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De acuerdo con Román Gubern.

Parafraseando al autor: En un mundo globalizado las


tecnologías se encuentran en todas partes. Por lo tanto la sociedad juvenil de todas las
culturas (especialmente en el Occidente) retoma prácticas, formas de comunicación y
costumbres muy parecidas entre sí. El sentido de la vista cobra mucho valor en este tema,
pues cada vez hay más tecnologías que se basa en lo visual, y sobre todo en los contenidos
de los medios de comunicación que privilegian formas narrativas visuales (Del bisonte a la
realidad virtual, 1996).

“La difusión generalizada de la realidad virtual podrá hacer que percibamos en el futuro
nuestras representaciones icónicas tradicionales- desde la pintura al fresco hasta la
televisión- como imperfectos y poco satisfactorios artificios planos, tal como hoy suelen
percibirse generalmente las pinturas de la era pre perspectivista” (Gubern, 1996, p. 7).

De la cultura del binge-watching al Netflix and chill

Binge-watching es un término anglosajón para definir un telemaratón en plataformas de


televisión digital. Netflix fue pionero en extender esta costumbre ya muy arraigada en los
hábitos de los consumidores de entretenimiento online, especialmente entre los más
jóvenes: los millenials.

Netflix fue la primera plataforma en lanzar las temporadas de sus series originales
completas. Según una encuesta de la compañía en febrero de 2014, el 73% de sus usuarios
definen el binge-watching como “ver entre dos y seis episodios de la misma serie de una
sola tacada”. Ya en los años 80 existía un fenómeno parecido, el telemaratón de programas
de televisión emitidos de continuo durante varias horas por una misma cadena. En los años
90 ya se utilizaba, especialmente en Estados Unidos, el término binge-watch, aunque era
residual y se limitaba a los fandoms, o comunidades de fanáticos de una serie de televisión.
La práctica era parecida a la que se ha extendido en los últimos años en las plataformas
digitales, aunque el formato que se utilizaba era el de packs de DVD que incluían varias
temporadas de una misma ficción. No obstante, la popularidad que ha adquirido en los
últimos cinco años con la expansión de los servicios -legales o ilegales- de streaming ha
colocado al binge-watching en la cultura popular como nunca antes.

Al menos el 70% de usuarios de Netflix realiza esta práctica, muchas veces animados por
las propias tramas “gancho” de las series. La preocupación por que el que está frente a la
pantalla esté viendo demasiadas horas de una misma serie ha hecho que el propio Netflix
envíe una notificación que pausa la reproducción y cuyo mensaje es claro: “¿Todavía estás
viendo la serie?”. Muchos critican esta medida diciendo que hace sentir vergüenza al
usuario que recibe la notificación, y otros la defienden como un elemento crucial para
preservar la salud de los espectadores. La aparición de este fenómeno sociológico ha
auspiciado todo tipo de teorías y estudios psicológicos en torno a este hábito. Según el
Journal of Health Psychology, el binge-watching no tiene nada de malo. Estos “atracones”,
según sus investigadores, pueden resultar muy placenteros.
Otras teorías, como la de la Universidad de Texas, contradicen esta hipótesis: la práctica
del binge-watching podría tener una relación directa con la depresión. Según Yoon Hi Sung,
miembro del grupo de investigadores, “la fatiga física y los problemas como la obesidad son
causa de preocupación. Cuando el binge-watching se vuelve desenfrenado, los
espectadores pueden comenzar a descuidar su trabajo y sus relaciones con los demás.
Aunque la gente sepa que no debe hacerlo, tiene dificultades para resistir el deseo de ver
episodios de forma continua”. Estamos, tal vez, ante un nuevo problema de adicción.
¿Debería el binge-watching tratarse como se tratan otras adicciones tecnológicas como la
nomofobia?

Otros términos y frases, más que convertirse en fenómenos sociológicos, se han asentado
en el vocabulario de los internautas. Netflix and chill es un buen ejemplo de ello.

Las redes sociales han sido clave para popularizar el servicio de Netflix, tanto que han
acuñado un término que directamente funciona como sinónimo de “tener sexo”. En un
primer momento, “Netflix y relájate” no significaba más que eso: pasar un rato distendido
con una serie o película. Con el tiempo fue adquiriendo la connotación erótica que ahora se
ha extendido por medio planeta. Tal ha sido la explosión del Netflix and chill que hasta se ha
creado una canción sobre ello.

Este término, que tiene su propio recorrido vital, demuestra cómo gracias al poder de las
redes sociales, de publicaciones con un target definido como BuzzFeed, y del imaginario
colectivo, una compañía puede convertirse en una forma de hacer las cosas. En una forma
de ironizar sobre la vida. En un modo directo de comunicación. Netflix no sólo cambia los
hábitos de consumo, sino que crea unos nuevos, y genera toda una cultura popular en torno
a su propia identidad.

Las cifras estratosféricas de usuarios de Netflix en todo el mundo no pueden tenerse en


cuenta sin otro dato fundamental para entender el fenómeno: la cantidad de horas que pasa
la gente en la plataforma. La posibilidad de ver lo que quieras, cuando quieras, como
quieras y desde la pantalla que prefieras ha marcado la diferencia. En 2015, los usuarios
vieron 42.500 millones de horas de series y películas. Ahora Netflix contempla la posibilidad
de visualizar contenido online, lo cual multiplicaría seguro las horas de visionado. Otras
plataformas ya ofrecen esta posibilidad, como YouTube o Amazon Video.

La influencia social de esta y otras plataformas está contrastada. Su continuidad se sustenta


sobre un modelo de negocio que evita la publicidad, y sobre una nueva forma de contar
historias.

Un reportaje de Cecilia de la Serna, publicado originalmente el 17 de Mayo de 2016


(Día de Internet) en ​www.theobjective.com

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