Plaga de ovejas: consecuencias ambientales de la conquista de México,
México, D.F.: Fondo de Cultura Económica, 1999.
La obra de la historiadora Elinor Melville, Plaga de ovejas: consecuencias ambientales de
la conquista de México, nutre con un rico análisis de un caso singular la historiografía ambiental del período temprano moderno en la Nueva España. El libro, publicado originalmente en 1994 en inglés por la Universidad de Cambridge, se dedica al análisis de los impactos ambientales ocurridos durante el primer siglo de conquista y colonización novohispanos en la región conocida como el valle del Mezquital, ubicada en la región centro de México, en los actuales territorios de los estados de Hidalgo y Estado de México, principalmente. Historiadores y lectores en general quienes, como yo, hayan recorrido en persona esta región se sorprenderán constantemente al transcurrir las páginas de la obra, pues la hoy característica sequía y aridez de la región son completamente ajenas a lo que los primeros testimonios de la zona relatan: ríos caudalosos, tierras excepcionalmente productivas, flora abundante, etcétera. ¿Cómo pudo darse un cambio tan drástico en una sociedad preindustrial? La autora responde de la forma siguiente: ungulados. En efecto, este grupo de mamíferos integrado por más de 250 especies reconocidas en el mundo tuvo un papel central, aunque involuntario, en el proceso de transformación de la región del valle del Mezquital. Como en su momento adelantó Alfred Crosby en 1972, uno de los pioneros en historia ambiental colonial, los conquistadores, colonos y demás viajeros europeos no llegaron a nuevo mundo solos, armados de tecnologías y armas distintas a las americanas. Trajeron consigo, además, frutos, cereales, plantas, enfermedades y una pléyade de animales que no tenían símil en América. Esto, aunque tangencialmente abordado por la historiografía social, resultó tener sin embargo un impacto fundamental pues no sólo coadyuvaron a la derrota de los antiguos imperios mesoamericanos, sino que además permitieron la implantación de pequeñas “europas” en tierras americanas, logrando así un permanente avance de la forma constitutiva de la vida occidental en los nuevos terrenos conquistados. El valle del Mezquital se vuelve para Melville el escenario más claro al respecto de esta transformación. Aunque en un principio no era del todo apto para poder implantar las tradicionales formas de vida españolas, especialmente la ganadería, poco a poco a través de una avanzada humana lenta pero contundente se modificó por completo el paisaje y el ecosistema antiguo facilitando así la generación de un espacio socioeconómico fundamental para el desarrollo del virreinato durante el siglo XVI. En primer lugar, los indios que habitaban aquellas zonas (los otomíes), quienes utilizaban las tierras para el cultivo de productos de la tierra americanos, fueron desapareciendo, dejando tras sí desocupada aquella zona, luego de la terrible debacle demográfica acaecida en el valle hacia mediados del siglo, documentada por los clásicos historiadores Sherburne Cook y Woodrow Borah. En segundo lugar, la autora da cuenta de cómo la llegada de los españoles al valle del Mezquital, y especialmente de los animales que viajaron consigo, influyeron para que la región no pudiese recuperarse y que poco a poco fuera ‘invadida’ por especies animales y vegetales que terminaron asentándose y modificando para siempre la región. Enseguida, la historiadora da cuenta de cómo la modificación del clima de la región fungió además como un espacio geopolítico de contención y de avanzada para continuar la conquista de los indios rebeldes llamados por los contemporáneos como chichimecas. Finalmente, el lento tránsito del establecimiento de las encomiendas, corregimientos y alcaldías mayores que funcionaron gracias al sistema de repartimiento en la región, hasta llegar con el paso del tiempo a las famosas haciendas y latifundios de mediados de siglo XVII consolidaron la región como un espacio ganadero, minero y agrícola modificado, cuyo impacto social se mediría hasta nuestros días al modificar la forma en que se comprendía la posesión y tenencia de la tierra. El método de la autora resulta, por lo demás, brillante aunque no novedoso. Para estudiar el caso del valle del Mezquitán se vale de importantes cuerpos documentales secundarios, como los estudios demográficos de los antes mencionados Cook y Borah, así como de información de relativamente sencillo acceso como las Relaciones Geográficas de finales de siglo XVI y mercedes de tierra y conflictos resueltos por la Audiencia y los virreyes. Lo difícil de su labor, no obstante, consiste en pescar pequeños fragmentos y darles una interpretación ambiental coherente. Para ello, además, hace uso del método comparativo, tomando como referencia otro caso mejor documentado y estudiado en donde la llegada de ungulados transformó el medio, como Australia. En fin, el trabajo de Elinor Melville permite repensar el papel que los actores ‘auténticamente sin voz’ (los animales), tuvieron en el desarrollo de la conquista de México. Eduardo Ángel Cruz CENTRO DE INVESTIGACIÓN Y DOCENCIA ECONÓMICAS