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En el mundo se dice muchas veces que hay dirigentes y seguidores. Cuando Jesús conoció a Simón se dio cuenta
de sus cualidades de liderazgo y, sin embargo, sabía que Simón necesitaría ayuda. Por lo tanto, empezó a
prepararlo dándole un nuevo nombre, el de «Pedro», que significa «Piedra»: le dijo que sería la piedra sobre la cual
construiría su Iglesia.
Pedro fue el primer apóstol que reconoció que Jesús era el Mesías, el Redentor: renunció a su vida de pescador
para acercar a los demás a Jesús, y se convirtió en pescador de hombres (Mateo 4,19). Estuvo presente durante la
Transfiguración, cuando Dios reveló a Jesús como su Hijo, vio a Jesús resucitar a una niña (Lucas 8, 40-56), y
también presenció su agonía en el Huerto de Getsemaní.
Después de la Resurrección, Jesús se apareció a los discípulos y le preguntó a Pedro: «Simón, hijo de Juan, ¿me
amas?». Al asentir, el Señor le ordenó: «Apacienta mis corderos… Apacienta mis ovejas” (Juan 21, 15-16), y con
ello Jesús le encomendó el cuidado de la Iglesia y de todos los creyentes.
A pesar de sus muchas virtudes, Pedro también tenía defectos: se quejaba de que él, al igual que los otros
apóstoles, había abandonado todo para seguir a Jesús, y quería saber qué recibiría a cambio (Mateo 16, 27).
Asimismo, Pedro caminó sobre las aguas cuando el Señor se lo ordenó, pero se hundió al dudar del poder de Jesús
(Mateo 14, 31).
Durante la última cena, Jesús le dijo a Pedro que él lo negaría tres veces antes del amanecer, a lo que éste
contestó enfurecido que nunca sucedería tal cosa. Más tarde, esa misma noche, negó en efecto tres veces conocer
a Jesús o ser uno de sus discípulos, y cuando se dio cuenta de que la predicción del Señor se había hecho realidad,
una profunda tristeza lo embargó y lloró.
El día de Pentecostés, Pedro recibió todos los dones que necesitaba para dirigir a la Iglesia, que se encontraba en
sus comienzos. Esa misma mañana, pronunció un sermón tan elocuente acerca de Jesús, que tres mil personas
pidieron ser bautizadas de inmediato, y fue también el primer apóstol que obró un milagro en nombre de Jesús.
Pedro, como resultado del trabajo que hizo en colaboración con Pablo, se dio cuenta de que la Iglesia debería estar
abierta para todos. Fue el primer obispo de Roma, título que se le otorga a cada Papa, y designó a Roma como la
sede de la Iglesia universal.
San Pablo, nuestro misionero más importante, y San Pedro fueron piezas clave en el desarrollo de la Iglesia y, por
lo tanto, se celebra la festividad de ambos mártires en la fiesta patronal del 29 de junio.
Asimismo, cada 18 de noviembre, la Iglesia conmemora a estos dos hermanos en espíritu de otra manera: la
Dedicación de la Basílica de San Pedro y la de San Pablo en Roma. Una basílica es una iglesia monumental que
honra la memoria de una persona o un suceso importante, y la tradición establece que la basílica de San Pedro y la
de San Pablo se construyeron en los lugares donde fueron martirizados por orden del emperador romano Nerón
alrededor del año 64 d.C.
En la Basílica de San Pedro se encuentra una cátedra que ha sido preservada cuidadosamente durante más de
2000 años y de la que se cree perteneció a San Pedro: a ella responde la tradición de que cada Papa y obispo
posterior a San Pedro, tenga en su catedral una silla especial desde la cual predica y preside las celebraciones.
Cada 22 de febrero, la Iglesia honra esta tradición al celebrar la festividad de la Cátedra de San Pedro como
símbolo de unidad entre católicos ya que, juntos, nos reunimos alrededor del Papa como pastor de toda la Iglesia.
Pedro fue capaz de hacer todo lo que Jesús le pidió por el inmenso amor que le tuvo. El Señor, a su vez, espera lo
mismo de cada uno de nosotros. Al igual que Pedro, podemos hacer uso de nuestras virtudes para llevar el mensaje
de amor y paz a los demás; y podemos pedirle a Jesús que nos ayude a vencer nuestras debilidades para realizar
esa labor cada día. Jesús puede obrar a través de nosotros y lo hará, así como lo hizo con Simón Pedro, la Piedra
de la Iglesia.
• Para los católicos, el Papa es el Sumo
Pontífice y Jefe de la Iglesia Católica,
OBISPO • es el pastor propio de la parroquia que se
le confía, y ejerce la cura pastoral de la
el Vicario de Cristo en la Tierra, el Obispo comunidad
de Roma y el poseedor del Pastoreo de • son los sucesores directos de los doce • que le está encomendada bajo la
todos los cristianos, concedido por Cristo Apóstoles y, por eso, recibieron el todo autoridad del Obispo diocesano en cuyo
a San Pedro y, consecuentemente, a del sacramento del orden. ministerio de Cristo ha sido llamado a
todos los Papas. • Normalmente, solo los obispos participar.
diocesanos (y los Eparcas, que es el título
equivalente de Obispo en las Iglesias
católicas orientales) es que gozan de este
poder jurisdiccional.
PAPA PÁRROCO
JUAN PABLO II “LA ERA DEL LAICADO”
Por eso irá un poco más allá del Concilio en Christifideles Laici. en los nº 15-17:
PADRES DE LA IGLESIA
de pastores, teólogos y escritoreseclesiásticos cristianos, obispos en su mayoría, que van desde el siglo
cristianismo. Para el protestantismo, los escritos emanados de la patrística son eminentemente testimoniales,
EDAD MEDIA
Desde los primeros siglos del Cristianismo y especialmente en el contexto monástico casi siempre existieron ciclos
que se movían entre dos polos opuestos: una fuerte tendencia a la purificación y vuelta a principios de pobreza y
piedad y, por otro lado, una progresiva tendencia a la relajación y apego a las riquezas mundanas y poder terrenal.
La Orden de los Franciscanos fue fundada por San Francisco de Asís (Giovanni Francesco
Bernardone) a comienzos del siglo XIII.
Aunque las enseñanzas de San Francisco son complejas, podemos resumir que se basaban en
la idea de la pobreza como virtud. Si en la Edad Media fueron frecuentes los movimientos que
trataban de ensalzar la pobreza como medida de precaución ante el pecado o incluso como
penitencia, Francisco entendía la pobreza como una virtud que necesariamente debía generar
alegría. Su ideal de extrema austeridad se apoyaba en que Dios proveería de lo necesario a
sus hijos.
(1378-1417). La crisis de la Iglesia abierta a fines del siglo XIV como consecuencia de la
permanencia del papado en Aviñón (Francia), durante varios años, y la vuelta a Roma
del pontífice Gregorio XI en 1377, provocaría la división de obediencias en la Cristiandad.
A la muerte de este papa en 1378, el cónclave romano eligió a Urbano VI dentro de un
clima de tensión que fue aprovechado por los cardenales partidarios del papado de
Aviñón -que no habían vuelto a Roma- para declarar ilegítima la elección y designar a
Clemente VII con el apoyo de Francia y de sus aliados.
Los reinos hispánicos sufrieron también las consecuencias del cisma, y aunque Castilla
se unió a la causa del papa francés, la Corona de Aragón permaneció en un principio
a la expectativa, hasta que el fallecimiento de Clemente VII permitió designar como
sucesor en Aviñón al aragonés don Pedro de Luna , que tomó el nombre de Benedicto
XIII, en 1394, a pesar de que unos años antes había sido elegido en Roma Bonifacio IX
como sucesor de Urbano VI. Así, la excepcional posición del papa Luna le convertiría en
un aragonés al margen de los destinos de su tierra para interesar su figura en el
horizonte del orbe cristiano.
La Suma teológica (escrita entre 1265 y 1274), cuyo título en latín es Summa Theologiae, a veces llamada
simplemente la Summa, es un tratado de teología del siglo XIII, escrito por santo Tomás de Aquino durante los
últimos años de su vida —la tercera parte quedó inconclusa. La explicación que dio a este cese en su
producción literaria, en sus propias palabras, fue la siguiente: «Después de lo que el Señor se dignó a
revelarme el día de San Nicolás, todo lo que he escrito parece como paja para mí, y por eso no puedo escribir
ya nada más.». La obra fue completada póstumamente por sus discípulos (entre ellos por su secretario, amigo
y confesor, fray Reginaldo de Piperno). Es la obra más famosa de la teología medieval y su influencia sobre la
filosofía posterior es muy amplia, sobre todo en el catolicismo. Concebida como un manual para la educación
teológica, más que como obra apologética destinada a polemizar contra los no católicos, ejemplifica el estilo
intelectual de la escolástica en la estructura de sus artículos. Se relaciona en parte con una obra anterior,
la Summa Contra Gentiles, de contenido más apologético, estructurada para refutar una a una
las herejías conocidas o las otras religiones.