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INTRODUCCIÓN

La psicología, a lo largo de su permanencia en el ámbito de las ciencias, ha procurado


establecerse como una ciencia, en aras de ser reconocida precisamente como tal. Desde un
punto de vista epistemológico, una de las primeras acciones que debe emprender una
disciplina científica que desee convertirse en ciencia, es determinar cuál será su objeto de
estudio, pues desde allí, podrá determinar el método a seguir.

En psicología, lo que ha sucedido es lo inverso, es decir, se han postulado diferentes


métodos, sin haber establecido un objeto que abarque a todas y cada una de las diferentes
corrientes. Lo anterior devela un problema de carácter epistemológico, aún no resuelto, por
lo que se merece que se le preste toda la atención al mismo.

De ahí, que la falta de unidad en psicología, demuestra cómo no ha sido posible el


consenso, lo que además es signo de que la psicología responde a una determinada
ideología, dependiendo de la escuela que se trate. En términos generales, la psicología
propende por una adaptación del hombre al contexto sociocultural al que pertenezca, y en
tanto no establezca de manera epistemológica correcta su objeto de estudio, no dejará de ser
una disciplina a la orden de ideologías, sea que los psicólogos sean concientes de ello o no.

De lo anterior se desprende pues, que saber cuál es su objeto de estudio, se convierte para
cualquier psicólogo en el recurso con que contar para determinar su quehacer profesional.
Esto, además de responder por un requerimiento de tipo profesional, hace un llamado ético
para la comunidad de psicólogos, en tanto el establecimiento de una práctica y sus
implicaciones en lo social, puede tener connotaciones de ser agentes – los psicólogos – de
la perpetuación de un status quo que impide una asunción de los sujetos en términos de la
particular responsabilidad que cada ser humano carga con respecto a su existencia y a la de
los demás.

Para la psicología pues, es menester por lo menos reflexionar acerca de su objeto de


estudio, y desde allí emprender acciones metodológicas y clínicas con respecto a la esencia
con la que trabaja, es decir, la esencia del ser humano, independiente de la concepción que
de éste se tenga, desde las diferentes escuelas o corrientes.

Precisamente, como para la mayoría de los psicólogos, la pregunta por su objeto de estudio
no ha sido relevante, el presente estudio llama la atención sobre la importancia de dicha
pregunta, en tanto ella, devela el carácter pseudocientífico de la psicología, y por ende, la
necesaria reflexión al interior de cada escuela psicológica en aras de crear líneas de
investigación al interior de la psicología misma. De no hacerse, la psicología seguirá
enfrentada a las críticas de otros pensadores, que la tachan de ser una práctica esotérica en
algunos casos, o de la perpetuación de ideologías, de las cuales los psicólogos no son
concientes, lo que los acerca a la muy en boga parapsicología, o denominados movimientos
new age.

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Este estudio intenta alcanzar la categoría de monografía, en tanto se basa en un análisis de
textos y una descripción de asuntos o temas correlacionados con el objeto de estudio de la
psicología, aunque no incluye las ideas de psicólogos del contexto académico y regional de
los autores.

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OBJETIVOS

General:

Delimitar las implicaciones epistemológicas, éticas y metodológicas que se han


desprendido de los diversos objetos de estudio de la psicología, pues se hace necesario para
ubicar la concepción del hombre que desde esta rama del saber se tiene.

Específicos:

- Realizar una revisión bibliográfica sobre los objetos de estudio de cada una de las
escuelas psicológicas: humanista, cognitiva y dinámica
- Investigar sobre las implicaciones clínicas y metodológicas, que se han desprendido de
los diferentes objetos de estudio de la psicología.
- Derivar líneas de investigación especificas sobre los objetos de estudio de las escuelas
psicológicas: humanista, cognitiva y dinámica.

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PLANTEAMIENTO DEL PROBLEMA
—MARCO TEÓRICO—
Una ligera revisión de lo que ocurre actualmente en psicología muestra una situación que puede dejar
perplejo a quien se inicia en el estudio de dicha disciplina: a pesar de haber transcurrido un poco más
de un siglo del establecimiento de la psicología como ciencia experimental, los psicólogos aún
mantienen discrepancias profundas respecto a algunas cuestiones escenciales. (sic.) … Entre esos
desacuerdos hay uno de significatividad especial: el que atañe al objeto de la psicología. El
problema del objeto no sólo es relevante para la psicología sino también para cualquier ciencia, ya
que delimita el aspecto de la realidad acerca del cual una ciencia proveerá conocimientos y, al mismo
tiempo, incide en la forma de búsqueda de esos conocimientos y en la validez de los mismos. En
este sentido el problema ontológico, planteado en términos de lo que es considerado como real,
determina los planteamientos de orden epistemológico y gnoseológico. (Navarro, 1989, 9)

Si bien Navarro plantea este problema desde hace unos quince años, dicho problema está
presente desde los inicios de la psicología y permanece vigente.

Para dar cuenta de la evolución y proliferación de los objetos de estudio de la psicología, se


debe echar un vistazo a la historia de esta disciplina, para observar en más detalle, el porqué
el objeto para este campo del saber es un problema de suma importancia:

“Una mirada panorámica evidencia tres grandes periodos de la psicología, entendida como el estudio
de la vida mental y conductal (sic.) del hombre. En primer lugar aparece una fase animista
correspondiente a las concepciones de las comunidades primitivas, estudiada por mitólogos y
antropólogos. Este periodo, el más largo, es el menos comprendido, tanto por la falta de documentos
como por la fragilidad de los métodos, en los cuales juega un papel importante la subjetividad del
investigador.” (García, 1996, 16)

A esto se puede decir que el animismo o la doctrina animista es aquella que considera al
alma como principio de acción de los fenómenos vitales y le atribuye espíritu a todas las
cosas, propio de los pueblos primitivos.

Luego viene un periodo denominado filosófico, más amplio en ideas y documentos, que
inicia con los pensadores presocráticos y llega hasta finales del siglo XIX – en lo que atañe
al pensamiento occidental –, paralelo también a algunas tradiciones orientales, en
civilizaciones como Persia, La India y China, con doctrinas filosóficas – morales como el
zoroastrismo, el budismo y el confucianismo, respectivamente.

Retomando algunas ideas expuestas en el texto de James F. Brennan, Historia y Sistemas de


la Psicología (1999), se pueden señalar algunas características de las tradiciones orientales
que han enriquecido la concepción del hombre:

Aunque la psicología empírica actual, tiene sus raíces en la filosofía occidental, las
tradiciones y civilizaciones orientales, han prestado gran atención a la naturaleza del
individuo y al mundo interno de sus reflexiones y enriquecieron la filosofía griega con sus

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ideas y conceptos. Es así como en Persia, la principal doctrina filosófica recibe su nombre
del sacerdote y profeta Zaratustra, conocido en Grecia como Zoroastro. Según la leyenda,
Zaratustra nació del espíritu del dios supremo Ahura Mazda, que para los persas modernos
es Ormuz, el Dador de la Vida. Este profeta personificaba la bondad, el amor, la sabiduría
y la belleza, aunque continuamente estaba tentado hacia el mal; pero por su virtud, recibió
de Ahura Mazda el Avesta, libro del conocimiento y la sabiduría, base del zoroastrismo.

Este libro está compuesto por oraciones, leyendas, poemas y leyes que tratan de la continua
lucha entre el bien y el mal. La vida terrena según esta doctrina, es una transición en este
conflicto, que durará 12.000 años. La vida eterna se alcanza con la pureza y la honestidad,
pero dado que los individuos hacen parte de la vida terrena, están constantemente luchando
entre estas dos fuerzas, con el libre albedrío para optar. Esto llevó a la consolidación de un
código ético y axiológico que resaltaba la honestidad y la piedad, código que puede
considerarse como una “psicología persa”.

La influencia del pensamiento y doctrina zoroástrica, se evidencia en las obras de los


filósofos griegos en lo que concierne al bien y al mal, la insistencia en un dios único se
asemeja a la del judaísmo e incluso el viaje de los reyes magos y el nacimiento del niño
dios tiene precedentes en la tradición zoroástrica. Dado que era un puente entre Grecia, el
mundo hindú y la sociedad del Oriente Medio, Persia dejó un gran legado para la
consolidación de las ideas occidentales.

En lo que concierne al budismo, originario de la India por ser el lugar de nacimiento de


Siddharta Gautama, Buda, esta religión se compone básicamente de las ideas desarrolladas
en los Vedas y los Upanishadas, libros sagrados escritos en sánscrito, considerados como
las primeras obras de la literatura india. Estos últimos alcanzan relevancia puesto que
tratan de la relación del hombre con el mundo y reúnen la sabiduría de los eruditos hindúes.
Los Upanishadas, propugnan por alcanzar una armonía desde el rechazo de la expresión
individual, idea contraria a la psicología occidental que es la afirmación del individuo como
un proceso de adaptación y desarrollo exitoso.

Las ideas desarrolladas en estos textos, influyen en el hinduismo y el budismo, y dan a


entender las diferencias básicas entre el pensamiento hindú y el occidental.

Así pues, la filosofía hindú tiene grandes implicaciones para la psicología, puesto que por
regla general, el individuo hace parte de una unidad mayor que es el cosmos, y por tanto la
individualidad no es producto de crecimiento personal, sino que va en búsqueda de un
conocimiento universal. De acuerdo con los postulados básicos del hinduismo, el individuo
es una parte insignificante en la complejidad armoniosa que es el cosmos. Así pues, Buda
enseñaba una serie de preceptos para la vida virtuosa, detallados en reglas simples de
conducta que llevaban a un sentimiento subjetivo de bienestar. Según su doctrina, el alma o
la mente no eran sino meras invenciones humanas que trataban de explicar aspectos o
fenómenos inexplicados por la experiencia, dado que eran únicamente los sentidos la fuente
de nuestro conocimiento. “Como individuos, no somos libres de decidir nuestro destino,
sino que estamos inmersos en el determinismo de las costumbres, la herencia y los

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acontecimientos externos que nos rodean y por tanto, la personalidad que nos da el alma
no sobrevive a la muerte.”

Esta “psicología” de Buda es casi conductista y materialista, pero también Buda


consideraba la reencarnación de las almas como un postulado básico de su sistema
doctrinal; entonces, si no había alma ¿qué era lo que se reencarnaba? Buda no trabajó
directamente esta contradicción, pero afirmaba que tras una preparación disciplinada y
ascética, en la medida en que se lucha por alcanzar la felicidad de la aniquilación de la
conciencia individual, se empieza a participar en la experiencia del espíritu, que yace en la
propia esencia; el espíritu es ese aspecto humano que rebasa la individualidad y por lo tanto
el estudio de la individuación psicológica es absurdo, tal y como lo plantea la psicología
occidental.

En la filosofía hindú, el tema que atraviesa su doctrina es la pérdida de la individualidad,


por lo que desde esta perspectiva filosófica, la psicología tal como es entendida en
Occidente, no hace parte del sistema de disciplinas científicas.

Ahora bien, en lo que respecta a China, se resalta la figura del filósofo Confucio, que
consideraba al Libro de las mutaciones o I Ching, por encima de cualquier otro libro. Este
I Ching, adjudicado a Wen Wang, contiene trigramas místicos que representan e identifican
las leyes y los elementos de la naturaleza. Estos trigramas son obviamente tres líneas; las
continuas representan al yang, principio masculino, que indica lo positivo, la actividad y la
productividad y brinda los símbolos celestes de luz, calor y vida. Otras líneas, discontinuas
o interrumpidas, representan el yin, principio femenino que indica el aspecto negativo y la
pasividad, y contienen los símbolos terrestres de oscuridad, frío y muerte. Wen Wang
combinó las líneas y creó un sistema donde cada combinación significaba una ley
determinada. La importancia de estos trigramas es que indicaba cómo era la “vida buena”,
a través de las claves de la realidad que contienen sus enigmas. El I Ching señala la
incertidumbre teológica y la relatividad de la moral y, por lo tanto, no iba en búsqueda de
una verdad absoluta, sino que se destacó por la apreciación de cuestiones prácticas.

El confucianismo no es en sentido estricto una filosofía, sino una serie de enseñanzas


prácticas encaminadas a la moral y la política. El ideal de persona en este sistema de
pensamiento es: de confianza, sincera, leal y curiosa intelectualmente, pero reservada y
pensativa. El confucianismo es una postura que aspira a la conservación de la unidad de la
vida, pues sin esos cuidados, se abocaría fácilmente en el caos. Se puede considerar
entonces al confucianismo como un código moral que, al igual que en el cristianismo, el
budismo y el islamismo, nutre a la psicología de sus enseñanzas, donde todo acto que se
desviaba de las reglas, era considerado anormal.

Al reconocer en otras latitudes temas recurrentes como la unidad, la armonía universal, el


conocimiento introspectivo y la vida virtuosa, encontramos que la psicología está embebida
de las enseñanzas de la religión y la filosofía moral. Distinguir los aportes que otras
culturas han dado al pensamiento Occidental, no sólo en la psicología, sino en otras tareas
del intelecto humano, puede hacer más comprensible el lugar de los psicólogos en el mundo

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de la ciencia y de la historia, ya que en las raíces de toda tarea científica, se puede
desentrañar la razón de su existencia .

Pero la filosofía Occidental, también ha aportado al desarrollo de la psicología, desde los


griegos, hasta la consolidación de ésta como ciencia empírica, a cargo de Wilhem Wundt,
en 1879.

La psicología, en su intento o pretensión de dar cuenta de lo humano, debe pues su origen a


la filosofía, que la entendía, etimológicamente hablando, como: psiche = alma y logos =
tratado o estudio. Se debe señalar que según Thomas Hardy Leahey, en su libro: “Historia
de la psicología” (1998), la palabra psiche, es una transcripción errónea de psuche. “Tal y
como lo describe Homero, las concepciones en torno al alma durante la Edad de Bronce
en Grecia son diferentes y, desde nuestro punto de vista contemporáneo, bastante extrañas
[…]. Para empezar, La Ilíada y La Odisea no contienen ninguna palabra para designar la
mente o a la personalidad en su conjunto. La más cercana es la palabra psuche (transcrita
tradicionalmente, aunque de forma errónea, como psiche, y normalmente traducida como
alma) de la cual la psicología – el estudio (logos) del alma (psiche)– toma su nombre.
Psuche es el aliento de vida, ya que su salida de un guerrero herido significa su muerte.
Sin embargo, psuche es también algo más que el aliento de vida, aunque no llega a ser la
mente o el alma individual en su totalidad”. (Leahey, 1998, 41)

Con lo anterior, se puede decir que la psicología era con propiedad el estudio del alma. No
obstante esta aclaración etimológica, el concepto de alma ha sufrido variaciones en cuanto a
su significado, y hoy por hoy, no se puede decir que se trata de la misma alma que
entendían los griegos; por tanto se nota, cómo incluso en su definición etimológica, el
objeto de estudio es problemático, puesto que el concepto mismo no es algo que tenga, ni
haya tenido a lo largo de los siglos, la propiedad de consenso.

Los presocráticos superaron en algo la tendencia o doctrina animista, considerando que las
cosas tienen su origen en la naturaleza, introduciendo un supuesto contrario, llamado
determinista. Por esto son llamados los filósofos de la naturaleza. Entre estos filósofos, se
destaca Tales de Mileto (circa 640-546 a.C.), que consideraba que el principio fundamental
de las cosas era el agua, “…el principio vital, … suficiente para explicar todas las formas
de la naturaleza, cualquiera que fuese su manifestación particular en el tiempo y el
espacio”. (Brennan, 1999,20). El nombre griego para designar este elemento – agua – es
physis, de allí que, quienes siguieron a Tales fueran denominados físicos. Así Tales, es el
iniciador de una tradición física, ya que sus estudios trataban de buscar la forma de
constitución de los objetos al igual que su funcionamiento. Este naturalismo es una
corriente de investigación muy relevante en la ciencia, ya que pretende explicar el mundo
sin involucrar en su discurso cuestiones de índole religiosa ni sobrenatural.

Esta tradición tuvo un continuador en Anaximandro de Mileto (circa 610-546 a.C.), quien
fuese discípulo de Tales. Según él, “…el origen del proceso cósmico es el ‘apeiron’, el
‘ilimitado’ o el ‘infinito’ ”. (García, 1996,22) Anaximandro fue crítico de su maestro, al
considerar que el principio fundamental para explicar el mundo, no era el agua, sino el

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apeiron, un elemento sin una definición clara, pero que posee la capacidad de adquirir
múltiples formas.

Se puede tomar a Anaximandro como el precursor de la teoría de la evolución, varios siglos


más adelante desarrollada por Darwin. Observando la ontogenesis de los niños, de su
fragilidad, y de los múltiples y prolongados cuidados que se les deben brindar, “[…]
infirió que los primeros seres humanos, en su forma primitiva, debieron haber sido más
fuertes y, probablemente, menos dependientes de sus progenitores, tal y como ocurre con la
mayor parte de los animales” (Leahey, op cit., p.45) Estas afirmaciones las sustentaba en la
prueba que representaban las muestras de fósiles de animales desconocidos en su época.

Se aprecia cómo Tales y el movimiento desprendido después de él, se interesó por los
procesos físicos y mentales que suceden en la naturaleza y en el hombre. La concepción
que tenían, se separaba de creencias teológicas para explicar el comportamiento humano y
natural.

Mientras que Tales y sus discípulos se interesaron por los procesos cognitivos, Pitágoras de
Samos (circa 582-500 a.C.) y sus seguidores ponderaban por la salvación del alma a través
de la filosofía, aseverando que el alma humana era una parte del alma cósmica y que el
hombre retorna a ésta a partir de su purificación, considerada como la transmigración de las
almas – metempsicosis –. Además de sus intereses por el alma, Pitágoras también fue
famoso por el planteamiento del teorema que lleva su nombre y por acuñar el término
matemáticas; estas últimas, según él, eran la clave mágica para entender el universo.

También se caracterizó por establecer la distinción entre alma y cuerpo, ya que la existencia
de la primera no estaba sujeta a la existencia del segundo, este último era considerado como
una prisión corrupta que aprisionaba a la primera. Mas adelante se podrá observar la
influencia que este pensador tuvo sobre Platón, ya que éste hace una gran referencia al
cuidado del alma con el fin de purificarla.

Posterior a Pitágoras, aparecen unos pensadores considerados como los filósofos del ser y
el devenir, los cuales se dividían en dos grupos: los que aceptaban el mundo como real y los
que creían que los cambios que se observaban en éste sucedían realmente. Establecieron un
dualismo filosófico al problematizar si se debía confiar en los sentidos o en la razón,
ofreciendo una amplia variedad de respuestas que hasta nuestros días no ha conseguido el
consenso, y que a pesar que se ha transformado la manera de plantearlo, esto no ha servido
para dar solución a dicho problema.

Se destacan en esta corriente, las figuras de Heráclito de Efeso, (nacido hacia el año 530
a.C.) y de Parménides de Elea, (nacido hacia el año 515 a.C.); el primero sostenía que se
conoce a través de los sentidos, dando así un papel primordial a la experiencia para acceder
al conocimiento. Heráclito también fue famoso por acuñar la famosa frase “No nos
bañamos dos veces en el mismo río”, la cual hace alusión a su concepción del devenir.
Hobbes, interpretando a Heráclito y citado por Leahey, nos dice: “Todo fluye, y en la

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continua transformación consiste la esencia de las cosas, las cuales son y no son a la vez”
(García, op cit., p.24)

El segundo filósofo de esta corriente, Parménides de Elea, adoptó una posición diferente en
contraste con la propuesta de Heráclito, ya que éste argumentaba, que los sentidos nos
pueden engañar y que la verdad debe ser buscada en las vías de la razón. Su tesis básica se
puede plantear así: “Lo que es, es”. El cambio sólo es una ilusión provocada por los
sentidos, ya que debe existir una sustancia permanente e inmutable que subyace a todo.

Paralelamente, aparecen los denominados médicos, los cuales desarrollaron sus estudios, a
partir de la investigación de las enfermedades, proponiendo teorías explicativas para éstas.
Cabe anotar que los presocráticos poseían una característica común: consideraban que el
corazón era la sede del alma. Sin embargo hay una excepción a la tradición de esta época,
planteada por Alcmeón de Crotona, (nacido hacia el 540 a.C.) Para éste, el cerebro es la
sede del alma. Con todas sus facultades, el cerebro es el órgano sintetizador de la
experiencia proporcionada por los sentidos. En esta misma vía se haya Empédocles,
(nacido hacia el 490 a.C.) de quien se puede juzgar es el padre del empirismo, ya que
proclama que la verdad se encuentra en las apariencias y no en la razón. A diferencia de
Alcmeón, éste también creía que el corazón era la sede del alma, en consonancia con el
pensamiento griego de la época.

Dentro del pensamiento médico, la figura más destacada es la de Hipócrates de Cos, (circa
469-361 a.C.) quien a pesar de ser médico, no restringió su trabajo al campo de la medicina,
sino que sus observaciones abarcan temas tales como: la psicología, la sociología y la
fisiología. Sus ideas no tuvieron muchos seguidores en la época y sólo veintidós siglos
después fueron tomadas en cuenta y apreciadas por la ciencia. Hipócrates trataba de
imponer en su época, la idea de que la enfermedad es un fenómeno natural y que el hombre
siendo parte de la naturaleza puede ser influido por ella. En otras palabras, la idea que
sostenía era que la enfermedad podía ser causada gracias a un proceso natural. “Sostiene
que la llamada “enfermedad sagrada” – caracterizada por convulsiones, expresiones
anormales, contracciones y pérdida del conocimiento (epilepsia) – es producida por una
descarga cerebral” (Leahey, op cit., p.25)

Dentro de sus obras se encuentra incluida la teoría de los humores. Según ésta, los líquidos
más importantes del cuerpo (sangre, flema, bilis amarilla y bilis negra) son causantes o
reguladores de la salud. El desequilibrio en alguna de estas sustancias es el causante de las
diferentes patologías, para las cuales el médico romano Galeno (129-199) propondría luego
una clasificación. Esta clasificación podría ser considerada como el primer intento de
establecer una psicopatología. Se describe en el cuadro No. 1, tomado de García, (op cit.,
p.26)

Cuadro 1

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Substancia Temperamento Características Psicológicas
Sangre Sanguíneo Festivo, optimista, ruidoso,
emotivo, superficial, cálido.
Bilis amarilla Bilioso Activo, tenso, organizado,
dominante, severo, irritable.
Flema Flemático Parsimonioso, lento,
reservado, reflexivo,
constante.
Bilis negra Atrabiliario Excitable, malhumorado,
poco sociable, tímido.

Siguiendo el recorrido por el pensamiento griego, se hace necesario mencionar, que tras la
aparición de la democracia en este contexto, los ciudadanos lograron obtener participación
en el gobierno. Para posibilitar tal desempeño por parte del pueblo, este se vio obligado a
recurrir a personas diestras en el arte de la retórica, las cuales tenían la función de defender
sus intereses frente a la asamblea, dando origen de esta manera a los abogados de la época.
Así la retórica se convertiría en objeto de estudio para los atenienses y en este afán tendrían
que existir maestros que enseñaran sus habilidades en esta actividad. Tales maestros eran
denominados sofistas “[…] de la palabra sophistes (que significa experto), la misma
palabra que da origen al término “sofisticado””(Leahey, op cit., p.50)

Las opiniones de los sofistas marcaron un giro en la filosofía, colocando en el centro del
debate al ser humano, por encima de las viejas usanzas que se le habían dado al saber
filosófico, las cuales se encaminaban al estudio del cosmos.

Los sofistas decían que la verdad estaba en el mundo de las apariencias, pero era
particular a cada perceptor. De allí se puede inferir que los sofistas empezaban a
dar importancia al subjetivismo y al relativismo, y por ende, la famosa frase de
Protágoras, (circa 490 – 420 a. C) uno de los sofistas más representativos, “el
hombre es la medida de todas las cosas, de las cosas que son en cuanto que son y de
las cosas que no son en cuanto que no son” (Ibid, 50)

El relativismo de los sofistas trajo ciertos peligros puesto que decían “la ciencia y la
filosofía no deberían perder el tiempo en ociosas especulaciones sobre la realidad o los
dioses, sino que deberían ocuparse de buscar logros prácticos que condujeran a la
felicidad humana y de proponer compromisos viables que sirva a los seres humanos para
vivir en comunidad” (Ibid, 53) Tal afirmación implica la búsqueda del bien individual,
ausentando la posibilidad de la búsqueda del bien social, debido a que se privilegia el
individuo, y su felicidad puede ser conseguida incluso a costa de otros. Esta posición sería
criticada por Platón, (circa 427-347 a.C.) debido a su posición moralista frente a las
afirmaciones de los sofistas, especialmente en las que proponían una forma de legislar,
denominada convencionalismo jurídico. Su tesis central afirmaba que las leyes valen en la
medida en que sirven al individuo. García, (op cit., p.39) comenta esta crítica en los
siguientes términos: Hipias de Ellide afirmaba “La ley natural debe prevalecer sobre las

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leyes civiles que tiranizan a los hombres” y Trisímaco, en el siglo V a.C., sostenía que: “la
ley ha sido sólo para los hombres que carecen de valor para sustraerse a ella. Lo justo no es
otra cosa que lo que conviene al más fuerte.”

Aparece después en el contexto del pensamiento griego, la gran figura de Sócrates, (circa
470-399 a.C.) un personaje controvertido para su época, gracias a no creer en los dioses
impuestos por el gobierno y a imputaciones que le hacían, en las que se afirmaba que era un
corruptor de la juventud. Criticó a los sofistas, en la medida en que afirmaba que se
podrían descubrir las formas del buen obrar, a través de su famoso método mayéutico, el
cual consistía en hacer una serie de preguntas a un interlocutor determinado, sin importar la
condición económica y social de éste, con el fin de descubrir que cualquiera, incluso un
esclavo, podría darse cuenta que posee el conocimiento para saber cuál es la buena manera
de hacer las cosas.

Sócrates es relevante para la psicología actual, en tanto su método mayéutico aún tiene
relevancia para varias corrientes psicológicas, entre ellas, la psicología cognitiva, en lo que
atañe a su terapéutica.

En este recorrido histórico, es menester mencionar a los llamados estoicos, los cuales
desarrollaron una idea de lo que eran los procesos cognitivos; antes de mencionarla se hace
necesario decir que esta idea no incluía lo que Platón entendía por ideas innatas y
Aristóteles por ideas universales, más bien, lo que pregonaban, era que sólo existía lo
individual y que por tanto, en nuestra percepción sólo penetraban objetos particulares. Mas
bien lo que con su idea trataban de decir era que el conocimiento se adquiere a partir de:
“La observación, el esfuerzo, la enseñanza y el aprendizaje” (Ibid, 39) Y a partir de esta
adquisición genera un efecto en el cuerpo “particular” - el alma - y esta a su vez
“contiene ocho partes: Los cinco sentidos, el órgano de la voz, el órgano del pensar que es
la misma mente y la virtud generativa.”

De acuerdo con lo anterior, se puede considerar que la filosofía griega había contribuido lo
suficiente, para generar un posterior desarrollo de la ciencia, pero desafortunadamente la
historia ha demostrado que el camino a seguir no fue tan lineal, y que a su paso se
encontraron serias dificultades, que no permitieron el resultado que se podía haber esperado
a partir de los desarrollos que ya se habían logrado, es decir la falta de sistematización del
conocimiento y la no-utilización de un método adecuado que ayudara a la consecución de
avances significativos.

Estas dificultades se verían promovidas, por la subordinación que el cristianismo generaría


sobre los asuntos psicológicos y filosóficos, durante el periodo que fue denominado
Helenístico. Se desvirtúa el estudio del hombre, colocando por encima de éste a lo divino,
y aunque se permite el estudio de la naturaleza, este es de un tipo reductivo, que sólo
permite su descripción.

Es así como aparece el neoplatonismo, el cual conjugaba ideas religiosas y espiritualistas


que poseían los pitagóricos, peripatéticos, académicos y estoicos con las ideas religiosas

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del cristianismo de la época. Entre las figuras representativas del neoplatonismo, se
encuentra Filón de Judea (20 a.C. – 40 d.C) quien realizó un trabajo con la obra de Platón
que influenciaría a dos religiones, las cuales se caracterizan por tener a la Biblia como libro
guía: el judaísmo, y el cristianismo. Filón además pensaba que el alma tenía que ganarse el
derecho a la inmortalidad para que esta fuera digna de gozarla, a diferencia de Platón que
creía que la inmortalidad era inherente al alma por su misma naturaleza.

Dentro de estas concepciones religiosas acerca de la naturaleza del alma, es de destacar la


que poseía Plutarco (46-125), autor de conocidas obras morales. Para éste, el hombre
estaba formado de “alma, cuerpo y entendimiento (psique-soma-nous). El alma inmortal
podría comunicarse eternamente con Dios una vez se librara de las ataduras de los sentidos”
(Ibid, 40)

Por su parte, para Plotino (205-270), el hombre condensa su esencia en el alma, ya que esta
es inmortal; el cuerpo está ligado a las vicisitudes de su propia existencia y es mortal.

Otro personaje que exalta el valor del alma es Proclo (410-485), para éste, el alma es
responsable de los movimientos del cuerpo.

Luego aparecen los padres de la iglesia, (fundando el periodo que fue denominado, La Edad
Media) dentro de los cuales se destacan varios íconos, entre los cuales se encuentran figuras
como Tertuliano, quien “escribió hacia el año 213 un tratado sobre el origen y la naturaleza
del alma; afirma que el alma se origina por acción divina en el momento de la concepción,
y niega que preexista o transmigre, como creían los gnósticos y los platónicos.” (Ibid, 41)

Por encima de los anteriormente mencionados, existe una figura que los supera en mucho,
debido a la trascendencia que sus trabajos tuvieron en la época; se trata de San Agustín de
Hipona (354-430), para quien la verdad suprema es Dios. “Agustín realizó una síntesis
magistral de la revelación bíblica, el misticismo cristiano, la filosofía plotiniana de la
interioridad y el sistema platónico.” (Ibid, 41) Decía que las limitaciones de la mente
humana, no le permitían a ésta acaparar la verdad, y que para entender esto, podríamos
decir que así mismo “no se podía introducir el mar en un agujero.” (Ibid, 41) Para lograr
esto se necesitaba de la fe, razón por la cual acuñó la frase “intellige ut credas, crede ut
intelligas” (entiende para que puedas creer, cree para que puedas entender)” El alma
haciendo uso de los sentidos, posee la capacidad de captar la realidad, para luego elevarse
hasta la adquisición del conocimiento racional, el cual proviene de Dios.

San Agustín proponía la introspección, como método para analizar el alma, la cual posee
tres funciones en la vida de los hombres: “memoria, entendimiento y voluntad” (Ibid, 42),
las cuales entran en una relación análoga con la trinidad, representada así: la memoria es el
padre, el entendimiento el hijo y la voluntad es el espíritu santo.

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La propuesta agustiniana, tenía como principal fin, analizar estas funciones del alma, a
partir de la exploración interior de cada una de ellas; en resumidas cuentas, a partir de la
introspección; y en esta vía los hombres podían adquirir un conocimiento de sí mismos.

Por otro lado, se retoma a Aristóteles, el cual es modelo de referencia en la Edad Media. Es
un Aristóteles desfigurado, del cual sólo se hacen adaptaciones con el fin de hacerlo
compatible con la doctrina cristiana. Además, sólo fueron tenidos en cuenta los textos
sobre metafísica, obviando por consiguiente, los tratados en los que Aristóteles intentaba
sistematizar los hechos empíricos, es decir, los que tienen un corte más naturalista. Es así
como Santo Tomás de Aquino (1225-1274) trataba de acomodar, el edificio filosófico
aristotélico, a los principios cristianos del momento. “Aquino adoptó el sistema
aristotélico, demostrando que era compatible con la cristiandad. Para alcanzar este objetivo
puso a Aristóteles cabeza abajo: cuando Aristóteles permanecía cerca de la naturaleza, sin
hacer mención a Dios, Aquino lo reorientaba todo para hacerlo depender de Dios y de su
revelación.” (Leahey, op cit., p.104)

Siguiendo con Santo Tomás, éste afirmaba que el hombre se componía de alma racional,
alma espiritual y cuerpo; estos son complementarios, ya que el alma habita en cada parte
del cuerpo, así, el compuesto que conforma lo humano, puede tener la cualidad de
perfección. “La función superior del alma es la intelectiva; y de la existencia de esta
función se deduce su espiritualidad (pues las ideas no son materiales sino espirituales),
incorruptibilidad, simplicidad y, por ende, su inmortalidad.” (García, op cit., p.43)

Como se puede apreciar, este contexto – la Edad Media – condicionaba de una manera muy
fuerte la realización de cualquier estudio, y especialmente si se iba a hablar de estudio del
alma, ya que ésta poseía un origen divino, y en este sentido, estudiarla, era imposible para
el hombre, el cual había sido situado en una posición inferior frente a Dios; hacer tal
estudio, implicaba correr el riesgo de ser tratado como hereje - que significa pensar distinto
- y de ser excomulgado o incluso de caer en la hoguera. Claro ejemplo de esto es la
situación vivida hacia el año 1054, cuando el patriarca de Constantinopla y el Papa de
Roma, sostuvieron una disputa teológica, la cual estaba determinada por las versiones
Griega y Latina de las escrituras y que culminaría con una mutua excomunión – en la que
se incluiría también a los seguidores de cada uno –, gracias a sus diferencias de
pensamiento.

Luego aparecerían nuevas formas de pensamiento, más exactamente en los siglos XV y


XVI, los cuales fueron los testigos de El Renacimiento, que generarán las condiciones para
un abordaje de lo humano, y porqué no decirlo, para una ciencia del hombre.

En este momento histórico, se colocó al hombre en una posición central, la cual le otorgaba
incluso, rasgos de divinidad debido a su capacidad de razonar; esta misma capacidad lo
coloca por encima de los animales, declarando así en esta época un absoluto
antropocentrismo. Habría que agregar que a pesar de este antropocentrismo, todavía el
hombre no era un objeto concreto de estudio, ya que no se le estudia como tal, sino como
un miembro de la naturaleza, quien está dentro de ella y en interacción con ella.

13
Paralela a esta visión, se trataba a la naturaleza, aunque de una manera inadecuada; se le
atribuían energías, llamadas “energías naturales”. “Ello implica, entre otras cosas, un
brusco cambio de actitud por parte de los magos, astrólogos y alquimistas. A la magia
blanca o negra sucede la magia natural”. (Legrenzi, 1986, 42) Se desestima lo sobrenatural
y en esta vía se trata de trabajar con las fuerzas de la naturaleza, con el fin de descubrirlas y
domeñarlas. Se cae pues en una forma de superstición diferente al cristianismo, en la que
incluso los astros, son determinantes en las vidas de las personas, ya que existe una total
restricción de lo que somos, hacemos y pensamos por parte de lo que el cielo y sus estrellas
nos pueden otorgar a partir de sus movimientos. Así, se privilegia de una manera
preponderante el estudio de la astrología, y en esta vía, el astrólogo puede decir cuál es el
rumbo de nuestras vidas, a partir de inferencias hechas con relación a las posiciones de los
astros.

A pesar de no parecer muy significativo, el hecho de que el hombre de esta época haya
desestimado la injerencia de Dios sobre su vida, haciendo un viraje hacia unas creencias
poco fundamentadas desde lo científico (la astrología y las fuerzas mágicas de la
naturaleza), este hecho marcó un cambio que años después lograría promover la aparición
de la ciencia moderna.

No sería adecuado dejar de mencionar el hecho de que todo este cambio estaba impulsado
por razones sociales que se sucedieron en la época, como fueron las guerras de los cien y
los treinta años, las cuales dejaron a Europa devastada. Luego aparecería la peste negra, en
el año de 1348, la cual arrasó con un tercio de la población europea. Estos hechos crearon
un clima pesimista, no se podía confiar en las fuerzas salvadoras de las religiones, dando
pie de esta manera a ciertos desarrollos intelectuales, como la generación de cambios en
cuanto a las doctrinas establecidas, por parte de personajes importantes. Para ilustrar tal
pesimismo, se puede citar a Montaigne, quien a partir de la trágica situación vivida en este
momento, adquiere un pesimismo tal que en palabras de Thomas Hardey Leahey se expresa
así: “El hombre es la criatura más miserable y frágil de todas y, aún así, la más arrogante y
más despectiva.” (118) De esta manera se observa cómo Montaigne desestima la posición
que ocupó el hombre desde los clásicos griegos y que recibió perfeccionamiento en la Edad
Media y El Renacimiento, en las cuales era el centro del mundo. Destroza esta posición
dando pie a una ciencia y a una filosofía que se ha mantenido de una manera secular hasta
nuestros días.

Paralelamente, la costumbre escolástica de pensar a partir de la razón y la exactitud, además


del indispensable uso de la lógica, es utilizada con fines matemáticos. Nicolás de Cusa
(1401-1464), apoyado en Pitágoras, trata de exponer teorías acerca de la explicación
matemática del universo.

En esta época también surge un movimiento llamado nominalismo, el cual posee como
figura representativa al filósofo William of Ockham (1300-1350); para éste la razón y la fe
no pueden estar conciliadas, ya que asuntos como la existencia de Dios y la inmortalidad
del alma no son demostrables a partir de la razón y por tanto, estos no son terrenos en los
que se pueda utilizar la experimentación y el raciocinio. Ockham rompe de esta manera

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con el equilibrio entre la fe y la razón que había pretendido plantear Santo Tomas de
Aquino.

“De Ockham suele recordarse en psicología su principio de economía intelectual (o “navaja de


Ockham”), una forma del principio de parsimonia característico de la ciencia moderna que, en la
formulación de C. Lloyd Morgan (el llamado “canon de Morgan”), tuvo una notable repercusión en
la psicología comparada de finales del siglo XIX. También sus ideas sobre la formación de conceptos
entendidos como hábitos mentales (notablemente próximas en algunos aspectos a posiciones bien
recientes), han sido evocadas con frecuencia por los psicólogos modernos.” (Ferrándiz, Lafuente,
Loredo, 2002,43)

Tal y como se han señalado, los planteamientos de Ockham representan de alguna manera
un desafío para la posición dogmática de la iglesia, y en vías de utilizar la razón,
aparecerían otras figuras que tratarían de descentralizar las posiciones religiosas que se
habían mantenido hasta el momento. Una de las que posee mayor importancia es la de
Nicolás Copérnico (1473-1543), fundador del heliocentrismo y por consiguiente del
periodo que daría origen a La Revolución Científica. El heliocentrismo consistía en afirmar
que la tierra giraba alrededor del sol, posición esta que derrumbaba el sistema geocéntrico o
ptolemaico, el cual colocaba a la tierra en el centro del cosmos, adecuándose a cuestiones
religiosas, que pretendían mostrar al hombre como un ser divino “creación especial de
Dios.” El sistema heliocéntrico, alejaba al hombre de esta posición central, lo cual tenía
consecuencias teológicas, razón por la cual sus obras sólo fueron publicadas hasta después
de su muerte.

La teoría copernicana recibiría perfeccionamiento por parte de J. Kepler (1571-1630), quien


basado en la teoría de Copérnico postula las primeras leyes del movimiento. Luego surge
Galileo Galilei (1546-1642); para este pensador “las matemáticas son el instrumento y el
lenguaje adecuados para manejar y describir los hechos de la naturaleza.”(García, op cit.,
p.46-47)

Es él, quien además, formula el procedimiento hipotético deductivo, el cual consiste en:
“Formular tentativamente una hipótesis para explicar un fenómeno, decir luego
consecuencias de dichas hipótesis y verificar empíricamente si se da o no en la práctica las
consecuencias deducidas.” (Ibid, 47)

Este modelo sería perfeccionado por Newton (1642-1727), impulsador del surgimiento de
la ciencia. Las primeras disciplinas interesadas en llevar éste método a la práctica fueron la
astronomía y la física. Newton se encargó de sintetizar los conocimientos sobre mecánica
terrestre y celeste; además sus trabajos permitieron el descubrimiento de Neptuno, lo cual
corroboró la validez de su descubrimiento y la eficacia de la utilización del método
científico para hacer hallazgos valederos.

No se debe olvidar que el método debía poseer ciertas características. Una de ellas era la
utilización del ya nombrado procedimiento hipotético deductivo, pero además de éste, se
debía poseer objetividad (la cual consistía en utilizar la observación, para luego acceder a la

15
experimentación real) y matematización (se deben cuantificar la masa, la longitud, el
tiempo, la temperatura, etc.)

Sin embargo la psicología no acogió este método hasta después de mucho tiempo (siglo
XIX) y su problema para ser aceptada como ciencia, ha estado directamente relacionado
con la definición de su objeto, el cual podría ser definido como “el hombre en su esfera
comportamental y psíquica” que, difícilmente, puede ser objetivado, cuantificado y
predecible, exigencias características del método científico. Es así como siempre se ha
puesto en entredicho la posibilidad de que la psicología pueda ser aceptada como una
ciencia “fuerte”.

Tratando de pensar el problema del método, es necesario remitirse a sus principios, y como
anteriormente se había dilucidado, este hizo su aparición en el periodo de la Revolución
Científica, como resultado de los eventos sucedidos en este momento histórico – El
Renacimiento –. El método era un instrumento poderoso, para buscar respuestas a las
cuestiones que los seres humanos siempre se habían planteado. Es así como surgen dos
movimientos interesados en discutir acerca de éste; ellos son: el racionalismo y el
empirismo, los cuales sostenían posiciones diferentes que a continuación se plantean.

Los empiristas decían que accedemos al conocimiento a través de la aprehensión de datos


del exterior por medio de los sentidos. Es así como ellos (los datos) llegan a nuestra
conciencia perceptiva. A grosso modo, ésta es una forma de definir el empirismo, pero es
mejor adentrarse en un breve recorrido, que incluya los pensamientos más importantes de
las figuras más representativas de este movimiento.

Se inicia con Francis Bacon (1561-1626); para este pensador, la mente estaba contaminada
de nociones falsas, las cuales eran condicionantes para la búsqueda de la verdad y
generaban conocimientos erróneos que provenían de: “1. las limitaciones de la naturaleza
humana – la ilusión de los sentidos, p. ej.–; 2. el individuo que por temperamento,
educación o engaño se aparta de la verdad; 3. El lenguaje equívoco; 4. Los dogmas
filosóficos. Una vez eliminadas las fuentes de error, el hombre puede estudiar la
naturaleza observando o reflexionando sobre sus observaciones. Inicialmente debe
recoger, acumular y describir el mayor número de hechos particulares y luego formular
principios generales o axiomas, y de estos deducir nuevos experimentos. “La mejor
demostración es la experiencia, siempre que vaya unida al experimento directo”. Bacon
reconoce que la razón es la guía ordenadora de este proceso “pues ni el verbo divino
operó sin orden sobre la masa de las cosas.”” (Ibid, p.50-51)

Para continuar con esta breve revisión de los empiristas, se puede apreciar otro personaje
que también privilegió la experiencia y que además sostenía que ella, se adquiere a través
de los sentidos; se trata de Thomas Hobbes (1588-1679), quien gracias a la concepción
científica que poseía del hombre, adquiere gran importancia para la historia del
pensamiento occidental. En esta visión, afirma que: “[…] la sustancia espiritual era una
idea absurda. Tan solo existe la materia y cualquier acción humana, al igual que las de los

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animales, está plenamente determinada por causas materiales en vez de espirituales.”
(Leahey, op cit., p.142)

Así pues, Hobbes considera el pensamiento y el lenguaje como complementarios, ya que


un correcto pensamiento, genera un uso adecuado del lenguaje.

Se puede definir a Hobbes como un mecanicista, para el cual los hombres son seres
incluidos en la naturaleza y por tanto están sujetos a sus leyes; sin embargo, el hombre
haciendo uso de la razón, decide o no aceptarlas, dependiendo de las conveniencias
individuales y en este sentido, el hombre decide frente a su destino, diferente de los otros
animales y objetos de la naturaleza los cuales no poseen este poder de decisión. (Los astros
no deciden si obedecen a las leyes del movimiento de Newton, ya que estos no poseen
raciocinio)

Se puede concluir pues, a través de estas apreciaciones, que a pesar del afán cientificista de
Hobbes, termina por aceptar que el hombre se escapa a éste, y si nos aventuramos a
interpretar su pensamiento, podríamos extractar la conclusión de que para Hobbes el
hombre no es abordable a partir de una concepción científico – mecanicista, ya que su
particularidad y su capacidad de decidir no permiten la mecanización del mismo y de su
comportamiento.

Dentro de esta corriente de pensamiento (el empirismo) es imprescindible la mención del


médico y filósofo John Locke (1632-1704) “Aborda el problema del conocimiento en sus
dos aspectos: psicológico (cómo se produce) y epistemológico (cuál es su alcance)”.
(García, op cit., p.53) Locke realiza un trabajo en su obra (Ensayo sobre el entendimiento
humano) con relación a estos dos aspectos, obra que se divide en cuatro “libros”.

En el primer libro de esta obra “Sobre las ideas innatas”, citado por García, refuta la
concepción cartesiana, que versa sobre la innatez de las ideas, diciendo que: “es
contradictorio tener ideas y no percibirlas. Tampoco se dan principios ni máximas innatas:
por una parte no se da asentimiento universal, y si se diera, tampoco ello probaría el
innatismo (Ibid, p.53)

El segundo libro “De las ideas”, trata de explicar su procedencia, ya que como se observó
anteriormente, Locke no creía en la innatez de las ideas. Afirma entonces, que su
procedencia, está en el orden de la reflexión y la sensación, puesto que “las observaciones
que hacemos acerca de los objetos sensibles externos, o acerca de las operaciones internas
de nuestra mente, proveen a nuestro entendimiento de todos los materiales del pensar. (Ibid,
p.53)

El tercer libro “De las palabras”, versaba sobre el lenguaje, el cual era el medio para
representar el pensamiento. ““Las palabras son signos de las ideas de los hombres” y todos
nuestros conocimientos que tienen sentido – aquellos que pueden ser verdaderos o falsos –
se enuncian mediante proposiciones.” (Ibid, p.54)

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El cuarto y último libro, “Sobre el conocimiento”, es un intento de reconciliación entre “el
empirismo, el racionalismo y el realismo (aceptación de la existencia de las cosas mas allá
de nuestra experiencia)” (Ibid, 54)

Además de esta monumental obra, Locke fue influenciador de diferentes personajes, dentro
de los cuales se pueden destacar a Berkeley y a Hume. Estos sin duda, estaban marcados
por sus ideas y por el rumbo que éste había otorgado a la filosofía. Es así como George
Berkeley (1685-1753) plantea una concepción empirista que otorga a la experiencia
personal la forma de obtener conocimientos. Tal empresa es realizada, con el fin de luchar
contra el materialismo que imperaba en su época y con el fin de acentuar su pensamiento;
añade que únicamente hay productos de la mente; posición un tanto idealista, ya que trata
de negar que existe una substancia material, además que para éste, en el universo, lo único
que existe, es la experiencia individual.

Por otro lado, David Hume (1711-1779), otro de los adscritos a la influencia de Locke,
manejó sus pensamientos con un escepticismo tal, que pretendía demoler la metafísica, y en
este sentido planteaba que la observación desprevenida de nuestras percepciones, nos
mostraría que éstas solo difieren en intensidad y tal observación nos podría proveer de la
siguiente clasificación: las más intensas se pueden denominar impresiones “lo que hoy
denominamos sensaciones” (Leahey, op cit., p.158), y las de menor intensidad se pueden
denominar como ideas. Esta suerte de clasificación se encadena con una visión del mundo,
que reza sobre la imposibilidad para demostrar la existencia del mundo exterior, ya que sólo
somos susceptibles de experimentar las ideas y las impresiones en nosotros mismos, debido
a que su procedencia, es algo de lo que nada se sabe. Además, Hume, también distinguió
entre ideas simples e ideas complejas. Las simples, son ideas elementales; por ejemplo: un
punto negro en una pared; las ideas complejas, son combinaciones de varias ideas simples;
por ejemplo: la idea de lápiz, nos lleva a la idea de que este puede ejercer presión sobre un
papel, y al desplazarse sobre él, puede resultar una línea. Es así como establece un
planteamiento de causa y efecto; un hecho causa otro; idea que se convertiría en el eje
central de la posterior teorización de Hume.

En este sentido Hume es asociacionista y trata de hacer un abordaje de la conciencia, a


partir del estudio de sus elementos y procesos (ley de causa y efecto), asuntos éstos que
declaran su importancia para la psicología, en tanto responden a la pretensión científica
positivista de predecir ciertos comportamientos o conductas, a partir de hechos o sucesos
previos.

Tal y como Hume lo hizo, otro pensador trató de trabajar bajo una perspectiva
asociacionista; además fue el encargado de acuñar el termino asociacionismo; se trata de
David Hartley (1705-1757) quien lo formuló de esta manera:

“[…] cuando A, B, C que producen las ideas o vibraciones a, b, c se asocian cierto número de veces,
sucederá que luego cualquier sensación aislada A produce en la mente ideas b, c (por ej., después de
ver el relámpago, permanecemos en expectativa del trueno). Ahora bien, además de las sensaciones,
también se aplica el principio a movimientos, estímulos, vibraciones, etc.”

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[…]

“Su enorme contribución a la psicología, no la podía el mismo barruntar. El asociacionismo se


convirtió en el principio básico de importantes enfoques psicológicos, como el introspeccionismo
(Wundt), la teoría del reflejo (Pavlov), el conexionismo (Thorndike) y el conductismo (Watson y
continuadores)”. (García, op cit., p.57-58)

En términos generales, estos eran los pensamientos que defendían los empiristas. Como se
ha podido apreciar, para éstos, la experiencia prima como medio para acceder al
conocimiento.

Pero en contraposición a ellos y, paralelamente a su trabajo, aparece el movimiento


denominado racionalismo.

Los racionalistas, proponían la existencia de ideas innatas; el conocimiento depende de la


mente, la cual sólo se vale de la experiencia para propiciarlo, pero es la mente en últimas, la
que con su capacidad conoce la verdad. Trataban de conocer la realidad, a partir de
métodos matemáticos que se apoyan en la racionalidad inherente a los seres humanos, para
lograr acceder al conocimiento. En últimas, hay que utilizar la razón para poder acercarse a
la verdad.

Dentro de los representantes de esta corriente de pensamiento, se encuentra Rene Descartes


(1596-1650), el más grande ícono del pensamiento racionalista de la época, pensador
francés, para quien la experiencia es un instrumento poco confiable, debido a las
distorsiones que los sentidos pueden hacer de ésta; lo único que es seguro, es el
pensamiento “yo soy una cosa que piensa y eso es todo” (Leahey, op cit., p.133) Es así
como llega a dilucidar su famoso pensamiento: “cogito, ergo sum = pienso, luego existo”.

El cogito es pensamiento y en esta vía hace parte del alma. Propone entonces, que el
hombre está dividido en dos substancias: (alma) res cogitans y (cuerpo) res extensa, las
cuales, debido a sus diferencias, se deben estudiar cada una de manera particular. Frente al
alma solo se puede especular debido a su origen divino y el único estudio que se puede
hacer de ésta es de tipo subjetivo a través de la introspección, en cambio el cuerpo es
susceptible de ser abordado, a partir de ciencias tales como la fisiología. Descartes supone
que “[…] el mundo material estaba formado por corpúsculos o átomos que poseen tan sólo
las propiedades de la extensión en el espacio y de la localización física. Además de este
mundo material, que incluye al cuerpo, existe el mundo subjetivo de la conciencia y la
mente.” (Ibid, p.134)

La pregunta que surge a partir de lo anterior es ¿si el alma y el cuerpo, son independientes,
cómo es posible la interacción que se da entre éstas? La respuesta de Descartes es que esta
interacción, se da a escala cortical, en una glándula llamada, glándula pineal, la cual “[…]
Gracias a ciertos “espíritus animales” el cuerpo y el alma interactúan en la pineal
mediante presiones de tipo mecánico. Por ejemplo, las sensaciones ponen en movimiento a
los espíritus animales que presionan la pineal produciendo en el alma las imágenes

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correspondientes a la sensación. Inversamente, cuando deseamos mover un pie, el alma
impulsa los espíritus a los músculos, provocando en ellos el movimiento. Cuando por la
muerte se separan las substancias, el alma continúa su existencia” (García, op cit., p.60)

Los seguidores de Descartes continuaron trabajando igual que él, sobre el problema del
método. Es así como Blas Pascal (1623-1662) un racionalista moderno, propone que la
manera para que el hombre acceda al conocimiento, es la utilización del método racional y
así mismo pueda comprender la naturaleza. Sin embargo, también proclama la
insuficiencia de la razón, ya que la utilización de ella, sólo lleva a discusiones
interminables. Para salir de este problema, propone la utilización de un elemento adicional
que procure un mejor avance del conocimiento; este elemento es el sentimiento. Al
permitir que el sentimiento figure como uno de los elementos para la adquisición de
conocimientos, Pascal posibilita una salida para su escepticismo con respecto a la razón;
dicha posición se ve justificada en su famosa frase “el corazón tiene razones que la razón
desconoce” Esta postura rebate los principios cartesianos, en los cuales la razón está por
encima de todo.

Paralelamente, otro discípulo de Descartes, Nicolás Malebranche (1638-1715) propone


hacer una lectura de las proposiciones de éste a la luz de la fe cristiana; mantiene la división
alma-cuerpo y dice que estos no se influyen: Dios produce sus efectos en el alma y también
en el cuerpo, idea que demuestra el espíritu religioso de Malebranche.

Otro contemporáneo de Descartes, Benito Baruch Spinoza (1632-1677) holandés de origen


judío, decidió también recalcar la existencia de una sola substancia, identificada con la
naturaleza, denominada la substancia divina, en la cual se equipara a Dios con la naturaleza
(entendiendo la naturaleza, como todo lo que conforma el universo.) Acerca del problema
mente-cuerpo dice: “[…] La mente no sería algo separado del cuerpo, sino que estaría
generada por procesos cerebrales. La mente y el cuerpo son una unidad, pero pueden ser
contemplados desde dos perspectivas: como procesos cerebrales de naturaleza fisiológica o
como hechos mentales (pensamientos.) (Leahey, op cit., p.145).

Es evidente en estas apreciaciones, el rechazo que Spinoza ofrece a los planteamientos


cartesianos, ya que como se aprecia, su visión es más unificadora que dualista. Por último,
argumentó que la razón controla nuestras pasiones y que la verdadera sabiduría, consiste en
tratar de hacer que esto se cumpla.

En Alemania también tuvo cabida el racionalismo, el cual fue encarnado en la figura de


Gottfried W. Leibniz (1646-1716), quien sostuvo que los conocimientos, a pesar de tener su
origen en los sentidos, necesitan de la mente, con el fin de estructurarse. También sostuvo
que “[…] el mundo estaba compuesto de innumerables substancias mutuamente
independientes, y las llamó “mónadas”. El alma es una mónada y el cuerpo un agregado de
mónadas; ambos actúan paralelamente para conseguir el mismo fin, merced a una “armonía
preestablecida” entre las mónadas por el mismo Dios. (García, op cit., p.65)

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A partir de la introducción del racionalismo en Alemania por parte de Leibniz, se generaron
reacciones que desembocaron en el debate y la crítica, no sólo a este movimiento, sino
también al empirismo. Uno de los críticos de estas concepciones fue el filósofo Emmanuel
Kant (1724-1804) figura icónica del pensamiento occidental. Kant fue reconciliador del
empirismo y el racionalismo ya que aunque proponía en su obra “Crítica de la Razón
Pura”, “[…] que el conocimiento sí comienza por los sentidos pero no depende
completamente de ellos” (Ibid, p.65), sólo conocemos los fenómenos; manifestaciones que
son percibidas por nuestros sentidos. Es así como las cosas en sí mismas, no son
susceptibles de nuestro conocimiento. La razón es la que nos brinda una idea de la
naturaleza, noción que posibilita a la vez, los conceptos de mente y de subjetividad. Kant
además concebía el tiempo y el espacio, como conceptos que pertenecían al orden
subjetivo.

El pensamiento kantiano fue tan influenciador en su época, que se puede decir que los
efectos de sus planteamientos fueron detonantes para la aparición de movimientos como La
Ilustración, que se desarrolló con gran fuerza en países como Francia, Inglaterra y
Alemania.

La Ilustración no se puede caracterizar como un movimiento con rasgos definidos que lo


distinguieran, ya que a su interior se dio una gran heterogeneidad de pensamiento. “[…]
Los rasgos comunes son el ecleticismo, la concepción naturalista de la religión (deísmo),
el ansia de igualdad, fraternidad y libertad, la aspiración a transformar radicalmente al
individuo y la sociedad en aras de un mejor porvenir para todos; la eliminación de la
superstición y alienación dependientes de las caducas instituciones medievales (iglesia y
monarquía), el interés por la educación del hombre, etc. “Para el ilustrado, es el hombre y
su felicidad el centro de toda meditación.”” (Ibid., p.66)

Uno de los representantes de la ilustración, Ch. Montesquieu (1689-1755), se vio abocado a


estudiar el gobierno y la sociedad para concluir que el hombre es pacífico por excelencia y
sólo accede a ser agresivo, cuando por causa de insuficiencia individual para obtener sus
logros, genera asociaciones con otros con el fin de combatir a los que le imposibilitan la
consecución de sus metas.

Otra mirada compatible con la de Montesquieu, es la que poseía Jean Jacques Rousseau
(1712-1778) quien se declara como un opositor de Hobbes, ya que en contra de las visiones
mecanicistas, proclama que la desigualdad entre los hombres, está instituida por ellos
mismos, debido a que la naturaleza nos ha hecho a todos iguales. En su obra Emilio
(1762), dice que el hombre es bueno por naturaleza y escribe que la sociedad es la
corruptora de esta benevolencia innata. En ésta vía propone un modelo de educación para
los niños, así: “[…] que el niño no haga nada a instancias de lo que le digan, ya que sólo
es bueno para él lo que él entiende que es bueno. Si se le impulsa más allá de lo que
alcanzan sus luces creéis que sois previsores, pero dais prueba de carácter de prevención
por armarle con algunos instrumentos de los cuales tal vez no hará uso, le quitáis el
instrumento más universal del hombre, que es el discernimiento; le acostumbráis a que
siempre se deje guiar, a que no sea otra cosa que una máquina en manos ajenas. Queréis

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que sea dócil cuando es pequeño, y eso es querer que sea crédulo y embaucado cuando sea
mayor. Continuamente le decís: “todo lo que te exijo es para tu bien, pero no eres capaz
de comprenderlo. ¿Qué me importa a mí lo que hagas o no? Allá tu con el resultado”.
Con todas estas buenas razones que ahora le dais para hacerle obediente, le preparáis
para que un día se deje sugestionar por las que le diga un visionario, un demagogo, un
charlatán, un bribón, o un loco cualquiera, para atraparlo en un cepo o comparta su
locura. (Ferrandiz, Lafuente, Loredo, op cit., p.105)

Siguiendo con el periodo de la Ilustración, aparece otro personaje que, al igual que
Rousseau, introduce sus estudios dentro del campo de la psicología; se trata de Julian Ofray
de la Mettrie (1704-1751); para este pensador, el alma tiene un sustrato material, localizado
en la función cortical y en el sistema nervioso, ideas que lo hacen ver como un mecanicista.

Agrega que el alma “[…] es una parte más de la máquina corporal […] (P`)uesto que todas
las facultades del alma dependen de la propia organización del cerebro y de todo el cuerpo
hasta el punto de que ellas no son más que ésta organización ¡ved aquí una máquina bien
ilustrada!” (Ibid, p.88)

Por lo anterior, es que se le puede considerar como uno de los primeros neurocientíficos.

En este periodo, aún quedaban restos de lo que fueron los postulados empiristas, restos que
incluso en la actualidad se mantienen, especialmente los propuestos por John Locke.

Uno de los ilustrados que decide retomar este pensamiento es E. de Condillac (1715-1780)
proponiendo un empirismo radical, ya que pretende reducir toda la experiencia humana a la
sensación. Esta última se le puede considerar la fuente de todas las ideas y también de la
experiencia, ya que a partir de las sensaciones producidas en nuestros sentidos, el alma
percibe la realidad con todos sus objetos y de la impresión que queda de estos “[…] nace la
conciencia (advertencia de la percepción), la atención (concentración en una percepción), la
memoria, la imaginación y demás “facultades del alma” que conforman el así llamado
entendimiento.” (García, op cit., p.67-68)

Condillac fue influenciador de muchos pensadores, quienes mantuvieron una misma línea
teórica, pero que además incluyeron dentro de sus conceptualizaciones, un aire materialista
y ateo. Este tipo de pensamiento, tuvo su eco en pensadores contemporáneos de Condillac
como el escritor Francés Voltaire (1696 – 1778); este, “[…] Se destacó no tanto como
filósofo sino como escritor ágil, ingenioso, versátil, satírico, brillante, polemista y de una
prosa demoledora contra sus enemigos.” (Ibid, p.68)

Contribuyó con su visión a formar el espíritu naturalista del siglo XIX “[…] Se burla de las
teorías construidas sobre el concepto de “alma”, pues, según él, sólo sabemos que
pensamos, nos movemos, queremos, pero eso no implica la existencia de la esencia
llamada alma. “Dios nos ha dado el entendimiento para el buen comportamiento y no
para penetrar en las cosas que ha creado. La creencia en el alma es cuestión de fe y no
de razón.”” (Ibid, p.68)

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Como se acaba de señalar, el estudio del alma (concepción que se poseía hasta este
momento de la psicología) había estado perdiendo vigencia en el transcurso del tiempo y el
periodo de La Ilustración, caracterizado por el impulso que otorgó a la utilización de la
razón, terminó por desestimar el concepto de alma como objeto de investigación, pues
poseía características que no lo hacían susceptible de aprehensión y mucho menos de
estudio, a no ser que este fuera especulativo.

De ésta manera, la psicología se ve en la obligación de declarar su independencia de la


filosofía y de buscar un parentesco con otras disciplinas, que le puedan otorgar un objeto de
estudio que le posibilite ser considerada una ciencia y no simplemente una rama de la
filosofía que estudia algo tan intangible como el “alma”.

Esta situación se sucede en el siglo XIX, gracias a los estudios que sobre fisiología de las
sensaciones, neurofisiología, psicofísica, biología y la teoría de la evolución de Darwin, se
dan, lo que hace que la psicología tome un rumbo diferente y que consolide sus
pretensiones de ser una ciencia.

Pero primero se deben estudiar progresos que cambiaron el rumbo de la ciencia y, por
ende, de la psicología.

En el campo de la neurofisiología, se lograron avances que rompen con un estancamiento


que se había sucedido en los últimos tiempos; tal estancamiento se había visto representado
en cuestiones tales como: mantener creencias religiosas en cuanto a las enfermedades y la
importancia que aún poseían los métodos que utilizaban los alquimistas para el tratamiento
de las mismas; además de la utilización de exorcismos y del método de la sangría, el cual
consistía en hacer cortes en las venas de cualquier miembro afectado, con el fin de evacuar
la sangre contaminada que se suponía que en estos había; hay que agregar que para este
mismo fin y de una manera muy similar se utilizaban las sanguijuelas, las cuales se
colocaban sobre las venas abiertas para que absorbieran la sangre y así librar al enfermo de
su padecer en ese determinado lugar.

La enfermedad mental también era tratada de forma rudimentaria y cruel, pues quienes la
padecían, eran encadenados y sometidos al método de la sangría; además tenían que cargar
con el peso social que significaba poseer una enfermedad cuyo origen era desconocido y
que gracias a sus particulares manifestaciones y síntomas se trataba de explicar desde la
mitología y las supersticiones de la época; es así como enlazaban ciertos hechos del mundo
real con las manifestaciones de la enfermedad y en su afán explicatorio se relacionaba la
patología con situaciones tales como el comportamiento de la luna. Por esto, en algún
momento de la historia, se les denomino lunáticos.

La ruptura de este estancamiento se da cuando se introduce el método newtoniano (el cual


trata de proponer leyes que sean comprobables experimentalmente), propuesta mecanicista;
y cuando se trata de privilegiar el estudio de los órganos de los sentidos ya que estos son los
que nos proveen de conocimiento (empirismo.)

23
Dentro de los investigadores que estuvieron interesados en el estudio de los órganos de la
sensación se encuentra Charles Bell (1774-1824) quien descubrió en 1811 la autonomía
anatómica y funcional de las fibras nerviosas. Esto consiste en que, unas de estas fibras,
llegan a la parte anterior (ventral) de la médula espinal y otras se unen a la parte exterior
(dorsal) de la misma. Las fibras ventrales poseen funciones motoras, conduciendo órdenes
a los músculos. Las dorsales llevan informaciones recogidas en la periferia del organismo
y son fibras sensitivas.

Citado por García (Op cit., p.71) “Al aislar las raíces de los nervios espinales – escribe
Bell – encontré que al seccionar el fascículo posterior originado en la zona posterior de la
médula, no se producía ningún movimiento en los músculos de la espalda; pero al tocar los
fascículos anteriores con la punta de una navaja, los músculos se convulsionaban
inmediatamente.”

A pesar de parecer carentes de comprobación empírica, las investigaciones de Bell fueron


corroboradas once años después, por parte de Francois Magendie (1783-1855) quien realizó
cuidadosos experimentos con animales, en los cuales se confirmaba la propuesta hecha por
Bell; es de aclarar que estos experimentos, poseían la cualidad de ser dirigidos a la función
motora, más que a la función sensitiva, ya que el estudio de los animales los posibilitaban
de manera más fácil.

Otro investigador que se interesó en las funciones motoras, fue el escocés Robert Whitt
(1714-1766), este proponía que la mente, tratando de evitar estímulos no gratos para el
cuerpo, produce actos instantáneos carentes de voluntad. Este pensamiento fue rebatido
muchos años después por Pavlov, ya que demostró que los movimientos involuntarios se
podían aprender, y que, por tanto, no existía nada innato en la mente, al menos con relación
al movimiento.

Continuando con el tema de las funciones motoras, aparece la figura de Marshall Hall
(1790-1857), quien se encargó de establecer el concepto de arco reflejo en 1833. “Observó
que al excitar nervios sensitivos aferentes con un estimulo, la excitación pasaba a la
médula y de ahí a una fibra nerviosa aferente que producía el movimiento del músculo.
Notó además que un animal decapitado respondía a las estimulaciones cutáneas, y que al
seccionar la médula espinal de una serpiente entre las vértebras segunda y tercera, el
animal quedaba perfectamente quieto; sin embargo al estimular alguna parte de su cuerpo
producía movimientos, mas al dejar de proporcionarle estimulación externa, el animal
conservaba su ultima posición hasta morir.” (Ibid, p.72)

Como se ha mencionado, las investigaciones en motricidad habían recibido un mayor


interés por parte de los científicos; a pesar de esto, existieron personajes que investigaron
de una manera intensa la fisiología de las sensaciones sin que importaran las dificultades de
estudio, que en los animales esto representaba. De esta forma es que Johanes Muller
(1801-1859) destruye la creencia que rezaba que los diferentes estímulos ambientales
afectaban los nervios según la naturaleza del estímulo; proponía que sin importar la
naturaleza, el nervio sensorial solo puede producir un estímulo, mostrando así que existe

24
una especificidad en los nervios que no varía por las influencias externas; para resumir,
existen energías nerviosas específicas. Estas energías, además de su cualidad específica,
también poseían una velocidad determinada, la cual fue descubierta por Hermann Von
Helmholtz (1821-1894); la cuestión era la siguiente: “[…] el tiempo transcurrido entre la
excitación del nervio motor a cierta distancia del músculo y la contracción de este, […] es
del orden de 27.25 metros por segundo. […] en los nervios sensitivos es de 50-100 metros
por segundo.” (Ibid, p.74)

Los datos anteriormente mencionados, dan una referencia del mecanicista que era
Helmholtz y de su deseo de introducir el método científico que se implementaba desde la
física, dentro de las ciencias fisiológicas.

En consecuencia a estos afanes y tratando de buscar explicaciones a los fenómenos


anteriormente mencionados, el mundo científico se ve impulsado a estudiar el cerebro y la
manera como se relaciona este con dichos fenómenos, convirtiéndose en un objeto de
investigación importante en el siglo XIX. Es así como P. Flourens (1794-1867), trata de
estudiar el cerebro, a partir de experimentos con animales, los cuales somete a
extirpaciones cerebrales, para observar qué consecuencias secundarias en el
comportamiento se pueden dar. Además de las observaciones que se acaban de mencionar,
Flourens se dedica a la investigación de animales enfermos, los cuales después de muertos
pueden aportar un gran material a partir de la observación de su cerebro y de las afecciones
que recibió por causa de la enfermedad padecida.

Trabajando en la misma vía, y tratando de buscar las causas biológicas de lo que es la


especie humana, aparece la figura de P. Broca (1829-1880); este localizó el centro del
lenguaje en la tercera circunvolución frontal izquierda del cerebro, a partir del estudio de un
paciente enfermo, el cual no podía hablar; después de la muerte del paciente, se le practicó
un análisis a su cerebro, del cual se concluyó lo anteriormente mencionado.

Como se acaba de apreciar, las investigaciones que se estaban dando en el campo de la


neurofísiologia, hacían énfasis en el estudio del cerebro, asunto que terminó por desestimar
por completo el concepto de alma, como vía para explicar el comportamiento humano ya
que todo “puede ser explicado” desde una perspectiva biológica. Sólo existen dos barreras
infranqueables para tales investigaciones; estas son; el fenómeno de la conciencia y la
subjetividad que ésta implica. Estos últimos, fueron abordados por la psicología de la
conciencia, (la cual aparecería más tarde, gracias a los estudios que en este campo,
desarrollaría el alemán Wilhelm Maximilian Wundt), a través del método de la
introspección.

Antes de avanzar hasta este punto, se debe reflexionar en un hecho histórico que precedió
muchos de los grandes avances para la “comprensión del mundo”, tanto en áreas como la
biología, la medicina, la antropología y la psicología; tal descubrimiento condicionaría para
el futuro, cualquier concepción de hombre que se pudiera tener; se trata pues, de la teoría
de la evolución.

25
La aparición del concepto de evolución no es espontánea, surge a partir de las
observaciones que varios investigadores de la época hicieron. También hay que decir que
antes de su aparición, se entendía que las especies habían sido creadas de manera individual
por Dios. Esta noción excluía la posibilidad de que las especies mutaran y por ende, de que
la evolución se pudiera dar. Esta doctrina fue creada, impulsada y apoyada por la iglesia;
de allí que la aceptación de la evolución sufriera tantos tropiezos.

Sin embargo, y a pesar de los tropiezos, el conocimiento no se detuvo; es así como aparece
J.B Lamarck (1744-1829), el primer investigador que habla del concepto de evolución. A
partir de observaciones de las especies animales en su medio ambiente, concluye que el
esfuerzo de estos por adaptarse, genera efectos, que transforman sus estructuras físicas y
que a partir del primer momento en que se dan estos cambios, se siguen consecuentemente
heredando por sus descendientes. Postula que los organismos tienen una tendencia innata a
adaptarse a las condiciones del medio y que de esta manera que se generan cambios en
ellos, que posteriormente serán transmitidos a las generaciones futuras, por ejemplo, si las
condiciones ambientales exigen la aparición o desaparición de un órgano en el cuerpo de un
organismo, esta se dará con el fin de lograr la adaptación.

El pensamiento lamarckiano tenía muchas fallas y estas fueron demostradas en


experimentos tales como: cortar la cola a muchas ratas durante varias generaciones sin
observar que por esto se generara un cambio que fuese susceptible de heredarse, lo cual
refutaba la posibilidad de certeza de las apreciaciones de Lamarck. Sin embargo, es de
tener en cuenta que a pesar de sus errores, fue el primer científico en interesarse en tales
cuestiones, las cuales serían abordadas desde una perspectiva más sólida por el inglés
Charles Darwin. (1809-1882)

Por su parte, el pensamiento darwiniano tiene su aparición en el famoso texto, “El Origen
de las Especies”, publicado en 1859. Los postulados que allí aparecen, fueron una nueva
afrenta a las concepciones religiosas que del hombre y de la naturaleza se tenían. Las
pruebas arrojadas por las propuestas de Darwin, refutaban la doctrina religiosa del
creacionismo.

La teoría darwiniana, en una forma breve, se puede presentar con base

“[…] en tres hechos y cuatro inferencias, como sigue:

Primer hecho: Los miembros de cualquier especie, se multiplican en proporción geométrica; es decir,
una pareja de individuos reproduce un número mayor de vástagos (de dos en adelante)
Segundo hecho: No obstante el hecho anterior, el número de individuos de cada especie permanece
relativamente constante (por ejemplo, observamos ahora tantas moscas como cuando éramos niños, y
dichos insectos se reproducen por millares).
Primera inferencia: Luego, no todos los que nacen sobreviven;
Segunda inferencia: debe darse entonces una lucha por la supervivencia en los miembros de las
especies, habida cuenta del inobjetable instinto de conservación.
Tercer hecho: Los individuos de una misma especie, y de una misma camada, exhiben diferencias en
cuanto a constitución, apariencia, capacidades, etc.

26
Tercera inferencia: La naturaleza (entendida como el conjunto de todos sus elementos: clima,
alimentación, otras especies, geografía, etc.) selecciona o deja sobrevivir a los mejor dotados,
quienes pueden luchar por aparearse y reproducirse (selección natural y selección sexual).
Cuarta inferencia: La reproducción de los mejor dotados y adaptados, y la heredabilidad de los
caracteres, conducen a la evolución, y eventualmente a la formación de nuevas especies.” (Ibid,
p.77-78)

La teoría darwiniana, logró establecerse por completo, gracias al empuje que brindó el
mutacionismo de De Vries y la genética de Mendel. Tales teorías decían que las
mutaciones afectan la herencia y así mismo el genotipo, el cual a su vez afecta el fenotipo;
cundo son adaptativas, los individuos pueden sobrevivir mejor que los demás de su especie
y gracias a esto, su característica recién adquirida puede ser heredada por sus futuros
descendientes, si el individuo corrió con la suerte de poderse reproducir. Todos los
postulados anteriormente mencionados han sido comprobados a partir de los estudios en
ingeniería genética, lo que les ha otorgado un status de validez y un mayor interés (aún en
la actualidad) por parte del medio científico.

Tales avances condujeron a concluir que los seres humanos y los animales, sólo diferimos
en cuestiones de grado y por ende, el comportamiento, se podía estudiar de manera
comparada entre todas las especies animales y los hombres, gracias a nuestro parentesco.

G.J. Romanes (1848-1904), discípulo de Darwin, realizó estudios, tratando de entender


cuáles son las relaciones entre las emociones de los hombres y los animales. Interpretaba
los actos animales como si fueran humanos, asunto por el cual no tuvo mucha credibilidad.

Por otro lado y paralelamente, se estaban gestando investigaciones, por parte de los
fisiólogos, en el campo de la sensación; y por parte de los empiristas, en el campo de la
percepción. Uno de estos fue Ernst H. Weber (1795-1878), quien acuñó el concepto de
umbral diferencial, el cual se planteaba según la siguiente ley: “La cantidad de excitante
que debe añadirse o quitarse a un estímulo para que se perciba en la sensación
correspondiente no es absoluta sino relativa al excitante previo” (Ibid, 80-81) Esta manera
relativa de observar la relación entre la cantidad de energía de un estímulo y la sensación,
pone de relieve la relación existente entre lo físico y lo psíquico, ya que al realzar el
concepto de relativo, se sabe que está haciendo referencia a la forma que en que el
individuo puede percibir o captar el estímulo, por ejemplo; “ante dos bombillos encendidos,
si enciendo un tercero, notaré el cambio de luminosidad; pero si estoy ante cincuenta
bombillos se requerirán varios de ellos para percibir el aumento de la luminosidad.” (Ibid,
p.80)

Otro pensador que trabajó con una visión similar, claro que encaminado de una manera más
rigurosa a observar el problema mente - cuerpo, fue Gustav T. Fechner (1801-1881), quien
en algún momento pensó y atribuyó alma no sólo los seres vivos, sino a todo el universo;
luego se inclinó por explicaciones mucho más científicas y propuso que las sensaciones
variaban sistemáticamente dependiendo de la intensidad del estímulo. En vías de estudiar
estos asuntos, fundó una disciplina de estudio llamada la psicofísica, la cual fue definida
como: “[…] La ciencia exacta de las relaciones funcionales o dependencia entre el cuerpo y

27
el alma” (Ibid, p.82) o sea entre lo físico y lo psíquico. Retoma a Weber y postula que las
sensaciones se pueden experimentar de diferente manera, dependiendo del individuo,
incluso un individuo puede experimentar de diferente manera el mismo estímulo. Fechner
influyó en la forma de abordar la psicología que se daría años después; propuso una
introducción del método científico en sus investigaciones y varios conceptos ideados por él
como umbral absoluto, magnitud absoluta, mínima o media, se utilizan aún.

Otro investigador interesado en estas cuestiones y de mayor importancia para la psicología,


fue Wundt, creador de lo que se denominó Psicología de la Conciencia.

En la fundación de la psicología, en 1879, el psicólogo y fisiólogo Wilhelm Maximilian


Wundt, estableció en la ciudad de Leipzig, Alemania, el primer laboratorio para la
investigación experimental del fenómeno psicológico. La psicología entonces, tomó un
objeto (la conciencia) y un método (la introspección) propios e intentó definir sus
propósitos con claridad, asimilando el esquema de las ciencias naturales, pues no se
encontraban muchas diferencias entre los laboratorios para la investigación fisiológica y el
establecido por Wundt para la investigación psicológica. La psicología wundtiana pues
hereda la influencia empirista, positivista y cientificista, gracias a su insistencia en la
experimentación, el atomismo, el análisis y el intelectualismo.

La Conciencia, objeto de estudio de la psicología para Wundt, trataba los siguientes


aspectos: los sentidos como fuente del conocimiento (sensacionismo); los elementos que
componen nuestra experiencia consciente (elementarismo) y la investigación de las
asociaciones entre dichos elementos, tratando de determinar sus leyes (asociacionismo.)

El método utilizado era la Introspección, la cual consistía en el estudio de los estados de


conciencia – sensaciones, percepciones, imágenes, sentimientos –, a través de un tipo
especial de autoobservación, donde cada observador de sí mismo era cuidadosamente
adiestrado para responder a preguntas específicas y bien definidas en el laboratorio,
combinándola con la experimentación. Este sistema de Wundt, lo complementó a partir de
incluir el estudio de productos culturales como el lenguaje, las creencias y las costumbres,
pues supuso, de manera acertada, que todo lo que el humano crea, como individuo o como
grupo, es fruto de su conciencia. Pero, ¿quedó así definido concreta y definitivamente cuál
era el objeto de estudio de la psicología, de tal forma que permaneciera actual?

Uno de los discípulos de Wundt, Edward Titchener, psicólogo inglés, emigró a los Estados
Unidos y se hizo cargo de un nuevo laboratorio de psicología experimental en la
Universidad de Cornell. Allí dio a conocer las ideas de Wundt y se convirtió en el líder del
movimiento conocido como estructuralismo, (Davidoff, 1981, p.9), corriente de
pensamiento común a diversas ciencias humanas (sicología, antropología, etc.), que trata de
definir un hecho en función de un conjunto organizado y dar cuenta de éste último con
modelos matemáticos.

Los estructuralistas: 1) creían que los psicólogos debían estudiar la mente humana,
primordialmente la experiencia sensorial; 2) subrayaron los arduos y detallados estudios de

28
introspección en el laboratorio; y 3) se orientaron hacia el análisis de los elementos de los
fenómenos mentales, descubrieron las conexiones entre los diversos elementos y las
explicaron por medio de la localización de las estructuras correspondientes del sistema
nervioso. (Ibid., p.9)

La variante desde el estructuralismo de Titchener, consistió en aportar resultados


estructurales y no funcionales. Se interesó en buscar qué hay en la conciencia y en qué
cantidad, no en encontrar para qué está.

Desde ahora se puede apreciar cómo fue que la psicología no sostuvo un único enfoque,
sino más bien que se dispersó en varias corrientes que respondían a sistemas filosóficos o
de pensamiento que discrepaban entre sí, no obstante aún consideraban que era la
conciencia su objeto de estudio.

Pero el estructuralismo pecó de dogmatismo y esto le impuso limitaciones de gran


importancia, entre las que sobresalen: ponderar un único método de estudio – el
introspectivo –, en el cual quedaban excluidos los niños y los animales, porque no podían
ser adiestrados en las técnicas de laboratorio. También excluyeron temas a investigar como
el pensamiento, el lenguaje, la moralidad y la conducta anormal, y se resistieron a abordar
temas prácticos. Surgieron así otras corrientes psicológicas que intentaron suplir estas
deficiencias, entre las que sobresale el funcionalismo, promovido en Estados Unidos por
William James y John Dewey.

Aunque las ideas de James nutrieron la evolución de las ideas psicológicas, él fue realmente
un filósofo, que alentaba a sus discípulos para convertir a la psicología en una ciencia
empírica, aunque el mismo no era empirista.

Sus aportes provienen del pragmatismo. El término pragmatismo, nos cuenta en su obra
“Pragmatismo, un nuevo nombre para algunos antiguos modos de pensar” (1975),

“[…] se deriva de la palabra griega pragma, que quiere decir ‘acción’, de la que vienen nuestras
palabras ‘práctica’ y ‘práctico’. Fue introducido en la filosofía por Mr. Charles Peirce, en 1878. […]
Mr. Peirce después de indicar que nuestras creencias son realmente reglas para la acción, dice que
para desarrollar el significado de un pensamiento necesitamos determinar qué conducta es adecuada
para producirlo: tal conducta es para nosotros toda su significación. Y el hecho tangible en la raíz de
todas nuestras distinciones mentales, aunque muy sutil, es que no existe ninguna de éstas que sea otra
cosa que una posible diferencia de práctica. Para lograr una perfecta claridad en nuestros
pensamientos de un objeto, por consiguiente, necesitamos sólo considerar qué efectos concebibles de
orden práctico puede implicar el objeto; qué sensaciones podemos esperar de él y qué reacciones
habremos de preparar. Nuestra concepción de tales efectos, sean inmediatos o remotos, es, pues,
para nosotros, todo nuestro concepto de objeto, si es que esta concepción tiene algún significado
positivo.”(James, 1975, 46 – 47)

El funcionalismo como movimiento contrario al estructuralismo, toma ideas de la teoría


evolucionista de Charles Darwin, en tanto se dio cuenta de que la teoría biológica de la
evolución, suministraba un gran apoyo a la investigación fisiológica.

29
Como se aprecia, la postura de James se preocupa por la función de la conciencia, el “para
qué”. No intenta determinar qué hay en la conciencia a modo de los estructuralistas, sino
su practicidad para el sujeto que posee conciencia. Este “para qué” o función de la
conciencia, debe ser observado entonces en la experiencia conciente, para lo que se hace
necesario poner en juego una dinámica empirista.

Al respecto:

“El pragmatismo de William James, que se basaba en su valoración del empirismo, se resume como
sigue:

1. Las consecuencias de las posturas teóricas establecen los principales criterios para juzgar sus
diferencias. Diversas teorías filosóficas pueden sostener puntos de vista distintos, pero sólo sus
consecuencias las diferencian realmente. Así James aceptaba las pruebas empíricas de la validez de
las teorías.

2. Si una teoría impone un efecto provechoso y satisfactorio en la organización de la experiencia, se


merece por lo menos una aceptación provisional. Este punto acepta el ángulo subjetivo y utilitario
de la experiencia individual; por ejemplo, si alguien sostiene una creencia religiosa que encuentra
crucial y tranquilizadora, para él se trata de una creencia “verdadera”.

3. La experiencia no se reduce a los elementos de la conciencia o a las leyes mecánicas de la materia.


A diferencia de Wundt, James argumentaba que la experiencia no es una sucesión de unidades de
sensación, enlazadas por asociación, sino un flujo continuo de hechos subjetivos.” (Brennan, op
cit., p.193-194)

Teniendo en cuenta los postulados filosóficos del pragmatismo, James definió a la


psicología como la “ciencia de la vida mental”, y su propuesta de la corriente de
conciencia, avanza y abarca más que el modelo propuesto por Wundt.

Para James, dentro de cada conciencia personal, el pensamiento es sensiblemente continuo,


lo continuo es:

“[…] aquello que no tiene brechas, roturas o divisiones.

[…]

[…] Un “río” o una “corriente” son las metáforas que mejor la describen [a la conciencia]. Así pues,
en lo sucesivo, cuando hablemos de ella la llamaremos corriente del pensamiento, de la conciencia o
de la vida subjetiva”. ( Ferrándiz A, Lafuente y Laredo, op cit., p.195-197)

Pero James no se quedó en una mera reformulación del modelo de Wundt, sino que aportó
una teoría sobre las emociones, que ejemplifica su creencia en que la conciencia se explica
mejor desde sus dimensiones físicas y mentales. Para James, el organismo responde con
ciertas reacciones cuando recibe determinados estímulos emocionales, reacciones que
afectan al esqueleto y a las vísceras. Estas reacciones son las que hacen que
experimentemos las emociones. Así explicaba el cómo es que primero nos damos cuenta
de los aspectos fisiológicos de la experiencia y luego de los psicológicos. Las emociones

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son pues, el resultado de una secuencia de reacciones autónomas, no la causa. Las ideas de
James sobre las emociones teniendo en cuentas las dimensiones fisiológica y psicológica
son bien interesantes si se comparan con el modelo wundtiano, que no encarnaba la
teorización de las emociones, y en esta vía, las teorizaciones de James al respecto, eran
similares a las elaboradas por Carl Lange en Francia. Surgió pues una teoría que ha sido
llamada justamente la Teoría de la Emoción de James – Lange. Esta teoría considera que
las alteraciones fisiológicas deben preceder a la experiencia consciente de la emoción.
James y Lange creían que si estos cambios fisiológicos no ocurrieran, no habría emoción

Resumiendo, la influencia de James en la psicología estadounidense radica en tres aspectos


fundamentales, a saber, la claridad de su prosa y la motivación hacia sus estudiantes para
convertir a la psicología en una ciencia empírica; la alternativa que presenta frente a los
postulados de Wundt, defendidos en ese momento por Titchener, considerando a la
experiencia como un flujo de conciencia y no como un conjunto de elementos de las
sensaciones; y por último, James propuso una psicología de carácter funcional, abierta a las
aplicaciones prácticas, admitiendo los datos del comportamiento observable.

En lo que respecta a John Dewey, éste consideraba la vida como un “estímulo – respuesta”,
como un aprendizaje, es decir, su sistema ya contenía el inicio de la obra de Thorndike, de
Watson y de los neobehavioristas.

Rechazaba la teoría según la cual los instintos son específicos en su totalidad y vienen
prefijados y demuestra que los impulsos pueden manifestarse de diversas formas según sean
las características que rodean al individuo. El centro del trabajo de Dewey es el problema
de la adaptación y el aprendizaje. Introdujo además el concepto de enfoque molar, opuesto
al molecular y consistente en estudiar el organismo como un “todo”, mientras que el
molecular estudia de forma aislada los finísimos procesos y mecanismos neuroquímicos,
que constituyen en última la explicación del comportamiento.

No obstante, su obra más representativa la constituye “Un nuevo concepto de arco reflejo”,
de 1896, donde critica el tradicional concepto asociacionista de arco reflejo, que dividía a la
conducta en partes separadas, y por tanto defiende la idea del carácter unitario que posee el
aparato sensomotor. No es que negara la existencia de el estímulo, la sensación y la
respuesta, sino más bien la idea de que acontecieran de manera separada. Más bien los
planteaba como fases de “división del trabajo” en una coordinación global de la adaptación
del organismo a su medio.

Coetáneamente, en Francia, aparecía también un movimiento denominado funcionalismo


francés. Aunque la tradición filosófica europea estaba dirigida hacia la especulación, más
que hacia el pragmatismo, los puntos de vista de algunos de los grandes hombres de la
cultura científica francesa, tienen una dirección funcional. Tal es el caso de A. Binet, que
no sólo aportó a la psicometría, sino que realizó estudios sobre el pensamiento
interpretándolos antiatomísticamente, es decir, en forma contraria a como lo hacía el
estructuralismo.

31
Por su parte, Th. Ribot, en 1885, dio el primer curso de psicología experimental en la
Sorbona y en 1889, Binet, junto con Beaunis, fundó el primer laboratorio francés de
psicología.

Teniendo en cuenta los aportes de los diferentes pensadores del funcionalismo, la


psicología en éste sistema de pensamiento sostendría las siguientes ideas:

1. La psicología debe estudiar el funcionamiento de los procesos mentales, entre otras


cosas como: la conducta de los niños y de los animales, la anormalidad y las diferencias
individuales entre los organismos.
2. No sólo debe apelar a la introspección, sino también a la experimentación.
3. Los conocimientos psicológicos deben ser aplicados a áreas como la educación, el
derecho y el comercio.

Debido al pragmatismo que caracterizó al movimiento funcionalista, éste no permaneció


intacto, sino que en aras de la aplicabilidad de la psicología, sus seguidores tomaron
caminos diversos y se perdieron en la educación, el derecho, el comercio y otras áreas, por
lo que vino a ser reemplazado por otro movimiento psicológico estadounidense: el
conductismo de John Broadus Watson.

No obstante su “reemplazo”, muchas de las ideas funcionalistas aún permanecen vigentes


en la escuela psicológica llamada cognitiva o cognoscitiva.

J. B. Watson (1878-1958), creó un nuevo enfoque para la psicología, tomando como objeto
la conducta. Con propiedad, su enfoque fue denominado por él mismo, conductismo. En
1913 publicó su célebre artículo: “Psychology as the behaviorist views it”, “La psicología
tal como la ve el conductista” que marcó el inicio del movimiento psicológico de más
influencia en la primera mitad del siglo XX.

La tendencia histórica y filosófica que condujo al desarrollo del conductismo, proviene de


varias fuentes. Por un lado converge con las ideas del presocrático Hipócrates, que
explicaba la actividad humana en términos de reacciones mecánicas reducibles a causas
biológicas o físicas.

Siglos después, la idea defendida por el denominado sensualismo francés, que sostenía una
postura contraria a la Descartes, en tanto proponía un sistema mecánico que respondía a los
estímulos externos, en lugar de una sustancia metafísica, influyó notablemente al
conductismo del siglo XX. Así, la concepción de que lo crucial en la investigación
psicológica son los procesos sensoriales, proviene del reduccionismo sensorial de Étienne
Bonnot de Condillac (1715-1780), que en su obra “Un enfoque sensualista de la vida
mental”, publicada en 1754, utiliza la imagen de una estatua, a la que consideró como
poseedora de un único sentido, el olfato, a partir del cual, iba pasivamente adquiriendo
todas las funciones mentales. Por sensualismo pues, se comprende una tendencia filosófica
que reduce a las sensaciones todos los procesos mentales.

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Otra de las fuentes de la que se nutre el conductismo, es la fisiología mecánica de Julian
Offray de La Mettrie. (1709-1751) Aquí hay que señalar que La Mettrie coloca en el ser
humano la concepción cartesiana de animal – máquina, con lo que adopta una visión
mecanicista totalmente generalizada, pero le concede la propiedad del movimiento que es
inherente y definitoria para el alma.

Cabe destacar también los aportes que los filósofos ingleses le dieron al conductismo: John
Locke (1632-1704), proponía que la mente obtiene sus contenidos del entorno en tanto su
idea de la pasividad mental, con lo que propugnaba por un esclarecimiento del
funcionamiento de ella – la mente –, para poder abordar cualquier otro asunto de orden
psicológico; en El origen de las ideas (1690), Locke expresa tres tesis básicas de su
constructo teórico: 1) rechaza la concepción de las ideas innatas, 2) afirma que la
experiencia es la fuente de toda idea y 3) defiende el origen sensorial de todo conocimiento
externo al hombre. De aquí que el empirismo inglés, incorpore muchas de las ideas
desarrolladas por Watson y sus discípulos.

Pero el planteamiento experimental que fundamenta el examen de las asociaciones,


congruente casi en su totalidad con la tradición británica, es lo que se ha denominado la
reflexología rusa.

En lo que concierne a la reflexología rusa, ésta se desarrolló de modo paralelo a los


estudios de Charles S. Sherrington sobre la fisiología del cerebro. Entre sus aportes se
destaca que “[…] estableció las bases neuroanatómicas de la reflexología, es decir, la
causalidad fisiológica que funda las respuestas conductuales abiertas a los estímulos del
exterior. Las investigaciones de Sherrington, resumidas en su clásica The Integrative
Action of the Nervous System (1906), abrió el camino para la psicología conductista del
siglo XX que iniciaron Pavlov y J. B. Watson.” (Brennan, op cit., p.148-149).

Al tiempo, durante los primeros años del siglo XX, un grupo de científicos rusos
investigaba las bases fisiológicas de los procesos conductuales. La obra de Sherrington era
más significativa, pero el trabajo de los rusos tenía implicaciones prácticas, por lo que se
adaptó más fácilmente al conductismo, su idea del mecanismo básico del aprendizaje.

La reflexología rusa fue desarrollada principalmente por Iván Mijailovich Sechenov,


Vladimir Mijailovich Bejterev e Iván Petrovich Pavlov.

I. M. Sechenov (1829-1905), considerado el padre de la moderna fisiología rusa, profesor


en las universidades de San Petesburgo y Odessa, publica en 1863 Reflejos del cerebro, en
donde planteaba que todas las actividades humanas, incluso las más complejas como el
pensamiento y el lenguaje, pueden ser explicadas en razón de reflejos, lo mismo que las
respuestas psíquicas y fisiológicas. Los actos reflejos hallaban su asidero material en la
corteza cerebral, mediadora en tanto excitaba e inhibía una u otra actividad.

33
Para Sechenov, la reflexología era definida “[…] como la interpretación monista de las
actividades humanas que equiparaba los procesos psicológicos con los neuronales
esenciales” (Ibid., p.249)

Uno de los estudiantes destacados de Sechenov fue Vladimir Mijailovich Bejterev (1857-
1927), quien acuñó el término reflexología para dar cuenta de sus investigaciones. Aplicó
la reflexología de Sechenov a los problemas de orden psiquiátrico, y en 1907 fundó el
Instituto Psiconeurológico de San Petesburgo.

Su obra Psicología objetiva, publicada en 1910, aboga por la eliminación de los conceptos
mentalistas que abonaban el terreno de la psicología. Como destacaba la unidad de la
reflexología, rechazaba la introspección como método usado en psicología, porque la
actividad psicológica es de alguna manera diferente a las demás actividades humanas. “(L)a
meta de la psicología objetiva es descubrir las leyes que rigen la ocurrencia de los reflejos”
(Ibid., p.250)

En su obra, también dio cuenta de la aplicación de la reflexología a la conducta anormal,


por lo que fue bien acogida entre el público lector de la época, más allá de lo que lo fueron
en su momento las obras de Pavlov.

Por su parte, Iván Petrovich Pavlov (1849-1936), es el creador del sistema más general de
la reflexología rusa. Recibió en 1904 el premio Nobel por sus trabajos en las bases
nerviosas y ganglionares de la digestión; era por tanto, de profesión, médico. En estos
trabajos cayó en la cuenta de los principios del condicionamiento basado en la asociación,
motivo por el cual es recordado hasta nuestros días.

Pavlov construyó el modelo del reflejo condicionado, en el cual la idea central es que los
organismos son susceptibles de modificarle su comportamiento por medio del
condicionamiento, tal como lo hizo con el reflejo de salivación de los perros. “El
experimento consistió en asociar el sonido de un timbre con la aparición de la comida, la
cual induce la salivación en el animal. Después de un tiempo de estar asociados el sonido
del timbre y el alimento, el primer estímulo termina evocando la conducta de salivación”
(Aguirre, s.d., 20) Lo que concluyó de este trabajo es que los animales pueden aprender
conductas ante estímulos que, naturalmente, nos las provocan. Esto es pues con propiedad,
una teoría del aprendizaje.

Esta teoría del aprendizaje desarrollada por Pavlov, es acogida de buena manera por
Watson, quien veía en el condicionamiento descubierto por estos hallazgos, la mejor
explicación del comportamiento humano, sin tener que recurrir a conceptos mentalistas.

“El conductismo clásico al adoptar el paradigma del reflejo condicionado, partió de la idea
según la cual toda manifestación conductual en el hombre se ajusta al modelo de la
conducta refleja, la cual es desencadenada por estímulos incondicionados” (Ibid., p.21)

34
Además, los presupuestos de lo que podría llamarse la “psicología soviética”, encajaban
muy bien con el deseo de Watson de hacer una psicología verdaderamente científica,
aunque no se compartieran enteramente sus pretensiones filosóficas y políticas en el mundo
occidental:

“[…] acéptense o no sus presupuestos filosóficos […] conviene conocer:

1. Monismo materialista: los procesos mentales derivan enteramente de procesos


cerebrales, por ende, materiales.
2. Determinismo: los eventos mentales resultan necesariamente de la interacción de la actividad
nerviosa superior con el ambiente externo.
3. Teoría del reflejo: la conciencia es el reflejo interno, subjetivo, de una realidad objetiva exterior.
4. Unidad de conciencia y acción: la conciencia del hombre se moldea por la actividad y, a su vez, se
expresa en la actividad.
5. Historicismo: la conciencia es el producto del desarrollo histórico.
6. Unión de teoría y praxis: la psicología no debe preocuparse sólo de estudiar al hombre sino de
transformarlo. Debe colaborar en la construcción del estado socialista (al menos hasta 1990, cuando
se derrumbó el socialismo europeo)” (García, op cit., p.124)

De esta manera, el conductismo de Watson encuentra bases firmes, tanto filosóficas como
científicas para la postulación de sus ideas principales.

La reducción que hicieron los reflexólogos rusos de los procesos psicológicos a


mecanismos fisiológicos, responde obviamente a que no eran de modo alguno psicólogos;
es por esto que en la tradición educativa rusa, los procesos de aprendizaje, sensación y
percepción, son tema de la neurobiología, antes que de la psicología.

Por todo el acervo teórico del que se nutrió Watson, es que proponía una disciplina capaz de
dejar atrás conceptos tan imprecisos o ambiguos como los de mente y conciencia,
abandonando así la introspección como método de estudio y hacer de la conducta su
verdadero objeto a tratar.

La psicología de Watson es pura objetividad (en el sentido opuesto a subjetividad), una


rama experimental de las ciencias naturales que, al igual que la física o la química, no
necesita de la introspección. Su objetivo teórico es la predicción y el control de la
conducta, por tanto, la introspección no es parte esencial de sus métodos y el valor
científico de los datos obtenidos, no depende de la prontitud con que se interpreten en
términos de conciencia. El conductista en su esfuerzo por lograr un esquema unitario que
dé respuesta a la conducta del animal, no reconoce división entre el hombre y éste, así pues,
la conducta humana, por refinada y compleja que sea, es sólo una parte de la investigación
del esquema del conductista.

La conducta es un concepto lo suficientemente general como para abarcar a todos los


organismos y no sólo al hombre.

35
Watson, citado por Ferrándiz, dice: “[…] Puede prescindirse de la conciencia en estado
psicológico. Según esto, la observación específica de los “estados de conciencia” no es
parte de la tarea del psicólogo, como tampoco lo es de la del físico. […] En este sentido,
puede decirse que la conciencia es el instrumento o herramienta con que trabajan todos
los científicos. La adecuación con que los científicos empleen esa herramienta es un
problema de la filosofía, no de la psicología”. [WATSON, J. B., “Psychology as the
behaviorist views it”. Psychological Rewiew, XX, 1913 (pp. 158-177). Trad., E. Lafuente.]
Watson, 1913. (Ferrándiz, Lafuente y Laredo, op cit., p.250)

Entonces, según este enfoque, experimentalmente, en cualquier punto de la escala


filogenética, se puede omitir la presencia de la conciencia para atacar el tema de la
conducta.

La psicología creada por Watson, toma como punto de partida el hecho observable de que
el organismo, animal o humano, debe adaptar al medio lo que posee por herencia y hábito.
Estas adaptaciones pueden ser tan adecuadas o inadecuadas, para que el organismo
sobreviva o perezca. En segundo lugar, existen estímulos que hacen que los organismos
respondan. Teniendo en cuenta esto, en el sistema psicológico elaborado por Watson, una
vez dada la respuesta, se puede adivinar el estímulo; dado el estímulo, se puede predecir la
respuesta.

Así pues, los postulados básicos de los primeros conductistas eran:

1. La psicología debe estudiar los estímulos o sucesos ambientales y la respuesta o


conducta observable.
2. Es la experiencia algo que influye más que la herencia en lo que respecta a la conducta,
por tanto, el aprendizaje es un tema de trascendental importancia para la investigación.
3. Es necesario utilizar métodos objetivos (experimentación, observación y pruebas), y
abandonar la introspección.
4. La meta de los psicólogos debe ser la descripción, explicación, predicción y control de
la conducta y emprender tareas prácticas como asesorías a padres de familia,
legisladores, educadores y hombres de negocios.
5. La conducta de los animales inferiores debe ser estudiada a la par de la del hombre, por
ser su estudio más sencillo o menos complejo.

“Las ideas de Watson se centraban en la premisa de que el campo de la psicología es el


comportamiento, medido en términos de estímulos y respuesta; así, la psicología se ocupa
de los elementos periféricos de estímulos y respuestas que inciden en el organismo”
(Brennan, op cit., p.256)

Por tanto, el conductismo de Watson ha sido esquematizado de la siguiente forma para dar
cuenta del comportamiento: E – R., donde E es estímulo y R, respuesta.

En este orden de ideas, el conductismo fue un movimiento contestatario al funcionalismo y


al estructuralismo entonces de boga en el ámbito intelectual estadounidense. Sin embargo,

36
el conductismo de Watson presentó el problema del reduccionismo, puesto que su sistema
intenta explicar todo el comportamiento de los organismos al campo meramente físico y
fisiológico en razón de los estímulos y las respuestas. Este reduccionismo al extremo,
cuestiona si la conducta si es totalmente íntegra para garantizar que su estudio se constituya
en una ciencia distinta e independiente.

Entonces, como suele suceder en el ambiente psicológico, las ideas no han permanecido
estables a lo largo del tiempo, sino que han sufrido cambios que la han hecho progresar en
su intento por pertenecer al círculo científico. Fue así como Edward C. Tolman (1886-
1959), Clark L. Hull (1884-1952) y Burrhus F. Skinner (1904-1990), fueron los
abanderados de proponer un nuevo enfoque para el conductismo de Watson, en lo que ha
sido llamado conductismo intencional o metodológico.

Tolman partió de las ideas de Robert Yerkes (1876-1956), psicólogo animal, quien
consideraba que el estudio de la vida mental de los animales inferiores debía ser tan válido
como lo era en los seres humanos; y de Watson para proponer que se incorporaran aspectos
propositivos y cognitivos que la teoría de Watson no consideraba.

Sus trabajos culminaron en la publicación de su obra cumbre “La conducta propositiva en


los animales y en el hombre” (1932) Tolman introduce conceptos fundamentales como los
de “variable interviniente” que define como el conocimiento, el sistema de necesidades, los
valores y la demanda apetitiva del organismo; y “mapa cognitivo”, o sea imágenes mentales
aprendidas, que son utilizadas cuando las situaciones o los estímulos varían. Estos
conceptos han pasado a formar parte del acervo psicológico contemporáneo, sobretodo por
el rumbo cognitivo que ha tomado la psicología tras su muerte. De su obra máxima
sobresale el concepto de conducta molar, que va más allá de la relación estímulo –
respuesta propuesta por Watson (concepción molecular), y la considera como:

“una serie de fines y acciones que conducen hacia un objetivo final; estas propiedades caracterizan la
conducta entendida en sentido molar. Concretamente, la conducta molar, característica de los
organismos, es:

a) Intencionalista: una conducta está dirigida a metas y puede describirse adecuadamente señalando
qué está haciendo el organismo, hacia dónde se dirige, etc.
b) Cognoscitiva: el organismo se sirve de apoyos ambientales conocidos para conseguir sus metas,
retiene metas e infiere analogías.
c) Flexible: manejable, enseñable.
d) Económica: por cuanto prefiere los medios fáciles a los difíciles.” (García, op cit., p.135)

En el esquema propuesto por Tolman, la variante es la intervención del organismo, con lo


que tenemos una nueva propuesta para dar cuenta del comportamiento: E – O – R., donde
O es organismo.

Se puede presentar la clase de conductismo planteado por Tolman en el siguiente esquema


funcional, que desde el concepto de enfoque molar, planteado por Dewey anteriormente, le
servirá para explicar la conducta humana (C) como función (f) de cinco variables

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independientes: (S) estímulos ambientales, (F) mecanismos psicológicos, (H) herencia, (E)
entrenamiento previo, (M) madurez o edad:

C = f (S, F, H, E, M)

Esta explicación de la conducta humana, está centrada en un punto de vista genético y


evolutivo, para dar cuenta del comportamiento.

Por su parte, Hull se nutre de las ideas de Watson para identificar el objeto de la psicología
– la conducta –, de las de Thorndike (ley del efecto); y de Tolman consideró sus hipótesis
del sentido molar de la conducta y de la presencia de variables intervinientes y, obviamente,
su esquema E – O – R. Pero fue la lectura de un texto de Albert Einstein sobre el papel del
método hipotético – deductivo en la formación y progreso de las ciencias físicas, lo que
hizo que enrutara la psicología por el camino de las ciencias naturales.

El avance originado por los trabajos de Hull, se encuentra en su esfuerzo por la


formalización lógica y matemática de la psicología, debido en parte por su inquebrantable
fe en la ciencia y en el rigor que ésta exige; así:

“Cabe esperar que, a medida que pasen los años, irán apareciendo tratados sistemáticos relativos a
los diferentes aspectos de las ciencias de la conducta.

[…]

Y como culminación de todo esto aparecería finalmente una obra que consistiría fundamentalmente
en matemática y en lógica matemática. Esta comenzaría estableciendo una lista de signos o términos
indefinidos cuyos referentes pudieran ser sometidos a la pública observación de todas las personas
normales, […] a partir de estos (signos o términos), y mediante un proceso matemático riguroso,
derivaríamos teoremas que corresponderían a todas las ramificaciones empíricas de las llamadas
ciencias sociales” [HULL, C. L., Principios de conducta. Madrid: Debate, 1986 (pp. 425-427).
Trad., R. Fernández González.] (Ferrándiz, Lafuente y Loredo, op cit., p.285-286)

Así pues, “[…] El planteamiento de Hull era positivista y seguía una progresión lógica
verificada por demostración empírica” (Brennan, op cit., p.271)

La afirmación de que la postura de Hull era positivista, se debe en gran parte al auge que
tomó el conductismo con las ideas de lo que ha sido conocido como el positivismo lógico,
desarrollado en Europa por el “Círculo de Viena”, y en Estados Unidos por la obra de Percy
W. Bridgman, La lógica de la física moderna (1927), obra que trascendió del campo de la
física a las demás ciencias. La posición de Bridgman con respecto a la ciencia es que
definía los conceptos científicos por las operaciones utilizadas para observarlos. Con
propiedad, esta posición frente a la ciencia fue llamada operacionismo. El positivismo
lógico del Círculo de Viena, era muy similar a la postura de Bridgman, puesto que con su
espíritu operacional, abogaba por la unidad de la ciencia, asegurando así el éxito inicial del
conductismo.

38
En lo que atañe a Skinner, se resalta que se constituyó en una de las figuras más
controvertidas en el ámbito de la psicología contemporánea, gracias a su prolífica
producción literaria, psicológica y científica. Para lo que aquí interesa, su obra capital en
psicología, la constituye La conducta de los organismos (1938), donde recoge los datos de
su investigación sobre el condicionamiento operante, su más valioso aporte a la psicología
conductista. Fue además autor de varios textos filosóficos y profesor en varias
universidades de los Estados Unidos. Su trabajo en el campo de la filosofía, lo llevó a
definir al conductismo en los siguientes términos: “El conductismo no es la ciencia del
comportamiento humano. Es la filosofía de esa ciencia.” (Skinner, 1975, 13)

Skinner pues, intenta hacer del conductismo algo más de lo que había hecho Watson e
intenta corregir algunas de las críticas que se le imputaban a la teoría watsoniana, como
aquella que postulaba que el conductismo ignoraba la conciencia y los estados de la mente;
que no tenía en cuenta la intencionalidad o propósito de los organismos y que se limitaba a
la predicción y control del comportamiento, sin investigar la naturaleza esencial del
hombre, etc.

Para esto, plantea que la conducta “[…] es un tema difícil, no porque sea inaccesible, sino
porque es extremadamente complejo. Puesto que se trata de un proceso más que de una
cosa, no puede ser retenido fácilmente para observarla. Es cambiante, fluida, se disipa, y
por esta razón exige del científico grandes dosis de inventiva y energía. Pero no hay nada
esencialmente insoluble en los problemas que se derivan de este hecho.” (Ibid, p.45)

Entonces, para dar solución, por ejemplo, al problema de si el conductismo ignora la


conciencia y los estados de la mente, coloca a la conciencia al nivel de los estados de
conocimiento en las siguientes palabras:

“[…] En la vida “intrapsíquica de la mente”, las causas mentales tienen efectos mentales, y entre
ellos están los estados de conocimiento o de conciencia, y si este mundo interno se pudiera observar
de una manera puramente solipsista, si el estudioso de la vida mental no tuviera porqué apelar a la
acción física, incluso en su comunicación con los otros, y si la vida mental no desempeñara un papel
extraño que el conductista tiene que explicar, todos estaríamos satisfechos. Pero, entonces, la
psicología como estudio de los fenómenos subjetivos, distinta del estudio del comportamiento
objetivo, no sería una ciencia y no tendría razón de ser.” (Ibid, p.192)

En este pasaje de Sobre el conductismo (1975), se percibe cómo es que Skinner justifica la
existencia y lugar de la psicología en el ámbito de las ciencias, a la vez que defiende su
teoría de la crítica que se le imputaba por desconocer eso llamado conciencia. Además,
demuestra su posición contraria con respecto a la introspección defendida por James, por
considerarla como algo que no hace parte de la manera o forma en que debe estudiarse el
comportamiento humano, pues afirma que el solipsismo le quitaría la pertinencia a la
psicología, en tanto éste es una ideología según la cual nada que esté por fuera de la
conciencia existe.

Con relación a la intencionalidad, le coloca al nivel de los demás aspectos susceptibles de


ser estudiados por el conductista; así: “Lo que ordinariamente se quiere decir cuando se

39
habla de que el conductismo deshumaniza al hombre es que descuida en él importantes
capacidades que no se pueden encontrar en las máquinas o en los animales, tales como la
capacidad de escoger, tener propósitos y comportarse de manera creativa. Pero el
comportamiento del que inferimos la elección, la intencionalidad y la originalidad está al
alcance del análisis comportamental, y no es claro que esté completamente fuera del
alcance de otras especies.” (Ibid, p.215)

Debido a que la intencionalidad y los procesos derivados de ésta, pueden estudiarse en otras
especies fuera de la humana, es por lo cual Skinner plantea que el conductismo no
deshumaniza al hombre, en tanto, estas habilidades no dependen de estructuras mentales o
cognitivas superiores, sino del grado de adaptabilidad del organismo en cuestión.

En lo que respecta a la predicción y control de la conducta, Skinner amplía la visión de


estos dos factores, gracias a su inferencia de la relación asociativa entre un comportamiento
y otro. Así: “Las actitudes, las opiniones o la inteligencia, como estados inferidos a partir
del comportamiento, […] son inútiles en el control, pero nos permiten predecir una clase de
comportamiento a partir de otra clase que sabemos asociada con ella, presuntamente por
razón de una causa común.” (Ibid, p.190-191)

Y defiende al conductismo de la crítica, según la cual no se interesa por la “esencia de la


naturaleza humana”, colocando a dicha esencia como parte del estudio que debe incluir el
concepto de conducta; en palabras de Skinner: “Cuanto más plenamente comprendamos la
relación entre el comportamiento y sus antecedentes genéticos y ambientales, más
claramente comprenderemos la naturaleza o esencia de la especie.” (Ibid, p.204)

Skinner pues, es más realista que Watson e intenta tomar en consideración todos los datos
observables en el comportamiento de la especie, y las asociaciones que de éstos se puedan
esclarecer.

Su “conductismo” ha sido llamado metodológico, en tanto no parte de los acontecimientos


internos para dar cuenta de la conducta, principio básico que comparte con Watson, Hull y
Tolman; pero su visión de la conducta es opuesta a éstos últimos, pues su enfoque se
caracteriza por:

(a) Ser ateórico y estrictamente descriptivo: Skinner se limita a describir los hechos e
intenta prescindir de cualquier marco teórico que explique los mismos.
(b) Conceder importancia al modelo de condicionamiento operante con relación al
respondiente: el aprendizaje del organismo no está supeditado completamente bajo el
control del experimentador; los organismos responden como condición del refuerzo.
(c) Todos los organismos responden a las mismas leyes del aprendizaje: en condiciones de
refuerzo similares, todos los organismos responden de igual manera, pues una conducta
no es resultado de una actividad psíquica superior, sólo responde a la adaptación al
medio.
(d) Desconfía de los datos estadísticos: porque omite las diferencias individuales entre los
organismos que se someten a la experimentación, con mecanismos de control que son

40
ineficaces. Argumenta además, que la estadística sirve para cubrir muchos fallos de las
investigaciones experimentales.

De esta forma, Skinner hizo evolucionar, modificar y ampliar el campo del conductismo,
llevándolo a un terreno más experimental de lo que hicieron Watson y los primeros
conductistas, defendiendo al conductismo de muchas de las críticas que se le hicieron, pero
que por la brevedad de este escrito, no pueden ser tratadas en su totalidad.

No obstante, se levantaron voces en favor de conceder al hombre otros puntos de vista


diferentes al de considerarlo a la manera del conductismo, o sea, como un organismo
influido por estímulos y respondiente a los mismos.

Es entonces como aparece, paralelo al desarrollo del conductismo watsoniano, un enfoque


diferente para enfocar el problema de la conducta. Se trata de la psicología de la gestalt o
psicología de la forma, con múltiples raíces en la historia del pensamiento científico
filosófico. “De un lado está la filosofía racionalista kantiana, las ideas de Brentano
concernientes a los actos mentales y a configuraciones dinámicas y las explicaciones de Ch.
Ehrenfels (1859-1932) respecto a las cualidades de la experiencia consideradas como
totalidades.” (Navarro, op cit., p.102-103)

La palabra gestalt, proviene del alemán, y ha sido traducida al español como forma o
estructura. La gestalt pues, se convierte en el concepto clave de esta psicología, gracias al
cual se explican los fenómenos de percepción, aprendizaje y las variables internas de la
conducta, no como meros hechos aislados, sino relacionados estructuralmente,
proporcionando sentido a los hechos simples.

De sus fuentes o raíces filosóficas, se destaca la filosofía racionalista de Immanuel Kant


(1724-1804), quien critica a la psicología en su intento de tomar a la conciencia como su
objeto de estudio, pues rechaza al empirismo y acoge su teoría del conocimiento como una
construcción de leyes universales. Para Kant, las asociaciones de ideas son meras
asociaciones nerviosas que encuentran su asidero en el cerebro, y pertenecen por tanto al
estudio de los procesos fisiológicos, no a los procesos del conocimiento propiamente dicho.

En el texto “Imposibilidad de la psicología como ciencia” (1798) “Kant afirma que la


conciencia (el yo) es condición de toda experiencia, de modo que no puede ser ella misma
objeto de experiencia fenoménica. Y si no puede haber experiencia de la conciencia,
tampoco puede existir una ciencia – la psicología – que estudie la conciencia […]”
(Ferrandiz, Lafuente y Loredo, op cit., p.129)

Así pues, para Kant, la conciencia es el punto de partida del conocimiento, que debe llevar
al planteamiento de las leyes universales, y por lo tanto, la introspección, es imposible, en
tanto el yo es el sujeto que conoce, no el objeto por conocer; para esto, el yo tendría que
desdoblarse a la vez en objeto.

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Esta idea de la filosofía racionalista kantiana es la que retoman los primeros psicólogos de
la gestalt, para construir su acervo teórico.

En lo que concierne a Franz Brentano (1838-1917), éste se propuso “[…] llevar a cabo una
rigurosa demarcación de lo psíquico que permita a la psicología constituirse como
disciplina unificada, independiente y fundante de las demás.” (Ibid, p.171-172)

Según Brentano, los actos psíquicos, a diferencia de los fenómenos físicos, poseen una
intencionalidad, o sea, se refieren a un objeto o lo mientan. De esta forma, Brentano
convierte la noción de intencionalidad en un concepto central de su psicología, al
considerar a dicha intencionalidad en el sentido escolástico de estar objetivamente en algo.
Lo que importa en la psicología brentaniana es la inmanencia del objeto en la conciencia.
En su texto “Caracterización de lo psíquico” (1874), Brentano se refiere a todo fenómeno
psíquico como algo que:

“[…] está caracterizado por lo que los escolásticos de la Edad Media han llamado la inexistencia [in-
existencia o existencia en] intencional (o mental) de un objeto, y que nosotros llamaríamos, si bien
con expresiones no enteramente inequívocas, la referencia a un contenido, la dirección hacia un
objeto (por el cual no hay que entender aquí una realidad), o la objetividad inmanente. Todo
fenómeno psíquico contiene en sí algo como su objeto, si bien no todos del mismo modo. En la
representación hay algo representado; en el juicio hay algo admitido o rechazado; en el amor, amado;
en el odio, odiado, en el apetito, apetecido, etc.

[…] Con lo cual podemos definir los fenómenos psíquicos diciendo que son aquellos fenómenos que
contienen en sí, intencionalmente, un objeto” (Ibid, p.174-175)

Con respecto a Ehrenfels “[…] llamó a esas cualidades, gestalten cualitativas y equivalen
a percepciones que contienen algo más que las sensaciones individuales” (Navarro,
1989,103)

En “Uber Gestaltqualitäten” (1890), Ehrenfels se ocupa de reflexionar sobre la percepción


de una melodía, donde los datos sensoriales tienen dos clases de cualidades, las cualidades
sensibles (cada una de las notas) y las cualidades de la forma, las Gestaltqualitäten, (la línea
melódica misma).

Con esta dualidad sobre los datos sensoriales, Ehrenfels plantea el problema de cómo es
que puede percibirse la forma sino es por un estímulo sensorial específico, desarrollando
así la idea de que la percepción de la forma no es exactamente sensorial como la
percepción de los elementos.

Otro de los referentes de la psicología de la gestalt, proviene de la física, a través de E.


Mach (1836-1916), quien habló de la independencia de los elementos con respecto a las
formas o estructuras, cuando estas últimas son percibidas. Las llamó sensaciones de forma
– espacio y forma – tiempo. Es así como la ciencia física pasa de su concepción
elementalista y empieza a considerar los términos de campos y totalidades; esto último se

42
refleja en algunos de los presupuestos básicos de la psicología de la forma, sobre todo en lo
que tiene que ver con la expresión: “El todo es algo más que la suma de sus partes.”

El principal representante de este movimiento en psicología fue Max Wertheimer (1880-


1943), quien realizó en 1912 una demostración experimental, a la que llamó fenómeno phi,
con el cual intentó demostrar que resulta inútil reducir la experiencia de la conciencia a una
serie de elementos aislados o sensaciones discretas, por lo que propuso un estudio de la
percepción de las formas como un todo, que da el sentido.

Wertheimer trabajó con Wolfang Köhler (1887-1967) y Kurt Koffka (1887-1941), quienes
le sirvieron de sujetos de experimentación de lo que se denominó fenómeno phi. El
fenómeno phi, consistía en que los personajes arriba mencionados, observaban dos luces
que se encendían y apagaban alternativamente. Cuando la alternancia de las luces era
mayor de 0,2 segundos, veían dos luces que se encendían y apagaban; pero cuando la
alternancia era menor a los 0,2 segundos, observaban una sola luz en movimiento continuo,
una percepción de movimiento donde no lo hay. Con el anterior experimento, Wertheimer
demostró lo inútil de reducir la experiencia de la conciencia a sus elementos aislados, más
bien, debería hacerse a modo de totalidades o estructuras compuestas por muchas partes,
que en totalidad, le otorgan el sentido a la percepción. El fenómeno phi, además, es el que
sucede cuando se observa una película de cine, que no es más que una serie de fotografías,
dispuestas de tal manera y a tal velocidad, que dan la impresión de movimiento.

Otra de las fuentes de la que se nutrió la psicología de la gestalt, proviene de la llamada


fenomenología, corriente filosófica desarrollada principalmente por Edmund Husserl
(1859-1938), profesor de las universidades de Gotinga y, hasta 1929, de Friburgo. La
fenomenología, que en su sentido más laxo se refiere al “estudio de las escencias o formas
como puro ser en la conciencia […]” (Sciacca, 1960, vol. 1, 234), no se reduce sólo a esto,
sino que además contiene en sí misma, la idea de ser una ““psicología descriptiva”; […] un
método que se resume en el lema “ir hacia las cosas”” (Ibid, p.233)

Si bien la Fenomenología se puede concebir como una psicología descriptiva, se diferencia


de la psicología misma en tanto que para Husserl, ésta es la ciencia de los hechos, mientras
que la fenomenología es ciencia eidética, o sea, de las esencias. “[…] Hay, pues, dos
ciencias: la de los hechos, que se basa en la experiencia sensible, y la de las escencias o
ciencia eidéticas, cuyo objeto es la intuición o la contemplación del eidos.” (Ibid, p.236)

Así pues, que la fenomenología trata del acercamiento a los objetos en términos de
conciencia, entendida ésta como la facultad del sujeto de captar la realidad, poniendo entre
paréntesis todas las cuestiones acerca de la existencia del mundo, de Dios, etc., para poder
acceder al fenómeno como tal.

“La esencia se halla contenida en el dato; por lo tanto, para captarla es necesario prescindir
de los demás elementos que no interesan a la investigación fenomenológica, cuyo objeto es
el eidos. A este fin, Husserl aplica la llamada reducción fenomenológica […]” (Ibid, p.237)

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Como la percepción de un fenómeno ocurre dentro de un campo, la percepción de uno de
los objetos presentes en este campo, está sujeta a los demás objetos, con lo que se posibilita
la clara distinción entre una figura y un fondo, distinción que además opera de manera
significativa en el proceso de aprendizaje, poniendo una vez más en entredicho la
concepción atomista o elementalista que se promulgaba en psicología hasta entonces, sobre
todo por el conductismo.

“[…] Se considera que el aprendizaje no ocurre por ensayo y error; es un proceso de


descubrimiento o insight donde el sujeto reorganiza la situación, cambia la percepción
inicial que tenía de ella y genera una solución adecuada.” (Navarro, op cit., p.104) (El
concepto de insight, trata de dar cuenta de lo que ocurre en un individuo cuando se
combinan el entendimiento y el pensamiento productivo.)

Uno de los personajes que más influenció a la teoría de la gestalt y su posterior desarrollo,
fue Kurt Lewin (1890-1947), quien desarrolló un modelo teórico que intentaba descubrir
las regularidades de la conducta individual, pero en términos de los contextos físico y
social, que forman un campo interactivo. “[…] El modelo de Lewin del campo interactivo
del individuo se basaba en su noción de espacio hodológico, que definía como un sistema
geométrico que destacaba: (1) el movimiento en vías dirigidas psicológicamente; (2) la
dinámica de las relaciones del individuo con el medio, y (3) el comportamiento personal
ante los obstáculos o las barreras del entorno.” (Brennan, op cit., p.222-223)

Además, Lewin también consideró a la persona en relación con su espacio vital individual,
donde hay fuerzas con valores positivos y / o negativos, cuyo estado ideal sería el equilibrio
entre ambas, considerando las experiencias y expectativas personales.

Así, por ejemplo, en el espacio vital de un niño, podría aparecer una manzana que tendría
valor positivo, pero la prohibición de la madre impondría una barrera, que tiene un valor
negativo, frustrando el movimiento de acercamiento en vías dirigidas psicológicamente.
De esta forma, el modelo de Lewin es un sistema motivacional que pretende un equilibrio
de fuerzas en el espacio vital.

Como se ha señalado, uno de los asuntos más relevante en la psicología de la gestalt, era
que intentaba asumir el estudio de lo humano, en términos de forma o estructura; así pues,
que su teoría debía tener puntos claves que dieran cuenta de una serie de leyes o preceptos
fundamentales, desde los cuales justificar su acercamiento al fenómeno psíquico. Tales
leyes se resumen en siete y fueron llamadas “leyes de estructuración formal.”

Estas leyes están justificadas en la manera en que Wertheimer definió el concepto de


Gestalt, como el factor que combina los elementos separados en un todo; de ahí que se
perciba movimiento donde no lo hay, como en el caso de las películas de cine, gracias a
“[…] La tendencia mental y conductal a organizar, a ver patrones, a cerrar lo incompleto, a
terminar lo empezado, (o en su defecto, a experimentar tensión o malestar al no incluir las
acciones una vez iniciadas, a no tomar las decisiones que es preciso tomar.)” (García, op
cit., p.218)

44
Entonces, las siete leyes fundamentales de la psicología de la gestalt, fueron definidas
como:

Proximidad: la distancia entre estímulos influye en que se perciban como una unidad, como
unidades separadas o como un todo.

Semejanza: los elementos semejantes suelen percibirse como configurando una misma
situación.

Cierre: una configuración incompleta tiende a percibirse completa.

Buena continuación: las configuraciones que siguen líneas rectas o curvas tienden a
percibirse como una unidad.

Pregnancia: una configuración tiende a su forma optimal, a llegar a ser lo que debe ser.

Simetría: los elementos del campo perceptivo tienden a organizarse en configuraciones


simétricas, equilibradas, completas.

Figura – fondo: las percepciones se organizan como figuras estructuradas que aparecen
sobre un fondo inestructurado.

La psicología de la gestalt se interesó sobre manera en los procesos de percepción, que eran
los que más llamaban la atención en el círculo intelectual alemán de su época; de ahí, que
desarrollara todo su acervo teórico en esta vía. Sin embargo, tras la persecución nazi, los
representantes de esta escuela tuvieron que emigrar a Estados Unidos e Inglaterra, donde
poco a poco fueron desapareciendo, no sin antes ampliar la base del conductismo para
explicar el fenómeno del aprendizaje, y en proyección, contribuir a la actual escuela
psicológica, llamada cognoscitiva o cognitiva.

Los psicólogos de la Gestalt pretendían concordar la base empirista de la filosofía británica


y el modelo alemán de actividad.

En congruencia con la posición de la Gestalt, el psicoanálisis arraigó en un modelo activo


de los procesos mentales, pero compartía poco de su dedicación al empirismo.” (Brennan,
op cit., p.227)

Fue así como surgió una de las corrientes en psicología que más ha llamado la atención de
los llamados científicos sociales: el psicoanálisis.

Sigmund Freud, (1856 – 1939) creador del psicoanálisis, realizó su obra teniendo en cuenta
los casos particulares que atendía en su consultorio en la ciudad de Viena. En un principio,
“Influido por la física de Helmholtz, concibió Freud el psiquismo en términos de
administración de energías. Los síntomas histéricos, concluyó, son una forma anormal de

45
descarga de una cantidad de excitación localizada en el inconsciente.” (García, op cit.,
p.175)

Se nota entonces cómo es que Freud parte de la concepción científica que imperaba en su
época, la de un positivismo clásico, desarrollado principalmente en el denominado
“Círculo de Viena”.

Pero más adelante, con el tratamiento que hace de las neurosis, el descubrimiento de
procesos que se escapan de la conciencia, y el papel predominante que tiene la sexualidad
en la formación de los síntomas neuróticos e histéricos, cambiará su posición, dando cuenta
de la actitud propia, que le llevó constantemente a reconsiderar la validez de sus teorías y
sus métodos. Fue así, como de la hipnosis, cuyos experimentos aprendió de Bernheim,
pasó al método que en compañía de su colega Fliess, se dio en denominar catarsis, llegando
paulatinamente al de la Asociación Libre, con el cual descubriría los contenidos
inconscientes que eran causa de los síntomas.

La teoría freudiana tiene su gran asidero en la noción de inconsciente, que si bien no le es


totalmente propia, puesto que ya pensadores anteriores lo habían formulado, sí le dio un
nuevo carácter a este concepto, relacionándolo con la sexualidad, con lo cual este espinoso
tema para la época, sufrió un viraje en su apreciación. Así, para Eduardo Aguirre, (op cit.,
p.102):

“El principal aporte del psicoanálisis, la noción de inconsciente, está íntimamente relacionado con
una nueva forma de concebir la sexualidad, la cual permite explicar, tanto el origen del inconsciente
como el desarrollo de la personalidad, a la vez que facilita la comprensión de las principales
alteraciones del psiquismo humano, desde el punto de vista de las relaciones interpersonales, antes
que desde una perspectiva exclusivamente orgánica”

Así, el concepto de inconsciente pasa de adjetivo a sustantivo, con lo cual se asume como el
objeto de estudio del psicoanálisis, elaborando para tal empresa un método bien específico
el de la denominada asociación libre.

Mediante el citado método, la pretensión de Freud fue la de identificar, en el


funcionamiento del psiquismo humano, unos procesos que escapaban a la conciencia del
sujeto en cuestión, pero siempre asumiendo la actitud que se desprendía del método
científico, esto es, de observar los datos de la experiencia, formular hipótesis y contraste de
estas con la experiencia clínica.

No obstante, para Ernest Jones, en su obra Vida y obra de Sigmund Freud, tomos I y II,
Barcelona, Salvat, 1984, citado por Bolívar (2000, 26), al referirse a la obra freudiana,
plantea como objeto de estudio de la misma: “se trataba de una investigación que pudiera
arrojar alguna luz sobre la naturaleza del hombre, sobre la relación entre cuerpo y psique,
sobre el problema de cómo el hombre llegó a ser un animal consciente de sí mismo”

46
Según esta apreciación de Jones, el objeto del psicoanálisis, radica en estudiar al ser
humano con la misma objetividad que se estudian los demás objetos de la naturaleza, sólo
que teniendo en cuenta la relación cuerpo mente.

La obra freudiana ha sido estudiada por una gran cantidad de autores, tomándola como
biografía, ampliación o refutación de sus tesis, pero es innegable que dicha obra constituye
uno de los pilares sobre los cuales ahora se erige la conceptualización del hombre en
Occidente, más aún si se tiene en cuenta el declive de la Modernidad, cuyo paradigma
cartesiano de cogito ergo sum, ha demostrado sus falencias, pues no todo lo que acontece al
interior del fenómeno humano, pasa por la conciencia.

El psicoanálisis tiene pues la característica de poseer claramente definidos su objeto de


estudio y un método para abordarlo; cosa que no sucede con la psicología, que para los
llamados filósofos de la ciencia, y para los parámetros que delimitan lo que se constituye
una ciencia como tal, la psicología no los posee. Esto tiene que ver entonces con la idea
generalizada entre la mayoría de los psicólogos de que la psicología debería ser una ciencia,
y surge pues la pregunta, ¿cuáles son los objetos de estudio de las grandes escuelas
psicológicas, a saber, cognitiva, humanista y dinámica?

A modo de ejemplo, lo que sucede en el psicoanálisis, sirve de arista para considerar una
forma posible, mediante la cual la psicología se consolidara como ciencia: en la medida en
que la psicología consolide epistemológicamente su objeto de estudio, podría considerarse
como una ciencia, y dada la actual condición de la psicología, y de su proliferación de
escuelas, esto está lejos de lograrse, pues no existe un consenso entre lo que precisamente
atañe al objeto; si hubiese sido así, entonces la psicología ya sería una ciencia y no una
disciplina que encierra en sí misma grandes discrepancias, debido a sus múltiples escuelas,
en lo que atañe al objeto de estudio y a la forma de abordarlo.

Por otra parte, la psicología hizo parte durante siglos de la filosofía, la epistemología y la
ética, por lo que no puede desprenderse de éstas ciencias en lo que a sus fundamentos se
refiere, ya que la filosofía, trató durante mucho tiempo de la fisiología, la epistemología, se
pregunta cómo es que los seres humanos acceden al conocimiento, y esto hace parte de las
sensaciones y percepciones; y la ética, interroga por las acciones humanas, interrogación
que no puede estar ajena a la psicología.

Entonces, teniendo en cuenta la evolución de la filosofía, la epistemología y la ética, se


puede mencionar que han tenido cambios que han respondido a momentos históricos,
ideológicos, políticos, religiosos, etc., con lo cual, cabe preguntarse ¿a qué escuelas
filosóficas responden cada una de estas escuelas psicológicas?, y ¿qué diferencias éticas,
epistemológicas y de tratamiento se desprenden de esta diversidad de objetos?

La pretensión pues de este trabajo, es la de tratar de delimitar las implicaciones éticas y


metodológicas que se han desprendido de los diversos objetos de estudio de la psicología,
pues se hace necesario para ubicar la concepción del hombre que desde esta rama del saber
se tiene.

47
DESARROLLO METODOLÓGICO

La presente investigación es de tipo teórico - documental, a partir de un rastreo


bibliográfico, sobre lo que atañe a las diferentes concepciones que acerca del objeto
de estudio de la psicología se han planteado hasta el momento, y las que
actualmente rigen para las denominadas escuelas psicológicas, Cognitiva,
Humanista y Dinámica. Dado el gran número de corrientes actuales en psicología,
se hace pues necesario delimitar este estudio a las escuelas arriba mencionadas.

Intenta a su vez, describir de qué manera están constituidos esos objetos de estudio desde
una mirada epistemológica, es decir, sus fundamentos filosóficos y conceptuales, no
sólo a lo largo de la historia de la psicología, sino también lo que en la actualidad
está en boga.

Con este propósito, se debe tener en cuenta la conceptualización que de dicho objeto se ha
tenido y su fundamento teórico y clínico, pues la praxis de la psicología, también delimita
su pertinencia como ciencia social, o al menos, como disciplina científica.

Para esto, se parte de una revisión bibliográfica de la historia de la psicología general, así
como de una exhaustiva investigación documental, al interior de cada una de las ya
mencionadas escuelas. Esta técnica documental permite la recopilación de información
para enunciar las teorías que sustentan el estudio de los fenómenos y procesos. Así, se
somete dicha información a la elaboración de un marco conceptual que forma un cuerpo de
ideas sobre el objeto de estudio, en este caso, de la psicología.

En esta revisión documental, se incluyen libros, revistas y documentos electrónicos


existentes en la red de Internet. Los libros a utilizar son los denominados de texto, propios
de cada disciplina científica, en este caso, de la psicología, y los especializados, utilizados
principalmente por profesionales e investigadores.

En el caso de las revistas, se utilizarán las de carácter profesional, técnico y científico, por
lo general, especializadas y de publicación reciente.

A partir de esta revisión documental, se intentará pues analizar la información, en lo que se


denominan categorías de análisis.

Serán categorías de análisis aquellos tópicos que ofrezcan información relevante sobre el
objeto, el método y la terapéutica o praxis de cada una de las escuelas psicológicas. Para el
presente estudio, se han considerado las siguientes, que atañen a todas y cada una de las
mencionadas escuelas: (Ver anexo)

48
Historia: en tanto devela el origen y desarrollo que dicho objeto, método y praxis han
tenido al interior de la disciplina. Los motivos que subyacen a su consolidación como
escuela que a su vez le otorga el carácter de permanencia dentro de la comunidad científica.
Concepción Epistemológica: esta concepción delimita el aspecto de la realidad acerca del
cual la psicología provee conocimientos y, al mismo tiempo, incide en la forma de
búsqueda de esos conocimientos y en la validez de los mismos.

Validez interna y externa: a través del análisis y la revisión de proposiciones, hipótesis,


teorías, problemas y programas, en lo referido a eficiencia, eficacia y coherencia que
competen a cada una de las escuelas, objeto de estudio.

Funcionamiento del objeto: se refiere a la manera en que cada escuela entiende las
funciones del objeto que ha previamente delimitado, bien sea como instrumento o aparato
que realiza un trabajo en la actividad psicológica y lo que ella implica, en términos de
sentir, percibir, pensar y actuar, o en otras palabras, lo afectivo y emocional, lo cognoscitivo
y lo comportamental.

Postura ética: implica las nociones de sujeto, individuo, persona, como paciente, cliente,
consultante, entre otras denominaciones, además de las ideologías que subyacen a cada
escuela; así como también los códigos que soportan el ejercicio práctico de la psicología.

Dispositivo terapéutico: concierne a las técnicas e instrumentos utilizados por cada una de
las escuelas psicológicas, que intentan, a través de ellos alcanzar los objetivos que se
proponen, lo que a su vez marca las diferencias y semejanzas existentes entre las escuelas,
objeto del presente estudio.

Esta revisión bibliográfica permitió responder al objetivo que orienta el presente estudio, es
decir, dar cuenta de cuál es el objeto de estudio que sostiene cada escuela psicológica en
mención.

Sin embargo, este proceso de revisión bibliográfica presentó dificultades en varios


aspectos. Uno de ellos, poder sintetizar la abundante información en cada escuela, y el
otro, la dificultad para acceder al material bibliográfico, debido a la precaria bibliografía
existente en la región sobre el tema. También hay que mencionar que muy pocos textos
tratan directamente el asunto epistemológico de la psicología, lo que hace necesaria una
interpretación de los contenidos de cada texto.

Parece ser, que para la psicología en general, la pregunta por su objeto de estudio no es
relevante, sino más bien accesoria, esto es, que sólo desde una postura hermenéutica se
puede dar cuenta de su objeto de estudio. No obstante, algunos autores, sí encaran
directamente este asunto, como se verá en el cuerpo del trabajo.

49
PSICOLOGÍA COGNITIVA

Los psicólogos son científicos de la misma manera


que los salvajes evangelizados son cristianos.

G. Politzer. Crítica de los fundamentos de la psicología.

La denominada psicología cognitiva, hace parte del conjunto de la ciencia cognitiva,


ciencia que a su vez se compone de una serie de disciplinas enmarcadas en un proyecto
epistemológico que cobra vida al rededor de 1948, durante la realización del “Hixon
Symposium”, llevado a cabo en el Instituto de Tecnología de California.

La psicología cognitiva pues, surge como parte de todo un andamiaje científico que
intentaba plantear un desafío a las tesis del conductismo que hasta entonces imperaba en la
academia norteamericana. Así, “[…] el “Hixon Symposium” sobre “Cerebral mechanism
in behavior” (“Mecanismos cerebrales de la conducta”), celebrado en septiembre de 1948
en el Instituto de Tecnología de California, fue un precedente importante y constituyó un
primer desafío a algunas tesis del conductismo. En este simposio participaron científicos
de campos muy diversos: matemáticos, ingenieros, psicólogos, informáticos, lingüistas y
filósofos.” (Estany, 1999, 152)

Este desafío a algunas de las tesis del conductismo, marcó un paso importante en el
desarrollo de la teoría psicológica, y para algunos se constituye como una revolución
científica en el sentido kuhniano, es decir, un cambio de paradigma, pues para T. S. Kuhn,
los paradigmas son “[…] realizaciones científicas universalmente reconocidas que, durante
cierto tiempo, proporcionan modelos de problemas y soluciones a una comunidad
científica.” (Kuhn, 1992, 13)

Entonces, el paradigma cognitivo constituiría un avance en la teoría psicológica, al atacar el


antiguo paradigma conductista desde tres frentes distintos, a saber: el asociacionismo, el
evolucionismo y la noción de ciencia asumida por los conductistas. En este sentido, De
Vega (1998, 26), afirma: “El conductismo fue una variante contemporánea del
asociacionismo histórico, emparentado con ARISTÓTELES o los empiristas ingleses. Al igual
que éstos, los conductistas son reduccionistas (toda la vida mental se reduce a elementos
más básicos), conexionistas (los principios asociativos conectan ciertas respuestas a
ciertos estímulos), sensorialistas (los términos de la teoría son entidades físicas externas –
estímulos – y movimientos motrices o glandulares – respuestas –).”


Citado por: BRAUNSTEIN, Néstor A. et al. Psicología: ideología y ciencia. México D.F. Siglo XXI
Editores S.A., 2001. p. 127.

50
De igual forma, Noam Chomsky también critica al conductismo en virtud a que “[…] la
extrapolación de los términos Skinnerianos (sic.) (condicionamiento operante, control del
estímulo, etc.) desde el marco de la experimentación animal, en que fueron concebidos, a la
explicación del lenguaje humano, proporciona a dichos términos el valor de simples
metáforas (sin duda, lo peor que se le puede decir a SKINNER).” (Ibid., p.26)

En lo referente al evolucionismo, Thorndike hace una nueva lectura del evolucionismo, que
ha sido llamada fixista, desde la cual,

THORNDIKE y los conductistas aseguran que las leyes de la conducta son universales y
compartidas por todas las especies incluido el hombre. Esto no implica naturalmente que los
repertorios conductuales sean los mismos en todas las especies; pero las diferencias serían
meramente cuantitativas, mientras que los principios conductuales serían comunes. Este presupuesto
fixista permite comprender que durante décadas los psicólogos experimentales investigasen el
aprendizaje de ratas, gatos, perros o palomas, con la pretensión de generalizar los resultados y
modelos al comportamiento humano. (Ibíd., p.27)

De lo anterior, se dice entonces que a partir de Thorndike la psicología comparada sufrió un


estancamiento, ya que el estudio diferencial del comportamiento entre las especies
había perdido su poder de explicación.

Desde el campo epistemológico, el conductismo, al adscribirse a los postulados del


positivismo lógico del círculo de Viena, perdió su basamento filosófico y científico, tras la
crítica que filósofos de la ciencia, le hicieron al mismo. Además de lo anterior, se puede
hablar de una crisis interna en el conductismo en virtud a que “[…] se disgrega en varias
subescuelas neoconductistas, que sustentan posiciones teóricas muy heterogéneas y con
fuertes debates entre ellas.
[…] Tal como predice KUHN, el viejo paradigma – en este caso el conductismo –
pervive cierto tiempo, pero sus relaciones con el nuevo son escasas y poco cordiales, a
causa de las dificultades de comunicación entre científicos de diferentes matrices
disciplinares.” (Ibíd., p.27-28)

De esta manera queda en claro el porqué del paso del conductismo al cognitivismo, pero sin
olvidar la emergencia en el ámbito académico estadounidense de la ciencia cognitiva. El
surgimiento de esta ciencia cognitiva, marca un hito en la concepción del hombre desde el
punto de vista psicológico, en tanto, en rasgos generales designa tres aspectos cruciales:

1. El cognitivismo es un enfoque particular que contrapone sus teorías a las


conductistas, y también a las psicoanalíticas.
2. De lo anterior se desprende que su estudio se centra en los llamados procesos
cognitivos.
3. Y por último, pasa a designar un auténtico paradigma o principio de investigación, en
tanto considera al hombre como un procesador de información.

El cognitivismo se presenta entonces como un principio unificador y transdisciplinar.

51
Además de los ya citados “Hixon Symposium” de 1948, y La respuesta de Noam Chomsky
a Verbal Behavior de Skinner, se unen al surgimiento de la psicología cognitiva otros dos
momentos, que son considerados cruciales para el advenimiento de dicha escuela, a saber:
el “Symposium on Information Theory” o “Simposio sobre la teoría de la información”,
realizado el 11 de septiembre de 1956, y la revista “Cognitive Science”, (1978), creada por
la Fundación Alfred P. Sloan.

En lo que atañe al Simposio de la Teoría de la Información, este se desarrolló bajo la


confluencia de personajes representativos de diversas ciencias, entre los que sobresalieron
psicólogos, lingüistas, informáticos, neurofisiólogos, antropólogos, lógico – matemáticos y
filósofos; simposio del cual cabe resaltar las palabras de despedida del psicólogo George
Miller. Citado por Gardner (1996, 44-45):

Me fui del simposio con la fuerte convicción, más intuitiva que racional, de que la psicología
experimental humana, la lingüística teórica y la simulación de procesos cognitivos mediante
computadora formaban parte de una totalidad mayor, y de que en el futuro se asistiría a una
progresiva elaboración y coordinación de sus comunes inquietudes. (…) Durante de cerca de veinte
años yo había estado trabajando en pro de una ciencia cognitiva antes de saber cómo denominarla
(1979, pág. 9).

A partir de este simposio, se gestaron diversas obras que señalaban el camino a desarrollar
por la nueva ciencia, desde entonces, llamada ciencia cognitiva, que como ya se había
planteado, es un conjunto de disciplinas que intentan conformar un todo. “[…] La ciencia
cognitiva es el estudio de los principios por los cuales las entidades inteligentes
interactúan con sus entornos.” (Estany, op cit., p.158)

En tal sentido, cabe señalar las obras “El mágico número siete” (1956), del propio Miller y
“Estudio del pensamiento” (1956) de Jerome Bruner, Jacqueline J. Goodnow y George A.
Austin, en lo que respecta a la psicología; “Tres modelos de lenguaje” (1956) de Noam
Chomsky, en lingüística; “La máquina de la teoría lógica” (1956) de Allen Newell y
Herbert A. Simon, en el campo de la computación.

De la obra de Miller, citado por Gardner (op cit., p.46), se destaca:

Se diría que existe algún límite en nosotros mismos, ya sea inherente al aprendizaje o al diseño de
nuestro sistema nervioso, que mantiene dentro de este rango general nuestra capacidad como canales.
Sobre la base de los datos actuales, parece razonable sostener que nuestra capacidad para formular
tales juicios (…) es finita y más bien pequeña, y no varía mucho de un atributo sensorial simple a
otro.

Al límite que se refiere Miller es aquel que tienen los individuos para establecer
distinciones absolutas entre los estímulos, distinguir fonemas entre sí, calcular cifras con
precisión y recordar una serie de ítems aislados, cuando exceden la cantidad de siete.

Como ya se había mencionado, otro de los factores o momentos que marcaron el desarrollo
de la ciencia cognitiva, fue la creación de la Fundación Alfred P. Sloan, y la aparición de la

52
revista Cognitive Science; esto produjo un efecto catalizador de las posturas antagónicas
que se fueron creando en el seno de la ciencia cognitiva,
[…] y la redacción del «Report of the State of the Art Committee» fueron un intento de clarificar las
posturas y aminorar las tensiones, con el objetivo de determinar el estado de las diversas disciplinas
implicadas en el programa cognitivo. El informe puede considerarse una exposición del estado de la
cuestión: qué disciplinas forman parte de la ciencia cognitiva, en qué nivel de desarrollo se encuentran y
cuáles son los principales representantes en este campo. Sin embargo, la falta de un consenso
suficientemente amplio puede ser la causa de que nunca llegara a publicarse, lo cual no le resta valor
histórico ya que se elaboró en un momento en el que la ruptura con el conductismo era definitiva, se
había producido suficiente investigación empírica y había una base teórica compartida por los científicos
cognitivos. (Estany, op cit., p.156)

El culmen de esta tendencia a unificar bajo una sola ciencia, las disciplinas que tocan con la
cognición, se ve reflejada en la obra póstuma de John von Neumann, “The computer and
the brain” [La computadora y el cerebro] (1958).

Esta obra reunía un conjunto de conferencias que se le había encargado a von Neumann pronunciar,
sin que pudiera hacerlo a raíz de su enfermedad. El pionero de la ciencia de la computadora
desarrolló en ella muchos de los temas originalmente tratados en su contribución al Simposio de
Hixson, (sic) incluyendo el examen de diversos tipos de computadoras, de la idea de programa, de la
operación de la memoria en las computadoras y de la posibilidad de fabricar máquinas que se
reprodujeran a sí mismas.” (Gardner, op cit., p.45-46)

Por otra parte, según el ya mencionado «Report of the State of the Art Committee», “[…]
La ciencia cognitiva es el estudio de los principios por los cuales las entidades inteligentes
interactúan con sus entornos.” (Estany, op cit., p.158); de esta manera, todo lo que se
adapta a su entorno, se convierte en objeto de estudio de la ciencia cognitiva. Para
Martínez – Freire: “[…] se entiende por acción inteligente general el mismo alcance de
inteligencia que vemos en la acción humana, esto es, una conducta apropiada a los fines del
sistema y adaptativa a las exigencias del entorno.” (op cit., p.90)

Sin embargo, no existe un consenso en lo que se entiende o conceptualiza como


inteligencia, asunto de suma importancia si se tiene en cuenta que son las entidades
inteligentes aquellas de las que se ocupa la ciencia cognitiva. Así:

Para G. E. Müller, inteligencia es el esfuerzo dirigido a avanzar en el campo de las ideas; Köhler
habla de intuición; Yerkes se inclina por el conocimiento abstracto de medio y fin; Spencer prefiere
la adaptación consciente; para W. Stern, es adaptación a situaciones nuevas; Terman la define como
pensar abstracto y ajuste a la verdad, parecida versión a la de Spearman; Thurstone la entiende como
resolución de alternativas y opciones incompletas, y como facilidad de aprender; para Wechsler sería
“la capacidad global del individuo de obrar conforme a un propósito, pensar racionalmente y actuar
con éxito en su entorno”; y Binet exige cuatro capacidades fundamentales: comprensión, invención,
dirección y crítica, las mismas que incluimos en nuestra reciente síntesis. (Secadas, 1995, 513)

Tal vez esta sea la razón por la cual, la psicología cognitiva presenta graves problemas a la
hora de definir qué métodos emplear para acceder a su objeto. En palabras de Hederich y
Camargo: “[…] el gran problema de los psicólogos cognitivos estriba en la selección de

53
indicadores observables relevantes para la comprensión de la actividad cognitiva humana.”
(1998, 54)
Ahora bien, hay que aclarar que esta selección es justamente un problema, pues la
inteligencia es un factor fundamental de la actividad cognitiva humana.

No es gratuito entonces que la psicología cognitiva, en aras de tener claridad sobre dichos
indicadores, tome como modelo teórico y explicativo la denominada “metáfora del
ordenador”, a partir de los planteamientos propuestos por Miller y otros, que a partir de
algunos postulados de la ciencia cognitiva, “[…] analizan qué significa para la psicología
la ciencia de la computación, por qué es importante y qué trabajos de otros psicólogos
refuerzan su enfoque. La idea es que muchos procesos psicológicos pueden simularse en
una máquina (el ordenador) lo suficientemente potente como para llevar a cabo una
conducta inteligente.” (Estany, op cit., p.170)

La idea que subyace con la mencionada metáfora del ordenador, es que existen analogías
entre la mente humana y las máquinas computacionales.

Conviene aclarar que la analogía mente-ordenador es funcional, no física. En el aspecto material o


hardware las diferencias son considerables. Las neuronas son las unidades básicas del sistema
nervioso; se trata de organismos vivos con miles de conexiones sinápticas tridimensionales, y
complejos procesos bioquímicos de transmisión de señales. En los ordenadores actuales las unidades
elementales son circuitos de silicio, distribuidos bidimensionalmente y con escasas conexiones entre
sí. En cambio, desde una perspectiva funcional emergen las similitudes. La mente y el ordenador
son sistemas de procesamiento de propósito general; ambos codifican, retienen y operan con
símbolos y representaciones internas. (De Vega, op cit., p..31)

A partir de esta analogía, la psicología cognitiva ha retomado el antiguo mentalismo,


abandonado por la psicología desde finales del siglo XIX, puesto que tal metáfora les
proporciona a los psicólogos cognitivos un vocabulario, unas directrices y una
instrumentación adecuada para el estudio de la mente. Es este el gran aporte que la ciencia
cognitiva le ha dado a la psicología cognitiva: el modelamiento computacional de diversas
tareas cognitivas.

A este respecto, los psicólogos cognitivos han adoptado términos tales como codificación,
almacenamiento, recuperación, búsqueda de información, etc., y tales términos legitiman
ciertos objetivos de investigación, a la vez, que plantean las condiciones para la elaboración
de teorías y modelos. A su vez, tales teorías posibilitan la construcción de modelos como el
de la Inteligencia Artificial (IA) y la Simulación (S). La diferencia esencial entre la IA y la
S, es que ambas “realizan” tareas cognitivas humanas, como por ejemplo jugar al ajedrez,
pero con mecanismos internos distintos para el caso de la IA, mientras que un programa de
S, deberá jugar al ajedrez, acatando los mismos principios que el jugador humano.

Pero lo que mejor refleja la analogía de la mente con el ordenador, son los llamados
diagramas de flujo. De la obra de De Vega, (Ibid., 35) se extrae el siguiente diagrama de
flujo:

54
Cuadro 2:

FIGURA 1.1. Diagramas de flujo de un algoritmo de ordenador (A) y de un modelo cognitivo (B).

55
Sin embargo, Bunge y Ardila, llaman la atención acerca de las consecuencias que trae
consigo dicha metáfora, según la cual, “[…] cualquier tipo de cognición es procesamiento
de información”, (2002, 116) pues dentro de la llamada ciencia cognitiva, coexisten dos
versiones o escuelas, denominadas fuerte y débil, respectivamente. La psicología cognitiva
sería, propiamente dicha, la versión débil. Precisamente, esta versión débil es la que
presenta la falencia de no haber establecido con rigurosidad lo que se entiende por el
concepto de información. Y esto se convierte en un problema, en tanto es del campo de la
información y su procesamiento, de donde se nutre la metáfora del ordenador, utilizada por
los psicólogos cognitivos.

En palabras de Bunge y Ardila:

[…] El problema comienza cuando uno tiene la osadía de preguntar qué significa “información”,
pues no siempre se la utiliza en el sentido de la teoría estadística de la información.

En realidad, en la literatura científica contemporánea, la palabra “información” se viene usando de –


ya lo han adivinado – siete maneras distintas:

información1 = significado (información semántica)


información2 = estructura del material genético (información “genética”)
información3 = señal
información4 = mensaje del que es portadora una señal codificada (pulse-coded)
información5 = cantidad de información de la que es portadora una señal de un sistema
información6 = conocimiento
información7 = comunicación de información 6 (conocimiento) por conducta social (por ejemplo, el
lenguaje) que implica una señal (información3). (Op cit., p.116)

Los conceptos podrían ser pertinentes, para lo que se puede llamar psicología del
conocimiento si las confusiones estuvieran ausentes; lamentablemente no es así, ya que se
suele confundir por ejemplo; información1 (significado) con informacion3 (señal). Se puede
apreciar que los neurocientíficos fácilmente utilizan de manera indiferenciada los términos
información y señal. La multiplicidad de formas que se utilizan para definir el concepto de
información, generan una gran confusión, en tanto que si no se sabe qué se entiende por
ésta, no se le pueden dar utilizaciones válidas, ni se pueden relacionar estas entre sí.

Lo anterior se hace evidente en tanto que, la concepción lineal de que la mente humana
funciona como lo hace un ordenador, se cae en virtud a que los procesos mentales operan,
algunas veces, en paralelo o de modo interactivo, no de forma que se ajusten a la
concepción lineal.

De igual manera, la analogía mente – ordenador, no se sostiene a cabalidad, puesto que


dichos “sistemas” no son equivalentes, y no todo sistema de procesamiento de información,
como sería el caso de una entidad bancaria, se puede comparar con el funcionamiento de la
mente humana.

56
Además, un ordenador es un sistema de procesamiento, que se limita a codificar, almacenar
y transformar información simbólica, mientras que la mente humana, además de lo anterior,
programa y controla la ejecución de conductas y tareas dirigidas al ambiente.

De todo lo anteriormente dicho, se puede concluir que, la mente es concebida como un


procesador de datos o información, mediador de estímulos y respuestas que pasan por el
organismo. Frente a lo anterior surge un interrogante y es: ¿qué es lo que le permite a la
mente organizar la información para poder darle un significado y un contexto adecuado,
además de presentarla de manera coherente? La respuesta al anterior interrogante está en
relación directa con el concepto que desde esta rama de la psicología se denominó
esquemas cognitivos; estos pueden ser entendidos “como los bloques constructivos de la
cognición, y que contienen la norma y las categorías que ordenan la experiencia y la
convierten en un significado coherente.” (Arbeláez, 1999, 45)

De esta manera, la metáfora del ordenador conduce a conceptuar la cognición humana en


términos de hardware y software, es decir, en términos estructurales por una parte y
procesuales por otra.

Dichas estructuras se desarrollan en torno al concepto de esquema. Los esquemas son el


producto de la experiencia personal, el resultado de los efectos que la memoria ha hecho en
la mente del individuo, son el condicionamiento que la experiencia brinda para la
adquisición de información venidera, en últimas, se puede decir que estos constituyen la
inteligencia que guía la información.

Se puede agregar que los esquemas son teorías, estimaciones que tienen que ver con la
experiencia, las cuales son consideradas como ciertas por cada individuo. Los esquemas
son susceptibles de revisiones y pueden colocarse a prueba ya que ellos son la dinámica
organizadora del conocimiento; en definitiva “Los esquemas son las unidades básicas de la
experiencia: solo cuando esta se encuentra organizada por esquemas, resulta realmente de
utilidad.” (Ibid., p.45)

Los esquemas funcionan como una red, ya que no se conciben de manera aislada si no que
logran estar interconectados de manera amplia y se procuran una gran gama de
combinaciones. Su funcionamiento está ampliamente condicionado por procesos tales
como la atención y la memoria; la primera es generadora de actividad en los principales
esquemas, siendo así que estos de manera inversa, influyen en ella decidiendo dónde debe
ser colocada; la segunda (la memoria) es el depositario de los esquemas, los cuales se
encuentran allí; de manera inconsciente estos reciben el impulso para su activación, a partir
de la atención.

Asuntos como la atención y la memoria, merecen ser mirados más de cerca, gracias a la
importancia que para la psicología cognitiva y para su constructo de los esquemas
cognitivos representan. Es así como desde este enfoque el asunto de la memoria tiende a
ser mirado de la siguiente manera: “[…] la capacidad de adaptación al medio es

57
directamente proporcional a la capacidad de aprendizaje y memoria, e inversamente
proporcional a la cantidad de memoria genética.” (Ruiz – Vargas, 1998, 31)

Lo anterior debido a que la adaptación humana, a diferencia de la de las demás especies


animales, no cuenta casi para nada con la memoria genética, sino más que todo con el
aprendizaje, lo que hace a la especie humana la más dependiente. A lo anterior hay que
añadir que, la inteligencia es, precisamente definida, como la capacidad de adaptación al
medio por una fuerte corriente dentro de la psicología cognitiva.

Así, se establece un vínculo muy fuerte entre inteligencia y memoria, vínculo con el cual
los seres humanos pueden hacer frente a las complejidades del ambiente. Para Ruiz –
Vargas, “La función primaria de la memoria humana sería, por tanto, dotar a los individuos
del conocimiento necesario para guiar una conducta adaptativa con independencia de la
complejidad de las situaciones.” (op cit., p.31) Entonces, la memoria cumple con una
función pragmática, en tanto dota a los individuos del conocimiento necesario para algo
que deban llevar a cabo.

Desde un punto de vista que tiene en consideración los aportes de la teoría de la evolución,
tanto la memoria como el aprendizaje serían pues especializaciones adaptativas, que surgen
en aras de solucionar los problemas que le plantea el ambiente al animal, o en este caso, al
ser humano.

Por otro lado, acerca de la atención se puede decir que es el proceso mediante el cual, de
manera intencional, el individuo trata de memorizar la información relativa a los eventos
que ocurren a su alrededor. Luego, “la atención no parece ser tan necesaria para la
codificación en memoria como se pensaba.” (op cit., p.34) Esto debido a que es evidente
que el ser humano puede adquirir y procesar información de manera inconsciente y sin la
necesidad de tener la intención de memorizarla. En palabras de Ruiz Vargas:

“Este nuevo paso hacia los vericuetos y siempre apasionantes modos de funcionamiento de la
memoria humana nos coloca cara a cara con viejos problemas como el del aprendizaje incidental y el
del aprendizaje inconsciente. Estos, a su vez, nos llevan a abordar cuestiones no menos relevantes,
como la relativa a las relaciones entre automaticidad y memoria, para acabar planteando el problema
más complejo y escurridizo, pero no por ello menos apasionante, de toda la psicología cognitiva y, en
nuestro caso, de la psicología cognitiva de la memoria, esto es, el papel de la conciencia en la
adquisición, tratamiento y recuperación de conocimiento” (op cit., p.34)

Como se puede apreciar la psicología cognitiva se ve impulsada a trabajar sobre este asunto
tan espinoso con miras a que su claridad conceptual, permita un mejor desarrollo teórico, ya
que es indispensable para una psicología de los procesos de información, poder dar cuenta
de cómo ésta se almacena, codifica y procesa.

En lo concerniente a la terapia cognitiva, cabe mencionar, que se estructura bajo el modelo


del procesamiento de la información, dado lo cual, se puede señalar que “[…] es un
procedimiento activo, directivo, estructurado y de tiempo limitado que se utiliza para
tratar distintas alteraciones psiquiátricas (por ejemplo, ansiedad, depresión, fobias,

58
problemas relacionados con el dolor, etc.) Se basa en el supuesto teórico subyacente de
que los afectos y la conducta de un individuo están determinados en gran medida por el
modo que tiene dicho individuo de estructurar el mundo (Beck, 1967, 1976). Sus
cogniciones se basan en actitudes o supuestos desarrollados a partir de experiencias
anteriores.” (Clinicapsi.com, 2005)

Las llamadas “experiencias anteriores”, dan cuenta de lo que anteriormente se denominó


esquemas cognitivos. De allí que el terapeuta cognitivo esté abocado a ayudar al paciente a
aprender a pensar y actuar de forma más real y adaptativa, con respecto a sus problemas,
con el fin de hacer que los síntomas desaparezcan o al menos disminuyan.

De la página web Clinicapsi.com, se retoman las operaciones realizadas dentro del contexto
de la terapia cognitiva:

Se buscan experiencias de aprendizaje altamente específicas dirigidas a enseñar a los pacientes las
siguientes operaciones:

1) controlar los pensamientos (cogniciones) automáticos negativos.


2) identificar las relaciones entre cognición, afecto y conducta
3) examinar la evidencia a favor y en contra de los pensamientos distorsionados.

Con miras a realizar una clínica más efectiva, los psicólogos cognitivos proponen la
modificación de los contenidos de las estructuras cognitivas, con el fin de que los pacientes
adquieran la capacidad de ser concientes de cuáles son sus constructos erróneos con
relación a la realidad, y de qué manera ésta se encuentra distorsionada a partir de sus
cogniciones.

Lo anterior es un breve esbozo de lo que concierne a la terapia cognitiva. Aquí, se puede


rastrear que la psicología cognitiva toma como su objeto de estudio a la mente humana, la
que es comparada con un ordenador o procesador de la información, la cual, algunas veces
presenta fallas en su funcionamiento, fallas ante las cuales el terapeuta interviene para
modificar las creencias irracionales que alteran la capacidad de adaptación del individuo a
su medio.

Todos los conceptos mencionados anteriormente, tienen que ver con la denominada
psicología cognitiva racionalista, la cual es considerada desde otro punto de vista como
una versión sofisticada del conductismo. Este otro punto de vista es denominado la
psicología post–racionalista y sostiene que la complejidad de los seres humanos, hace que
la comúnmente conocida relación causa–efecto, que trata de explicar los procesos
psicológicos, se vea frecuentemente cuestionada debido a la dificultad que representa el
estudio de dichos procesos.

La psicología cognitiva post–racionalista considera al ser humano en su individualidad, en


su propia experiencia y trata de observar a éste, como un todo de partes que se
interrelacionan entre sí, a la vez que trata de hacer hincapié en la igualdad que existe entre

59
las personas, ya que la experiencia de cada uno es equivalente a la experiencia de muchos
otros, es decir, es similar.

Es de resaltar que esta corriente psicológica discute acerca de lo que es el conocimiento, ya


que el racionalismo filosófico y científico han entendido éste, en términos tales que
considera que la mente es un retrato de la realidad, y desde una perspectiva post–
racionalista, se entiende que la realidad la construimos nosotros a partir de la información
que ingresa a nuestra mente a través de los sentidos y a partir de un mundo objetivo, que es
interpretado y asimilado por nuestro “sí mismo”. Hay que agregar que tanto los individuos
como los grupos de individuos son constructores de modelos de significado para el mundo
y para ellos mismos los cuales pueden ser modificados por la experiencia y a la vez esta se
ve determinada por estos, para lo que se podría llamar el proceso de creación de la realidad.

Esta nueva corriente también denominada constructivismo, concibe al hombre como un


ente activo, capacitado para entablar un diálogo con su entorno ambiental y con la intención
de alcanzar logros que el mismo se propone. Se entiende que la causalidad desde este
paradigma, no es de orden lineal, sino que se piensa en una causalidad circular, en tanto que
las variables son interdependientes; además, desde esta corriente no se entiende el
conocimiento de una manera objetiva, debido a que la realidad no posee existencia al
margen de cada persona. Es decir, “Comprendemos nuestro mundo haciendo
construcciones de él, dando significados, haciendo narraciones, y es ésta la forma como lo
modificamos” (Arbeláez, op cit., p. 47)

El concepto de “sí mismo”, antes mencionado, es concebido desde esta perspectiva como
un núcleo central en el ser humano, y en esta vía, el hombre sólo puede percibir la realidad
desde su propia percepción; lo único que se le es permitido al hombre es hablar de su
experiencia de vivir, ya que no puede ser objetivo. “Los seres humanos no pueden
separarse de la manera como ven la vida. La comprensión es inseparable de la experiencia
humana, y existir significa conocer, que consiste a su vez en construír (sic) y reconstruír
(sic) la realidad para darle coherencia al curso de la experiencia de la persona.” (Ibid., p.47)

Así pues, que experimentar y explicar son los dos procesos claves en la formación del sí
mismo, ya que se constituyen en una experiencia vital; experiencia sobre la cual se explica
ella misma.

Entonces, la construcción del “sí mismo”, es un proceso que toca con la evolución de la
persona, en tanto la “mismidad”, es quizás más importante que la vida misma. Esta
evolución está íntimamente relacionada con las situaciones siempre cambiantes a las que
los seres humanos se tienen que enfrentar, de ahí, que la evolución del “sí mismo” responda
a las necesidades de adaptación que el medio exige.

En esta perspectiva evolucionista del “sí mismo”, la presencia del otro se hace necesaria, en
tanto que la autoconciencia se logra a través de la comparación con los demás.

60
[…] Para entender esta relación intersubjetiva en el desarrollo del “sí mismo”, se ha apelado a la
teoría del apego, mediante la cual logramos percibir la semejanza y la diferencia de nuestros
sentimientos con relación a los otros.

[…]

Según Guidano: el “sí mismo” organiza el significado personal de las experiencias en cuatro
estructuras básicas: la organización depresiva, la organización fóbica, la organización de los
desórdenes alimentarios y la organización obsesivo compulsiva. (Ibid., 48)

Según esto, Guidano desarrolló un tipo de psicoterapia, denominada “terapia de la


autoobservación” que le permite a la persona autorregularse a partir de su experiencia y de
la explicación de ésta, siendo entonces estos procesos, de vital importancia para la
terapéutica.

Al interior de la psicología post – racionalista, no existe un consenso en lo concerniente a


la psicoterapia, sino más bien todo una variedad de propuestas, entre las que sobresalen la
ya mencionada “Terapia de la autoobservación”, y otras como “La terapia experiencial”,
“La terapia de los significados personales” y la “Psicoterapia cognitiva narrativa”.

Para lo que atañe a la terapia experiencial, cabe mencionar algunos de los conceptos que la
sostienen, planteados por autores como: Leslie S. Greénberg, Jéremy Safran y Laura Rice.
Tales autores plantean: “[…] La terapia está orientada a promover la capacidad en la toma
de las propias decisiones; se utilizan en ella técnicas especiales para promover la
conciencia, la vivencia y la expresión de sentimientos, a fin de poderlas codificar
conscientemente.” (Ibid., 48)

En este tipo de terapia, el terapeuta funge no como experto o como intérprete, sino como
acompañante del paciente en su exploración afectiva. Aquí cobran relevancia los llamados
esquemas afectivos, mediante los cuales el paciente logra orientarse en el mundo y
construye su propia realidad, además de resaltar el papel que cumple la manifestación y
aceptación de las emociones dentro del proceso del cambio terapéutico.

Lo que cuenta en este tipo de terapia es la utilización de la “experiencia no reconocida”, en


la cual el terapeuta opera como un facilitador para que el paciente descubra su experiencia
y sus afectos. De ahí que lo que importa sea cómo el paciente percibe y organiza su
realidad, teniendo en cuenta cómo procesa la información.

Por otro lado, la terapia de los significados personales, fue promulgada desde 1955 por
George A. Kelly, para quien la experiencia es una construcción personal, desde la cual lo
que interesa es la interpretación que el paciente hace de la realidad externa, y el poder
predictivo de tal interpretación. Con esto se da un paso adelante del determinismo del
conductismo, y se opta por la construcción futura orientada a metas y propósitos.

[…] El ser humano es un sujeto o agente activo que construye y revisa sistemas de explicación a
partir de la experiencia, con la finalidad de comprender y predecir los acontecimientos en los que se
implica.

61
[…]

La visión del ser humano como constructor de teorías personales da lugar a un tipo de explicación
científica no determinista: sólo está determinado quien no es capaz de divisar alternativas para su
conducta presente. (Ibid., 49)

En resumen, este tipo de terapia consiste en una exploración en el sistema de construcción


de significados, que realiza el paciente, utilizando varias técnicas propuestas por Kelly,
como el de la rejilla y la del esclarecimiento.

Por último encontramos, dentro de las terapias post – racionalistas, la denominada


psicología cognitiva narrativa. Esta “[…] considera que los seres humanos son
narradores de historias; que sus pensamientos son esencialmente metafóricos e
imaginativos; que el manejo de los pensamientos es una búsqueda de significados, y que la
realidad es considerara compleja, y a la cual se puede llegar a través de la interpretación
(hermenéutica) y de la narrativa.”(Ibid., 49)

La narración es central en la organización del “sí mismo” ya que para describir los
acontecimientos vitales al igual que comprender y descifrar el presente, además de predecir
el futuro, son necesarias herramientas tales como las narraciones, debido a que estas son las
más utilizadas para la descripción de los acontecimientos vitales. Se puede decir también
que las narraciones son organizadoras del conocimiento y la existencia y cobra
preponderancia la comprensión de dichas narraciones, a la vez que analizarlas para
entender a los seres humanos.

El contexto de la psicoterapia es el lugar donde se le da preeminencia a las narraciones, en


virtud a que en este lugar, estas sufren transformaciones, bajo las reformulaciones y
elaboraciones, todo con la finalidad de comprender de una manera integral al ser humano.

Según los post – racionalistas, este modelo terapéutico está por encima del anterior, cuya
finalidad primordial era corregir el procesamiento de la información, debido a que en esta
forma terapéutica se piensa que el conocimiento se estructura como narraciones y en esta
vía, los seres humanos son considerados algo más que meros procesadores de información,
esto es, narradores de historias.

A modo de conclusión, se puede afirmar que la psicología post – racionalista se toma su


tiempo para pensar de nuevo la subjetividad y trasciende la visión mecanicista del ser
humano que hasta ahora se ha sostenido. “Hemos pasado pues de una psicología que
concibe al hombre como un objeto, hacia una psicología que se reconcilia con la
subjetividad, considerando al hombre como una persona.” (Ibid., 51)

A pesar de la gran diversidad de enfoques cognitivos, todos presentan a la mente como su


objeto de estudio, lo que las diferencia a unas de otras es el método de abordar a dicha
mente. A este respecto, se puede apreciar que para Beck, es la mente la que permite al
individuo tener una visión del mundo, visión desde la cual se “adapta” a las contingencias,

62
y de la forma en que haya adquirido sus principales experiencias anteriores, estará
determinado el tipo de intervención que hace el terapeuta, en tanto intente “corregir” o
modificar las creencias que al respecto tenga el paciente.

Por otra parte, si se concibe a la mente a la luz de la metáfora del ordenador, la terapéutica
estaría centrada en estructurar la mente con base en la información procedente del exterior,
buscando que dicha información se evalúe de manera sistemática, para descartar aquellas
concepciones irracionales. Este tipo de terapéutica concibe al hombre como un científico
por antonomasia, esto es, como alguien que posee todas las posibilidades de crear hipótesis,
descartarlas en el momento justo y así, establecer teorías que lo conlleven a una mejor
adaptación al mundo.

Por su parte, la psicología cognitiva post–racionalista que considera al ser humano en su


particularidad, sobre todo en lo que atañe a su propio campo experimental, y lo trata como
un todo, cuyas partes se relacionan entre sí, aboga por la igualdad entre las personas, ya que
la experiencia de uno es similar a la de los demás. Así, se propende en esta corriente por la
construcción de la realidad a partir de la información que ingresa en la mente de las
personas; esto lleva a conceptuar la realidad desde un lugar diferente al de la filosofía
racionalista, pues como ya se mencionó, es el propio ser humano quien construye su
realidad, a partir de su “sí mismo”. En otras palabras, a partir del “sí mismo”, las personas
construyen su realidad, la que inevitablemente conduce a un cambio en la percepción y a
una mayor y mejor adaptación al mundo.

Hay que aclarar que para esta corriente psicoterapéutica, el “sí mismo” es el núcleo central
de la experiencia humana, desde la cual construye, a partir de las narraciones que dan
cuenta de sus experiencias pasadas, una nueva realidad, ya que esta última no es concebible
por fuera de las personas, razón por la cual, también se denomina constructivismo. Es
decir, la realidad con la que llega el paciente a consulta, es transformada vía la narración y
la construcción de nuevas y fructíferas experiencias.

Entonces, para esta corriente psicoterapéutica, es el “sí mismo”, lo que se constituye como
su objeto de estudio y de intervención, en tanto desde éste, las personas construyen su
propia realidad, sometida siempre a las modificaciones y experiencias de las personas. Así,
la construcción del “sí mismo” y sus corolarios de adaptación y experiencias fructíferas,
son los objetivos globales en este campo de intervención.

63
PSICOLOGÍA HUMANISTA

Éramos un montón de existencias incómodas,


embarazadas por nosotros mismos; no teníamos la menor
razón de estar allí, ni unos ni otros;
cada uno de los existentes, confuso, vagamente inquieto,
se sentía de más con respecto a los otros.

JEAN-PAUL SARTRE. La Náusea. Editorial Sol 90, p.127

La escuela psicológica humanista surgió en el contexto posterior a la segunda guerra


mundial y dentro de sus principales fundadores, se pueden contar figuras tales como Carl
Rogers (1902 – 1987) y Abraham Maslow (1908 – 1970). Estos personajes emprendieron
este camino gracias a las limitaciones que habían encontrado en el Psicoanálisis y el
Conductismo, para dar cuenta del psiquismo humano; no obstante, fue el Conductismo en
particular, el que les había llamado la atención en un principio.

Rogers y los demás “fundadores” de la psicología humanista, toman los postulados


filosóficos básicos de lo que en el ámbito filosófico de su época, fue llamado el
existencialismo y la fenomenología. Llamaron a su “escuela” “La tercera fuerza”, en
oposición al Conductismo y al Psicoanálisis, con los cuales compartió la presencia dentro
del ámbito intelectual, a partir de las décadas de los cincuenta y sesenta, sobre todo en los
Estados Unidos.

Las bien conocidas consecuencias de las guerras mundiales, dejaron la impresión de un


mundo caótico, abocado a la destrucción masiva de la existencia, y como resultado de esta
impresión, se empezó a reflexionar sobre la situación mundial.

De esta manera se intensificó la preocupación por las cuestiones filosóficas existiendo un gran
interés por la filosofía existencialista, que en Europa estaba en sus inicios conceptuales y que los
científicos inmigrantes llevaban consigo; la filosofía existencialista centra su atención en el análisis y
descripción rigurosa de la existencia o modo de ser del hombre en el mundo (existencia individual),
esta existencia se asigna únicamente a las personas no a las cosas. La tesis fundamental del
existencialismo es que la existencia precede de la esencia, es decir, el hombre no posee una esencia
como algo determinado, sino que la va construyendo durante su existencia a través de su libertad.
(Márquez, 2005)

No obstante el existencialismo se consolidó como una corriente filosófica importante,


durante el final del siglo XIX y principios del XX, a su interior también existieron
diferencias, sobre todo entre aquellos que eran teístas y los que no.

Es importante pues que se señalen algunos de los mayores exponentes de esta corriente
filosófica, así como sus principales aportes:

64
Sören Kierkegaard (1813 – 1855): filósofo y teólogo danés, reaccionario al racionalismo de
Hegel, insistió en la recuperación de la fe cristiana. Para Kierkegaard, existir sólo es un
hecho auténtico a partir de la fe; para lograr esto, Kierkegaard, describió tres niveles
sucesivos:

1. Nivel estético: es un nivel infantil en el cual los momentos vienen dictados por el
placer o el dolor. En este nivel, la actitud del individuo es pasiva y sólo actúa
cuando existen contingencias externas que se lo exigen.

2. Nivel ético: en este nivel, el individuo debe poseer valentía para aceptar su
responsabilidad con respecto a sus actos, las consecuencias de éstos y escoger
cuáles son los valores de la vida.

3. Nivel religioso: luego de superar la moral social, propia del nivel ético, el individuo
debe escoger a Dios, lo que es propiamente catalogado como un acto de fe.

Ante los contradictores de la fe, Kierkegaard no “[…] estaría de acuerdo con la conclusión
de Nietzsche de que Dios ha muerto, entendería su sensación de muerte de Dios, porque la
fe requiere que la persona renuncie a la seguridad de la razón y se sumerja en lo
desconocido.” (Brennan, op cit., p.292)

Wilhelm Dilthey (1833 – 1911): defensor de una “ciencia del espíritu”, la cual se oponía a
las ciencias naturales. A partir de esta, se podía tratar de entender la historicidad humana,
vía el descubrimiento y la individualidad de cada persona; colocando como característica
definitoria de la persona a la conciencia histórica. “[…] Dilthey escribió que la religión, el
arte, la ciencia y la filosofía son expresiones de experiencias vividas en el mundo,
experiencias que no sólo comprenden las funciones intelectuales, sino también las metas,
los valores y las pasiones del individuo. En consecuencia, el acento de Dilthey en la
experiencia vivida afirma la naturaleza básica individual de la conciencia que define la
existencia.” (Ibid., p.292)

Martin Buber (1878 – 1965): considerado el último representante del existencialismo


moderno; en sus obras, no destacaba a la conciencia, sino el establecimiento de un diálogo
entre las personas, y entre el individuo y Dios; por esto, para él no era importante el
“diálogo del yo”, lo que puede entenderse como una clase de menosprecio por la
introspección.

El diálogo propuesto por Buber permite que los individuos se definan en términos de los
otros, tanto los seres humanos, como Dios, y en esta vía generar una unidad entre unos y
otros. “[…]Buber añadió una dimensión social de crecimiento personal, que completó otras
expresiones del desenvolvimiento del yo en el marco teórico del existencialismo.” (Ibid.,
p.295)

65
Karl Jaspers (1883 – 1969): profundizó en asuntos tales como el significado de la
existencia y la importancia que éste tenía para la psicología. Este interés por la existencia
humana, lo condujo a proponer tres etapas con relación a la misma:

1. Ser ahí: en la cual el individuo se ubica al frente de la realidad externa y objetiva.


2. Ser uno mismo: es decir, ser conciente de su responsabilidad en sus elecciones y
decisiones.
3. Ser en sí: es la principal etapa de la existencia, donde el individuo consigue tener un
pleno significado de ésta.

Jean Paul Sartre (1905 – 1980): es el máximo exponente del existencialismo del siglo XX.
Según él, la esencia está precedida por la existencia, afirmación ésta que va en contra de las
doctrinas aristotélicas y escolásticas para las cuales la existencia del individuo es la
expresión de una esencia del ser general y metafísica. Según esto, la existencia humana no
se define por lo que se puede llegar a ser, sino por lo que se es en el momento. La única
forma en que los individuos se pueden definir, además de crecer individualmente es a partir
de la realización de continuas elecciones; siendo lo que se quiere ser, pero con
responsabilidad.

[…] Sartre concluyó que, como Dios no existe, estamos solos e inseguros y cada cual tiene la libertad
de establecer sus propias reglas de comportamiento sin ninguna guía divina. Estamos desesperados.
De acuerdo con Sartre, nuestra responsabilidad es con nosotros mismos, pues sólo de nosotros
dependemos. No podemos culpar a Dios o al “destino” de las malas decisiones; sólo a nosotros
mismos. Así, la psicología de Sartre se basa en la premisa existencial de la libertad radical de la
existencia individual. (Ibid., p.293)

El supuesto fundamental de Sartre es la libertad humana, ser libre no es sinónimo de tener


éxito, sino de poder elegir, y en esta elección es donde entra en juego el asunto de la
responsabilidad.

Albert Camus (1913 – 1960): filósofo y novelista existencialista francés, aunque nació en
Argelia. Su principal propuesta dentro de la filosofía, la realizó a partir de la creación de
personajes en sus novelas, quienes deben soportar las más duras condiciones externas para
sobrevivir. Es así como “[…] Quiso identificar los recursos con los que cuenta la persona y
que le permitirían reorientar su vida en direcciones más plenas si se hiciera del valor para
tomar el control e imponer un sentido de finalidad.” (Ibid., p.294)

Este breve repaso de los filósofos existencialistas no es exhaustivo, pero refleja la diversidad de las
opiniones. Los existencialistas eran ateos tanto como religiosos, pesimistas y optimistas, buscaban
un sentido para la vida y la relegaban al absurdo. Sin embargo, compartían el acento en la empresa
del individuo por la existencia y la unidad. (Ibid., p.295)

Por su parte, la fenomenología también aportó para las bases filosóficas de la psicología
humanista, en tanto su objeto de estudio son los hechos mismos que se manifiestan en la
realidad. Propiamente, la fenomenología es una metodología para llegar al conocimiento

66
de la esencia, despojando al fenómeno de los elementos extraños que proceden del exterior
o del sujeto que conoce.

Es importante pues considerar más a fondo lo que la fenomenología le aportó a la


construcción de la psicología humanista, para lo cual se hace necesario, destacar algunas de
las figuras más representativas de esta corriente filosófica, a saber:

Edmund Husserl (1859-1938): considerado como el padre o fundador de la fenomenología


moderna. Influido por Brentano, quien proponía una psicología del acto, la cual fue
introducida dentro de la fenomenología por Husserl, buscaba proponer una filosofía de la
ciencia, que fuera tan rigurosa como sus métodos empíricos “[…] pero que no exigiría la
reducción del objeto a sus constituyentes.” (Brennan, op cit., p.296)

Para Husserl hay dos ramas del conocimiento: las ciencias naturales, encargadas del
estudio de la experiencia de la persona con respecto al mundo físico y la filosofía,
encargada del estudio de la experiencia personal. En esta vía Husserl proponía a la
psicología como esa parte del conocimiento que trata del estudio de las relaciones entre
experiencia interna y externa y juez entre las diferencias que entre estas existieran.

“[…] Como reflejo de la noción de Brentano de intencionalidad, Husserl afirmaba que


todo acto consciente se dirige a un objeto.”(Ibid., p.296) A Husserl se le atribuye también
la introducción del método de “reducción fenomenológica”, el cual consiste en: “[…] asir
las imágenes destacadas de la consciencia penetrando en las “capas” de la experiencia.”
(Ibid., p.296) Así, para Husserl existen tres tipos de “reducción” fenomenológica:

1. Agrupamientos del ser: estos especifican la relación existente a partir de la experiencia


entre el individuo y el objeto de la consciencia y al mismo tiempo retienen la unidad
básica de tal experiencia.

2. Relación del mundo cultural con la experiencia inmediata: aquí se reconoce la asunción
por parte de las personas, de valores y actitudes; siendo que, a partir de la experiencia,
se imponen estas formas culturales, las cuales se convierten en un contexto constante.

3. La reducción trascendental: esta, “[…] conduce a la persona del mundo fenoménico de


las experiencias concretas a un nivel de subjetividad que se eleva sobre la realidad
actual y luego a un nivel integrador de experiencia unificada.”(Ibid., p.297)

Para Husserl, sólo se vive la existencia verdaderamente humana, cuando se logra alcanzar
la subjetividad trascendental. Resumiendo, describió la psicología considerando la relación
que existe entre la experiencia y los objetos.

Otro gran representante de la fenomenología es el alemán Martin Heidegger (1889 – 1976):


asistente de Husserl, amplió las interpretaciones que hasta entonces se tenían de la
fenomenología. En contraposición a Husserl, quien entendía que la filosofía y su estudio
debían ser tomados como un examen de consciencia, Heidegger planteó, que esta debía ser

67
el estudio del ser. Además para Heidegger la psicología posa su esencia en el estudio de
formas y modos característicos de ser – en – el – mundo, ya que hay que entender que una
posición enajenada del ser, por parte del ser humano, lo condiciona para caer en una
existencia psicótica.

Según Heidegger, la existencia debe poseer tres rasgos básicos:

a. Ánimo o sentimiento. La gente no tiene, sino que es, estados de ánimo: estamos felices,
estamos tristes.

b. Entendimiento. En lugar de la acumulación de conceptos abstractos, hay que examinar la


conciencia como la búsqueda de la comprensión de nuestro ser. Heidegger describía esta
búsqueda como estar abiertos ante el mundo para internalizar nuestra confirmación de la
verdad o la falsedad de nuestra experiencia; es decir, para que nos volvamos un auténtico
yo.

c. Habla. Arraigada en el silencio interno de la persona, el habla como lenguaje es el vehículo


de nuestro conocimiento de nosotros mismos como seres. (Ibid., p.298)

La existencia desde esta perspectiva, solo adquiere el valor de autenticidad, tras la


asimilación del concepto de muerte y la internalización de este mismo. En otras palabras,
asumir nuestra finitud nos acerca al núcleo de nuestra existencia, con el fin de comprender
nuestro propio ser.

Es de resaltar entonces el trabajo realizado por todos estos pensadores, el cual impulsó el
surgimiento de la psicología humanista en el contexto norteamericano a mediados del siglo
XX; pero antes acaeció un paso entre el existencialismo fenomenológico y la psicología
humanista, este es: la psicología existencial fenomenológica.

Como su nombre lo indica, esta corriente psicológica, toma sus fundamentos de la


fenomenología y el existencialismo y asume al individuo como alguien que existe en tanto
ser en el mundo, tratando de plasmar una imagen que rescata la particularidad de cada uno.
Además no todo ser humano puede ser considerado un individuo, porque ser un individuo
es un proceso que se logra a través del crecimiento personal. No obstante en este camino,
el individuo debe tratar de diferenciarse de la sociedad para que la alienación que esta
procura, no lo absorba y no se vea abocado en la despersonalización.

De esta corriente de pensamiento se puede destacar la figura de Maurice Merleau-Ponty


(1908-1961) quien “[…] describió la psicología como el estudio de las relaciones
individuales y sociales en tanto que vinculan de manera peculiar la conciencia y la
naturaleza.” (Ibid., p.299)

Así pues, para la denominada psicología existencial fenomenológica propuesta por


Merleau-Ponty, la psicología está encargada de dilucidar las relaciones que se presentan
entre la conciencia humana y la naturaleza, pero asumiendo que cada persona en particular,

68
entabla estas relaciones de manera diferente, intentando así rescatar la singularidad de cada
ser.

Este autor proponía “[…] que la persona no es una conciencia dotada de las
características que la anatomía, la zoología y la psicología empírica han propuesto, sino
la fuente absoluta de la existencia. El individuo no adquiere existencia a partir de hechos
físicos previos, sino que se mueve hacia el entorno y sostiene los hechos físicos al traerlos
a su existencia. Entonces, la psicología es el estudio de la intencionalidad individual.
Para Merleau-Ponty, cada intención es una atención, y no podemos atender algo a menos
que lo experimentemos.”(Ibid., p.299)

Además de lo anterior, Merleau-Ponty no creía en una posible acomodación del método


empírico positivista a la psicología y aseguraba que la física no podía explicar los procesos
concernientes a la experiencia humana, ya que esta es individual y privada y por esto no
puede recibir verificación alguna. El único camino para tal fin es aprender a manejar los
métodos fenomenológicos, que pueden describir tales asuntos a partir de los secretos de la
percepción interior.

Otro representante de esta corriente psicológica es el Suizo Ludwig Binswanger (1881-


1966) quien se interesa por la fenomenología, tras concluir que las ciencias naturales
funcionaban a partir de un método reduccionista, el cual no era adecuado para asuntos tales
como la actividad mental. A partir de sus investigaciones, concluyó que el quehacer del
terapeuta está ligado a una comprensión y aprehensión del mundo del paciente tal y como
él lo vivencia. Este proceso de comprensión y aprehensión, se logra a partir del “análisis
existencial”, el cual se debe hacer en un tiempo presente, vía a interpretar los fenómenos
manifestados en cada individuo y las estructuras que lo soportan.

Según Capurro (2005), el paso que da Binswanger, es lo que se ha dado en llamar el


“análisis existencial”. Así:

Este pasaje de un análisis estructural apriori a un análisis empírico lo indica Binswanger con el
término “Daseinsanalyse” (“análisis existencial”) a diferencia del término “Daseinsanalytik”
(“analítica existencial”) utilizado por Heidegger. Con este término se separa Binswanger al mismo
tiempo del "psicoanálisis" (“Psychoanalyse”) de Sigmund Freud (1856-1939), su maestro.
Blankenburg describe así el pensamiento central de Binswanger:

“Análisis existencial significa descubrir el autoencubrimiento humano. Pero en vez de tomar como
punto de partida a una psyche aislada o a una subjetividad psicofísica, el análisis existencial parte de
la estructura englobante del ser-en-el-mundo. Su método tiene raíces en la fenomenología de E.
Husserl, a la cual Binswanger había intentado en obras anteriores hacer fructífera para la
psicopatología. A diferencia de las investigaciones psicoanalíticas o de las que se orientan en las
ciencias naturales, basadas ambas en la causalidad, el análisis existencial intenta socavar un nivel de
experiencia y de interpretación más profundo. No pretende ir más allá de los fenómenos a fin de
buscar su explicación (causal), sino que busca analizar su sentido partiendo de ellos mismos. No
pregunta por las condiciones fácticas de lo que aparece, sino por las condiciones esenciales.”
(Blankenburg, W.: Daseinsanalyse. In: J. Ritter Ed.: Historisches Wörterbuch der Philosophie.
Darmstadt 1972, Vol. 2, p. 22) (mi traducción)

69
Para concluir, la psicología existencial – fenomenológica, dentro de su terapéutica, tenía
como objetivo que el psicoterapeuta entendiera su propia existencia, con el fin de que
pueda encontrarse con ese otro que es el paciente, en el nivel de los significados personales
y propios de este último.

Retomando el trabajo inicial realizado por los “fundadores” de la Psicología Humanista,


Rogers, citado por Leahey (op cit., p.488), en particular encuentra que: “[…] el
conductismo se limitaba en exclusiva al modo de conocimiento objetivo; obligando, de este
modo, a la psicología a restringirse a un conjunto particular de técnicas y teorías
admisibles. Trataba a los seres humanos exclusivamente como objetos y no como sujetos
con experiencias por derecho propio. En clara y específica distinción frente a Skinner,
Rogers enfatizó la libertad que las personas experimentaban, rechazando la causalidad
puramente física propuesta por Skinner.”

Rogers, en contraposición, proponía una técnica denominada, psicoterapia centrada en el


cliente, la cual consistía en un intento por parte del terapeuta en penetrar la visión que el
cliente tenía del mundo y así, ayudarle a dar solución a sus problemas, con el fin de que
viviera la vida como realmente lo deseaba, proceso que generalmente suele denominarse
como “autorrealización”.

Por su parte, Maslow se destacó por emprender trabajos en psicología experimental animal,
pero este no fue un asunto que mantuvo su atención constante, sino que terminó por
dedicarse al estudio de temas tales como la creatividad en las artes y las ciencias. En el
estudio de personas con alta creatividad, concluyó que estas actúan con base a sus
necesidades, las cuales se encuentran latentes en la mayoría de los seres humanos y por esta
razón no se ven realizadas. A este tipo de personas los denominó “autorrealizadores”, ya
que utilizaban todo su poder creativo y a diferencia de los demás seres humanos, no sólo se
preocupaban por satisfacer sus necesidades básicas: alimentación, seguridad, salud y
cobijo.

Según lo anterior, se puede encontrar un punto de confluencia en las apreciaciones de


Rogers y Maslow: la autorrealización. Con esta, los dos autores buscaban “mover” a las
personas de sus vidas rutinarias, monótonas, cómodas y a la vez inútiles, las cuales no les
permitían desarrollar todas sus potencialidades.

Se puede destacar entonces que la psicología humanista, surge con el fin de rescatar a la
subjetividad desdeñada desde el Conductismo y a la conciencia, menospreciada, tanto por
el conductismo como por el psicoanálisis, y en esta vía tomar una posición diferente frente
a lo psíquico – humano.

El calificativo de humanistas que recibieron los psicólogos de esta corriente, viene dado
directamente de los clásicos griegos, aquellos que recibieron el mismo apelativo. Lo
anterior, debido a que, según Leahey, (Ibid., p.¿??) citando a Maslow: “[…] al igual que los
humanistas clásicos griegos, creían que “los valores para guiar la acción humana deben

70
encontrarse dentro de la naturaleza de lo humano y en la propia realidad natural”(Maslow,
1973, p. 4)”.

Como ya se había señalado, uno de los detonantes de la aparición de esta denominada


“Tercera Fuerza”, fue la reflexión surgida a partir de los catastróficos resultados de las dos
guerras mundiales, y unido a esto la creciente inmigración de europeos durante el dominio
nazi; estos factores fueron los que alimentaron la idea de que si las cosas seguían tal como
iban, la especie humana estaba condenada a una pronta desaparición, o en el mejor de los
casos, debería afrontar, de forma neurótica, la soledad, no aquella de la que habla el
existencialismo, sino esa otra que aliena a los individuos respecto de sí mismos y con
relación a los demás seres humanos.

Paralelamente, y como consecuencia de haber sido prisionero en un campo de


concentración nazi, el psiquiatra vienés Viktor Frankl, desarrolló su propia psicoterapia, a la
que acuñó el nombre de logoterapia. La logoterapia proviene etimológicamente del griego
logos, que equivale a “destino”, “significado” o “propósito”. En su texto “El hombre en
busca de sentido” (1946), Frankl desarrolla sus ideas principales acerca de la logoterapia,
la cual se basa en gran parte en la filosofía existencial. Así, en el prólogo escrito por
Gordon W. Allport, se plantea que “[…] el tema central del existencialismo [es]: vivir es
sufrir; sobrevivir es hallarle sentido al sufrimiento. Si la vida tiene algún objeto, este no
puede ser otro que el de sufrir y morir. Pero nadie puede decirle a nadie en qué consiste
este objeto: cada uno debe hallarlo por sí mismo y aceptar la responsabilidad que su
respuesta le dicta. Si triunfa en el empeño, seguirá desarrollándose a pesar de todas las
indignidades. Frankl gusta de citar a Nietzsche: “Quien tiene un porqué para vivir,
encontrará siempre el cómo”.” (Frankl, 1995, ¿?)

Entonces, en virtud a que Frankl desarrolló sus bases epistemológicas y clínicas en el


existencialismo, la llamada logoterapia, puede considerarse como una psicoterapia de corte
humanista; no en vano fue llamada “la tercera escuela vienesa de psicoterapia”.

Lo anterior corresponde a un recorrido por las bases epistemológicas de la psicología


humanista, que como es característico dentro de la psicología en general, no contiene un
conjunto de presupuestos teóricos comunes, sino una serie de sub escuelas, en cuyos senos
se despliegan toda una gama de consideraciones, tanto teóricas como clínicas y éticas
alrededor de lo que se considera es el ser humano para esta disciplina, o en otras palabras,
su objeto de estudio.

De esta forma, es pertinente entrar a considerar lo que el ser humano representa para la
psicología humanista, quien le otorga ciertas características que lo hacen, radicalmente
diferente de los animales, y al mismo tiempo y por estas mismas diferencias, poseedor de
grandes posibilidades de crecimiento o autorrealización.

La forma en que el psicoanálisis y el conductismo asumieron al ser humano, es considerada


por los psicólogos humanistas de “incompleta”, debido a que según Berelson y Steiner
(1964), citados por Martínez M. (1982, 70) afirmaron:

71
A medida que uno vive la vida o la observa a su alrededor (o dentro de sí mismo) o la encuentra en
una obra de arte, ve una riqueza que de alguna manera cayó a través del presente tamiz de las
ciencias de la conducta. Este libro, por ejemplo, tiene muy poco que decir sobre los siguientes
aspectos humanos centrales: nobleza, coraje moral, tormentos éticos, delicada relación de padre e
hijo o del estado matrimonial, estilo de vida que corrompe la inocencia, rectitud o no rectitud de los
actos, malignidad humana, alegría, amor y odio, muerte y el mismo sexo.

Así pues, estos aspectos de la vida humana que quedan por fuera de la concepción clásica
del hombre – según los humanistas, desde el psicoanálisis y el conductismo –, exigen a su
vez una metodología de estudio apropiada, que no los deje escapar debido al propio tamiz
de las ciencias de la conducta.

Lo anterior se relaciona ampliamente con una concepción del hombre que niega en éste la
capacidad de autorregular su propia conducta, o en otras palabras, le niega la posibilidad de
ser libre. Hay que señalar pues, parafraseando a Sartre, “A lo único que está obligado el
hombre, es a existir.” En palabras del propio filósofo, “[…] la existencia es una caída
acabada, […] la existencia es una imperfección. […] «existo porque es mi derecho». Yo
tengo derecho a existir, luego tengo derecho a no pensar” (Sartre, op cit., p.103)

Y aunque esta no es una obligación cualquiera ni fácil de cumplir, sin embargo, sí existe en
el ser humano una tendencia a la autorrealización, que lleva implícita la existencia.

La autorrealización es un concepto desarrollado básicamente por Maslow, quien “[…]


partió de la naturaleza global del ser humano. Veía en la necesidad el motivo de las
acciones, que están “articuladas jerárquicamente”. Para Maslow, la autorrealización es
un objetivo espiritual inherente a todos, que satisface las necesidades superiores. La
frustración equivale a enfermedad.” (Bonin, op cit., p.263-264)

Maslow tomó de Kurt Goldstein el término de autorrealización, el cual concebía como la


capacidad inherente a cada persona de llegar a ser lo que podía ser, siempre y cuando
ningún factor externo se lo impidiera; al ser una necesidad espiritual, la autorrealización le
concierne a todos los seres humanos, y esta idea concuerda perfectamente con las ideas
desarrolladas por los filósofos existencialistas, los cuales comprendían al ser humano como
un ser capaz de ser libre y de ser consecuentes con su propia naturaleza, única e irrepetible.

Para Maslow, las necesidades humanas tienen un orden jerárquico; esta jerarquía depende de la
cultura y varía entre los individuos y, en diferentes momentos, en cada uno. La satisfacción de las
necesidades inferiores permite que surjan las superiores. A las condiciones previas corresponde,
entre otras cosas, un cierto grado de orden y de libertad. Entre las necesidades básicas se cuentan los
fenómenos sicológicos (por ejemplo: el hambre, la sed, la sexualidad), la necesidad de pertenecer, la
necesidad de amor y la de autoestima y prestigio. Entre las necesidades del desarrollo: la necesidad
de un sentido, de orden, de justicia, de belleza y de verdad. Por autorrealización (el término es de
Kurt Goldstein) Maslow entiende el mantenerse fiel a la propia naturaleza, la realización de las
propias posibilidades: “Un hombre debe ser aquello que puede ser” (Ibid., p.264)

Así, Maslow desarrolló una “pirámide” que da cuenta del modo en que los seres humanos
intentan llegar a la autorrealización:

72
Cuadro 3

(WIKIPEDIA.org, 2005)

Ahora bien, existen entonces una serie de apreciaciones del ser humano, que son trabajadas
desde la psicología humanista, a saber:

(a) El hombre vive subjetivamente: esta característica hace referencia a la tesis central de la
psicología fenomenológica. Trata de establecer que el ser humano, en su labor de conocer,
empieza con un escrutinio de su propio interior, y niega la idea clásica de la ciencia de que
existe un mundo objetivo, del cual el hombre sólo es una pequeña parte. Afirman los
psicólogos humanistas, que esto es válido como punto de llegada, pero nunca de partida, en
el camino del conocimiento humano.

(b) La persona está constituida por un núcleo central estructurado: es decir, por núcleo
central estructurado, se pueden tomar los conceptos de persona, yo o sí mismo, sin los
cuales se hace imposible explicar la interacción de los procesos psicológicos. Según
Allport, citado por Martínez M, “[…] La memoria influye en la percepción y el deseo en la
intención, la intención determina la acción, la acción forma la memoria y así
indefinidamente.” (Op cit., p.72)

El mismo Allport llamó a este núcleo central como proprium. En un ejemplo, citado
nuevamente por Martínez M. (Ibid., p.72), trata de explicar los siete aspectos que
conforman el proprium. Así:

Suponga el lector que se haya sometido a un examen difícil y de gran importancia para él. Se dará
cuenta, indudablemente, de cuán rápidamente le late el corazón y le parecerá que se le revuelve el
estómago (sí mismo corporal); también se dará cuenta de la significación del examen en relación con
el pasado y el futuro (identidad de sí mismo), de cuánto afecta el amor propio (estima de sí mismo),
de lo que el éxito o el fracaso pueden significar para la familia (extensión de sí mismo), de sus

73
esperanzas y aspiraciones (imagen de sí mismo), de su papel en cuanto solucionador de problemas en
el examen (agente racional) y de la relación de la situación global con los objetivos a largo plazo
(esfuerzo orientado). En la vida real, en la práctica, es de regla la fusión de los estados del proprium.
Y tras estos estados experimentados del sí mismo tendrá algunos atisbos indirectos del propio sujeto
como conocedor (1966, pág. 172).

De esta manera, Allport pretende asumir una actitud más “completa” ante el “hombre”,
teniendo en consideración todos los aspectos que, según él, permiten un acercamiento más
pleno. Esta plenitud, viene dada entonces por la apreciación en su conjunto del
denominado núcleo central o proprium.

(c) El hombre está impulsado por una tendencia hacia la autorrealización: este concepto
de la autorrealización, se toma de la evidente tendencia humana hacia el desarrollo físico, el
cual sirve de modelo para considerar que algo similar debe ocurrir con lo psíquico. Es
decir, existe un paralelismo entre uno y otro tipo de desarrollo, salvo en los casos en que
aparezcan obstáculos graves que impidan que tanto en lo físico como en lo psíquico, el ser
humano llegue a feliz término.

Entonces, cuando aparecen este tipo de obstáculos, es cuando la psicoterapia de tipo


humanista cobra relevancia, y se convierte en el escenario donde se hace más patente la
tendencia humana hacia la autorrealización. En palabras de Martínez (Ibid., p.73):

Quizá el área donde más claramente se puede observar esta tendencia básica hacia la
autorrealización es en la experiencia terapéutica. Cuando el terapeuta trata de ayudar y facilitar a una
persona la remoción de obstáculos negativos que están deteniendo este proceso —ofreciéndole un
clima vivencial plenamente auténtico y genuino, una comprensión empática profunda y una
aceptación y aprecio incondicionales, como se hace en la orientación rogeriana—, inmediatamente se
desencadena un proceso reorganizador y reestructurador, que parecía oprimido, y la persona
comienza a sentirse diferente: libre, ágil, feliz y segura de sí misma.
Si este clima benéfico perdura, el proceso señalado continúa y, después de cierto tiempo, la
persona dará todos los signos de una vida humana normal.

(d) El hombre es más sabio que su intelecto: para la psicología humanista, el hombre es
algo más que un animal racional, y cuando actúa sin tener en cuenta su racionalidad, puede
afirmarse que éste es un comportamiento irracional; pero para esta corriente en psicología,
al hombre aún le queda el camino de ser arracional. Este término de arracional, está
fuertemente ligado a la intuición, se relaciona con la creatividad, y responde a una reacción
total del organismo, no sólo de la mente. Según Rogers, está en consonancia con la
filosofía oriental. “[…] es un aspecto central del pensamiento Taoísta, como también es
parte de la orientación Zen. Ellos señalan que “la mente verdadera no es ninguna mente”,
algo ciertamente desconcertante para la mentalidad occidental.” (Ibid., p.74)

Para la psicología humanista, cuando el ser humano empieza a vivir de esta manera
arracional, logra ser más espontáneo, observa y ausculta todas las reacciones de su
organismo, el cual procesa un gran cúmulo de datos, que se le presentan en forma de
intuiciones. Lo anterior le permite al hombre reconocer esas partes suyas que se le
presentan a veces de manera incoherente, y lo libera de negarse a sí mismo vía la

74
racionalidad. Así pues, según la psicología humanista, el ser arracional se patentiza cuando
se compromete fuertemente con alguna fe, religión, vocación o filosofía, y en general
siempre que hace juicios de valor.

(e) El hombre posee capacidad de conciencia y simbolización: el hombre posee la


capacidad de auto-representarse. Esto le permite tomar conciencia de sí mismo y lo coloca
por encima de los demás organismos vivos de la naturaleza, en tanto puede vivir en pasado
o en futuro, hacer planes para su devenir, hacer abstracciones y utilizar los símbolos
necesarios para ello, amar la verdad y poseer sensibilidad ética. Todas estas cualidades y
muchas más son las que hacen que alguien sea persona. Pero cuando algún agente externo
impide la plena auto-representación de la persona, es decir, cuando se ve afectada su
capacidad de conciencia y simbolización, las consecuencias pueden ser una neurosis o
psicosis, o reacciones paranoicas de odio y sospecha hacia los demás. Por el contrario,
cuando la persona se desenvuelve en un ambiente acogedor, sano, tranquilo y poco
amenazante, la persona experimentará una apertura hacia vivencias más auténticas.

Para Martínez (Ibid., p.75): “[…] Esta conciencia no distorsionada de lo que vive y siente,
esta apertura plena a las propias vivencias y su correcta simbolización, conducirá
inevitablemente a una vida más sensible con un radio de acción más amplio, de mayor
variedad y riqueza personal.”

(f) Capacidad de libertad y elección: desde una perspectiva humanista en psicología, el


hombre no está determinado por factores externos a él; por el contrario, tiene unos grados
de libertad, que le permiten hacer elecciones, y a medida que aumentan sus niveles de
conocimiento, cultura, educación, etc., y posee una amplia apertura a las vivencias
auténticas, y conoce más aspectos de las situaciones que vive, tendrá más grados de libertad
y su acción será más libre. Generalmente, cuando una persona llega a consulta es porque su
libertad está afectada, se siente “manejada” o “conducida” por algo extraño a ella y es
incapaz de reconocer lo que quiere o desea, sintiendo estados de tristeza, abandono,
conflicto interno o desesperación. Precisamente, la terapia va en vía de ampliar los
conocimientos de las situaciones que confunden a las personas, propiciando la fluidez y
flexibilidad, la espontaneidad y la libertad.

Según Martínez (Ibid., p.77):

El nivel y los grados de libertad aumentan a medida que la persona se abre y acepta sus vivencias; a
medida que la persona es ella misma y da entrada y hace accesibles a su conciencia todos los datos
disponibles y relacionados con la situación: las demandas sociales, sus complejas necesidades y
conflictos posibles, sus memorias de situaciones similares, su percepción de la singularidad de la
situación presente, etc.

Así entonces, si bien la libertad humana no es absoluta, el hombre sí cuenta con grados y
niveles de libertad, y a lo que apunta la psicoterapia humanista es a alcanzar cada vez
mayores grados de la misma.

75
La psicología humanista niega el determinismo en la conducta humana, pues entonces no
habría manera de explicar asuntos totalmente humanos como la responsabilidad, la culpa, la
ética, el derecho y la justicia, entre otros. Es en este punto donde quizá se hace más
evidente la influencia del existencialismo sartriano y de la fenomenología en la
construcción epistemológica de la psicología humanista, y responde claramente a su
intención de emancipar a la persona en consulta de todos los determinismos que coartan su
libertad y su derecho de elección.

(g) El hombre es capaz de una relación profunda: a partir de la filosofía existencialista, se


ha venido pensando al hombre contemporáneo como alguien que está enjaulado,
estandarizado y deshumanizado. Ante la profunda soledad que esta situación produce, el
hombre actual busca la compañía de los demás sólo para menguar en parte su profunda
soledad. En el contexto psicoterapéutico, se hace evidente que el hombre está sediento por
establecer relaciones auténticas y constructivas, profundas, donde él mismo pueda ser
aceptado en todas sus dimensiones, sin que sean coartadas sus posibilidades de crecimiento,
sin que se le pongan barreras cognoscitivas o emocionales.

Según Martínez (Ibid., p.78), para Martín Buber, una relación profunda es “[…] una
relación “yo-tú”, es decir, una mutua experiencia de hablar sinceramente uno a otro como
personas, como somos, como sentimos, sin ficción, sin hacer un papel o desempeñar un rol,
sino con plena sencillez, espontaneidad y autenticidad. Este autor considera que ésta es
una experiencia que hace al hombre verdaderamente humano, que no puede mantenerse en
forma continua, pero que si no se da de vez en cuando, el individuo queda afectado seria y
negativamente en su desarrollo.”

Esta idea de la psicología humanista se deriva de la concepción existencialista, según la


cual, la humanidad está sometida a los avatares de la sociedad y sus instituciones, quienes
le impiden desarrollar plenamente sus potencialidades.

(h) El hombre es capaz de crear: la característica creadora es exclusiva de la especie


humana, aunque en ocasiones sean evidentes algunos rudimentos de conciencia y
pensamiento en los animales. Aunque todos los seres humanos poseen la facultad de crear,
no es fácil determinar todos los componentes de dicho espíritu creador; si se le pregunta a
alguien cómo fue que llegó a crear algo, las más de las veces dirá que se le ocurrió “de
golpe”, “sin hacer nada”, “por inspiración” o “por intuición”, etc. Sin embargo, las
personas más creativas en los campos del arte, por ejemplo, manifiestan sentir una
necesidad apremiante de “crear”.

[…] El poeta “tiene que escribir”, el pintor “tiene que pintar” y el músico “tiene que”
proyectar sus ideas en notas. Si lo que está en juego es la solución de un problema, entonces puede ir
acompañado de un sentimiento de tensión y desasosiego.

En todo caso, una vez obtenido el resultado, se produce un estado y sentimiento de alivio y,
con frecuencia, profundas vivencias emocionales de felicidad. (Martínez, Ibid., p.79)

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(i) El hombre busca un sistema de valores y creencias: en consonancia con la búsqueda de
sentido, el hombre busca un sistema de valores y creencias que den cuenta de su lugar en el
mundo, y a la vez le ayude a mitigar las frecuentes frustraciones y ansiedades propias de la
vida, gracias al cúmulo de incertidumbres, dudas y probabilidades que rodean al ser
humano. De esta manera, la satisfacción que dicho sistema de valores genere, hará que la
persona lo conserve, o de lo contrario, lo deseche.

(j) Cada persona es un sistema de unicidad configurada: a la par de los principios


generales de tipo biológico, desde las cuales se configura una persona, cada individuo tiene
sus propias configuraciones únicas e irrepetibles; tal como lo señaló Aristóteles existen
unos principios generales, bajo los cuales se rigen todos los seres vivos, y principios
especiales propios. Desde estos últimos es que se debe entonces basar cualquier tipo de
demostración acerca de este ser en particular. No se trata pues de intentar comprender al
hombre desde la perspectiva que cualquier ciencia empírica pueda ofrecer, a guisa de lo que
se hace desde una concepción newtoniana o darviniana, lo que se considera una
extrapolación desde las ciencias naturales a las ciencias humanas.

Esta característica de unicidad configurada de la que se ocupa la psicología humanista, está


basada en la idea de que el hombre moderno se haya frente a un dilema por su lucha para
adquirir su autonomía e individualidad, enfrentado a un mundo de asolamiento,
deshumanización y aislamiento que produce la sociedad tecnológica.

“Cada persona —señala Allport— se aparta en millares de aspectos del hombre medio hipotético.
Pero su individualidad no es la suma del total de desviaciones de los promedios” (1966, pág. 24).
Cada individuo es un sistema de unicidad configurada. Por consiguiente, la ciencia y, en este caso,
la psicología no puede contentarse con el estudio de las dimensiones comunes, como si la persona
fuera un mero “punto de intersección de cierto número de variables cuantitativas” —como piensa
Eysenck—, sin estructura interna ni coherencia ni sentido; la psicología debe enfrentar la verdadera
naturaleza de la estructura personal, la mutua interdependencia e interacción de los sistemas
parciales dentro del sistema entero de la personalidad. (Ibid., p.81)

En la anterior cita, se puede entonces entrar a considerar cuál es el objeto de estudio para
esta corriente psicológica en particular, como una consecuencia lógica de sus bases
filosóficas traídas desde la fenomenología y el existencialismo, desde los cuales se intenta
rescatar aquello que en aras de una cientifización de la psicología se había descartado: la
singularidad de cada persona.

La autorrealización se configura pues como el concepto clave desde el cual Rogers planteó
su psicoterapia centrada en el cliente. En su texto Psicoterapia y relaciones humanas
(1971), desarrolla los postulados clínicos desde los cuales basa lo que él mismo ha dado en
denominar la terapia “client-centered”. Así, postula las características que debe poseer un
espacio terapéutico que persiga los fines de esta terapia:

[…] Para llegar a los resultados que yo imagino, hace falta que el terapeuta haya sido capaz de tener
una relación profundamente personal con su cliente; que se haya portado con éste, no como el
hombre de ciencia ante el objeto de su investigación, ni como el médico ante el diagnóstico y el
tratamiento de un caso, sino como una persona hacia otra persona; que haya tratado al cliente como

77
un ser portador de un valor intrínseco incondicional, cualquiera que haya sido el estado, la conducta
o la actitud de éste; que el terapeuta haya estado disponible para el cliente y que, a causa de ello,
haya sido capaz de comprenderlo; que ningún obstáculo interior le haya impedido participar en las
experiencias del cliente en algún momento del proceso y que, en cierta medida, haya logrado
comunicar esta comprensión empática al cliente; en fin, que haya sido capaz de confiar plenamente
en las fuerzas de crecimiento que operan en el individuo; que haya confiado en esas fuerzas aunque
no haya podido prever la dirección que tomarían, contentándose con crear un clima capaz de dejarlas
libres y, por tanto, de permitir al cliente ser él mismo. (Rogers y Kinget, 1971, 322)

La anterior cita se corresponde con la premisa fundamental (aunque no única), de que todo
ser vivo está habitado por una tendencia que busca desarrollar plenamente sus
potencialidades, de manera que favorezca su conservación y continuo enriquecimiento.
Esto último, obviamente se puede considerar como venido de la filosofía existencial, a la
cual se adscriben los psicólogos humanistas.

Teniendo en cuenta los postulados teóricos, filosóficos y clínicos que se desprenden de la


psicología humanista, se puede entonces entrar a considerar cómo sería una persona que
haya pasado por un proceso terapéutico exitoso, es decir, cuáles serían las características de
su personalidad. Rogers considera que son tres los aspectos claves los que establecerían
con propiedad, hablar de alguien que ha tenido un cambio terapéutico óptimo. Cabe
señalar en este punto, que Rogers ha dado en llamar a su terapia de tipo “no directivo”.

Debido a que la terapia de tipo “no directivo”, tiene unas connotaciones que la hacen
diametralmente opuesta al tipo de intervención, propuesto por ejemplo desde el
Conductismo, vale la pena ampliar en qué consiste esta “no directividad”. Según el propio
Rogers, citado en el texto Desarrollo del potencial humano. Vol. 2 (2003), la “no
directividad”, consiste en “[…] tener confianza en la capacidad del individuo para
conocerse a sí mismo, en su capacidad para adquirir conocimientos externos, con la única
condición de que se le proporcionen los medios necesarios. Con estas breves palabras
resumiría yo el principio fundamental que personalmente he utilizado en psicología y en
educación, así como en la técnica de grupos.” (Lafarga y Gómez del Campo, (comp.),
2003, 18)

Se puede considerar entonces que la “no directividad” utilizada por Rogers en su propuesta
terapéutica, hace referencia explícita a los componentes de la personalidad que él describe,
en los cuales, existe una corriente subyacente que se mueve hacia la realización plena y
constructiva de sus posibilidades inherentes, una tendencia natural al crecimiento. Por su
parte, esta tendencia, presente en todos los organismos, puede ser en ocasiones reprimida
por agentes externos, pero no destruida totalmente, sin destruir al organismo mismo.

Estos aspectos, tratados a continuación, estarían concatenados unos con otros, tramitando la
idea de la disposición de la persona hacia el mejoramiento continuo y a su constante
autorrealización:

1. Actitud abierta a la experiencia: se corresponde a una disponibilidad de apertura de la


conciencia, donde tienen cabida todos los datos orgánicos. “[…] Esta no quiere decir

78
que el individuo se represente, clara y conscientemente, todos los procesos que tienen
lugar en él, […]. Por el contrario, sus sentimientos y sensaciones pueden ser o
subjetivamente vividos (y expresados en la conducta) sin ser claramente reflexivos; o
lúcida y objetivamente representados en la conciencia. Es decir, que el individuo
podría sentir su amor, su dolor o su contrariedad y vivir estas actitudes de un modo
subjetivo. Pero también podría abstraerse de esta subjetividad y comprobar, a
propósito de sí mismo: “Me duele”, “tengo miedo”, “amo”, “estoy enfadado”. Lo que
importa en todo esto no es el grado de conciencia y reflexión, sino la ausencia de
barreras, de inhibiciones, capaces de impedir la percepción completa de lo dado
orgánicamente.” (Rogers y Kinget, op cit., p.327-328)

Esta ausencia de barreras es la que permite pues, precisamente, que se dé esta actitud de
apertura a la experiencia. Las barreras son, en este caso, los mecanismos de defensa que el
individuo adopta en reacción a la incompatibilidad entre el organismo y la imagen del yo,
sea que dicha incompatibilidad se perciba plenamente, o sea vagamente presentida.

2. Funcionamiento existencial: Rogers explica este tipo de funcionamiento existencial,


hablando de sí mismo, tal y como él lo ha experimentado: “[…] Lo que se siente es una
impresión de estar llevado constantemente hacia delante en una dirección que parece ser
la de progreso, aunque hacia metas que no percibo de un modo muy diferenciado, al
menos en el momento mismo de la experiencia” (Ibid., p.329)

Esto da la impresión de que se trata pues de una fluidez que indicaría que la persona con
este tipo de funcionamiento existencial, estaría abierta constantemente a la experiencia, con
su conciencia abierta y dispuesto a satisfacer sus necesidades en las condiciones dadas.

3. Un organismo digno de confianza: se trata entonces de alguien que confía en los datos
que su propio organismo le suministra, para conducirse de una manera óptima en las
condiciones dadas. En palabras de Rogers “[…] esta persona vería que su organismo
representa, en toda ocasión, un guía competente y seguro.” (Ibid., p.330)

Que una persona logre confiar en su organismo como un guía competente y seguro, se da
tras el proceso que incluye abrirse a la experiencia, para poder alcanzar el nivel de
funcionamiento existencial. Es decir, este sería el estadio final de alguien que ha
aprovechado a fondo la terapia propuesta por Rogers. No obstante, una persona puede
dejarse guiar por su organismo, así no haya estado en terapia humanista rogeriana. El
propio Rogers, afirma que Albert Einstein es un buen ejemplo de una persona que se deja
guiar por su organismo, al afirmar:

Durante el periodo de incubación de una idea, el sabio se deja guiar por la estructura total de
su experiencia relativa al objeto de su estudio: “durante todos esos años —dice Einstein— tenía la
impresión de seguir una dirección, de ir recto hacia algo concreto. Naturalmente es muy difícil
encontrar palabras para expresar esta clase de impresión; pero existía y hay que distinguirlo
claramente de las reflexiones ulteriores relativas a las bases racionales de la solución encontrada”
(Ibid., p.333)

79
Luego de este proceso terapéutico de tipo “no directivo”, quien haya tenido éxito en el
mismo, se puede entonces afirmar que es una persona que funciona plenamente, es decir,
que logra experimentar y aceptar plenamente todo tipo de experiencias: sentimientos,
pensamientos y reacciones; que además, emplea todo su organismo, no sólo su conciencia,
para conducirse de manera que sus necesidades sean satisfechas, según sean las condiciones
dadas; y estaría en capacidad de ser su propio juez, esto es, no se sentiría amenazada por
sus propios sentimientos. En fin, una persona que se involucraría completamente en el
proceso de “ser ella misma”. El punto final de este proceso, obviamente se entiende por
aquel que está en comunión con el de autorrealización: ser lo que se puede llegar a ser.

Posteriormente, en su texto El poder de la persona (1980), Rogers amplía su concepción


teórica y terapéutica, en lo que toca con su terapia de tipo “no directivo”, sobre todo ante
una hipotética controversia en torno a varios de sus postulados básicos. Así, ante la posible
increpación de que es idealista la concepción que reza que un organismo humano es digno
de confianza, Rogers aduce:

Hay bastante evidencia de que en una relación caracterizada por las condiciones facilitadoras, la
persona con problemas puede meterse a explorarse a sí misma y convertirse en una persona
autodirigida de maneras profundamente sabias. (Rogers, 1980, 197)

De igual manera, ante el pesimismo surgido en varios ámbitos políticos, intelectuales y


filosóficos, que afirman que “la gente no cambia”, como si el statu quo fuera
inmodificable, Rogers afirma:

Está surgiendo, en números cada vez mayores, un nuevo tipo de persona, con valores muy diferentes
a los de nuestra cultura actual y viviendo y siendo de maneras que rompen con el pasado. (Ibid.,
p.199)

Esta afirmación, va acompañada de otras que sustentan para Rogers, lo que él mismo ha
dado en llamar una revolución silenciosa. Esta revolución viene dada, según el autor, por
una serie de personas en diversos espacios culturales, políticos, religiosos, etc., que vienen
cambiando su forma de ser, y al mismo tiempo, haciendo lo que él llama la contracultura.
Rogers los describe como seres que son indiferentes a las comodidades y a las recompensas
materiales; sin hambre de poder o de éxito; interesadas y preocupadas por los demás; que
buscan nuevas formas de comunidad, de cercanía, de intimidad, de propósitos compartidos;
que se interesan por explorar su propio espacio interior; confiadas en sus propias
experiencias y desconfiadas de cualquier autoridad suprema… Y así, afirmando
características propias de una nueva sociedad, conformada por personas diametralmente
distintas a las actuales (considerando que se trata de las décadas de los 60s y 70s), con un
sentido de pertenencia y de humanidad muy distintas, Rogers afirma que estas personas
comprueban sus tesis, aquellas que tocan con la capacidad inherente, a todo organismo, de
tender hacia la autorrealización.

Lo anterior, porque en este texto – El poder de la persona –, Rogers considera que: “Una
revolución silenciosa está en proceso en casi todos los campos y contiene la promesa de
llevarnos hacia un mundo más humano, más centrado en la persona.” (Ibid., p.199)

80
Por el desarrollo de múltiples acontecimientos durante las décadas posteriores a la
publicación de esta obra, en casi todos los campos, parece que esta promesa no se ha
cumplido, al menos, tal como lo Rogers lo anunció.

Como es sabido, la psicología no es una ciencia unificada, sino más bien la reunión de una
serie de actividades, investigaciones, teorías, etc., que se confunden unas con otras y hasta
se contradicen las más de las veces. La psicología humanista no fue ajena a esta tendencia
entre los psicólogos, y ahora existen otras formas de pensar la persona, aquella que, se
puede leer, fue para Rogers su principal y quizás único objeto de estudio.

David Brazier, por ejemplo, en su texto Más allá de Carl Rogers (1997), sugiere una serie
de consideraciones metodológicas y clínicas que deben ser tenidas en cuenta cuando de
tratar a una persona se refiere. Entre ellas, cobra especial significación la concepción de
congruencia. Este término hace hincapié en la disposición del terapeuta a la hora de
convertirse en una persona digna de fe, coherente y segura para el cliente, logrando así
ganarse su confianza.

Lo anterior se logra, en tanto el terapeuta sea genuino, lo que se logra gracias a “[…] que el
terapeuta tiene acceso consciente, o se muestra receptivo, a todos los aspectos de su propio
flujo de experiencia. Este lado del proceso se llamará “congruencia”; la consistencia a la
que se refiere es la unidad de la experiencia total y del darse cuenta.” (Brazier, 1997, 26)

Como puede apreciarse, Brazier tiene en cuenta el desarrollo teórico de Rogers, pues hace
alusión al proceso del flujo de experiencia, y rescata lo que el propio Rogers trabajó en
torno al concepto de congruencia. Así, según Brazier, Rogers:

Creía, más que los psicoanalistas, en el valor terapéutico de la relación “real” entre le cliente y el
terapeuta, y también supo ver otras ventajas. En tal relación de trabajo, el terapeuta sirve de modelo:
su congruencia motiva al cliente a tomar sus propios riesgos con el fin de llegar a ser él mismo.
Junto a esto, Rogers gradualmente llegó a considerar la congruencia del terapeuta como un factor
crucial en el establecimiento de la confianza, y enfatizó la idea de que la aceptación y la empatía sólo
son efectivas cuando se perciben de forma genuina. (Ibid., p.27)

Es en este punto, donde Brazier retoma los conceptos rogerianos que tratan en torno al
asunto de la confianza y la congruencia, encaminados todos a establecer un vínculo de
confianza entre el terapeuta y el cliente, recalcando el porqué es tan importante que el
terapeuta sea genuino, es decir, auténtico. Que el terapeuta sea genuino, implica pues que
pueda advertir cualquier sentimiento o actitud que experimente en cada momento, dado el
flujo de experiencia, del que el terapeuta se ha apropiado.

Esto último puede resumirse citando de nuevo a Brazier, quien retoma las palabras de
Barret-Lennard:

La congruencia es correlativa a la aceptación: no puede darse una apertura a la experiencia del cliente
si no la hay para la propia experiencia. Y sin apertura tampoco puede haber empatía. En este
sentido, la congruencia es el “límite superior” de la capacidad de empatía (Barret-Lennard, 1962,

81
p.4). Para decirlo con otras palabras: el terapeuta nunca puede llevar al cliente más allá de lo que él
mismo es como persona. (Ibid., p.30)

Así, Brazier apuesta por una terapéutica basada en la empatía, la aceptación, la


comprensión, entre otras, del cliente, en el sentido en que ambos comparten una existencia
humana, que lleva implícita la expresión de los sentimientos y actitudes que le susciten en
cada momento, pero sin que esto se constituya en un “acting out”.

[…] Más bien se trata de una especie de “espontaneidad disciplinada” que, junto con la empatía,
constituye una segunda línea desde la que el cliente puede evolucionar hacia un “vivir más allá” tanto
dentro como fuera de la terapia, hacia nuevas y más satisfactorias formas de relacionarse consigo
mismo y con los demás. Es evidente que pueden cometerse errores si la auto-revelación se usa
descuidadamente, pero prescindir de este importante cúmulo de información relacional podría ser
igualmente negativo: omisión que podría llevar a una reducción substancial de la calidad del proceso
terapéutico. (Ibid., p.42)

Tras este breve recorrido por los presupuestos filosóficos, clínicos y terapéuticos de la
denominada “Tercera Fuerza” o “la tercera escuela vienesa de psicoterapia”, se puede
entonces considerar a la escuela humanista, como aquella que se ocupa de estudiar a la
persona, aquella que se convierte en su objeto, en tanto intenta rescatarla del “olvido” a la
que se vio sometida desde el punto de vista conductista y psicoanalítico.

Rescate que se hace a partir de los presupuestos básicos de los filósofos existencialistas,
que abogaron por la libertad humana, idea que en las mentalidades de psicólogos como
Maslow y Rogers, se consolidó en uno de sus conceptos claves: la autorrealización, aquella
que propende porque todo organismo sea lo que tiene y puede llegar a ser. Pero no fue
únicamente del existencialismo que se nutrió la psicología humanista, también lo hizo de la
fenomenología, aquella que pugnaba por aceptar los hechos tal y como son; quizá de esto
último surja la renuncia a establecer una clasificación de enfermedades o problemas
mentales, al tiempo, el establecimiento de una terapéutica fijada en la persona y sus
particularidades, sin que por ello haya que pensarla desde un cuadro clasificatorio, que
reduzca en mucho sus posibilidades de autorrealizarse y de ser una persona auténtica.

No en vano, Rogers consideraba que estaba surgiendo en la sociedad norteamericana una


nueva generación de personas que estaban llevando a cabo lo que él mismo dio en llamar
una “revolución silenciosa”, trasladando así, del campo de lo individual, la construcción en
lo social, de un nuevo orden.

82
PSICOLOGÍA DINÁMICA

Personalidad, así como el concepto de yo que usted


maneja, es una expresión poco determinada que pertenece
a la psicología de las superficies y que, para la comprensión
de los procesos reales, para la metapsicología pues, no
ofrece nada de particular. Simplemente, se llega a creer
que, al utilizarla, se ha dicho alguna cosa que tiene un
contenido.

FREUD, Correspondencia con Abraham, 21 de octubre de 1907.

El origen de la Psicología Dinámica, se cruza con la historia del psicoanálisis en general, no


sólo porque de éste último tome sus principales fundamentos epistemológicos, sino porque
responde a una de las tantas divisiones que sufrió el Psicoanálisis. Una de estas, acaecida
alrededor de los años 30, es enunciada por Correa (s.d.), en los siguientes términos:

[…] un importante cisma ideológico se desarrolló durante los años 30, entre los seguidores de
Melanie Klein, y quienes abordaron el enfoque que habría de conocerse como “psicología americana
del yo”, iniciado con el trabajo de Anna Freud y continuado por Heinz Hartmann y otros.

En 1927 comenzaron los enfrentamientos de Melanie Klein con Anna Freud, ambas dedicadas a la
clínica con niños, entorno (sic.) al análisis con niños y al desarrollo de la transferencia; en 1943-44,
la primera enfrentó polémicas en el seno de la Sociedad Psicoanalítica Británica, cuando Glover
propuso expulsar a Klein y a su grupo, acusándola de apartarse de los principios básicos del
psicoanálisis clásico. (Correa, 12)

La Psicología Dinámica, se consolida como una amalgama de conceptos, traídos desde la


Psicología Americana del Yo, y la Teoría de las Relaciones Objetales. Es pertinente
entonces, que cada una de estas construcciones teóricas se tomen por separado, para luego
intentar establecer una relación entre ambas que dé cuenta de los fundamentos, tanto
teóricos como clínicos de la Psicología Dinámica como tal.

En primer lugar, la Psicología Americana del Yo, inicia con la lectura que de “El Yo y el
Ello” (1923) e “Inhibición, Síntoma y Angustia” (1926) de Sigmund Freud, hicieron
algunos psicólogos formados dentro del ámbito de lo que se ha dado en llamar, el
Psicoanálisis Clásico o Psicoanálisis freudiano. Tal lectura llevó a dichos psicólogos a
formular hipótesis, tanto teóricas como clínicas, tales como que el psicoanálisis es una
psicología del yo, en tanto que Freud, en sus últimos escritos, se ocupa de conceptualizarlo
tras varios años de no tocar este asunto.

Como resultado de estas lecturas en torno al concepto del yo que Freud trabajó en sus
últimas obras, surgieron textos tales como “El Yo y los Mecanismos de Defensa” (1936) de


Citado por: BRAUNSTEIN, Néstor A. et al. Psicología: ideología y ciencia. México D.F. Siglo XXI
Editores S.A., 2001. p. 299.

83
Anna Freud y “La Psicología del Yo y el Problema de la Adaptación” (1939) de Heinz
Hartmann. Tras los bien conocidos resultados de la II Guerra Mundial, Hartmann logró
consolidar sus hipótesis en Estados Unidos, manteniendo algo así como una hegemonía al
interior de este país, tras el exilio que muchos de los psicoanalistas de origen judío hicieron
por la persecución nazi, algunos de los cuales, primero estuvieron en Inglaterra, formando a
su vez la que ha sido conocida como la “Sociedad Psicoanalítica Británica”, que sin
embargo, sufrió en su seno una división entre las seguidoras de Melanie Klein (1882 –
1960), nacida en Viena, de familia judía, y la hija de Sigmund Freud, Anna Freud (1895 –
1982), quien contó con el apoyo de su padre en dicho debate.

El primer encuentro de Anna Freud y Melanie Klein fue en la Sociedad Psicoanalítica de Viena, el 17
de diciembre de 1924. Anna Freud mostró cautela ante la teoría de Melanie Klein. Sin embargo,
comenzó su ataque en la Sociedad Psicoanalítica de Berlín en septiembre de 1927, con una
disertación sobre la técnica del psicoanálisis del niño, Melanie Klein solicitó a Jones que le
organizase un simposium para responder institucionalmente a la crítica de Anna Freud. Más adelante
Waelder la criticó teóricamente en Viena en 1935 y Melanie Klein no pudo enfrentarse al grupo de
Viena en 1937 de manera directa. (Delahanty, 2005) En:
http://www.querencia.psico.edu.uy/revista_nro6/guillermo_delahanty.htm. Página consultada el 29
de junio de 2005.

Pese a esta controversia al interior de la “Escuela Inglesa”, la Psicología del Yo siguió con
su presencia en los Estados Unidos, cuyos conceptos psicoterapéuticos se desarrollaron
como modificaciones específicas de la técnica psicoanalítica, dirigidas a pacientes que no
podían ser tratados bajo los preceptos del psicoanálisis clásico. Sin embargo, y como ha
sido la constante dentro de las disciplinas psicológicas, la psicología del yo se fragmentó
con la aparición de otras corrientes, como la “Psicología del Self”, desarrollada por Kohut,
también en Estados Unidos, dirigida básicamente a trastornos de tipo narcisista, y la
evolución de la “Teoría de las Relaciones Objetales”, y algunos desarrollos de varios neo –
kleinianos. Esta última corriente propende por el establecimiento de una matriz de
transferencia – contratransferencia, construida entre el paciente y el terapeuta. Cabe señalar
que el concepto de contratransferencia es propio de la psicología dinámica, y no pertenece
al acervo teórico del psicoanálisis, ni clásico ni actual.

Ahora bien, por Psicoanálisis Clásico, se entiende la obra de Sigmund Freud, aquella que
evolucionó a lo largo de su carrera, partiendo de una concepción activa de la mente,
heredera de la tradición alemana, surgida de las ideas principales de Leibniz y Kant. Según
Brenann (1999), “[…] A diferencia del empirismo británico, que consideraba pasiva a la
mente, o del sensualismo francés que pensaba que era un constructo innecesario, la
tradición alemana sostenía que la mente genera y estructura la experiencia humana de
formas peculiares. Ya sea mediante la monadología de Leibniz o las categorías kantianas,
la psicología del individuo sólo se entendía examinando la actividad dinámica inherente a
la mente.” (227)

De esta tradición alemana, y su correspondiente concepción de la mente, Freud partió en el


inicio de su obra; de ahí, que uno de sus primeros escritos haya sido Proyecto de psicología
para Neurólogos (1895), aunque sólo se publicó en 1950 de manera póstuma. En dicho

84
texto, Freud concibe al aparato psíquico como un sistema donde constantemente se hacen
descargas de tensión, buscando así la satisfacción que generaría placer. Cuando una tensión
no puede ser descargada, entonces se produce la tensión, y consecuentemente, el displacer.
Esto es lo que ha dado en conocerse como proceso primario.

La característica central y prominente del proceso primario es que las catexis unidas, asociadas, a
las representaciones mentales de los diferentes objetos, son extraordinariamente móviles. De allí que
esas catexis tengan la tendencia de buscar una manera de descarga inmediata, o sea que las diferentes
inclinaciones, impulsos o tendencias persiguen siempre una gratificación impostergable de donde
actúan obedeciendo perentoriamente al principio del placer […] Pero el punto importante de tener
siempre en cuenta es que esta característica de descarga inmediata será la propia del Ello a lo largo
de toda la vida. (Arango, 1964, 116)

Esto corresponde a una idea, según la cual, como lo que se pretende descargar es una
catexis, es decir, una cantidad, lo que en principio rige en el sistema psíquico es
precisamente un principio del placer.

Freud, en la introducción que hace a su obra, Proyecto de psicología, menciona:

El propósito de este proyecto es brindar una psicología de ciencia natural, a saber, presentar
procesos psíquicos como estados cuantitativamente comandados de unas partes materiales
comprobables, y hacerlo de modo que esos procesos se vuelvan intuibles y exentos de contradicción.
El proyecto contiene dos ideas rectoras: [1)] concebir lo que diferencia la actividad del reposo como
una Q sometida a la ley general del movimiento, y 2) suponer como partículas materiales las
neuronas. (Freud S, 1998a, 339)

Se puede apreciar pues, cómo Freud es un fiel heredero, en sus inicios, de la tradición
fisiológica y empírica, que “miraba”, desde el punto de vista de la física, las ciencias del
espíritu. Es pues, una mirada de tipo fisiológica, la primera forma en que Freud intenta dar
cuenta del “aparato psíquico” humano, en vías a explicar el funcionamiento y la estructura
de la mente.

Sin embargo, esta posición frente a los fenómenos psíquicos, extrapolada desde la física, no fue
sostenida por Freud a lo largo de su obra, pasando así a asumir una actitud desde la cual,
constantemente, confrontaba sus ideas, a medida que trataba a sus pacientes, en tanto que “[…]
Como Freud observó, igualar a la mente con la conciencia era «inadecuado», principalmente porque
no se disponían de explicaciones fisiológicas de la experiencia (una razón adecuada para renunciar al
Proyecto) y representaba una renuncia total a la psicología.” (Leahey, 1998, 274)

Además, en lo que atañe al concepto del “yo”, concepto clave en el desarrollo de la


psicología dinámica, Freud no sostuvo una sola posición a lo largo de su obra, sino que,
como señala Hartmann (1978),

La primera concepción de Freud acerca del yo lo define como una organización constantemente
catexiada. En el lenguaje de la fisiología, se trata de un grupo de neuronas, y, si se le caracteriza
psicológicamente, de un grupo de ideas. Encontramos ya en la época del “Proyecto” (1895) los tres
accesos a la psicología que más tarde llamará el acceso topográfico, el dinámico y el económico.
(240-241)

85
Esta concepción del yo, como elemento constitutivo del aparato psíquico, hace parte del
desarrollo de las ideas freudianas, que pasaron de una mirada fisiológica, a otra de carácter
dinámico. Pero cabe señalar que el yo no es un concepto exclusivo del psicoanálisis, y por
tanto, ha sido definido de diversas maneras y desde diversos lugares; además, la psicología
dinámica ha desarrollado su concepto del yo, desde un punto de vista, en el cual Freud,
trata a este mismo concepto como la parte del aparato psíquico encargada de llevar a cabo
las relaciones con la realidad.

En época de Freud, el concepto de yo era utilizado por la ciencia en general, e incluso


ahora, sucede igual. Esto ha permitido que a este concepto se le atribuyan múltiples
significados, diferentes a los que Freud le había otorgado. En este orden de ideas, se
pensaba el yo como el sujeto de la experiencia que lo diferenciaba de los objetos, así como
de las otras personas. En palabras de Hartmann (Ibíd. , 246)

[…] El término “yo” (Ich) se usaba en ese tiempo en la ciencia, y se emplea actualmente tanto fuera
del análisis como en él mismo, con una diversidad de significados, además de aquel en que Freud lo
definió. La expresión indica muy frecuentemente al sujeto de la experiencia para distinguirlo de sus
objetos. También se usa para designar la propia persona frente a otras personas. Para algunos es
sinónimo de lo que Freud denominó el aparato psíquico. Otros llaman “yo” a la conciencia (o a la
“sensación”) de ser sí-mismo. Freud no utiliza la palabra en esta última acepción, es decir, en su
significado fenomenológico; para él la experiencia subjetiva del sí-mismo era una función del yo,
pero no el yo. Tampoco aceptó el significado que mencioné en primer lugar, habitual en
epistemología. La percepción y el pensamiento, según Freud, dependen del yo, pero las actividades
de éste pueden también ser objeto de percepción y de pensamiento. En cuanto algunos otros
significados del término, es evidente que, en un momento o en otro, desempeñaron un papel en el
pensamiento de Freud. El uso ambiguo de este término, especialmente cuando se emplea para
designar no sólo lo que llamamos ahora el “yo como sistema”, sino al mismo tiempo también el sí-
mismo, así como la propia persona, en contraste con otras, influyó en las teorías de Freud sólo más
tarde […]

Como puede apreciarse, la noción de yo está imbricada de matices que no permiten que
haya un consenso en lo que a su definición clara se refiere. Quizá por esto es que para la
psicología del yo como tal, una definición clásica acerca del yo, sería la aportada por
Arango (Ibíd., 123), la cual reza: “[…] Desde el enfoque más estricto de la Psicología del
Yo, éste se define como: algo que se experimenta a sí mismo y que mantiene su identidad a
través de sus continuos cambios.

Ahora bien, la denominada Psicología del Yo, parte de la obra freudiana, pero no se
consolida como La Psicología Dinámica en rigor; más bien, hace parte de los constructos
teóricos en los cuales se basa. Como ya se mencionó, Correa, llama la atención acerca del
hecho de que la llamada escuela inglesa, se enfrentó con Anna Freud, en lo que respecta al
hecho que se consideraba que Melanie Klein y sus seguidores, se estaban apartando del
psicoanálisis clásico. Esto ya es común a lo largo de la historia de la psicología, pero el
psicoanálisis no estuvo exento de tales avatares. Por tanto, se puede afirmar con propiedad,
que la psicología del yo es un producto de la interpretación que algunos postfreudianos
dieron a la obra de Freud.

86
Es necesario entonces, tras la breve aclaración de que la Psicología del Yo, no es la
totalidad de la Psicología Dinámica, comentar lo que para los fundadores de dicha
psicología, entienden como desarrollo del yo.

Desde una perspectiva netamente freudiana, el yo es un subrogado del ello, ya que en el


origen o formación del aparato psíquico, todo era ello; asunto que se trata de manera
diferente en la Psicología del Yo. Desde el punto de vista de la teoría de esta corriente, todo
ser humano, al nacer, no sólo es Ello, como diría Freud, sino, más bien, se da una
coexistencia entre el Yo y el Ello, y que tras un proceso de desarrollo denominado
diferenciación, se estructuran ambos de manera independiente, aunque de forma paralela.
De este desarrollo también se puede colegir que la relación que el Yo tiene con la realidad,
y el enajenamiento que el Ello soporta frente a esta, son productos de éste, es decir,
consecuencias del desarrollo mismo.

Sin embargo, como ya se había enunciado, Freud revisó constantemente sus teorías, y es así
como al final de su creación, se ocupa bastante del concepto del Yo, cambiando, su tesis
inicial que sostenía que en principio todo no era más que Ello. Propiamente Freud, en su
texto Análisis terminable e interminable, publicado originalmente en 1937, afirma:

[…] No hay razón alguna para impugnar la existencia y significatividad de diversidades originarias,
congénitas, del yo. […] Cuando hablamos de «herencia arcaica», solemos pensar únicamente en el
ello y al parecer suponemos que un yo no está todavía presenta al comienzo de la vida singular. Pero
no descuidemos que ello y yo originariamente son uno, y no significa ninguna sobrestimación
mística de la herencia considerar verosímil que el yo todavía no existente tenga ya establecidas las
orientaciones del desarrollo, las tendencias y reacciones que sacará a la luz más tarde. (Freud S,
1998b, 242)

A partir de estas enunciaciones de Freud, los llamados psicólogos del Yo, elaboraron sus
tesis principales, gracias a la interpretación que hacen de las mismas, en tanto, por ejemplo,
autores como Hartmann, Kris y Loewenstein, propugnaron por establecer una psicología
del desarrollo a partir de los procesos de maduración del yo, teniendo como base los
postulados que sobre el Yo, hiciera Freud al final de su obra, tal como se aprecia en la
anterior cita del médico vienés.

Hartmann, en su obra La psicología del yo y el problema de la adaptación (1960),


publicado originalmente en alemán, en el año de 1939, ya empezaba a considerar al
psicoanálisis como una psicología general, que partiera del concepto del yo trabajado por
Freud, teniendo en cuenta el origen del mismo, a partir de los conflictos que dicha instancia
psíquica enfrenta con el Ello y el Superyó:

[…] Debemos conocer que aunque el Yo se desarrolla a partir de los conflictos, no son estos las
únicas raíces de su desarrollo. Esperamos que el psicoanálisis llegue a ser una psicología general del
desarrollo; entonces, se tomarán en cuenta estas otras raíces de la formación del Yo, y se volverán a
analizar con sus propios métodos y punto de vista, los resultados obtenidos en estas áreas por la
psicología no analítica. (Hartmann, 1960, 15)

87
Posteriormente, Hartmann (1978, 113), da cuenta del avance de su teoría, enunciando el
desarrollo del Yo a partir de tres factores básicos, los cuales a su vez se relacionan con el
proceso de maduración y de aprendizaje por los que pasa todo ser humano.

Llegamos a ver el desarrollo del yo como una resultante de tres grupos de factores: las características
hereditarias del yo (y sus interacciones), las influencias de los impulsos instintivos y las influencias
de la realidad exterior. Con respecto al desarrollo y al crecimiento de las características autónomas
del yo, podemos dar por supuesto que se produjeron como resultado de la experiencia (aprendizaje),
pero en parte también de la maduración, paralelo al supuesto más familiar en el análisis de que los
procesos de maduración intervienen en el desarrollo de los impulsos sexuales (por ejemplo, en la
secuencia de las organizaciones libidinales), y de un modo un tanto diferente también en el desarrollo
de la agresión ( Hartmann, Kris y Loewenstein, 1949)

Ahora bien, se deben aclarar términos tales como sí – mismo y personalidad, en aras de una
apreciación conceptual que permita establecer diferencias básicas entre estos y el concepto
de yo.

Para Hartmann, y es de suponer para la mayoría de los psicólogos del yo, el sí – mismo es
equivalente a la propia persona, y en esta vía, el yo el ello y el superyó, son componentes
estructurales de lo que es el sí – mismo. Lo anterior, en virtud al narcisismo, ya que cada
componente de esta estructura, posee elementos de éste. Para los psicólogos de esta
corriente: “[…] al hablar de la catexia * del sí-mismo no damos a entender si esa catexia
está situada en el ello, el yo o el superyó. Esta formulación toma en cuenta que en
realidad encontramos “narcisismo” en los tres sistemas psíquicos; pero en todos estos
casos hay oposición a la catexia objetual […] Por eso debe ponerse en claro si definimos
el narcisismo como la catexia libidinal no del yo, sino del sí-mismo.” (Hartmann, Ibíd.,
119)

Freud, trabajó el concepto de yo, de forma ambigua, pues en ocasiones daba a entender, con
este término, bien la propia persona o bien el sí-mismo. De aquí, se deriva que Hartmann
haga la claridad de establecer, diferencialmente, a qué se refiere con yo y con sí-mismo.

Lo importante, es establecer la relación que guarda la psicología del yo, con los constructos
teóricos freudianos, y entender el porqué, estos psicólogos tomaron esta orientación, no
sólo teórica, sino también clínica. Es probable que hayan tomado al pie de la letra el
aforismo de Freud, cuando en la 31a de las Nuevas conferencias de introducción al
psicoanálisis, titulada “La descomposición de la personalidad psíquica”, afirmó que “[…]
su propósito es fortalecer el yo, hacerlo más independiente del superyó, ensanchar su
campo de percepción y ampliar su organización de manera que pueda apropiarse de nuevos
fragmentos del ello. Donde Ello era, Yo debo devenir” (Freud S, 1998c, 74)

Es de resaltar también la obra llevada a cabo por Anna Freud, quien con su texto El yo y los
mecanismos de defensa (1984), amplió la base teórica de lo que posteriormente, se
conocería como la psicología americana del yo. Anna Freud, consideró que el objeto de
*
El término de catexia, tiene la misma acepción que catexis para Arango en una cita anterior.

88
estudio del psicoanálisis es el yo, pues su base teórica “[…] construida sobre base
empírica, la teoría psicoanalítica fue, ante todo, una psicología del inconsciente o —según
la expresión de la actualidad— del ello. Pero, aplicada a la terapéutica psicoanalítica, tal
definición pierde su exacto significado. Desde un principio, su objeto fue el yo y sus
perturbaciones; la investigación del ello y sus diversas maneras de actuar siempre
constituyeron sólo el medio para lograr aquel fin. Y este ha sido invariablemente el
mismo: la extirpación de estos trastornos y el restablecimiento de la integridad del yo.”
(Freud A, 1984, 14)

De lo anterior se deduce que para Anna Freud, el yo se constituye en la piedra angular


desde la cual estructura toda su teoría en tanto el anteriormente citado aforismo de Freud,
aquel que pugnaba por hacer consciente lo inconsciente.

Así, en el apartado de su obra El yo y los mecanismos de defensa, denominado El yo como


observador, afirma: “[…] el yo constituye el terreno apropiado, sobre el cual debemos
dirigir constantemente nuestra observación. Es, por expresarnos así, la vía por donde
buscamos capturar una imagen de las otras dos instancias” (Ibíd., 16)

Sin embargo, esta obra de Anna Freud se centra en los mecanismos de defensa propios de
éste, los mismos que ya podían ser elucidados en la obra de su padre, Sigmund. De esta
reconstrucción teórica a partir de la obra de su padre, Anna consolida una base
epistemológica fuerte, desde la cual se plantearon los posteriores postulados técnicos y
psicoterapéuticos en lo que se apoyaron los llamados psicólogos del yo.

Además, tras los postulados básicos de Anna Freud, las escuelas psicodinámicas, conciben
al yo como algo móvil, dinámico. Según Arango (Ibid., 127-128):

La psicología del Yo, lo mismo que las demás escuelas psicodinámicas, comprende que el Yo no es
algo estático sino por el contrario, algo esencialmente móvil y dinámico. Por lo tanto, siendo el Yo
un caudal de contenidos, este Yo podrá aumentar o disminuir, aumentando o disminuyendo la
cantidad de sus contenidos por medio de la inclusión, o exclusión, de fenómenos tanto corporales
como mentales. Cuando se logra un incremento de los contenidos del Yo, los fenómenos que no
estaban previamente incluidos dentro de él por pertenecer a otros territorios mentales como, por
ejemplo, determinados pensamientos, ideas, tendencias, áreas corporales, etc., al ser incorporados al
Yo se dice que son egotizados. Por egotización entendemos, pues, el hecho de que tales contenidos,
tales fenómenos, son investidos con sentimientos del Yo, con catexis pertenecientes a ese Yo. De
manera inversa, estas catexis del yo pueden ser retiradas de tales contenidos y fenómenos y,
entonces, dejando de pertenecer al Yo, se dice que han sido de-egotizados.

De esta manera, se puede apreciar cómo es que la psicología del yo, asume a esta instancia
psíquica como la principal fuente de su quehacer. En otras palabras, para la psicología del
yo, el yo se constituye en su objeto de estudio, a través de la consideración de sus
mecanismos de defensa, y de las propiedades que posee en tanto medio de adaptación a la
realidad. Lo anterior, se fundamenta en una “lectura” de la obra freudiana llevada a cabo
por personalidades tales como Heinz Hartmann y Anna Freud.

Para Miller (2003, p.11):

89
[…] La egopsychology tiene en cuenta e incluso repite, ciegamente, las proposiciones de Freud,
como que el ego es una parte diferenciada del yo, y se plantea como misión diferenciar plenamente el
ego del ello en una personalidad en las que ambos permanecen pegados. […]
Esto está articulado con una lectura de la obra de Freud, que justifica el esfuerzo de construir esa
ortodoxia que ha revelado ser poderosa y estable durante mucho tiempo, una lectura que subraya que
Freud empezó explorando el ello, sin saber todavía darle su nombre. Ahí es donde sitúan los
principios de la obra freudiana —la primera tópica, las obras fundamentales en las que se basará
Lacan para empezar su camino—, todo eso se lee en la egopsychology como una exploración del
ello. Sólo en un segundo tiempo, observan, Freud aisló el ego como función que asegura la relación
del individuo con el mundo exterior, con la realidad exterior. Es esta realidad exterior —y, en
especial, exterior al ello, desexualizada— lo que constituye la referencia de la operación analítica.

La anterior cita de Jacques-Alain Miller, pone en evidencia las diferencias, tanto teóricas
como clínicas, entre los psicoanalistas lacanianos y los denominados psicólogos del yo,
aunque ambos compartan en la obra freudiana varios elementos epistemológicos y clínicos,
pero a su vez, demuestra la gran variedad de corrientes en lo que ha sido llamado el
movimiento psicoanalítico, que empezó, obviamente, con la obra de Sigmund Freud. No
en vano, el artículo de Miller se titula Un medio maleable, haciendo referencia a que “La
creciente diferenciación que conoció el psicoanálisis desde la muerte de Freud, por lo
tanto desde hace medio siglo, no deja de incidir en nuestra propia práctica del
psicoanálisis. En primer lugar porque la misma dinámica de dicha diferenciación tiende —
hemos visto indicios, pródromos— a reincluir a Lacan, su enseñanza, al menos pedazos de
su enseñanza, en el movimiento psicoanalítico mayoritario, pero sobre todo porque
obligará a los adeptos de la práctica lacaniana a redefinir los principios de su práctica en
el seno de este conjunto caótico, en dispersión, que todavía se llama el movimiento
psicoanalítico.” (Ibid., 7-8)

Para resaltar la predominancia del concepto del yo en las tesis de Anna Freud, cabe señalar
cómo concebía ella al yo, desde un punto de vista que trata esta instancia psíquica, como
aquella que tiene la cualidad de observar al ello y, a partir de esta observación, el paciente
adquiere la capacidad de entender el sentido de su propia enfermedad; lo que se podría
entonces denominar como la capacidad de autoobservación.

Como instancia psíquica, el yo para Anna Freud, en lo que atañe a la labor analítica, se
define en los siguientes términos:

[…] El yo funciona como aliado del analista en tanto ejerce la autoobservación arriba señalada,
poniendo su capacidad al servicio del análisis y, a través de los derivados inconscientes llegados a su
territorio, procura una visión de las otras instancias. El yo funciona como adversario del análisis en
tanto en dicha autoobservación se conduce con parcialidad e inseguridad, y mientras al paso que
registra y transmite con fidelidad determinados hechos, falsifica y rechaza otros, escudándose contra
su manifestación: de esta suerte contraría la exploración analítica, empeñada en ver todo cuanto
surge, sin discriminación alguna. Finalmente, el mismo yo es objeto del análisis en tanto sus
mecanismos de defensa, que emplea permanentemente, funcionan de modo inconsciente y sólo a
través de un trabajosos esfuerzo —muy semejante al requerido por la actividad inconsciente de
cualquiera de los impulsos instintivos prohibidos— son susceptibles de ser llevados al conocimiento
de la conciencia. (1984, ¿?

90
En este punto, cabe resaltar que Sigmund Freud trabajó el concepto del yo en varios
momentos de su obra, y, según Lacan, para quien el término yo equivale al ego, este
concepto es imposible de comprender en su totalidad. De esta manera, afirma:

Estamos aquí para ver qué significa la evocación de la noción de ego de punta a punta de la obra de
Freud. Es imposible comprender lo que representa esta noción, tal como empezó a surgir en los
trabajos de 1920, en los estudios sobre la psicología del grupo y Das ich und das Es, si se empieza
mezclando todo en una suma general con el pretexto de que se trata de aprehender una cierta
vertiente del psiquismo. El ego, en la obra de Freud, no es en absoluto esto. Cumple un papel
funcional vinculado a necesidades técnicas. (Lacan, 1983, 45)

Así entonces, los psicólogos del yo intentan hacer claridad sobre esta noción del ego, tal
como lo indica Lacan en la cita anterior. A esta claridad es que apunta la “lectura” que de
Freud hicieron. Sin embargo, el mismo Lacan más adelante señala: “[…] No podemos
decir que lleguen a una formulación totalmente satisfactoria, pero investigan en este
sentido y plantean principios teóricos que implican aplicaciones técnicas muy importantes
que, según ellos, no se habían percibido. […] Creo que en ellos se evidencia un fracaso
muy significativo, que debe sernos instructivo.” De esto último se desprende el porqué la
psicología del yo, no comparte los postulados básicos del psicoanálisis en lo que a objetivos
terapéuticos se refiere, en tanto para la egopsychology, el yo debe actuar como el adaptador
del sujeto a la realidad.

Además, “La noción de yo vio la luz hacia finales del siglo XVI y comienzos del siglo
XVII. En relación con esta concepción, Freud aporta un descentramiento: el sujeto no es el
individuo, que es lo que significa la expresión de Rimbaud: yo es otro.” (Correa, Op. Cit.,
72.)

Retomando la noción de adaptación a la realidad, elaborada principalmente por Hartmann,


en su texto La psicología del Yo y el problema de la adaptación (1937), publicada
originalmente en alemán, es asumida en lo que Miller llama el “sujeto-supuesto-realidad”,
para Hartmann, en tanto asume al yo —léase ego—, como el controlador motriz, el
organizador, el que lleva a cabo la prueba de realidad, el inhibidor de pulsiones, el
autorregulador del organismo individual, el coordinador que integra, el que tiene la facultad
de síntesis. Todo esto, con base en su postulado de la existencia de un área libre de
conflicto en el yo.

De este modo, Hartmann (1960, 17), al respecto, afirma:

[…] Propongo que adoptemos el término provisional de área sin conflicto del Yo, para aquel conjunto
de funciones que, en un momento determinado, tienen efecto fuera del campo de los conflictos
mentales. No deseo ser malentendido: no me refiero a una provincia de la mente, cuyo desarrollo está
en principio inmune a los conflictos, sino más bien a aquellos procesos, que en un individuo dado,
permanecen empíricamente fuera de la esfera del conflicto mental.

Así, Hartmann reconoce que el desarrollo del yo está marcado por el conflicto suscitado
entre las tres instancias psíquicas, pero afirma que un área del yo está por fuera de dicho

91
conflicto, según las circunstancias o momentos de vida del individuo. Cabe resaltar acá
que, como afirmaba Correa, el Individuo no es el Sujeto, y el Yo es otro, para señalar la
discrepancia entre la psicología del Yo y el psicoanálisis. No obstante, el desarrollo de la
noción de un área sin conflicto del yo, es, para Hartmann, la base sobre la cual el
psicoanálisis irá convirtiéndose en una psicología general, lo que es inadmisible para
aquellos que retoman la enseñanza de Lacan, en tanto, como subraya Miller: “[…] De ahí
la tesis, exactamente opuesta a lo que Lacan defenderá, de que el psicoanálisis está
destinado a convertirse en una psicología general, es decir, a proponer una teoría analítica
de lo normal. Lo que se ha dado es una perspectiva analítica sobre el sujeto
psicológicamente normal.” (Op. Cit., 12)

Lo anterior, en virtud a que plantear la existencia de un área sin conflicto en el yo, es


plantear la existencia, verbigracia, de un sujeto normal, a lo que los psicólogos del yo,
invitan al psicoanálisis a ocuparse.

Gracias a esto, Hartmann postula que la labor terapéutica del psicoanálisis, debe integrar
tanto los conflictos centrales del yo, como su área no conflictiva, pues: “[…] Creemos que
para comprender plenamente la neurosis y su etiología, tenemos que comprender también
la etiología de la salud […] Del mismo modo, la consideración de esas dependencias
recíprocas que encontramos entre la esfera conflictiva del yo y la no conflictiva camina en
esa misma dirección. El que ningún concepto de la fuerza del yo, ningún concepto de la
salud mental, sea satisfactorio si no toma en consideración el funcionamiento no
conflictivo así como los conflictos centrales, influye también en nuestra técnica en la
medida en que ayuda a definir más precisamente las finalidades de la terapia
psicoanalítica.” (Hartmann, 1978, 133)

Así, la psicología del yo se presta a la tarea de elucidar las relaciones entre los conflictos y
la mencionada área sin conflicto del yo, o en otras palabras, las relaciones entre los
conflictos y la adaptación, en tanto los primeros estarían muchas veces al servicio de la
segunda. Es decir, la adaptación sería el resultado de que el yo posee un área eximida del
conflicto, que le permite al individuo estar bien adaptado a las contingencias de la realidad.
Según Hartmann: “Hablando en términos generales, podemos decir que un hombre está
bien adaptado si su productividad, su habilidad para disfrutar de la vida y su equilibrio
mental no están trastornados.” (1960, 36)

Yendo más allá en la noción de adaptación, ésta no es exclusiva del hombre, ni la hace de
una forma única; más bien se trata de unos procesos ejecutados según sean las
circunstancias, donde es el yo el encargado de “decidir” cuál es el más apropiado. Ya que
no solamente el ser humano se adapta a su ambiente, se pensaría entonces que el tema de la
adaptación es tema de otras ciencias, como la biología y la sociología, en tanto, la
adaptación de un individuo en particular, puede afectar la permanencia de la especie, pero
sí es el hombre el único organismo capaz de ejecutar una adaptación aloplástica.
El término aloplastia, según el Diccionario de Psicología de Friedrich Dorsch, (2002),
designa: “[…] aquella forma de elaboración (malograda) de la realidad en la que el «mundo

92
propio» queda destruido, y mediante la «objetivización de la libido» se produce la
adaptación al entorno.” (25)

La aloplastia o lo aloplástico, es opuesto a la autoplastia o autoplástico, que según el


anterior autor, significa: “[…] aquella reelaboración de la realidad que rechaza el mundo
exterior y lo substituye por un mundo subjetivo. En la autoplastia cuenta sólo el propio
sujeto”. (Ibid., 76)

También, Jean Laplanche y Jean-Bertrand Pontalis, en su Diccionario de Psicoanálisis,


definen estos términos, como: “Términos que califican dos tipos de reacción o de
adaptación, el primero de los cuales [autoplástico] consiste en una modificación del
organismo solo, y el segundo [aloplástico] en una modificación del medio ambiente.”
(Laplanche y Pontalis, 1974, 44)

De este mismo diccionario, se extrae el siguiente cuadro: (Ibid., p. 45)

OPERACIONES

Autoplásticas Aloplásticas

Concretas…. Fisiológicas Acciones materiales


Simbólicas… Actividad mental, consciente Comunicaciones, lenguajes
e inconsciente

Según los autores de los anteriormente citados diccionarios, estos términos son utilizados
en psicoanálisis para dar cuenta de las variadas reacciones que tiene un sujeto frente a una
situación determinada, aunque obviamente, esto lo trabajó Freud de manera superficial, es
decir, consideró que estas reacciones eran comunes a casi todo organismo vivo. En otras
palabras, son asuntos más propios de la biología o de la fisiología que del psicoanálisis. Sin
embargo, los psicólogos del yo toman en cuenta estos procesos, ya que consideraron al yo
como el órgano encargado de la organización motriz, de la inhibición de las pulsiones, en
fin, como el regente del ser humano en todo lo que toca con la relación que establece con la
realidad.

Este llamado a que el psicoanálisis se encargue de estos asuntos, va en dirección a la


pretensión de la egopsychology de que el primero se convierta en una psicología general,
asumiendo de igual manera eso que llaman realidad.

En palabras de Hartmann, el yo es “[…] el órgano específico de la adaptación, es decir,


para el aprendizaje de los medios que satisfacen y controlan los impulsos instintivos”
(Hartmann, 1960, 74)

93
Como ya es común en el desarrollo de las ideas psicológicas y también psicoanalíticas, no
existe un consenso, sino algo más parecido a una Torre de Babel. Es así como Miller, en el
artículo antes citado, crea un esquema teniendo en cuenta los símbolos empleados por
Lacan para dar cuenta del tipo de relación y de posición que ocupa el sujeto en la lógica de
la psicología del yo:

I R

Para lo que concierne al tema de la realidad, Miller ubica en la R de su esquema a la


psicología del yo, en tanto la R representa a la realidad, asunto que llamó el interés de
Hartmann, en virtud a un artículo suyo, llamado “Nota sobre el principio de realidad”,
fechado en 1956.

Para Miller (Op. Cit, 10):

En R, que no es la R mayúscula de Margaret Little, pongo a Heinz Hartmann, el fénix, el oráculo


de la egopsychology, con toda la frescura de la ortodoxia que en aquel momento estaba establecida
para los próximos veinte años —en los Estados Unidos, más— en un texto que a su manera es
inaugural. Hoy día, esta ortodoxia no ha sido invalidada, sino reformulada, enriquecida.

Esta R mayúscula es la inicial de la palabra realidad, la palabra clave de la egopsychology, tomada


de una lectura sumaria del principio de realidad freudiano, que Hartmann destacó especialmente,
puesto que le consagró un artículo titulado “Nota sobre el principio de realidad”, en 1956, y que sitúa
muy bien la posición del analista en la cura, es decir, el modo en que se estructura la experiencia en
la egopsychology, en la que se da como misión al analista representar el principio de realidad,
mientras que el paciente está librado a todos los avatares del principio de placer. Simplificando, la
finalidad de la cura en la egopsychology, es llevar a cabo la sustitución del principio de placer por el
principio de realidad. Esta sustitución, nosotros la escribimos como una metáfora.

PR
PP

A modo de conclusión, la psicología del yo pugna por aislar y diferenciar al yo del ello,
fortificarlo en tanto este es un organizador motriz y psicológico; además, a la par de ser el
organizador, el yo, en esta corriente psicológica, es el eje desde el cual el individuo humano
se desarrolla. En otras palabras, en consonancia con Hartmann, y con Freud, Spitz y
Cobliner, en su obra El primer año de vida del niño (1965), publicado originariamente en
inglés, traducido al español en 1969, afirma:

[…] Considero básicamente, al neonato como una totalidad en muchos aspectos indiferenciada.
Diversas funciones, estructuras, y hasta impulsos instintivos se irán diferenciando progresivamente

94
de esa totalidad. Esta diferenciación se inicia como resultado de dos procesos distintos.
Denominamos como Hartman, (sic.) Kris y Lowenstein (1946) a uno de esos procesos maduración y
al otro desarrollo, y lo definimos como sigue:
Maduración: es el despliegue de las funciones de la especie, producto de la evolución filogenética
y, por tanto, innatas, que emergen en el trascurso del desarrollo embrionario o que se trasmiten, tras
el nacimiento, como Anlage*, poniéndose de manifiesto en las etapas posteriores de la vida.
Desarrollo: la aparición de formas, de función y de conducta que son el resultado de intercambios
entre el organismo, de una parte, y el medio interno y externo de la otra. Se designa muchas veces al
desarrollo como “crecimiento”, un término que no utilizaremos porque da pie a confusiones. (Spitz,
1969, 18)

Se podría entonces considerar que Spitz asume al neonato como un Anlage, dada la
particular indiferenciación en la que nace un bebé.

Sin embargo, el mismo Hartmann postula que llevar a cabo una investigación profunda
acerca del desarrollo es una tarea harto complicada, en virtud a que lo que se sabe de un
sujeto cuando era niño, sólo se obtiene cuando éste es adulto, en tanto el niño no tiene
desde el principio la facultad de usar el lenguaje hablado, tal como lo hace una persona
adulta, y en esto está en concordancia con las ideas de Sigmund Freud. A propósito,
comenta Hartmann:

Hace años se quejaba Freud de que la observación directa del niño por los psicólogos era con
frecuencia discutible, porque describían fenómenos no comprendidos realmente en sus relaciones y
en su impacto dinámico, mientras que, por otra parte, las conclusiones acerca de la infancia, que
hemos alcanzado sobre la base del análisis de adultos, tienen la desventaja de que llegamos a ellas
sólo a través de un sistema complicado de reconstrucciones y a través de muchos rodeos del
pensamiento. Este abismo puede llenarse en parte, pero no por completo, mediante el psicoanálisis
infantil. Por tanto, la combinación de la observación directa longitudinal, desde la primera infancia
en adelante, con los datos reconstructivos aportados por el análisis, es de importancia primordial.
Pero este doble acceso se ha hecho posible solamente como consecuencia del trabajo psicoanalítico
sistemático sobre la psicología del yo o de la psicología estructural en general, que nos proporciona
el marco de referencia indispensable y los instrumentos necesarios para una colaboración fructífera.
(1978, 95)

Pero si se retoman las ideas de Spitz, elaboradas en el texto antes señalado, se aprecia cómo
él considera que no obstante el neonato es algo así como una Anlage, indiferenciada, con
ausencia de los mecanismos de defensa que tan importante papel cumplen en el desarrollo y
adaptación, sí “pueden detectarse indicios de sus prototipos, de forma más fisiológica que
psicológica.” (Spitz y Cobliner, 1969, 18)

Es así como se encuentra una correspondencia entre las ideas de Spitz y las de Jean Piaget,
quien en su texto Seis estudios de psicología (1985), plantea para el caso de la inteligencia,
dos factores que intervienen en ella, a saber, la estructura y la génesis. Por estructura,
Piaget la concibe en los siguientes términos: “[…] Definiré la estructura de la forma más
*
Anlaje. (del al. ánlage, fundación, bosquejo, esbozo; de an, sobre, y liegen, yacer, estar tendido). m. Tecnol.
Fundación o base de un desarrollo subsiguiente; rudimento. || Biol. Primera acumulación de células en un
embrión, que constituye el comienzo del desarrollo de una parte u órgano.
Enciclopedia Universal Sopena. Tomo1. Editorial Ramón Sopena, S.A. Barcelona, 1982

95
amplia como un sistema que ofrece leyes o propiedades de totalidad, en tanto que sistema.
Estas leyes de totalidad son, por consiguiente, distintas a las leyes o las propiedades de los
propios elementos del sistema. […] La noción de estructura no se confunde, en efecto, con
cualquier tipo de totalidad y no equivale a decir simplemente que todo depende de todo, tal
como hace Bichat en su teoría del organismo.” (Piaget, 1985, 205)

Y Piaget cobra interés para la psicología del yo, en tanto establece una teoría acerca del
desarrollo que se asemeja en varios puntos con las ideas de Spitz. El punto de mayor
convergencia es quizás aquel desarrollado por Piaget, que trata acerca de la búsqueda del
equilibrio por parte del niño, desde sus primeros meses de vida. A este respecto, Cobliner,
autor del apéndice del libro “El primer año de vida del niño”, hace un comentario que
compara las ideas de Spitz con las de Piaget, donde el primero abarca una serie de
fenómenos más amplia que el segundo. Así:

Las proposiciones de Spitz abarcan los efectos acumulativos secuenciales de logros dados;
consideran el asincronismo de los logros en las diversas líneas del desarrollo como resultado del
equilibrio desarrollativo. Por último, Spitz establece requisitos conceptuales para la detención,
retraso o fracaso en el despliegue; estas tres circunstancias están ausentes de modo virtual en el
esquema conceptual de Piaget.
Este da por supuesto que el progreso de una etapa a otra y dentro de cada etapa está determinado,
no sólo por los tres factores clásicos —la herencia (maduración), lo físico (externo o interno), el
medio, la influencia social— sino por un cuarto elemento, a saber: el equilibrio. Este último, se dice,
es una tendencia inherente del organismo que se esfuerza por establecer un equilibrio cada vez más
móvil y estable de las fuerzas orgánicas y de la psique. […]
Piaget cree que la tendencia hacia una mayor complejidad, hacia una diferenciación e integración,
ejemplificadas en las etapas, es un fenómeno inmutable, teleológico y finalístico. La tendencia se
expresa mejor con el término “equilibrio activo y dinámico, característico de la vida” (1956).
El psicoanálisis contiene las simientes de una idea semejante para el equilibrio, por lo que a la
especie humana se refiere. Ha de encontrarse en las aspiraciones a largo plazo de los impulsos
instintuales. Freud y la teoría psicoanalítica clásica sostienen que Eros, el impulso instintual sexual,
enteramente aparte de su función específica en el apareamiento y en la reproducción, está tras la
tendencia de la vida humana que construye, que integra, que organiza, que vincula y sintetiza. Se
hace evidente en las relaciones de objeto (sociales), en los procesos mentales, en los esfuerzos
creativos y hasta en la vida comunal. (233)

Aquí se evidencia las relaciones que se entablan entre la psicología del yo, la psicología
genética de Piaget, y algunas ideas del psicoanálisis, por lo que vale la pena mencionar que
las ideas de Piaget son tenidas en cuenta en la noción de desarrollo. En este sentido,
Cobliner resalta la idea que acerca del equilibrio es desarrollada por Piaget.

Las fuerzas impulsoras del avance, del despliegue psíquico y la integración provienen de una
diversidad de elementos de dentro y fuera del organismo. Entre las fuerzas interiores, la más
destacada es la tendencia ubicua hacia el equilibrio.
Esas fuerzas impulsoras son canalizadas progresivamente en ciertas direcciones y ejercen su efecto
por medio de mecanismos gemelos —o procesos— de asimilación y acomodación. Según Piaget,
esos dos mecanismos son en realidad los dispositivos primarios de la tendencia adaptativa. (Op. Cit.,
235)

96
En este punto, resalta también la idea de adaptación que es común, tanto para la psicología
del yo como para la psicología genética desarrollada por Piaget.

No obstante, el proceso de desarrollo trabajado desde ambos lugares —la psicología del yo
y la psicología genética—, atraviesa por periodos o momentos críticos, en los cuales se
pone de manifiesto que la noción de desarrollo, con sus corolarios de adaptación y
equilibrio, son bastante ideales, aunque los autores Spitz y Cobliner parecen percatarse de
ello, aunque de forma que lo hacen aparecer como necesario —incluso sano— para un
óptimo desarrollo. De esta forma, escriben Spitz y Cobliner:

Independientemente de mis propias investigaciones, la existencia de periodos críticos en el


trascurso del desarrollo han sido confirmados por el trabajo de Scott y Marston (1950) con la ayuda
de la experimentación en animales. Creo que Glover fue el primero de los psicoanalistas que
introdujo el concepto de las “fases críticas”. Aplicó este concepto a las vicisitudes de los impulsos en
la vida instintual del adulto. Posteriormente Bowlby (1953) aplicó esta proposición al organismo en
crecimiento.
Mis observaciones muestran que durante esos periodos críticos las corrientes del desarrollo se
integrarán unas con otras en varios sectores de la personalidad, así como con las funciones y
capacidades emergentes que resultan de los procesos de maduración. El producto de esta acción
integradora es una reestructuración del sistema psíquico en un nivel de complejidad superior. Dicha
integración es proceso delicado y vulnerable que, de tener éxito, lleva a lo que yo llamo un
“organizador” de la psique. (Ibid., 96-97)

Aparejado con el concepto de las “fases críticas”, está anudada la noción de frustración
elaborada por Spitz, en virtud a que tanto la frustración, como su correspondientemente
opuesta, la noción de consentimiento, pueden llegar a ser equivalentes al paso por una fase
crítica. De lo anterior, Spitz menciona: “[…] privar al infante del afecto de displacer,
durante el trascurso del primer año de vida, es tan dañino como privarle del afecto del
placer. El papel de ambos es de igual importancia en la formación del aparato psíquico y
de la personalidad. Dejar inactivo a cualquiera de estos afectos trastorna el equilibrio del
desarrollo. Esta es la razón de que lleve a resultados tan deplorables educar a los niños de
acuerdo con la doctrina de un consentimiento incondicional. La importancia de la
frustración para el progreso del desarrollo no puede ser sobreestimada, sin embargo;
después de todo la naturaleza misma lo impone” (Ibid., 115-116)

Spitz, yendo más allá en su concepto de la frustración, aclara algo:

Cuando hablo de la frustración, no quiero decir con eso que sea partidario de pegar a los niños; me
refiero a esas frustraciones que vienen naturalmente al criar a un infante y que sólo pueden ser
evitadas con una tolerancia nada razonable. Al tratar con esas frustraciones reiteradas, el infante
logra una proporción creciente de independencia en el curso de los seis primeros meses y se torna
crecientemente activo en sus relaciones con el mundo exterior, animado e inanimado. (Ibid., 117)

Como hasta ahora se han planteado variados conceptos que abarcan el andamiaje teórico de
la Psicología Dinámica, es claro que ésta se compone de diversos elementos y que no
necesariamente, responden a una única teoría.

97
Es así, como para la Psicología Dinámica cobra relevancia la Teoría de las Relaciones
Objetales o Relaciones de Objeto, aquellas que se instauran dentro del marco del propio
desarrollo y maduración, tanto del niño como del yo. Dichas Relaciones de Objeto,
comienzan con la “aparición del precursor del objeto libidinal”. Tal precursor es
identificado por Spitz en el momento en que el niño sonríe ante un rostro humano,
aproximadamente durante el tercer mes de vida. A este respecto escribe:

En el tercer mes de vida se produce un cambio. […]


El indicador del cambio que se presenta en el tercer mes de vida es la respuesta de sonrisa del
infante. Si a esta edad le presentamos nuestro rostro directamente, en cualquier género de
movimiento, responderá con una sonrisa. No se trata de la reacción a un individuo específico, sino a
un objeto percibido con atributos gestálticos. La configuración específica se compone de dos ojos,
nariz, frente, y ha de estar en movimiento.
[…]
El objeto gestáltico percibido, provocador de esta respuesta afectiva [sonrisa], es la constante en esta
reacción. Los individuos que presentan este objeto gestáltico percibido son intercambiables. Por eso
he aducido que no se trata de un verdadero objeto sino de un precursor del objeto libidinal; por lo
tanto, esta relación no es aún una verdadera relación de objeto, sino una prefase de las relaciones de
objeto, a partir de la cual se irán ahora desenvolviendo progresivamente relaciones de objeto
verdaderas. (Spitz, 1980, 10-11)

De esta manera, Spitz toma un evento fenomenológico como la corroboración de sus ideas,
a partir de la investigación – observación de numerosos niños durante un periodo cercano a
los veinticinco años. La observancia de la aparición de esta sonrisa, es dilucidada por Spitz
como el precursor de las posteriores Relaciones de Objeto, permanentes ya en todo el
trascurso de la vida del individuo. Y dependerá pues de la “normalidad” de estas
relaciones, la propia “normalidad del niño”. En otras palabras, Spitz entiende la
“normalidad”, como el estadio al que debe llegar el niño, tras el establecimiento de las
relaciones objetales normales:

Empecemos diciendo que el niño normal es de apariencia sana, activo, dando en conjunto la
impresión de ser feliz, y da a sus padres pocos motivos de preocupación. Come bien, duerme bien,
crece como corresponde, su peso aumenta de modo regular, así como su talla, y de mes en mes se
vuelve más listo y más activo, siendo cada vez más un ser humano. Emocionalmente disfruta con sus
padres y con su medio más y más y, viceversa, sus padres y su medio disfrutan cada vez más de él.
Estas palabras tan vulgares prueban que no hay nada tan difícil de describir como la normalidad.
No obstante, la última afirmación nos acerca al criterio psicoanalista. Que los padres disfruten con el
niño y que el niño disfrute con los padres es una descripción en términos profanos de las relaciones
de objeto. (Spitz, 1969, 152)

Entonces, a partir de este primer precursor de objeto libidinal, Spitz plantea que la psique
del infante se va organizando, precisamente en virtud a la aparición o desarrollo de una
serie de organizadores. Tales organizadores constituyen el estadio final al que debe
conducir el desarrollo del yo, tal es el de la separación entre consciente e inconsciente, o en
otras palabras, entre le yo y el ello, saliendo del periodo de indiferenciación, o matriz
indiferenciada a la que estos psicólogos del yo hacen alusión. Más explícitamente, la
aparición de la sonrisa, es el indicador del establecimiento del principio de realidad, en

98
oposición al principio de placer, o sea, al proceso primario, tal como lo señalaba Arango
(1964).

Para Spitz, la aparición de la sonrisa es una prueba de que la psique está empezando a
organizar o estructurar. Spitz lo resalta en los siguientes términos:

[…] Recapitulemos lo que esto significa en materia de organización:


1. El infante pasa de la sensación interior a la percepción exterior; de la recepción cenestésica a la
percepción diacrítica.
2. Empieza la comprobación de la realidad.
3. Se dejan huellas mnémicas que quedan disponibles.
4. Empiezan y pueden ser vistas las relaciones de objeto dirigidas.
Estos hechos son demostrables experimentalmente y observables con facilidad. Si los consideramos
desde el punto de vista de lo que he llamado las proposiciones sistemáticas del psicoanálisis, podemos
considerarlos como manifestaciones de:
a) la división topográfica del aparato psíquico en una parte consciente y una inconsciente,
b) el establecimiento de una diferenciación entre yo y ello a partir de la fase de no diferenciación;
dicho de otro modo, la formación de la estructura psíquica,
c) como el primer ejemplo del funcionamiento del proceso mental que, según la hipótesis de
Freud, consiste en el desplazamiento de catexia (sic.) a lo largo de huellas mnémicas. (Spitz, 1980, 14-
15)

En resumen, lo que connota la aparición de la sonrisa, para la organización psíquica, es que


ella determina un momento decisivo en el desarrollo del infante. Tras esto, Spitz define y
aclara la función de cada uno de los demás organizadores. Después de este primer
organizador, Spitz se refiere a la “angustia del octavo mes”, nombrada como el segundo
organizador, caracterizado por la apropiación, por parte del infante, de las prohibiciones y
órdenes, así como gestos sociales tales como estrechar las manos. La angustia da cuenta de
que las relaciones sociales se están haciendo cada vez más complejas, mientras que el niño
las va entendiendo así. Lo anterior denota una mejor diferenciación entre lo interior y lo
exterior, es decir, las relaciones entre las cosas, aún cuando el niño no haya desarrollado
completamente la locomoción. La preferencia por algún juguete en particular y
manifestaciones emocionales como la rabia, la envidia y los celos, son evidentes en
cualquier niño antes del primer año de vida. Spitz lo menciona así:

En particular estas respuestas afectivas mejor diferenciadas, así como el entendimiento de los
gestos sociales, de las prohibiciones y las órdenes, se convierten en parte integrante de relaciones de
objeto cada vez más complejas. También se manifiestan ciertos mecanismos de defensa, y ante todo
la identificación. (Ibid., p. 23)

Como tercer organizador, Spitz lo considera el habla, en tanto esta marca la diferencia más
tajante entre los seres humanos y los animales. Sin embargo, la adquisición del habla, por
parte del infante, al rededor de los dieciocho meses de vida, tiene grandes diferencias con el
habla adulta. En el niño de dieciocho meses, las palabras son más globales, esto es, “[…]
Las palabras usadas en este tipo de comunicación expresan necesidades, tienen la
naturaleza de un llamado y no de la descripción, como en el lenguaje adulto. […] El
habla, en tanto que organizadora de procesos mentales, de operaciones del pensamiento,
ha de ser específica.” (Ibid., 28)

99
No obstante, el habla en el niño sí cumple con la función de organizadora de la psique.
Spitz lo nombra de la siguiente manera:

¿Qué representa la adquisición del habla desde el punto de vista del yo? Señala el comienzo de
operaciones mentales cuyo grado de complejidad no tiene límite. Con el comienzo del habla, el yo
adquiere cierto número de funciones nuevas, entre ellas la de la abstracción y, cosa igualmente
importante a la luz de las investigaciones de Piaget, la de la reversibilidad. Además, el lenguaje
permite un extraordinario enriquecimiento de las relaciones de objeto, de las cuales resulta el
principal instrumento organizador. Al mismo tiempo se ponen al servicio del yo multitud de nuevos
mecanismos de defensa. (Op. Cit., 28)

Como los demás organizadores, el habla también posee un rasgo o indicador característico,
y es aquel que aparece en forma de excepción de lo que se aducía como que las palabras en
el infante son globales. Tal excepción en Spitz es nominada como un ademán negativo,
aquel que en la cultura occidental se manifiesta con un movimiento horizontal de la cabeza.
Según Spitz, esto guarda relación con el mecanismo de defensa de “identificación con el
agresor”.

Los indicadores de cada una de las apariciones de los organizadores de la psique, se


convierten para Spitz en la justificación de porqué él aduce una división en tres momentos
durante los primeros dos años de vida en el niño, en lo que toca con el desarrollo del yo.
Además, cada organizador, es la conditio sine qua non de que el próximo aparezca y sea
exitoso en su función específica.

Sólo toqué este tema, la función del “ademán negativo”, como indicador del establecimiento de un
tercer organizador en el desarrollo psíquico. Pero con ello creo haber ilustrado suficientemente por
qué me siento autorizado a hablar de estas tres grandes divisiones en los primeros dieciocho meses
del desarrollo infantil. Lo que no he explicado todavía suficientemente es por qué los llamo
organizadores, como si fueran análogos al concepto embriológico de organizador. (Ibid., 29)

Realmente, el tratamiento de este concepto sí es una analogía que utiliza Spitz, pero la
justifica en tanto considera que así operan la mayoría de las ciencias. Posteriormente, en el
texto anterior, e inmediatamente citado, afirma:

Podemos suponer que las leyes que gobiernan el desarrollo embrionario se aplicarán en gran
medida durante los meses, y probablemente los años, que sigan al nacimiento. Estas leyes de
embriogenia representarán uno de los factores del proceso que hemos denominado maduración. En el
campo del desarrollo psicológico, no obstante, cualquier aplicación de estas leyes sólo serían algo así
como una burda analogía. […] La naturaleza no es avara en material, ya sea este el individuo, la
especie, el género, la clase o el filo. Pero seguirá utilizando el mismo procedimiento en condiciones
que parecen sumamente inadecuadas. Por eso no me sorprendería ver que el método o procedimiento
utilizado en la fase embrionaria operará también en la fase de la infancia en un medio muy diferente:
el del desarrollo psicológico. (Ibid., 33-34)
Para una comprensión más amplia de la Psicología Dinámica, se hace necesario abordar el
tema de la Teoría de las Relaciones de Objeto. Para hablar de esto, es necesario remitirse a
la obra de Sigmund Freud, en lo que atañe a su noción de objeto. En el texto de Willy
Baranger y colaboradores (2001), según E. César Merea:

100
Una revisión del tema en la obra de Freud tropieza, sin embargo, con varios obstáculos. En efecto,
no existe en ella un tratamiento unitario del concepto (como sucede a menudo en su obra), y este se
halla presente de maneras diversas en varios artículos, a veces en forma incidental, lo cual obliga a
un rastreo cuidadoso. (Baranger y colaboradores, 2001, 3)

Así, se plantea que en la teoría freudiana, existen varias formas de concebir el concepto de
objeto. Algunos de los teóricos postfreudianos, tomaron solamente algunas de las
concepciones freudianas acerca de este asunto. Merea (2001), afirma pues que se pueden
distinguir varias nociones de objeto en la obra de Freud:

1. El objeto con relación a la pulsión, según aparece primordialmente en los “Tres ensayos de teoría
sexual” y en “Pulsiones y destinos de pulsión”. El objeto lo es de la pulsión.
2. El objeto con relación al narcisismo, donde el concepto cambia y aumenta su radio de acción,
pues entra en contacto con el yo y el yo mismo puede ser objeto de la pulsión (“Introducción del
narcisismo”)
3. El objeto con relación a la identificación. Aquí el objeto se nos presenta (a partir de “Duelo y
melancolía”) como algo que puede continuar su existencia dentro del sujeto aun después de haber
desaparecido como objeto externo real. Esta es la línea que va cobrando importancia luego, hasta el
final de la obra de Freud.
4. A partir de la relación anterior, es necesario enfocar también al objeto en su relación con la
instancia, línea seguida por Melanie Klein, quien no usó sin embargo la expresión “estructura
endopsíquica”, como lo hace Fairbairn. (Ibid, 4)

Es relevante señalar cuál es la concepción de objeto trabajado por Freud en “Pulsiones y


destinos de pulsión” (1915), con relación al primer ítem arriba señalado:

El objeto {Objekt} de la pulsión es aquello en o por lo cual puede alcanzar su meta. Es lo más
variable en la pulsión; no está enlazado originariamente con ella, sino que se le coordina sólo a
consecuencia de su aptitud para posibilitar la satisfacción. No necesariamente es un objeto ajeno;
también puede ser una parte del cuerpo propio. En el curso de los destinos vitales de la pulsión puede
sufrir un número cualquiera de cambio de vía {Wechsel}; a este desplazamiento de la pulsión le
corresponde los más significativos papeles. Puede ocurrir que el mismo objeto sirva simultáneamente
a la satisfacción de varias pulsiones; es, según Alfred Adler [1908], el caso del entrelazamiento de
pulsiones. Un lazo particularmente íntimo de la pulsión con el objeto se acusa como fijación de
aquella. Suele consumarse en periodos muy tempranos del desarrollo pulsional y pone término a la
movilidad de la pulsión contrariando con intensidad su desasimiento. (Freud, 1998d, 118.)

También, en “Introducción del narcisismo” (1914), Freud relaciona al yo con el sentimiento


de grandeza, cuando el yo se convierte en objeto de la pulsión. Así:

El sentimiento de sí se nos presenta en primer lugar como expresión del «grandor del yo», como
tal, prescindiendo de su condición de compuesto {Zusammengesetzheit}. Todo lo que uno posee o ha
alcanzado, cada resto del primitivo sentimiento de omnipotencia corroborado por la experiencia,
contribuye a incrementar el sentimiento de sí.
Si introducimos nuestra diferenciación entre pulsiones sexuales y pulsiones yoicas, tendremos que
admitir que el sentimiento de sí depende de manera particularmente estrecha de la libido narcisista.
Para ello nos apoyamos en estos dos hechos fundamentales: en las parafrenias aquel aumenta,
mientras que en las neurosis de trasferencia se rebaja; y en la vida amorosa, el no-ser-amado deprime

101
el sentimiento de sí, mientras que el ser-amado lo realza. Hemos indicado ya que el ser-amado
constituye la meta y la satisfacción en la elección narcisista de objeto. (Freud, 1998e, 94-95)

O sea, cuando la pulsión se descarga sobre el propio yo, éste se convierte en el objeto de la
pulsión, y las elecciones de objeto que se desprenden de esto, están marcadas por un fuerte
narcisismo.

En “Duelo y melancolía” (1917), Freud trata la noción de objeto con relación a la


identificación hacia otra persona. Tras una afrenta de la persona amada, la libido se
desplaza, no hacia otra persona, sino hacia el propio yo. En palabras de Freud:

[…] Hubo una elección de objeto, una ligaduras de la libido a una persona determinada; por obra de
una afrenta real o un desengaño de parte de la persona amada sobrevino un sacudimiento de este
vínculo de objeto. El resultado no fue el normal, que habría sido un quite de la libido de ese objeto y
su desplazamiento a uno nuevo, sino otro distinto, que para producirse parece requerir varias
condiciones. La investidura de objeto resultó poco resistente, fue cancelada, pero la libido libre no se
desplazó a otro objeto sino que se retiró sobre el yo. Pero ahí no encontró un uso cualquiera, sino que
sirvió para establecer una identificación del yo con el objeto resignado. La sombra del objeto cayó
sobre el yo, quien, en lo sucesivo, pudo ser juzgado por una instancia particular como un objeto,
como el objeto abandonado. De esa manera, la pérdida del objeto hubo de mudarse en una pérdida
del yo, y el conflicto entre el yo y la persona amada, en una bipartición entre le yo crítico y el yo
alterado por identificación. (Freud, 1998f, 246-247)

A modo de conclusión, en Freud se advierten cuatro tipos de nociones de objeto, si bien


todas están relacionadas entre sí. Para Merea, son: el objeto de la percepción, el de la
pulsión, el de la identificación y el objeto interno o la estructura endopsíquica.

En lo que toca con el objeto de la percepción, es un objeto de la realidad, y tiene que ver
con las funciones psicológicas del yo, aquellas que le proporcionan al sujeto un criterio de
realidad. En este sentido, se asemejan a la idea de objeto trabajado desde la física.

Para lo que concierne con el objeto de la pulsión, éste se divide en tres:

a. El que atañe a las pulsiones del yo: encaminadas a satisfacer las necesidades de tipo
biológico; en este sentido, la madre encarna a dicho objeto.
b. El de las pulsiones sexuales o del deseo sexual, el cual posee las características de ser
cambiable y transformarse; en este tipo de pulsiones sexuales, se entraman los destinos que
se originan por las elecciones de objeto que realiza el sujeto.

c. Por último, las pulsiones del yo se relacionan con la posterior elaboración de la Teoría
de las relaciones de objeto, y la noción de la pulsión de muerte, desarrolladas
principalmente por Melanie Klein.

Ahora bien, para el objeto de la identificación, se concibe al yo como un resultado de las


identificaciones primarias. En el caso de las neurosis, para Freud, es el padre.

102
Y, por último, queda pendiente abordar el objeto interno o estructura endopsíquica, que
cobra interés por haber sido desarrollado por Melanie Klein, y que se conceptúa con
relación a la introyección del objeto, en tanto este es asumido por las diferentes instancias
psíquicas.

Por esto, es necesario dejar claro que para Klein, el objeto es entendido en el sentido que
Freud le asignó en su texto Duelo y melancolía; según Baranger y colaboradores (2001,
46), “Si es cierto, como creemos haberlo demostrado, que existen en la obra de Freud
distintos conceptos del objeto, si hay una distancia considerable entre el objeto de la
pulsión tal como lo leemos en los “Tres ensayos”, y el objeto como nos lo presenta “Duelo
y melancolía”, el concepto kleiniano de objeto se origina sin duda alguna en esta segunda
línea de pensamiento de Freud.”

Sin embargo, Klein no tiene en cuenta la característica que Freud le asignó al objeto en
relación con la pulsión, y es que éste último es el más inesencial, puesto que la pulsión no
tiene un único objeto definido, y puede satisfacerse bajo una multiplicidad de formas y con
variados objetos.

Lo anterior, responde a una plasticidad conceptual que le permitió a M. Klein aclarar


fenómenos básicos para su clínica; ella a diferencia de Freud, hace un uso metapsicológico
y fenomenológico-descriptivo de la noción de objeto; sin embargo, esto no implica que su
noción de objeto sea unitaria. Según Baranger (Op. Cit.) este asunto le posibilitó a M.
Klein, tener una mejor comprensión de los fenómenos que se observaban en la clínica, pero
igualmente implicó una gran cantidad de dificultades teóricas.

En primer lugar, M. Klein describe al objeto en términos estructurales; más exactamente


como una estructura endopsíquica, aunque según Baranger, Klein se cuida de no utilizar
este término. También, en la concepción kleiniana, el objeto se reviste de diferentes
maneras. Se puede dilucidar como perseguidor, disfrazado con diferentes
personificaciones; igualmente aparece idealizado como “paraíso perdido” o “príncipe azul”.

A veces, por ser excesivamente idealizado o perseguidor, se rebela a todo tipo de modificación, no
pude ser asimilado, permanece enquistado en el ello, constituye un “núcleo psicótico”; queda como
una amenaza potencial muda, hasta que un debilitamiento circunstancial de las instancias
organizadas le permita irrumpir ruidosamente en el primer plano de la escena psíquica, con su cortejo
de manifestaciones patológicas. Otras veces, sigue un proceso de paulatina modificación y entra en el
circuito madurativo de la introyección y de la proyección, se vuelve en cierta medida permeable a las
influencias del mundo externo y contribuye a la integración. (Ibid., 47-48)

Esto en lo que atañe al objeto interiorizado que M. Klein presentó en su obra. Por esto se
aduce que el concepto de objeto en M. Klein no es unívoco, más bien se presenta con
variados matices; en ocasiones es otra persona real, a veces es el yo mismo, y en otras es
una representación interna. También aparece con las connotaciones de “objeto bueno” y
“objeto malo”.

De esta manera:

103
[…] Un examen de los textos pertinentes de M. Klein muestra que el superyó se constituye por
aproximación de dos núcleos objetales, extremadamente contradictorios al principio, pero semejantes
en su naturaleza objetal: el pecho perseguidor y el pecho idealizado. Del objeto perseguidor, el
superyó conserva la crueldad, la peligrosidad, la omnipotencia sometedora. Del objeto idealizado que
contribuyó a su constitución, hereda su grandeza, su derecho a castigar o recompensar, su poder de
dictaminar lo que está bien y lo que está mal. Su dualidad de origen da cuenta de su naturaleza
violentamente contradictoria y de su relativa fragilidad: los estados regresivos tienden a romper su
unidad, restituyendo sus partes constitutivas en su fisonomía original, un perseguidor y un ser ideal.
(Ibid., 48)

Por lo demás, según Baranger puede aducirse que, los objetos pobladores del ello y del
superyó tenidos en cuenta por M. Klein en su metapsicología constituyen al objeto como
estructura endopsíquica en un concepto clave de su teorización. Vale la pena aclarar que
ésta es sólo una visión parcial de los planteamientos de M. Klein, en tanto, antes de su
concepción del objeto como estructura endopsíquica, sostuvo en su lugar la preeminencia
de una imago. Sin embargo, esta noción de imago es abandonada en la medida en que la
misma entró en desuso en la teoría psicoanalítica general.

Imago, según Baranger, “[…] designa una representación inconciente (sic.), arcaica, con
una cierta connotación arquetípica. Es probable que su sabor algo junguiano haya
contribuido a su abandono. Sea como fuere, no se trata en absoluto de una estructura
endopsíquica, sino de figuras universales, míticas —el padre castrador, la diosa madre
nutricia, la mujer fálica, etc.—.” (Ibid., 49)

Sin embargo, la concepción de objeto en M. Klein está cargada de representaciones


inconscientes, determinadas en gran medida por las fantasías del mismo tinte, que en gran
medida hacen parte de la herencia filogenética, y anteceden a toda experiencia sensible del
mundo, en la misma línea de las formas a priori de la sensibilidad kantiana. “[…] Este
conjunto de fantasías inconcientes (sic.), impone un marco prefijado a toda experiencia
posible, un poco a la manera de las “formas a priori de la sensibilidad” de Kant. Es en
este sentido que Daniel Lagache pudo hablar, refiriéndose a M. Klein, de una
“fantasmática trascendental”.” (Ibid., 49)

Como parte constituyente y fundamental del objeto, la fantasía inconsciente para M. Klein,
tiene que ver con el cuerpo, no solo el propio, sino también el cuerpo del objeto, aclarando
que en una corriente de pensamiento de tipo psicoanalítica, el cuerpo es algo distinto de lo
que es para la biología o la fisiología. En principio, el cuerpo propio y el ajeno no se
distinguen, y la fantasía posteriormente ayuda a consolidar el funcionamiento efectivo del
cuerpo mismo.

Según Hanna Segal, en la “Introducción a la obra de Melanie Klein”:


Freud no elabora sus concepciones sobre el origen de las fantasías inconscientes ni la fase del
desarrollo en que aparecen por primera vez, y cuando describe fantasías inconscientes específicas,
generalmente se refiere a las que surgen después del segundo o tercer año de vida. Según Melanie
Klein, la fantasía inconsciente es la expresión mental de los instintos y por consiguiente existe, como
éstos, desde el comienzo de la vida. Por definición los instintos son buscadores-de-objetos. En el

104
aparato mental se experiencia al instinto vinculado con la fantasía de un objeto adecuado a él. De
este modo, para cada impulso instintivo hay una fantasía correspondiente. Al deseo de comer, le
corresponde la fantasía de algo comestible que satisfaría ese deseo: el pecho. Lo que Freud describe
como “realización alucinatoria de deseos” se basa según Melanie Klein en que una fantasía
inconsciente acompaña y expresa al impulso instintivo. (Segal, 1993, 20)

De esta manera, se pueden distinguir al menos dos concepciones de objeto en M. Klein;


una, la que corresponde al objeto como estructura endopsíquica, de forma análoga, según
Baranger, a la de Fairbairn. En el otro extremo, el objeto, interiorizado, es considerado
como una casi-persona, sujeto de vivencias particulares como pasiones, padecimientos,
acciones, fantasías, entre otras.

Dentro de la conceptualización kleiniana del objeto, existe uno en particular que se destaca
por sus características prototípicas determinantes para las relaciones objetales, tanto en su
origen como en su posterior desarrollo; este es, el pecho interiorizado.

Para M. Klein, el pecho, pese a su ambivalencia de afectos, o quizás por ella misma, se
constituye en el prototipo de las futuras relaciones de objeto, en tanto es el pecho el garante,
tanto de la satisfacción como de la frustración. Esto se basa también en la consideración de
S. Freud que plantea que la vivencia alucinatoria de deseo, es la experiencia desde la cual
el sujeto-niño organizará las formas de tratar de “recuperar” ese primer objeto de amor. Lo
anterior se constituye en la obra del médico vienés como aquello desde lo cual se instaura el
deseo en el sujeto, en virtud a que siempre buscará revivir dicha experiencia, para lo cual
buscará incesantemente otros objetos sustitutivos.

Retomando a Klein, Baranger enuncia:

La consideración del pecho como objeto natural, o representación interna de un objeto natural, o
como foco de una serie de fantasías originarias vinculadas con la existencia corporal, está lejos de
agotar el concepto. M. Klein lo encara también desde otro ángulo, como primer centro de
organización de la experiencia vivida del lactante. Toda experiencia placentera es coloreada por la
experiencia clave de la felicidad del amamantamiento, y atribuida a la fuente de esta experiencia: el
pecho. Toda experiencia de displacer, de necesidad insatisfecha, de dolor, es vivida en términos
orales y atribuida también al pecho. La necesidad de preservar la experiencia placentera y de
rechazar la experiencia dolorosa lleva al primer clivaje: el pecho bueno concentra alrededor de sí
todo lo placentero, mientras que el pecho malo es el causante de todo lo displacentero. Pecho bueno
y pecho malo se constituyen así como los dos polos que orientan todo el campo de la vivencia,
estructurando la posición esquizo-paranoide; puede considerárselos como dos principios rectores de
la vida psíquica y de la evolución ulterior de toda la serie objetal. (Baranger, Op. Cit., 53)

Según la anterior cita, se puede entonces entrar a considerar porqué el pecho, como objeto
natural o interiorizado, se convierte para M. Klein en el centro de sus postulados clínicos y
teóricos más importante. Aunque es de aclarar que para ella, el “pecho” no se reduce a un
objeto natural, ni tampoco a su representación psíquica, como tampoco a una congregación
de fantasías que confluyen en el sujeto; de igual manera, tampoco se reduce a un
determinado principio rector de la vida y desarrollo psíquicos, ni a una estructura

105
endopsíquica. Este –el pecho– es más bien, un cúmulo de partes de cada una de las
nociones anteriormente mencionadas.

Con el fin de esbozar claridad sobre estos asuntos, se hace necesario mencionar que según
Baranger:

1. En virtud del principio de continuidad genética, todas las formas de objeto dependen de su forma
más primitiva, es decir, de la primera relación objetal observable, la del lactante con el pecho.
2. En consecuencia, el pecho aparece como el término inicial de toda la serie de las equivalencias
objetales, y en el proceso interpretativo, como el término final de la interpretación.
3. La cualidad de todos los objetos derivados del objeto inicial depende de la cualidad de las
variedades de este, según las leyes de una combinatoria determinada.
4. El objeto parcial antecede absolutamente al objeto total, en el nivel cronológico y en el nivel de
preeminencia lógica.
5. El objeto total se constituye por síntesis de los objetos parciales. (Ibid., 54)

Sin embargo las principales dificultades que enfrenta el concepto de objeto en la teoría
kleiniana, están en directa relación con la concepción del pecho como tal, ya que en dicha
teoría, se le otorga a este pecho, una importancia preponderante con respecto a los otros
objetos parciales que el infante en su desarrollo encuentra. Además no es claro en su teoría,
tal como lo enuncia Baranger, la forma en la que la suma de una cantidad de objetos
parciales, se convierte en un objeto total.

Con respecto a lo anterior, se pueden entonces aducir una serie de consideraciones acerca
de lo que se constituye para M. Klein en objeto, a saber:

a) El objeto está íntimamente relacionado con las fantasías inconscientes que preceden a la
experiencia, y por tanto está en constante intercambio con el sujeto. No se reduce a un
objeto natural, pero tampoco a su representación endopsíquica.
b) A su vez, el objeto oscila entre dos polos: por una parte, sirve como base para la
estructuración de las instancias del yo y el superyó; por otra parte, está dotado de las
características de una casi-persona.
c) Klein otorga gran valor al tema de la cronología en la constitución del objeto, además
de la preponderancia del pecho como factor determinante en toda la serie de objetos
posteriores. Sin embargo, no es claro cómo es que una sumatoria de objetos parciales,
constituye un objeto total. Estas dos dificultades acabadas de enunciar, tocan con la
apreciación del objeto desde un punto de vista genético, que en parte se aleja de
postulados psicoanalíticos clásicos.
d) Como el concepto de objeto no puede deslindarse del de sujeto, el objeto adquiere la
cualidad de ser una casi-persona, lo que instaura una homogeneidad que teóricamente,
es difícil de sostener. Esto lo explica Klein a partir de sus consideraciones acerca de la
posición asumida, tanto por el objeto como por el sujeto.
e) La teoría acerca del objeto en M. Klein se constituye en su principal aporte al
psicoanálisis, en tanto le permitió a ella dilucidar una serie de objetos que aparecen en
la experiencia analítica. De ahí que para Baranger, Klein haya instituido una
“objetología fantástica”.

106
f) Considerar al objeto como una casi-persona, implica también otorgarle la facultad de
ser una sustancia, correlativa a la del sujeto, que se explica en virtud al paso de una
posición a otra, gracias a los procesos de introyección, identificación proyectiva,
propios de la representación del objeto.

Frente a la teoría del objeto de M. Klein, es llamativa la atención que Jacques Lacan le
otorgó en su “Seminario 4. La relación de objeto”. A este respecto, señala:

Esta distinción entre el seno y la madre como objeto total la hace Melanie Klein. Ella distingue
ciertamente los objetos parciales, por una parte, y por otra la madre, instituida como un objeto total, y
crea en el niño la famosa posición depresiva. Es una forma de ver las cosas. Pero así se elude algo, y
es que estos dos objetos no son de la misma naturaleza. En efecto, resulta que la madre, como agente,
es instituida por la función de la llamada — que la madre es tomada, ya en su forma más
rudimentaria, como un objeto marcado y connotado por la posibilidad de un más o de un menos,
como presencia o ausencia — que la frustración realizada por cualquier cosa relacionada con la
madre es frustración de amor —que todo lo que proviene de la madre en respuesta a esta llamada es
don, es decir, algo distinto que el objeto. En otros términos, hay una diferencia radical entre, por una
parte, el don como signo de amor, que apunta radicalmente a algo distinto, un más allá, el amor de la
madre, y por otra el objeto, sea cual sea, que viene a satisfacer las necesidades del niño.
La frustración del amor y la frustración del goce son dos cosas distintas. La frustración del amor
está en sí misma preñada de todas las relaciones intersubjetivas que a continuación podrán
constituirse. La frustración del goce no lo está, en absoluto. (Lacan, 1994, 127)

Se nota claramente cómo, nuevamente, las concepciones de los llamados psicólogos


postfreudianos se alejan de las concepciones clásicas de S. Freud, para quien el objeto era
lo más voluble e inconstante, relacionado con la pulsión. Por su parte, La Teoría de las
Relaciones de Objeto, o de las Relaciones Objetales, considera al objeto con una
“sustancialidad” que no posee en la teoría freudiana, mucho menos en la lacaniana, donde
de nuevo Lacan arremete sus críticas contra Melanie Klein, señalando que su teoría acerca
de la relación de objeto, está atravesada por la omnipotencia materna, no por la relación que
el sujeto establece con los objetos, sean estos reales, es decir, personas, o meramente
representaciones endopsíquicas.

Les estoy diciendo que la madre es primordialmente omnipotente, que no podemos eliminarla de
esta dialéctica, que es una condición esencial para entender cualquier cosa que merezca la pena
entender. No les estoy diciendo, con la señora Melanie Klein, que la madre lo contenga todo. Eso es
otro asunto, y sólo lo menciono de paso. Ahora podemos entrever cómo es posible que todos los
objetos fantasmáticos primitivos se encuentren reunidos en el inmenso continente del cuerpo
materno. Que es posible, la señora Melanie Klein nos lo demostró de forma genial, pero siempre tuvo
dificultades para explicarnos cómo es posible, y sus adversarios no se privaron de argüirlo para decir
que soñaba. Por supuesto, soñaba, y tenía razones para hacerlo, porque eso sólo es posible a través de
una proyección retroactiva de toda la gama de objetos imaginarios en el seno del cuerpo materno. Sí
que están ahí, en efecto, porque la madre constituye un campo virtual de nadificación simbólica, que
dará a todos los objetos venideros, cada uno en su momento, todo su valor simbólico. Con sólo tomar
al sujeto a un nivel algo más avanzado, por ejemplo, un niño de unos dos años de edad, no es en
absoluto extraño que ella encuentre objetos reproyectados retroactivamente. Y puede decirse en
cierto sentido que, como siempre ocurre, si estaban listos para ir a parar ahí algún día, ya estaban. En
este punto, el niño se encuentra frente a la omnipotencia materna.
Como acabo de hacer una rápida alusión a la posición paranoide, tal como la señora Melanie Klein
la llama, añadiré que la posición depresiva, que según ella ya se esboza por entonces, podemos

107
sospechar que no carece de relación con la omnipotencia. Es una especie de anonadamiento, una
micromanía, lo contrario de la megalomanía. Pero cuidado con ir demasiado aprisa, porque ello no
resulta únicamente de que la madre, surgida como omnipotente, sea real. Para que la omnipotencia
real engendre en el sujeto un estado depresivo, es necesario además que pueda reflexionar sobre sí
mismo y sobre el contraste de su impotencia. La experiencia clínica permite situar este punto
alrededor de ese sexto mes, destacado ya por Freud, cuando se produce el fenómeno del estadio del
espejo. (Ibid., 187-188)

Acerca de los postulados de Melanie Klein, es necesario anotar que estos tuvieron un
desarrollo posterior en la figura del psicoanalista ingles W. Bion. Este psicoanalista se
encargó de profundizar en asuntos como el desarrollo en los primeros estadios de la
organización del pensamiento; asunto que culminó en una teoría sobre el aparato de
pensar los pensamientos, la cual en su concepción práctica, tenía como fin:

[…] descargar al psiquismo del exceso de estímulos que lo abruman.


Para Bion, los pensamientos primitivos conducen a impresiones sensoriales o a vivencias
emocionales muy primitivas y de mala calidad. Los protopensamientos no son más que objetos malos
de los cuales el bebé debe liberarse. El pensamiento tiene su origen en el establecimiento de la
correspondencia entre una preconcepción (por ejemplo, la preconcepción del seno real) y una
frustración. La tolerancia a la frustración es, para Bion, el factor fundamental que determina la
capacidad para formar pensamientos. Cuando la tolerancia es suficiente, el recién nacido utiliza unos
mecanismos que tienden a modificar la experiencia y que conducen a la producción de elementos α.
En ausencia de tolerancia a la frustración, el bebé no tiene otro recurso que el de sustraerse a la
experiencia por la expulsión de elementos β (cosas en sí). Los “elementos α” son las impresiones
sensoriales y las vivencias emocionales primitivas (que en otro tipo de formulación podríamos llamar
los afectos de base: Sandler, Joffe). Sirven para formar los pensamientos oníricos, el pensamiento
inconsciente, los sueños y los recuerdos. Los “elementos β”, por el contrario, no sirven para pensar,
constituyen “cosas en sí”, y deben ser expulsados mediante la identificación proyectiva. En cuanto al
aparato de pensar los pensamientos, se organiza alrededor de dos conceptos. El primer concepto
implica las nociones de contenido-continente y el segundo la relación dinámica entre posición
esquizoparanoide y posición depresiva (P.S.D.): la madre funciona como el continente de las
sensaciones del niño y su capacidad de ensoñación le permite acoger las proyecciones-necesidades
del bebé, otorgándoles un significado. La posición depresiva, por su parte, posibilita la reintegración
en el psiquismo del niño de los elementos disociados y fragmentados de la fase precedente. (de
Ajuriaguerra y Marcelli, 1987, 25)

De esta forma, Bion expande un poco más la teoría de M. Klein, en lo que atañe a la noción
de formación del pensamiento, algo que no ocupa un lugar central dentro de la obra
freudiana, aparte de sus formulaciones acerca de los dos procesos psíquicos: el primario y
el secundario. Se pueden entonces entender los postulados de Bion, como una especie de
metapsicología.

Empero, apareció en el ámbito psicoanalítico inglés, la figura de Donald Winnicott (1896-


1971).

El pediatra y analista infantil Donald Winnicott pertenece al grupo sicoanalítico (sic.) inglés de los
“independientes” (una escuela intermedia entre las de Melanie Klein y Anna Frued)
Winnicott estudió medicina en Cambridge, y en 1923 fue a trabajar como pediatra al Hospital
Infantil de Paddington Green, en Londres. En el mismo año inició un sicoanálisis didáctico. Abrió un

108
consultorio privado como pediatra y analista; en 1956 fue nombrado presidente de la Sociedad
Sicoanalítica Británica.
El gran tema de Winnicott fue la contribución de la madre al desarrollo del niño. Introdujo en el
sicoanálisis concepciones importantes; por ejemplo: distinguió entre un Yo “verdadero” y uno
“falso”. El Yo falso se desarrolla a partir de reacciones a estímulos externos y cumple una función de
defensa del Yo verdadero; en otras palabras: es una mentira social. Winnicott hablaba de “objetos y
fenómenos de transición”, es decir, objetos (por ejemplo, el oso de peluche) o modos de
comportamiento que sustituyen a manera de una ilusión a la madre ausente cuando se ha roto la díada
madre-hijo. Estos objetos acompañan al niño en una nueva fase de su desarrollo, en la que es más
autosuficiente. Además, Winnicott describió una “zona intermedia de la experiencia” que no tiene
sentido catalogar como perteneciente a la realidad interior o exterior. (Bonin, 1993, 424-425)

Como se señala en la cita anterior, la contribución de Winnicott al psicoanálisis está en la


elaboración de los conceptos de Yo falso y Yo verdadero. Ambos conceptos se relacionan
con lo que el propio Winnicott llamó una “tercera zona”. Por tercera zona, entiende un área
que está más allá de lo interno y de lo externo al niño. En palabras de Winnicott:

¿Cuáles son estas tres zonas? Una, la fundamental, es la realidad psíquica o interior del individuo,
el inconsciente si ustedes prefieren (no el inconsciente reprimido, que sobreviene muy pronto pero,
decididamente, más tarde). A partir de esta realidad psíquica personal es que el individuo “alucina” o
“crea” o “piensa” cosas o las “concibe”. De ella están hechos los sueños, aunque éstos se revisten de
materiales recogidos en la realidad exterior.
La segunda zona es la realidad exterior, el mundo que paulatinamente es reconocido como
DISTINTO DE MI (sic.) por el bebé sano en desarrollo que ha establecido un self, con una
membrana limítrofe y un adentro y un afuera; el universo en expansión, a partir del cual el hombre se
contrae [contracts], por decirlo así.
Ahora bien, los bebés y los niños y lo adultos traen hacia dentro suyo la realidad exterior, como
ropaje para revestir sus sueños, y se proyectan en los objetos y personas externos enriqueciendo la
realidad exterior mediante sus percepciones imaginativas.
Pero pienso que encontramos en verdad una tercera zona, una zona del vivir que corresponde a los
fenómenos transicionales del bebé y en verdad deriva de éstos. En la medida en que el bebé no haya
llegado a los fenómenos transicionales, pienso que su aceptación de los símbolos será deficiente y su
vida cultural quedará empobrecida. (Winnicott, 1993, 77)

Retomando la idea del yo falso, o lo que otros denominan falso self, se entiende por éste
como el resultado de la falta de capacidad interpretativa en la madre con respecto a las
necesidades del niño, lo que implica cierto nivel patológico, asunto que conlleva a que el
análisis esté dirigido a establecer cuál es el verdadero self. En la formación de este
verdadero self, es fundamental el papel que la madre desempeña, en este caso, la madre
figuraría como el ambiente, y su función de benefactora del niño es lo que Winnicott
denominó holding.

Con respecto al falso y verdadero self, Winnicott plantea:

Estos términos se emplean para describir una organización defensiva en la cual se asumen
prematuramente las funciones de cuidado y protección maternas, de modo tal que el bebé o el niño se
adapta al ambiente al par que protege y oculta su verdadero self, o sea, la fuente de los impulsos
personales. Es similar a la función que Freud, en un comienzo, asignaba al yo, vuelto hacia el
mundo, entre el ello y la realidad externa.

109
En los casos característicos, el verdadero self aprisionado es incapaz de funcionar, y estando así
protegido queda limitada su oportunidad para una experiencia viva. La vida se vive a través del falso
y sumiso self, y clínicamente, el resultado es el sentimiento de irrealidad. Otros autores han
empleado, para describir estados similares, la expresión “Yo Observador”.
La espontaneidad y el impulso auténtico sólo pueden provenir del verdadero self, y para que ello
ocurra alguien tiene que hacerse cargo de las funciones defensivas del falso self. (Winnicott, Op.
Cit., 61)

Para que se logre una construcción de un verdadero self, es necesario que al madre opere
como suficientemente buena, esto es, que se propicie en ella una “[…] “preocupación
maternal primaria”, cuando la madre que sostiene está en alto grado identificada con el
bebé que es sostenido.” (Ibid., 48)

Esta actividad de sostén que realiza la madre, llamada también la función de holding, se
entiende en función del papel que la madre cumple, en lo que respecta a los cuidados
primeros del niño. Así, Winnicott escribe:

[…] El progenitor se ocupa todo el tiempo, según la edad y el estado de maduración del bebé, de
impedir el derrumbe clínico, a partir del cual sólo puede haber recuperación mediante la organización
y reorganización de las defensas. Con su cuidado de cada minuto, sienta las bases de la futura salud
del bebé. He ahí la tremenda tarea parental. Su magnitud queda reflejada en la duración de un
tratamiento psicoanalítico y en el tiempo durante el cual se extiende la enfermedad mental por más
que el paciente reciba el mejor cuidado psíquico posible. Y, en líneas generales, los padres siempre
han tenido éxito en esta tarea esencial y enorme que les incumbe; y el motivo de ello reside en que a
tal fin lo único que necesitan es ser ellos mismos, ser y hacer exactamente lo que quieren ser y hacer;
haciendo esto, salvan a sus hijos de las reorganizaciones espasmódicas de las defensas y de la
congoja clínica que yace por detrás de dichas reorganizaciones. (Ibid., 96)

Como se había enunciado anteriormente, el cuidado de la madre para con el infante está en
directa relación con lo que Winnicott denominó el verdadero self. Este es el producto de
una relación óptima con la madre. Según Correa (Op. Cit.), Winnicott:

En su artículo Deformación del ego en términos de un ser verdadero y falso, Winnicto (sic.) dice que
la madre buena es la que responde a la omnipotencia del pequeño y en cierto modo le da sentido.
Esto lo hace repetidamente. El ser verdadero empieza a cobrar vida a través de la fuerza que la
madre, al cumplir las expresiones de omnipotencia infantil, da al débil ego del niño. (Correa, Op.
Cit., 161)

Por su parte, Correa, en lo que atañe al falso self de Winnicott, aduce que, entonces:

El falso self es propio de la incapacidad materna para interpretar las necesidades del pequeño.
Evoluciona como formación presente en pacientes graves, luego, el falso self estaría siempre
presente, aunque con distintos niveles de implicación patológica, y el análisis sería una experiencia
de autenticidad. En los casos más próximos a la salud, el falso self actúa como una defensa del
verdadero, a quien protege sin reemplazar. En los casos más graves, el falso self reemplaza al real y
el individuo cree reconocer el núcleo de la persona, cuando en realidad sólo conoce la cáscara con
que se rodeó. Es necesario el falso self para que se dé la salud. (Correa, Ibid, 161-162)

110
Por otro lado, en la teoría winnicottiana, se hacen manifiestos ciertos fenómenos que vale la
pena resaltar, para establecer el desarrollo y maduración del niño, y la relación de estos
procesos con el establecimiento de las relaciones de objeto. Uno de estos fenómenos, es el
hábito de los bebés de llevarse el dedo a la boca, gesto que tiene una connotación que va
más allá de lo placentero, es decir, le ayuda al niño a distinguir entre su propio cuerpo y lo
que no lo es. Otro fenómeno, es algún juguete determinado al que el niño le asigna un
interés particular. Según Correa “[…] Winnicott postuló la relación entre ambos
fenómenos. Los objetos a los que se refiere constituyen la “primera posesión no-yo” del
niño y, como tales, son una especie de puente tendido entre el mundo interno y su mundo
externo. Precisamente por su carácter de intermediación los llamó “fenómenos y objetos
transicionales”.” (162)

Es aquí precisamente en donde la teoría de Winnicott enfrenta la paradoja entre la relación


de objeto y el uso de objeto, pues ambas nociones tienen el carácter de ser relaciones. Si
hay un uso de objeto, es porque el sujeto tiene una relación, en primera persona, con el
sujeto.

Según Winnicott,

Quizá deba extenderme un poco más para ofrecer mi punto de vista sobre la diferencia que hay
entre la relación de objeto y el uso del objeto. En la primera el sujeto permite que se produzcan
ciertas alteraciones en el self, del tipo de las que nos llevaron a inventar el término “catexia”. El
objeto se ha vuelto significativo. Han actuado mecanismos de proyección e identificación, y el sujeto
se ha vaciado en la medida en que parte de él se encuentra en el objeto, aunque enriquecida por el
sentimiento. […]
La relación de objeto es una experiencia del sujeto que puede describirse como si éste estuviese
aislado. Pero cuando hablo del uso de un objeto doy por sentada la relación de objeto, y agrego
nuevos rasgos que abarcan la naturaleza y conducta del objeto. Por ejemplo, si se lo desea usar, es
forzoso que el objeto sea real en el sentido de formar parte de la realidad compartida, y no un manojo
de proyecciones. Creo que esto es lo que constituye la sustancial diferencia que hay entre la relación
y el uso. (Winnicott, Op. Cit., 265)

Así se señala en qué consiste la relación de objeto, y es que esta relación, es llevada a cabo
entre el sujeto que es el niño y el conglomerado de proyecciones e identificaciones que ha
establecido con algo o alguien de la realidad, pero que todavía permanece dentro del self.
Cuando el objeto ya es asimilado como algo o alguien externo al niño, entonces se trata, no
ya de la relación de objeto, sino del uso del objeto. Así:

En términos clínicos: dos bebés se alimentan a pecho; uno se alimenta del self, pues el pecho y él
todavía no se han convertido (para el bebé) en fenómenos separados; el otro se alimenta de una
fuente que es “distinta de mí”, o de un objeto que puede tratarse con libertad sin que ello produzca
efecto alguno sobre el bebé, a menos que el objeto sea vengativo. Las madres, como los analistas,
pueden ser buenas o no suficientemente buenas; algunas saben llevar al bebé de la relación al uso, y
otras no.
En este punto deseo recordar que el rasgo esencial del concepto de objetos y fenómenos
transicionales (según mi presentación del tema) es la paradoja y la aceptación de la paradoja: el
bebé crea al objeto, pero éste ya estaba ahí, esperando que se lo crease y que se lo denominara objeto
catectizado. […]

111
[…]
Para usar un objeto es preciso que el sujeto haya desarrollado una capacidad que le permita
usarlos. Esto forma parte del pasaje al principio de realidad. (Ibid., 266)

Retomando la noción de objeto transicional, cabe señalar que, según Baranger y


colaboradores (2001, 107), Winnicott, plantea: “[…] Lo que estudio no es el trocito de tela
ni el osito que usa el bebé. No se trata del objeto usado sino del uso del objeto usado.
Llamo la atención hacia la paradoja que implica el uso del objeto por el niño pequeño, que
yo denominé “objeto transicional”. Mi contribución consiste en pedir que la paradoja sea
aceptada, tolerada y respetada, y que no se la resuelva. Es posible resolverla mediante la
fuga hacia el funcionamiento intelectual dividido, pero el precio será la pérdida de valor
de la paradoja misma”

Pero otro tipo de relación se establece con las nociones de relación y uso del objeto. Esta
relación se establece en términos de tercera persona. Según Caorsi (1998, 182-183),

[…] desde la perspectiva de la tercera persona tanto en el caso de la relación como en el del uso,
sujeto y objeto son entidades diferentes. Sin embargo, desde la perspectiva de la primera persona en
el caso de la relación sujeto y objeto coinciden, en tanto que el del uso sujeto y objeto son diferentes.

En la anterior cita, Caorsi hace referencia a las diferencias existentes entre la relación de
objeto y el uso del mismo. Cabe señalar que, esta diferencia que tiene que ver con la
identidad de los objetos, no es la única. También aparecen diferencias en lo que concierne
al control ejercido sobre el objeto por parte del sujeto, las cualidades del objeto y la
persistencia del mismo. Las anteriores diferencias tienen que ver con un pasaje de
Winnicott donde este comenta la evolución que va desde la relación de objeto al uso del
objeto:

Este pasaje (de la relación al uso) significa que el sujeto destruye el objeto. […] En otras palabras,
descubrirá que después de “el sujeto se relaciona con el objeto” viene “el sujeto destruye al objeto”
(a medida que se vuelve externo); y después puede venir “el objeto sobrevive a la destrucción por
parte del sujeto”. Pero puede haber supervivencia o no. El sujeto le dice al objeto: “Te destruí”, y el
objeto se encuentra ahí para recibir la comunicación. De ahí en adelante el sujeto dice: “¡Hola,
objeto!”, “Te destruí”, “Te amo”, “Tienes valor para mí por haber sobrevivido a tu destrucción por
mí”, “Mientras te amo, te destruyo constantemente en mi fantasía (inconsciente)”. (Winnicott, Op.
Cit., 267)

Según lo anterior, la primera relación que el sujeto establece con el objeto es de carácter
destructiva, lo que sin embargo, le facilita al sujeto construir su realidad, pues en tanto no
“destruya” al objeto, no podrá hacer una diferenciación del tipo yo – no-yo.
Para Winnicott, el ambiente que rodea al niño es fundamental para que el infante alcance un
pleno desarrollo de sus capacidades. Este ambiente está básicamente conformado por la
presencia de la madre, quien según sea suficientemente buena o no, podrá facilitar, por un
lado, la estructuración del verdadero self, y por otra, posibilitará la asunción de las
diferencias entre lo que es interno y lo que es externo al niño. La madre también juega un
papel importante en la “creación” del objeto transicional, a partir de la díada ilusión–
desilusión, que le crea al niño la posibilidad de ir a por el objeto y entrar en la realidad.

112
Para Caorsi, el proceso que va de la relación de objeto al uso de objeto, está dado por la
repetición de una serie de acciones que realizan, tanto la madre como el niño. Así:

[…] Después que el sujeto “se relaciona con el objeto” (alucina el pecho, objeto subjetivo) viene “el
sujeto destruye al objeto” (dilación introducida por la madre, objeto subjetivo malo, fantasía de
destrucción del objeto); y después puede venir “el objeto sobrevive a la destrucción por el sujeto” (la
madre aporta el pecho con la dilación adecuada).
La repetición de esta secuencia permite que el objeto vaya perdiendo las características de ser un
haz de proyecciones y adquiera una continuidad. Continuidad que podría entenderse como la
supervivencia del objeto en los momentos en que es destruido en la fantasía. […]
De este modo, una vez que este proceso se ha operado, el niño está en condiciones de
“relacionarse” con el objeto en la modalidad del uso de objeto. (Op. Cit., 186-187)

Se puede leer en Winnicott una referencia a que en la relación del sujeto con la realidad, él
siempre encuentra “objetos”, sean reales o alucinados – la madre que satisface necesidades,
el “osito de peluche” o la ilusión de la presencia de la madre –, los cuales siempre
“completan” al sujeto. Frente a esto, Jacques Lacan llama la atención en su Seminario 4
“La relación de objeto y las estructuras freudianas”.

Todos los objetos del juego del niño son objetos transicionales. Juguetes, estrictamente hablando, el
niño no necesita que se los demos, porque se los hace el mismo con todo lo que cae en sus manos. Se
trata de objetos transicionales. No cabe preguntarse si son más subjetivos o más objetivos, son de una
naturaleza distinta. Aunque Winnicott no franquea el límite de nombrarlos así, nosotros los
llamaremos simplemente imaginarios.
En sus trabajos, sin duda dubitativos, llenos de rodeos y confusiones, vemos sin embargo que los
autores que buscan explicarse el origen de un hecho como la existencia del fetiche sexual acaban
refiriéndose a estos objetos. Se ven llevados a buscar, tanto como sea posible, puntos en común entre
el objeto en el niño y el fetiche que ocupará el primer plano de las exigencias objetales para la mayor
satisfacción alcanzable por parte de un sujeto, es decir, la satisfacción sexual. Espían en el niño la
manipulación por poco privilegiada que sea de un pequeño objeto, de un pañuelo que le quita a su
madre, una punta de la sábana de una cama, alguna parte de la realidad que accidentalmente se pone
a su alcance, lo cual surge durante un período que, aunque se llame aquí transicional, no constituye
sin embargo un periodo intermedio, sino permanente en el desarrollo del niño. Esos autores se ven
llevados a confundir casi estos dos tipos de objeto, sin preguntarse por la distancia que pueda haber
entre la erotización del objeto fetiche y la primera aparición de un objeto como imaginario.
Lo que se olvida en esta dialéctica — olvido que obliga a esa especie de añadidos, de suplementos,
que subrayo a propósito del artículo de Winnicott —, es que uno de los mecanismos más esenciales
de la experiencia analítica es, desde el principio, la noción de la falta del objeto. (Lacan, op cit.,
p.37)

El señalamiento que Lacan hace con respecto a la noción de objeto en Winnicott, se refiere
a una crítica que intenta recordar que para el psicoanálisis freudiano, lo más esencial en las
relaciones con los objetos, es precisamente que éstos no existen, en tanto, lo que se busca es
siempre un objeto perdido, vale decir, la madre o su sustituto, con quien el sujeto vivió su
primera y última satisfacción plena de deseo. De ahí en adelante, todos los objetos no son
más que sustitutos, vicarios, y por tanto, siempre dejarán en el sujeto una falta, falta que por
lo demás es constituyente del deseo en el sujeto.

113
Otro señalamiento que Lacan le hace a Winnicott, estriba en la confusión que hace entre la
realidad física y la simbólica:

Esta necesidad nuestra de confundir la Stuff, o la materia primitiva, o el impulso, o el flujo, o la


tendencia, con lo que está realmente en juego en el ejercicio de la realidad analítica, representa un
desconocimiento de la Wirklichkeit [realidad] simbólica. El conflicto, la dialéctica, la organización, la
estructuración de elementos que se combinan y se construyen, dan a la cuestión un alcance
energético muy distinto. Mantener la necesidad de hablar de la realidad última, como si estuviera en
algún lugar más que en el propio ejercicio de hablar de ella, es desconocer la realidad donde nos
movemos. Puedo calificar esta referencia, hoy, de supersticiosa. Es una especie de secuela del
postulado llamado organicista, que no puede tener literalmente ningún sentido en la perspectiva
analítica. (Ibid., p.35)

Con la anterior cita, se resalta el valor que la noción de realidad cobra para el psicoanálisis,
en tanto para Freud y Lacan, de lo que se trata es de una realidad simbólica, que incluye la
realidad psíquica de cada sujeto. No es pues, a la manera de Winnicott, que Freud y Lacan
entendieron la noción de realidad.

Sin embargo, Winnicott sí trabaja el concepto de la simbolización, a la cual le asigna un


lugar de estadio final en el proceso de desarrollo del niño. De Baranger y colaboradores
(2001, 114), se extrae el “Cuadro 1”, que ilustra el proceso por el cual Winnicott da cuenta
de cómo la experiencia de ilusión y el objeto transicional, finalizan en la “base de la
simbolización”:

Cuadro 4:

Tensión de necesidad

Objeto de satisfacción

Experiencia de satisfacción

Ausencia de objeto (Regresión)


Satisfacción
alucinatoria
Deseo de deseos
(Identidad de
percepción)

(Rodeo)

114
Modificación
realidad exterior (Winnicott)
(Identidad de
pensamiento)
Experiencia de ilusión

Objeto transicional

Base de la simbolización

Con lo anterior, se muestra cómo, de la teoría winnicottiana, se desprende una idea de


desarrollo psíquico, correspondiente con el ambiente (la madre), los objetos transicionales y
la construcción de un verdadero self.

A la par de los desarrollos teóricos de Winnicott, en el ámbito psicoanalítico


norteamericano, surgió la figura de Margaret Mahler (1920-1988), nacida en Viena, se
psicoanalizó con Edith Jacobson; emigró a los Estados Unidos en 1940, donde fue directora
de investigación del Centro Infantil Masters, en Nueva York. Se especializó en Rorschach
y lo introdujo en la capital austriaca. “[…] Ante todo, observó las reacciones de los niños
pequeños a la ausencia de la madre y, basándose en ellas, destacó tres fases evolutivas: la
“autística”, la “simbiótica” y la fase de “separación e individuación”. Al término de estas
fases, más o menos a los cuatro años de edad, se conforma la identidad. Según Mahler, los
transtornos (sic.) de esta evolución pueden volverse patológicos. Considera, por ejemplo,
que el origen de los trastornos fronterizos radica en un desarrollo defectuoso de la fase de
separación e individuación.” (Bonin, Op. Cit., 260)

A la fase de separación e individuación, Mahler la concibe como un camino que conduce al


niño hasta que él logra una autonomía con respecto a la madre. Según de Ajuriaguerra y
Marcelli, (Op. Cit., 22), Margaret Mahler:

Estudia al niño en su interacción con la madre y observa los progresos de su individuación. En el


camino de esta autonomía M. Mahler descubre varias fases.

 Fase simbiótica, en el transcurso de la cual el niño está en situación de dependencia absoluta


respecto de la madre. Se trata de una fusión psicosomática que aporta al bebé la ilusión de poder
absoluto y de omnipotencia. Dicha fase, según M. Mahler, se divide en un primer período de algunas
semanas de “autismo primario normal” (que correspondería al estadio narcisista primario de Freud), y
en un segundo período “simbiótico propiamente dicho” (del 3.° al 10.° mes), cuando el bebé empieza
a percibir lentamente el origen externo de sus fuentes de gratificación.

 Proceso de separación-individuación: el cual se inicia a partir de los 8-10 meses y llega hasta
los 2½-3 años. Se caracteriza por un primer desplazamiento parcial de la catexis libidinal entre los 10
y los 18 meses, en una época en que los progresos de la motricidad (debidos al proceso madurativo)
conducen al niño más allá de la esfera simbiótica.

115
Vale la pena señalar que la anterior cita comenta de manera muy sucinta el desarrollo
teórico y clínico efectuado por Mahler a lo largo de los años, por lo cual se hace necesario
considerar más a fono en qué consisten estas fases en el desarrollo del niño.

La primera subfase a la que hace alusión Mahler, es la diferenciación y el desarrollo de la


imagen corporal. Dicha subfase se da alrededor de los 4 a los 5 meses, y es consistente con
la aparición del primer organizador que trabajó Spitz, cuando hablaba de la sonrisa
específica; dicha sonrisa específica, parte de una sonrisa inespecífica dirigida a cualquier
rostro que se le presente al niño. Posteriormente, la sonrisa se dirige de forma preferencial
a la madre, lo que indica que se ha establecido un vínculo entre el niño y su progenitora, o
quien cumpla con las funciones maternales.

La sonrisa específica es el signo de que se ha establecido un vínculo específico entre la


madre y el niño, e indica, que el niño reconoce a la madre, y por tanto, que su imagen ha
sido catectizada como un objeto libidinal. En los primeros meses que le anteceden a la
aparición de este primer organizador de la psique, el niño sonríe indiferenciadamente, pero
ante la voz, el olor o el rostro de la madre, empieza a sonreírle a ésta de manera específica.

La aparición de esta sonrisa específica, marca la pauta de desarrollo que Mahler considera
como la ruptura del cascarón. Dicha ruptura del cascarón es resultado del desarrollo
neurofisiológico que le permite al niño periodos cada vez mayores de vigilia, a la par que le
posibilitan adquirir ciertas habilidades motrices que expanden el sensorio (sistema
perceptual consciente), más allá de la órbita simbiótica en la que se haya el infante con la
madre, lo que se ha denominado la “matriz indiferenciada” o la no diferenciación entre yo y
no-yo. Esto conduce a que el niño empiece a hacer una exploración más amplia del mundo
exterior.

En palabras de Mahler:

El “proceso de ruptura del cascarón” es, a nuestro parecer, una evolución ontogenética gradual del
sensorio —el sistema perceptual-consciente— que permite al infante tener un sensorio más
permanentemente alerta cuando está despierto.

En otras palabras, la atención del infante, que durante los primeros meses de la simbiosis se
dirigía en gran parte hacia adentro, o se enfocaba de una vaga manera cenestésica dentro de la órbita
simbiótica, se expande gradualmente con el advenimiento de la actividad perceptual dirigida hacia el
exterior durante los crecientes períodos de vigilia del niño. (Mahler y otros, 1977, 66-67)

Al inicio de los seis meses de edad, continúa el desarrollo que conduce a la separación –
individuación; pero a esta edad, el niño manifiesta conductas tales como tirar del cabello,
las orejas o la nariz de la madre; también el poner comida en la boca de la madre, o poner el
cuerpo rígido con el fin de adaptarse al cuerpo materno y poder explorar mejor, tanto a la
madre como al ambiente. “[…] Esto contrasta con el simple amoldamiento a la madre que
sostiene al niño. Hay signos definidos de que el bebé comienza a diferenciar su propio
cuerpo del de su madre. A los seis o siete meses ocurre el apogeo de la exploración
manual, táctil y visual del rostro de la madre y de las partes cubiertas (vestidas) y

116
desnudas del cuerpo de la madre. […] Estas pautas explorativas se desarrollan más tarde
hasta constituir la función cognitiva de verificar lo no familiar a lo que ya es familiar.”
(Ibid., 67)

En toda esta teoría de Mahler acerca de cómo se llega a la separación individuación,


también entra en consideración lo que toca con los objetos transicionales. Dichos objetos
cobran interés en la medida en que mientras más “sana” haya sido la simbiosis con la
madre, mayor será la duración del objeto transicional. Este objeto, como ya se mencionó es
algún juguete, el cual, debe pertenecer a la madre o parecerse a una parte del cuerpo de ella,
como el pecho o el cuello. Lo anterior, porque los objetos transicionales son una especie de
puente tendido entre el mundo interno del pequeño y su mundo externo. Este “paso” por
los objetos transicionales tiene dos características esenciales:

1. Se conciben como una etapa del desarrollo del niño, que le sirven para ir demarcando
sus límites mentales con relación a lo interno y lo externo, a la vez, que le permiten
adquirir sensaciones para demarcar sus límites corporales.
2. Hacen parte de un nivel defensivo que alcanza el niño, frente a la angustia de tipo
depresiva. Como estos objetos “representan” a la madre, es decir, al objeto cargado
libidinalmente, deben ser vivenciados como objetos “buenos”.

Sintetizando, las características de los objetos transicionales, teniendo en cuenta a


Winnicott son:

 El niño afirma una serie de derechos sobre el objeto, que deben ser respetados por los
adultos.
 Este objeto no debe ser cambiado por algún otro sin el consentimiento del niño.
 El objeto es afectuosamente acunado y excitantemente amado y mutilado.
 Debe sobrevivir al amor, al odio, y de ser el caso, a la agresión pura.
 Al niño debe parecerle que da calor, que se mueve, tiene textura, o que posee alguna
cualidad que le otorga vida propia.

Si acaso estos objetos no cumplen con las características enunciadas anteriormente, Mahler
considera que esto puede conducir a una perturbación psicótica o fronteriza posterior:

Una de las principales diferencias que existen entre el infante con desarrollo normal y la
perturbación extrema que se observa en la psicosis y quizás también en estados patológicos
fronterizos posteriores, está representada, a nuestro parecer, por las mismas circunstancias por las
cuales Winnicott calibró la normalidad y la patología del objeto transicional. (Ibid., 68)

Posteriormente, alrededor de los siete u ocho meses, aparece en el niño la pauta de


verificación. Esta pauta le permite al niño verificar entre lo que es la madre y lo que no.
Además, también le permite distinguir entre sí mismo y su compañera simbiótica. Se
convierte pues en la pauta normal más importante del desarrollo cognitivo y emocional.

Mahler lo señala en los siguientes términos:

117
El bebé comienza un prolijo examen comparativo. Se interesa ahora en la “madre” y parece
compararla con “otro”, compara lo no familiar con lo familiar, rasgo por rasgo. El infante parece
familiarizarse más exhaustivamente, por así decirlo, con qué es madre, qué produce la sensación,
tiene el gusto, el olor, la apariencia de madre, qué “suena” como madre. Al mismo tiempo que
estudia a la “madre en tanto madre”, también va descubriendo qué pertenece y qué no pertenece al
cuerpo de la madre —un prendedor, los anteojos, etcétera—. El infante empieza a discriminar entre
madre y el o la o lo que parece, produce la sensación, se mueve en forma diferente de, o similar a,
madre. (Ibid., 69)

Durante esta edad de los ocho meses, surge, como señala Spitz, el segundo organizador, la
angustia del octavo mes, que se refiere a la ansiedad que en el niño causan los extraños.
Ahora bien, si la simbiosis ha sido óptima, los extraños despertarán interés, curiosidad; pero
si la simbiosis no fue óptima, los extraños generarán angustia o ansiedad. En palabras de
Mahler:

[…] una vez que el infante ha llegado a individuarse lo suficiente como para reconocer el rostro de
su madre —visual y táctilmente y quizás de otros modos—, y una vez que se familiariza con la
modalidad y la manera de “sentir” en general de su partícipe en la vida simbiótica, se aplica luego
con un mayor o menor asombro y aprensión a una prolongada exploración visual y al estudio de los
rostros y la gestalt y de otros. Los estudia de lejos y de cerca. Parece estar comparando y controlando
los rasgos del rostro del extraño con los del rostro de su madre (no necesariamente ni siquiera
predominantemente visuales). El infante parece también realizar una verificación comparando con la
gestalt de su madre, particularmente con su rostro. (Ibid., 70-71)

Si bien es cierto que la separación-individuación es un proceso que todo niño debe llevar a
cabo para lograr un desarrollo psíquico sano, la madre también debe poder adaptarse a este
proceso. Para ello es necesario que se conjuguen, tanto una dotación genética en la madre,
como la facultad de “maternación”. Estas nociones dan cuenta de, en primer lugar, de una
disposición genética innata que impulsa al ser humano – en este caso, específicamente a la
madre – hacia el establecimiento de vínculos con el medio externo, para poder aceptar los
cuidados que esta brinda. En segundo lugar, la noción de maternación da cuenta de una
madre que proporciona efectivamente los cuidados para cuya recepción está el individuo
genéticamente preparado.

Ser maternal y maternación constituyen la fase autística, cuya tarea es lograr el equilibrio
homeostático del niño. Por eso, al comienzo de la simbiosis, que es un término extraído de
la biología, se presenta una leve u oscura conciencia del objeto que es la madre. El rasgo
esencial de esta simbiosis es la fusión somatopsíquica omnipotente con la representación de
la madre por parte del niño. El logro de la simbiosis se da, cuando el niño alcanza a
establecer una relación objetal con la madre.

Así como las variables intrínsecas son muy importantes para un eventual desarrollo armonioso
de la personalidad, también una interacción madre-hijo favorable mejora la adecuación a la subfase.
Coleman, Kris y Provence (1953) han llamado la atención, hace muchos años, respecto de las
variaciones de las actitudes de la madre durante los primeros años de la vida del niño. La actitud de
la madre tiene también que adaptarse en todo el curso del proceso de separación-individuación, pero
más especialmente en ciertos puntos cruciales o encrucijadas de ese proceso. (Ibid., 76)

118
La anterior cita, intenta dar cuenta de cómo es que en el mencionado proceso de
separación-individuación, ambos, madre e hijo deben adaptarse.

La segunda subfase propuesta por Mahler es denominada la ejercitación locomotriz, que va


superpuesta con la subfase de diferenciación. Este período se divide en dos etapas: “[…] 1)
la primera fase de ejercitación, anunciada por la más temprana capacidad del infante de
alejarse físicamente de su madre gateando, haciendo pinitos, trepando y poniéndose de pie,
pero aún agarrado; y 2) el período de ejercitación propiamente dicho, caracterizado
fenomenológicamente por la locomoción vertical libre.” (Ibid., 78)

En la primera de estas fases, mencionadas anteriormente, se expande la capacidad


locomotriz del infante; esto le permite determinar la distancia que quiere establecer con la
madre. Además, adquiere la posibilidad de observar de una manera más amplia lo que es su
ambiente y entorno familiar. “[…] La manera en que se experimente este nuevo mundo
parece estar sutilmente relacionada con la madre, que aún es el centro del universo del niño,
desde el cual éste va saliendo sólo gradualmente hacia círculos cada vez más amplios.
(Ibid., 79)

Es una etapa en la que el infante accede, con placer, a las relaciones que se le posibilitan
con respecto a otras personas diferentes a la madre. Según Mahler, esta subfase se
caracteriza por: “[…] el gozoso investimiento en el ejercicio de las funciones autónomas,
especialmente la movilidad, hasta la casi total exclusión de un evidente interés en la madre
en algunos momentos.” (Ibid., 82)

La segunda etapa o parte de esta subfase, la que hace alusión a la locomoción vertical libre,
es una etapa que no se debe sobreestimar. “[…] La marcha proporciona al deambulador un
enorme aumento de descubrimientos y pruebas de realidad del mundo mediante su propio
control y dominio mágico.” (Ibid., 85)

En esta etapa, el niño descubre su pene; se percata de que es un órgano con extrema
sensibilidad, a la par que le proporciona placer, y su movimiento no está ligado al dominio
del yo. La posición vertical le permite al infante poder observar su pene, asunto este que le
genera el niño un mayor interés, dándole al pene mismo, una mayor importancia frente a
los demás órganos del cuerpo. Esto último, posibilita un mayor distanciamiento entre la
madre y el niño.

Mahler no establece claramente un correlato para las niñas, en lo que atañe al


descubrimiento de los genitales. Sin embargo, afirma:

Hemos descubierto que tanto en niños como en niñas, en el mes mismo que sigue al logro de la
locomoción activa libre, la afirmación de la individualidad avanzaba a pasos agigantados. Esto
parece ser el primer gran paso hacia la formación de la identidad. (Ibid., 85)
Más adelante, en la etapa del comienzo del acercamiento, sí hace alusión al descubrimiento
de la diferencia anatómica sexual: “[…] para las niñas el pene parece transformarse en el
prototipo de una “posesión” deseada, pero inalcanzable, de otros niños. Para los niños y las

119
niñas en general, este descubrimiento estimulaba la adquisición de una conciencia más neta
del propio cuerpo y de la relación de éste con los cuerpos de otras personas.” (Ibid., 105)

Mahler le otorga una importancia preponderante a la marcha del infante, tanto para el niño
como para la madre. “[…] es como si el deambulador que camino solo hubiera
demostrado, al lograr la locomoción vertical independiente, que ya puede incorporarse
con derecho al mundo de seres humanos independientes. La expectación y la confianza que
la madre trasunta cuando siente que su hijo es capaz de “lograrlo” ahí afuera, parece ser
un importante desencadenante del sentimiento de seguridad en sí mismo que experimenta
el niño, y quizás también el aliento inicial que lo impulsa a intercambiar parte de su
omnipotencia mágica por el placer de la propia autonomía y de su creciente autoestima.”
(Ibid, 87-88)

El regocijo otorgado por este desarrollo en el niño sólo se ve afectado, o disminuido cuando
el niño se percata de la ausencia de la madre. Esto se hace manifiesto en la disminución de
movimientos, gestos y actuaciones, acompañado de poco interés en el ambiente y cierto
ensimismamiento.

Se puede entonces inferir, que este cambio de actitud está ligado íntimamente a cierto temor
a la pérdida del objeto, y dicho temor disminuye cuando la relación simbiótica se ha
prolongada excesivamente.

Como tercera subfase de este proceso de separación-individuación, Mahler la denomina


acercamiento. En esta subfase hacen aparición el juego simbólico y los primeros
rudimentos de lenguaje, que son concebidos como “parteros psicológicos”. Tienen en
común la elaboración de Freud sobre el juego del fort-da, en tanto el niño intenta apropiarse
de la ausencia y de la presencia de la madre. Mahler lo trabaja desde el concepto de
ambitendencia, entendido como un proceso que se da en dos momentos. Uno, el de la
huída, en tanto el niño no quiere sentirse atrapado por la madre; el segundo momento,
corresponde con el encuentro, para sentirse protegido. No se trata del conflicto surgido a
partir de la ambivalencia afectiva, es decir, no consiste en que el niño quiera estar cerca y
lejos a la vez.

Esta tercera subfase, también se divide en partes o etapas. La primera es denominada por
Mahler El comienzo del acercamiento, donde el niño que deambula, regresa a la madre para
compartir con ella sus logros y hallazgos. Es en tanto el niño va adquiriendo conciencia de
que la madre es un ser separado de él, que va también asumiendo una existencia separada
de otros niños.

Mahler lo expresa así:

En paralelo o concomitancia con esta sensación del niño, de que la madre era una persona “que
estaba ahí afuera, en el mundo” y con la que él quiere compartir sus placeres, notamos que la
exaltada preocupación del deambulador por la locomoción y la exploración por sí mismas estaba
comenzando a disminuir. La fuente de máximo placer del niño se desplazaba de la locomoción

120
independiente y la exploración del mundo inanimado en expansión, a la interacción social. […] El
reconocimiento de la madre como una persona separada en el amplio mundo iba paralela a la
conciencia de la existencia separada de otros niños, de que éstos eran similares, pero diferentes, del
yo de uno. (Ibid., 104-105)

De esta forma, el niño empieza a diferenciar sus gustos de los de la madre; esto lo asume
Mahler como el inicio de la entrada en el principio de realidad. Se inicia la serie de
identificaciones con otros niños, de imitación de los comportamientos de los demás. Es por
esto que la estabilidad emocional de la madre influye en la del niño.

Además, a partir de este período, la figura del padre empieza a ser determinante, dado que
el infante empieza a percatarse de la relación de sus padres. El padre empieza a hacer parte
de los objetos de amor del niño, de forma también simbiótica, aunque con características
algo diferentes, pero vinculadas a la estabilidad emocional de la madre. La relación que
empieza a establecer con el padre, cobra relevancia, tanto para el proceso mismo de
separación-individuación, como para la fase preedípica posterior.

Sin embargo, además del padre y de la madre, el niño empieza a establecer relaciones con
otras personas, marcando en algunos casos observados por Mahler, preferencia por las
figuras masculinas. Todo esto acompañado de una serie de manifestaciones en el niño, que
revelan una apropiación de su propio cuerpo.

Gracias a la expansión social del niño, y a la importancia que va cobrando el padre, Mahler
apunta:

El deseo de más amplia autonomía por parte del niño no sólo se expresaba por el negativismo hacia
la madre y otras personas, sino que también llevaba a una extensión activa del mundo madre-hijo:
principalmente para incluir al padre. El padre, como objeto de amor, desde época muy temprana en
adelante pertenece a una categoría de objetos de amor totalmente distinta de la madre. Aunque no
está totalmente fuera de la unión simbiótica, tampoco es siempre plenamente parte de ella. (Ibid.,
105-106)

La segunda parte o etapa de la tercera subfase, es llamada por Mahler como La crisis del
acercamiento: 18-20 a 24 meses y con posteridad. Esta crisis se da, en tanto los
sentimientos encontrados en el niño, se refieren básicamente al deseo de estar cerca y
fundido con la madre, pero, al tiempo, siente temor de esta fusión. Entonces, el alejamiento
le produce angustia, que estimula el uso de ciertos mecanismos de defensa, como la
escisión, la proyección y la identificación. Las perturbaciones características son la
ambivalencia, la escisión entre objetos buenos y malos y la hostilidad. Cuando no se deriva
en un cuadro patológico, es porque la fusión ha sido favorable, es decir, se fusionan los
aspectos positivos y negativos de la madre. En otras palabras, cuando soporta tanto la
ausencia, como la presencia materna. Según Mahler,

Alrededor de los 18 meses nuestros deambuladores parecían muy ansiosos de ejercitar a fondo su
autonomía, en rápido aumento. Preferían cada vez más netamente que no les recordaran que a veces
no podían arreglárselas solos. Se producían como consecuencia conflictos que parecían centrarse en
el deseo de estar separado y ser grande y omnipotente, por una parte, y hacer que la madre

121
satisficiera mágicamente los deseos sin tener que reconocer que en realidad llegaba ayuda del
exterior, por otra. […] El período se caracterizaba entonces por el deseo rápidamente alternante de
alejar a la madre y de aferrarse a ella, secuencia conductal (sic.) descripta muy exactamente por la
palabra “ambitendencia”. Pero ya a esa edad había a menudo un deseo simultáneo en ambas
direcciones, es decir, la ambivalencia característica de los niños que están en la mitad de la subfase
de acercamiento. (Ibid., 110)

Por último, esta fase concluye con el Moldeamiento del acercamiento: la distancia óptima.
Dicha distancia óptima se logra en tanto: haya un desarrollo del lenguaje, se inicien los
procesos de internalización de los objetos buenos y de las normas, y surja por fin el juego
simbólico. Si los objetos buenos han sido internalizados y narcisizados, el niño logra creer
en sí mismo, confiar, y aceptar estar solo, aún en la presencia de la madre.

[…] En nuestro ambiente de estudio, esta distancia óptima estaba generalmente representada por el
cuarto de deambuladores, cercano pero separado, que ofrecía estimulación, oportunidad de ejercer
autonomía y un placer creciente en la interacción social.

Los elementos de la creciente individuación, que parecían posibilitar esta capacidad para
funcionar a mayor distancia, y sin la presencia física de la madre, son los siguientes: 1) El desarrollo
del lenguaje, es decir, la designación de objetos y la expresión de deseos con palabras específicas. La
capacidad de nombrar objetos (Katan, 1961) parece haber proporcionado al deambulador un mayor
sentimiento de capacidad de controlar su ambiente. El uso del pronombre personal “yo” aparecía
también a menudo en ese momento, y otro tanto ocurría con la capacidad de nombrar a personas
familiares y a sí mismo en fotografías; 2) el proceso de internalización, que podía inferirse tanto de
actos de identificación con la madre y el padre “buenos” y proveedores de satisfacciones, como de la
internalización de reglas y exigencias (comienzo del superyó); y 3) el progreso en la capacidad de
expresar deseos y fantasías mediante el juego simbólico, así como el uso del juego para fines de
dominio. (Ibid., 116)

La cuarta subfase que plantea Mahler es denominada la consolidación de la individualidad


y los comienzos de la constancia objetal emocional. En esta etapa se dan dos logros
importantes para el establecimiento de la separación individuación. El primero de ellos es
la adquisición por parte del niño de una individualidad definitiva y el otro es la adquisición
de un cierto grado de constancia objetal.

En lo que atañe a la constancia objetal, lo que el niño busca con ésta, es poseer una imagen
constante de la madre, la cual debe estar catexiada. Además de esta constancia, en ésta
fase también es de suma importancia que el niño unifique el objeto “bueno” y “malo” en
una sola representación.

El establecimiento de esta constancia objetal está predeterminado por dos aspectos


esenciales “[…] 1) la fe y la confianza a raíz de que ya en la fase simbiótica ha ocurrido
un alivio regular de la tensión provocada por las necesidades, alivio proporcionado por el
instrumento satisfactor de necesidades. En el curso de las subfases del proceso de
separación-individuación este alivio de la tensión provocada por las necesidades se va
atribuyendo gradualmente al objeto total que las satisface (la madre), y se transfiere luego,
por medio de la internalización, a la representación intrapsíquica de la madre; 2) la
adquisición cognitiva de la representación interna simbólica del objeto permanente (en el

122
sentido de Piaget); en nuestro caso, del objeto único de amor: la madre. Hay implicados
muchos otros factores, tales como la dotación y maduración instintiva innatas, la
neutralización de la energía instintiva, la prueba de realidad, la tolerancia a la frustración
y a la ansiedad, etcétera.” (Ibid., 125)

Así que en esta cuarta subfase, el niño debe alcanzar la individualidad definitiva y
consolidar los límites del yo, como parte de su ciclo evolutivo intrapsíquico. Aunado a lo
anterior, se van configurando los confines primarios de la identidad sexual.

La constancia objetal-emocional, proporciona el buen desarrollo psicológico del niño


(funcionamiento óptimo del yo), apoyado en la internalización de la imagen del objeto
madre. Si la madre ha dado una satisfacción plena de las necesidades del niño, se garantiza
la evolución propia del niño, lo que se traduce en la adquisición de la constancia objetal

Pero para que se alcance dicha constancia, es necesario que:

 El objeto esté disponible intrapsíquicamente, es decir, que pueda ser evocado sin
dificultad por el niño.
 El objeto debe estar investido de carga libidinal o neutralizada.
 El objeto debe ser “total”, o sea, que esté disponible para el sujeto en la realidad física.

Todo lo anterior, referido a Mahler, da cuenta de la observación fenomenológica que realizó


a lo largo de varios años con una gran cantidad de niños. Su principal aporte fue postular
las ideas que tratan sobre el desarrollo psíquico del niño, durante los dos primeros años de
vida. Esto, relacionado con el vínculo que el infante establece con la madre. De ahí, que a
partir de su obra se haya desprendido toda una concepción sobre las relaciones objetales,
algo que ya había sido desarrollado por otros psicoanalistas como Winnicott y Spitz.

La obra de Mahler cobra interés en tanto postula las condiciones, sobre todo de la madre,
para que el infante alcance la adaptabilidad esperada. Así, a guisa de conclusión, Mahler
afirma:

Tres variables referentes a la madre son de particular importancia en la configuración, promoción u


obstaculización de la adaptabilidad de cada niño en particular, del desarrollo de sus impulsos y de su yo,
y del comienzo de estructuración de los precursores de su superyó:

1. La estructura de la personalidad de la madre.


2. El proceso evolutivo de la función parental de ésta (Benedek, 1959).
3. La fantasía consciente, pero particularmente la inconsciente, de la madre respecto de su hijo.
(Ibid., 220)

Así pues, la obra de Mahler va en la vía de la Teoría de las Relaciones Objetales, en donde
la madre cumple una función primordial. Para concluir,

123
Tras este breve recorrido por la obra de Mahler, se puede entonces entrar a considerar en
qué consiste la psicoterapia Dinámica, y las relaciones, en diferencias y similitudes, que
guarda con la terapia propuesta desde el psicoanálisis.

En primer lugar, se hallan las denominadas psicoterapias breves, de las cuales se puede
decir que están encaminadas a que el terapeuta trate de entender mejor al paciente-persona
como ser social, en un trabajo donde se tienen en cuenta lo interno y lo externo del
individuo, asuntos estos que dan elementos de trabajo para con el paciente. Se deben
vincular los aspectos de su mundo circundante, con cada uno de sus problemas y establecer
las relaciones existentes entre sus fantasías y su realidad. Desde esta perspectiva la
interpretación no es un instrumento totalmente necesario, se puede prescindir de él y en su
lugar se pueden utilizar las intervenciones con una notable frecuencia, asunto este que
marca una diferencia representativa con el psicoanálisis lacaniano, donde las intervenciones
son mínimas. Los terapeutas de esta corriente consideran la interpretación verbal como su
instrumento por excelencia y le otorgan un papel preponderante para su dispositivo
terapéutico.

Cabe aclarar que para Héctor Juan Fiorini las psicoterapias breves están guiadas por las
concepciones que se tiene de constructos teóricos tales como enfermedad o curación y su
trascendencia social. Un cambio en la concepción de estos conceptos obligaría a un cambio
en las mismas psicoterapias “[…] Si fuera este el caso, todo esfuerzo de descripción y
conceptualización podrá contribuir, con otros factores, a que ese proceso se acelere y
conduzca a niveles más altos de la elaboración científica en salud mental. Cumplirían
entonces su función de peldaño. Sabemos, además, que el futuro de las psicoterapias
consistirá en negarse dialécticamente como terapias, para volcar sus adquisiciones y
desarrollos en los campos de la prevención y la educación.” (Fiorini, 1984, 18)

Según este mismo autor, el camino de las psicoterapia consiste en buscar obtener una visión
y una concepción mas totalizadora del paciente. En este sentido la psicoterapia, se ve
llevada a diseñar nuevos métodos que entren en concordancia con ciertos espacios como las
instituciones, para los cuales es necesario plantear una nueva psicoterapia.

De hecho, frente a demandas ya creadas, las instituciones se ven obligadas a instrumentar


terapéuticas breves. Éstas modalidades de asistencia, que asumen con frecuencia el carácter de
ensayos, se extienden bajo el signo de la desconfianza o el descrédito ( aun para quienes las ejercen )
por tratarse de instrumentos considerablemente ambiguos en sus fundamentos y en su técnica, y cuya
brevedad de aplicación sugeriría ya soluciones precarias, en gran medida “empíricas”, vale el cargo
de que constituyen procedimientos poco definidos, altamente impredictibles y de efectos difícilmente
evaluables.
No obstante, estas psicoterapias van haciendo la prueba de la experiencia ( que ya no es tan nueva), y
arrojan resultados que permiten construir algunas hipótesis provisionales. Parece, pues, oportuno
considerar al menos la posibilidad de que estas prácticas rebasen el marco de un empirismo oscuro,
encuentren una racionalidad que las legitime, las haga coherentes y las constituya en técnicas
individualizables, dotadas de sentido, indicadas científicamente y no meros recursos accidentales
para una emergencia socioeconómica y sanitaria. Para ello estas terapias breves necesitan asentar su
base en la experiencia clínica, concepción teórica y sistematización técnica del psicoanálisis, e incluir
aportes de otras disciplinas sociales y de diferentes modalidades terapéuticas, pero orientándose

124
hacia la elaboración de un esquema referencial propio, ya que se ejercen en un contexto original que
no admite la extrapolación directa de conceptos e instrumentos surgidos en otros campos
asistenciales. (Ibid., 22)

Las psicoterapias breves poseen algunos conceptos básicos, los cuales fundan su base
teórica, estos son:

a) Modelo Etiológico: las psicoterapias breves tratan de entender el estado actual del
paciente, es decir; se trata de “[…] jerarquizar el papel desempeñado por las condiciones
de vida del paciente , dirigirse a la experiencia actual de “la realidad” del paciente. Un
criterio básico reside en considerar que en gran medida “el hombre depende directamente
de su ambiente diario común para su normal funcionamiento”.” (Ibid.,23)
De lo que se trata es de comprender los sucesos de la vida cotidiana del paciente a partir de
interpretaciones y orientaciones en su vida laboral y familiar, además de ayudar al paciente
en la comprensión y planificación de su vida diaria. En esta vía se deberá tener en cuenta
que:

[…] Si se comprende el momento de crisis como una estructura original asumida por las
contradicciones esenciales del sujeto en circunstancias especificas, pueden ponerse de relieve los
puntos nodales, “estratégicos”, de esa estructura, los eslabones permeables de la misma, vías de
acceso por las cuales operar para producir reestructuraciones efectivas. En esta perspectiva adquieren
legitimidad los intentos de abordaje múltiples, a diferentes niveles simultáneos, de la estructura
compleja.(sic) heterogénea, de la existencia enferma ( enfoque multidimensional de las terapias
breves), y en particular las medidas orientadas hacia el ambiente, hacia una organización mas
favorable de la vida cotidiana del paciente. (Ibid.,25)

b) Relaciones entre psicoterapia y comportamientos potencialmente adaptativos: desde los


modelos de conducta existentes, no se puede dar cuenta de todo el comportamiento de los
seres humanos; por tanto es necesario establecer que comportamiento es “normal” y cual
no, y en esta perspectiva tener claridad sobre un concepto como el de enfermedad. La
única forma de entender la enfermedad, es colocándola en consonancia con el
comportamiento “normal”. En este sentido, Fiorini, citando a Hartmann, agrega:

[…] “Sin considerar tanto el funcionamiento no conflictivo como los conflictos centrales del paciente
no puede comprenderse la conducta”. Si el paciente es capaz de conservar en grado variable cierto
comportamiento realista adaptativo, si interjuegan en su conducta fenómenos patológicos y
adaptativos, pueden localizarse áreas de enfermedad, y distinguirse grados o nivele de la misma. Una
terapéutica breve organiza sus recursos de modo elástico – “principio de flexibilidad”, que contrasta
con la estructuración única constante de una técnica reglada con encuadre estricto, como es el caso
del psicoanálisis– y los organiza en función de una evaluación total de la situación del paciente, de su
grado de enfermedad y del potencial adaptativo de su personalidad: elabora su estrategia según qué
capacidades están invadidas por conflictos o libres de ellos.
Se orienta hacia el fortalecimiento de las “áreas del yo libres de conflicto”. (Esto lleva a
caracterizar a la psicoterapia breve como psicoterapia “del yo”, aspecto particularmente relevante
para la comprensión del proceso terapéutico […]. (Ibid., 26)

125
c) Modelos motivacionales y cognitivos de la personalidad: en el sujeto existen aspectos
motivacionales de tipo infantil y adulto. Esto sugiere que el individuo debe ser entendido
como un ente donde se interrelacionan múltiples motivaciones. Fiorini, al respecto:

[…] La posibilidad de que comportamientos primitivamente ligados a motivaciones infantiles se


autonomicen, adquiriendo en el desarrollo funciones fines en sí mismas, sugiere la necesidad de
entender al individuo como un sistema de múltiples motivaciones organizadas en una relación de
estratificación funcional compleja, en la que un nivel dinámico no consiste en la mera apariencia del
otro, si bien no actúa aisladamente. En este modelo la jerarquía motivacional se caracteriza por una
combinación de autonomía, dependencia e interpenetración.
En esta concepción pluralista se asigna importancia motivacional a la orientación del sujeto hacia
el futuro, su organización en proyectos de alcanza diverso que incluyen una relación con cierta
imagen de sí y con un mundo de valores o metas ideales (Ibid., 27)

De esta manera se ve cómo las psicoterapias breves, deben abarcar los diferentes niveles
motivacionales.

Con relación al aspecto cognoscitivo, se puede decir que en esta esfera, se instalan dos tipos
de pensamiento. El primero está vinculado con el proceso primario, y en esta vía, es un
pensamiento ligado a los impulsos; el segundo es el pensamiento realista, el cual sirve para
los procesos de adaptación. Estos dos tipos de pensamiento, son antagónicos y de la
supremacía del segundo, depende la funcionalidad del individuo.

Es así como una psicoterapia breve debe buscar lograr “[…] mediante el esclarecimiento de
aspectos básicos de la situación del paciente, un fortalecimiento en su capacidad de
adaptación realista, de discriminación y rectificación en grado variable de significaciones
vividas.” (Ibid., 28)

Es de anotar que las psicoterapias breves, poseen ciertas características particulares, cuando
éstas se desarrollan en el espacio institucional. Es así como el terapeuta se desenvuelve
activamente en el espacio terapéutico:

El terapeuta debe desempeñar en la terapia breve un papel esencialmente activo. Se exige de él


una gama amplia de intervenciones: no se limita al material que aporta el paciente; además explora,
interroga, (comenzando por la minuciosa recolección de datos con la que elabora desde el comienzo
la historia clínica); eventualmente incluye en las sesiones aspectos de la conducta “extraterapéutica”
del paciente, dentro de la institución, en su grupo familiar, etcétera. Su participación es más
directamente orientadora de la entrevista que la del analista en la técnica standard, cuyo rol es más
pasivo en el sentido de limitarse a interpretar según el material que espontáneamente va aportando el
paciente. Un terapeuta que introduce en la sesión sus iniciativas para la confrontación, que promueve
el diálogo, es uno de los componentes originales de esta técnica, tal vez el más específico para su
caracterización. Sin esta intervención abiertamente participante del terapeuta, el curso de una terapia
breve, librado a la espontaneidad del paciente, sufre serias dificultades. La falta de una adecuada
comprensión de este hecho fundamental por parte del terapeuta parece detectarse con frecuencia
como uno de los determinantes fundamentales de fracaso en tratamientos breves. (Ibid., 31-32)

Se destaca en estas psicoterapias el papel del terapeuta y el punto hacia el cual se deben
dirigir sus iniciativas: “[…] iniciativa personal del terapeuta, individualización,

126
planificación, focalización, flexibilidad, definen parámetros específicos de la psicoterapia
breve y confieren a esta técnica una estructura propia, diferente de la técnica
psicoanalítica.” (Ibid., 33) A partir de estas peculiaridades, este tipo de psicoterapia es
susceptible de objetivación, y en este orden de ideas, se convierte en un saber que se puede
transmitir.

En últimas, las psicoterapias breves, buscan que l paciente fortalezca su yo y su orientación


principal está dirigida a lograr, un acercamiento por parte del paciente a su propia realidad,
aclarando que esto debe suceder por fuera de fenómenos clínicos como la transferencia. Es
así como se le permite al paciente obtener la capacidad de remover los obstáculos que están
interviniendo en las alteraciones de la homeostasis. “[…] En consecuencia actúa
confrontando sistemáticamente al paciente con su realidad social, ambiental, y con sus
perspectivas frente a la misma” (Ibid., 36)

En cuanto a la efectividad de estos tratamientos, se dice que logran “mejorías”


considerables y estables, pero su limitación básica es la ambigüedad del concepto de
mejoría. Al respecto Fiorini argumenta:

[…] La polémica entre escépticos y partidarios de las terapias breves radica en cuanto al tipo,
niveles, alcances y estabilidad de los cambios que pueden englobarse en aquel amplio rótulo.
Mientras en psicoanálisis mejoría significa mayor insight, en terapia breve puede aludir sólo a
supresión sintomática.
Si se parte del criterio de mejoría empleado en la técnica analítica, la psicoterapia breve al no
centrarse en la elaboración de la neurosis de transferencia, no puede producir más que
modificaciones superficiales, a través del apoyo, la sugestión, la supresión de síntomas y el
reforzamiento defensivo. (Ibid., 38)

No obstante, se sostiene que esta técnica puede obtener mejores logros que los nombrados
anteriormente:

Esto se basa, en primer lugar, en la observación clínica y en la evaluación mediante otros


instrumentos, antes señalados, de las modificaciones que produce esta terapia, que comprenden:

a) Alivio o desaparición de síntomas.


b) Modificaciones correlativas en el manejo de las defensas con el reemplazo de técnicas más
regresivas por otras más adaptativas.
c) Mayor ajuste en las relaciones con el medio (comunicación, trabajo, etc.).
d) Incremento en la autoestima y el confort personal.
e) Incremento en su autoconciencia, con mayor comprensión de sus dificultades fundamentales y el
significado de las mismas (lo que puede considerarse al menos un primer grado de aproximación al
insight, comparado con el que puede lograrse por un tratamiento intensivo y prolongado).
f) Ampliación de perspectivas personales, bosquejo inicial de algún tipo de “proyecto” individual.
(Ibid., 39)

Cabe mencionar entonces que las limitaciones de este dispositivo terapéutico, se encajen en
la posibilidad que existe de no lograr algo más que mejorías transitorias; estas a su vez,
dependen del cuadro clínico manifestado, el tipo de personalidad o la situación social de la
persona.

127
Fiorini plantea que:

Puede fracasar absolutamente (por ejemplo en psicopatías) o producir únicamente variaciones en


superficie (fenomenológicas) actuando sólo por efecto de cura transferencial con desaparición de
síntomas o una seudoadaptación a un nivel regresivo.
No puede, en plazos limitados, producir cambios en la estructura nuclear de la personalidad,
aunque sí modificaciones dinámicas no despreciables, como se expuso anteriormente.
Un énfasis excesivo puesto en la comprensión racional, así como interpretaciones prematuras,
pueden reforzar resistencias incrementando la intelectualización.
El operar por sugestión puede impulsar la “fuga a la salud” e inducir al paciente al acting out.
Estos riesgos hacen aconsejable el ejercicio de esta técnica por terapeutas con formación dinámica
y experiencia clínica ya hecha.
Si bien importa tener clara conciencia de estas limitaciones y riesgos, las consideraciones
formuladas en la discusión de resultados cuestionan el derecho a una generalización tal de estas
insuficiencias, que justifique el rechazo o la negación de otros alcances efectivos para esta técnica.
(Ibid., 42-43)

Esta psicoterapia adquiere gran validez en los campos institucional y privado, ya que las
condiciones de atención que estos presentan, no son óptimas para tratamientos prolongados
y que apuntan a cuestiones diferentes en cuanto al nivel de capacidad de insight que los
pacientes puedan lograr. “[…] Al margen de razones socioeconómicas, para determinados
pacientes una terapia breve puede ser el tratamiento de elección”. (Ibid., 44)
Independientemente de la duración de la terapia, la Escuela Dinámica plantea una serie de
generalidades para todas aquellas intervenciones psicoterapéuticas que tienen como base
sus postulados básicos. Así, para Goldstein (2001, 45):

La psicoterapia de orientación dinámica requiere sesiones periódicas programadas, una a la semana y


a veces dos, de duración variable; hay poco contacto entre paciente y psicoterapeuta fuera de ellas y
siempre se efectúan con terapeuta y paciente sentados uno frente a otro.

No obstante esta apreciación de consideraciones básicas, lo más relevante para la


psicoterapia de orientación dinámica, es la apertura que el terapeuta debe asumir con
respecto al paciente. En este sentido, se denomina a esta actitud del terapeuta, como una
apertura a establecer el vínculo terapéutico con la persona que es él mismo. Esto cobra
interés, por cuanto se tienen en cuenta las sugerencias y apreciaciones del paciente para con
la terapia. A este respecto, escriben Fiorini y Peyrú (1978, 21):

En nuestro trabajo destacamos también los aportes del paciente, los indicios orientadores que va
emitiendo, a veces sutiles, casi evanescentes, otras manifiestos, reiterativos y conscientes, no por ello
menos “profundos” y altamente creativos. Señalamos entonces la importancia de un terapeuta
abierto, capaz de permitir a estas capacidades del paciente ensayar sus propuestas, afirmar ciertas
intuiciones, hacer su despliegue original, poner al descubierto su riqueza en actos; un terapeuta capaz
de acompañar, dialogar con, y ayudar a expresar los potenciales yoicos del paciente, su capacidad de
alianza terapéutica, y todas sus tendencias a realizar aportes para el desarrollo del proceso
terapéutico.

Lo anterior tiene relación con la indicación de Fiorini y Peyrú, de establecer una relación
“real” con el paciente. Para esto se apoya en trabajos de otros autores, a los cuales cita en
los siguientes términos:

128
En “Aspectos no transferenciales en la relación analítica” Greenson y Wexler han discutido con
particular énfasis la necesidad de actuar en cierto momento de todo tratamiento analítico mediante
intervenciones diferentes de la interpretación. Acentúan la importancia del rol “real” del terapeuta y
mencionan ejemplos clínicos de interacciones entre paciente y terapeuta que no pueden englobarse
en términos de transferencia y contratransferencia, en cuanto ponen en cuestión aspectos de la
realidad del vínculo y del terapeuta como persona. Estos autores destacan que ese papel activo del
terapeuta como figura “real” es esencial para enfrentar problemas que van “más allá del conflicto,
hacia lo que falta en el paciente”: deficiencias yoicas ligadas a carencias en la maduración, déficit en
la autoimagen, interferencias en el desarrollo de relaciones objetales. Tales situaciones requieren del
terapeuta comportamientos adecuados para establecer y mantener una relación objetal “real” con el
paciente. (Ibid., 52-53)

Esta relación “real” con el paciente, implica una cierta flexibilidad del terapeuta para ceder
en aspectos como el encuadre. Si el encuadre se cumpliera a cabalidad, se estaría
planteando en términos de ideal, según la expresión de José Bleger en su texto
Psicoanálisis del encuadre psicoanalítico (1967), que Fiorini trae a colación. Fiorini llama
la atención sobre los aspectos que quedan inevitablemente por fuera del encuadre, pues
dentro de éste, no pueden abarcarse todos los aspectos de la personalidad del paciente. Por
eso, según Fiorini y Peyrú, Bleger:
[…] Se pregunta por ejemplo, cuánto de la parte psicótica del paciente quedará sin analizar mediante el
cumplimiento estricto de ese encuadre ideal. Entonces Bleger dirá: “No sé dar respuesta a la pregunta”.
Comprende, eso sí, toda la magnitud del problema: el encuadre, sostenido como constante, “constituye la
más perfecta compulsión a la repetición […] la más completa, la menos conocida y la más inadvertida”.
Entiende entonces que la “alianza terapéutica” es la alianza con la parte más sana del paciente, pero que
lo es solo para el proceso, no para el encuadre. “En este último, la alianza es con la parte psicótica (o
simbiótica) de la personalidad del paciente (¿con la correspondiente del analista?). No lo sé todavía”
(Ibid., 61)

El argumento de Fiorini para esta flexibilidad en lo que se refiere al encuadre, lo establece


en términos de lograr una “evolución” del paciente en algún momento de la terapia. A este
asunto añade:

En determinados momentos, cuando el desarrollo de un proceso terapéutico abre la necesidad y la


posibilidad de un encuentro capaz de producir efectos simbólicos retroactivos de importancia
evolutiva, se hace evidente la incapacidad del setting clásico para responder a esa demanda del
proceso. Esa incapacidad explicará por qué tantos analistas han debido violar las reglas del encuadre
en más de una oportunidad. (Ibid., 60)

Lo anterior se circunscribe en aras de potenciar un principio general de creatividad en el


paciente, que lleva implícito el objetivo de “cualquier” vínculo terapéutico de lograr una
productividad original en el sujeto. Fiorini lo expresa en estos términos: “[…] Este
principio condensa toda una orientación estratégica, la cual concibe que una terapia no
está dada solo para corregir lo alterado, o para hacer consciente lo inconsciente, sino
para producir, a partir de esas tareas, algo diferente, para agregar desarrollos, para crear
nuevos contenidos positivos en un mundo que llega teñido de carencia, muerte y
negatividad” (Ibid., 68)

129
Según Fiorini, al tener en cuenta este principio general de creatividad, se postula un
antagonismo entre, por un lado, la apertura a la originalidad, y por otra parte, las reglas
restrictivas, colocadas al servicio de repeticiones insulsas, que un proceso terapéutico puede
reeditar en el paciente.

Ahora bien, por “alianza terapéutica”, Goldstein (Op. Cit., 85), entiende que se trata de algo
que es diferente de la transferencia. La transferencia engloba tanto los asuntos conscientes
como inconscientes del paciente, que se actualizan durante el proceso terapéutico, y que
van dirigidos a la persona del analista. En cambio,

La alianza terapéutica es la relación cooperante entre paciente y terapeuta, establecida para facilitar
el trabajo psicoterapéutico. Su requisito es que el paciente mantenga un yo observante
constantemente centrado en el proceso terapéutico. Este yo observante mantiene una alianza con el
terapeuta frente a los conflictos y resistencias del paciente. Aunque susceptible de incluir elementos
inconscientes, la alianza terapéutica opera fundamentalmente a nivel consciente. La transferencia,
por el contrario, es un proceso inconsciente por el que el paciente, en estado de regresión, desplaza o
«transfiere» hacia el terapeuta sentimientos y pensamientos que en origen dirigía hacia personas
significativas de su primera infancia. La transferencia incluye no sólo estos sentimientos y
pensamientos, sino también las defensas contra ellos, y se basa tanto en el pasado real como en el
pasado fantaseado tal como lo experimenta el paciente.

El insight cobra interés dentro de la psicoterapia dinámica, en tanto es una de las


orientaciones hacia las cuales se puede dirigir el tratamiento. Esto depende en mucho del
tipo de personalidad que posea el paciente. El otro mecanismo hacia el cual se puede
dirigir el tratamiento, es por medio de la relación transferencial. Así, tanto el cambio
esperado en psicoterapia puede estar supeditado, tanto al insight como a la relación
transferencial; lo que difiere de un caso a otro es, como ya se mencionó, el tipo de
personalidad del paciente. Así, para Goldstein: “[…] El insight desempeña un papel más
importante en psicoterapia con pacientes «más sanos» y la relación asume mayor
importancia con individuos más «trastornados». No obstante, ambos mecanismos
desempeñan un importante papel en todos los pacientes.” (Ibid., 60)

Hasta aquí, los postulados básicos y clásicos de la psicología dinámica, entre los que se
incluyen la Teoría de las Relaciones Objetales, el concepto de Adaptación de Heinz
Hartmann, los Mecanismos de defensa, propuestos por Anna Freud, el desarrollo de la
noción de Yo en René Spitz, y en general, todo el conglomerado de conceptos, nociones,
suposiciones e interpretaciones de la obra de Sigmund Freud, que llevó a la consolidación
de la denominada Psicología Dinámica. A su vez, se presentaron algunos conceptos claves
de la psicoterapia que lleva el mismo nombre.

130
EL OBJETO DE ESTUDIO

La psicología, dicho sea con franqueza, es prácticamente


cualquier cosa que ustedes quieren que sea. En un último
análisis, la psicología consiste en cualquiera de las
definiciones que un autor, ustedes, yo o cualquier otro, deseen
aplicarle.

ALBERT ELLIS, “Escuelas teóricas en psicología”.


En Weider, A., Contribuciones a la psicología médica, Buenos Aires, Eudeba, 1962, p. 45.

Para la psicología, como para cualquier ciencia, es imprescindible determinar cuál es su


objeto de estudio; entre otras razones, porque ello delimita el método que ha de utilizar para
estudiar dicho objeto. El objeto, sin embargo, no es un ente físico, sino abstracto, esto es,
compuesto de enunciados lógicos.

Para Zapata (1994, 5):

El objeto de una ciencia, entonces, no es el objeto empírico, concreto, que pertenece al orden de lo
real; sino el objeto formal, abstracto, que pertenece al orden de la realidad y es una construcción
intelectual.

La importancia de la definición del objeto radica en que con él se define, además de aquello que se
habrá de estudiar, cómo será estudiado, es decir se determina el método.

En torno a lo anterior, es que puede comprenderse el porqué la psicología ha tenido,


históricamente, una gran variedad de objetos de estudio, todos los cuales, conviviendo de
manera pacífica dentro del mundo de los psicólogos, han planteado una serie de métodos de
intervención, no sólo teórica, sino también terapéutica.

Una definición “clásica” de qué es la psicología, es la de señalarla como el estudio del


comportamiento humano. Pero tal definición, está estrechamente relacionada con lo que
otras ciencias también abordan, es decir, el comportamiento humano es a su vez objeto de
estudio y análisis de ciencias como la economía, la pedagogía, la lingüística, la
antropología, etc., sólo que tocan con asuntos específicos. Por ejemplo, la economía aborda
el asunto del comportamiento humano, pero con relación al dinero o los bienes materiales,
al tiempo, la pedagogía con relación al aprendizaje, la lingüística en lo que toca con la
comunicación; y así, invariablemente, múltiples disciplinas se encargan de estudiar el
comportamiento humano. Entonces, ¿cuál es el campo del comportamiento humano del
que se encarga la psicología?. Barrul (2000), enuncia, en esta vía, que la psicología tiene
como objeto de estudio a la salud. En este sentido, se trata de estudiar la influencia del
comportamiento humano sobre la salud humana. A este respecto afirma:


Citado por BRAUNSTEIN, Néstor A. et al. Psicología: ideología y ciencia. México D.F. Siglo XXI
Editores S.A., 2001. p. 21.

131
[…] La psicología es la ciencia que estudia la influencia del CH [Comportamiento Humano] sobre la
salud humana. Claro está que esta definición, que aclara perfectamente lo que es la psicología,
disgusta a muchos psicólogos, pero esto no cambia las cosas. La situación de la psicología se
clarifica, tal y como podemos comprobar [en el siguiente cuadro]:

La disciplina… Estudia el… Relacionado con…


Economía Comportamiento humano Dinero
Pedagogía Comportamiento humano Aprendizaje
Lingüística Comportamiento humano Comunicación
Antropología Comportamiento humano Cultura
Sociología Comportamiento humano Sistemas sociales
Historia Comportamiento humano Evolución temporal
Epistemología Comportamiento humano Ciencia
Psicología Comportamiento humano Salud

Ahora la psicología aparece en su lugar correcto (y distinguible) dentro del conjunto de las ciencias
del CH. No existe ningún conflicto entre la psicología y las otras ciencias del CH. Cada una tiene su
lugar y su espacio. Además, esto es lo que la gente de la calle espera de la psicología, es decir, que le
ayude a resolver los graves problemas de salud que padecemos y en los que la medicina no alcanza a
actuar.

Esta propuesta, si bien es interesante, devela la pretensión de inscribir a la psicología en el


concierto de las demás ciencias naturales, pero peca de no esclarecer entonces qué es la
salud para la psicología, o si es el mismo concepto de la medicina, necesario para otorgarle
el estatus de ciencia a la psicología, algo contra lo que ya Georges Canguilhem había
arremetido en su conferencia del 18 de diciembre de 1956, pronunciada en el Collège
Philosophique y que se publicó dos años más tarde en la Revue de Métaphysique et de
Morale; en dicha conferencia, llamada “¿Qué es la psicología?”, Canguilhem critica la
pretensión de unificar a la psicología en aras de que se constituya en una ciencia con todo
rigor. Además, también cuestiona la eficacia del psicólogo, en lo que atañe a su rol como
terapeuta:

De esta manera, Canguilhem (1998, 7), afirma:

Al decir de la eficacia del psicólogo que es discutible, no se quiere decir que ella sea ilusoria; se
quiere simplemente anotar que esta eficacia está sin duda mal fundamentada, mientras que no se
pruebe que ella se debe claramente a la aplicación de una ciencia, es decir en tanto que el estatuto de
la psicología no haya sido fijado de tal manera que se le deba considerar por más y mejor que un
empirismo compuesto, literalmente codificado con fines de enseñanza. De hecho, de muchos trabajos
de psicología se tiene la impresión que mezclan una filosofía sin rigor con una ética sin exigencia y
una medicina sin control. Filosofía sin rigor ya que es ecléctica bajo pretexto de objetividad; ética sin
exigencia porque asocia experiencias etológicas que no han sido criticadas, la del confesor, del
educador, del jefe, del juez, etc.; medicina sin control puesto que de los tres tipos de enfermedades
más ininteligibles y menos curables, enfermedades de la piel, enfermedad de los nervios y
enfermedades mentales, el estudio y el tratamiento de las dos últimas le han provisto siempre
observaciones e hipótesis a la psicología.

Por tanto puede parecer que al preguntar «¿Qué es la psicología?» se plantea una pregunta que no es
ni impertinente ni fútil.

132
En lo que toca con la supuesta unidad de la psicología, propuesta desde antes de la
conferencia de Canguilhem por Daniel Lagache, en la que ha sido en llamarse su “lección
inaugural” en la cátedra de psicología general que dictaba en la Ecole Normale Supérieure,
Canguilhem ataca el edificio teórico de Lagache con las siguientes palabras:

A la pregunta «¿Qué es la psicología?» se puede responder haciendo aparecer la unidad de su


dominio, a pesar de la multiplicidad de los proyectos metodológicos. A este tipo pertenece la
respuesta brillantemente dada por el profesor Daniel Lagache, en 1947, a una cuestión planteada, en
1936, por Edouard Claparède. La unidad de la psicología es buscada, en este caso, en su definición
posible como teoría general de la conducta, síntesis de la psicología experimental, de la psicología
clínica, del psicoanálisis, de la psicología social y de la etnología.

Sin embargo, viéndolo bien uno se dice que quizás esta unidad se parece más bien a un pacto de
coexistencia pacífica sellado entre profesionales, que a una esencia lógica obtenida por la revelación
de una constancia en una variedad de casos. De las dos tendencias entre las cuales el profesor
Lagache busca un acuerdo sólido: la naturalista (psicología experimental) y la humanista (psicología
clínica) se tiene la impresión de que la segunda le parece que tiene un peso más importante. (Ibid.,
7)

La conferencia dictada por Canguilhem es comentada por Elisabeth Roudinesco; en un


texto denominado “Situación de un texto: ¿Qué es la psicología?” (2005) Roudinesco, con
respecto a la psicología clínica, comenta:

Desde el punto de vista teórico, el término psicología clínica estalla en pedazos en cuanto el método
psicoanalítico construye su clínica sobre la renuncia a la observación del enfermo, y sobre la
interpretación de los síntomas en función de una escucha del discurso del inconsciente. Por esa
razón, Freud no conceptualiza el término que pertenece al vocabulario de Janet.

En la perspectiva janetiana, el término es utilizado con el fin de retirar a la medicina el privilegio de


la mirada ejercida junto a la cama del enfermo: se trata de dotar a la ciencia psicológica de una
competencia clínica. Fundado en la investigación y la descripción de las conductas, ese enfoque
recusa el inconsciente en beneficio del subconsciente y rechaza la estructura en beneficio de las
funciones.

En el mismo momento en que el janetismo dejó de usarse, Lagache reactualizó las antiguas fórmulas
para favorecer, por la vía universitaria, la expansión de la Laïenanalyse (análisis practicado por los
médicos). En ese combate, obra del mismo modo que su ilustre ancestro, volviendo a verter la clínica
en la psicología con el fin de dotarla de una "medicina" que no deba nada a la enseñanza médica.
Pero mientras Janet era un antifreudiano convencido, Lagache es un estricto freudiano. No sólo
porque es un profesional del psicoanálisis, sino porque es, desde 1953, uno de los fundadores del
segundo grupo psicoanalítico francés. Por eso ocupa una posición imposible de mantener que
consiste en querer integrar el freudismo al janetismo bajo la categoría de una cientificidad de la
psicología cuyo principio sería el de su unidad. Según Lagache, se deben unificar la rama de la
psicología denominada "naturalista", que comprende el behaviorismo y las teorías del aprendizaje
(con la estadística y la experimentación) y la rama denominada "humana", que reúne la psicología y
el psicoanálisis definido como "ultraclínico", estando las dos emparentadas con la fenomenología de
Karl Jaspers. (Roudinesco, 2005, 2-3)

La anterior cita, da cuenta de cómo se ha pretendido desde hace ya más de medio siglo
lograr una “unidad” en psicología, que instituya a ésta como ciencia. Pero esto no sólo
pasó con la pretensión de Lagache en el campo del psicoanálisis, también han habido

133
pretensiones de convertir a la psicología en una ciencia, otorgándole como objeto al alma,
la conciencia, la mente o el psiquismo, pero siempre cayendo en una especie de
reduccionismo o de falta de rigurosidad, tal como lo ha denunciado Canguilhem.

Ahora bien, quizás el objeto que más se ha preconizado como tal para la psicología haya
sido la conducta. Tal como lo señala el texto “La psicología y su objeto de estudio”,
(2001/2002), el estudio de la conducta es de lo que se encargan los psicólogos, sean o no
conscientes de ello.

Así:

El estudio de la conducta se hace en función de la personalidad y del inseparable contexto social, del
cual el ser humano es siempre integrante.
Se estudia la conducta en calidad de “proceso” y no como “cosa”.
La conducta es FUNCIONAL, porque tiene como finalidad resolver tensiones.
La conducta implica siempre conflicto o ambivalencia.
La conducta sólo puede ser comprendida en función del campo o contexto en el que ella ocurre. Todo
organismo vivo tiende a preservar un estado de máxima integración o consistencia interna. Coinciden
en estos cuatro puntos el Psicoanálisis, la Antropología Social y la Psicología del Learning.
Sean cuales fueren los fundamentos teóricos y los “modelos de pensamientos” empleados, todas las
corrientes y todos los campos psicológicos han estado estudiando consciente o inconscientemente la
conducta.

Obviamente, lo que se entiende por conducta, no es lo mismo en psicoanálisis que en


psicología social, o en el conductismo, o en su forma sofisticada, la psicología cognitiva.
Cabe entonces con esto, señalar que al momento de adjudicar o proponer un objeto de
estudio para la psicología, inmediatamente se presentan las contradicciones o disputas entre
todas las corrientes psicológicas. No hay pues un consenso; más bien, parafraseando a
Canguilhem, una coexistencia pacífica entre profesionales.

Retomando la idea de que la conducta es el objeto más preconizado para la psicología,


Watson, según Salcedo (2003, 159) acierta al afirmar que:

La psicología clásica, hasta la primera década del siglo XX, era una psicología experimental,
introspectiva, elementalista y asociacionista. Lo que Watson viene, pues, a objetar es básicamente
dos puntos globales.

El primero, […] está relacionado con su vehemente rechazo del uso de conceptos teóricos no
susceptibles de ser fácilmente operacionalizados. Este autor abocaba por la expulsión en la
psicología de conceptos como conciencia, alma, estados mentales, mente y términos similares que
nombraban fenómenos no directamente observables o palpables por el investigador científico. Para
Watson, al no existir pruebas “científicas” de la real existencia de tales cosas, con esos términos se
podrían estar nombrando entidades sin asidero en la realidad, pero de las que se creían existía
simplemente porque una milenaria tradición así lo sostenía, quizás por ser en las épocas
precientíficas la introspección parte del único instrumento metodológico disponible para la
comprensión del comportamiento de las personas. De ahí también que la introspección se
constituyera en blanco de sus ataques. Para Watson se estaba empleando un método de investigación
sujeto a innumerables críticas así como la validez de los datos obtenidos por ese medio y la
generalización que se podría lograr con ellos.

134
Los intentos de establecer la conducta como objeto de estudio de la psicología, solo hablan
del deseo de algunos teóricos como Watson, de convertir una disciplina científica —como
la psicología— en una ciencia, al delimitar de manera estricta su campo de estudio. Este
objetivo no ha sido posible de lograr debido a que la definición misma de conducta no deja
de ser limitada y proclive a múltiples críticas, entre las que sobresalen, por ejemplo, la de
Néstor A. Braunstein et al. (2001, 38)

Según este autor,

[…] A partir de la conmoción watsoniana no hay casi autores o profesores que no se sientan
arrastrados a decir que la psicología "es la ciencia de la conducta" y luego, por lo común, se hace
entrar a la conciencia de uno u otro modo en el esquema considerándola como "conducta implícita".
Y la ocupación dominante de los psicólogos después de Watson es la de comprender los fenómenos
de su campo en términos de "conducta", "estímulo" y "respuesta", de modo que estamos
prácticamente obligados a desentrañar el significado de estos términos para poder avanzar.
"Conducta —dicen de modo breve e irreprochable Smith y Smith—: Respuestas de un organismos
a los cambios del medio". ¿De quién?: "de un organismo". ¿Qué es un organismo? Ni en Smith y
Smith ni en ningún texto de psicología se encuentra respuesta para esta pregunta. Buscamos en el
Diccionario de la Lengua Española y allí leemos: "Conjunto de órganos del cuerpo animal o vegetal
y de las leyes porque se rige." La definición no suena convincente. Parece más clara la del Oxford
Dictionary: "Organismo: cuerpo organizado con partes conectadas interdependientes comparten una
vida común; estructura material de una planta o animal individual". Bien, todos los organismos
tienen conductas frente a los cambios del medio; y organismo es cualquier estructura viviente. Las
flores del girasol se orientan en relación a la posición del sol, ¿objeto de estudio para la psicología?
Las lombrices tienden a vivir allí donde la tierra es húmeda, ¿objeto de estudio para la psicología?
Sigmund sueña mientas duerme en un ambiente totalmente tranquilo y donde no hay ningún cambio,
¿no-objeto de estudio para la psicología? Si el psicólogo estudia la conducta, si conducta es lo que
hacen los organismos en los medios y si organismos son todas las estructuras vivientes, la psicología,
o se confunde con la biología o es el estudio funcional de los seres vivientes y entonces no se
diferencia de ese sector de la biología que es la fisiología, sea ésta vegetal o animal.

Con la anterior cita se aclara que la definición del objeto no ha sido esclarecida de manera
coherente o epistemológicamente coherente. Es decir, en tanto no esté el objeto claramente
definido, es impreciso el método a utilizar. Lo anterior, sólo es un ejemplo de lo que ha
sucedido con la definición de otros objetos propuestos para la psicología, como la
conciencia.

La conciencia, propuesta por Wundt, es atacada por Watson como el objeto de estudio para
la psicología, que antecedió en el ámbito académico a la conducta como objeto de estudio.
La aparición de la conciencia como objeto, se remonta a Descartes, quien en su famosa
obra Discurso del método, escribe su máxima “Pienso, luego existo”.

Así, Descartes escribe:

[…] Finalmente considerando que los mismos pensamientos que tenemos estando despiertos pueden
también ocurrírsenos cuando dormimos, sin que en tal caso sea ninguno verdadero, resolví fingir que
todas las cosas que hasta entonces habían entrado en mi espíritu no eran más ciertas que las ilusiones
de mis sueños. Pero advertí en seguida que aun queriendo pensar, de este modo, que todo es falso,

135
era necesario que yo, que lo pensaba, fuese alguna cosa. Y al advertir que esta verdad -pienso, luego
soy- era tan firme y segura que las suposiciones más extravagantes de los escépticos no eran capaces
de conmoverla, juzgué que podía aceptarla sin escrúpulos como el primer principio de la filosofía
que buscaba. (Descartes, 2001 (1637), 108)

La obra de Descartes cobra relevancia, en tanto marcó el camino desde el cual el alma
pasaría a ser asumida como conciencia, aunque en su obra, la palabra conciencia aún no
haya hecho aparición. El alma, hasta Descartes, era una noción encerrada en los libros de
“origen divino”, que pasó a ser una noción profana de algo abordable por la reflexión
(conciencia).

Sin embargo, la conciencia es tratada actualmente como uno de los problemas más “duros”,
no sólo en psicología, sino también en ciencias como la física, la biología y toda la gama de
neurociencias; en aras de otorgarle un asidero topológico, no puede responderse con
absoluta claridad qué es la conciencia. Así, si la conciencia “es” el cerebro, queda por
responder en qué parte del cerebro se encuentra. Todos los seres humanos son conscientes
de su conciencia, es decir, son autoconcientes, salvo casos con un déficit profundo a nivel
cognoscitivo.

Para Horgan (1998),

Crick y Koch rechazaban la creencia de muchos de sus colegas en el sentido de que la conciencia
no se podía definir, y menos aún estudiar. Según ellos, la conciencia, o consciencia, y todas sus
formas —dirigidas hacia objetos, ya del mundo sensible, ya altamente abstractos o internos—
parecen necesitar el mismo mecanismo subyacente, es decir, un mecanismo que combina la atención
con la memoria a corto plazo (Crick y Koch reconocían haber tomado prestada esta definición de
William James). Crick y Koch instaban a los investigadores a centrarse en la conciencia visual cual
sinécdoque de la conciencia, puesto que los sistemas visuales estaban perfectamente cartografiados.
Si los investigadores lograban encontrar los mecanismos neurales subyacentes a esta función,
podrían ser capaces también de desentrañar fenómenos más complejos y sutiles —como, por
ejemplo, la autoconciencia— que podían ser exclusivos de los humanos (y, por tanto, mucho más
difíciles de estudiar a nivel neural). Crick y Koch habían hecho lo aparentemente imposible: habían
conseguido que la conciencia dejara de ser un misterio filosófico y se convirtiera en un problema
empírico. Una teoría de la consciencia representaría, así, el apogeo o culminación de la neurociencia.
(Horgan, 1998, 209)

Ahora bien, en el abordaje de la conciencia, se pueden entrever varios problemas, algunos


de los cuales son “fáciles”, según la terminología empleada por Chalmers (1996), y otro
problema, que es “duro”. A este respecto, señala:

Los investigadores usan la palabra “consciencia” de muchas formas diferentes. Para aclarar la
cuestión, tenemos que separar primero los problemas que con frecuencia se cobijan bajo ese nombre.
A tal fin, importa distinguir entre los “problemas fáciles” y el “problema duro” de la consciencia. Los
problemas fáciles no son en absoluto triviales —encierran la complejidad propia de los problemas de
la psicología y la biología—, pero el misterio central radica en el problema duro.
Entre los problemas fáciles de la consciencia figuran los siguientes: ¿cómo discierne el sujeto entre
un estímulo sensorial y otro, y reacciona ante ellos según lo pertinente? ¿Cómo integra el cerebro la
información que le llega de fuentes dispares y se sirve de ella para controlar el comportamiento?
¿Por qué pueden los individuos verbalizar sus estados internos? Aunque estas preguntas están

136
asociadas a la consciencia, todas se refieren a los mecanismos objetivos del sistema cognoscitivo. En
consecuencia, tenemos pleno derecho para esperar que la investigación incesante en los dominios de
la psicología cognitiva y la neurología hallen la respuesta.
El problema duro, por el contrario, es el de cómo los proceso físicos del cerebro dan lugar a la
consciencia. Se refiere al aspecto interior del pensamiento y la percepción, a la sensación que las
cosas producen en el sujeto. Cuando vemos, por ejemplo, experimentamos sensaciones visuales,
como la de un azul vivo. O piense en el inefable sonido de un oboe lejano, el sufrimiento de una gran
pena, el gozo de la felicidad o la cualidad meditativa de un momento en que nos perdemos en
nuestros pensamientos. Todo ello es parte de lo que llamo consciencia. Estos fenómenos son los que
plantean el verdadero misterio de la mente. (Chalmers, 1996, 61-62)

Queda pues abierta la pregunta acerca del problema duro de la conciencia, que plantea
Chalmers, pues es aceptada la idea de que la consciencia es un asunto subjetivo, entonces,
¿cómo es que las neuronas, que son entidades físicas, producen algo que no es físico o
material, sino subjetivo o metafísico? A esto, varios investigadores de las neurociencias
argumentan que es a través del estudio de las neuronas que podría responderse, como es el
caso de Crick y Koch, buscando el sustrato físico de las neuronas encargadas de los
movimientos, de la visión, de la capacidad de hablar, etc.

Crick y Koch, citados por Chalmers, afirman:

T al como están las cosas, la forma mejor de abordar el problema de la conciencia es, en nuestra
opinión, concentrarse en el hallazgo de los correlatos neuronales de la conciencia, los procesos
del cerebro responsables y directos de la consciencia. La localización cortical de las neuronas que
guardan relación estrecha con la consciencia y el descubrimiento de sus conexiones con las neuronas
de otras partes del cerebro podrían darnos ideas clave relativas (sic.) a lo que David J. Chalmers
llama el problema duro: una explicación completa de la manera en que las experiencias subjetivas
surgen de los procesos cerebrales. (Ibid., 64)

Es pertinente pues, en aras de dar claridad a lo que significa conciencia o consciencia, hacer
un breve recorrido por la etimología del término, y así, intentar dar luces sobre lo que ahora
se entiende por el mismo.

Así, para Humphrey (1995)

La palabra “consciente” deriva del latín con, que significa “junto con”, y de scire, que significa
“saber”. En el latín originario el verbo conscire (del que provino el adjetivo conscius) significaba
literalmente compartir conocimiento con otras personas. Esto implicaba, originariamente, compartir
el conocimiento en forma amplia. Pero con el transcurrir del tiempo el uso cambió, y pasó a
significar compartir conocimiento con algunas personas y no con otras, compartirlo dentro de un
pequeño círculo, y tener por tanto acceso a un secreto. César y sus generales, por ejemplo, eran
conscius de sus planes de batalla. (Humphrey, 1995, 127)

Luego de esta acepción, “compartir el conocimiento en forma amplia”, el término conciente


restringe el conocimiento a una persona. Cuando el término adquiere uso en el idioma
inglés, posee dos valores semánticos. El primero, está relacionado con el conocimiento
privado y el segundo, “[…] “poseer conocimiento al que por su propia naturaleza nadie más
pudiese tener acceso” (por ejemplo, conocimiento de los pensamientos y sentimientos más
íntimos de uno).” (Ibid., 127) Lo anterior, acaeció durante la Edad Media, por lo que se

137
podría explicar la razón que justifica la primera de las definiciones. Esta hace énfasis en el
conocimiento culposo, dado el imperio de la religión católica durante esta época.

Para la segunda definición, el énfasis está puesto sobre el auto-conocimiento, es decir,


sobre la conciencia.

En la actualidad, se pueden encontrar significados arcaicos especialmente en idiomas


distintos al inglés, que tienen que ver más con el uso cotidiano del término que con una
definición filosófica o científica válida para el mismo. “[…] Pero, si dejamos de lado esos
contextos especiales, resulta claro que, de lejos, el significado inglés moderno más común
de “ser consciente” es tener conocimiento de los propios sentimientos y pensamientos
privados.” (Ibid., 128)

Es decir, en un uso contemporáneo del lenguaje hay expresiones que son correctas y otras
que son incorrectas con respecto al término consciente, por ejemplo, “[…] yo podría decir:
“soy consciente de tener un dolor de muelas”, pero no “soy consciente de que París es la
capital de Francia”” (Ibid., 128) o también, se puede decir “[…] soy consciente de que
tengo un dolor de muelas”, pero no “soy consciente de que tienes un dolor de muelas””
(Ibid., 128) En términos relativos al tiempo, se puede decir “[…] “soy consciente de que
tengo un dolor de muelas ahora”, pero no “soy consciente de que tuve un dolor de muelas
ayer”” (Ibid., 128)

Cuando Humphrey trata el asunto del cambio semántico del término conciencia, hace
también alusión al desarrollo evolutivo del ser humano en términos de hacerse conciente de
sí mismo. Es decir, en este orden de ideas, la autoconciencia sería un resultado del
desarrollo evolutivo del hombre sobre la faz de la tierra.

Mithen, (1998), en particular encuentra que Humphrey establece que la conciencia es el


resultado del desarrollo evolutivo de los seres humanos, y se plantea la pregunta de si, por
ejemplo, un neandertal, poseía la misma conciencia del hombre moderno.

En palabras de Mithen:

A ntes de entrar a analizar lo que ocurrió con la mente al comienzo del cuarto acto a raíz de la
aparición de los primeros humanos modernos, habría que plantear una cuestión importante:
¿qué supondría poseer una mente de humano primitivo, la de un neandertal por ejemplo?
Para contestar a esta pregunta hay que volver al tema de la consciencia. En este libro me baso en la
afirmación de Nicholas Humphrey según la cual la consciencia evolucionó como un dispositivo
cognitivo que permitía a un individuo predecir el comportamiento social de otros miembros de su
grupo. Humphrey decía que la consciencia evolucionó para permitirnos utilizar nuestra mente como
un modelo para comprender la mente de otras personas. En algún momento de nuestro pasado
evolutivo se hizo posible hurgar en nuestros propios pensamientos y sentimientos, y preguntarnos a
nosotros mismos cómo nos comportaríamos en tal o cual situación ficticia. En otras palabras, la
consciencia evolucionó como parte de la inteligencia social. (Mithen, 1998, 158)

138
Retomando las ideas de Chalmers, y tras este breve recorrido conceptual del término
“conciencia”, se puede concluir, que aún así se hayan desarrollado varias teorías acerca de
la conciencia, estos estudios quedan sin responder porqué un sustrato físico-químico como
son el cerebro y las neuronas, crean estados subjetivos en los seres humanos.

Piénsese en la hipótesis propuesta por los neurobiólogos Francis Crick del Instituto Salk de
Estudios Biológicos en San Diego, y Christof Koch del Instituto de Tecnología de California.
Sostienen que la consciencia podría surgir de ciertas oscilaciones de la corteza cerebral, que se
sincronizan al dispararse las neuronas 40 veces por segundo. Crick y Koch creen que el fenómeno
podría explicar de qué manera se funden en un todo coherente los distintos atributos de un solo
objeto percibido (su color y su forma, por ejemplo) que se procesan en partes diferentes del cerebro.
En esta teoría, dos elementos de información quedan unidos precisamente cuando los representan
disparos neuronales sincronizados.
Cabe en principio que la hipótesis elucidara uno de los problemas fáciles, el de cómo el cerebro
integra la información. Pero, ¿por qué van las oscilaciones sincronizadas a hacer que surja la
experiencia visual, no importa cuánta integración tenga lugar? Esta pregunta lleva en sí el problema
duro, acerca del cual la teoría no tiene nada que ofrecer. En realidad, Crick y Koch reconocen su
agnosticismo respecto a que la ciencia puede siquiera resolver el problema duro.
Se podría hacer el mismo tipo de crítica a casi todos los trabajos recientes sobre la consciencia.
Daniel D. Dennett ha presentado una depurada teoría relativa a la manera en que se combinan
numerosos procesos independientes y producen una respuesta coherente a un suceso percibido. La
teoría podría servir de mucho para explicar cómo producimos comunicaciones verbales sobre
nuestros estados internos, pero nos dice muy poco acerca de la razón de que haya una experiencia
subjetiva tras esas comunicaciones. Como otras teorías reduccionistas, la de Dennett es una teoría de
los problemas fáciles. (Chalmers, Op. Cit., 62)

Para los neurocientíficos, la misión de explicar la conciencia, es una labor un tanto ardua,
debido a la complejidad del cerebro; sin embargo, según Horgan (Op. Cit.): “[…] Dado el
ritmo a que los neurocientíficos están aprendiendo cosas sobre él, dentro de unas décadas
podrían poseer un mapa altamente eficaz del mismo, un mapa que correlacione procesos
neurales específicos con funciones mentales específicas —incluida la conciencia tal y
como la definen Crick y Koch—.” (p. 242)

Hallazgos como estos serían de gran ayuda en campos como el de la psicopatología en


relación a la psicología, o en otros como el de la informática, en relación a los ordenadores
—si se tiene en cuenta la “metáfora del ordenador” propuesta desde la psicología cognitiva,
lo que redundaría en beneficio de la psicología misma—. Según Horgan, “[…] En el
advenimiento de la edad de oro, Gunther Stent afirmaba que los avances experimentados
en el campo de la neurociencia podrían permitirnos un día ejercer un mayor control sobre
nuestros propios yoes, lo que a su vez nos permitiría «dirigir inputs eléctricos específicos
hacia el interior del cerebro. Estos inputs podrán realizarse para generar sintéticamente
sensaciones, sentimientos y emociones… Los hombres mortales pronto vivirán como dioses
sin las penas del corazón y sin conocer la aflicción, siempre y cuando sus centros de placer
estén debidamente cableados»” (Horgan, Op. Cit., 242)

Cabe resaltar que la afirmación que hace Stent es paradójica en tanto él mismo afirma,
citado por Horgan que: “[…] «el cerebro puede no ser capaz, en último análisis, de
suministrar una explicación de sí mismo».” (Ibid., 243)

139
Si se lograra explicar la conciencia, surgirían otras preguntas derivadas de tal explicación,
que quizás demostrarían defectos inherentes a la explicación misma. Por ejemplo, ¿una
teoría explicatoria de la conciencia, podría hablar de manera satisfactoria acerca de
fenómenos como los sueños, o incluso la experiencia mística? ¿Podría explicarnos esta
teoría, si una máquina, llámese ordenador, puede ser conciente? O, ¿también son concientes
los otros animales no humanos?

Horgan afirma, que ante tales inquietudes se puede responder diciendo: “[…] que la
conciencia se «resolvió» ya cuando alguien decidió que era un mero epifenómeno del
mundo material.” Luego agrega: “La mente es una propiedad de la materia, según Ryle, y
sólo trazando detalladamente los intrincados meandros de la materia en el cerebro
podremos «explicar» la conciencia.” (Ibid., 243)

Esta propuesta materialista ya había sido planteada por el filósofo Francis Bacon. Según
Horgan, lo que hizo Bacon fue instar “[…] a los filósofos de su época a que dejaran de
empeñarse en mostrar cómo evolucionaba el universo a partir del pensamiento y empezaran
a considerar cómo evolucionaba el pensamiento a partir del universo.” (Ibid., 243) Sin
embargo, el problema más grande que se enfrenta en el abordaje de la conciencia es la
imposibilidad de resolver una pregunta como: “[…]«cómo sé yo que tú eres consciente».
Sólo puede haber una manera de resolverlo: haciendo que todas las mentes sean una sola
mente.” (Ibid., 244)

Hasta ahora, esta afirmación de Horgan ha sido clara en aportar ideas fantásticas para un
gran número de películas de “ciencia ficción”, donde las máquinas dominan al hombre,
cuando ellas han sido capaces de pensar por sí mismas, es decir, cuando han adquirido la
virtud de la autoconciencia. Los avances en las neurociencias, y en otras áreas del saber
científico, y hasta filosófico y psicológico, quizás algún día puedan corroborar estas ideas
cinematográficas, pero hasta tanto no puedan resolver el asunto de la mente humana, es
difícil que puedan proponer un modelo mecánico con estos atributos.

Así pues, el problema de la conciencia y de la aparente fábula de la existencia de una


máquina consciente de sí misma, ya había sido anticipada por Canguilhem, quien, según
Roudinesco (2005), en una conferencia pronunciada en 1980, afirmaba:

[…] Sin pronunciar la palabra cognitivismo, que recién aparecerá en 1981, Canguilhem ataca la
creencia que funda su ideal: la pretensión de querer crear una ciencia de la mente en que los estados
mentales estarían en correlación con los estados cerebrales, en que el pensamiento se volvería un
lugar vacío a fuerza de ser comprendido como un producto del cerebro. Está claramente planteada la
referencia a los trabajos de Piaget y de Chomsky, y Canguilhem se burla con júbilo de aquellos que
querían hacer creer que una “máquina” sería capaz de redactar A la recherche du temps perdu:

“Deliberadamente – dice – no trataré una cuestión que lógicamente debería conducir a


interrogarse sobre la posibilidad de ver un día en la vidriera de un librero La autobiografía
de una computadora, a falta de su Autocrítica.” (Roudinesco, Op. Cit., 5)

140
Quizás por esta serie de críticas que dan cuenta además de la dificultad metodológica de
acceder científicamente a la conciencia, es que Watson propuso un abandono del estudio de
la misma, y en su lugar, el estudio de la conducta, a través de un método —el de la
observación y la experimentación—, que concordaba con los requisitos del “método
científico”.

Así, para la conducta el método utilizado estaba compuesto por la observación y la


experimentación; mientras que para la conciencia era la introspección. En aras de situar a
la psicología en el mundo de las ciencias Watson critica, no sólo la noción de conciencia,
sino el método introspectivo; por ello, plantea la conducta como objeto y la
experimentación como método, para estar acorde a los postulados de las ideas de Augusto
Comte (correspondientes al positivismo), para quien, según Salcedo (2003), la condición
esencial de toda ciencia, era que cumpliera con varios requisitos, a saber:

Aceptaban [los positivistas] plenamente la representación mecanicista que reinaba en la ciencia. Las
diferencias estribaban en que para Comte una disciplina podría adquirir el estatuto de ciencia si
cumplía además otros dos requisitos, que no estaban cumpliendo los autores que estudiaban al
hombre. Ellos son:

En primer lugar, adopción plena de postulados materialistas. Es decir, exclusión en las ciencias de
toda idea abstracta o incorpórea que existiera, junto con los autores y los movimientos filosóficos
que las defendían. Únicamente la materia, tal como los físicos la habían delineado podría ser
considerado un objeto digno y serio de estudio, y no aquellos estados o fenómenos que resultaban
inaprehensibles (sic.) con esta categoría de lo material.

Y en segundo lugar, búsqueda de aplicación de los conocimientos que brinda la ciencia para el
bienestar del hombre. De acuerdo con Comte, la ciencia carga con la responsabilidad de regenerar
por completo al hombre. Así, si el hombre utiliza la razón como facultad, la ciencia como
herramienta y la observación y experimentación como método de investigación, podría
perfectamente algún día hacer una realidad el tan anhelado y esquivo deseo de lograr una sociedad
feliz en la que el progreso y bienestar se da para todos los pueblos. (Salcedo, Op. Cit., 157)

Así, la conducta cumplía con los requisitos planteados por Comte para que la psicología
alcanzara el estatuto de ciencia.

Otro objeto planteado, desde la psicología cognitiva, es la mente. Su método, el del estudio
de los procesos de información. Para tal estudio de los procesos de información, se hace
necesario entrar a considerar la llamada metáfora del ordenador, según la cual, la mente
humana funciona a la manera de una computadora y viceversa. Esto lleva implícita la idea
de concebir a la mente como un mecanismo puesto al servicio de un aprendizaje general,
como si se tratara de una tabula rasa, en la cual, a medida que el individuo interactúa con el
medio, irá aprendiendo cómo resolver los problemas que le urge solucionar.

Ante esto, Mithen (1998), llama la atención al referirse en los siguientes términos:

[…] Una de las aportaciones fundamentales de la nueva psicología de la evolución es su negativa a


considerar la mente como un mecanismo de aprendizaje general, como si fuera una especie de
potente ordenador. Esta idea, predominante en las ciencias sociales, constituye una visión de la mente

141
basada, se dice, en el «sentido común». Pero los psicólogos de la evolución sostienen que habría que
sustituirla por una idea de la mente como constituida por una serie de «módulos» especializados, o de
«áreas cognitivas» o «inteligencias», cada cual dedicada a un tipo concreto de comportamiento. […]
Habría, por ejemplo, módulos para la adquisición del lenguaje, o módulos de habilidad técnica para
fabricar útiles, o para establecer interacciones sociales. (Mithen, Op. Cit., 18)

Así, existirían al menos dos visiones de la mente. Una, la generalizada de las ciencias
sociales, y la otra, la de la psicología evolutiva, mas especializada. De la obra de Mithen,
se extrae el siguiente cuadro, que da cuenta de las diferencias entre una y otra de las
visiones planteadas: (Ibid., 19)

Cuadro 5:

Dos visiones de la mente


(según Cosmides y Tooby, 1992)
El modelo «estándar de las ciencias El modelo de la psicología de
sociales» la evolución
«Mentalidad generalizada» «Mentalidad especializada»
Biología Biología

Mecanismo sin
Módulos mentales múltiples, ricos
encontenido, de
contenido y especializados en
aprendizaje
áreas general
concretas

Cultura Cultura

Según los psicólogos Leda Cosmides y John La psicología de la evolución afirma que nuestra
Tooby, los científicos sociales tienden a estructura biológica ejerce una influencia
considerar la mente como un mecanismo sin fundamental en nuestra manera de pensar. Cree
contenido y de aprendizaje general. Al nacer, la que la mente está constituida por una serie de
mente es una tabula rasa y nuestro procesos cognitivos especializados, cada uno de
conocimiento del mundo y nuestra manera de ellos dedicado a un tipo concreto de
pensar los adquirimos de nuestra cultura. Según comportamiento, como las distintas cuchillas y
esta visión, nuestra biología desempeña un dispositivos de una navaja suiza. Al nacer, ya
papel limitado en la naturaleza de nuestra contiene una cantidad importante de
mente. conocimientos sobre el mundo.

De esta forma, se evidencia que en lo que concierne al concepto de mente, no existe un


consenso, y esta falta de consenso abre perspectivas distintas en lo que concierne al estudio
de la mente. Además, si se adopta la idea de concebir a la mente como una especie de
ordenador, se estaría en contra de concepciones más actuales, que tratan teorías acerca de
las inteligencias múltiples, por ejemplo, lo que hablaría de una descontextualización de la

142
psicología cognitiva con respecto a los avances en los estudios más recientes en el campo
de las neurociencias.

Tratando el asunto de dilucidar cuál es el objeto de estudio para la llamada psicología


humanista, se asume que como tal es la “persona”, entendida de forma que ésta es una
unidad única e irrepetible, y que guarda en su fuero interno toda la potencialidad de
alcanzar la autorrealización, fin último de la psicoterapia propugnada por esta escuela. Se
trata de entender a la persona como una totalidad.

La concepción de persona como totalidad, es de origen muy antiguo. Las preguntas que al
respecto se pueden hacer, es decir, preguntas sobre sí mismo y las otras personas, tienen
origen en la especulación filosófica antigua. Luego de esto, el concepto fue tratado de
manera populista o cotidiana, por la mayoría de las culturas hasta tiempos recientes, cuando
se agregó el termino al discurso psicológico académico.

Vía estudiar la persona, se agregó el concepto de personalidad, con el fin de entender la


naturaleza humana. El concepto de personalidad se ha visto envuelto en asuntos
clasificatorios, esto debido a la gran amplitud de formas de manifestarse que tienen las
personas. La presencia constante de ciertas características en las personas, de manera
recurrente, ha sido la causa de las diferentes topologías de la personalidad. Sin embargo, la
particularidad individual, la múltiple gama de formas en que esta se puede asentar, ha
declarado el fracaso de estas clasificaciones. “[…] siempre es posible elaborar nuevas
tipologías estableciendo nuevos parámetros. Pueden ser útiles y llegar a ser
extremadamente complicadas, pero eso no las hará científicas ni podrá proveerles
capacidad explicativa; por definición y constitutivamente quedan apegadas a la
apariencia.” (Braunstein, Op. Cit., 300)

Dejando de lado las clasificaciones, otro tema de interés en lo que tiene que ver con la
persona, es el momento en el que la personalidad como característica de ésta, se convierte
en objeto de estudio de esta psicología, la humanista. Esto sucede en los años 30’s debido a
razones sociales que hicieron pensar en otras opciones para buscar el bienestar humano. Se
buscaba reemplazar la adaptación de la persona por la integración de la misma.

La personalidad fue un concepto definido por Allport, según Braunstein, de la siguiente


manera, o mejor, planteó la siguiente inquietud con respecto a su definición: “[…] “¿No
podríamos decir simplemente que, desde el punto de vista psicológico, la personalidad es
lo que un hombre realmente es?”” (Ibid., 301-302)

Con respecto a tal definición, Frida Saal replica lo siguiente:

[…] Definición redundante que campea en la mayoría de los escritos y en la que está presente la
confusión constante entre el objeto empírico a ser estudiado y la conceptualización posible que de
ese objeto debe hacerse. Porque si bien el hombre es lo que es, y el perro es lo que es, podemos
recordar a Spinoza: “… una cosa es el círculo y otra la idea del círculo, pues ésta no es algo que
tenga perisferia (sic.) y centro como el círculo mismo”. Lo que falta en el señalamiento “con el dedo”

143
del objeto de estudio de la psicología de la personalidad es justamente la conceptualización
correspondiente a su objeto. (Ibid., 302)

Sin embargo, la definición de Allport acerca del concepto de personalidad, fue replanteada
por él mismo en los siguientes términos:

“La personalidad es la organización dinámica, dentro del individuo, de aquellos sistemas


psicofísicos que determinan sus ajustes únicos a su ambiente.”
Todo el libro de Allport [Psicología de la personalidad] está guiado por un objetivo enunciado
desde un comienzo: frente a una psicología general en que las características individuales de los
sujetos corren el riesgo de desdibujarse o no ser suficientemente atendidas, es necesario centrarse en
lo que él llama la manifiesta individualidad de la mente, siendo la meta de este esfuerzo la
“adecuación a la realidad”. (Ibid., 302)

Para este autor, la personalidad también es una estructura evolutiva, y es en este sentido,
que debe ser adoptada en la teoría psicológica. Además agrega, que la personalidad es algo
persistente y único.

Como se había dicho anteriormente, en esta psicología, se proponía un cambio de la


adaptación por la integración de la persona. En este sentido, el concepto de integración, es
un concepto prestado de la biología. “[…] así como en biología las células se unen para
integrar tejidos y órganos, los distintos niveles de la estructura individual deben
“integrarse” para asegurar la unidad de la persona.” (Ibid., 303)

Además, Allport, concluye que los principales fundamentos de esta teoría son:

Los dos principios fundamentales de los que partió son: 1° la manifiesta individualidad de la
mente, el hecho empírico y constatable (sic.) que los individuos son distintos y reaccionan de manera
peculiar y propia ante la diversidad de las situaciones (que los “rasgos” se encargarán de hacer
equivalentes para determinar formas también equivalentes de comportamiento) y 2° esta persona
debe estar integrada para poder funcionar en esa unicidad aparente. (Ibid., 304-305)

Haciendo analogía con el cuerpo, la personalidad, tanto como éste, deben estar integrados
con el fin de no desaparecer. A la luz de la personalidad se observa que ésta se manifiesta a
través de conductas, asunto este que revela un problema metodológico, ya que lo que se
puede observar no es el objeto de estudio en sí, sino sus manifestaciones. En esta vía, esta
perspectiva teórica puede ser denominada neoconductista, ya que el factor que permite el
estudio de la personalidad, es la conducta.

Se puede concluir pues, que esta teoría busca, la unidad del individuo a partir de la
integración de todos los rasgos de su personalidad. Pero cabe agregar que, según Saal, R.
Meili:

“El término personalidad ha sido definido de múltiples maneras y Allport menciona 50


definiciones diferentes. Sin embargo esas diferencias no conciernen al objeto mismo de estudio, sino
a su conceptualización y reflejan pues las divergencias de los puntos de vista teóricos de los autores.
[…] La definición de su naturaleza sólo puede ser el resultado de las investigaciones y no puede
precederlas. En cuanto a ese objeto, es simplemente el hombre concreto tal como lo encontramos en

144
la calle, el trabajo o en su ocio. Entendemos entonces bajo el término de personalidad, la totalidad
psicológica que caracteriza a un hombre particular.” (Ibid., 307)

Lo anterior pone en relieve ciertas dificultades para esta escuela psicológica – la humanista
– las que según Saal son:

[…] por un lado quedan prisioneras de la fascinación de la individualidad y de la integración, que


son las características ideológicas que alimentan la ilusión del yo autónomo, de los sujetos
autodeterminados, que constituyen el aspecto congruente con la estructura de las ideologías de
sujeto. La dificultad para romper con tales falsas evidencias debe ser comprendida en función de una
demanda social de desconocimiento del proceso de sujetación (sic.) y de la necesidad de reforzar los
aspectos integrativos (sic.) intra e interpersonales. Frente a esos obstáculos los límites para estas
psicologías de la personalidad están fijados: pueden clasificar, describir más o menos correctamente,
elaborar modelos o definir variables operatorias. Pueden, en síntesis, reproducir lo real, pero no
pueden descentrarse del hombre concreto, del objeto empírico del que se ocupan y al que, en
consecuencia, no pueden explicar. (Ibid., 308)

Así pues, tras el análisis epistemológico realizado por Braunstein acerca de la noción de
personalidad, queda establecido cómo, de nuevo, uno de los objetos planteados para y por
la psicología, queda con baches o incoherencias internas que hacen que, desde el punto de
vista de la epistemología de las ciencias, sea rechazado.

Ahora bien, queda pues el asunto del método utilizado en psicología, el cual, para todas las
escuelas, se refiere al método clínico. Cada escuela psicológica encarna en su interior una
metodología clínica, es decir, una psicoterapéutica. Por su parte, un método puede o no ser
científico. A este respecto, señalan Bunge y Ardila (Op. Cit.,73):

Un método es una receta para hacer algo, que puede formularse de una manera explícita. Es una
regla, o conjunto de reglas, para actuar según un cierto orden y en dirección a una meta. Un método,
por tanto, puede ser formalizado como una concatenación de n miembros, cada uno de los cuales
describe un paso del procedimiento: primero, haced tal cosa; luego, tal otra, y así sucesivamente. […]
La introspección, o autoobservación, es un buen ejemplo de un procedimiento que pasa por
método sin serlo. Alguna vez se ha afirmado que la introspección ni siquiera existe, pues, para hablar
en términos estrictos, es imposible volver la propia mirada al interior de sí mismo. Pero éste es un
sofisma. Es innegable que es posible registrar y examinar algunos de nuestros propios procesos
mentales. ¿Qué otra cosa es la conciencia? Sin embargo, esa inspección o reflexión es azarosa, no
metódica, aun cuando a veces pueda tener cierta disciplina. (La adivinanza, la seducción y otras
actividades pueden ser objeto de educación, pero no hay métodos para llevarlas a cabo con éxito.) En
resumen, la introspección existe aun cuando no hay nada parecido al método introspectivo. Además,
la introspección es un componente indispensable de la investigación psicológica; sin ella sería
imposible el más sencillo experimento psicológico.

Entonces, si se tienen en cuenta las apreciaciones de Bunge y Ardila, un método es aquello


que debe conducir a una meta establecida desde el principio de la implementación del
método mismo. En psicología clínica – que abarca todas las psicoterapias estudiadas hasta
ahora –, el método a utilizar puede nombrarse como el método clínico. Pero hay que
considerar, que para que haya un método clínico, se debe asumir entonces que existe una
psicopatología, la cual está ausente en la escuela humanista. Los psicólogos humanistas
declaran abiertamente que no existe psicopatología, que a ningún paciente se le debe

145
encasillar en una estructura psicopatológica. Para ellos, el paciente es una persona que
tiende, como todo organismo, hacia la autorrealización, y signarla bajo una noción
psicopatológica, es quitarle la posibilidad de ser lo que puede llegar a ser. Es decir, si a un
paciente se le dice: “Usted es neurótico”, se le coarta la potencialidad de ser lo que puede
alcanzar a ser.

Sin embargo, otros métodos también han sido utilizados en psicología a lo largo de su
historia, y de sus propias corrientes. El método experimental es uno de ellos. La
justificación de la utilización de dicho método, es obvia en tanto es innegable el aporte que
la experimentación hace para el avance de cualquier ciencia. No obstante, queda por
establecer en qué condiciones y bajo qué parámetros epistemológicos y éticos se debe
aplicar la experimentación, y en qué medida esto aporta a la producción de conocimientos
en el campo de la psicología.

Así, se puede establecer una serie de tres problemas básicos para la psicología, en los
cuales, cabe aplicar el método científico, a saber, un problema experimental, uno teórico y
el otro práctico. De la obra de Bunge y Ardila (Op. Cit., 78), se extrae “el cuadro 4.1”:

Cuadro 6:

CUADRO 4.1. TRES PROBLEMAS TÍPICOS DE LA PSICOLOGÍA

Paso Problema empírico: medición Problema teórico: explicación Problema práctico: tratamiento
de pacientes
1 ¿Cuál es el valor de X? ¿Por qué tiene X el valor de x? ¿Cómo se puede modificar el
valor de X?
2 ¿Cuál es el valor medido de X ¿Qué premisas implican que el ¿Qué clase de tratamiento es
dentro del margen de error e? valor X es x? capaz de modificar los valores de
X?
3 ¿Sirve el dispositivo ¿Implican la teoría Y, la hipótesis ¿Es eficaz el tratamiento Y para
esperimental (sic.) Y para medir subsidiaria h y los datos d que el modificar los valores de X?
X con un error menor que e? valor de X es x?
4 Realice la medición de X con los Calcule el valor de X con ayuda Utilice el tratamiento de Y. Si no
medios Y. Si el resultado no es de Y, h y d. Si el resultado es hay mejoría, vaya a 5, si la hay a
plausible, vaya a 5, si lo es a 7. inadecuado, vaya a 5; de lo 7.
contrario, salte a 7.
5 Diseñe una técnica Y’. Invente una teoría Y’ o una Diseñe un nuevo tratamiento Y’
nueva hipótesis subsidiaria h’.
6 Utilice Y’ para medir X. Calcule el valor de X con ayuda Emplee el tratamiento Y’ en un
de Y’ y de h’. estudio piloto.
7 ¿Qué implica o sugiere el
resultado del paso 6?
8 Evalúe los nuevos resultados. Si no son satisfactorios, vaya a 9; en caso contrario, a 10
9 Busque errores sistemáticos y Busque posibles fuentes de error Busque fallos en el diseño o el
corríjalos y corríjalas. test de Y’ y corríjalos.
10 ¿Cómo afectan los nuevos resultados al conocimiento y la práctica, y qué nuevos problemas plantea?
NOTA: X representa una característica conductual o mental.

146
Se nota pues, cómo es posible aplicar un método (el clínico), en el tratamiento de pacientes,
y esto cobra validez para cualquier escuela (excepto quizás para la humanista), por cuanto,
cada una maneja un conjunto de hipótesis h y de tipos de tratamiento Y. Y en caso de que,
las hipótesis h, o los tratamientos Y no funcionen, se deben cambiar por h’ y Y’.

Pero, ¿qué es el método clínico?. Una respuesta, aunque insatisfactoria, sería que es el
método utilizado en psicología clínica. Esto no responde bien, entonces, se debe entrar a
señalar que la etimología de la palabra clínico o clínica, se remonta a la medicina. En este
sentido, Braunstein et al (Op. Cit., p. 147), señalan:

[…] Método y psicología clínicos se implican y exigen ser considerados correlativamente.


La palabra “clínico/a” nos orienta en nuestra búsqueda. Todos los autores señalan su procedencia
del arsenal nocional de la medicina. En ésta lo clínico se refiere originalmente al estudio detallado
(hecho por el médico) de un paciente que yace en su lecho (clinos = lecho): forma de aludir al
enfermo concreto por oposición a la “enfermedad” como patología abstracta. Progresivamente el
sentido fue evolucionando y la vinculación inicial con la posición yacente (sic.) fue volviéndose
inesencial. Lo que siempre se mantuvo, en cambio, fue la referencia al carácter singular del objeto
estudiado en cada caso. […]
La clínica se caracteriza entonces por el estudio de un caso, estudio realizado profundizando en
todas sus particularidades. La psicología clínica conserva esta condición y hace de ella su rasgo
esencial.

De esta manera, se señalan cuáles han sido algunos de los objetos que ha intentado estudiar
la psicología, y algunos de los métodos que en consonancia con los objetos, ha aplicado.
Se puede entonces considerar que existe, si no el objeto, al menos un método común para
algunas escuelas: el método clínico.

147
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153
ANEXO: ESQUEMA DE LAS CATEGORÍAS DE ANÁLISIS

Paradigmas Eficacia Eficiencia

Concepción Criterios de Coherencia


Epistemológica Validez

Afectivo

Emocional
OBJETO DE ESTUDIO,
Funcionamiento del MÉTODO Y PRAXIS DE
Cognoscitivo objeto LAS ESCUELAS
PSICOLÓGICAS
Comportamental
Concepción del
objeto

Origen
Historia Ética Ideología

Dispositivo
Desarrollo Terapéutico Códigos

Técnicas e
Instrumen
Permanencia

154

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