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En la Palabra encontramos sentimientos que nos dejan ver a creyentes deprimidos. El ey David,
por ejemplo, confesó esta clase de emociones:
“Mi alma también está muy turbada; y tú, Jehová, ¿hasta cuándo? Vuélvete, oh Jehová,
libra mi alma; sálvame por tu misericordia”, Salmos 6:3-4.
“¿Hasta cuándo pondré consejos en mi alma, con tristezas en mi corazón cada día? (…)
Mira, respóndeme, oh Jehová Dios mío; alumbra mis ojos, para que no duerma de
muerte”, Salmos 13:2-3.
Las calamidades repentinas, la muerte de las personas amadas, las enfermedades que causan
dolor e incapacidad, la pérdida de los medios para el sostenimiento familiar, la separación
conyugal, la férrea rebeldía de los hijos, así como adversidades como la persecución o el horror
de la guerra, hacen crecer el índice de depresión entre nosotros. Estas circunstancias de la vida
en este mundo, en el cual Jesús dijo que tendríamos aflicción, pueden desencadenar un ánimo
depresivo. Especialmente cuando nuestra atención y nuestras fuerzas están concentradas casi
enteramente en las situaciones que afrontamos, y no en el Dios en quien creemos y de quien
dependen todas las cosas.
Entonces sí, por supuesto que un cristiano puede deprimirse. La gran interrogante, por tanto,
no es si los cristianos genuinos pueden o no deprimirse, sino más bien, ¿cómo puede un
creyente hacerle frente a sus sentimientos de desánimo? Como sabiamente escribió el Dr.
Martyn Lloyd-Jones en su obra “Depresión espiritual”, las Escrituras nos muestran cómo
diversos hombres de fe padecen esta clase de emociones, “lo cual no significa que no sean
cristianos, sino que se están perdiendo de mucho”. Mientras nos muestra el dolor, la Palabra nos
da principios para afrontar la tristeza y la futilidad.
Conforme ponemos nuestra mente y nuestro corazón en Dios, apartamos nuestra vista y
nuestra atención de nosotros mismos y de las aflicciones que sufrimos, de modo que aunque
abrimos nuestro corazón al Señor como David en el Salmo 13 diciendo “¿Hasta cuándo me
librarás?”, terminamos recordando sus bondades y, como el rey, anticipando su ayuda:
“¿Está alguno entre vosotros afligido? Haga oración. ¿Está alguno alegre? Cante
alabanzas”, Santiago 5:13.
Al final, aunque es un hecho que un cristiano puede deprimirse, también es un hecho que el
Señor “no nos ha dado Dios espíritu de cobardía, sino de poder, de amor y de dominio propio” (2
Ti. 1:7). No solo tenemos la capacidad, sino también la responsabilidad –incluso la obligación–
de luchar por fe contra el abatimiento de nuestros corazones, a lo cual debemos aplicarnos a
fondo, tal como lo hicieron los salmistas al reconocer su necesidad y dependencia absoluta de
la gracia capacitadora de Dios, recordando siempre que “las aflicciones del tiempo presente no
se comparan con la gloria venidera que en nosotros ha de manifestarse” (Ro. 8:18)
Al final, aunque es un hecho que un cristiano puede deprimirse, también es un hecho que el
Señor “no nos ha dado Dios espíritu de cobardía, sino de poder, de amor y de dominio propio” (2
Ti. 1:7). No solo tenemos la capacidad, sino también la responsabilidad –incluso la obligación–
de luchar por fe contra el abatimiento de nuestros corazones, a lo cual debemos aplicarnos a
fondo, tal como lo hicieron los salmistas al reconocer su necesidad y dependencia absoluta de
la gracia capacitadora de Dios, recordando siempre que “las aflicciones del tiempo presente no
se comparan con la gloria venidera que en nosotros ha de manifestarse” (Ro. 8:18)
“Él da esfuerzo al cansado, y multiplica las fuerzas al que no tiene ningunas. Los muchachos se
fatigan y se cansan, los jóvenes flaquean y caen; pero los que esperan a Jehová tendrán nuevas
fuerzas; levantarán alas como las águilas; correrán, y no se cansarán; caminarán, y no se
fatigarán”, Isaías 40:29-31.