, en la cual tendrá que construir con nuevo trabajo. Hace falta que, por las vías más
rápidas, al ser egoísta y asocial que acaba de nacer, agregue ella otro, capaz de llevar una
vida moral y social. He ahí cuál es la obra de la educación, y bien se deja ver toda su
importancia. Diapo 5
No se limita a desarrollar el organismo individual en el sentido indicado por la naturaleza, a
tornar aparentes fuerzas ocultas, que no piden más que revelarse. Ella crea en el hombre
un ser nuevo. Esta virtud creadora es, además, un privilegio especial de la educación
humana.

Completamente distinta es la que reciben los animales, si podemos aplicar este nombre al
entrenamiento progresivo a que se hallan sometidos por parte de sus padres. Puede esta
educación apresurar el desarrollo de ciertos instintos dormidos en el animal, pero no le inicia
en una vida nueva.
Diapo 6
Es que los animales, o viven fuera de todo estado social o forman sociedades bastante
simples, que funcionan gracias a mecanismos instintivos que cada individuo lleva consigo,
ya constituidos, desde su nacimiento. La educación no puede, pues, agregar nada esencial
a la naturaleza, ya que ésta llega para todo, en la vida del grupo como en la del individuo.

Tales son las distintas cualidades de la inteligencia, que le permiten acomodar mejor su
conducta a la naturaleza de las cosas. Tales son también las cualidades físicas, y todo lo
que contribuye al vigor y a la salud del organismo. Con éstas, por lo menos, parece que la
educación, desenvolviéndolas, no hace más que ir al encuentro del propio desenvolvimiento
de la naturaleza, llevar al individuo a un estado de perfección relativa, hacia el cual tiende él
por sí mismo, si bien puede conseguirlo más rápidamente gracias al concurso de la
sociedad.

Pero lo que muestra bien, a pesar de las apariencias que, aquí como allá, la educación
responde antes que nada a necesidades sociales, es que hay sociedades en las cuales
estas cualidades no fueron cultivadas en absoluto, y que, no obstante, fueron muy
diversamente entendidas según las sociedades. Estamos lejos de que las ventajas de una
sólida cultura intelectual hayan sido reconocidas por todos los pueblos. La ciencia, el
espíritu crítico, que hoy ponemos tan alto, han estado durante mucho tiempo en entredicho.

Maikol
Este momento llegó cuando la vida social, bajo todas sus formas, se hizo demasiado
compleja para poder funcionar sin el concurso del pensamiento reflexivo, es decir, del
pensamiento esclarecido por la ciencia. Entonces, la cultura científica se hizo indispensable,
y por ello es por lo que la sociedad la exige de sus miembros y se la impone como un deber.
Pero, en un principio, mientas la organización social es muy sencilla, muy poco variada,
siempre igual a sí misma, la ciega tradición es bastante, como el instinto al animal.
Entonces, el pensamiento y el libre examen son inútiles y hasta peligrosos, ya que no
pueden sino amenazar a la tradición. Es por lo que se les proscribe.

Mientras que mostrábamos la sociedad formando, según sus necesidades, a los individuos,
podía parecer que éstos sufrían con ello una insoportable tiranía. Pero, en realidad, ellos
mismos tienen interés en esta sumisión; porque el nuevo ser que la acción colectiva edifica,
mediante la educación, en cada uno de nosotros, representa lo que hay de mejor en
nosotros, de propiamente humano.
Antes de haberse constituido las ciencias, la religión llenaba la misma función: porque toda
mitología consiste en una representación, ya muy elaborada, del hombre y del universo. La
ciencia, además, fue heredera de la religión. Y una religión es una institución social.

Al aprender una lengua, aprendemos todo un sistema de ideas distintas y clasificadas, y


heredamos todo el trabajo de donde salieron esas clasificaciones, que resumen siglos de
experiencias. Hay más: sin el lenguaje no tendríamos, como quien dice, ideas generales,
puesto que es la palabra la que, fijándolas, da a los conceptos una consistencia suficiente
para que puedan ser cómodamente manejados por el espíritu. Es, pues, el lenguaje lo que
nos ha permitido elevarnos por encima de la sensación pura, y no hay necesidad de
demostrar que el lenguaje es, en el más alto grado, una cosa social.

Se deja ver, por estos pocos ejemplos, a qué quedaría reducido el hombre si se le
despojara de todo lo que le viene de la sociedad: caería en el rango del animal,

Así, el antagonismo, que con excesiva frecuencia se ha admitido que existe entre la
sociedad y el individuo, no corresponde a nada en los hechos. Muy lejos de que estos dos
términos se opongan y no puedan desarrollarse más que en sentido inverso uno del otro, se
implican mutuamente. El individuo, al querer a la sociedad, se quiere a sí mismo. La acción
que ésta ejerce sobre él, señaladamente por medio de la educación, no tiene, de ningún
modo, como objeto y como efecto, comprimirle, disminuirle, desnaturalizarle; sino, por el
contrario, engrandecerle y hacer de él un ser verdaderamente humano.

4. Función del Estado en materia de educación. Diapo 7


Esta definición de la educación permite resolver fácilmente la cuestión, tan debatida, de los
deberes y les derechos del Estado en materia de educación.

Se les opone los derechos de la familia. El niño, se dice, pertenece primeramente a sus
padres; es, pues, a éstos a quienes toca dirigir, como ellos entiendan, su desarrollo
intelectual y moral.

Se concibe entonces la educación como una cosa esencialmente privada y doméstica.


Este debería, se dice, limitarse o servir de auxiliar y de sustituto a las familias. Cuando
éstas no se encuentran en estado de cumplir sus deberes, es natural que aquél se
encargue de ello.

Pero no debe, ni mucho menos, limitarse a un papel tan negativo. Si, como hemos tratado
de establecer, la educación tiene antes que nada una función colectiva; si tiene por objeto
adaptar el niño al medio social en que está destinado a vivir, es imposible que la sociedad
se desinterese de semejante operación.

Diapo 8
Desde el momento en que la educación es una función esencialmente social, el Estado no
puede desinteresarse de ella. Por el contrario, todo Lo que es educación debe estar, hasta
cierto punto, sometido a su acción. No quiere esto decir que deba necesariamente
monopolizar la enseñanza
Diapo 9
Existen ya hoy, en la base de nuestra civilización, un cierto número de principios que,
implícita o explícitamente, son comunes a todos, principios que muy pocos se atreven a
negar abiertamente y de frente: respeto a la razón, a la ciencia, a las ideas y a los
sentimientos que están en la base de la moral democrática. La función del Estado es abrir
paso a estos principios esenciales, hacer que sean enseñados en las escuelas.

5. Poder de la educación. Los medios de acción. Diapo 10


Después de haber determinado el objeto de la educación, importa que tratemos de
determinar cómo y en qué medida se puede alcanzar este objeto; es decir, cómo y en qué
medida puede ser eficaz la educación.

La cuestión ha sido siempre muy debatida. Para Fontenelle, ni la buena educación hace el
buen carácter, ni la mala lo destruye.

Por el contrario, para Locke, para Helvetius, la educación lo puede todo.

La educación no hace al hombre de la nada, como creían Locke y Helvetius; se aplica a


disposiciones que encuentra ya hechas.

Por otro lado, se puede admitir de una manera general que esas tendencias congénitas son
muy fuertes, muy difíciles de destruir o de transformar radicalmente. Por lo tanto, en la
medida en que ellas tienen un objeto definido, en que ellas inclinan el espíritu y el carácter
hacia ciertas maneras de obrar y de pensar, estrechamente determinadas, todo el porvenir
del individuo se encuentra determinado de antemano, y no queda mucho que hacer a la
educación.

Pero, afortunadamente, una de las características del hombre es que las predisposiciones
innatas son en él muy generales y muy vagas. En efecto, el tipo de la predisposición
definida, rígida, invariable, que no deja lugar a la acción de las causas exteriores, es el
instinto.

Entre las virtualidades indecisas que constituyen el hombre en el momento en que acaba de
nacer, y el personaje muy definido en que debe transformarse para desempeñar en la
sociedad un papel útil, la distancia es considerable.
Esta distancia es la que la educación debe hacer recorrer al niño

Más, para ejercer esta acción, ¿tiene medios suficientemente enérgicos? Diapo 11

Para dar una idea de lo que constituye la acción educativa y mostrar su fuerza, un psicólogo
contemporáneo, Guyau, la comparó a la sugestión hipnótica; y el símil no deja de tener
fundamento.

La sugestión hipnótica supone, en efecto, las dos condiciones siguientes:


1° El estado en que se encuentra el sujeto hipnotizado se caracteriza por su pasividad
excepcional. El espíritu está casi reducido a la condición de tabla rasa;

2° Sin embargo, como el vacío nunca es completo, hace falta además que la idea reciba de
la misma sugestión una potencia de acción particular. Para ello se necesita que el
magnetizador hable en un tono de mando, con autoridad;

Ahora bien, estas dos condiciones se encuentran realizadas en las relaciones que mantiene
el educador con el niño sometido a su acción:
1° El niño se halla naturalmente en un estado de pasividad absolutamente comparable a
aquel en que el hipnotizado se encuentra artificialmente colocado
diapo 12
Esta aproximación muestra cómo no es cierto que el educador se encuentre desarmado;
porque ya se sabe cuánta es la fuerza de la sugestión hipnótica.
Si, pues, la acción educativa tiene aunque sólo sea en menor grado, una eficacia análoga,
es permitido esperar mucho de ella con tal de saberla utilizar. Lejos de que debamos
desanimarnos por nuestra impotencia, tenemos, más bien, motivo de asustarnos de la
extensión de nuestro poder

Seguramente, la educación no puede llegar a grandes resultados cuando procede por


golpes bruscos e intermitentes.

la autoridad,supone realizadas en el maestro dos condiciones principales. Importa primero


que éste tenga voluntad. Porque la autoridad implica la confianza, y el niño no puede dar su
confianza a una persona a quien vea vacilar, tergiversar, volverse atrás en sus decisiones.
Diapo13
No es de fuera de donde el maestro puede recibir su autoridad; es de sí mismo; ésta sólo
puede venirle de una fe interior. Hace falta que él crea, no en si mismo, sin duda; no en las
cualidades superiores de su inteligencia o de su corazón, sino en su misión y en la
grandeza de su misión.

El maestro laico puede y debe tener algo de este sentimiento. También él es el órgano de
una gran personalidad moral que le es superior: la sociedad. Como el sacerdote es el
intérprete de su dios,

En una autoridad que proviene de una fuente tan impersonal, no puede entrar orgullo, ni
vanidad, ni pedantería. Está formada enteramente por el respeto que el maestro tiene a sus
funciones, y, si puede hablarse así, a su ministerio. Es este respeto lo que, mediante la
palabra, el gesto, pasa de su conciencia a la conciencia del niño.
Diapo 14
Algunas veces se ha puesto en oposición la libertad y la autoridad, como si estos dos
factores de la educación se contradijeran y se limitaran el uno al otro. Pero esta oposición
es ficticia. En realidad, estos dos términos, lejos de excluirse, se sobreentienden
mutuamente. La libertad es hija de la autoridad bien entendida. Porque ser libre no es hacer
lo que a uno le plazca: es ser señor de sí, es saber proceder con la razón y cumplir su
deber.

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