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Un análisis de la situación en Venezuela más allá de los lugares comunes

Hace tiempo dejó ser una cuestión de ideología o de clase. Venezuela se ha


convertido en un Estado mafioso en el cual su cúpula dirigente se enfrenta con una
oposición que también responde a intereses claramente espurios, apoyado por unas
potencias que continúan con una línea de injerencia y reproducen una historia de
siglos de dependencia.

Movilización de apoyo al Gobierno de Nicolás Maduro en Caracas el 26 de enero de


2019. CRIS FORTUNE
DECIO MACHADO
GRUPO DE ESTUDIOS DE GEOPOLÍTICA CRÍTICA EN AMÉRICA LATINA

PUBLICADO
2019-02-06 11:03:00

El pasado 23 de enero el legislador Juan Guaidó se autoproclamó presidente encargado de


la República Bolivariana de Venezuela. Este joven diputado por el Estado de Vargas,
desconocido hasta hace apenas unos días por la mayoría de los venezolanos y
especialmente por la comunidad internacional, pertenece al partido Voluntad Popular —
organización política fundada en diciembre del 2009 bajo el liderazgo de Leopoldo
López— y fue nombrado como presidente de la Asamblea Nacional tan solo 18 días antes
de su autoproclamación presidencial.

Guaidó, de apenas 35 años, comenzó a incursionar en política en su etapa universitaria.


Fue uno de los dirigentes estudiantiles de la llamada “generación de 2007”, movimiento
opositor del entonces presidente Hugo Chávez. De ahí pasó a la política institucional
ganando su curul en las elecciones legislativas de 2011 y siendo reelegido en 2016.

La oposición se ha caracterizado por su fragmentación interna y la pugna entre los


distintos líderes. A la postre, esta situación es la que permitió la supervivencia de Nicolás
Maduro, pese a su escasa legitimidad social
El rol asumido por Juan Guaidó implica un cambio en las estrategias de una oposición que,
pese a las debilidades del régimen, se ha caracterizado por su fragmentación interna y la
pugna entre los distintos líderes. A la postre, esta situación es la que permitió la
supervivencia de Nicolás Maduro en el poder pese a su escasa legitimidad política y social.
Sin embargo, con gran parte de los liderazgos opositores en condición de exiliados o
inhabilitados por la “justicia” bolivariana —caso de Leopoldo López, Antonio Ledezma,
Julio Borges o Henrique Capriles entre otros—, una figura como Guaidó, relegada al
segundo plano político en la oposición hasta hace escasos días, ha pasado a tomar un rol
protagónico y posiblemente decisivo en la actual coyuntura política del país.

Apenas segundos después de que Juan Guaidó expresara la frase de la autoproclamación


—“Juro asumir formalmente las competencias del Ejecutivo Nacional como el presidente
encargado”—, el mandatario estadounidense, Donald Trump, y el secretario general de la
OEA, Luís Almagro, entraban en escena cumpliendo un rol estratégicamente preasignado.
De esta manera, se inauguraba una cada vez más amplia lista de países y organismos
internacionales que han ido paulatinamente reconociendo al nuevo líder opositor en
desmedro de Nicolás Maduro.

Analizar el resultado del reciente movimiento de piezas realizado por un sector de la


oposición en el tablero político venezolano requiere una objetividad de la que
lamentablemente la mayoría de opinadores andan escasos.
En este sentido haremos un esfuerzo aplicado sobre los siguientes cuatro ejes de esta
crisis: legitimidad o no de la autoproclamación presidencial de Guaidó; cuál es la realidad
tras la injerencia extranjera en el país; cuáles son las estrategias de los actores en conflicto
y los escenarios más factibles que podrían generarse; y, por último, cuál sería la resolución
más adecuada para los interés populares.

ILEGITIMIDAD DEMOCRÁTICA DE LOS PODERES EN PUGNA

En primer lugar, se debe indicar que el proceso electoral del pasado 20 de mayo, por el
cual Nicolás Maduro fue elegido —con el 67,84% de los votos emitidos— por segunda vez
como presidente de Venezuela para el período 2019-2025—, se dio en el marco de
amplias irregularidades tanto en su convocatoria como durante el proceso electoral. Lo
anterior incluye la inhabilitación de diversos candidatos, el impedimento de participación
de múltiples partidos opositores, la falta de competencias constitucionales de la Asamblea
Constituyente para convocar a elecciones, la falta de tiempo para los lapsos establecidos
en la normativa electoral y las múltiples denuncias por compra de votos.

Fueron varios los organismos internacionales que denunciaron la carencia de garantías


democracias y transparencia en el proceso electoral, lo que conllevó a que incluso
Nacional Unidas desestimara su participación con observadores electorales.

Este cuestionamiento también se dio en el interior de Venezuela, registrándose la


abstención más alta en la historia de los comicios presidenciales desde la llegada de la
democracia al país en 1958. Mientras la participación electoral en 2006 había sido del
74,7%; en 2012, del 80,5% y en 2013, del 79,6; en 2018, apenas alcanzó el 46% de los
electores, es decir, votó menos de la mitad de la población convocada. De un censo
electoral de 20,5 millones de ciudadanos tanto solo 9,4 millones se personaron ante las
urnas, respaldando al régimen del Nicolás Maduro tan solo 6,2 millones de ellos.

Pese a todas las irregularidades cometidas por el Gobierno de Nicolás Maduro en las
últimas elecciones, la aplicación del artículo 233 del Constitución no es aplicable en las
actuales circunstancias
Sin embargo y más allá de lo anterior, la aplicación del artículo 233 del Constitución (en el
cual se estable que si un presidente electo no puede juramentar para iniciar su mandato,
la presidencia debe encargarse al presidente de la Asamblea Nacional hasta que se
designe un nuevo mandatario) no es aplicable en las actuales circunstancias.

Dicho artículo fue diseñado ante la posibilidad de que un presidente electo no pudiera
asumir el mando del país, situación muy lejana a la realidad que vive en la actualidad
Venezuela. Lo que existe en este momento es un mandatario que no ha sido reconocido
por la mayor parte de la sociedad de su país, pero no un vacío de poder.

Así las cosas, la autoproclamación de Guaidó y su reconocimiento internacional obedece a


lógicas políticas nacionales e internacionales, pero carece de fundamento jurídico. En lo
que respecta al ámbito regional y más allá de la vergonzosa actuación de la OEA, la actual
coyuntura se da con una Unasur absolutamente desactivada tras la implementación de
una nueva hegemonía neoliberal en Sudamérica.

Lamentablemente quedan en el olvido los precedentes instaurados por este organismo de


integración ante la crisis política en Bolivia en 2008, el golpe de Estado contra el
presidente Zelaya en Honduras en junio del 2009, la instalación de bases militares de EE
UU en Colombia en agosto de 2009, la tensiones fronterizas y geopolíticas fruto de la
ruptura de relaciones entre Colombia y Venezuela en agosto del 2010, la crisis en Ecuador
tras el amotinamiento policial en septiembre de 2010, el derrocamiento del presidente
Fernando Lugo en Paraguay en junio del 2012 o los intentos de desestabilización en
Venezuela entre abril del 2013 y marzo del 2015, momento en el cual los mandatarios
suramericanos convocados en cumbre presidencial reconocieron al presidente Maduro y
la legitimidad del proceso electoral de abril del 2013.

INJERENCIA EXTRANJERA EN ASUNTOS INTERNOS DE VENEZUELA

Pese a las dos décadas de gobierno chavista en Venezuela, Estados Unidos sigue siendo el
principal importador de petróleo venezolano y también el primer proveedor de divisas a
Venezuela. Sin embargo, y pese a los ríos de tinta expresados en sentido contrario por
analistas de la izquierda tradicional, el interés estadounidense sobre el petróleo
venezolano está estrictamente enmarcado en las actividades de sus compañías
transnacionales.
Gracias al fracking, EE UU ha conseguido acercarse a la autosuficiencia de petróleo. Lo
anterior no quita que exista un interés de las petroleras estadounidenses en invertir y
producir petróleo en Venezuela, condición atada a la salida de Maduro
La dependencia estadounidense del petróleo extranjero se ha reducido drásticamente en
los últimos años, pasando a ser un país casi autosuficiente fruto del brutal desarrollo de su
industria del fracking. Lo anterior no quita que, tal y como ya ha anunciado John Bolton,
asesor de Trump en la Casa Blanca, exista un interés de las empresas petroleras
estadounidenses en invertir y producir petróleo en Venezuela, condición atada a la salida
de Nicolás Maduro del palacio presidencial de Miraflores.

Estados Unidos se ha despreocupado sistemáticamente de Venezuela y del resto del


subcontinente desde el año 2001, momento en que la Administración Bush procedió con
sus guerras en el Golfo Pérsico y Afganistán. Desde la llegada de Donald Trump al
despacho oval, lo que se visualiza en Washington es un fuerte desinterés por diseñar una
política estratégicamente bien pensada, ambiciosa, sistemática y enfocada a la defensa de
los intereses de los Estados Unidos y el de sus aliados.

La pasada semana incluso el Senado estadounidense votó —con mayoritario apoyo de


demócratas y republicanos— en contra de lo que definió como “precipitada retirada” de
tropas de Siria y la reducción de sus soldados en Afganistán. En este sentido, parecería
que los beligerantes discursos de Trump y las presiones diplomáticas estadounidenses
tendrían como objetivo real el resintonizar con el electorado republicano más
ideológicamente radical, condición necesaria tras el estancamiento de la propuesta
presidencial respecto a construir un gigantesco muro en su frontera con México.

Ante un cambio de régimen, Vladimir Putin corre el riesgo de perder más de 17.000
millones de dólares invertidos en el país caribeño durante las últimas dos décadas
En el lado contrario de la barricada aparecen Rusia y China, quienes son los principales
proveedores de armas de Venezuela. El apoyo político ruso a Maduro es meramente
pecuniario, pues más allá de los intereses políticos —Venezuela ha expresado su apoyo a
Rusia en temas como el reconocimiento de Abjasia, Osetia del Sur y la situación en
Ucrania—, soportan en torno al 5% de la deuda pública externa del país, la cual tuvo como
finalidad financiar la compra de aviones de combate y un par de submarinos.

En este sentido y ante un cambio de régimen, Vladimir Putin corre el riesgo de perder más
de 17.000 millones de dólares invertidos en el país caribeño durante las últimas dos
décadas. La mayor parte de estos a través de adjudicaciones poco transparentes por parte
del establishment bolivariano a la petrolera estatal rusa Rosneft.

En el caso de China, su relación con Venezuela deviene del plan del presidente Xi Jinping
para extender la influencia de Beijing a nivel internacional. Pese a que varios países se han
ido retirando de hacer negocios con Caracas en los últimos años, la República Popular
China ha duplicado su apoyo. Durante la última década, Venezuela ha recibido más de
62.000 millones de dólares de China, principalmente en créditos, lo que representa el 53%
del total de montos prestados por el gigante asiático en América Latina.

China posee en la actualidad un valor de 23.000 millones de dólares de la deuda externa


de Venezuela, lo que les convierte en el mayor acreedor del país y el actor que hace
todavía sostenible al régimen de Maduro
China posee en la actualidad un valor de 23.000 millones de dólares de la deuda externa
de Venezuela, lo que les convierte en el mayor acreedor del país y el actor que hace
todavía sostenible —gracias a su billetera— al régimen de Nicolás Maduro. Un cambio de
gobierno con tendencia pro-estadounidense podría complicar los mecanismos de pagos
de la deuda externa venezolana.

ESTRATEGIA DE LOS ACTORES EN CONFLICTO Y ESCENARIOS PREVISIBLES

El escenario político abierto tras la autoproclamación presidencial de Juan Guaidó tiene


objetivos claros y concretos: incrementar aun más el actual desgaste y deslegitimación
política a la que está sometido Nicolás Maduro y su camarilla al interior de Venezuela;
posicionar un nuevo liderazgo político en el país buscando unificar a los partidos
opositores bajo una misma estrategia; terminar de aislar globalmente al régimen
bolivariano mediante la implementación de sanciones internacionales; y, ante la
potencialidad del actual envite, resquebrajar el apoyo de las Fuerzas Armadas a Nicolás
Maduro.

Se busca terminar de colapsar económicamente al régimen de Maduro, sin importar el


impacto que dicho tipo de acciones tienen sobre una sociedad venezolana, la cual vive
inmersa en la escasez de alimentos y medicinas
En este sentido, Donald Trump ya articuló medidas que van directamente al punto más
frágil de la economía venezolana sancionando a la petrolera estatal PDVSA y bloqueando
sus activos y cuentas. Citgo, una empresa venezolana que opera en Estados Unidos con
miles de instalaciones, refinerías y gasolineras será entregada a la oposición política. A
partir de ahora los fondos que debe pagar Estados Unidos al gobierno venezolano serán
abonados a un pretendido Gobierno de Juan Guaidó. Se busca terminar de colapsar
económicamente al régimen de Maduro —el FMI proyecta para este año una
hiperinflación del 10.000.000%— sin importar el impacto que dicho tipo de acciones
tienen sobre una sociedad venezolana, la cual vive inmersa en la escasez de alimentos y
medicinas.

Esta condición se da con una PDVSA en condición de default y una producción petrolera —
fruto de la ineficiencia gubernamental y la corrupción institucional— al nivel más bajo de
las últimas tres décadas: 1,3 millones de barriles diarios.

Lo anterior se hace posicionando un liderazgo nuevo, buscando superar la frustración que


sintió una parte de la población venezolana tras los cuatro meses de protestas
desarrollados en 2017 y que se saldaron con 125 muertos. De momento, líderes
opositores tradicionales como Henrique Capriles o Henry Ramos Allup no están
apareciendo en busca de protagonismo y tampoco cuestionan la nueva estrategia
opositora, lo que parece indicar un pacto transitorio pese a que hay descontento por el
apoyo explícito de Estados Unidos a la estrategia diseñada desde Voluntad Popular.

Nicolás Maduro y la boliburguesía instalada en el poder no parece tener una estrategia


que vaya más allá de buscar una lógica de estancamiento en la resolución del conflicto
Por su parte, Nicolás Maduro y la boliburguesía instalada en el poder no parece tener una
estrategia que vaya más allá de buscar una lógica de estancamiento en la resolución del
conflicto. Para ello es posible que se opte por una opción de dialogo con la oposición bajo
el objetivo de ganar tiempo.

Una vez agotado la estrategia del culto a la personalidad de Hugo Chávez, al régimen de
Maduro tan solo le queda dotar de instrucción militar a los sectores de la población más
incondicionales con su régimen. Con el objetivo anunciado de llegar a dos millones de
milicianos reclutados y armados para defender su gobierno, el régimen busca hacer una
demostración de fuerza que atemorice la iniciativa política opositora y desmovilice, bajo la
estrategia del miedo, las presumibles y permanentes movilizaciones en las calles que se
avecinan. De hecho, un estudio de la firma Torino Capital —un banco de inversiones y
broker de bolsa con sede en Nueva York y amplias inversiones en América Latina— asigna
tan sólo el 40% de probabilidades y el 30% de posibilidades a un escenario donde el
Gobierno de Maduro se vea obligado a convocar elecciones presidenciales anticipadas.

En paralelo, Maduro busca diminuir el impacto de las sanciones estadounidenses sobre


PVDSA incrementando la venta de petróleo a intermediarios que luego revenderían los
barriles en Estados Unidos u otros países, así como mediante el aumento de la
exportación de crudo a China e India. En paralelo, se ha lanzado una iniciativa que busca
nuevos proveedores para adquirir los diluyentes que permiten comercializar los crudos
pesados de la Faja del Orinoco y los combustibles que compran en el exterior por las fallas
permanentes en las refinerías del país.

Se prevé que baje el suministro de alimentos, que haya problemas con el abastecimiento
de gasolina y es muy probable que aumenten los apagones y otro tipo de fallas eléctricas
Proyectando al corto plazo, el gobierno de Maduro debe gastar de forma inmediata unos
3.000 millones de dólares para poder atender las necesidades en importación de
productos básicos —buena parte de ellas han sido reorientadas hacia México, Rusia y
Turquía— como harina, arroz, pasta y leche en polvo que vende a precios subsidiados a la
población de menos ingresos y la compra de combustible para evitar fallas en las bombas
de gasolina e interrupciones en el servicio eléctrico. En todo caso, se prevé que baje el
suministro de alimentos, que haya problemas con el abastecimiento de gasolina y es muy
probable que aumenten los apagones y otro tipo de fallas eléctricas.
Por último, ante la inminente caída en el ingreso de divisas, el Banco Central de Venezuela
implementa medidas de emergencia para evitar la escalada del dólar y una mayor
devaluación del bolívar. En este sentido, se pretende recortar severamente el crédito y
aumentar de manera sustancial la porción del dinero que las entidades financieras tienen
que congelar como reservas. En todo caso, es previsible que la hiperinflación no se vaya a
detener, dado que la causa fundamental de esta es que el Gobierno crea dinero sin
respaldo para cubrir en grandes cantidades sus gastos. Incluso lo más probable es que la
contracción del crédito profundice la actual recesión económica que tuvo su punto de
arranque en 2013 y se agudizó a partir del 2015.

Si la oposición política venezolana no lograra resquebrajar el apoyo militar a Maduro,


condición inevitable para sacarle del poder, lo previsible es que la reducción en el ingreso
de divisas obligue a recortar severamente las importaciones de materia prima e insumos
en el país. Un reciente análisis de compañía Credit Suisse sentencia que las sanciones
estadounidenses sobre Venezuela, debido a la restricción en divisas empujará al tipo de
cambio y la inflación, traerá una mayor recesión.

Ser chavista hoy en Venezuela no tiene por qué significar el apoyo al régimen de Nicolás
Maduro. A la par, han sido los barrios populares de Caracas los que han protagonizado las
movilizaciones populares durante estas últimas noches
En todo caso, pudiera ocurrir que la estrategia estadounidense y opositora convierta al
gobierno de Nicolás Maduro en una especie de big brother que lo mantenga en el poder
con un país aún más empobrecido donde el único que tenga algo que repartir sea él
gracias a sus negociaciones con China, Rusia, Turquía y México.

LA MEJOR SOLUCIÓN POSIBLE

Lo primero que hay que entender es que ya no se trata de una disputa ideológica o de
clase. El Gobierno actual en Venezuela tiene más que ver con prácticas fujimoristas que
con las implementadas por el chavismo durante sus momentos de mayor legitimidad
político-social. Ser chavista hoy en Venezuela no tiene por qué significar el apoyo al
régimen de Nicolás Maduro. A la par, han sido los barrios populares de Caracas los que
han protagonizado las movilizaciones populares durante estas últimas noches,
precisamente aquellos anteriormente bajo control del régimen.

Venezuela se ha convertido en un Estado mafioso en el cual su cúpula dirigente se


enfrenta con una oposición que también responde a intereses claramente espurios. Lo
ideal, pero poco factible, sería que en este contexto se constituyera una tercera fuerza, en
este caso de carácter social y con protagonismo de la sociedad civil, con el fin de imponer
la voluntad mayoría que implicaría una salida política alejada del derramamiento del
sangre y el intervencionismo extranjero.
En la práctica, la salida política más adecuada es la convocatoria de unas elecciones libres,
lo que implica cuestiones colaterales como la implementación inmediata de un nuevo
Consejo Nacional Electoral —órgano rector de la democracia actualmente en manos del
partido de gobierno— conformado estrictamente para este momento por académicos y
figuras con reconocimiento nacional no vinculados a intereses partidistas.

Una escenario de guerra al interior de Venezuela fruto de una hipotética invasión


extranjera al país, escenario poco probable, no le daría la más mínima posibilidad de
victoria a la Fuerza Armada Nacional Bolivariana
No cabe duda que Nicolás Maduro debe marcharse del país, posiblemente con destino a
algún país aliado que le brinde —al menos inicialmente— protección. En paralelo, los
militares de tropa deberían entender que pese a los actuales privilegios de los que gozan
sus mandos no deben ejercer la represión sobre la mayoría disidente de su sociedad, y
tampoco deben ser cómplices de la represión que en la actualidad ejercen los grupos
paramilitares que responden al régimen. De acuerdo a los registros levantados por Provea
—organización social dedicada a la defensa de los derechos humanos en Venezuela—, las
Fuerzas de Acciones Especiales (FAES) de la Policía Nacional Bolivariana son responsables
del asesinato de 205 ciudadanos entre los meses de enero y diciembre de 2018.

Una escenario de guerra al interior de Venezuela fruto de una hipotética invasión


extranjera al país, escenario poco probable, pero argumento sobre el cual se ha intentado
legitimar desde hace años el régimen, no le daría la más mínima posibilidad de victoria a la
Fuerza Armada Nacional Bolivariana (FANB) pese a las importantes inversiones en
armamento realizadas en los últimos años.

Más allá de los enardecidos discursos pretendidamente heroicos y patrióticos de Nicolás


Maduro, Estados Unidos sigue siendo la primera potencia militar del planeta y dispone de
una amplia capacidad para realizar operaciones militares quirúrgicas con menor
exposición que en sus contiendas durante el pasado siglo, mientras Venezuela ocupa el
puesto 45 del ránking militar entre 131 países. Una guerra en Venezuela se parecería más
a lo sucedido en Iraq y Libia que al tan recurrido ejemplo de Vietnam.

Lo más probable es que los hoy valientes y patrióticos mandos del ejército bolivariano
busquen mecanismos por los cuales negocien amnistías y sobreseimientos en las
investigaciones que pudieran iniciarse sobre ellos por casos de corrupción y acciones
represivas contra la población civil, momento en el cual podrían abandonar a Maduro a su
suerte si es que lo consideran como el perdedor de la actual disputa.

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