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nomía Moderna a una comprensión socioeconómica de los sistemas de sustento

Andrés Monares

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Opinión
26/08/2014
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“El estudio del lugar cambiante que ocupa la economía en la sociedad no es,
pues, más que el análisis de cómo está institucionalizada la actividad económica
en diferentes épocas y lugares”
Karl Polanyi, “La economía como actividad institucionalizada”

“Olvidándose de la historia y la diversidad cultural, estos entusiastas del egoísmo


evolucionista no logran reconocer al sujeto burgués clásico en su retrato de la
llamada naturaleza humana”
Marshall Sahlins, La ilusión occidental de la naturaleza humana

1. Presentación(*)

Durante el siglo XX la Economía Moderna —derivada de la teoría clásica o liberal


y entendida en tanto disciplina “científica”— fue escalando posiciones en el camino
de la legitimidad académica. El resultado de dicho proceso fue que se la instituyó
como la teoría y técnica directiva del mundo real. De hecho, los últimos años de la
pasada centuria la vieron en el clímax de su poder e influencia en brazos del
Neoliberalismo, la más extremista de sus escuelas hacia la derecha. Pudo parecer
a algunos que la última crisis financiera, comenzada el 2007 en Estados Unidos a
raíz de la especulación hipotecaria (la llamada crisis “subprime”), la haría caer de
su mullido trono. Sin embargo, pareciera que sus fieles acólitos habrían logrado
hacerla pasar la tormenta de la ruina y la corrupción especulativa, y de las
consecuentes impugnaciones teórico-prácticas.

No obstante, los reparos a la Economía Moderna datan de mucho tiempo. Es más,


han surgido dentro de la propia disciplina y en la voz de connotados economistas.
Pero, asimismo las observaciones críticas han venido desde fuera, a partir de
otras ramas del saber sociocultural. Estas han acumulado gran cantidad de
material empírico que deja en evidencia la debilidad de los supuestos económicos
básicos y la pretensión de erigir a la Economía Moderna en una ciencia legalista al
modo de las ciencias naturales. A la fecha se asume que toda investigación
empírica seria, tiene el deber irrenunciable de contrastar su teoría con la
realidad… o se supone que debería tenerlo.
En tal sentido, este escrito le parece a su autor una especie de deja vú, una
repetida imagen de una multitud que intenta penetrar en la fortificación teórico-
práctica de la moderna Economía “científica”. Reducto que sus orgullosos
defensores, los ortodoxos “economistas profesionales”, suponen inexpugnable.
Sin embargo, esa creencia se mantiene más por el propio autismo
autocomplaciente de aquellos campeones, que por la calidad de su defensa o la
propia coherencia de aquella plaza fuerte teórico-práctica.

Esos supuestos económicos modernos no sólo son sostenidos por los


economistas más dogmáticos. A pesar de que los no tan ortodoxos y los
heterodoxos puedan rechazar el mito del egoísmo individual, también se mantiene
entre ellos una creencia en el estatus científico de la disciplina. Lo cual se deriva
de aceptar, explícita o implícitamente, una regularidad estricta de los actos
humanos. Entonces, por más que a primera vista pueda parecer una
generalización demasiado ligera, sí es posible hablar de una Economía Moderna y
de los economistas modernos como un cuerpo unitario de profesionales que
comparten un conjunto de premisas fundamentales.

Aquí se expondrá una nueva-vieja crítica acerca de los supuestos económicos


modernos, para luego adentrarse en la variedad de los sistemas económicos que
han existido históricamente. Estos han sido y son fruto de la diversidad que
posibilita la capacidad de crear cultura a gran escala, esa singular característica
humana. Dentro de tal conjunto de inventos de la especie, se debe ubicar uno muy
particular y de brevísima data: la Economía Moderna, cual disciplina positiva-
normativa y práctica de lo que ella determina es lo económico. En tanto cuerpo
académico de conocimientos, además de ser expresión sociocultural de una
época y lugar, ha sido muy influyente en la conformación de una forma de vida. Es
decir, como Economía normativa que dicta lo que debe ser, ha influido en la
práctica de un tipo de economía descrita por la Economía positiva. Lo antedicho
se complementará aquí con una especificación respecto a la falsedad de una
legalidad económica, derivada de una tendencia materialista natural de los
individuos y/o de su inexorable condición de maximizadores de algún tipo de
“utilidad”.

Lo planteado en el párrafo anterior, dada la influencia actual de la Economía


Moderna, no son meros preciosismos intelectuales. Si bien incumben al mundo
académico, tienen igualmente decisivos efectos en la vida cotidiana de millones de
personas alrededor de todo el mundo. De tal modo, un análisis crítico de la
disciplina se hace necesario, sino urgente, cual asunto teórico a la vez que
práctico y/o político. En este último caso, es importante su relación con los
problemas y conflictos que se dan en los países del Sur Global, tanto en lo
socioeconómico y político como en lo cultural e identitario.

2. Sustento, sociedad y cultura: economías más allá de la Economía Moderna

La Economía Moderna ha levantado un infranqueable muro que separa la


producción, los intercambios, la distribución y el consumo de bienes y servicios, de
todas las demás actividades socioculturales. Desde esa perspectiva, se ha llegado
a hablar de un quehacer y una disciplina exclusivamente económicas. Aún más,
por la decisiva influencia política y académica del Liberalismo y el Neoliberalismo,
la práctica de ese sistema económico sería lo adecuado en cualquier sociedad. Al
tiempo que el particular cuerpo teórico de esa “ciencia” económica, sería el modo
evidentemente correcto de analizar y dar pautas académicas y/o técnicas a las
actividades lucrativas. Es tal el grado de perfección otorgado a la Economía
Moderna, que se la ha llegado a elevar a nivel del único camino posible y eficaz de
“progreso”. El cual, en su acepción de crecimiento económico, es el patrón con
que a la fecha se enjuician las sociedades.

Fuera de ciertos matices entre las distintas perspectivas económicas modernas,


los dos supuestos básicos hoy dominantes son la existencia de una naturaleza
egoísta del ser humano y de un sistema generador de precios autorregulado.(1)
Por su pretendida tendencia egoísta —la “racionalidad” que persigue un “beneficio
marginal” mayor al “costo marginal” o la maximización de la “utilidad”— los
individuos buscarían constantemente acrecentar sus ganancias monetarias, o sea,
se guiarían en todo momento por su inherente afán de lucro. La expresión de esa
naturaleza conformaría en el mundo real el sistema de mercado autorregulado.
Éste se origina por la pugna egoísta entre quienes quieren vender lo más caro
posible y quienes quieren comprar lo más barato posible. Por ese proceso el
mercado autorregulado determina, de manera automática, todos los precios
en todos los ámbitos de la sociedad. Y si la pugna entre los agentes del mercado
no es intervenida, se fijarían los precios óptimos de cuanta mercancía existe.(2)

Al suponerse desde la teoría y la práctica económica moderna, que las sociedades


están constituidas por diferentes mercados (trabajo, salud, autos, tierras, comida,
vestido, educación, materias primas, dinero, etc.), se asume que quienes
participan en ellos se guían por los precios, dado su deseo de aumentar sus
beneficios y disminuir sus costos. Ese cálculo y el comportamiento consecuente —
los cuales a pesar de basarse en un deseo, la Economía Moderna los calificará de
“racionales”—, son el medio para que en el mercado se lleve a cabo una
distribución automática yautónoma de la riqueza. Salvo en ámbitos muy
específicos, las sociedades con sistema de mercado no requerirían más que de la
Economía de Mercado Autorregulado. Cualquier intervención extraeconómica será
una distorsión negativa de un sistema eficaz y finalmente benéfico.

El problema con ese simple (y en apariencia explicativo) esquema, es su


carácter utópico: cuantiosa información empírica demuestra la inexistencia de una
naturaleza puramente materialistaen la humanidad. Y, además, nunca antes había
existido una comunidad que hubiera situado lo lucrativo, por encima del resto de
las actividades colectivas. Tampoco alguna sociedad que hubiera separado lo
económico de sus demás ámbitos y quehaceres. La gran mayoría de los sistemas
de sustento que han existido no han sido ni lucrativos ni maximizadores.
Asimismo, se puede hacer una clara distinción entre los mercados como lugares
físicos donde se realizan intercambios, los cuales se encuentran en diversas
culturas y épocas, y el mercado autorregulado formador de precios y rector de
toda la sociedad. Este último es una especificidad occidental moderna, o sea, un
invento muy reciente y singular de una tradición cultural específica.

Nunca ha existido la economía aislada o por sí sola. Durante la mayor parte de los
aproximadamente 190 mil años del devenir del homo sapiens, ese tipo de actos
han sido fenómenos socioculturales. Esto quiere decir que han estado insertos y
relacionados al resto de las prácticas, creencias e ideas de las diversas
comunidades históricas. Nunca separados, nunca autónomos y nunca naturales o
instintivos. Todo lo cual deja en evidencia los errores y arbitrariedades teórico-
prácticas de la Economía Moderna.

Para entender a cabalidad los fenómenos económicos —la producción, los


intercambios, la distribución y el consumo de bienes y servicios—, es necesario
establecer un marco general que tenga verdaderos fundamentos empíricos. Se
requiere salir de los estrechos límites impuestos por la Economía Moderna y, con
mayor razón, de la aún más restringida mirada de la economía ortodoxa. Hay que
dejar atrás esos arbitrarios supuestos ideológicos y sus consecuentes
voluntariosas conclusiones. Se hace necesario, bien lo afirma Marshall Sahlins,
abandonar “definitivamente esta concepción capitalista e individualista del objeto
económico”, para adoptar una perspectiva más amplia y realista. Desde esta
visión sociocultural y en verdad empírica

“La ‘economía’ se convierte en una categoría de la cultura más que de la conducta


[atomizada], más cercana a la política y a la religión que a la racionalidad
[maximizadora] o a la prudencia. Ya no se trata de actividades [aisladas] que
sirvan a las necesidades individuales, sino del proceso vital esencial de la
sociedad” (Sahlins 1983: 10).(3)
Entonces, para considerar empíricamente lo económico, se recurrirá aquí al
llamado enfoque institucional o sustantivo, fruto de los esfuerzos del historiador de
la economía Karl Polanyi, quien legó a la posteridad su fructífera labor acerca de
las diversas formas en que los diferentes grupos humanos han logrado su
sustento (Polanyi 1994. Polanyi, Arensberg y Pearson 1976. Godelier 1976).(4) La
perspectiva sustantiva entiende que el sustento se consigue colectiva y
organizadamente, a través de una serie de patrones socioculturales reales. De ahí
la importancia que adquieren las formas de vida o la “cultura” de cada pueblo.(5)
Al tomar en cuenta estos conjuntos de actos que efectivamente se llevan a cabo
de modo sistemático, se entiende que Polanyi hable de “La economía como
actividad institucionalizada”.(6) El sustantivismo desarrolló una mirada empírica y
holística que conlleva una perspectiva multi y/o transdisciplinaria que comprende
la Historia, la Antropología, la Sociología y por cierto también la Economía. Luego,
cuando se sabe que cada sociedad tiene sus particulares instituciones
económicas, surgidas y admitidas desde su propia especificidad cultural, se cae
en cuenta de la diferencia del significado de lo económico para la Economía
Moderna y los sustantivistas.(7)

Parecería una obviedad que el trabajo o el esfuerzo desplegado para conseguir el


sustento, en cualquiera de sus formas históricas, es manifiestamente un factor de
la producción. Sin embargo, el error y lo ilusorio de la postura economicista, ha
sido considerarlo sólo un mero factor productivo. Se lo ha aislado de todo el resto
del sistema sociocultural de las diversas comunidades, al tiempo que se han
ocultado u obviado los contextos en que lo económico es ideado, toma
sentido/legitimidad y se materializa.(8) La Economía Moderna elimina
la ineludible condición institucionalizada de las actividades económicas.
Precisamente aquella es, como plantearan Polanyi y los sustantivistas, el
entramado sociocultural que le da existencia a los sistemas de sustento. De ahí
que concluya el autor que los “meros agregados de las conductas personales en
cuestión no bastan para producir las estructuras”. Los actos individuales serán
simples excepciones a la regla mientras vivan las personas que los realizan. Si no
se institucionalizan, sólo serán conductas excéntricas para el resto del grupo.(9)

La verdad es que a través del tiempo, el trabajo —en tanto actividad social con sus
múltiples relaciones con otras partes de una cultura—, ha sido definido y
apreciado según las pautas ideológicas y morales de cada grupo. Esta cualidad
sociocultural de la búsqueda de sustento, no responde sencillamente al obvio
hecho de que se realiza en conjunto o colectivamente.(10) Como señalan Polanyi
y los sustantivistas, lo central es que lo económico está “incrustado” o “integrado”
(“embedded”) en el conjunto de patrones conductuales, morales y en los
significados de cada comunidad. Difícilmente la economía puede ser separada del
resto de los componentes de una cultura. De llegar a estarlo, pierde sentido para
quienes son portadores de dicha forma de vida, se dificulta su puesta en práctica o
derechamente se imposibilita.(11)

Es indesmentible que en la inmensa mayoría de los casos históricos, las


actividades de sustento son expresiones del funcionamiento de instituciones no
económicas. En otras palabras, cuando se llevan a cabo prácticas religiosas,
artísticas, rituales, políticas, recreativas, educativas, etc., se necesitará de lo
económico o surgirá de aquellas lo económico. Si se ha de intentar identificar las
actividades institucionalizadas de sustento con un concepto más específico —y
por cierto más acorde a la realidad—, habría que hablar
de sistemas socioeconómicos.

Durante la mayor parte de la vida de la especie humana, en general lo económico


ha conformado un todo junto a lo religioso, moral, político, educativo, estético,
recreativo, ideológico, etc. Las personas y grupos no se han guiado por móviles de
estricto carácter económico o materiales; menos todavía por unos específicamente
lucrativos. En cualquier época y lugar, las personas desenvuelven su vida
cotidiana dentro de esa especie de redinterconectada de ideas y sentidos que son
las culturas. Lo mismo ocurre en el caso de la producción, los intercambios, la
distribución y el consumo de bienes y servicios:

“Los monjes comerciaban por motivos religiosos, y los monasterios llegaron a ser
los mayores establecimientos comerciales de Europa. El comercio kula de las islas
Trobriand, uno de los más complicados sistemas de trueque conocidos por el
hombre, tenía esencialmente un propósito estético. La economía feudal dependía
en gran medida de la costumbre o la tradición. Para los kwakiutl, el principal fin de
la industria parecía ser una cuestión de honor. Bajo el despotismo mercantil, la
industria se planificaba a menudo para servir al poder y la gloria. Según esto,
tendemos a pensar que los monjes, los melanesios occidentales, los aldeanos, los
kwakiutls, o los hombres de Estado del siglo diecisiete, se guiaban
respectivamente por la religión, la estética, la costumbre, el honor, o el poder
político” (Polanyi 1994: 83-84).(12)

Al tenor de los hechos, que hoy lo económico en su estricto sentido


lucrativo parezca absolutamente dominante, se debe a que las sociedades han
sido transformadas en estructuras lucrativas, o sea, en sociedades de mercado.
En ellas la mayoría de las actividades y/o instituciones funcionan en base al dinero
o se relacionan a él; y, por tanto, el propio dinero ha terminado tomando relevancia
superlativa. Se ha llegado a considerar evidente que lo que en las colectividades
modernas y/o modernizadas se tiene por “económico”, sea identificado con el
imperativo universal de conseguir la supervivencia. Como a la fecha en ese tipo de
sociedades el sustento se obtiene por medios monetarios, las apariencias
cooperan a darle un supuesto apoyo empírico a la existencia de una naturaleza
humana lucrativa. El particular contexto actual y su lógica, que empuja muchas
veces a un comportamiento maximizador, se confunde con que ese tipo de
conducta es la inherente en el ser humano y esa lógica la evidente. El resto del
trabajo lo ha hecho la propia disciplina económica moderna, la cual ha
desarrollado su andamiaje teórico-metodológico desde esa y para esa particular
realidad. Sea por vivir en un sistema de mercado y/o por estar educado por la
Economía Moderna, se hace indudable buscar el libre mercado en otras
realidades... y, de hecho, encontrarlo:

“Habiendo convertido el hombre la ganancia económica en su fin absoluto, pierde


la capacidad para relativizarla mentalmente. Su imaginación queda encerrada en
los límites de esa incapacidad” (Polanyi 1994: 62).(13)

Con todo, los datos antropológicos e históricos no sólo desmienten una pretendida
tendencia natural y, por ende, universal, al lucro o a la acumulación material en
general. Es más, en todo el mundo se pueden encontrar a través del tiempo casos
de acciones despilfarradoras institucionalizadas. Las culturas de muchos grupos
humanos, conllevan patrones que van en contra —o pueden influir de algún modo
contra— los modernos conceptos de “economizar” o “maximizar”.

En la antigua Grecia las familias aristocráticas prestaban importantes y onerosos


servicios públicos —construcción de templos y obras civiles o financiación de
eventos públicos— bajo la forma obligatoria y meramente honorífica de la “liturgia”.
En la Columbia Británica del actual Canadá, en la ceremonia del potlach, los jefes
de clan kwakiutl competían entre sí por estatus destruyendo grandes cantidades
de productos muy apreciados dentro del grupo. Justamente, Thorstein Veblen
comparará en el siglo XIX a los jefes kwakiutl y a los potlach, con sus
contemporáneos millonarios de la “clase ociosa” estadounidense y sus bailes de
gala u otras prácticas de consumo ostentoso no productivo (de hecho ni siquiera
lucrativas). Finalmente en Japón, desde fines del siglo XIX, las grandes empresas
nativas pueden postergar sus ganancias según las conveniencias del Estado y la
comunidad nacional, como una muestra de lealtad y honor. Esas mismas
compañías niponas acostumbran dar empleo de por vida a sus trabajadores, lo
cual desde la perspectiva occidental moderna es una práctica “irracional”: sólo
causaría aumento de costos y pérdida de competitividad (Monares 2008).

El saber antropológico hace mucho que estableció que las sociedades no son
utilitaristas, no elaboran sus culturas en pos de un “máximo posible de eficacia”. El
antropólogo Ralph Linton, ya en 1936, escribía que las culturas han sido
desarrolladas hasta puntos donde “la conducta no produce un incremento de
eficacia proporcional al aumento del trabajo”. Incluso en el ámbito de las
“herramientas y utensilios, donde serían más patentes las desventajas de
semejante conducta, poseemos abundancia de ejemplos que demuestran un
gasto totalmente innecesario de trabajo y materiales” (Linton 1972: 99). Según el
autor, ello se refleja en una recurrente “complejidad innecesaria de la cultura”; la
cual, en algunos casos, hasta puede llegar a ser perjudicial para los individuos o el
grupo en cuestión. De ahí su conclusión respecto a que el ser humano
“ciertamente no es un ser utilitario”.(14)

Se entiende así que de concebir un “sistema económico” al estricto modo de la


Economía Moderna —en tanto un conjunto de conductas competitivas individuales
de carácter egoísta, basadas en el deseo de ganancias monetarias y/o el temor al
hambre—, se debería concluir que a través del tiempo (casi) no han existido
sistemas económicos. De donde quedan al descubierto dos gruesos errores de los
economistas modernos y de todos quienes se guían por sus
supuestos: reducir todos los tipos de economía a patrones y motivaciones de libre
mercado, y generalizar los patrones y motivaciones de libre mercado a todos los
tipos de economía (Polanyi 1994). Para calibrar este error, considérese que hasta
épocas muy recientes no existía —¡ni siquiera en los idiomas de los países
europeos occidentales!—, “ninguna palabra que definiera la organización de las
condiciones materiales de la vida”, al modo de una cuestión autónoma del resto de
los aspectos socioculturales. La civilización humana tendría que esperar a
que, recién en el siglo XVIII, los fisiócratas franceses anunciaran “haber
descubierto la economía” (Polanyi, Arensberg y Pearson 1976).

3. Sustento en las economías no maximizadoras: el caso de las primeras naciones


americanas

Al comprender que las motivaciones de maximización monetaria y un sistema de


mercado autorregulado son una extraña singularidad dentro de la historia humana,
la reflexión acerca de la relación entre cultura y economía se desligan de los
dogmas económicos modernos. Queda manifiesta, como señalan Polanyi y
Arensberg, la diferencia entre la limitada mirada del economista científico y la
holística de quienes aplican un análisis institucional o sustantivo; sean
antropólogos, economistas o investigadores de cualquier otra disciplina
sociocultural. Para el primero, los precios libres son la característica de un
mercado libre y la producción para la venta a dichos precios (que varían según la
oferta y la demanda) representan la peculiaridad de una economía de mercado.
Mientras, para los segundos es necesario “poner en relación los detalles
específicos y desarrollados de un rasgo cultural”: establecer los nexos de las
“características exteriores y espectaculares” que le han dado un reconocimiento
general, con “las características interiores, sus configuraciones sociales, su
historia pasada y sus funciones con respecto a los hombres, la sociedad y el
mantenimiento de otras instituciones” socioculturales (Polanyi, Arensberg y
Pearson 1976: 42).

Desde la visión amplia del análisis institucional o sustantivo, se requiere averiguar


cómo se relaciona lo económico con el resto de la cultura. Desde ahí se deducirá,
en primer lugar, si en verdad la maximización monetaria es o no una meta en una
comunidad; y, de serlo, se deberá conocer en qué lugar de la jerarquía de fines
grupales y personales es situada. Luego, de ser un fin apreciado, habrá que
investigar qué opciones de comportamiento institucionalizado se derivan de cada
forma de vida en particular para alcanzar la maximización monetaria. Suponer que
la búsqueda individual y competitiva del lucro es una conducta universal, sólo es
eso: un supuesto. Y, más todavía, finalmente unahipótesis falsa.(15)

En cuanto a lógicas e instituciones económicas diferentes de las occidentales


modernas, se puede traer a colación el caso de las primeras naciones de América.
Entre ellas se pueden encontrar diversos patrones de aprovechamiento del
ambiente, a fin de satisfacer necesidades y deseos, diferentes de la lógica y
métodos occidentales modernos. Dichas conductas institucionalizadas e
integradas al resto de cada cultura, fueron desarrolladas en base a otro tipo de
ideas y nociones morales. Fernando Mires expone algunas de esas formas,
diferenciándolas y contraponiéndolas a la “economía del crecimiento” occidental
moderna. Ésta, sobre todo en su relación con la naturaleza no humana, es en
realidad una “antieconomía”. Por más que su teoría asuma la escasez en tanto
principio básico, en la práctica no economizaría: funciona de acuerdo al supuesto
de un mundo infinito.

Por el contrario, los sistemas ideológicos de muchas de las primeras naciones del
continente —en específico su concepción de la naturaleza y sus relaciones
ecológicas o ética ambiental—, influyen para que sus métodos de
aprovechamiento del hábitat no se limiten a una mera relación productiva.
Ciertamente, aquellas prácticas sirven para satisfacer de manera prioritaria sus
necesidades básicas y también otras que, aunque podrían tenerse por deseos
suntuarios, de ningún modo pretenden un consumo o acumulación ilimitada. Si
bien por miles de años no han ignorado los deseos que van más allá de lo
necesario, no los han asumido infinitos; y no han confundido el aprovechamiento
de su medioambiente con explotarlo hasta su devastación. Muchos de estos
pueblos, sino todos, desarrollaron relaciones con su hábitat que no se limitan al
estricto sentido utilitario materialista de las sociedades modernas y/o
modernizadas.(16)

En el específico caso de lo que en Sudamérica se denomina Andes Centrales —


principalmente el área cordillerana de lo que hoy es Perú, Bolivia y el Norte de
Chile— se tiene que, en general, las diversas primeras naciones de la zona
elaboraron una tecnología en función de lo que podría entenderse son las bases
ecológicas de su ambiente (Lechtman y Soldi 1985). Las herramientas de
aprovechamiento que esos pueblos desarrollaron, además de estar adaptadas a
las características de los lugares donde residían, protegían o evitaban la
devastación de esas zonas al tener con ellos una relación, en términos actuales,
sustentable: “una tecnología benévola, respetuosa, no violenta sino de adaptación”
(Van Kessel y Condori 1992). Y cuando se habla de herramientas de
aprovechamiento, se está incluyendo: su tecnología, las estrategias de uso de ella
asociadas a su organización social y aspectos simbólicos o ideales. Todo ello da
sustento y operatividad a la compleja red que comprende el rótulo “herramientas
de aprovechamiento”.(17)

Entre los pastores atacameños actuales de la puna del Norte de Chile, se tiene un
ejemplo de un vínculo al mismo tiempo material y mágico-religioso con la
naturaleza. A través de aquel tipo de nexo las personas mediatizan el
aprovechamiento de los vegetales, animales y del hábitat en sí, evitando su
depredación o sobreexplotación. Y, al mismo tiempo, se reconocen dependientes
de su ambiente. Lo central para sostener esa relación es su “cosmovisión” o sus
concepciones fundamentales acerca del universo:

“...la gran mayoría de los procedimientos y técnicas de pastoreo, se solventan en


un imaginario ritualístico y religioso respecto del llamo [“Lama glama”], el agua, los
cerros y el conjunto de espíritus que existen en el espacio pastoril. La cosmovisión
es entonces, el parámetro que brinda los límites y posibilidades respecto de las
prácticas y otorga justificación y/o sentido de una determinada estrategia de
subsistencia” (Morales 1997: 149).(18)

Al contrario de las sociedades que se guían por la Economía Moderna, en general


las primeras naciones americanas asumen que lo aprovechable del ambiente
es finito. Pero, no es que ese enfoque los lleve a “economizar” en el sentido
moderno. Lo central es que establecen un vínculo místico con la naturaleza, el
cual implica su pertenencia a y/o su dependencia de aquella. Esa relación, a la vez
comunitaria y personal, es la base para evitar la sobreexplotación (Morales 1997).
Tampoco admiten para la naturaleza, el moderno concepto económico de
“recurso”: algo hecho para su explotación. Aquella es un continente cuyo
contenido —humano, animal no humano, vegetal, mineral y espiritual— conforma
un sistema que mantiene la vida.

Entre las primeras naciones desde el Ártico a Tierra del Fuego, ha sido y es
importante la armonía, el equilibrio y respeto entre todo lo existente, entre todo lo
que es contenido por la naturaleza. En específico, entre los pueblos andinos se
habla del “vivir bien”: “todo está conectado, interrelacionado, nada está fuera, sino
por el contrario ‘todo es parte de...’; la armonía y equilibrio de uno y del todo es
importante para la comunidad” (Huanacuni 2010: 15). El “vivir bien” es lo que
integra lo económico al resto de la cultura para conformar un todo coherente e
inseparable.(19) Se traduce en un tipo de trabajo y de tecnología que forma parte
de una ideología y práctica enfocada a “Saber criar la vida”, “saber criar y dejarse
criar” en un sistema de reciprocidad y complementariedad entre tres comunidades:
la humana, la de wak’as (deidades locales y universales) y la de
la sallqa (naturaleza silvestre). Justamente, el “agro es el templo y lugar de
encuentro entre las tres comunidades que en él se reciprocan”. Es imposible
entender el modo de sustento andino, sin considerar cuestiones socioculturales
como las creencias mágico-religiosas y el sistema de parentesco. Es más, como lo
económico no podría materializarse sin tales aspectos extra económicos, se
puede hablar sin problemas de un “ritual de la producción”. En este ceremonial la
“tecnología empírica” es “inseparable de los ritos religiosos” o de la “tecnología
simbólica de la producción”: “El trabajo es un diálogo continuo y ritualizado con las
divinidades y el medio natural, con la papa, los compañeros y la comunidad, todos
comprometidos en este diálogo” (Van Kessel y Condori 1992: 66).

Esa forma de concebir lo económico integrado a la naturaleza o cual una parte


específica de las relaciones generales entre la humanidad y los demás
componentes de la naturaleza, se encuentra a través de toda América. No es una
remembranza romántica del pasado, es una forma cultural vigente desde hace
miles de años entre sus primeras naciones. Esta matriz ideológica común,
obviamente, ha sufrido variaciones tras siglos de dominación blanca y de hecho
son múltiples las dificultades que se dan para materializar en lo cotidiano el “vivir
bien”. Considérese la desestructuración de las formas de vida tradicionales por
imposiciones culturales, modernizaciones planificadas (de derecha o izquierda) y/o
las diversas síntesis y dinámicas culturales dadas a través del tiempo.(20) Mas, en
términos generales y evitando posturas idealizadoras o esencialistas, es posible
afirmar que dicha matriz ideológica común se mantiene viva:

“Aunque con distintas denominaciones según cada lengua, contexto y forma de


relación, los pueblos indígenas originarios denotan un profundo respeto por todo lo
que existe, por todas las formas de existencia por debajo y por encima del suelo
que pisamos. Algunos lo llamamos Madre Tierra, para los hermanos de la
Amazonía será la Madre Selva, para algunos la Pachamama o para otros como
los Urus que siempre han vivido sobre las aguas será la Qutamama. Todos los
pueblos en su cosmovisión contemplan aspectos comunes sobre el vivir bien que
podemos sintetizar en: ‘Vivir bien, es la vida en plenitud. Saber vivir en armonía y
equilibrio; en armonía con los ciclos de la Madre Tierra, del cosmos, de la vida y
de la historia, y en equilibrio con toda forma de existencia en permanente respeto’
” (Huanacuni 2010: 32).

Efectivamente, desde la Antropología y la Etnoecología se ha establecido que el


aprovechamiento del ambiente por parte de las primeras naciones americanas,
conlleva un cuerpo de saberes específicos. El cual está conformado enparte
importante por un “conjunto de representaciones abstractas y profundamente
subjetivizadas encarnadas en losmitos”. Esas “representaciones” sintetizan las
esferas ideal y material, conformando “sistemas con un enorme valor ecológico”:

“…las cosmologías [sic] constituyen mecanismos de autorregulación social frente


a ciertos componentes o fenómenos de la naturaleza que permiten prevenir, por
ejemplo, la sobreexplotación de un recurso, es decir, que operan como reacciones
colectivas de carácter subjetivo” (Toledo 1990: 24).(21)

No es correcto caricaturizar/rebajar tales concepciones ideológicas y las


costumbres derivadas, por ser expresiones de la ignorancia o retraso de
los primitivos pueblos no modernos. Más allá de la mirada negativa o arrogante de
las sociedades modernas y/o modernizadas respecto de esa subjetividad, los
mitos o las cosmovisiones no son menos eficaces en la práctica.(22) O sea, el
“corpus” que desde lo moderno se denomina mítico da lugar a una “praxis”
eficiente y productiva. Ésta comprende diversas técnicas e intercambios con la
naturaleza y/o en el mercado. Es más, ese aprovechamiento del ambiente se
sostiene en un “complejo orden de conocimientos sobre la naturaleza” (Toledo
1990).(23)

Es importante hacer una última aclaración acerca de los aspectos ideológicos de


las primeras naciones americanas, de las técnicas y costumbres derivadas de
tales aspectos. Ellas no obedecen a la imposibilidad de acumulación o
preservación de los recursos (en especial de los comestibles), ni a la incapacidad
de movilizar grandes cantidades de trabajadores o a la ineficiencia de la labor de
esos trabajadores. Tampoco responden, como sostenía el economista
estadounidense Walt Rostow, desbordando modernidad en sus palabras, a que la
“productividad estaba limitada por lo inaccesible de la ciencia moderna [de
Newton], de sus aplicaciones y del marco intelectual” (Rostow 1967: 17). En
Sudamérica, La organización económica del estado inca descrita por John Murra,
es un contundente desmentido de ese erróneo y concurrido lugar común moderno
asumido por Rostow. La tecnología “prenewtoniana” inca —lo mismo que la de
muchas otras culturas andinas que les precedieron—, era capaz de producir
abundantes cosechas en territorios que son muy poco propicios para la
agricultura. Pues, escribe Murra, en el Perú “la costa es un verdadero desierto y
los altiplanos son muy altos, secos y fríos”. De hecho, en esas agrestes zonas los
esfuerzos agronómicos de la moderna tecnología posnewtoniana, han sido
infructuosos o dejan mucho que desear.(24)

Al contrario de lo que suele pensarse a la fecha, dada la ceguera que


produce vivir en la cresta de la ola del dominio de la cultura occidental moderna, lo
en realidad extravagante en la historia humana son esos patrones occidentales
modernos. Así las cosas, no correspondería que los civilizados se admiren por la
rareza de las costumbresde los primitivos. Todo indica que debería ser al revés...
con mayor razón si se considera la Economía Moderna.

4. Economía Moderna: de la filosofía ilustrada a la “ciencia”(25)

Una vez asumida la histórica diversidad que han mostrado los sistemas de
sustento o socioeconómicos —la gran mayoría de ellos no maximizadores al modo
lucrativo moderno—, se presentarán ahora las peculiaridades de la conformación
del modelo general impuesto a la fecha como dominante.(26) Luego, se verá cómo
ese fundamento sigue vigente en una expresión que es asumida como “científica”.

Desde un abordaje histórico-técnico, se puede constatar que la Economía


Moderna es una disciplina desarrollada a partir de la Economía Política y la
Filosofía Moral del Reino Unido en los siglos XVIII y XIX; aunque no puede dejarse
fuera el XVII, por ser la centuria en la cual germinaron esas ideas. La disciplina
nació en aquel período y evidentemente fue fruto de las condiciones imperantes
en el contexto. Representó las esperanzas de los negociantes y, de modo
principal, las que arrastraba desde el siglo XVII o antes, la pequeña y mediana
burguesía comercial e industrial puritana.(27) El Estado y el moribundo sistema
mercantilista, eran para aquellos negociantes un estorbo en sus afanes de
expansión económica y de acumulación de ganancias. Dichos grupos fueron
interpretados a plenitud por las nuevas ideas a favor de la libertad de comercio, y
en contra de los monopolios y de la intervención estatal.

La moral igualmente fue transformada para dar apoyo y legitimidad a esas


propuestas. El interés propio, al ser identificado cual base del progreso y riqueza
de la sociedad, quedó expurgado de cualquier rastro de pecado que aún pudiera
subsistir desde la perspectiva de la vieja moral greco-medieval (compartida
todavía por no pocos anglicanos tradicionalistas). Es más, en adelante la
búsqueda del bienestar material individual no sólo será la conducta económica
obvia, sino también la correcta. En un cambio revolucionario en la moral
occidental, se impuso el “amor a sí mismo” y llegó a ser la nueva ética social
dominante. Sin embargo, en un radical salto adelante (¿o hacia atrás?) en dicha
revolución moral, se terminó identificando el amor propio con el “egoísmo”lucrativo
y/o materialista en general. Y desde ese momento, se tendería a practicar la
producción y el comercio a partir de ese principio vicioso. De esa época hasta hoy,
ese giro será celebrado por las élites económicas y recibiría igualmente el
beneplácito académico de los economistas clásicos y neoclásicos: de Adam Smith
a Friedrich Hayek (1981), Nobel de Economía 1974, se señalará al “egoísmo” y al
“individualismo”, respectivamente, como la marca evidente de civilización y
progreso.

A esa especificidad sociocultural e histórica de la Economía Moderna, se le debe


sumar una singularidad más: los intereses de la élite propietaria. A pesar de ser
manifiesto que la disciplina fue marcada por un contexto particular donde se
compartían ciertos objetivos, debe recordarse que únicamente por el andamiaje
científico con el cual se la desarrolló y legitimó, se ha llegado a suponer que la
Economía Moderna es universal. Es decir, un cuerpo teórico-práctico más allá del
tiempo y de las formas de vida particulares. Además, o por eso mismo, no se la
construyó siguiendo el deber ser de objetividad y neutralidad supuesto para una
disciplina científica. Por el contrario, era unapolítica económica para favorecer a
Gran Bretaña en el contexto mundial y a sus grupos privilegiados en el ámbito
interno. De hecho, entre otros países hoy desarrollados, aquella nación creció al
alero del proteccionismo y como denunciara ya en el siglo XIX el economista
Friedrich List, una vez en “la cumbre de la grandeza” arrojó “tras de sí la escala”
por la cual subió a la cima económica. Las élites de Inglaterra comprendieron que
no podían hacer “cosa más sensata que destruir estas escalas que han dado
acceso a su grandeza” y “predicar a otras naciones las ventajas de la libertad
comercial” (List 1997: 414).(28)

La actual “ciencia” económica sigue atada a su origen en la vieja Filosofía Política


y Moral ilustrada, y a los supuestos socioculturales de la época. Adam Smith, el
“padre” de la disciplina, fue un filósofo moral presbiteriano escocés quien imprimió
su fe reformada o calvinista en el sistema económico que sistematizara.(29)
Justamente, fundado en su piedad el autor propone el mecanismo del mercado
autorregulado: la “mano invisible” es el medio providencial para dirigir los egoístas
deseos utilitarios del “hombre económico”. Por dicho gobierno, de forma
inconsciente o más allá de la voluntad de los individuos, se realizaría una
distribución divina —automática y autónoma— de la riqueza en la sociedad. De
ese modo se cumpliría el mandato de fructificar y multiplicarsedel Génesis (1,
28).(30) Sería tal la regularidad de la providencial “mano invisible” que, de no ser
intervenida su acción, establecería un orden factible de ser estudiado, medido y
hasta predicho. Quedaba así instituida la base que daría fundamento a la
pretensión científica de la Economía Moderna: la legalidad de la conducta
económica en particular y sociocultural en general.

La satisfacción de necesidades y deseos materiales mediante el consumo, quedó


identificada con el amplio concepto de “bienestar”. Mas, este no sería
exclusivamente material. Por la determinante influencia religiosa en Smith, se lo
entenderá desde un punto de vista espiritual. La comodidad será el grado de
felicidad posible de aspirar por la humanidad en su presente estado de pecado. Y,
al mismo tiempo, un premio de la Deidad al trabajo entendido en tanto una
virtuosa vía de glorificación. No obstante, por la creencia del moralista escocés en
la interpretación calvinista británica de la teoría de la predestinación, lo que podría
entenderse como la gracia materialista de Dios no es igual para todos:
es selectiva o dual. Tocaría con el éxito y la prosperidad sólo a sus pocos
elegidos, quienes se dejan guiar en sus labores productivas por el virtuoso amor a
sí mismos. Mientras, la gran mayoría de condenados son dirigidos (incentivados
se diría hoy) a trabajar en bien de la sociedad de dos maneras: aguzados por
el miedo a morir de hambre aceptarían salarios de subsistencia y/o el egoísmo u
otros vicios como la avaricia, la envidia, etc., los induciría a buscar riquezas. Los
condenados son conducidos por la “mano invisible” a producir/comerciar los
bienes “necesarios y convenientes para la vida” de la nación: “al perseguir su
propio interés, [promueven] el de la sociedad de una manera más efectiva que si
esto entrara en sus designios”.(31)

He ahí la muy singular “investigación” de Smith “sobre la naturaleza y causas de la


riqueza de las naciones”, la cual más bien es un encontrar y dar por dato empírico
lo que su fe le impulsaba a buscar. Conclusiones que cimentó en los supuestos de
su “teoría”: el egoísmo es el más influyente y útil de los “sentimientos morales”. A
través de aquel vicio el ser humano “sin pretenderlo, sin saberlo” es conducido
providencialmente, por medio de sus instintos que buscan su bien individual, a
cumplir la voluntad divina: la supervivencia de la mayoría de la especie y la
comodidad de una minoría. En conclusión, La teoría de los sentimientos
morales (1759) es fundamental e indispensable para entender Lariqueza de las
naciones (1776).

Los supuestos, lógica y problemas establecidos por el filósofo moral escocés, han
configurado la estructurabásica de la Economía Moderna. Por mucho que en el
interludio se hayan podido añadir más autores o que algunos de ellos no sean de
la preferencia de uno u otro estudioso, la llamada “ciencia” económica desciende
por línea directa del pasado clásico.(32) Más allá de los aportes o desarrollos a
través del tiempo —de un período muy corto de tiempo en realidad—, la Economía
Moderna ha sido una disciplina tradicionalista: ha mantenido un cuerpo unitario y
ciertos énfasis teóricos. Éstos además, como ha sido expuesto, no se fundan
únicamente en hechos; condición básica de una disciplina científica. Surgen de
una selección subjetiva, ¡fideísta de hecho!, la cual implicará encaminar y hasta
determinar la teoría por criterios extracientíficos.

Primero las élites de Gran Bretaña y después las de otros países, en palabras de
Gunnar Myrdal, llevaron a cabo “una racionalización de los intereses y
aspiraciones del medio ambiente” al cual pertenecían. Con posterioridad, la
Economía Moderna fue elevada al rango de teoríacientífica: fue legitimada al
desarrollarla con un lenguaje técnico-matemático y al darle un estatus académico.
Y es más, al asumir el supuesto de la naturaleza económica de la humanidad, esta
singular “ciencia” ha llegado a ser omnicomprensiva: sería capaz de explicar y
dirigir todos los diversos ámbitos y comportamientos humanos en todo tiempo y
lugar. A lo cual se arribó refinando/ampliando el supuesto del egoísmo. Con dicho
paso se terminó concluyendo que cualquier elección humana sería resultado de un
cálculo individual del “valor” asignado a diferentes bienes, servicios, situaciones,
personas, etc. La llamada “función de utilidad” aceptaría cualquier tipo de variable
y ya no sólo la lucrativa; e incluso, ni siquiera únicamente las materiales. Sea el
ámbito que sea de la vida individual y social, las personas siempre estarían
maximizando algún tipo de “utilidad”.(33)

A pesar de que como se revisó, esa pretensión de ser una disciplina


absolutamente explicativa ya se encontraba entre los clásicos, los nuevos avances
de los economistas ortodoxos contemporáneos les han llevado a sostener el
carácter omnicomprensivo de su disciplina. La función de utilidad sirvió para
fundamentar que todo cuanto hacen los humanos serían asuntos económicos.
Hasta en situaciones sin relación alguna con la producción, los intercambios, la
distribución, el consumo de bienes y servicios o el ahorro. De tal manera, ¡por si
fuera poco!, dicha función sirve para superar la anticuada visión que limitaba la
maximización económica exclusivamente en los estrechos marcos del dinero o de
lo material.(34)

Al tiempo que la función de utilidad permitiría explicar cualquier decisión/elección


humana, evidenciaría la manifiesta superioridad de la Economía científica y la
invalidación del resto de las disciplinas socioculturales. Estas pierden tiempo
preocupándose de cuestiones morales, históricas, religiosas, políticas y otras
materias finalmente irrelevantes (las cuales, además, son expresadas de forma
chapucera: sin matemáticas (35)). Sólo bastaría adicionar a la función de utilidad
aquellas variables no económicas. De esta manera, la Economía
Moderna unificó todo el devenir humano y todo acto individual y social. Por si
alguien todavía se atrevía a dudarlo, esa sería la prueba definitiva del carácter
científico de aquella. A decir de Theodore W. Schultz, Nobel de Economía 1979 y
profesor de Economía de la Universidad de Chicago, no será necesario
“traicionar [¡sic!] el análisis económico, recurriendo a ‘teorías’ basadas en
consideraciones culturales, sociales y políticas” (Valdés 1989: 129-130). Este
convencimiento ortodoxo en el carácter científico de la Economía Moderna se
manifiesta en una concepción física de la humanidad, una mecánica o relación
causa-efecto estricta de los actos: identificado el incentivo determinante de la
conducta maximizadora, ésta podría serprovocada y por tanto predicha. Al
otorgarse la Economía a sí misma certificado de “ciencia”, reduce a las personas a
una versión bípeda del perro de Pavlov: es la ciencia que demuestra/describe las
reacciones regulares de los humanos y, en consecuencia, esta relación causa-
efecto estricta demuestra su estatus científico.

Mas, esa cuestionable tautología no es el único problema que presenta la


“científica” función de utilidad. Esta, al no tomar en cuenta los principios que guían
una decisión, el contexto en el cual se toma, las demás esferas con que se
relaciona y la manera institucional en que se materializa, termina describiendo las
elecciones y los actos consecuentes en sí mismos o a modo de mecanismos
causa-efecto aislados o fuera de contexto. Todos los actos individuales y las
instituciones sociales son reducidos a una decisión valorativa (materialista o no) y
a un consiguiente efecto conductual utilitario (materialista o no) que se
matematiza. Todo acto sería inexorablemente “racional”, ya que también lo serían
los actos “irracionales” (McKinnon 2012). Al final no habría ninguno que no pudiera
ser convertido o no fuera en el fondo“racional”, es decir, egoísta o maximizador.
Se cae así con la función de utilidad en una generalización tan amplia, cuando no
en una abierta deformación de la realidad, que termina prestando un flaco servicio
teórico-práctico.

El antropólogo Marshall Sahlins (1983) y Karl Polanyi (1994) grafican ese error al
tratar ciertos intercambios materiales en las sociedades tribales. Al asumir como
principio básico que se maximizan utilidades, por el hecho de que se intercambian
bienes, se pasa por alto el contexto y la finalidad social del fenómeno. Más
todavía, señala Sahlins, se pierde de vista el que dichas transacciones “no
aumentan en lo más mínimo la reserva de objetos de consumo”. Es más, si tales
intercambios fueran económicos en sentido occidental moderno, obstaculizarían
en buena medida e incluso de manera grave la cotidianidad y hasta la cohesión de
una sociedad “que tiene sus puntos de referencia fuera de la esfera económica”
(Polanyi 1994). Ciertamente son intercambios materiales, pero no son
intercambios económicos. Situación identificable tanto en las sociedades tribales,
como asimismo entre las modernas y/o modernizadas:

“Podríamos decir que las personas maximizan el valor social, pero eso significaría
situar erróneamente el determinante de la transacción, no especificar las
circunstancias que producen diferentes productos materiales en circunstancias
históricas diferentes, aferrarse a las premisas de la economía de mercado
asignando falsamente cualidades de tipo pecuniario a las cualidades sociales (...)
El interés de esas transacciones reside precisamente en que no proporcionan un
aprovisionamiento material y en que no se basan en la satisfacción de las
necesidades materiales de los seres humanos” (Sahlins 1983: 205).

Ese error de asignar “falsamente cualidades de tipo pecuniario a las cualidades


sociales”, con mayor razón sucede cuando se asume que en cualquier elección se
están maximizando utilidades. Incluso, que se están maximizando cuestiones
sociales, como pudiera ser el caso del prestigio. Sería algo así como llevar la caja
registradora y su lógica de cálculo “racional” a todos los ámbitos sociales de
intercambio material y, finalmente, a todo tipo de elección... Porque siempre se
estaría maximizando una utilidad. En otras palabras, con la función de utilidad se
fija la atención exclusivamente en el hecho en sí. Lo cual invisibiliza los propósitos,
lógica, motivaciones y las instituciones relacionadas a una decisión que sería
inexorablemente fruto de un cálculo costo-beneficio. Sea esa decisión la de
producir bienes, intercambiarlos o cualquier otro asunto no económico.(36)

Hasta circunscribiéndose a cuestiones económicas se puede constatar, al acudir a


los datos históricos, la existencia de diversos sistemas de sustento donde tampoco
se elige “racionalmente”: “La costumbre y la tradición, por lo general, eliminan” la
opción maximizadora. Es más, si llegara a darse una situación de elección, “ésta
no tendría por qué estar provocada por los efectos limitadores de ninguna
‘escasez’ de medios” (Polanyi 1994: 99). Los datos dejan en evidencia que el
cálculo costo-beneficio es una opción, no una cuestión ineludible dada una
naturaleza humana “racional” fija y universal. Debe recordarse que la escasez se
“construye” socialmente, no sólo por la caracterización que un pueblo haga de los
bienes y servicios, y por la necesidad o deseo que se derive de ello (determinando
la existencia o no de escasez de tales bienes y servicios). Sino por una cuestión
mucho más sencilla: a través de la historia humana diversos pueblos no han
asumido la infinitud de los deseos, al punto de procurar inhibir cuando no castigar
institucionalmente esa posibilidad.(37)
Ahora bien, se puede aceptar el ejercicio mental omnicomprensivo al cual da lugar
la función de utilidad, pero bajo una condición: si sólo se quiere describir una
merarelación causa-efecto. Debe tenerse claro que aquella perspectiva no da fruto
alguno si de lo que se trata se de explicar o comprender un fenómeno a fondo o
en contexto.(38) En otras palabras, no es posible dar cuenta de por qué un
fenómeno se realiza de una manera dada y por ende con qué ámbitos,
instituciones, valores e ideas se relaciona para fundamentarse, legitimarse y
materializarse. Ni tampoco a qué lógica responde y qué significados le dan los
grupos y sociedades que lo llevan a cabo. Esa descripción de un cálculo de valor
de utilidad, no permite acceder al entendimiento de los fenómenos socioculturales:
no da pista alguna respecto a “por qué ocurren, cuáles son sus factores
determinantes, de dónde proceden, cómo se transforman”; ni tampoco da luces
acerca de la “interdependencia de los factores” que generan el hecho en cuestión
(Ander-Egg 1995: 63). Así por ejemplo, la mecánica de los
incentivos/desincentivos, tan fundamental y explicativa para los economistas
modernos, no existe en sí misma. La cultura es la que entrega los significados a
ciertas cuestiones/situaciones para ser un incentivo o un desincentivo. Y lo serán o
no, además, dependiendo de sus relaciones con otros aspectos culturales o de si
son parte de alguna institución.(39)

La determinación a priori de un cálculo de valor como premisa (pseudo)explicativa,


puede llevar a un total oscurecimiento de lo estudiado; y hasta a apreciaciones
totalmente equivocadas, al cimentarse en lo que el observador¾externo, poco
informado o dogmático¾ cree que está sucediendo. Se terminarán homologando
patrones o instituciones por coincidencias formales: cuestiones en apariencia
similares, terminarán siendo catalogadas como lo mismo. Como bien señala
Susan McKinnon, en el “reino de la cultura” se sabe que “la misma causa puede
tener diferentes efectos” y “que el mismo efecto puede tener causas diferentes”. El
motivo es sencillo: “efectos culturales quepueden parecer similares se han
constituido a través de conjuntos de significados muy diferentes”. Así, “un efecto
que parece ‘objetivamente’ el mismo”, cuando se procede a su análisis en
profundidad y no a una mera descripción formal, se podrá ver que “tiene causas y
significados muy diferentes, y por lo tanto constituye, de hecho, una diversidad de
fenómenos muy distintos” (McKinnon 2012: 121 y 122). Es evidente la diferencia
entre una descripción superficial y desinformada, y una investigación profunda que
podrá dar cuenta del error de considerar similitudes formales para homologar
fenómenos e instituciones socioculturales. La mala ciencia, al asumir a priori la
validez universal de los propios supuestos, terminará encontrando en otras
culturas y contextos lo que busca: lo propio. Y esas expresiones ajenas (más allá
de su rareza), no afectarían la supuesta validez y significación universal de la
cultura del investigador. Este termina cometiendo dos acciones reprochables y en
dos campos diferentes: en lo científico hace mala ciencia y en lo político impone
su cultura.(40)

En el ámbito socioeconómico, esa desacertada homologación de patrones por


meras formalidades exteriores, se puede ejemplificar en la preparación y
transporte del ch’uñu (papa deshidratada) en Andes Centrales. El alimento y la
bebida recibida por quienes ayudan en las actividades relacionadas al ch’uñu, es
parte del ayni u obligaciones recíprocas de la familia extensa y/o comunidad
andina (Van Kessel y Condori 1992). No obstante, desde la mirada de la
Economía Moderna aquellos alimentos y bebidas se convertirán en lo obvio para
esa disciplina: salario... Y como el economista “científico” verá en los víveres una
especie de “dinero”, terminará encontrando el resto de la tríada ortodoxa:
“comercio” de trabajo y un “mercado” o mecanismo “oferta-demanda-precios”
(Polanyi 1994).(41) Estos desaciertos se pueden ejemplificar igualmente en otros
casos no “étnicos”: una persona le pide a un amigo que repare su computadora y
terminada la tarea le invita unos tragos en un bar. Esto tampoco podrá ser
comprendido con el modelo de mercado, donde se asumen una serie de
condiciones que no se dan en el también moderno y occidental caso expuesto: no
hay oferta competitiva de servicios, ni comparación maximizadora de opciones por
el demandante, no hay relaciones contractuales en cuanto a la prestación y su
precio, ni hay regateo en torno a éste, ni precios preestablecidos por tipo de
prestación, tampoco existe pago ni la regla de que ese desembolso sea
exclusivamente en dinero.

Vistos los antecedentes, se podrá entender que acierta plenamente Marshall


Sahlins (1983) cuando habla de la Economía científica o formal, en tanto una
“encarnación de la sabiduría de las categorías burguesas”. Se está ante un
específico desarrollo cultural occidental moderno que, al derivar de una
interpretación en extremo pesimista del pecado original, llegó a concebir a la
humanidad como irremediablemente egoísta o maximizadora. He ahí el cimiento
de la explicación “científica” de cualquier acto en cualquier lugar y época. Es
efectivo que la disciplina “se desarrolla puertas adentro como una ideología y
puertas afuera como un etnocentrismo(42)”: una pretensión de hacer pasar por
teoría científica los intereses de las élites y un (pre)juicio en base a categorías
occidentales modernas de las culturas de otros pueblos. Por consiguiente, no
dejan de ser lógicas y pertinentes las advertencias, o recordatorios, de Sahlins
(1983): el “Hombre Económico es una invención burguesa” y la “economía de
mercado” es “en todo momento una trampa ideológica de la cual debe escapar la
economía antropológica” o, lo que es lo mismo, la Socioeconomía. Trampa que
incluye un asunto ético no menor: la instalación del egoísmo o la maximización
como práctica y criterio normal a nivel individual y social. Este proyecto pro
vicio es legitimado por la “ciencia”, a pesar de ser muy cuestionable y en ningún
caso inherente a la especie:

“Para la mayor parte de la humanidad el interés personal tal como lo conocemos


[en Economía Moderna] es antinatural en el sentido normativo: se considera
locura, brujería o base para el ostracismo, la ejecución o, como mínimo, la terapia
(...) esa avaricia suele verse como una pérdida de humanidad (...) el concepto
inherentemente occidental de la naturaleza animal del hombre como algo regido
por el interés propio resulta una ilusión de proporciones antropológicas a escala
mundial” (Sahlins 2011: 67).(43)

Desde el reduccionismo de la perspectiva “científica”, el modelo termina


suplantando a la realidad. Se confunde validez(del modelo o los supuestos)
con verdad, y se termina reemplazando a esta última por la primera. En
consecuencia, podría decirse que la función de utilidad, cual pretendida prueba
definitiva del estatus científico de la Economía Moderna es, a lo más, una especie
de victoria pírrica de la “ciencia” económica. Con todo, en ocasiones sí es posible
predecir guiados por un sustento falso... Mas, ello sólo dejaría conforme a una
investigación de un mediocre pragmatismo; no a una de carácter realmente
científico.(44)

Todo indica que ese es un camino de desorientación y error, no sólo por


consideraciones de calidad de la investigación científica, sino por cuestiones como
la imposición cultural y/o de (ir)realidades. Larga experiencia tienen en ello las
naciones y pueblos colonizados o neocolonizados, y los grupos subalternos de
cualquier país. Por otro lado, en el caso de la planificación y aplicación de políticas
públicas, al impedir el reduccionismo económico moderno una acertada
comprensión de los fenómenos socioculturales, a su vez entrega una débil base
científica para la aplicación de la teoría en forma de política económica o
proyectos de desarrollo. Aunque, tal vez, precisamente sirve para justificar ajustes,
políticas de choque, liberalizaciones a ultranza e incluso la corrupción.(45)

5. Acerca de las leyes económicas

Llegados a este punto, se quiere ahora despejar del todo la errónea creencia de
que existen leyes económicas. En realidad, el punto de fondo es la inexistencia de
una legalidad en cualquier ámbito de la vida sociocultural. De hecho, la
adscripción de la Economía Moderna al modelo científico legalista de la Física,
fundándose en la regularidad de la naturaleza humana egoísta o maximizadora, de
por sí implicará la negación de parte de la realidad y/o la homologación de toda la
realidad a una sola variable arquetípica.(46)
Se debe empezar por recalcar esa definición unidimensional del ser humano
realizada desde la Economía Moderna. Al caracterizarlo en tanto un mero “hombre
económico”, se lo tiene por puramente maximizador y se limita, cuando no se
elimina al extremo toda la diversidad ideológica, simbólica y conductual de la vida
en comunidad. En otras palabras, se atribuyen “cualidades naturales, no
conscientes y automáticas a lo que por lo demás es un proceso social, sumamente
consciente y mediado culturalmente” (McKinnon 2012: 127).(47) Sólo una variable
determinaría/explicaría el fundamento de las expectativas, motivaciones,
razonamientos, creencias y significados de los actos individuales y sociales. Se
debe tener en cuenta que en las sociedades modernas y/o modernizadas imperan
ideas, comportamientos y una moral acordes a la búsqueda individual y egoísta de
lucro. Por consiguiente, no es en absoluto extraño para un observador
desprevenido o para quien se guía simplemente por su sentido
común, creer comprobar la veracidad de la “racionalidad económica” en dichas
sociedades lucrativas. Cuando las personas actúan según el contexto sociocultural
maximizador, no faltará quien concluya que en verdad
son hombres económicos siendo dirigidos o determinados porleyes económicas.

Desde las apariencias surgidas por la unidimensionalidad de la Economía


Moderna, de lo que en forma muy descriptiva Marshall Sahlins (1983) llama su
“antropología ingenua”, se puede entender que no falta quien caiga seducido por
su sencillez y su supuesta gran capacidad explicativa. O, en palabras de John
Maynard Keynes, sean convencidos por su “hipótesis incompleta introducida en
aras de la simplicidad”. Paradójicamente, una ideología hace verosímil una
“ciencia”.(48)

Con todo, desde la propia Física —la “madre” de las ciencias modernas— se
puede poner en cuestión a la Economía Moderna, por su discutible enfoque
“científico” o derechamente pseudocientífico. El físico Igor Saavedra expone los
serios problemas de predicción en dicha disciplina. En una cuestión reñida con lo
tenido por “ciencia” en el mundo moderno y/o modernizado, aquella hace variar el
sistema social intervenido. Cuando a partir de la Economía antes se construyó un
tipo de sociedad, una “sociedad de mercado” específicamente, ocurrirá lo
esperado por la teoría al aplicar su esquema técnico, experimentar o medir. La
disciplina carga de forma inherente un sesgo tautológico. Al ser una profecía auto-
cumplida, escribe Saavedra, “en rigor no podría considerarse la economía como
una ciencia”:

“Cuando el objeto de estudio es un sistema social, parece fácil que ocurra que al
tratar de verificar las predicciones de una teoría se influya necesariamente sobre
el sistema, y lo modifica de manera tal que el único resultado posible del
experimento sea justamente el que predice la teoría (...) la sociedad sobre la cual
realiza mediciones destinadas a verificar las predicciones de la teoría, no es ya
más la sociedad original, sino otra, en la que impuso que se cumpliera justamente
lo que se está tratando de medir” (Saavedra 1977: 76).

En un país neoliberal como Chile, donde se privilegia la persecución individual de


ganancias monetarias y fue organizado por las élites a partir del principio de
maximización pecuniaria, por supuesto que variaciones de las tasas de interés o
de los precios de los bienes y servicios pudieran provocar respuestas económicas
lucrativas en no pocos trabajadores, ahorrantes y consumidores. Efectivamente,
en una sociedad de ese estilo, hasta el matrimonio o el número de
hijos pudieran ser objeto de cálculo monetario. Mas, no por una supuesta
“racionalidad económica” natural de las personas; sino por las condiciones del
contexto sociocultural, las cuales hacen dura la vida a gran parte de los habitantes
de la nación. Recuérdese que en Chile se han mercantilizado todos los bienes y
servicios a elevados precios, se ha restringido el acceso a los recursos para la
mayoría de la población por sus bajísimos sueldos y por el escaso o nulo apoyo
estatal.(49)

He ahí las bases para entender la síntesis utilitaria o de mercado en el país y su


posible uso para validar una legalidad económica. Por un lado, la ética lucrativa
dominante prioriza la riqueza y el estatus ligado a ella; junto a lo cual coexiste una
búsqueda de seguridad material, en una sociedad donde paradójicamente prima la
inseguridad material. El fondo del asunto es que cualquier posible cálculo
maximizador de dinero está incentivado por un contexto social, político, moral o
ideológico que ensalza las ganancias. O, a su vez, la preocupación materialista o
por la supervivencia, está incentivada por las precarias condiciones económicas
de gran parte de la población. Se insiste en que lo central para analizar las
acciones económicas es el contexto sociocultural donde ellas se llevan a cabo. Es
dicho escenario el que entrega el marco institucional indispensable —lógica,
significados, normas, instrumentos, ocasiones, situaciones, participantes e
incentivos—, para que tales acciones económicas puedan ser primero concebidas,
luego legitimadas y finalmente realizadas. Por ello los actos de sustento, además
de por realizarse en sociedad, son en realidad actossocioeconómicos. No son una
cuestión individual determinada por una naturaleza humana egoísta o
maximizadora.(50)

Es más, si pudiera ser verdadero el mito/hipótesis/simplificación del “hombre


económico”, no podría existir sino en una sociedad donde
estuvieran institucionalizados socioculturalmente el individualismo, el afán de lucro
y un sistema de mercado autorregulado... O en una sociedad de economistas,
sean ellos sujetos “más egoístas por naturaleza” atraídos por la disciplina o porque
“la economía ayuda a formar a los individuos, haciéndolos más egoístas”.(51)
Limitar toda acción social a la acción individual y concluir que la sociedad no
existe, como alguna vez dijera con inusitada desfachatez Margaret Thatcher, no
resiste análisis. Aunque la sociedad fuera una mera suma de individuos
atomizados —y ciertamente no lo es—, se requerirían pautas e instituciones
socioculturales y las personas se interrelacionarían con ellas o se desenvolverían
de todas maneras en ese espacio social.

Desde los hechos socioculturales, es posible rechazar la propuesta económica


moderna de una tendencia intrínseca o natural a maximizar utilidades... utilidades
del tipo que sean. La consideración de la realidad también coopera a dejar de lado
la concepción general de una tendencia materialista innata en la humanidad. Todo
lo cual echa por la borda la posibilidad de sostener la existencia de una legalidad
económica estricta. Considérense algunos casos de diferentes épocas, zonas y
culturas.(52) Marshall Sahlins (1983) da cuenta del característico desapego que
en general muestran las sociedades cazadoras-recolectoras de todo el mundo,
respecto a sus bienes materiales y hasta de lo esencial para la subsistencia: llega
a sentirse tentado a decir que el cazador es un “hombre antieconómico”. En el
Próximo Oriente de la Antigüedad, existieron prósperos enclaves comerciales
costeros cercanos a pueblos del interior y ni esos vecinos ni los grandes imperios
mesopotámicos, ni el Egipto prehelénico o el Imperio hitita de Asia Menor hicieron
esfuerzo alguno por conquistarlos para adueñarse de sus redes comerciales. Por
su parte, en la Roma antigua la expansión territorial no respondía a expectativas
de lucro: no se pueden identificar guerras comerciales o imperialismo comercial y
tampoco quedan en evidencia la defensa ni la promoción de los intereses de los
mercaderes en las decisiones políticas de las élites gobernantes. Y, en la
Sudamérica actual, dentro de los grupos de nativos achuar del Ecuador coexisten
poblaciones establecidas en dos zonas diferentes: una más rica en recursos que
la otra. Aun siendo los achuar un pueblo guerrero, los grupos ubicados en la zona
más pobre nunca han tenido la intención de conquistar el espacio ecológico de los
otros o siquiera de emigrar hacia allí (Monares 2008).

Frente a las posibles objeciones que se pudieran hacer a los ejemplos anteriores,
sea por su larga data o por no corresponder a población moderna y/o
modernizada, tómense en cuenta los siguientes casos. En la ciudad argentina de
Rosario, escribe Howard Richards, a fines del siglo pasado los abonados a la red
de gas aceptaron pagar un 10% más en sus cuentas, a objeto de que ese dinero
fuera usado para ampliar el servicio a barrios pobres. En la misma ciudad, los
contribuyentes que por sus ingresos no se atienden en los consultorios gratuitos,
son quienes más aportan con sus impuestos al sistema público de salud que
atiende población pobre y votan en su mayoría por la coalición política que les
impone dichos tributos. Finalmente, un hecho ocurrido en Chile durante la
dictadura de Pinochet: el modernizado empresariado neoliberal que le era afín,
nunca puso su publicidad en los medios escritos de oposición democrática; a
pesar de que su gran tiraje y cantidad de lectores lo hacían “racional” desde la
perspectiva lucrativa.

Lo central en una investigación económica empírica y fructífera, es tener en


cuenta el carácter socioeconómico de los sistemas de sustento. Empezar por
determinar correctamente el contexto sociocultural, sus instituciones y cómo se
relacionan entre ellas. A nada conduce buscar por doquier una supuesta
naturaleza humana; sería como volver a la deducción esencialista que llevó a
explicar la caída de las piedras dada su naturaleza pesada. Ese tipo de
generalización no da cuenta de la real existencia de leyes de la conducta. En
cambio, deja al descubierto una mediocre capacidad de observación y análisis,
fruto de una carencia grave o total de conocimientos socioculturales e históricos.
Lo cual, asimismo, está influido por la falta de una sólida formación en los propios
fundamentos económicos y científicos. Ante esa incapacidad de relacionar los
principios de un método con los errores e insuficiencias del mismo, se continuará
con su aplicación indiscriminada. A lo más, se emprenderán arreglos menores o
se lo refinará en términos formales... por ejemplo, agregando matemática a la
misma lógica.(53)

Más allá del rol básico del dinero para la supervivencia en una sociedad inserta en
la economía de libre mercado, cuando se analizan los actos de sus miembros se
verifica el hecho de que en un contexto lucrativo, es obvio que la maximización
será una cuestión relevante. Y esa “racionalidad económica” para nada es algo
inherente al género humano o un asunto de estricta legalidad de los actos.
Sencillamente, se corroboran las específicascondiciones socioculturales lucrativas
que influyen, incentivan, hacen conveniente u obligan a perseguir la maximización
de los beneficios. Según el grupo específico de ingresos al cual se pertenezca,
ello se hace para acumular riqueza o sólo para asegurar la subsistencia. Eso es lo
frecuentemente olvidado por los economistas “científicos”, cuando usan una
“representación idealizada” de la realidad y asumen que “es una simplificación
especialmente fructífera”. Aunque algunos de ellos acepten que es “fácil burlarse”
del “cuento” del “Homo economicus”, generalmente sucede que los modelos
simplificados terminan reemplazando a la compleja realidad. Y, ya se advirtió, se
termine confundiendo validez con verdad e incluso se pueda
predecir correctamente con premisas falsas.(54)
La acumulación y análisis académico de datos empíricos, muestra con claridad la
influencia sociocultural en los actos sustentadores: están institucionalizados.(55)
Estos actos económicos son guiados por patrones y condiciones del contexto o
socioculturales, no están predeterminadas ni responden a una estructura
mecánica ni a una regularidad estricta e inexorable. Los actos humanos,
cualquiera sea el ámbito sociocultural del que se trate, no obedecen a leyes
ineludibles del tipo con las cuales trabajan las ciencias naturales:

“...hay leyes y leyes. Hay leyes científicas, que enuncian las relaciones invariables
entre los fenómenos, hay leyes jurídicas, que indican cómo deben comportarse los
hombres, y hay leyes que ni son jurídicas ni totalmente científicas, aunque
pertenecen sin duda a idéntica categoría que estas últimas. Tales leyes no
enuncian relaciones invariables ni prescriben una conducta, sino que describen
cómo tienden a comportarse en general ciertos grupos de hombres, dadas ciertas
condiciones históricas y jurídicas, y cuando están influidos por ciertas
convenciones e ideas” (Tawney 1945: 56-57).

Generar en las disciplinas socioculturales, de las cuales forma parte la Economía


Moderna, la capacidad de establecer generalizaciones con un alto grado de
rigurosidad y no leyes estrictas al modo de las ciencias naturales, de ninguna
manera supone rebajar a aquellas ramas del saber ni a sus teorías o a los
conocimientos a que han dado lugar. Simplemente, es aceptar la adecuación entre
la naturaleza de lo estudiado y la naturaleza de los métodos para hacerlo. En este
caso, la libertad humana y los medios para conocer sus instituciones
socioculturales. Cuestión para nada novedosa en Occidente: Aristóteles lo había
propuesto en la Grecia clásica y su influencia siguió vigente en el medioevo. Será
la Modernidad la que deseche ese punto de vista y lo relegue al olvido.(56)

6. Economía Moderna y cultura

A estas alturas se debe entender que la Economía Moderna, en tanto “filosofía de


la avaricia” o “espíritu del capitalismo” moderno que identificara Max Weber, es
algo aún más amplio que un imperativo ético o un deber ser. Si se aborda a la
Economía Moderna desde la Antropología, hay que remitirse al concepto antes
nombrado de “cultura”. Entonces, por elemental que parezca, lo primero a
internalizar es que la disciplina y práctica económica moderna es resultado de un
proceso cultural. Es una creación humana desarrollada en cierta sociedad y en
una época determinada. Esta cuestión básica es ignorada o negada desde las
ortodoxas posiciones tecnocráticas, las cuales no tienen sentido alguno de la
historia ni de la dinámica sociocultural. De hecho, como antes se vio con el
paradigmático caso de Theodore W. Schultz (Nobel de Economía 1979 y profesor
de Economía de la Universidad de Chicago), ni siquiera desean tenerlo. Para
quienes asumen esa cuestionable perspectiva, la Economía es indudablemente
parte de la “ciencia”. Sin mayores argumentos empíricos y con una postura
desenfadadamente ideológica (en el peor sentido del término), a partir del
supuesto de una naturaleza humana maximizadora afirman que ella es inherente a
las sociedades modernas y/o modernizadas... ¡y hasta a la humanidad toda!

Pero, el hecho de concebir a la disciplina cual “ciencia” —supuestamente objetiva


y neutral, al no estar relacionada a ningún contexto extracientífico—, implica de
igual modo una concepción cultural desarrollada en el tiempo. Cada idea y
actividad humana inventada corresponde a un fenómeno sociocultural: ¡esa es
una cuestión absolutamente inexorable!Por mucho voluntarismo que se ponga en
ignorarlo o sostener lo contrario, es imposible que sea de otra manera. Es
evidente, y sobre todo, inevitable la especificidad cultural e histórica de la
Economía Moderna. No tiene asidero pretender que una supuesta “ ‘ciencia
buena’ funcione fuera de la cultura y sin referencia a las categorías culturales,
mientras que la ‘ciencia mala’ no hace lo propio” (McKinnon 2012). Esa fantasiosa
pretensión de la “ciencia” económica de estar más allá de la cultura y la historia,
en realidad no es más que “ciencia mala”.(57)

Es manifiesto el carácter histórico-cultural singular de la Economía Moderna. Su


pretendida universalidad, apoyada en su supuesto carácter “científico” y su
progresiva expansión sobre la base de presiones y de las armas, no implica que
en realidad sea universal al ser expresión de la verdadera naturaleza humana. Y,
por tanto, tampoco existe ni la más remota posibilidad de que las culturas no
modernas y sus respectivas formas de procurarse el sustento, sean meras etapas
incompletas y/o previas en una única línea de evolución de la especie hacia
la superior Economía Moderna. Los datos desechan la opción de un
evolucionismo rígido hacia la cúspide ocupada por el sistema occidental moderno:
América presenta ejemplos entre grupos con organizaciones sociopolíticas y
económicas distintas de “‘infraestructuras’ diferentes, ‘superestructura’ idéntica” e
“‘infraestructura’ idéntica, ‘superestrcuturas’ diferentes” (Clastres 2013). Los datos
muestran que no hay correspondencia fija o predeterminada entre sistemas
socioeconómicos y sociopolíticos o viceversa.(58)

Una vez clarificado que el ortodoxo proyecto tecnocrático es un desarrollo cultural,


se hará referencia a un segundo aspecto de la relación entre cultura y Economía
Moderna. Se trata del hecho de que la disciplina, en cuanto rasgo cultural, implica
una manera particular de conducirse en todos los aspectos de la vida. Esos
patrones de acción, junto a su estructura de ideas y su moral, constituyen un
sistema. En otras palabras, ese sistema —la “ética del trabajo” y el “espíritu del
capitalismo” descrito por Weber— es en realidad una cultura.

Se puede dar el caso de que los portadores de una determinada forma de vida,
muchas veces no se percaten de la especificidad de sus costumbres, ni de que
están reproduciendo patrones particulares en su vida cotidiana. Esto puede ocurrir
por diversos motivos: falta de conocimiento y sentido histórico; asumir la opinión
tecnocrática de que la Economía Moderna es una herramienta científica; por una
especie de espíritu modernista inconsciente de las propias rutinas y formas de
pensar; y hasta por un dejo racista, por el cual se cree que sólo los pueblos no
modernos o atrasados tienen costumbres (...curiosamente los modernos
pensarían y actuarían en una especie de presente perpetuo y sin referentes o
antecedentes culturales). En general, esas visiones son consecuencia de una
ceguera fundada en la ignorancia y la inconsciencia. Por fortuna, dos cuestiones
solucionables con suma facilidad.

La Economía Moderna en tanto práctica productivo-comercial consiste en la


persecución individual y egoísta de lucro, en un marco autónomo llamado “libre
mercado”. Entonces, por un lado, cuando se habla de persecución de ganancias
se tiene un tipo específico de conducta, la cual no está presente de modo
institucionalizado en todas las sociedades (y en no pocas se la inhibe y/o castiga
cuando se manifiesta); o que de darse, puede adquirir formas diferentes de la
moderna. Esa misma sed ilimitada de ganancias es una idea particular que, ya se
ha dicho, no se encuentra institucionalizada en todos los grupos humanos (y en no
pocos se la inhibe y/o castiga cuando se manifiesta); o, que de existir en alguna
persona o grupo un afán lucrativo, puede expresarse de diversas formas y en
diferentes grados, y no necesariamente al modo moderno. Por otro lado, ese
querer enriquecerse sin pensar en los demás miembros de la comunidad, ha
llegado a ser en las sociedades modernas y/o modernizadas una ética legítima y
hasta una considerada deseable. Y a pesar de que tampoco ha sido la dominante
en ninguna otra cultura (y en no pocas se la inhibe y/o castiga cuando se
manifiesta), en la actualidad el individualismo lucrativo ha sido introducido y/o
impuesto en los países que han establecido los patrones modernos como modelo
a seguir. Esa misma legitimidad en tanto ideas, también la han alcanzado el
sistema productivo-comercial de mercado autorregulado y la filosofía individualista.
Aprobación que ha sustentado e impulsado su aplicación.(59)

Se insiste entonces en que la Economía Moderna —en tanto práctica y sistema


ideas, con un conjunto de valores asociados—, es un agregado de patrones e
instituciones socioculturales específicas. Por más que sea extraño para un nativo
moderno, efectivamente los patrones conductuales e instituciones, la ética y las
ideas de las economicistas sociedades modernas y/o modernizadas son parte o
expresión de una cultura. De su cultura occidental moderna.

Podría especularse que cuando los arqueólogos del futuro reconstruyan las
formas de vida actuales, tal vez se admiren de los contratos laborales individuales,
de los sistemas financieros y bancarios, del actual tipo de industrialización, de la
libertad civil coexistiendo con la sujeción económica, de que el ser humano y la
naturaleza no humana se consideren mercancías o de la posibilidad de conseguir
ganancias con la salud, la educación, las pensiones de jubilación o con los medios
básicos de sustento, y en general les podrá resultar extraña la preeminencia
absoluta de la producción y los intercambios materiales en su perfil lucrativo. Mas,
es posible que el rasgo más sorprendente para aquellos hipotéticos estudiosos de
nuestro presente, sea la creencia en un metafísico mercado autorregulado. Un
mecanismo que formaría de manera automática y autónoma todos los precios, y
que sitúa por debajo y en función suyo no sólo el sistema económico en sí, sino
todo el resto de las esferas de la sociedad.

El mercado autorregulado y su preeminencia absoluta, lo mismo que muchos de


los patrones culturales modernos nombrados en el párrafo anterior, quizás les
parecerán extravagantes o inútiles a esos imaginados arqueólogos del futuro.
Tanto como puede serlo para un nativo moderno la liturgia de la antigua
aristocracia griega, el potlach de los kwakiutl del actual Canadá o el ayni de las
primeras naciones andinas. Nunca ha de olvidarse la condición histórico-cultural
de la humanidad, con su ineludible consecuencia de dinamismo y diversidad. De
esta condición no escapan tampoco la producción, los intercambios, la distribución
y el consumo de bienes y servicios. En tanto hechos socioculturales que son, sería
imposible que ello ocurriera.(60)

A estas alturas bien podría valer la pena preguntar si tiene algún


mérito descubrir que la economía es un fenómeno sociocultural. Al tenor de la
información disponible desde hace tiempo, la respuesta manifiestamente es no. El
punto es que el desarrollo económico moderno nos muestra que la duda adquiere
otro carácter o perspectiva. Pues, ¿por qué una cuestión tan evidente no ha hecho
mella en el andamiaje teórico-práctico de la Economía Moderna? Por ende, ¿por
qué tantos economistas ortodoxos y hasta no tan ortodoxos, continúan
sosteniendo y generalizando visiones reduccionistas o derechamente erradas?,
¿por qué siguen negando parte importante de la historia, de la diversidad
sociocultural y de la realidad socioeconómica?

Por si aún no estuviera claro el asunto, calíbrese el tenor de la siguiente situación:


un cazador-recolector amazónico, un capitán de industria italiano del siglo XV o un
burócrata egipcio o inca, buscando en otros grupos de tradición diferente y en
períodos de tiempo diferentes su sistema de sustento, con sus supuestos, lógica,
instituciones y moral... Y, peor aún, ¡encontrándolo! En el caso de
los supuestos sobre los que se sostiene la Economía Moderna, es necesario
recordar que las ideas no tienen por qué ser verdaderas para poder ser llevadas a
la práctica. La confusión y el error surge de creerlas verdaderas porque fueron
llevadas a la práctica. Se insiste en la importancia de diferenciar validez y
verdad.(61)

Como ya se expuso, la primera explicación que se puede esgrimir para la


mantención y difusión de los errores de la Economía Moderna, es la expresión y
protección de intereses particulares a través de su cientificismo. Se supone que
una ciencia, al ser neutral y objetiva, no tiene que excusarse de nada. De donde
no es posible culparla de encubrir aspiraciones de grupo alguno... más allá de lo
evidente que es la predilección de la Economía Moderna, y más aun de la
ortodoxa, por unos pocos en desmedro de la mayoría. La aséptica redacción de la
afirmación de que los salarios superiores al nivel de equilibrio acarreará la
desocupación y la consecuente explicación técnica ad hoc acerca de los
incentivos lucrativos, no alcanzan para encubrir que es un axioma derivado de una
propuesta sociopolítica: proteger a los dueños del capital en desmedro de los
trabajadores asalariados.

En los siglos XVII, XVIII y gran parte del XIX nadie tenía que esconder con
pseudotecnicismos que los trabajadores, esa “raza aparte”, debían recibir un
salario de subsistencia. En ese contexto era una situación evidente, al punto de
ser el cimiento de la propuesta de David Ricardo respecto al “salario natural”. Si
bien, no debe olvidarse que el fundamento original del sistema era religioso. Para
el devoto Adam Smith, la pecaminosa naturaleza egoísta del género humano era
guiada por la Providencia: la “mano invisible” hacía cumplir el materialista y a la
vez místico designio divino de supervivencia de la especie (Gn 1, 28).(62) Empero,
la Providencia llevaba a cabo la voluntad divina de formadiferenciada o dual: la
“mano invisible” dirigía a unos pocos a acumular ganancias y vivir con
comodidades; al tiempo que a la mayoría los encaminaba a sobrevivir al mero
nivel de la subsistencia. La posibilidad de legalizar la conducta —cimiento del
enfoque científico en lo sociocultural—, derivaba de la regularidad del gobierno
providencial de esa viciosa naturaleza humana materialista. Dicho en lenguaje
actual, toda la mecánica económica derivaría de los incentivos adecuados a la
viciosa condición humana.(63)

En el fondo, el fundamento mágico-religioso o providencial de la “mano invisible”,


el hoy secularizado mercado autorregulado, es expresión de la cultura de los
nativos de las islas británicas. Y, en tanto expresión de ideas místicas y
sobrenaturales, en nada difieren de la espiritualización de la naturaleza entre las
primeras naciones de los Andes Centrales o de creencias metafísicas o mágico-
religiosas de otros pueblos. Se olvida con demasiada frecuencia que los británicos
son —por así decirlo— sus propios “indios”, “primeras naciones” o “pueblos
originarios”. Su economía sería tan “étnica” (Harris 1987) como la de cualquier otro
pueblo.

La otra línea de explicación para las omisiones de lo obvio por la Economía


Moderna es el etnocentrismo, ese prejuicio acrítico por el cual se realza la cultura
propia y se rechazan/rebajan otras. No es novedad el marcado espíritu
autorreferente de los europeos occidentales y de los ingleses en particular. En
pleno siglo XXI, un historiador inglés destaca orgulloso Cómo Gran Bretaña forjó el
orden mundial.(64) Con mayor razón entre los siglos XVII y XIX, el chovinismo
campeaba entre los anglosajones. La “historia universal” es la historia de Europa
Occidental, las demás naciones aparecen cuando los europeos se contactan con
ellas... en general, en el rol de invasores y conquistadores. Esas otras naciones
son simplemente “pueblos sin historia”, como decía Hegel con un espíritu racista
que puede generalizarse a toda Europa Occidental. El resto del trabajo lo han
hecho esos mismos “pueblos sin historia”, quienes deslumbrados con cuentas de
vidrio teóricas han aceptado y sublimado de manera acrítica el saber del hombre
blanco. Llegando incluso a asumirlo como propio para poder ser ascendidos, por
aquellos hermanos mayores, a la categoría de “civilizados” (Monares 2012).(65)

Se llegó a imponer por encima de un conjunto de racionalidades económicas no


lucrativas, una única y singular racionalidad: la instrumental lucrativa de la cultura
occidental moderna. La cual, para peor, no es racional al basarse en
un sentimiento: el egoísmo (tecnificado a la fecha bajo el concepto de
“maximización”). Así, al tiempo que se limita el conocimiento de los fenómenos
humanos, se limita la diversidad cultural y las consecuentes posibilidades de
enfrentar los desafíos que impone la búsqueda del sustento. Recuérdese que la
gran mayoría de la población mundial pertenece a países subdesarrollados o en
vías de desarrollo; en otras palabras, a pueblos diferentes de las sociedades
occidentales modernas.(66) Por eso se puede nombrar a quienes adscriben al
enfoque sustantivo, finalmente a los socioeconomistas, como
los verdaderos economistas. Es evidente la pertinencia y utilidad teórico-práctica
de dicho enfoque, que asume como principio la diversidad histórica y sociocultural
de la humanidad.(67)

No se puede conocer la realidad deformándola para que sea operativa a un rígido


modelo reduccionista. Y ese conocimiento insuficiente o errado, tampoco será
fructífero para ser aplicado, por ejemplo, en proyectos de desarrollo o en algún
tipo de política socioeconómica por una sociedad democrática. Tomar la realidad
cual datodado determinado correctamente por un modelo basado en supuestos —
irreales, errados o tendenciosos—, no es una actitud científica ni menos útil a la
investigación y a la práctica. Por el contrario, es una de las mejores maneras de
retrasar el avance del saber y/o aplicar políticas a lo menos cuestionables. Y
aunque se sabe que este tipo de críticas son deslegitimadas bajo la acusación de
ser una mera postura ideológica (lo cual se hace desde otra postura ideológica
que pretende vestirse de “neutral”), por cierto se apoya en pruebas concretas.

En cuanto a ese saber británico que es la Economía Moderna, es manifiesto que


la disciplina y sus cultores no se limitaron ni se limitan a Gran Bretaña. No
obstante, fue en esa nación en la cual surgió y desde donde se difundió la teoría y
práctica económica moderna; primero al resto de Europa y luego a otras partes del
mundo. Esa economía no se desarrolló en Inglaterra porque ella alcanzara
determinadas condiciones socioeconómicas universales antes que otras naciones.
El punto es que ese sistema productivo-comercial surgió de su propia y particular
evolución sociocultural, y sólo después le fue impuesto a otros países por las
armas y las presiones o fue copiado al importar esos patrones bajo el nombre de
“Liberalismo” o “ciencia económica”. Historia repetida hoy con el Neoliberalismo,
que ha actualizado la teoría clásica.

A la fecha el Liberalismo y el Neoliberalismo, ya no son un conjunto de principios


usados como referencia para quienes estudian y describen lo productivo-
comercial. Hace tiempo que, bajo el poderoso impulso de la ortodoxia político-
académica dominante, son una especie de infalible libro de recetas para
transformar la realidad… por mucho que los fines perseguidos, puedan no tener
ninguna concordancia con las formas de vida, los intereses y el bienestar de los
grupos afectados. La propuesta de la Economía Moderna se convierte en mucho
más que un imperativo ético en lo productivo-comercial. Influirá en todo el resto de
las actividades de una comunidad, al punto de convertirse en una cultura, en una
forma de vida. A las personas les corresponderá actuar irracionalmente en cada
ámbito social: dirigidos por sus sentimientos egoístas perseguirán sus propios
intereses lucrativos o la maximización de sus utilidades. Al acatamiento de esa
ahora legítima obligación, no se le pueden anteponer rancios reparos morales o de
cualquier otro tipo ajeno a la Economía Moderna:

“Una filosofía de la vida es, inherentemente, la idea íntima del capitalismo [de libre
mercado]. Quienes la aceptan, no necesitan justificar sus acciones con motivos de
origen extra-capitalista. Su lucha por la riqueza en tanto que individuos, colora y
modela sus actitudes en todos los órdenes de la conducta (...) Toda la ética del
capitalismo [de libre mercado] se resume en su esfuerzo por liberar al poseedor de
los instrumentos de producción, emancipándolo de toda obediencia a las reglas
que coartan su explotación cabal. El auge del liberalismo resulta de la ascensión
gradual de la doctrina que sirve de fundamento a esta ética” (Laski 1994: 22-23).

El dominio del individualismo se complementa con la creencia en que el sistema


de mercado —un sistema de egoísmos lucrativos en pugna—, se autorregulará si
no es intervenido o podrá guiarse sin coacciones mediante los incentivos
adecuados. La falta de consideración por los otros no es un inconveniente, porque
el sistema se ajustaría automáticamente para bien. Lamentablemente el supuesto
deja en evidencia su calidad de tal, pues un problema no menor hoy es la fuerza
del dogma de la no intervención de la autonomía de una economía que,
idealmente, debiera ser desregulada. Si bien la indignidad y pobreza de millones
de seres humanos y la devastación del planeta, son preocupaciones hasta para el
Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, pareciera que no han sido
llamados de atención suficientes. Tampoco lo han sido las periódicas crisis
financieras de la última parte del siglo XX y comienzos del XXI. Millones de
empleos perdidos y billones de dólares estafados o regalados para los “rescates”
de las instituciones financieras corruptas o ineptas (que privatizaron las ganancias
y gozaron de la socialización de las pérdidas), siguen esperando un cambio de las
mallas curriculares de las escuelas de economía, un cambio en la autista rigidez
de la economía dominante y sus obtusos tecnócratas, y un cambio en el discurso y
las medidas de los políticos. Lo aterrador es que no se han aprendido las
lecciones: nada varió, ni está siquiera próximo a variar. Las medidas en Grecia o
España dan la pauta en lo político. En lo académico el premio Nobel del 2013 a
Eugene Fama, un fundamentalista de la desregulación financiera, habla por sí
mismo. Por su parte, los currículos de las escuelas de economía siguen
inoculando la droga del equilibrio, la maximización, la desregulación, la no
intervención y el formalismo matemático.(68)

Para no creerlo. Ninguno de los graves sucesos de los que el mundo viene siendo
testigo, han cooperado a dejar en claro los peligros de instaurar una cultura
derivada de la búsqueda egoísta del lucro infinito. Deseo que además puede
rondar libre, dado el sistema autorregulado y autónomo que lo cobija y potencia. Y,
por si no fuera suficiente, todo el sistema está hecho y sirve eficientemente a una
mínima parte de los habitantes del planeta.

7. Epílogo

Cuando se conocen los fundamentos de esa pretensión de autosuficiencia de lo


económico, más todavía en su rígida manifestación libremercadista ortodoxa, es
posible percatarse con claridad de su carácter, sino pseudocientífico, a lo menos
tendencioso. A su vez, se desnaturaliza la autorregulación y la autonomía
económica, pues todo lo relacionado al logro del sustento ha sido desarrollado, en
la mayor parte de la historia del homo sapiens, por criterios no económicos. Lo
económico, en su sentido de formas institucionalizadas de sustento, ha estado
generalmente incrustado en o integrado a sistemas socioculturales más amplios;
en los cuales, además, todos sus patrones e instituciones se interrelacionan. De
ahí la conveniencia y necesidad del enfoque sustantivo o socioeconómico; en el
que de hecho tienen cabida los estudios de economías modernas, pero desde una
mirada realista o empírica y no dogmática.

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