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Tomás Melendo
Índice
Índice
I. Introducción
1. ¿Es posible conocer la afectividad?.............................................................6
2. ¿Cómo abordar su estudio?.......................................................................13
3. Un punto de partida.....................................................................................16
4. Descripción inaugural: el afecto como pasión............................................19
5. La complejidad de nuestras emociones.....................................................21
6. Cuando el amor no es un sentimiento........................................................27
II. ¡Adentro!
1. Por qué la afectividad..................................................................................37
2. Por qué la afectividad hoy...........................................................................42
3. Motivos complementarios y/o más desarrollados.......................................46
4. Hacia el fondo de la cuestión......................................................................52
III. ¿Definir los sentimientos?
1. Análisis introductorio...................................................................................61
2. La música ambiental de nuestro vivir.........................................................67
3. Componentes de la vida afectiva................................................................71
4. Las tendencias humanas: una aproximación.............................................75
IV. ¿Clasificar los sentimientos?
1. Primer ensayo.............................................................................................86
2. La riqueza del mundo afectivo....................................................................98
3. Reducción de la afectividad a su raíz primigenia.....................................102
4. Los sentimientos y el tiempo.....................................................................105
5. Los «metasentimientos»...........................................................................109
V. El ambiguo valor de las emociones
1. A modo de conclusión provisional.............................................................116
2. Sobre sentimentalismos, subjetivismos y egoísmos................................119
3. Emotividad fecunda y emotividad desbocada..........................................123
VI. La afectividad en cuanto tal
1. Dimensiones humanas desatendidas.......................................................132
2. Raíces de la afectividad propiamente dicha.............................................135
2
3. Afectos espirituales...................................................................................141
4. Confirmación autorizada… y sumamente relajante..................................147
5. Niveles de la afectividad humano-personal..............................................149
VII. Unidad de la vida afectiva
1. La afectividad… ¡humana!........................................................................155
2. La ordenación jerárquica de la afectividad...............................................160
3. La afectividad completa e integrada.........................................................166
VIII. Peculiaridades y estructura de la afectividad humana
1. Rasgos diferenciadores de la afectividad humana...................................177
2. Conocimiento real.....................................................................................182
3. Voluntad libre............................................................................................188
4. Dotación genética y afectividad................................................................194
5. La formación biográfica de la afectividad.................................................201
6. Educación y afectividad............................................................................210
7. La voluntad-inteligente, clave de todo el entramado................................213
IX. En la raíz de la raíz
1. La compleja unidad de la persona humana..............................................221
2. Inteligencia, voluntad y sensibilidad.........................................................223
3. La opción entre el ser o el yo: fundamentos.............................................229
4. Cuando el yo se convierte en absoluto.....................................................233
X. Cómo aprovechar la afectividad
1. En la vida vivida........................................................................................243
2. Tendencias y afectos específicamente humanos.....................................251
3. Esbozo simplificado del manejo de la afectividad....................................256
Advertencia final
3
Sección Primera
El complejo mundo de los
afectos: una visita inicial
4
I. Introducción
¡Pongámonos en forma!
¡Alerta!
Existen muchas maneras de leer o estudiar un escrito, como también las
hay de observar la realidad. Muy a menudo, no advertimos la existencia
de algo o dejamos sin percibir ciertas propiedades o caracteres de una
persona, animal o cosa, sencillamente porque no los estamos buscando.
Con los libros sucede algo parecido. Es preciso poner la mente en estado
de búsqueda para encontrar lo que pueden enseñarnos. Si esto no sucede,
resulta bastante fácil que nos quedemos sin ni siquiera advertir cuestiones
claras y claramente expuestas, pero que no nos dicen nada.
Por eso, antes de comenzar el presente apartado y cada uno de los que
siguen, me gustaría que intentaras responder, con calma y, si es
necesario, por escrito, a las preguntas que en ellos te plantee… y que no
te pongas nervioso si ves que ni siquiera te suenan.
No te molestes si de vez en cuando vuelvo a recordarte estas ideas.
5
razón o motivo… si es que existe alguna diferencia? Expón tus
argumentos a favor y/o en contra de cada una de las posibilidades.
¿Consideras que el amor es un sentimiento o incluso el sentimiento
supremo o fundamental? En caso de que tu respuesta sea negativa,
¿tienen algo que ver el amor y la afectividad? ¿Cuál sería, aquí, el
significado del término amor?
¿Piensas que la afectividad del varón y la de la mujer son distintas?
Si te parece que sí, ¿a qué achacas esas discrepancias: al modo propio
de ser de unos y otras, a la diversidad físico-biológica anclada en la
dotación genética, a la cultura y educación, a la suma de todos estos
factores…?
Como en las demás cuestiones, te sugiero que no des como
respuesta lo que suele decirse, lo que piensa la gente, sino que te
esfuerces en examinar tu propia experiencia y la de quienes te rodean y
contestes en función de lo que así adviertas.
Una vez llegado aquí, tienes mi permiso para comenzar a estudiar cuanto
sigue.
Si no has leído lo anterior, en vez de darte yo ese permiso, puedes tomártelo
por ti mismo.
Al fin y al cabo, no hay mucha diferencia… y, además, no te habrás podido
enterar ni de una cosa ni de la otra.
Pero seguro que, con el esfuerzo previo, aprovecharás más tu estudio.
Las dificultades
1. Complejidad
De entrada, la afectividad se nos presenta como una realidad
difusa, compleja y global, que empapa toda nuestra persona.
No obstante, tenemos que estudiarla de manera analítica, paso a
paso, aislando elementos que solo gozan de vida y ejercen su función
en el conjunto de la existencia de cada ser humano.
Es como si tomáramos la fibra de un tejido o de un órgano, la
examináramos separadamente… y pretendiéramos estar conociéndolos
—la fibra, el tejido y el órgano— de manera correcta y definitiva.
7
propiamente un vehículo que conduce nuestra inteligencia hacia la
realidad que pretende transmitirnos quien habla o escribe, sino un
punto de llegada, algo sustantivo u consistente, que vale por sí mismo,
con independencia del conocimiento y las realidades o fenómenos que lo
sustentan.
O, dicho de otra forma: casi sin darnos cuenta, nos hemos
acostumbrado a quedarnos en las palabras. De un tiempo a esta parte,
el lenguaje se ha absolutizado, dando lugar a una especie de mundo
cerrado y autónomo: cuando alguien nos habla o cuando leemos un
escrito, en vez de dirigir nuestra mirada y capacidad de comprensión
hacia las realidades que nuestro interlocutor piensa y conoce
efectivamente, sin advertirlo apenas nos detenemos en las palabras
mismas… como si estas fueran la más auténtica realidad; y este efecto
se ve incrementado por la existencia de realidades virtuales.
Expuesto todavía de otra manera: hoy día, los seres humanos
pensamos que conocemos algo cuando entendemos o podemos repetir
más o menos de memoria un conjunto de afirmaciones sobre
determinado suceso o situación, cuando tenemos algo que decir acerca
de ellos. Pero no solemos prestar atención a la realidad misma de ese
otro algo que hay más allá de las palabras y al que estas deberían
conducirnos.
Una de las más graves derivaciones de este hecho, bastante fácil de
comprobar, es que el lenguaje se ha convertido tal vez en el
instrumento de mayor alcance para manipular el conocimiento y la
conducta: para transformar una realidad en otra, simplemente
alterando los términos utilizados; para confundir a las personas; para
hacer pasar como de ley una mercancía averiada o viceversa…
¿Consecuencias? El uso fraudulento de los vocablos y expresiones, la
manipulación del lenguaje, conduce a bastantes personas a dar por
bueno lo que, si se expresara de la manera adecuada y pudiera ser bien
conocido, sin duda sería rechazado. O, al contrario, hace que se
convierta en desagradable o en tabú lo que por sí mismo no lo es.
Las escaramuzas decisivas entre lo políticamente correcto e
incorrecto, por poner un solo caso, se desarrollan muy a menudo en el
campo de batalla del lenguaje.
3.2. De modo análogo, y por eso he querido detenerme en
este punto, los sentimientos y los estados de ánimo se han
transformado en lo decisivo, sin tener en cuenta lo que los ha
provocado, que es lo que en realidad determinaría su valor y su
conveniencia o inoportunidad.
Componen también una suerte de mundo separado y concluso. Hoy
importa más si me siento alegre o triste que la causa o el motivo de uno
u otro sentimiento.
8
Pero, de hecho, la simple emoción no dice mucho por sí misma: es
correcto, e incluso un deber, que llore cuando se ha muerto un ser
querido y que me alegre por el triunfo profesional de un amigo;
mientras que no sería bueno ponerme contento, por envidia, cuando el
mismo amigo fracasa o cuando fallece una persona, incluso aunque
estuviera convencido de que ese individuo daña a la nación, a otros
ciudadanos, a mi familia, etc.
4. Y posible solución
Todo lo anterior lleva a sostener que, en la actualidad, ponerse
de acuerdo sobre el significado de los distintos vocablos y expresiones
es algo que debe cuidarse con gran esmero y, muchas veces, la clave
para entenderse mutuamente. Lo iremos haciendo a medida que
avancemos en nuestros análisis; y, sobre todo, intentaré dejar claro lo
que entiendo por afectividad.
9
Del mismo modo, goza de más relevancia el motivo que
nos lleva a estar hundidos o eufóricos, desganados o
llenos de vitalidad… que esas mismas emociones o
estados de ánimo
1. Lo negativo
A todo lo visto se añade un hecho comprobado desde antiguo,
al que ya aludí: la ambigüedad del lenguaje.
Esto significa:
1. Que el lenguaje nunca es unívoco: una palabra para designar
una realidad.
2. Sino análogo: una misma palabra indica dos o más realidades
relativamente similares, pero no idénticas.
3. O equívoco: una palabra señala dos o más realidades… que no
tienen nada que ver entre sí.
Es decir, que, según el período histórico, la situación geográfica, las
costumbres al uso y la propia biografía, un mismo término adquiere
matices y significados distintos e incluso opuestos.
O, visto desde el otro lado, que la misma realidad puede nombrarse
de maneras muy diferentes.
Uno de los ejemplos más claros de esto último —dos o más voces
para indicar lo mismo— lo ofrece el tema que ahora empezamos a
estudiar.
3.1. Para designar una emoción se utilizan términos tan
distintos como pasión, afecto, sentimiento o, de forma más genérica y
difusa, vivencia.
3.2. Y, según los autores y las escuelas, esos vocablos pueden
significar exactamente lo mismo o gozar cada uno de matices propios
que lo diferencian de los otros3.
2. Lo positivo
A pesar de todo, el lenguaje es el medio principal del que
disponemos para comunicarnos. Y no es tan malo como a veces
pensamos o yo pueda haber inducido a creer. Incluso las imprecisiones
a que acabo de aludir ayudan a menudo a captar determinados
aspectos y conexiones de las realidades a que se refieren y nos
muestran que, en el universo, nada es tan claro y distinto como algunos
filósofos pretenden… y que es maravilloso dejar a la realidad ser como
es, aunque no podamos comprenderla perfectamente.
3
En NUEVA AYUDA PARA LA REFLEXIÓN PERSONAL, al término del capítulo, recojo algunos
ejemplos de lo que el texto apunta.
10
Al tratar de la afectividad, sobre todo al compararla con otros
fenómenos más localizados, el uso del idioma debería servirnos de
entrada para advertir su carácter global y omniabarcante: el hecho de
que, al margen de su causa o motivo, afecte o impregne a toda la
persona.
Y, así, cuando digo que me duele la cabeza o el estómago, que me
han dado una buena noticia, que siento una especie de pinchazo en el
corazón, que he conocido a una persona amena o pesada, que la
situación nacional es desastrosa o que está mejorando, que la
hipocresía gana terreno en la vida de hoy…, aquello a lo que me refiero
es siempre algo particular y hasta cierto punto localizado, en mí o en el
mundo: la cabeza, el corazón, el estado de la nación, un conocido, la
sociedad actual, etc.
Por el contrario, si afirmo que (yo) estoy eufórico; que me siento
desencantado o pletórico; que (yo) estoy hundido o deprimido; que el
balance económico de la empresa me descorazona, que el dolor de
estómago prolongado acabó por bajarme el tono vital, que esta
acumulación de ejemplos empieza a ponerme nervioso y a cansarme…,
de un modo u otro y con mayor o menor fuerza estoy indicando que lo
implicado en lo que expreso soy todo yo, mi entera persona.
2.1. Es decir, no solo que yo soy el sujeto de lo que
experimento, pues también lo soy cuando me duele el pié, en el sentido
de que ese miembro no duele (él) en general o en abstracto: ¡me duele
a mí!
2.2. Sino que todo el yo queda honda y pasivamente afectado,
modificado por el sentimiento que me embarga.
2.3. Cosa asimismo distinta de los casos en que yo actúo,
caminando, pensando o decidiendo y llevando a cabo, activamente,
determinada tarea.
De manera sintética y eficaz, Sarró resume las tres situaciones,
manifestando la peculiaridad del fenómeno afectivo o sentimental:
En el dolor me duele mi cuerpo, la tristeza está en mí, pero no viene de
mi yo; en fin, pensar o querer son actos míos, en el sentido de que nacen
de mi yo4.
Sensación ≠ sentimiento
4
SARRÓ, Ramón, Estudios preliminares a LERSCH, Philip, La estructura de la
personalidad, Scientia, Barcelona, 1971, p. XXI.
11
Por tales motivos, solemos hablar de una sensación de dolor o de
placer, en principio, localizados; mientras que a la depresión, la euforia,
el desencanto, la apatía, la felicidad… los llamamos sentimientos,
estado de ánimo, y con expresiones similares, justo para indicar que
afectan difusamente a todo nuestro ser: pues ánimo se encuentra
etimológicamente emparentado con alma, y con el alma, en el lenguaje
habitual, se suele apuntar a toda la persona.
Una prueba relativamente sencilla es que, en ambos casos, puedo
introducir una frase que rectifique la afirmación precedente, pero el
alcance de esa enmienda resulta, en uno y otro, muy distinto.
Compárense estos tres ejemplos:
1. Después del larguísimo paseo con ella, me dolían
enormemente las piernas, pero estaba radiante de felicidad.
2. Conforme me hablaba, iba poniéndome más y más contento,
aunque la postura en ese taburete era muy incómoda y casi no
aguantaba el dolor de espalda.
3. Estuve extasiado oyendo la sinfonía durante las dos primeras
horas, pero tanto tiempo de pie hizo que me aburriera.
En el primer y segundo supuesto, una sensación molesta no logra
cambiar el estado de ánimo, la tonalidad vital de mi persona. En el
tercero, por el contrario, la sensación de cansancio acaba por superar el
sentimiento de gozo y lo transforma en su opuesto.
A esto último apunta Frankl en su famoso ensayo El hombre en busca
de sentido, en relación con el dolor y la alegría:
El sufrimiento humano actúa como un gas en una cámara vacía; el gas
se expande por completo y regularmente por todo el interior, con
independencia de la capacidad del recipiente. Análogamente, cualquier
sufrimiento, fuerte o débil, ocupa la conciencia y el alma entera del
hombre. De donde se deduce que el “tamaño” del sufrimiento humano es
absolutamente relativo. Y a la inversa, la cosa más menuda puede generar
las mayores alegrías5.
13
sentimientos, esas precauciones han de llevarse al extremo; de lo
contrario, nos perderemos en divagaciones ajenas a la realidad.
Dicho con las menos palabras posibles: al analizar cualquiera de los
componentes del mundo afectivo nunca deberíamos perder de vista la
entera persona en la que esos fenómenos tienen lugar6.
Como ya apunté, el estudio directo, pleno e inmediato de la
afectividad en su totalidad, como algo global que penetra y matiza
cuanto somos y hacemos, resulta imposible para un entendimiento
limitado, como el nuestro: necesariamente debemos avanzar por
etapas, analizando unos factores que, al aislarlos, impiden descubrir su
auténtica naturaleza y el papel que les corresponde en el conjunto de
cada persona, sin la que nada son ni ejercen función alguna.
Por eso, desde el primer instante, hemos de procurar mantener bien
visible el horizonte sobre el que se recorta cada uno de los elementos
considerados —la vida íntegra de la persona—, pues solo de este modo
nos acercaremos a su significado definitivo.
Y todo lo anterior, según decía, de una forma muy peculiar y
acentuada, que no cabe identificar sin más con lo que ocurre al
reflexionar sobre otras realidades.
6
Cfr. CASTILLA DEL PINO, Carlos, Teoría de los Sentimientos, Tusquets, Barcelona, 2ª
ed., 2003, p. 37.
14
1.1. Por ejemplo, resulta legítimo sostener —aunque hoy suela
olvidarse— que el acto más propio y característico de la voluntad es
amar: querer el bien para otro, afirmarlo en su ser, decirle un sí sin
reservas ni condiciones.
1.2. O que, en cierto modo, la voluntad lleva las riendas de
toda la persona y la va convirtiendo en buena o mala, honrada o
deshonesta, cruel o compasiva… y, en consecuencia, la mueve a obrar
de una u otra manera.
2. Y algo análogo ocurre con nuestra inteligencia:
2.1. Tampoco puede entenderse del todo sin apelar a los
sentidos externos e internos, como la memoria y la imaginación, a la
propia voluntad y a los afectos…
2.2. Pero cabe señalar una actividad como la más específica de
ella: entender, conocer-comprendiendo; y también unos caracteres
definidos e inconfundibles, que la distinguen de los sentidos o, en otra
esfera, de posibles entendimientos más perfectos, como el de los
ángeles o Dios, según sostiene la religión cristiana, o el de otros seres
asimismo superiores, en el decir de distintas tradiciones o de lo que hoy
se encuadra en la expresión ambigua de ciencia ficción o en la tampoco
muy precisa de esoterismo.
3. Un punto de partida
7
MOLINÉ, María, Diccionario del uso del español, Gredos, Madrid, 1982.
8
Cit. por SCOLA, Angelo, Identidad y diferencia, Encuentro, Madrid, 1989, p. 14.
17
enfermedad). La experiencia afectiva aparece entonces en el plano
fenomenológico como una modificación del sujeto dependiente de una
provocación exterior9.
Una puntualización
10
LERSCH, Philip, La estructura de la personalidad, Scientia, Barcelona, 1971, p. 19.
11
Que es lo que esbozaré dentro de unos momentos, en el apartado: 5. La
complejidad de nuestras emociones.
12
TOMÁS DE AQUINO, Suma Teológica I-II, q. 26, a. 2 c.
19
Con otras palabras: el tipo básico de emoción es el que tiene lugar
cuando una o más de nuestras tendencias o inclinaciones —a la comida
o a la bebida, al conocimiento, al amor, a la entrega a otras personas o
a cierto ideal, al éxito profesional o social, al descanso o a la diversión…
— son modificadas por algo que les resulta apetecible o, más en
general, conveniente.
Immutatio appetitus ab appetibili significa algo así como una
variación, excitación o despertarse de nuestra capacidad de anhelar,
producida por el conocimiento de un bien deseable en el ámbito
estético, ético, cognoscitivo, vital… y un gran etcétera 13.
13
Cfr. TOMÁS DE AQUINO, Suma Teológica I-II, q. 26, a. 2 c.
20
Los afectos pueden tener su origen en un estado de
carencia o de sobreabundancia
De complacencia…
O de rechazo
21
Nuestros afectos o emociones no son siempre
producidos por una carencia o privación, sino también
por el ansia de crecer como personas y comunicar a los
demás los bienes que poseemos o esperamos adquirir
1. Impresión
3. Complacencia-deseo
24
llamó, dando a esta voz un sentido muy amplio, amor naturalis o amor
natural, que hoy traduciríamos como inclinación acorde con la
naturaleza de una realidad dada.
Pienso que, de momento, no hay que explicar más. Es tan obvia la
presencia del deseo en cualquier amor, que muchos de nuestros
contemporáneos reducen el amor, en la más alta de sus acepciones, al
simple deseo de contacto físico.
Sí conviene repetir:
3.1. Que el afecto que aquí expongo como modelo es una
emoción compleja y positiva.
Que no lo hago por mero gusto, sino que responde al hecho
fundamental que antes apunté. A saber, que, considerada en sí misma,
la afectividad es algo muy bueno e imprescindible para el desarrollo de
la vida humana.
Y, por consiguiente, que en la base de todo sentimiento —también de
los más destructivos, aunque de manera indirecta—, se encuentra la
atracción hacia un bien… que, en las circunstancias en que no se logre,
origina precisamente esa sensación de tristeza o sinsentido y, en su
caso, la ira que llevaría a eliminar lo que se opone a su conquista.
Pero si el ser humano no ansiara determinados bienes, tampoco po-
dría sufrir y afligirse por el hecho de no alcanzarlos o de perderlos,
como sucede, por poner un solo caso, con la salud.
3.2. A lo que habría que agregar que en ese complacerse
hay ya cierta modificación de la facultad y, por consiguiente, una
emoción.
Con otras palabras: la confirmación de aquello que me ha
impresionado o su rechazo constituye cierto movimiento o, mejor, la
actualización o el desperezarse de la potencia o potencias que en cada
caso se pongan en juego.
Normalmente, cuando se trate de personas, se actualiza la voluntad,
que dice gozosa: «sí, es maravilloso que existas», así como un conjunto
de apetitos sensibles, que disfrutan noble y notablemente con la belleza
física de aquel o aquella que nos impresiona, con el timbre de su voz,
su manera de andar o de sentarse o de mirar, de encender o coger un
cigarrillo o llevarse una copa a los labios, etc.
4. Tendencia
5. Placer-gozo
6. Quietud o reposo
El «otro» amor
1. Un amor distinto
Así presenta Scola esta dualidad:
Sobre esta base elemental [lo que hemos considerado en párrafos
anteriores] se inserta […] un segundo nivel del afecto que genera una
respuesta libre y querida de amor16.
Esa respuesta no es, por tanto, algo que el sujeto padece o ante lo
que re-acciona sin apenas poner nada de su parte. Sino que, según
veremos, constituye el mayor y más autónomo acto de libertad que un
varón o una mujer pueden llevar a cabo y, en consecuencia, el modo de
obrar más pleno y activo, el que más los perfecciona y, derivadamente,
el que engendra mayor felicidad.
Esto, que tiene lugar en cualquier acto de auténtico amor, se
manifiesta con más claridad cuando, por los motivos que fuere, se ama
y busca eficaz y efectivamente el bien para una o más personas que nos
producen repugnancia, nos son antipáticas o incluso nos han hecho
algún daño real de más o menos calibre… que nos inclinaría a no
amarlas ni perseguir su bien.
Y añade:
Tomás lo llama amor de dilectio o de benevolencia precisamente porque
sigue a una electio18.
16
SCOLA, Angelo, Identidad y diferencia, Encuentro, Madrid, 1989, p. 22.
17
SCOLA, Angelo, Identidad y diferencia, Encuentro, Madrid, 1989, p. 22.
18
SCOLA, Angelo, Identidad y diferencia, Encuentro, Madrid, 1989, p. 23.
29
Es decir, a una elección, considerada por algunos como la máxima
manifestación del obrar libre. Cuestión que, de nuevo, se muestra más
patentemente cuando —¡porque queremos, poniendo en juego nuestra
libertad!— decidimos hacer un bien a alguien por quien no sentimos una
particular inclinación o que incluso nos repele: ayudar a levantarse al
jugador que durante un partido nos ha puesto intencionadamente una
zancadilla, a consecuencia de la cual también él ha caído al suelo; pres-
tar unos apuntes a un compañero o compañera que, tiempo atrás, no
quiso dejarnos los suyos; apoyar a un colega que nos hizo una
jugarreta, etc.
19
Cfr. por ejemplo, MELENDO, Tomás, El verdadero rostro del amor, EIUNSA,
Pamplona 2006; Ocho lecciones sobre el amor humano, Rialp, Madrid, 4ª ed., 2002.
30
defenderse. Parece dura, pero es insegura; está atormentada por malas
experiencias.
Hace falta descubrir las llagas para poder limpiarlas y curarlas. Poner
orden en el propio interior, puede ser un paso para hacer posible el perdón.
Pero este paso es sumamente difícil y, en ocasiones, no conseguimos darlo.
Podemos renunciar a la venganza, pero no al dolor. Aquí se ve claramente
que el perdón, aunque está estrechamente unido a vivencias afectivas, no
es un sentimiento. Es un acto de la voluntad que no se reduce a nuestro
estado psíquico. Se puede perdonar llorando.
Cuando una persona ha realizado este acto eminentemente libre, el
sufrimiento pierde ordinariamente su amargura, y puede ser que
desaparezca con el tiempo. “Las heridas se cambian en perlas” 20.
4. Y estrictamente personal
Sin esta doble consideración, viene a concluir Scola, toda
doctrina sobre la afectividad quedaría coja, incapaz de explicar lo que es
el ser humano en una de sus dimensiones esenciales —la emotividad,
los sentimientos o afectos, entre los que hoy se engloba el amor— y de
enseñarle a utilizarla para su propio bien y, sobre todo, para el bien de
quienes lo rodean.
¿Por qué motivos?
En esencia, porque el amor auténticamente humano y personal no
pertenece a la esfera de lo antes delineado: la pasión, el sentimiento…
que uno padece sin poder resistirse; sino que, como estoy insinuando,
se coloca en sus antípodas: es el acto más libre y activamente activo
que puede ponerse en acto —algo parecido al perdón que ha servido de
ejemplo—, aunque a menudo, como apunté, vaya también precedido de
una atracción ejercida sobre la voluntad y sobre los apetitos sensibles,
así como de las re-acciones que experimenta el sujeto que ama como
consecuencia de sus actos de amor.
20
BURGGRAF, Jutta, «Aprender a perdonar», en OTERO, Oliveros (Coord.), Retos de
futuro en educación. Aprender a perdonar, EIUNSA, Madrid, 2004, pp. 164-165.
31
Tomás, Invitación al conocimiento del hombre,
EIUNSA, Madrid 2009.
Tranquilidad.
El conocimiento humano es progresivo. Normalmente no se comprende del
todo lo que se lee por primera vez
[… y, en este caso, casi seguro que no se ha comprendido casi nada].
Lo medio-entendido entonces prepara para estudiar lo que sigue, y el nuevo
conocimiento aclara lo ya aprendido. A menudo es preciso ir y venir, leer más
de una vez lo mismo. Pero el resultado final suele provocar una notable
satisfacción… bastante satisfactoria.
Ánimo.
32
vocablos con los que expresar lo mismo, e incluso hacerlo de una
manera más correcta?
Aunque lo estudiaremos después, ¿qué elementos te parece que
forman parte ineludible de esa vivencia que denominamos emoción,
sentimiento, pasión o «vivencia»?
Intenta completar la esquemática descripción que he hecho, al
menos de dos maneras:
1. Añadiendo otros fenómenos que, según tu
experiencia, tienen lugar en algunas o en todas las emociones: miedo,
vergüenza, enfado, ilusión…
2. Tomando como ejemplo para el bosquejo una
emoción o sentimiento distintos, como pudieran ser el terror, el pánico,
la fobia, la repugnancia, el odio… o lo que menos te agrade (también
una emoción positiva, si lo prefieres).
En la descripción del enamoramiento que he esbozado, el término
de todo el proceso era la recuperación de la paz o la quietud, del
equilibrio.
1. ¿Te parece que es un modo correcto de
explicarlo? O, con palabras más explícitas: el enamorado, correspondido
o no, ¿experimenta un reposo absoluto o más bien al contrario, una
desazón inesperada e insuperable… o ambas cosas al mismo tiempo?
2. ¿Serviría ese mismo modelo para entender
todas las emociones? ¿Y el conjunto de la vida humana? ¿Es cierto que
los varones y mujeres perseguimos a toda costa el equilibrio, la falta de
tensión?
3. Realiza cuantas puntualizaciones y distinciones
consideres necesarias.
¿Qué opinas de estas palabras de Wittgenstein, que él mismo
relaciona con uso del lenguaje en la vida afectiva?:
En el concepto de experiencia vivida, como en el de evento, proceso,
estado, algo, hecho, descripción y narración, creemos encontrarnos con
un fundamento sólido y más profundo que todos los métodos y juegos
especiales del lenguaje. Pero estas palabras en extremo generosas tienen
también un significado extremadamente débil. En efecto, se refieren a una
enorme cantidad de casos especiales, lo que no las hace más sólidas sino
más fluidas (WITTGENSTEIN, L. Remarks on the Philosophy of Psychology, I,
G.E.M. ANSCOMBE – G.H. von WRIGHT (eds.), Blackwell, Oxford 1980, §
648).
33
correcto, con independencia de que concuerde más o menos con mis
convicciones.
● El primer texto fue redactado hace más de treinta años, pero
conserva buena parte de su actualidad. Deberías contrastarlo con el que
copiaré justo después de él:
La deuda de la psicología con el lenguaje es debida a que los términos
que utiliza la Psicología están emparentados con el lenguaje precientífico,
en grado mucho más considerable de lo que ocurre con otras ciencias, por
ejemplo, con la física. Mientras que los conceptos básicos de las Ciencias
Naturales se hallan emancipados de su primer origen en intuiciones
concretas de la vida cotidiana, esto no ocurre con la Psicología y menos
aún con la orientación fenomenológica. Antes que los psicólogos, el
lenguaje ha diferenciado sentimiento, emoción, humor, temperamento,
carácter, apetito, amor, convivencia, ambición, odio, etc., y así miles de
términos. La psicología depura estos conceptos y les asigna un puesto
dentro de una concepción sistemática, pero sin romper los lazos con la
terminología tradicional (SARRÓ, Ramón, Estudios preliminares a LERSCH,
Philip, La estructura de la personalidad, Scientia, Barcelona, 1971, pp.
XXIV y XXV).
El lenguaje coloquial es muchas veces impreciso, pero también de una
riqueza en matices a los que el lenguaje técnico no alcanza. […] Un
discurso que no tenga en cuenta tales matizaciones puede ajustarse a un
modelo teórico previamente construido; pero en la medida en que
renuncia a la consideración de parámetros socioculturales, resulta
inaplicable en los contextos pragmáticos, en los que los psicólogos,
psicopatólogos y psiquiatras clínicos hemos de desenvolvernos (CASTILLA
DEL PINO, Carlos, Teoría de los Sentimientos, Tusquets, Barcelona, 2ª ed.,
2003, p. 337).
● Y también:
… resulta especialmente peligrosa […] la corriente del reduccionismo, la
cual, al generalizar el principio de homeostasis, intenta subdividir según el
principio de placer todo acto humano orientado a un sentido. En realidad,
es un nihilismo disfrazado de psicología (LUKAS, Elisabeth, Logoterapia. La
búsqueda del sentido, Paidós, Barcelona, 2003, p. 54).
36
II. ¡Adentro!
¡Alerta!
Como ya te dije, existen muchas maneras de estudiar un escrito. A
menudo no advertimos la existencia de algo sencillamente porque no lo
estamos buscando.
Algo parecido sucede con los libros. Hay que desperezar la mente para
encontrar lo que pueden enseñarnos.
Si esto no ocurre, nos quedaremos sin advertir un buen número de
cuestiones —¡a veces interesantes!— que hay en ellos.
Por eso, también antes de comenzar el presente apartado, me gustaría
que intentaras responder, con tranquilidad y, si es necesario, por escrito,
a estas preguntas… de nuevo sin perder la paz si no das con las
respuestas adecuadas.
37
nuevo te pido que no respondas en función de lo que se dice o has leído,
sino de lo que tú piensas y experimentas).
A tu entender, las emociones y sentimientos ¿son algo que facilitan
o dificultan la acción? Si lo consideras conveniente, matiza tu respuesta,
distinguiendo unas situaciones de otras.
Te repito que, si no estoy del todo equivocado, con la reflexión sobre las
preguntas que acabas de leer, te has preparado para aprovechar mejor el
estudio de lo que sigue.
¿La afectividad?
21
HILDEBRAND, Dietrich von, El corazón, Palabra, Madrid, 1997, p. 15.
38
Precisamente en el inicio de su pequeña obra inédita, Ordo amoris,
había escrito Scheler:
Me encuentro en un inmenso mundo de objetos sensibles y espirituales
que conmueven incesantemente mi corazón y mis pasiones. Sé que tanto
los objetos que llego a conocer por la percepción y el pensamiento, como
aquellos que quiero, elijo, produzco, con que trato, dependen del juego de
este movimiento de mi corazón22.
22
SCHELER, Max, Ordo amoris, Caparrós Ed., Madrid, 1996, p. 21.
23
YEPES STORK, Ricardo, Fundamentos de antropología, Un ideal de la excelencia
humana, EUNSA, Pamplona 1996, p. 59.
24
MORRIS, Tom, Si Aristóteles dirigiera la General Motors, Planeta, Barcelona, 2005,
p. 94.
39
pasarían inadvertidos, o bien impide que captemos aspectos negativos
patentes.
2. Por el contrario, el surgir de una sensación de repulsa ante
aquello que se nos presenta como molesto o desagradable, hace que ni
siquiera reparemos en algo o alguien, que apartemos la vista o que
distorsionemos su conocimiento y obtengamos de ellos una imagen
deformada y empobrecida.
Con palabras de un notable psicólogo y neurólogo argentino, Abelardo
Pithod, al que citaré con frecuencia en este ensayo:
Desde el sentimiento de autoestima que acompaña —o no— a una
persona, a las distorsiones en la percepción del prójimo debido a oscuros
sentimientos de antipatía, la afectividad es un ingrediente decisivo en la
“construcción” de nuestro mundo. Como dice J. Nuttin, en términos de
análisis fenomenológico, el Yo (el self de la psicología norteamericana) se
“llena” de contenidos provenientes del Mundo en el que habita y al que él
mismo ha contribuido a construir. Así, la realidad es percibida como
amenazante por la persona con tendencias paranoides, como triste por el
depresivo, o como carente de sentido, y tantos otros modos de proyección
del estado afectivo del Yo. Es aquello de que todo es del color del cristal
con que se mira25.
25
PITHOD, Abelardo, Psicología y ética de la conducta, Editorial Dunken, Buenos
Aires, 2006, pp. 176-7.
40
La tristeza es una de las pasiones más graves y dañinas para la
naturaleza humana; tiene varios efectos nocivos, entre los que Tomás de
Aquino destaca: la privación de la facultad de aprender; la pesadez del
ánimo, contrariando con ello a la voluntad; el debilitamiento de toda
operación, interior y exterior; y, por si fuera poco, perjudica gravemente la
salud corporal. Sin embargo, «la tristeza respecto de todo mal digno de
evitarse es útil, pues tiene una doble causa de huida, puesto que el mal
debe huirse por sí mismo, y de la tristeza todos huyen, como todos
apetecen el bien y la delectación en el bien»26.
Testimonios cualificados
Y ejemplificaba:
Ana Karenina y Madame Bovary, mucho más que Romeo y Julieta, están
en el mismo frente de batalla que su contemporáneo Nietzsche,
proclamando las mismas tesis que él, y, por eso, en el mismo frente que
Husserl, Heidegger y Scheler, cuando proclaman que la vivencia es anterior
a la ciencia, que la realidad de las cosas y del mundo es lo que aparece en
la vivencia y no lo que se recoge en las teorías científicas, y que la
afectividad, el ordo amoris, como Scheler lo denomina, el orden del sentir y
del querer, es lo que determina el orden del pensar, del actuar y del ser 34.
45
Y otros muchos profesionales ocupados directamente del trato con
personas, así como pensadores y ensayistas de relieve, concuerdan en
sostener que una mala comprensión y un uso incorrecto de la
afectividad destrozan hoy día multitud de vidas.
Y hondamente modificada
46
sienten y, como consecuencia, se comportan de manera distinta a las
de hace unos decenios; es decir, a sabiendas de cuánto me juego al
afirmar esto, como entonces lo hacían los varones.
Además, según Pithod,
… este cambio no se limita al solo sexo, abarca la afectividad toda. Es
toda la dinámica instintivo-emocional la que muta de signo. El cambio en la
actitud sexual interesa también a la actitud maternal (o paternal, pero
sobre todo a aquella). Se extiende a la concepción del matrimonio, a la
relación marital monogámica, a la estabilidad conyugal, etc. Las mujeres
casadas “miran” cada vez más libremente a otros hombres que no son sus
maridos. A su vez los hombres se sienten halagados si los otros hombres
miran a sus mujeres…35
35
PITHOD, Abelardo, Psicología y ética de la conducta, Editorial Dunken, Buenos
Aires, 2006, p. 61.
47
3. Motivos complementarios y/o más desarrollados
En la teoría
48
racional —«una idea confusa», por ejemplo—, cuya importancia era por
lo mismo casi nula y a la que no valía la pena prestar atención ni en la
vida vivida ni en la investigación y el estudio.
2. Durante el Romanticismo, por el contrario, la dinámica
afectiva, vivida con intensidad, reforzada por todos los medios y
constantemente perseguida, magnificada y engrandecida, ocupa el lugar
central en las biografías y en los anhelos de las personas.
3. Y a lo largo de los siglos XIX y XX, por fijar una fecha un tanto
aproximada, ese claro redescubrimiento de la emotividad, engrandecido
por la conciencia culpable de haberla olvidado en épocas precedentes,
lleva a muchos estudiosos a centrar su atención en ella.
En virtud de lo que popularmente se denomina la ley del péndulo, la
mayoría de estos expertos le concede una importancia muy superior a
la que de hecho posee, llegando casi a hacer de ella un absoluto, sin
que con esta afirmación pretenda negar —ya he repetido lo contrario—
el gran relieve de que en efecto goza en el conjunto de nuestras
existencias.
A título de simple ejemplo, entre las afirmaciones un tanto
desmesuradas a que acabo de aludir incluiría estas de Powell, no muy
distantes en apariencia de las que antes transcribí de otros autores:
La vital importancia de todo esto resultará evidente si se considera por
un momento: 1) que casi todos los placeres y sufrimientos de la vida están
profundamente relacionados con las emociones; 2) que, en la mayoría de
los casos, la conducta humana es resultado de fuerzas emocionales (aun
cuando todos sintamos la tentación de dárnoslas de intelectuales y explicar
a base de motivos racionales y objetivos todas nuestras preferencias y
acciones; y 3) que la mayoría de los conflictos interpersonales provienen
de tensiones emocionales (p. ej., ira, celos, frustraciones, etc.), y la
mayoría de los “encuentros” interpersonales se logran mediante algún tipo
de comunión emocional (p. ej., empatía, ternura, sentimientos de afecto y
de atracción...). En otras palabras, tus emociones y el modo que tengas de
afrontarlas probablemente determinen tu éxito o tu fracaso en la aventura
de la vida36.
50
Tenemos pruebas de la interioridad humana que ni Derrida puede negar:
los sentimientos no son exterioridades. No se puede tener una idea clara y
distinta del sentimiento, porque es bastante confuso desde el punto de
vista analítico. La antropología tiene que plantearse el problema de la
unidad, que es a la vez el problema de lo radical, pero no analíticamente.
Si no lo hace, no hay tal antropología37.
De nuevo en la práctica
37
POLO, Leonardo, Quién es el hombre, Rialp, Madrid, 1997, pp. 47-48.
38
CASTILLA DEL PINO, Carlos, Teoría de los Sentimientos, Tusquets, Barcelona, 2ª
ed., 2003, pp. 13-14.
39
GONZÁLEZ MARTÍN, Mª del Rosario, La educación de los sentimientos, en AA.VV.,
Sentimientos y comportamiento, Fundación Universitaria San Antonio, Murcia, 2003,
p. 232.
51
hacer una pausa, mirarlas directamente durante largos segundos, y
después, según el sitio y las circunstancias, añadir en tono de broma:
«gustarme, gustarme, a mí lo que verdaderamente me gusta es el
jamón de pata negra y el rioja» (manjares exquisitos en el país donde
nací y vivo: cambie cada cual, según sus preferencias culinarias o las
costumbres del lugar).
La reacción suele ser cordial, y no me cuesta mucho hacerles
entender que un hijo —¡una persona!— no debe nunca convertirse en
cuestión de gustos, antojos o apetencias. «A mis hijos —agrego de
inmediato— los quiero con toda el alma» (y querer expresa un acto muy
serio y profundo, radicado en la voluntad y que afecta a la persona
entera, como he explicado otras veces y aquí mismo ya he dicho).
A continuación expongo que, para no distorsionar la realidad,
conviene que exista proporción entre el verbo empleado —
manifestación a su vez de los ámbitos de nuestra persona que ponemos
en juego— y aquello a que lo referimos.
1. Y es que, en ocasiones, el que algo me apetezca o no,
justifica de sobra mi elección y mi conducta: como, hasta cierto punto y
según los casos, en lo que atañe a la comida y la bebida, la marca y el
color de un automóvil o de una habitación, el modo de vestir o de
arreglarse.
2. En otras, sin embargo, es preciso poner en juego
dimensiones más altas, conjugar con plena conciencia el quiero y el no
quiero, cargados de honda hondura y densa densidad: así debe
hacerse, en principio, con cuanto se refiere al matrimonio, el número de
hijos, las líneas fundamentales de su educación, el voto en la vida
política, un cambio de trabajo, la elección de los propios amigos, la
religiosidad o la falta de ella…
El peligro
52
idea de la pobreza de nuestra cultura a la hora de concebir lo que es el
entender y el querer libre.
Como consecuencia, y siempre de acuerdo con el pensamiento
dominante, lo que marca la diferencia entre ellos y nosotros es que
puedan o no sentir, destacando entre los sentimientos, como el más
característico y diferenciador, el amor. Si un mutante llega a sentir
amor cambia radicalmente de condición y, en virtud de ese sentimiento
—pues como tal se considera—, entra con todo derecho en la esfera de
los humanos.
Un paréntesis ineludible
Ruptura de la armonía
Pero ahora me interesa dejar claro uno de los motivos de más peso
que, a mi parecer, explican el desvarío y la hipertrofia de la afectividad
que ya dos veces he mencionado.
Sé por experiencia que lo que voy a exponer resulta difícil de aceptar,
y por eso pido excusas y un poco de paciencia y la serenidad suficiente
para atender a las razones que siguen, aunque uno se sienta
personalmente interpelado, tocado o incluso ofendido, cosa que, como
es lógico, no responde a mis intenciones.
Me arriesgo a ello por puro amor a lo que considero verdadero,
aunque no esté de moda incluso entre personas muy queridas. Como se
dice que afirmaba Aristóteles, «si Platón es mi amigo, más lo es la
verdad: amicus Plato, sed magis amica veritas».
53
1. En la raíz de cuanto antecede, me parece descubrir cierta
ruptura de la armonía entre los distintos elementos que integran a la
persona humana, algunos de los cuales han crecido de manera
desmesurada, mientras que otros se han quedado raquíticos y
disminuidos.
Concretando más, y por ir directamente al grano, diría que la
hipertrofia o el despliegue incontrolado de la afectividad, tal como se la
entiende y vive hoy día, acompaña a (¿o se deriva de?) una mengua o
adormecimiento de dos facultades —el entendimiento y la voluntad—,
que bastantes de nosotros apenas hemos desarrollado o, al menos, no
de la forma más certera.
1.1. Y esto, en lo que atañe a la inteligencia, a pesar del
presunto espíritu crítico tan de moda, que no raramente es justo el
fruto de la manipulación de quienes pretenden imponer un totalitarismo
teorético y vital.
(Sé que lo que acabo de sostener suena duro y ofensivo, y por eso
vuelvo a pedir disculpas, calma y la paciencia para seguir leyendo y,
sobre todo, comparando lo que se estudia con la realidad).
1.2. Por otra parte, probablemente a causa de los equivocados
planteamientos kantianos, la voluntad goza en nuestros días de muy
mala prensa: se la asocia de manera casi instintiva al esfuerzo sin
sentido y al voluntarismo drástico y frío, casi inhumano, y, como
consecuencia, se entiende como falta de espontaneidad y de
autenticidad.
Un simple indicio. No hace todavía muchos años, solía hablarse en
España de «la satisfacción del deber cumplido». Hoy es difícil escuchar
semejante afirmación, sobre todo entre los más jóvenes. Si volvemos a
Kant, y a su errónea defensa del «deber por el deber», que le lleva a
sostener que un comportamiento deja de ser moralmente lícito en
cuanto quien realiza esa acción experimente un mínimo de gozo,
bienestar o placer, y si se piensa que la voluntad consiste en eso —en
obrar a palo seco y contracorriente, cabría decir—, ¿quién podría no
protestar airado contra ella y repudiarla?
54
cansaré de repetir… como el sufrido lector está ya comprobando. A
saber, que:
1. El acto por excelencia de cualquier voluntad y, en particular,
de la voluntad humana, no es el empeño ni la constancia ni la fortaleza
ni ninguna otra actividad dura e implacable de ese tipo, sino el amor,
recio y jugoso al mismo tiempo.
Insisto, porque lo considero clave: el acto fundamental de la voluntad
es el amor, en el sentido más noble de este término, ya antes
recordado. Afirmar el ser, querer el bien del otro en cuanto otro y
entregarse a él… con o sin esfuerzo: esto —que nos cueste más o
menos— es muy, pero que muy secundario, aunque hoy día tienda a
dársele una importancia desmesurada, casi exclusiva.
Y más aún
55
consigo ni, mucho menos, como algunos se empeñan en repetir, en una
especie de oposición a la naturaleza.
Tomás de Aquino, por citar a un autor poco sospechoso al respecto,
sostenía sin tapujos, aunque con el lenguaje propio de su tiempo, que
… la esencia de la virtud reside más en el bien que en la dificultad40
… y que,
… por tanto, no todo lo que es más difícil es más meritorio, sino que
[para que valga más], si es más difícil, ha de serlo de tal forma que sea al
mismo tiempo mayor bien41.
Confusión vital
40
TOMÁS DE AQUINO, Suma Teológica, II-II, 123, 12, ad 2.
41
TOMÁS DE AQUINO, Suma Teológica, II-II, 27, 8, ad 3.
56
mucho con la fortaleza o con la fuerza de voluntad, al estilo espartano,
estoico… o hitleriano.
2.2. Y el uso de esta potencia se confunde sin razón con el
tan justamente denostado voluntarismo o con el cerrilismo seco,
irracional, fanático e intransigente, a los que más tarde aludiré de
nuevo.
2.3. Con lo que se origina, de manera instintiva y arraigada,
un radical rechazo de cuanto huela o suene a voluntad… sin sospechar
siquiera que su acto más propio es justo el amor.
Como consecuencia, en los asuntos que más afectan a nuestra vida
vivida, bastantes de nosotros quedamos al arbitrio de los sentimientos
en estado puro, desligados de la inteligencia y de la voluntad; y, por
eso, por carecer de una guía que lo oriente de manera estable y
coherente, nuestro comportamiento se transforma en fuente de
desilusiones y molestias, cuando debería serlo de disfrute y dicha.
¡La represión!
42
Elimino de la citas, a veces sin utilizar corchetes, lo que de momento resultaría
no inteligible.
43
PITHOD, Abelardo, Psicología y ética de la conducta, Editorial Dunken, Buenos
Aires, 2006, pp. 138-140.
58
serenidad o de inquietud, de placer o de disgusto, según la relación que
mantienen con la entera escala de valores específicamente humanos.
Respecto al llamado “instinto” sexual, tiene el “amor” un papel decisivo: la
continencia “por amor” produce calma y libertad de espíritu, lo mismo que
la relación sexual llevada a cabo también “por amor”. La disposición íntima
de la persona, que plasma y colorea el mundo entero, se traduce en las
relaciones interpersonales y, especialmente, en el modo de ser y de existir-
con-el-otro-del amor44.
Advertencia final
44
TORELLÓ, Juan Bautista, Psicología abierta, Rialp, Madrid, 1972, pp. 91-92.
45
HILDEBRAND, Dietrich von, El corazón, Palabra, Madrid, 1997, p. 58.
46
PITHOD, Abelardo, Psicología y ética de la conducta, Editorial Dunken, Buenos
Aires, 2006, p. 84.
59
en forma más específica... de ciertas depresiones del final de la edad media
de la vida47.
Tranquilidad.
El conocimiento humano es progresivo. Normalmente no se comprende del
todo lo que se lee por primera vez.
Lo medio-entendido entonces prepara para estudiar y comprender lo que
sigue, y el nuevo conocimiento aclara lo ya aprendido. A menudo es preciso
leer más de una vez lo mismo. Pero el resultado final suele provocar una
inesperada satisfacción.
Ánimo.
47
Cit. por PITHOD, Abelardo, Psicología y ética de la conducta, Editorial Dunken,
Buenos Aires, 2006, p. 100.
60
¿Has oído hablar del conocimiento por connaturalidad? Con
independencia de tu respuesta, te aconsejo que pongas los medios para
familiarizarte con este tema, sumamente esclarecedor respecto a lo que
estamos tratando.
61
filosofía para la teología en la actualidad», en Seminarium, núm. 3, 2000,
pp. 523-524).
62
III. ¿Definir los sentimientos?
Un nuevo impulso
¡Alerta!
Como ya te dije, existen muchas maneras de abordar un escrito, una obra
de arte, un proyecto o la misma realidad natural. Muy a menudo, no
advertimos la existencia de algo… sencillamente porque no lo
pretendemos seriamente.
Con los libros sucede algo parecido. Hay que poner la mente a trabajar
para descubrir lo que encierran. Sin esa actitud, resulta bastante fácil que
todo aquello no nos diga nada.
Por eso, antes de comenzar el presente apartado, sería bueno que
intentaras responder, sin prisas ni agobios, a estas cuestiones.
1. Análisis introductorio
63
Por una parte, no nos resulta fácil descubrir en qué consisten los
sentimientos: ni en general ni cada uno de ellos.
Un síntoma de lo más elemental y ya apuntado. Cuando una persona,
incluidos tú y yo, quiere explicar un estado afectivo relativamente
complejo —de dejadez y desgana, pongo por caso, pero también de
alegría o euforia inesperadas—, suele iniciar la conversación con una
frase del tipo: «la verdad es que no sé lo que me pasa, pero desde hace
días…».
Y algo parecido ocurre con quienes investigan de manera científica o
filosófica la vida afectiva.
Por ejemplo, Teodoro Haecker ha dedicado toda una monografía al
análisis de la afectividad48. Pues bien, conforme la estudia, uno va
advirtiendo qué complicado resulta definir los afectos, emociones o
como deseemos llamarlos. Se trata de realidades esquivas, inestables,
con perfiles poco netos, tornadizos, vaporosos...
Como contrapartida, podríamos argüir que, mal que bien, todos
sabemos a qué conmoción o trepidación del alma (o, al contrario, a qué
carencia de tono y de energía, o a qué placentera distensión y relax tras
el aguijón de una tensión molesta o de una ilusión alcanzada)
pretendemos referirnos cuando empleamos palabras como
sentimientos, emociones, pasiones, agitaciones, sacudidas,
excitaciones, subidones o bajones, estados de ánimo, etc. Vocablos
que, aunque en sí mismos no son sinónimos, solemos emplear, y así lo
haré por ahora, como prácticamente equivalentes.
Y sabemos a qué atenernos al hablar de nuestras emociones porque,
en efecto, las estamos de continuo sintiendo o experimentando. Sobre
todo, es verdad, en determinados instantes o períodos de nuestra
existencia; pero también en condiciones más normales: casi a lo largo
de todo el día, mientras permanecemos despiertos, y, a veces, incluso
en sueños, aunque no lo descubramos del todo hasta el momento de
espabilarnos… como cuando nos despertamos aterrados «sin saber por
qué».
Como explica Castilla del Pino:
Por tenues que sean los sentimientos que experimentamos, estamos
siempre bajo sus efectos. No hay relación con un objeto empírico o mental
que no dispare un sentimiento por elemental que sea, por ejemplo, de
agrado o desagrado, lo que al decir de muchos constituye el esbozo, el
rudimento de un valor acerca del objeto al que apenas si dedicamos
atención alguna. En pocas palabras: no hay no sentimiento. Siempre, claro
está, que esté activado el sistema del sujeto en lo que concierne al nivel de
vigilancia, el simple estar despierto, que hace que el organismo disponga
también de los instrumentos y funciones cognitivas. No hace falta, sin
embargo, un nivel de conciencia hipervigil. Por eso, experimentamos
sentimientos durante aquellas etapas del sueño (sueño REM) en las que se
sueña y en las que el nivel de vigilancia o de conciencia, aunque
48
HAECKER, Theodor, La metafísica del sentimiento, Rialp, Madrid, 1959.
64
descendido, es suficiente aún para permitir relaciones del sujeto con sólo
sus objetos internos49.
49
CASTILLA DEL PINO, Carlos, Teoría de los Sentimientos, Tusquets, Barcelona, 2ª
ed., 2003, p. 99.
65
emoción, afecto y estado de ánimo: que, en efecto, lo siento, lo noto o
percibo. Y por eso en ocasiones se reserva para las vivencias afectivas
que uno advierte, pero parecen no ir acompañadas de conmociones
fisiológicas o corpóreas.
Por el contrario, algunos califican como emoción a las variaciones
fisiológicas que suelen acompañar a todo sentimiento, pero justo en la
medida en que no son percibidas por el sujeto: en este contexto, una
emoción se transformaría en sentimiento en la medida y proporción en
que su sujeto la experimentara.
50
FABRO, Cornelio, Introducción al problema del hombre (la realidad del alma),
Rialp, Madrid, 1982, p. 111.
66
2. Por otro lado, muy pocas personas confundirían los
sentimientos con el conocimiento intelectual, también ahora aunque se
trate del auto-conocimiento.
Lo más característico de este, al menos en teoría y en buena parte de
los casos, es que —si se lo considera aisladamente, cosa que no debería
hacerse, pero se hace a menudo— se trata de algo frío, objetivo, que
raras veces nos excita o con-mueve.
No solo sentir-se
Concluyendo:
1. En una primera consideración, es propio del sentimiento el dar
a conocer algo del sujeto al sujeto mismo.
2. Pero, aunque resulte muy relevante, el hecho de que el
sentimiento indique siempre algo subjetivo (el modo como uno «se
siente» = «se conoce + está», «conoce cómo está»), no basta para
describirlo de manera adecuada.
La sensación de frío o calor, pongo por caso, no constituye
propiamente un sentimiento y muy pocas veces se lo considera como
tal; ni tan siquiera lo son, en su acepción más estricta, las sensaciones
de mero dolor o placer o mareo o vértigo… si es que estas percepciones
o las anteriores pudieran darse separadas52: y esto deja todavía más
claro que los límites entre simples sensaciones y sentimientos resultan
difusos, y la definición neta de unas y otros es poco menos que
imposible.
70
asimilado a lo largo de nuestra existencia: en el plano individual,
familiar, social, etc.; es justamente aquí donde se insertaría el difícil y
tan relevante discurso relativo a la educación, la cultura, la historia, el
lenguaje… en el que después me detendré.
Sentir-se vivo
54
GARCÍA-MORATO, Juan Ramón, Crecer, sentir, amar. Afectividad y corporalidad,
EUNSA, Pamplona 2002, p. 52.
55
GARCÍA-MORATO, Juan Ramón, Crecer, sentir, amar. Afectividad y corporalidad,
EUNSA, Pamplona 2002, p. 20.
71
automóvil nuevo, el valor de la vivencia es a menudo más importante que
el de uso. El sentido de la vida ya no lo proporciona el trabajo, sino la
búsqueda de experiencias agradables y la “estetización” de la vida
cotidiana. Todo debe ser más placentero, más bello y más ameno, pues
“todo lo que divierte está permitido”.
No es de sorprender que en nuestra sociedad, a la par del mercado de
trabajo, el mercado de las experiencias se haya convertido en un factor
dominante de la vida cotidiana, donde la oferta es cada vez más refinada y
la demanda más rutinaria56.
56
KÜNG, Hans, Acerca del sentido de la vida, Conferencia pronunciada en el
Congreso de Radiooncología en Baden-Baden el 18 de noviembre de 1995.
57
MALO PÉ, Antonio, Introducción a la psicología, EUNSA, Pamplona 2007, p. 36.
58
MALO PÉ, Antonio, Introducción a la psicología, EUNSA, Pamplona 2007, p. 36.
72
… los hechos anímicos de la pulsión, de la percepción del mundo, del
sentimiento y de la conducta activa no son elementos aislados, sino que
forman un conjunto que se desarrolla través de un feed-back continuo59.
Que es otro modo de referirse a la idea central que guía mi propia ex-
posición y que cabría sintetizar en dos afirmaciones complementarias:
1. La complejidad del mundo afectivo y la unidad estructurada de
la persona, por un lado.
2. Y, por otro, la inevitable y continua interrelación entre cada
uno de nosotros y todo lo que nos circunda, que provoca un constante
cambio en nuestro interior y en el entorno o, al menos, en la
significación que atribuimos a este.
1. El conocimiento.
2. Las tendencias o inclinaciones, que dan lugar a los deseos o
rechazos.
El conocimiento
Comprometido ¿con…?
60
Citado por MORRIS, Tom: cfr. nota siguiente.
75
1) La dimensión intelectual, que aspira a la verdad.
2) La dimensión estética, que aspira a la belleza.
3) La dimensión moral, que aspira a la bondad.
4) La dimensión espiritual, que aspira a la unidad.
Lo intelectual, lo estético, lo moral y lo espiritual: verdad, belleza,
bondad y unidad. Estos son los elementos que estructuran toda la vida
humana y nos proporcionan cuatro bases para la excelencia humana
sostenible. A menudo, y en nuestro detrimento, las olvidamos en el mundo
de los negocios61.
61
MORRIS, Tom, Si Aristóteles dirigiera la General Motors, Planeta, Barcelona, 2005,
pp. 33-34.
62
Cit. por MORRIS, Tom, Si Aristóteles dirigiera la General Motors, Planeta,
Barcelona, 2005, p. 108.
76
2.2. Y según se alcance o no, de manera ya definitiva, el tér-
mino al que apuntaba ese deseo.
Antes de acabar el presente epígrafe, creo imprescindible insistir en
que este modo de enfocar el asunto, aunque inevitable, resulta
excesivamente analítico: intenta aislar y definir un elemento puro, que,
de hecho, se da siempre en conjunción con otros muchos de la vida
humana.
Por eso, si nuestra pretensión fuera observar lo que efectivamente
ocurre, deberíamos actuar al contrario: partir del todo de la vida, del
complejo emocional-cognoscitivo-operativo tal como lo advertimos, para
después discernir sus componentes.
Es lo que normalmente realiza la literatura, el cine y más en general,
el arte, que por tales motivos suelen ser más eficaces que las
explicaciones teoréticas, como la que estoy desarrollando.
77
No hay que preocuparse en exceso, pues todo ello irá resultando más
inteligible conforme avancemos y, como de costumbre, volvamos sobre
lo anteriormente leído.
¿Qué son?
¿Cómo se caracterizan?
1. Multiplicidad no armónica
Que son múltiples y no siempre se encuentran en armonía.
Centrándome adrede en una esfera muy particular:
1.1. Tenemos inclinaciones a echar una mano a quienes nos
rodean, complicándonos la existencia… y a vivir una vida lo más
tranquila y regalada posible.
1.2. A mantener o mejorar la línea… y a comer en exceso o no
hacer ejercicio físico regular y continuado.
78
1.3. A pasar desapercibidos, incluso por timidez… y a ser el
perejil de todas las salsas, enfadándonos cuando no nos tienen en
cuenta o nos parece que no aprecian lo que valemos.
1.4. A multiplicar el número de nuestros amigos y conocidos…
y a aislarnos en nuestro propio mundo, donde aparentemente reina la
paz y el sosiego.
1.5. ¡Y pare usted de contar, porque el elenco sería infinito!
2. No deterministas
Que, en condiciones normales, las tendencias humanas
pueden seguirse o no, incluso aunque las experimentemos con una gran
intensidad, a diferencia de lo que sucede con los instintos, que se
imponen al animal de forma casi maquinal o automática, sin que este
pueda resistirse.
Recojo de momento un texto significativo, en espera de tratar este
asunto con más detalle. Como fruto de sus vivencias en distintos
campos de concentración y de su práctica como psiquiatra, Frankl
asegura:
Sin ninguna duda, el hombre es un ser finito y su libertad limitada. No
se trata, pues, de librarse de los condicionantes (biológicos, psíquicos,
sociológicos), sino de la libertad para adoptar una postura personal frente a
esos condicionantes. Ya lo afirmé con claridad en cierta ocasión: «Como
profesor de dos disciplinas, neurología y psiquiatría, soy plenamente
consciente de en qué medida el hombre está sujeto a las condiciones
biológicas, psicológicas y sociales. Pero además de profesor en estos dos
campos soy superviviente de otros cuatro —de concentración, se entiende
— y como tal quiero testimoniar el incalculable poder del hombre para
desafiar y luchar contra las peores circunstancias que quepa imaginar» 63.
3. Finalizadas
Que, como repetía Aristóteles, toda tendencia inclina hacia su
bien propio y en él se deleita64, aunque deba ser educada, pues, en el
hombre, lo natural es la educación… y aunque una falta de educación o
una educación incorrecta la desvíe de tal objetivo:
3.1. La vista aspira a ver (y a ver lo digno de verse), el oído a
escuchar sonidos armónicos, el gusto a paladear manjares o bebidas
exquisitas o exóticas…
3.2. El entendimiento, aunque a veces no lo parezca, a
conocer más y mejor (¡aquí sí que es imprescindible la educación!).
3.3. El apetito sexual, a unirse con una persona del sexo
complementario (más aún: con el propio cónyuge, si hemos hecho
madurar esta tendencia, humanizándola, de manera análoga a como
actuamos con las restantes; sé que no es lo que algunos querrían leer,
63
FRANKL, Viktor, El hombre en busca de sentido, Herder, Barcelona, 2004, p. 149.
64
Cfr. ARISTÓTELES, Ética a Nicómaco, 1094a 2-3: «El bien es lo que todos
apetecen».
79
pero no sería honrado —justamente con ellos— si callara lo que, tras
muchas horas de reflexión y vida vivida, es en mí una convicción
arraigada).
3.4. Y asimismo existen, entre otras muchas, inclinaciones a la
comodidad, a gozar de la temperatura adecuada, a moverse o
descansar, a buscar la horizontal, a relajarse cuando nuestros músculos
soportan una tensión excesiva…: es decir, a lo que, en principio, sería el
bien-estar físico.
4. Estructuradas
A todo lo cual es imprescindible añadir que, como medio he
sugerido, el hombre no actúa determinado por sus instintos, sino que
en él intervienen otros factores, que de manera genérica, podemos
llamar formación o carencia de ella. Y, por tanto, que el bien a que me
vengo refiriendo puede ser:
4.1. Incluso para la misma tendencia particular, un bien real o
solo aparente.
4.2. Y, para el conjunto de la persona: global o enterizo, por
cuanto, en efecto, mejora al individuo en su totalidad; o parcial, porque
no perfecciona al ser humano en cuanto tal, sino solo de un aspecto u
otro.
Es decir, porque no conviene a la totalidad de la persona, aunque el
apetito concreto quede a gusto y disfrute: pongamos el ejemplo sencillo
del alcohol, del exceso de azúcar o de sal, de condimentos, etc.
4.3. Como es obvio, en cualquiera de estos dos últimos casos,
si atendemos al progreso radical de la persona como persona, el bien
solo parcial o aparente puede en definitiva ser un mal respecto al bien
real o al global y superior: al de la persona en cuanto tal, en cuanto
persona.
1. La «pura» tendencia
Con las tendencias sucede algo muy parecido a lo de aquella
potencia que, quien más quien menos, estudiamos al cursar filosofía,
80
cuando nos hablaron de Aristóteles y —¡cómo no!— de «la potencia y el
acto».
Muy probablemente, las explicaciones de entonces nos llevaron a
pensar que la potencia resulta suprimida cuando adviene o se ejerce el
acto: así solemos o solíamos entender que lo que estaba en potencia
pasa a estar en acto.
Pero no. La potencia no es eliminada cuando pasa al acto
correspondiente, sino que permanece como potencia, pero actualizada
(no puedo detenerme a explicarlo, pero confío en que se comprenda
con los ejemplos que aduciré de inmediato).
En este caso, como también en el de la inclinación o aspiración, el
malentendido surge por poner un excesivo énfasis y fijar nuestra
atención exclusivamente en el movimiento… que es, en efecto, donde
más clara se ve la distinción entre potencia y acto, pero no la única ni
mejor situación donde acto y potencia conviven y se complementan ni,
por consiguiente, donde se advierte de modo más ajustado la
naturaleza respectiva de una y otro.
1.1. Como acabo de decir, suele definirse el movimiento como
paso de la potencia al acto. Y con ello se da la impresión que
comentaba: que el acto sustituye a la potencia.
1.2. Pero en realidad, moverse —en el sentido indicado— es la
transición del estar solo en potencia a estar en acto: es decir, de
potencia sin acto que la actualice a potencia actualizada por el acto que
le es propio.
La potencia, por tanto, sigue ahí, pero con su acto: no es
reemplazada por él, sino solo actualizada o ejercida.
2. La tendencia ya cumplida
Pues algo similar ocurre con las tendencias que están en la base
de los sentimientos: que no son suprimidas cuando alcanzan el bien al
que están inclinadas. Más bien se actualizan, y permanecen en ese
estado: el de actualizadas o, en este caso, colmadas o satisfechas.
2.1. Por el contrario, podría decirse que la tendencia o
inclinación se ha esfumado cuando, si esto ocurriere, se acabara el gozo
derivado de la adquisición y posesión de su bien propio.
Así lo afirma Garrido:
La inclinación o propensión del apetito es tal, que no se agota en tender
a la busca del bien ausente, sino que incluye el gozo y el descanso en la
posesión del bien presente. Apetecer es tanto desear lo que no se tiene
como gozar de lo que se tiene. Para que la apetencia se extinga no basta
81
que se haya extinguido el deseo; tiene que extinguirse también el placer,
que es como su corona. Si es verdad que el término “apetito” alude por
antonomasia al primero de estos dos momentos, el de inquietud y deseo,
no menos cierto es que no excluye al segundo, el de fruición y sosiego, ya
que el objeto sobre el que versa en ambos casos, el bien, es el mismo
siempre65.
¿Difícil de captar?
2.2. Tal vez un par de ejemplos aclare lo que hasta aquí
pudiera haber sonado un tanto abstruso.
Pero antes conviene darse cuenta de que potencia es tanto como
capacidad real de…, como poder realmente…
2.2.1. Entendido esto, nadie en su sano juicio diría que un
coche tiene capacidad o potencia de alcanzar los 300 km. por hora, si,
al probarlo en las condiciones adecuadas y por un conductor con pericia,
que sabe hacerlo rendir a tope, el coche no pasa de los 220.
Pero tampoco, y es lo que pretendo ahora subrayar, que el auto-
móvil deja de tener esa capacidad justo cuando alcanza o supera los
300 por hora: más bien es entonces cuando podemos estar seguros de
que tenía (¡de que tiene!) esa potencia.
2.2.2. Acudiendo a otro supuesto: resulta bastante obvio
que nadie vería en acto si en ese preciso instante, por desvanecerse la
potencia o capacidad de ver, no pudiera ver. El que esté viendo es la
prueba más clara de que puede ver, de que tiene capacidad o potencia
real para ello.
Esa potencia la posee también cuando cierra los ojos o se
encuentra a oscuras; pero sería absurdo afirmar que la pierde (que ya
no puede ver) justo cuando está viendo de nuevo, al abrir los ojos o
encender la luz.
A oscuras, la potencia está sin actualizar: puede ver, pero no ve;
con luz, sigue la potencia o posibilidad de ver, pero actualizada: hasta
tal punto puede ver… que, de hecho, está haciendo lo que puede hacer:
está viendo. No me parece muy difícil de entender y admitir.
65
GARRIDO, Manuel, Estudio crítico a, HAECKER, Theodor, La metafísica del
sentimiento, Rialp, Madrid, 1959, pp. 44-45.
82
haber sido suprimida, bien porque una inclinación opuesta y más fuerte
la ahoga— es que el sujeto en cuestión ya no goza con el bien poseído:
aquello deja de gustarle.
Por el contrario, mientras disfrute con lo que he alcanzado, está claro
que mi tendencia a aquello sigue presente, aunque satisfecha o hecha
plena: actualizada.
Es sencillo entender que, si en el momento en que ya conquisto lo
que ando largo tiempo persiguiendo —un título universitario, un trabajo,
un vino de marca, casarme con la persona a la que amo…—,
desapareciera la inclinación a tenerlo o a convivir con esa persona,
¿cómo podría disfrutar de lo obtenido? ¿Puede alguien gozarse en lo que
ya no quiere, le atrae o apetece, justo porque lo posee?
Cierto que esto ocurre a veces, y tal vez más en el mundo
contemporáneo. Pero solo indica que demasiado a menudo ponemos
grandes ilusiones en realidades incapaces de colmarlas. En tales
circunstancias sí que es posible e incluso inevitable que, al conquistar lo
que deseaba, pierda las ganas de tenerlo y la ilusión y el gozo por
haberlo conseguido: que me des-ilusione.
¿Luego…? Luego el problema es que estaba buscando llenar mis
ansias de bien y de felicidad, como suele decirse de forma un tanto
ambigua, con algo que, por no ser lo bastante bueno, no puede
colmarlas. Y de ahí que, hoy día, como antes apunté, existan tantas
personas perpetuamente insatisfechas, que, desengañadas con las
anteriores, buscan de continuo nuevas emociones, vivencias,
sensaciones…
No cuesta demasiado intuir cuánto tiene que ver todo esto con la
felicidad y sus aledaños66.
66
Cfr. MELENDO, Tomás, Felicidad y autoestima, EIUNSA, Madrid, 2ª ed., 2007.
83
ideas generales que los filósofos llaman “trascendentales” o “cualidades
universales”.
La inclinación primera, en el origen de todo acto humano, es la
inclinación al bien, una aspiración que […] es inseparable de la atracción de
la felicidad. […] Reúne las demás inclinaciones en un haz dinámico.
Bajo la égida de la aspiración al bien, viene en primer lugar la inclinación
a la conservación del ser, tan fundamental como la misma existencia. Se
manifiesta en la idea y la experiencia del ser, en el sentido de lo real. Nos
pone en comunión con todos los seres.
El hombre es un ser vivo y tiene la facultad de transmitir la vida por
medio del ejercicio de la sexualidad. El género humano está dividido en
varones y mujeres —una distinción de géneros expresada a través de las
ideas y del lenguaje—, llamados a la generación y a la educación. En este
sentido somos semejantes a todos los seres vivos de la tierra.
La cuarta inclinación es profundamente espiritual: consiste en la
aspiración a la verdad que se manifiesta en la idea y en el conocimiento de
la verdad como el objeto propio y la luz de la inteligencia en sus funciones
teórica y práctica. […]
Por último, el hombre posee una inclinación natural a la vida en
sociedad que procede del sentido del otro, constitutivo de nuestro ser
personal junto al sentido del bien. Da paso al deseo de la comunicación y
de la comunión, y se manifiesta a través del lenguaje 67.
Mi propuesta provisional:
1. Resumiendo lo más posible y acudiendo al sentir general,
cabría decir que el conjunto de las tendencias humanas aspiran en
última instancia a un mismo fin, que llamamos felicidad o vida lograda y
que incluye otros muchos sub-objetivos o bienes intermedios.
2. A esto habría que añadir una observación ya conocida, pero
de enorme relevancia para la correcta comprensión de la afectividad y
de la persona humana. Y es que la tendencia más perfecta que hay en
cualquier persona, también en el varón o mujer, pero justo en cuanto
persona, es la propensión a amar: a comunicar libremente el bien que
posee (en el fondo, uno mismo, lo mejor de sí), y no a conseguir aquel
del que se carece, que es siempre signo de imperfección.
La grandeza de la persona
Y agrega:
68
ROUGEMONT, Denis de, El amor y occidente, Kairós, Barcelona, 4ª ed., 1986, p.
59.
69
POLO, Leonardo, «Tener y dar», en AA.VV., Estudios sobre la Encíclica «Laborem
exercens», BAC, Madrid, 1987, p. 223.
85
Dice Tomás de Aquino que, más o menos, todos los filósofos
vislumbraron que Dios es Logos, pero que Dios es Amor no lo vislumbró
ninguno. Es claro que si la voluntad es tendencia y deseo solamente, no
cabe ponerla en Dios (un dios deseante es una noción mítica o una ilusión
gnóstica aberrante), porque de ello se sigue que Dios es imperfecto, y un
dios imperfecto es una contradicción70.
Tranquilidad.
El conocimiento humano es difícil de lograr. Normalmente no se comprende
del todo lo que se lee por primera vez. Lo medio-entendido entonces prepara
para estudiar lo que sigue, y el nuevo conocimiento aclara lo ya aprendido. A
menudo es preciso ir y venir, leer más de una vez lo mismo. Pero el resultado
final provoca una satisfacción a menudo insospechada.
Ánimo.
70
POLO, Leonardo, «Tener y dar», en AA.VV., Estudios sobre la Encíclica «Laborem
exercens», BAC, Madrid, 1987, p. 224.
86
De nuevo está vigente la ley de que «conforme mayores sean las
vacilaciones o lagunas que pretendas colmar, mucho más hondo y
amplio será el conocimiento que obtengas».
En concreto, y con el fin de ayudarte, te propondría tres tareas:
1. Que definas o, al menos, describas
pormenorizadamente lo que es una emoción o sentimiento.
2. Que expongas el papel que en ellos tiene el
conocimiento.
3. Que dejes también constancia de la función de
las tendencias.
Por fin, te aconsejo que juguetees un poco con lo que vas sabiendo,
procurando, por ejemplo, hacer combinaciones entre un modo de
conocer (el recuerdo, la imaginación, el conocimiento intelectual…) y
una u otra tendencia (impulsos más bien físicos —comida, bebida—,
psíquicos —a la compañía, pongo por caso— y propiamente espirituales:
afán de saber, de amar y entregarte)… y todo lo que se te ocurra.
En particular, y si te sientes con fuerzas, te agradecería que
respondieras a este interrogante: ¿piensas que la afectividad humana —
lo que tú sientes— puede realmente explicarse con el juego de
conocimiento y tendencias, tal como lo he hecho hasta ahora, o
consideras que este modo de plantear la cuestión es insuficiente o deja
demasiados cabos sueltos?
En el segundo caso, ¿qué otra vía se te ocurre, bien porque la hayas
leído u oído, bien porque, al reflexionar sobre la cuestión, te haya
venido a la mente?
87
IV. ¿Clasificar los sentimientos?
¡Alerta!
Como ya te dije, a veces no advertimos ciertas propiedades de una
persona, animal o cosa… sencillamente porque no las buscamos.
Y lo mismo con los libros. Es preciso poner la mente en vibración para
hallar lo que pueden mostrarnos.
Por eso, antes de comenzar el presente apartado, te sugiero que actives
las neuronas y reflexiones sobre el contenido de estas preguntas.
Sería estupendo que, por tu cuenta, con lo que recuerdes de tus
lecturas pasadas y con lo que llevamos visto y, sobre todo, apelando a
tu experiencia, intentaras distinguir entre diversos tipos de sentimientos
o emociones
Si te has animado y has hecho lo que te propongo, no te será difícil,
ahora, agrupar las emociones que consideres más semejantes entre sí,
lo mismo que separar las que no se parezcan en absoluto.
También podrías establecer un nexo entre las que vas
descubriendo. Por ejemplo —en la teoría y en la vida—, ver qué
emociones se derivan de otras y no pueden darse sin ellas y, al
contrario, cuáles parecen ser los sentimientos primarios, los que no
suponen sentimientos previos y sirven de base o fundamento para otras
emociones derivadas de ellos.
Asimismo, puedes esforzarte por descubrir qué género de
emociones son las más frecuentes: en tu caso, y por lo que conoces de
otras personas. Si te ayuda, acude a un Diccionario de sinónimos o
algún libro de ese estilo, y ve pasando palabras que te evoquen
sentimientos: alegría, tristeza, desgana, ilusión, entusiasmo, gozo…
Procura realizar lo que te comentaba en los puntos anteriores —
distinguir, clasificar, relacionar— con lo que vayas descubriendo.
Perdona que te repita que cuanto más activa sea tu búsqueda del
conocimiento, mucho más provechosa y cargada de frutos resultará la
lectura.
1. Primer ensayo
Planteamiento
88
Siguiendo la tónica general del escrito, en el que pretendo conjugar
la claridad y sencillez de exposición con el rigor suficiente para que la
verdad no quede muy disminuida o falsificada, ofrezco a continuación
un primer avance de los tipos básicos de sentimientos que suelen darse
en el ser humano.
Y hablo de tipos básicos porque, como comenta Castilla del Pino,
… el repertorio de sentimientos de un sujeto adulto no puede
determinarse por simple enumeración (sería interminable), sino según
clases, géneros o módulos71.
71
CASTILLA DEL PINO, Carlos, Teoría de los Sentimientos, Tusquets, Barcelona, 2ª
ed., 2003, p. 45.
72
LERSCH, Philip, La estructura de la personalidad, Scientia, Barcelona, 1971, pp.
28-29. Cfr. pp. 28-31.
89
de las estructuras e instituciones propias de la cultura en que está
desplegando su existencia.
A este respecto, te transmito unas expresiones curiosas y eficaces de
Gadda, dedicadas especialmente a los de ciencias:
No existe una causa, sino [múltiples] causas; no un sistema, sino
[múltiples] sistemas; no una gens de relaciones, sino gentes y familiae
infinitas […] [el hombre] no constituye un único tema, no desciende de un
solo antepasado, sino de 2, 22, 23, 24, 28, etcétera antepasados, y de 1000,
10002, 10003 relaciones o sistemas de relaciones. Y el “sentimiento” y la
sensación de placer o dolor sintetiza la infinita suma de estos subsistemas
de relaciones73.
Amor-deseo
73
GADDA, Carlo Emilio, Meditazione milanese, Einaudi, Torino, 1974, p. 238.
74
SCHELER, Max, Ordo amoris, Caparrós Ed., Madrid, 1996, pp. 44-45.
90
1. Repito que empleo ahora el vocablo amor con un significado
excesivamente amplio, casi equívoco, para referirme a cualquier tensión
hacia un bien, a la inclinación o tendencia que nos lleva a aprobar y a
poseer o gozar y a difundir, de la forma en que fuere, algo que
consideramos bueno y, por consiguiente, a evitar o a eliminar lo que se
opone a ese bien concreto o a cualquier otro bien ya poseído.
Desde este punto de vista, lo que impide un bien, en cualquiera de
las formas señaladas, tendría razón de mal.
2. Adoptando tal perspectiva, y para evitar los equívocos
derivados de la ambigüedad del término amor, tal vez convenga
denominar este impulso primordial con el vocablo aspiración o con
alguno de sus sinónimos: anhelo, afán, apetencia… a la consecución o
logro de algo o a la realización de cierta actividad, entre las que no se
excluyen, sino muy al contrario, las más propias de las personas: las
que le llevan a dar y darse.
No obstante, en lo que resta de capítulo, y para no dificultar
excesivamente la exposición, hablaré de posesión o logro o términos
similares, que más bien sugieren carencia que abundancia. Hago notar,
sin embargo, que la sobreexcedencia propia de la persona humana
origina también deseos, en el sentido habitual de este vocablo, por
cuanto entre la inclinación a dar y darse y la donación efectiva media
una distancia análoga a la que existe entre la carencia y la posesión de
algo.
91
2.3. Y, como antes apunté, a lo largo de cualquier proceso que
se extienda en el tiempo, la tonalidad afectiva irá variando a tenor de la
confianza o esperanza de lograr o no el objetivo deseado.
Los ejemplos pueden multiplicarse. Desde los más sencillos, como los
que se refieren a la comida o la bebida, pasando por otros de más
calado, como la persecución de un puesto de trabajo, o, en un ámbito
relativamente diverso, casarse con el ser querido, concebir y dar a luz a
un hijo, ayudarlo a crecer, tratar con los amigos, y un dilatado y
múltiple etcétera.
El «mecanismo» básico-básico
92
Ateniéndonos a lo que de hecho ocurre, podríamos ya apuntar que
realmente se trata de solo dos sentimientos (deseo y gozo) y de algo
común a ambos, la aspiración… que prácticamente nunca puede
encontrarse aislada, sino siempre según una de las dos modalidades
anteriores.
Con otras palabras: la aspiración sin más —ni sin cumplir ni cumplida
— es solo una abstracción, y por eso no debe enumerarse entre los
sentimientos primarios reales.
Lo que efectivamente existe es:
1. La inclinación sin haber alcanzado su objetivo, a la que
llamamos deseo.
2. Esa misma aspiración, ya colmada, que denominamos gozo
(algunos restringen el uso de gozo —gaudium— para el deleite
espiritual más pleno)… y todos los estados intermedios o combinación
de ambos extremos75.
94
El obstáculo que nos impide alcanzar un bien se
transforma, por ese mismo motivo, en un mal
Sentimientos derivados
76
BOSSUET, Tratado del conocimiento de Dios y de sí mismo, c. I. Cit. por SCHELER,
Max, Ordo amoris, Caparrós Ed., Madrid, 1996, pp. 67.
95
dicho inmemorial, cuando la madre ha dado a luz, la presencia del niño
le hace olvidar las molestias y dolores del embarazo y del parto.
(Esas molestias pueden perdurar en el recuerdo, aunque parece que
no es muy común, y de ahí el famoso fragmento de Manrique que
sostiene «cómo, a nuestro parecer, cualquier tiempo pasado fue
mejor». En realidad, hoy día da la impresión de todo lo contrario:
especialmente a partir de cierta edad, bastantes personas se empeñan
en recordar y resaltar tan solo lo negativo de su vida; aunque la causa
es más profunda, puede decirse que no han aprendido a percibir cuanto
de maravilloso ofrece la vida a quien sabe apreciarlo).
1. En todo caso, si el bien ausente nos parece posible de lograr,
aun en medio de las dificultades, surge un sentimiento de esperanza,
con todas las emociones que suelen enriquecerla.
2. Al contrario, si se nos presenta como imposible, da origen a la
desesperanza o, si esta es muy fuerte, a la desesperación.
La consecución de un título universitario o de un máster, que la
mayoría de los jóvenes actuales consideran como algo positivo, por
cuanto en principio les abrirá un más fácil acceso al mundo laboral y a
la remuneración que lleva unida, se presenta de ordinario difícil de
conseguir, aunque no fuera más que por la necesidad de mantener el
esfuerzo continuado de la presencia más o menos activa en la
Universidad durante cuatro, cinco o más años, en el primer caso, y
durante uno o dos, por lo normal con alto costo económico, en el
segundo.
De todos modos, a la mayoría de las personas, la conquista de esos
títulos se les antoja posible: en consecuencia, inician la carrera o el
máster con la esperanza de llevarlos a cumplimiento; y mientras esa
esperanza siga viva, los problemas que vayan surgiendo resultarán
relativamente fáciles de sobrellevar.
Por el contrario, si a medida que avanzan los meses o incluso los
años, uno fuera descubriendo que las materias que debe aprobar son
inasequibles para su aptitud intelectual o su capacidad de esfuerzo, o
que el tiempo que puede consagrar al estudio es excesivamente escaso,
le irá embargando un sentimiento de desesperanza, que se
transformará en desesperación en la proporción exacta en que la meta
se vaya mostrando más lejana o imposible y el chico o la joven tuvieran
más necesidad de lograr esos títulos.
Y algo similar puede decirse de otras actividades más arduas y
duraderas, como adquirir la capacidad de sonreír habitualmente incluso
a quien nos ofende; la de escuchar con paciencia y atención a quien lo
solicita, estar pendiente de lo que necesitan quienes nos rodean, vencer
la propia pereza, y un extenso y múltiple etcétera, en el que cuaja la
grandeza humana de cualquier varón o mujer.
96
Ante un bien ausente, los sentimientos posibles son, pues, dos: la es-
peranza y la desesperación… que vienen a sumarse a los seis
sentimientos ya conocidos: aspiración, deseo y gozo; rechazo, aversión
y tristeza; o, si apelamos a la reducción que he esbozado teniendo en
cuenta la situación real, se añadirían a los cuatro sentimientos
enumerados: deseo y gozo, aversión y tristeza.
A modo de «corchetes»
97
1. No es lógico, aunque sí bastante habitual y comprensible,
que compliquemos el presente amontonando en él el pasado y el futuro.
El mal que hoy nos aqueja se ve entonces incrementado por:
1.1. Los pesares pretéritos, que no podemos hacer que no
hayan sucedido, pero de los que deberíamos habernos liberado… y tal
vez solo persisten por nuestro empeño en rememorarlos.
1.2. Y por los futuros, que en realidad ni siquiera sabemos si
llegarán a cobrar vida y, en cualquier caso, ahora no tienen por qué
afectarnos. No los podemos superar, porque sencillamente no existen y
porque no tenemos —¡en el presente!— los medios para vencerlos: ¿có-
mo derrotar a lo que aún no existe y tal vez nunca existirá? Ni, menos
aún, ahora nos producirán el más mínimo perjuicio… si no cedemos a la
tentación de adelantarlos.
1.3. Y, en este sentido, es signo de honda sabiduría vivir só-
lo el-y-en-el presente.
2. A veces, la solución para nuestros problemas consiste
simplemente en tener paciencia y esperar que el tiempo pase, ya que
ineluctablemente lo hace.
Por eso, una magnífica terapia ante el miedo consiste en no anticipar
los problemas ni intentar resolverlos antes de que surjan; porque, en el
caso de que más tarde lleguen a presentarse, será entonces —nunca
antes— cuando podremos darle solución.
De ahí que a veces se diga, y no es una salida de tono, que los
peores problemas son los que… nunca llegan a existir: los que nos
imaginamos y anticipamos.
Un paso más, en el mismo sentido, lo aconsejan estas palabras de Pi-
thod, en las que late la mejor receta humana contra la mayoría de
nuestros males: el buen humor de quien sabe no tomarse a sí mismo
demasiado en serio.
Le transmito mi convicción: No luche con sus fantasmas, ignórelos. A
fuerza de no buscar ser feliz, de no querer disfrutar como las personas
normales de los buenos momentos, a fuerza de oponer todo su poder de
resistencia, podrá colocarse por encima de sus miedos, obsesiones y
fobias, aunque persistan, y ser Ud. mismo extraño a tan fieros vecinos. Si
le aterroriza hablar en público, ofrézcase para hacerlo; si teme que Ud.
será el único en la fiesta que no gozará de ella, concurra, se sentirá mejor
si no antes al menos durante y después, y quizá logre aparecer animado,
cosa que le hará bien a Ud. y a los otros. Riendo exteriormente uno
combate la tristeza, llorando se terminará sintiendo dolor. Mate sus
fantasmas con el humor. Aprenda chistes, dígalos, bromee, póngase en
ridículo (solo le pasará alguna vez y verá que no es tan terrible). En fin,
ríase de sí mismo 77.]
77
PITHOD, Abelardo, Psicología y ética de la conducta, Editorial Dunken, Buenos
Aires, 2006, p. 101.
98
Es muy oportuno no anticipar los problemas ni intentar
resolverlos antes de que surjan
Resumen
Addenda
99
Y con un añadido clave:
Si queremos hacernos mínimamente cargo de la variedad sin fin de
nuestros sentimientos —que enseguida abordaré—, habría que aplicar
todo lo visto y todo cuanto a partir de este momento se estudie a cada
uno de los apetitos o afanes particulares-y-concretos que pueden surgir
en nuestra vida, tanto en los dominios sensibles como psíquicos y
propiamente espirituales, como, sobre todo, en la conjunción de las tres
esferas.
1. Particulares: referir todo lo enunciado no tanto al afán de
comer, sino al de probar alimentos dulces o salados, fuertes o
delicados, enjundiosos o magros…; al deseo de bebidas alcohólicas o
no, frescas o del tiempo, con o sin gas…; al anhelo de saber puro (o
teorético) o al de conocer las aplicaciones prácticas de una doctrina; a
la decisión de superar cada uno de nuestros defectos o de alcanzar esta
o esa o aquella otra particular virtud…
2. Y concretos (según la etimología al uso, con-creto provendría
de quasi congregatum, como fruto de la unión de distintos elementos):
referirlo no exclusivamente al deseo de probar un particular alimento
para saciar el hambre o gozar sensiblemente de su gusto, sino para
conocer en su acepción más honda una de las manifestaciones
características de determinada cultura (su gastronomía, en la que a
menudo cristaliza la historia y las circunstancias de un pueblo); ni
tampoco a la contemplación de un monumento arcaico por el placer
estético que nos produce y recrearnos en la armonía del cosmos y de
las labores humanas, sino, de nuevo, para saber, además-y-en-unión-
con-ello, cómo trabajaban las personas de aquellos tiempos y lo que así
pueda inferirse respecto al modo de organizarse…
Y así hasta el agotamiento… si es que ese agotamiento no se ha
hecho ya presente, ¡con harto dolor de mi corazón!
Ampliando el panorama
Sentimientos complejos…
78
LERSCH, Philip, La estructura de la personalidad, Scientia, Barcelona 1971, p. 256.
79
GADDA, Carlo Emilio, Meditazione milanese, Einuadi, Torino, 1974, p. 238.
103
Para añadir:
Con otras palabras, a la persona humana (que nosotros estudiamos de
forma abstracta…) le corresponden múltiples tensiones o impulsos y el
sentimiento no puede referirse a un único tender o impulso, sino a una
suma de ellos80.
80
GADDA, Carlo Emilio, Meditazione milanese, Einuadi, Torino, 1974, p. 238.
81
SCHELER, Max, Ordo amoris, Caparrós Ed., Madrid, 1996, pp. 67-69.
104
El odio es tan solo una reacción contra alguna forma de amor falso. No
es cierto lo que tantas veces se dice a modo de refrán: el que no puede
odiar tampoco puede amar. Lo exacto es más bien lo contrario: el que no
puede amar no puede odiar82.
Y en nota:
Aunque pocas veces seamos conscientes de ello, la necesidad más
profunda del hombre es sin duda la de entregarse84.
82
SCHELER, Max, Ordo amoris, Caparrós Ed., Madrid, 1996, pp. 67-69.
83
PHILIPPE, Jacques, La libertad interior, Rialp, Madrid 3ª ed., 2004, p. 122.
84
PHILIPPE, Jacques, La libertad interior, Rialp, Madrid 3ª ed., 2004, p. 122, nota 15.
105
Solo si nos sentimos impulsados a lograr algo, podremos después,
según un orden de naturaleza, calibrar si nuestras fuerzas son o no las
adecuadas para superar los males que se oponen a ella y, como
consecuencia, en la segunda circunstancia, en que el temor sobrenada
por encima de cualquier otra consideración, caer en la desesperanza.
Una ilustración. El hijo de cirujanos famosos, después de mucho
tiempo de convivir con ellos, podrá sentirse impelido a realizar la
carrera de medicina (aspiración), y comenzarla de hecho. Pero los seis
años de estudios iniciales, más los otros muchos de especialización y de
práctica y los exámenes correspondientes, junto con una aprensión
invencible ante la presencia de la sangre descubierta en un momento
concreto (temor-repugnancia), pueden hacer que, al cabo de tantos
meses de esfuerzo, se rinda a la desesperanza, convencido de que
jamás podrá superar los obstáculos que se interponen entre él y su
deseo.
Por tanto, ningún sentimiento, ni siquiera los calificados como
fundamentales, se encuentra en estado puro: siempre lo vemos ligado a
otros, de signo similar o contrario, de la misma línea —volviendo al
socorrido esquema— o de otra anterior o posterior.
Pero es que, según comenta Lersch y habría que agregar a nuestras
propias observaciones,
… además de estos complejos emocionales, existen también los que el
lenguaje corriente designa como “sentimientos mixtos”85.
85
LERSCH, Philip, La estructura de la personalidad, Scientia, Barcelona 1971, p. 256.
86
LERSCH, Philip, La estructura de la personalidad, Scientia, Barcelona 1971, p. 256.
106
Como cabe imaginar, el número y la variedad de combinaciones que
así cabría obtener solo puede ser superado... por la vida misma.
Y debe tenerse en cuenta que todavía no he traído a colación otros
muchos factores que influyen en el estado de ánimo, crónico o agudo,
que una persona presenta en una temporada o en un momento
concreto.
¡Alerta!
(Se trata, justo, de seguir avanzando hasta el final de esta parte).
Y, asimismo, existen muchas maneras de leer o estudiar lo que te
propongo. También en estos pasos podrían pasarte desapercibidos ciertos
detalles…, sencillamente porque ya estás un poco-bastante harto.
Por eso te anuncio que, con este último y breve apartado, concluyo lo que
podría denominarse el ascenso cognoscitivo a la afectividad.
Inmediatamente después, con el bagaje conquistado, podremos divisar,
desde la cumbre, el paraje de la vida afectiva, y descubrir algunas de las
claves para hacer el mejor uso de ella.
107
En concreto, en las páginas que siguen esbozaré algo bastante
obvio, pero sobre lo que vale la pena llamar la atención al menos una
vez en la vida, pues facilita enormemente la comprensión de los
distintos tipos de emociones y afectos, así como los comportamientos
que con ellos se relacionan. A saber:
1. Que los sentimientos varían a lo largo de cualquier itinerario
en busca de un objetivo o en una etapa de crecimiento.
2. Y que cabe establecer una clasificación de las emociones
teniendo en cuenta, precisamente, su relación con el tiempo.
Resumiendo de nuevo en cuatro trazos la génesis de cualquier afecto
humano, habría que comenzar por decir que en su base se encuentran
los distintos apetitos o tendencias, aislados o, con más frecuencia o casi
siempre, en conjunción y mutua interdependencia. Y que es
precisamente la variación en esas tendencias o inclinaciones, así como
la actividad o actividades que desencadenan, lo que provoca los afectos
y emociones en sus muy distintas modalidades.
Expongo, pues, casi como esquema:
1. Sentimientos antecedentes
En primer término, con la captación o la anticipación pensada,
recordada o imaginada de un concreto bien, se despierta la
correspondencia tendencia, originando o, al menos, incoando un deseo.
Semejante deseo adquiere configuraciones propias, a tenor de su
objetivo: desde el hambre, pasando por el ejercicio de la sexualidad,
hasta el afán de ayudar al prójimo, de plasmar artísticamente una idea
o una emoción, de comprender mejor un aspecto de la vida o del
mundo que nos rodea, de hacer del conjunto de nuestra existencia algo
de provecho, que merece la pena ser vivido…
La percepción de ese deseo, incluso solo iniciado, constituye ya un
sentimiento, al menos en germen. Uno advierte que algo está pasando
en él, aunque a veces sea simplemente a modo de inquietud no definida
(in-quietud = no reposo = algo pasa, se mueve en mí).
Podríamos denominarlo sentimiento o emoción antecedente…
respecto a la actividad a la que por lo común dará origen o a la que
inclina, al menos de manera implícita o incoada.
2. Sentimientos concomitantes
Llegados aquí, y de forma más o menos consciente, la persona
en cuestión decide proseguir o no ese impulso, con las mil posibilidades
emotivas que se encuentran aparejadas a todo ello.
En efecto, a partir de este instante sus sentimientos irán variando,
por ejemplo:
108
2.1. Conforme se advierta o no capacitado para salir airoso de
la empresa, en función de las experiencias anteriores o simplemente del
modo cómo en este preciso instante calibre sus fuerzas.
Si se ve impotente para enfrentarse con el problema, podría
experimentar una sensación:
2.2. De nostalgia ante el recuerdo de situaciones similares, en
las que resultó triunfante, acompañada por la serena aceptación de la
incapacidad para superar ahora la prueba… o por la rebelión ante
semejante impotencia.
2.3. De ambición altruista o centrada en sí mismo.
2.4. De espíritu de servicio, de revancha…
Todos estos sentimientos o emociones acompañan al proceso entero
de consecución del objetivo (o al recuerdo de la renuncia a llevarlo a
cabo, mientras permanezca en la memoria), y va adquiriendo
irisaciones, intensidades y modalidades muy diversas en el desarrollo,
más o menos dilatado, del conjunto de actividades, también en función
de los resultados que se vayan obteniendo, del cansancio o la
satisfacción personales, etcétera.
Cabría calificarlos —decía— como sentimientos concomitantes.
109
En cierto modo, las emociones o estados de ánimo subsiguientes son
los más decisivos en la vida de un ser humano; y, en particular, los que
más mueven a las personas a obrar de un modo u otro o a no actuar en
absoluto. Por experiencia, cada quien va sabiendo lo que muy
probablemente experimentará según responda o no a la inclinación
inicial que se ha desencadenado; y el deseo o el rechazo de ese estado
terminal, según que le haga sentirse bien o mal, lleva con frecuencia a
comportarse de un modo u otro.
110
desgracia porque […] da continuidad a un contrasentido en vez de
afrontarlo con sensatez87.
Y añade:
El hombre, la humanidad, no puede vivir sin una orientación hacia unos
ideales, pero esto es precisamente lo que crea tensión. Hay que poder
luchar, hay que poder esperar, es decir, se hace necesaria una tolerancia
de la frustración y esa tolerancia debe ser educada. Pero la educación
actual, preocupada ante todo por minimizar la tensión, hace que uno se
acostumbre directamente a una intolerancia de la frustración, una especie
de, si se me permite, debilidad inmunológica de la psique 88.
5. Los «metasentimientos»
¿Y encima… esto?
87
LUKAS, Elisabeth, Libertad e identidad. Logoterapia y problemas de adicción,
Paidós, Barcelona, 2005, pp. 81-82.
88
LUKAS, Elisabeth, Paz vital, plenitud y placer de vivir, Paidós, Barcelona, 2001, p.
37.
111
autodespreciamos por haber experimentado ese júbilo; y aún más, nos
perturba su necesidad de ocultación, el que hayamos de mentir negando
haberlo vivido89.
¿Por qué?
89
CASTILLA DEL PINO, Carlos, Teoría de los Sentimientos, Tusquets, Barcelona, 2ª
ed., 2003, p. 108.
90
Cfr. CASTILLA DEL PINO, Carlos, Teoría de los Sentimientos, Tusquets, Barcelona,
2ª ed., 2003, pp. 31-32.
91
Cfr. CASTILLA DEL PINO, Carlos, Teoría de los Sentimientos, Tusquets, Barcelona,
2ª ed., 2003, p. 32.
112
Y añade:
El metasentimiento (no en balde surge tras la experiencia emocional
reprobable) aparece como un mecanismo autorregulador, preventivo de un
«error» en el sistema que impide su funcionamiento correcto. Pensemos en
casos en los cuales se da un sentimiento de culpa ante un hecho cometido
e insubsanable, por ejemplo, con un padre fallecido. La culpa, entonces, es
un metasentimiento capaz de precaverle de que situaciones semejantes se
reiteren, sin la pretensión de recuperar una vinculación con el objeto ya
desaparecido y por tanto imposible. La anormalidad de los
metasentimientos estriba en que no sólo no sirven para función que
debieran sino que perpetúan el problema con un bucle vicioso. El sujeto,
prendido en la relación circular con ese objeto, queda impedido para el
logro de otras vinculaciones. Ejemplo de ello lo tenemos en la fobia. La
fobia es un miedo ante un objeto. La relación con el objeto tiene,
efectivamente, unas probabilidades de riesgo. El miedo convierte al objeto
en un peligro cierto, porque en el fóbico no se trata ya del miedo al objeto
propiamente dicho, sino del miedo al miedo a lo que pueda pasar. Por eso,
es frecuente que la fobia, que se inicia como una fobia concreta, con la cual
hasta se podría contemporizar, se extienda hasta hacer del entorno un
entorno fóbico. La forma que el fóbico elige para eludir el miedo es la
evitación del objeto. Aparece la conducta contrafóbica. En la medida en que
la fobia limita el espacio de sus actuaciones —hay objetos, además,
inevitables—, el sujeto se irrita frente al miedo que le atenaza, sin
enfrentarse no obstante al objeto del miedo. Más tarde, cuando la situación
se encroniza, se irrita consigo mismo en tanto incapaz de vencer el miedo,
limitado en sus posibilidades de actuación, ridículo ante los demás y ante sí
mismo. Pero el sentimiento de autodesprecio no cumple el cometido de
sobreponerse del miedo al objeto fóbico inicial93.
92
CASTILLA DEL PINO, Carlos, Teoría de los Sentimientos, Tusquets, Barcelona, 2ª
ed., 2003, p. 115
93
CASTILLA DEL PINO, Carlos, Teoría de los Sentimientos, Tusquets, Barcelona, 2ª
ed., 2003, p. 33.
113
absoluto si ese acto de voluntad no es suficiente para transformar
nuestra envidia en alegría.
Existen personas, sin embargo, incapaces de abandonar su mundo
interior, tanto en las circunstancias a que acabo de aludir como en otras
más normales, en las que propiamente no existe nada de lo que
avergonzarse o preocuparse o en las que preocuparse no genera otra
cosa que… el estar cada vez más preocupados.
Terapia
94
FRANKL, Viktor, La idea psicológica del hombre, Rialp, Madrid, 6ª ed., pp. 30-32.
95
LUKAS, Elisabeth, También tu sufrimiento tiene sentido, Ediciones LAG, México
D.F., 2ª reimp., 2006, p. 47.
114
El remedio para semejante mal no puede intentarse de manera
directa, procurando no estar atento a sí mismo, pues ese no estar
pendiente es una manera tremendamente efectiva… de seguir girando
alrededor de sí.
Lo único eficaz, por tanto, muy en relación con lo que expuse en pá-
ginas anteriores, es devolver la importancia que efectivamente tiene a
la realidad externa al sujeto: al ser, en fin de cuentas, que en cuanto se
percibe como bueno suele hoy día denominarse valor y, en la escuela
de logoterapia, según sabemos, sentido.
De ahí que añada Lukas:
… la mejor ayuda posible es anclar a los pacientes en una base amplia
de valores que es su responsabilidad descubrir. Irán camino hacia la salud
si pueden sacar de una variedad de valores ofrecida por su profesión,
familia, hobbies, amistades, intereses, experiencias edificantes, tareas
individuales, creencias religiosas, aun sufrimientos para vencer. Esta gama
los protege de la egocentricidad tan ampliamente extendida hoy, cuando
aun la gente saludable se vuelve antisocial y aislada, lo que agobia al
enfermo a través del terrible fenómeno de la hiperreflexión. Los que
persiguen valores y metas positivos, se vuelven espiritualmente vivos,
crecen por encima de sus sí mismos presentes, hacia una realización
interior que se encuentra más allá del placer y el dolor, más cerca de la
“felicidad” que cualquier otra cosa96.
Más en concreto
96
LUKAS, Elisabeth, También tu sufrimiento tiene sentido, Ediciones LAG, México
D.F., 2ª reimp., 2006, pp. 74-75.
97
LUKAS, Elisabeth, También tu sufrimiento tiene sentido, Ediciones LAG, México
D.F., 2ª reimp., 2006, pp. 139-140.
115
deshacerse de ellos. Aterrado, durante horas corrió en círculos tratando de
huir, hasta que cayó muerto, perseguido por su propia imagen.
Los participantes del grupo entendieron la advertencia: las personas que
solo se ven a sí mismas, son atrapadas de igual forma. Espontáneamente,
dijeron que la experiencia grupal los alejaría de la tentación de la casa de
los espejos, del egocentrismo, de cerrarse al mundo y meterse a un
desastroso autoaislamiento98.
Tranquilidad.
El conocimiento humano es progresivo. Normalmente no se comprende CASI
NADA de lo que se lee por primera vez. Lo apenas-entendido entonces
prepara para estudiar lo que sigue, y el nuevo conocimiento aclara lo ya
aprendido. A menudo es preciso volver más de una vez lo mismo. Pero el
resultado final suele ser gratificante.
Ánimo.
98
LUKAS, Elisabeth, También tu sufrimiento tiene sentido, Ediciones LAG, México
D.F., 2ª reimp., 2006, pp. 142-143.
116
V. El ambiguo valor de las emociones
117
Según sea tu opinión, ¿qué estimas que se debe hacer?
Introducción
Sentimentalismo
100
FRANKL, Viktor, La idea psicológica del hombre, Rialp, Madrid, 6ª ed., pp. 75-76.
Resulta interesante, aunque no pueda comentarla, la excepción que el propio Frankl
establece para este principio: «El placer no puede ser objeto de un intento —con una
sola excepción: cuando se le intenta como el efecto psíquico de una causa somática, lo
que sucede en la embriaguez» (Ibídem, nota 25).
101
Cit. por FRANKL, Viktor, El hombre en busca de sentido, Herder, Barcelona, 2004,
p. 135-6.
119
… el hombre de hoy en día sufre también por no querer sufrir, igual que
podemos enfermar a fuerza de buscar la salud perfecta. Por otra parte,
nuestra época cuenta una extraña fábula: la de una sociedad entregada al
hedonismo a la que todo le produce irritación y le parece un suplicio. La
desdicha no solo es la desdicha, es algo peor: el fracaso de la felicidad102.
Algo similar expone Castilla del Pino, al apuntar la condición que per-
mite el paso desde una emotividad en ciernes hacia la afectividad
madura propia del adulto.
Una condición básica para situarlo definitivamente en esta etapa es
hacer que el niño reprima la perentoriedad usada en la dinámica de los
proto y presentimientos, postergue la satisfacción de sus requerimientos y
los adecue al principio de realidad, es decir, a pautas semejantes a las del
adulto. Me parece fundamental que el niño se sienta obligado a hacer un
intervalo entre el deseo del objeto y sus posibilidades de logro, esto entre
la posesión, aún imaginaria, y la real. Esto hará posible la transformación
de las respuestas urgentes en proyectos de comportamiento, es decir,
estrategias inteligentes, y sobre todo la consideración de que toda
102
BRUCKNER, Pascal, La euforia perpetua. Sobre el deber de ser feliz, Tusquets
Editores, Barcelona 2001, p. 18.
103
PITHOD, Abelardo, Psicología y ética de la conducta, Editorial Dunken, Buenos
Aires, 2006, p. 132.
120
interacción es una relación de intercambio. Con la socialidad el niño
aprende a dar para obtener104.
La inmersión en el yo
104
CASTILLA DEL PINO, Carlos, Teoría de los Sentimientos, Tusquets, Barcelona, 2ª
ed., 2003, pp. 137-138.
105
Si añado: «mi marido es muy bueno, pero no trabaja ni aporta lo que le
corresponde a la economía familiar»… normalmente no necesito dar más
explicaciones.
106
YEPES STORK, Ricardo, Fundamentos de antropología, Un ideal de la excelencia
humana, EUNSA, Pamplona 1996, pp. 62-63.
121
Para hacer frente a la situación descrita, en lo que tiene de
mejorable, y para sacar todo el partido posible a sus aspectos de más
valor, debemos intentar conocer sus causas más íntimas.
Existen unas afirmaciones de von Hildebrand que nos sitúan tras la
pista correcta. Él las atribuye a ciertos «enfermos de sentimentalismo»,
pero pienso que describen bastante bien el tono general de nuestra
época… enferma precisamente de sentimentalismo.
Von Hildebrand explica que existen dos modos fundamentales de vivir
mal la afectividad. Y añade que, junto a lo que en sus tiempos solía
calificarse como histeria y hoy normalmente como neurosis, que es el
primero de ellos,
… otro tipo de falta de autenticidad afectiva está causado por una
profunda inmersión en uno mismo. Este tipo no es retórico, no es dado a
frases ampulosas y no se deleita en la declamación y en la gesticulación de
respuestas afectivas, pero disfruta del sentimiento en cuanto tal. El rasgo
específico de esta falta de autenticidad estriba en que, en lugar de
centrarse en el bien que nos afecta o que origina una respuesta afectiva, la
persona se centra en su propio sentimiento. El contenido de la experiencia
se desplaza de su objeto al sentimiento ocasionado por el objeto. El objeto
asume así el papel de un medio cuya función es proporcionarnos un cierto
tipo de sentimiento. Un típico ejemplo de esa falta de autenticidad
introvertida lo constituye la persona sentimental que goza conmoviéndose
hasta las lágrimas como medio de procurarse un sentimiento placentero.
Mientras que “conmoverse”, en su sentido genuino, implica “concentrarse”
(being focused) en el objeto, en la persona sentimental [sentimentaloide,
diría yo] el objeto queda reducido a la función de un puro medio que sirve
para originar la propia emoción. Lo que debería ser algo que nos afecta
intencionalmente, queda así degradado a un puro estado emocional
originado o activado por un objeto107.
El testimonio de la psiquiatría
2. De nuevo de Frankl:
En el Diario de un cura rural, de Bernanos, hay una bella frase que
dice: “Odiarse es más fácil de lo que parece; la merced auténtica consiste
en olvidarse de sí”.
108
MATLÁRY, Janne Haaland, El amor escondido. La búsqueda del sentido de la vida,
Belacqua, Barcelona, 2002, pp. 53-54.
109
FRANKL, Viktor, La idea psicológica del hombre, Rialp, Madrid, 6ª ed., pp. 26-27.
123
Si se nos permite modificar esta afirmación, podremos decir algo que
tantas personas neuróticas no son lo suficientemente capaces de recordar:
mucha más importante que despreciarse en demasía o considerarse en
exceso sería olvidarse completamente de uno mismo, es decir, no pensar
nunca más en sí mismo y en todas las circunstancias interiores, sino estar
interiormente entregado a una tarea concreta cuya realización se
encuentra personalmente reservada y restringida a cada uno.
No nos liberamos de nuestras dificultades personales examinándonos a
nosotros mismos ni mirándonos al espejo, sino renunciando a nosotros
mismos a través de la entrega a una cosa merecedora de tal obra110.
112
LUKAS, Elisabeth, Libertad e identidad. Logoterapia y problemas de adicción,
Paidós, Barcelona, 2005, pp. 42-43.
113
SCHELER, Max, Philosophische Weltanschauung, Berlín, 1954, p. 33.
125
inmerso en un mundo vacío de valores. Ese hombre, desconectado de la
realidad, no hace más que buscar continuamente algo estable, un valor
perdurable, escoge como único criterio sus sensaciones subjetivas y las
absolutiza. El enquistamiento en su propio “yo” le conduce a no saber salir
de sí mismo, absolutiza su propio vivir, busca lo agradable y elude todo lo
desagradable. Así el principio del placer es elevado a la categoría de
principio supremo.
El egocentrismo absolutiza su propio yo y, en vez de tomar el lugar que
le corresponde en el sistema universal de relaciones, se hace a sí mismo
centro del mundo y tiende fatalmente a construir una jerarquía de valores
dictada por sus sensaciones inmanentes. Así como el sentido de la vida
dice Igor Caruso solo se revela por la adhesión a una jerarquía de valores
estables, así se oscurece más y más por el subjetivismo consiguiente a la
precaria apoyatura en el propio yo.
Así, el criterio fundamental de valoración se deposita en la sensación, en
la búsqueda de placer, que continuamente necesita nuevas
comprobaciones. Tomar el placer como criterio de vida conduce
forzosamente a un profundo disgusto y a la tristeza114.
114
CARDONA PESCADOR, Juan, Los miedos del hombre, Rialp, Madrid, 1998, p. 43.
126
En los siguientes, por el contrario, nuestra afirmación recae y subraya
un atributo de la realidad, haciendo pasar a segundo plano, o
simplemente omitiendo, nuestra reacción frente a ella y manifestando
de este modo, al menos de manera implícita, que lo que a mí me
suceda o deje de suceder, aunque relevante, no resulta, en fin de
cuentas, lo decisivo.
Que es, como leemos en las citas precedentes, lo defendido por la
logoterapia como condición de salud mental y perfeccionamiento
humano.
Pues… ¡fatal!
116
LUKAS, Elisabeth, Paz vital, plenitud y placer de vivir, Paidós, Barcelona, 2001, p.
65.
117
LUKAS, Elisabeth, También tu sufrimiento tiene sentido, Ediciones LAG, México
D.F., 2ª reimp., 2006, pp. 37-38.
118
LUKAS, Elisabeth, También tu sufrimiento tiene sentido, Ediciones LAG, México
D.F., 2ª reimp., 2006, p. 47.
128
Y el sentimentalismo engendra egoísmos
120
HILDEBRAND, Dietrich von, El corazón, Palabra, Madrid, 1997, p. 36.
121
SCHELER, Max, Ordo amoris, Caparrós Ed., Madrid, 1996, p. 37.
130
el origen de una insatisfacción tremendamente
extendida, casi universal
Tranquilidad.
El conocimiento humano es progresivo. Normalmente no se comprende del
todo lo que se lee por primera vez.
Lo medio-entendido entonces prepara para estudiar lo que sigue, y el nuevo
conocimiento aclara lo ya aprendido. A menudo es preciso «ir y venir», leer
más de una vez lo mismo. Pero el resultado final suele provocar una notable
satisfacción.
Ánimo.
131
Sección segunda
132
Hacia una afectividad rica,
jugosa y eficaz
133
VI. La afectividad en cuanto tal
¡Atención!
Me imagino lo que te cuesta empezar este nuevo round, en el que
pretendo tratar algunas de las cuestiones ya vistas, pero a un nivel
bastante más hondo.
¡Ojalá que al terminar pienses que ha valido la pena!
En cualquier caso, sigue siendo cierto, y tal vez ya lo hayas comprobado,
que existen muchas maneras de leer un escrito. También en esta nueva
sección —más, si le sumas el cansancio acumulado— podría pasarte
desapercibidas algunas cuestiones, justo porque no las estás buscando.
Por eso, antes de comenzar tu tarea, intenta de nuevo reflexionar y, si te
es posible, responder a estas preguntas.
¡Y te ruego que no te asombres ni enfades si lees algunas cosas que no
acaban de gustarte: ya me explicaré!
… y cambio de tercio
134
respecto; y, una vez más, si ves que se te ocurre alguna genialidad, no
dejes de comunicármela… que te citaré al exponerla en la próxima
edición.
El hombre redivivo
135
1. La unidad del ser humano, encarnada simbólicamente en el
corazón
Con el corazón es con el que se acaba de entender, porque en él se
junta el saber y el sentir; el saber y el sentir de los sentidos y el saber y el
sentir del espíritu. El saber y el sabor de la sabiduría. El corazón es, en
efecto, sede de la sabiduría por causa de este encuentro. Porque en él se
junta la cogitativa y la razón, la ratio particular y la ratio abstractiva, la
afectividad sensible y la afectividad espiritual. ¿A quién se le pudo ocurrir
que el espíritu no sentía, que no tenía afectos, que solo sentían los
sentidos? ¿Acaso el amor es solo el amor sensible? ¿Solo amor el
concupiscible?
El espíritu redescubierto
122
PITHOD, Abelardo, El alma y su cuerpo, Grupo Editor Latinoamericano, Buenos
Aires, 1994, pp. 221-222.
136
El primer texto es de E. Lukas, probablemente la mejor discípula de
Frankl, como ya dije. La afirmación no puede ser más neta:
Tras su separación de Adler, Frankl desarrolló una antropología propia
cuya declaración principal rezaba: la persona se caracteriza por una
dimensión existencial (es decir, específicamente humana) que la diferencia
del resto de seres vivos y a la que no se pueden trasladar los diagnósticos
del ámbito biopsíquico. Frankl la llamó dimensión «noética» (del griego
nóus: «espíritu», «inteligencia»). A partir de entonces, sus investigaciones
se centraron en cómo fertilizar esta dimensión noética para aliviar y
superar los trastornos mentales123.
123
LUKAS, Elisabeth, Equilibrio y curación a través de la logoterapia, Paidós,
Barcelona, 2004, p. 14.
124
FRANKL, Viktor, La idea psicológica del hombre, Rialp, Madrid, 6ª ed., pp. 150-
151.
137
hombre —en oposición a los del animal— están siempre invadidos y
gobernados en su dinámica interna por el espíritu; todos los instintos del
hombre están siempre incorporados dentro de esta «espiritualidad», de
suerte que no solo cuando los instintos son frenados, sino también cuando
se les ha dado rienda suelta, ha tenido que actuar el espíritu; él ha tenido
que decir la última palabra, o por el contrario, se la ha callado. No impulsan
los impulsos a la persona; estos impulsos están siempre inundados en su
ser por la persona; a través de ellos oímos el eco de su voz. La
impulsividad humana está siempre «gobernada de un modo personal» (W.
J. Revers). Indudablemente hay «mecanismos apersonales» en el hombre
(V. Gebsattel), pero no nos está permitido situarlos donde en realidad no
están; no pretendamos buscarlos en el ámbito de lo psíquico, cuando los
podemos encontrar en el de lo somático125.
Y el surgir de la «afectividad»
125
FRANKL, Viktor, La idea psicológica del hombre, Rialp, Madrid, 6ª ed., pp. 153-
156.
126
CARDONA PESCADOR, Juan, Los miedos del hombre, Rialp, Madrid, 1998, pp. 172-
173.
138
acto personal de ser propio de cada sujeto humano—, respalda y
justifica no solo la orientación de este escrito, sino hasta su mismo
nombre: «Elogio de la afectividad», y no meramente de los
sentimientos, de las emociones, etc., aunque hasta ahora los haya
utilizado casi como sinónimos.
Lo específico de la afectividad
Y añade:
Así, a partir de ahora no hablamos ya únicamente de pasión, pues inte-
resa ver tal fenómeno en conjunción con las demás facultades, y en
particular con la voluntad; por ello se habla aquí de afectividad como
aquella relación existente entre pasión y razón —inteligencia y voluntad—
que hace tender al sujeto a la acción129.
127
ROQUEÑI, José Manuel, Educación de la afectividad, EUNSA, Pamplona, 2005, p.
39.
128
ROQUEÑI, José Manuel, Educación de la afectividad, EUNSA, Pamplona, 2005, p.
39.
129
ROQUEÑI, José Manuel, Educación de la afectividad, EUNSA, Pamplona, 2005, pp.
39-40.
139
Debemos hablar de afectividad en cuanto consideramos
en el hombre la presencia enaltecedora del espíritu
130
PERO-SANZ ELORZ, José Miguel, El conocimiento por connaturalidad, EUNSA,
Pamplona 1964, p. 10, cit. por ROQUEÑI, José Manuel, Educación de la afectividad,
EUNSA, Pamplona, 2005, p. 40.
131
YEPES STORK, R. Fundamentos de Antropología, EUNSA, Pamplona, 1997, p. 56,
cit. por ROQUEÑI, José Manuel, Educación de la afectividad, EUNSA, Pamplona, 2005, p.
40.
140
los tres ámbitos a los que me referiré una y otra vez: el intermedio132,
el inferior ¡y el superior!, pero en cualquier caso teñidos por lo que es
propio de cada sujeto humano y que deriva, según acabo de recordar,
de la unicidad de su acto personal de ser.
Pues, justo en virtud de ese único acto de ser y como más tarde
estudiaremos, cada sujeto humano es una persona indisolublemente
compuesta de cuerpo y alma espiritual, única e irrepetible, que deja su
huella personal, peculiar y exclusiva, en todo cuanto realiza o
experimenta.
En conclusión
Variedad en la infinitud
3. Afectos espirituales
144
bases, al menos, se encuentran más que puestas, por lo que Lukas
puede sostener:
El concepto de Frankl, del ser humano como una unidad tridimensional,
implica que el gozo y la emoción no pertenecen exclusivamente a la
dimensión de la psique. El gozo es también una parte del espíritu y afecta
al organismo. Cualquier cosa que influya en nosotros afecta las tres
dimensiones humanas134.
134
LUKAS, Elisabeth, También tu sufrimiento tiene sentido, Ediciones LAG, México
D.F., 2ª reimp., 2006, p. 143.
135
HILDEBRAND, Dietrich von, El corazón, Palabra, Madrid, 1997, p. 34.
136
MALO PÉ, Antonio, Antropologia dell’afettività, Armando Editore, Roma 1999, p.
167.
145
sociológico como un sistema cerrado en sí mismo, compuesto de funciones
y reacciones psicológicas. Entonces, la autotrascendencia de la persona
pierde su transparencia. No cabe duda de que, en el terreno puramente
psíquico, el placer y la ausencia de placer, el instinto y la satisfacción del
instinto son realmente los motores que impulsan a un ser vivo, aunque sea
dentro de una jerarquía de necesidades tan compleja como la «pirámide de
Maslow», que llega hasta la cima de la realización personal. Pero ni siquiera
la idea de la realización personal supera ideológicamente al ego y
permanece presa de los conceptos homeostáticos. Por ello, tal como hemos
dicho, la logoterapia se desvincula de la psicología humanista y aboga por
una «psicoterapia humana».
Solo desde un pensamiento reduccionista se puede valorar la
satisfacción de las necesidades propias como el bien más preciado. Pero,
de esta manera, el ser humano se degradaría a la altura del hombre de las
cavernas. Desposeerlo de su orientación existencial hacia un sentido
equivale a humillarlo, porque supone deshumanizarlo137.
137
LUKAS, Elisabeth, Logoterapia. La búsqueda del sentido, Paidós, Barcelona, 2003,
pp. 55-56.
138
LUKAS, Elisabeth, Logoterapia. La búsqueda del sentido, Paidós, Barcelona, 2003,
pp. 53-55.
146
animal. Habrán observado que la mayoría de los perros no puede entender
lo que significa señalar. Cuando les señalan un trozo de comida en el suelo,
el perro husmea el dedo en lugar de mirar hacia él. Para el animal el dedo
es exclusivamente dedo y nada más. Su mundo consta de hechos sin
significado.
En una época dominada por el realismo de los hechos, descubrimos a
mucha gente provocando en nosotros deliberadamente esta mentalidad
perruna. Según ese modo de pensar, quien experimenta el amor desde
dentro se ocupará a propósito de inspeccionarlo analíticamente desde fuera
y considerar el resultado del análisis más fiel que su experiencia. El límite
extremo de esta ceguera voluntaria se halla en quienes, aun teniendo,
como todos nosotros, conciencia, acometen el estudio del organismo
humano como si no supieran que es consciente. Mientras persistan en
negarse deliberadamente a comprender las cosas desde arriba, incluso
cuando sea perfectamente posible hacerlo, será vano hablar de victoria
final sobre el materialismo.
La crítica de toda experiencia desde abajo, la ignorancia del sentido y la
concentración en los hechos tendrá siempre la misma plausibilidad.
Siempre habrá argumentos —evidencias nuevas— para mostrar que la
religión es exclusivamente un fenómeno psicológico, la justicia mera
autoprotección, la política tan solo economía, el amor meramente placer y
el pensamiento bioquímica cerebral139.
Esclarecimientos ineludibles
139
LEWIS, Clive Staples, “Transposición”, en El diablo propone un brindis y otros
ensayos, Rialp, Madrid, 1993, p. 113.
147
2. Entre la causa y el motivo de una emoción o
sentimiento
A la anterior conviene sin duda añadir una distinción que ya se
ha hecho clásica, que apunté al principio de este escrito y que diferencia
entre causa y razón-o-motivo de una emoción.
Quizás nada tan claro como esta cita de Frankl, que, además, sitúa
esa diferencia en el contexto más pertinente para nuestros fines:
Tan pronto como proyectamos al ser humano a la dimensión de una
psicología que sea concebida en forma estrictamente científica, lo
recortamos, lo separamos del medio, de las motivaciones potenciales. Lo
que queda, en lugar de razones y motivaciones, son causas [interpretadas
en sentido eficiente-mecánico-determinista]. Las razones me motivan para
actuar en la forma que yo elijo. Las causas determinan mi conducta
inconscientemente, sin saberlo, tanto si las conozco como si no. Cuando al
cortar cebollas lloro, mis lágrimas tienen una causa, pero yo no tengo una
razón, un motivo para llorar. Cuando pierdo a un amigo, tengo una razón
para llorar140.
141
CARDONA PESCADOR, Juan, Los miedos del hombre, Rialp, Madrid, 1998, p. 124.
149
“impide la operación aun por parte del alma”, de modo que trasciende a la
totalidad del ser personal, pues “la falta de valor para hacer frente a las
injurias y para consumar la entrega de sí debe ser contada entre las más
profundas causas de enfermedad psíquica” [PIEPER, Josef, p. 208]. Tal
fenómeno se da especialmente cuando el apetito sensitivo —de manera
incidental— no obedece a la voluntad de forma que el sujeto huye de sí
mismo, temiendo su propio temor sin poseer capacidad real para
rechazarlo142.
142
ROQUEÑI, José Manuel, Educación de la afectividad, EUNSA, Pamplona, 2005, pp.
79-80.
143
HERRERO L OZANO , Eugenio, Entrenamiento en relajación creativa, Barrero y
Azedo, Madrid, 10ª ed., 1998, p. 53.
150
determine el que este tipo de cosas le ocurran. Lo contrario podría ser
cierto en el caso de personas optimistas y positivas… 144
144
HERRERO L OZANO , Eugenio, Entrenamiento en relajación creativa, Barrero y
Azedo, Madrid, 10ª ed., 1998, p. 53.
151
arterial y el colesterol. En resumen, con la relajación estaremos
favoreciendo el funcionamiento de nuestro corazón y, en general, de todos
nuestros órganos y tejidos.
Además se ha visto que con la relajación aumenta el número de
leucocitos que circulan en la sangre. Los leucocitos (glóbulos blancos) son
las células encargadas de defendernos contra las infecciones. Esta sería,
pues, una razón más que explicaría por qué con la relajación pueden
disminuir las enfermedades infecciosas (resfriados, gripe, etc.). En realidad
el stress y la tensión continuada alteran el funcionamiento de todo el
sistema inmunitario encargado de protegernos de las infecciones. La
relajación contribuirá a mejorar su funcionamiento 145.
Afectividad espiritual…
movimiento de una potencia apetitiva que tiene un órgano corporal y que se realiza
con alguna alteración corporal. Y todavía con mucha más propiedad se llaman
pasiones aquellos movimientos que implican algún daño” [Tomás de Aquino, Suma
Teológica, I-II, q. 41, a. 2 ad 2]» (ROQUEÑI, José Manuel, Educación de la afectividad,
EUNSA, Pamplona, 2005, p. 34).
147
PITHOD, Abelardo, El alma y su cuerpo, Grupo Editor Latinoamericano, Buenos
Aires, 1994, p. 163.
153
sentimientos espirituales como la alegría por la conversión de un pecador,
la recuperación de un amigo enfermo, la compasión o el amor.
Precisamente ahora es cuando podemos caer en una desastrosa
equivocación al usar el mismo término “sentimiento”, como si fueran dos
especies del mismo género, tanto para los estados psíquicos como para las
respuestas espirituales afectivas148.
La gran dificultad
148
HILDEBRAND, Dietrich von, El corazón, Palabra, Madrid, 1997, p. 65.
154
Mucho más frecuentes son las afirmaciones presuntamente
intelectuales, derivadas sin embargo de la aceptación acrítica —sin
discernimiento— de la costumbre, de la moda, de prejuicios de muy
diverso tipo, de la fe natural o sobrenatural, de la superstición…
2. Paralelamente, tampoco son excesivos los que han elevado el
amor a ese grado en que el factor claramente dominante —nunca el
único— es una decidida determinación de la voluntad, que persigue el
bien para otro… y que llena de dicha el propio espíritu y redunda en las
restantes esferas que componen la persona humana en su totalidad.
2.1. No pretendo negar —y la distinción es importante— que
la voluntad de prácticamente todos los seres humanos deje de sentirse
atraída por multitud de bienes del más diverso rango: desde el
conocimiento de la verdad, al que acabo de aludir, hasta el atractivo de
otras personas, la belleza de un paisaje, una familia y un hogar, las
posesiones imprescindibles para llevar una vida digna, el deporte, la
música, los alimentos, las bebidas, el dinero y un larguísimo etcétera.
Esta sugestión responde a la misma naturaleza de la voluntad y es
casi imposible de evitar, además de que no existe motivo para evitarla.
Por idéntica razón, también se experimentan los afectos aparejados a
ella, entre los que se cuenta muy a menudo el amor como sentimiento.
Pero este tipo de amor es un sentimiento antecedente y más bien
pasivo, según ya estudiamos (es lo que los clásicos denominan voluntas
ut natura): pues en el momento en que surge, y por decirlo de algún
modo, la voluntad humana todavía no ha actuado del modo que le es
más propio, es decir, activa o libremente.
2.2. Por el contrario, lo que pretendo resaltar al hablar de
algo no muy practicado en nuestros días es el acto que puede seguir o
no a la atracción inicial o que la voluntad ejerce incluso venciendo una
repulsa, porque advierte que aquello o aquella persona es bueno y
decide libremente quererlo.
Este es, como sabemos el amor de elección o personal, el amor en su
sentido más propio, y a él se encuentran ligados otra serie de
sentimientos (llamados subsiguientes), entre los que destaca lo que en
la actualidad conocemos como felicidad o dicha.
3. Ahora bien, si no se llevan a término las operaciones de
comprensión intelectual y amor voluntario resulta imposible que se
produzcan los sentimientos que de ellas derivan.
De ahí que, en bastantes ocasiones, al no haberlas experimentado o
solo de forma muy elemental, resulte arduo aceptar la existencia de
emociones estricta aunque no exclusivamente espirituales; y que las
doctrinas más comunes al uso, con excepciones muy valiosas a las que
después apelaré, hagan caso omiso de este tipo de sentimientos y
falsifiquen gravemente el conjunto de la vida afectiva y de la existencia
humana.
155
Comentando unas palabras de Wittgenstein sobre la ascesis, sostiene
Natoli:
Para la mayoría, las explicaciones [de Wittgenstein] sobre este tipo de
conducta no solo resultan decepcionantes, sino incluso inconcebibles. Y no
es difícil explicar esta incomprensión: basta pensar que solo quien practica
la ascesis puede entenderla, porque solo él conoce sus efectos. Los lugares
comunes que se han formado en torno a la ascesis no derivan únicamente
de prejuicios, sino que dependen sencillamente de una falta de habilidad en
relación consigo mismo. Lo grave de esta situación es asumir la propia falta
de habilidad como un mérito o, de forma todavía más torpe, como algo
obvio149.
149
NATOLI, Salvatore, La felicità. Saggio di teoria degli affetti, Feltrinelli, Milano
2003, p. 31.
156
Tranquilidad.
El conocimiento humano es progresivo. Normalmente no se comprende del
todo lo que solo se lee una vez. Pero lo medio-entendido entonces prepara
para estudiar lo que sigue, y el nuevo conocimiento aclara lo que ya sabía. A
menudo es preciso «volver» repetidamente sobre lo mismo. Pero el resultado
final suele provocar una notable satisfacción.
Ánimo.
157
VII. Unidad de la vida afectiva
¡Ojo!
No es que me haya olvidado de recordarte la conveniencia de hacerte
preguntas antes de comenzar la lectura y reflexionar después de llevarla a
cabo, ni tampoco de redactarlas.
Me lo salto a propósito… ¡a ver si en el próximo capítulo te pillo por
sorpresa!
Pero no puedo dejar de advertirte que la comprensión de algunas de las
cuestiones que ahora desarrollo supondrán un esfuerzo extra: ¡es el
momento de seguir (o no) el consejo de utilizar a fondo tu inteligencia y
tu voluntad!
¡Mucho ánimo!
1. La afectividad… ¡humana!
150
HILDEBRAND, Dietrich von, El corazón, Palabra, Madrid, 1997, p. 62.
158
No estamos ante algo fácil de entender ni tampoco de manifestar. Por
tales motivos, yo no debería preocuparme si no consigo exponerlo de la
forma adecuada, ni, sobre todo, el lector ponerse nervioso si no
entiende lo que le propongo o no está de acuerdo con ello.
No obstante, si acudimos a la metafísica, y damos por supuesta una
suficiente formación en ella, la verdad a que estoy aludiendo se impone
por sí sola. Resumo en breves palabras:
2.1. Cada hombre, varón o mujer, tiene una única forma
sustancial —el alma humana, de rango espiritual—, que determina el
nivel o categoría del asimismo único acto de ser de toda esa persona,
incluidas sus dimensiones corpóreas.
2.2. Estas son también personales por participar del ser del
alma, que esta comunica instantánea e inmediatamente al cuerpo en
que es creada (el alma humana no podría ser creada sino en su
cuerpo), de modo que el acto de ser de toda la persona humana es uno
y el mismo.
2.3. Y si ese ser es personal, todo cuanto de él derive,
resultará también personal. Por eso, en el hombre no hay nada —nada
en absoluto— que realmente pueda equipararse a lo que encontramos
en los animales brutos.
Como explica Tomás de Aquino, en el hombre
… la propia alma tiene el ser subsistente […] y el cuerpo es atraído [o
elevado] a ese mismo ser151.
Para añadir:
Porque entre las substancias inteligibles [el alma humana] tiene más
potencia, y por eso se sitúa en los linderos de las realidades materiales, de
modo que las realidades materiales son atraídas [elevadas] a participar de
su ser, de suerte que, del alma y del cuerpo, resulta un solo ser en un solo
compuesto; aunque semejante ser, en cuanto procede del alma, no
depende del cuerpo152.
153
En relación a este extremo, se consultará con provecho PRIETO LÓPEZ, Leopoldo,
El hombre y el animal, BAC, Madrid 2008.
160
Acudamos a la experiencia
Comparemos
163
Tres niveles de afectividad específicamente humanos
1. Físico-biológico
Tomando la expresión en su sentido más amplio y vago, en el
hombre encontramos sentimientos fisio-biológicos o sensibles, algunos
de los cuales más bien habría que calificar como meras y simples
sensaciones: hambre, sed, cansancio, dolor, relajación o tensión
musculares, bienestar físico…
Casi todos ellos, y en particular los que he citado, también se
encuentran en los animales. Sin embargo, según acabo de recordar, no
deben identificarse por completo con los que estos experimentan o, más
bien, no deben equipararse en absoluto, precisamente porque el acto de
ser personal-humano está a años luz por encima del de los animales
más desarrollados.
En cualquier caso, si lo que se subraya es la semejanza, nos topamos
más bien con las simples sensaciones, como serían las de mero dolor o
mera sed, que, en tal estado de pureza, no suelen darse en ningún
hombre ni, menos aún, en el animal: se dice que el animal experimenta
dolor o placer, pero no sabe que los está experimentando, y esto
establece una diferencia abismal con lo que sucede en los seres
humanos.
De hecho, el varón o la mujer no animalizados por las circunstancias
(un campo de concentración, pongo por caso, o un naufragio
prolongado) advierten el hambre o las molestias físicas en el interior de
una percepción más rica y amplia, que, en última instancia, y
adentrándonos hasta el fondo del asunto, es la de su persona íntegra en
la situación o estado en que en ese momento se encuentre: toda su
biografía, como me gusta decir, de la que un elemento esencialísimo es
la aspiración primordial —¡el ideal!— que guía su entera existencia.
Yendo por partes, las sensaciones a que acabo de aludir y otras
muchas del mismo estilo suelen dar origen, ya de entrada, a emociones
o sentimientos en la acepción más propia:
1.1. Un dolor de muelas, por referirme a algo sencillo (¡?),
lleva a menudo aparejada la representación anticipatoria de una visita
al dentista, que, según los modos de ser de cada cual, provoca de
inmediato un sentimiento de incomodidad, miedo, ansiedad, rechazo, a
causa del dolor que se prevé…; o de satisfacción y gozo, por cuanto
164
pronostica la desaparición de las molestias tras la intervención del
odontólogo…; o de una cosa y la otra, simultáneamente o en continua y
más o menos uniforme alternancia, en función de lo que en cada
instante se me hace más patente.
1.2. Una punzada aguda en el corazón y la contracción del
brazo izquierdo producen —¡sobre todo en los médicos, que me
perdonen!— el temor a un infarto, la inseguridad sobre el propio
futuro…
1.3. Y la simple sensación de sed, como las molestias que
acabo de mencionar, no suelen quedarse ahí. Generan sentimientos de
enfado, de desazón o, en el extremo contrario, de satisfacción por
poder superar un déficit meramente orgánico, conciencia de la propia
debilidad… e incluso, en situaciones extremas, cuando el estado
habitual es en exceso precario, llevan a preguntarse si vale la pena vivir
esta vida o a plantear existencialmente interrogantes aún más
descabellados: es decir, absurdos… cuando los contemplamos desde
fuera, pero no tanto —a tenor, al menos, de la frecuencia con que se
dan— en el dinamismo de una vida vivida en las circunstancias
apuntadas.
La concatenación de fenómenos
En el horizonte en que me estoy moviendo, la conclusión pudiera
ser que:
1. Una simple sensación, agradable o desagradable,
2. es vivida a menudo como algo de más alcance y relieve,
como un sentimiento,
3. y puede originar incluso un estado general de ánimo y dejar
una huella emocional durante un período más o menos largo…
4. hasta acabar forjando, para bien o para mal, un
determinado carácter o falta de carácter.
Recuerdo, a estos efectos, la primera vez que a un excelente amigo y
magnífico profesional se le borró del ordenador el trabajo de toda una
mañana, que consistía en el planteamiento detallado de un ambicioso
proyecto de investigación; por más que resulte extraño, la consecuencia
de ese fallo eléctrico fue una depresión profunda, que se prolongó
durante más de tres meses.
2. Psíquico
165
De esta suerte nos hemos introducido en la esfera de los
sentimientos psíquicos, que son los más habitualmente tratados en los
estudios sobre la afectividad.
Precisamente por este motivo, y en espera de posteriores
puntualizaciones, me limito a mencionarlos y señalar algunos de los
más comunes.
Entre ellos se cuentan, además o incluyendo a bastantes de los ya
nombrados:
2.1. Los de signo o valencia positiva, como la alegría, la paz,
la ilusión, la seguridad, la impresión de dominio de sí o del entorno…
2.2. Y, entre los negativos, sus opuestos, como el temor, la
angustia y ansiedad, la inseguridad, el rencor y el resentimiento…
Refiriéndose tanto a estos como a los antes citados, escribe muy
acertadamente von Hildebrand:
Pero incluso en el caso de que estos humores estén causados por
nuestro cuerpo, no se presentan como la “voz” de nuestro cuerpo ni son
estados de nuestro cuerpo. Son mucho más “subjetivos”, es decir, están
más radicados en el sujeto que las sensaciones corporales. Podemos estar
alegres mientras padecemos un dolor físico; y este estado de ánimo
positivo se manifiesta en el ámbito de nuestras experiencias psíquicas: el
mundo aparece de color de rosa, el mal humor desaparece y la alegría
inunda todo nuestro ser154.
3. Espiritual
Según ya apunté, la afectividad del espíritu plantea, como primer
problema, el de su denominación: a los movimientos o reposos
anímicos de este nivel, ¿es preferible llamarlos afectos, sentimientos,
emociones, estados de ánimo… o inventar un nombre nuevo para
designarlos?
Cada una de esas opciones presenta ventajas y perjuicios, como ya
he esbozado y tal vez veamos más tarde.
En cualquier caso, conviene evitar que el uso de esos vocablos lleve a
una identificación semiconsciente con los sentimientos o emociones tal
como se dan en el ámbito biopsíquico… pese a que normalmente los
experimentemos mezclados entre sí, empapados unos de otros.
En rigor, habrá que hablar de analogía, con lo que esta implica de
semejanza y de mucha mayor disimilitud.
En dicho sentido, lo único que puede afirmarse con seguridad es que
tales sentimientos se encuentran unidos a las dos facultades superiores,
154
HILDEBRAND, Dietrich von, El corazón, Palabra, Madrid, 1997, pp. 64-65.
166
reconocidas tradicionalmente como estrictamente espirituales: el
entendimiento y la voluntad155.
¿Consecuencias?
La afectividad del espíritu gira inicialmente en torno a dos o tres
núcleos:
3.1. El del conocimiento en su sentido más puro.
3.2. El del amor, también en su acepción suprema.
3.3. Y, sobre todo, el de la conjunción de ambos, ya que es
muy difícil separar realmente el ejercicio del entendimiento y el de la
voluntad… y el resto de la persona.
Emociones intelectuales
155
No apelo a la memoria, situada inmemorialmente junto a las dos facultades
señaladas, porque estamos ante un asunto nada fácil de tratar, y menos en un libro
con los límites de este. Lo habitual es que se la confunda con la memoria sensible o se
la reduzca a un aspecto de la inteligencia. ¡Es mucho más e infinitamente más
profundo! Quien quiera comenzar a atisbarlo, debería leer la estupenda (y nada fácil)
obra de CARDONA, Carlos, Olvido y memoria del ser, EUNSA, Pamplona 1997, en
particular las pp. 279 y ss.
167
inteligencia, y, en el caso de los creyentes o de los metafísicos
convencidos, a la adoración al Creador de tales maravillas.
2.3.2. O, por el contrario, a la rebeldía ante la propia
incapacidad, la decepción ante la imposibilidad de llegar a saber nada
con absoluta certeza, la inseguridad y la zozobra de quien no posee y se
siente incapaz de alcanzar puntos de referencia para su vida…
Sentimientos de la voluntad
156
FABRO, Cornelio, Introducción al problema del hombre (la realidad del alma),
Rialp, Madrid, 1982, p. 114.
168
2.5. La superación de una enemistad o, al contrario, el
surgir, asentarse o renacer de un sentimiento de rencor u odio, que, si
no logra ser desterrado, carcome la propia intimidad y desemboca en la
desdicha temporal y eterna…
157
GARCÍA-MORATO, Juan Ramón, Crecer, sentir, amar. Afectividad y corporalidad,
EUNSA, Pamplona 2002, p. 55.
158
NORIEGA, José, El Destino del Eros, Palabra, Madrid, 2005, p. 47.
169
el plano superior (el espiritual) como el inferior (el somático o
biológico), manteniendo solo y absolutizando La Psique.
Afirma Frankl:
Indudablemente que primero se ha de comenzar por poner en orden
todo aquello que —si me es lícito expresarme así— significa o representa
las condiciones naturales de posibilidad para la existencia espiritual y
personal del hombre; la equivocación está tan solo en pretender localizar,
de una manera tendenciosa y exclusivista, el origen de todas las
perturbaciones en la zona de lo psíquico, como continuamente se viene
haciendo. Esto equivaldría a localizarlas erróneamente, puesto que no
solamente lo psíquico, sino también lo somático y lo noético [o espiritual,
como vimos] pueden ser el origen de la enfermedad. Y el Psicoanálisis,
desde el punto de vista de la etiología, es culpable de parcialidad en dos
aspectos, quiero decir, su horizonte visual está coartado por dos
antiparras, solo que no las lleva a la derecha y a la izquierda, sino una
arriba y otra abajo, porque de un lado, al aferrarse a la psicogénesis,
olvida la somatogénesis, y de otro la noogénesis de las afecciones
neuróticas159.
Todo en todo
171
1.3. Es apreciada como un bien en los dominios orgánico-
psíquicos.
1.4. Y, dentro del matrimonio —en cuanto expresión y
medio de incrementar el amor entre los cónyuges—, percibida por la
voluntad como algo maravilloso, donde se cumple de un modo muy
particular y específico la orientación al amor de todo varón y mujer.
172
Resulta obvio, pues, que existe un mutuo influjo y una
interpenetración de la afectividad en los dos-tres sentidos: de arriba
abajo y de abajo arriba, así como del centro —lo propiamente psíquico
— hacia ambos polos (hacia-arriba-y/o-hacia-abajo).
Algunos ejemplos al respecto ya han sido vistos, y otros irán
surgiendo al hilo de explicaciones posteriores.
La idea clave está de nuevo perfectamente expresada por Pithod:
Se ha distinguido un nivel intermedio entre lo físico y lo propiamente
espiritual. Se lo suele llamar nivel psíquico.
Bios, psique, espíritu o persona: en efecto, podemos distinguir
fenomenológicamente [estimo el adverbio en extremo oportuno] estas tres
esferas y su relativa comunicación y unidad. Es un buen ejemplo de la
estimulación de la esfera psíquica por un agente físico esa particular
euforia que nos produce la ingesta de alcohol y el clima de fiesta que de
pronto adquiere una reunión social.
Allí está claramente presente la sensación corpórea de distensión, de
excitación; pero el fenómeno consiste propiamente en una delectación
psíquica o alegría del corazón.
Vinum et musica laetificant cor, dice la Escritura. Esta euforia puede, a
su vez, dar origen a sentimientos más altos, de tipo espiritual, de amistad,
de bondad, de buenos deseos, etc.
Se pueden distinguir, pues, fenomenológicamente, una esfera
intermedia entre lo claramente corpóreo y lo propiamente espiritual. En el
ejemplo que dimos son delectaciones mixtas. Es que el hombre mismo es
un mixto y fenomenológicamente se nos aparece como tal160.
Algo muy parecido, pero tal vez expresado de forma más directa e
inteligible para los no especialistas vimos que exponía Cardona
Pescador, con unas palabras que ahora completo:
La estructura vital de la personalidad está integrada por diversas
dimensiones configurativas (orgánica, psíquica y espiritual) que establecen
íntimas relaciones de interdependencia, de tal forma que el daño o
deterioro de una repercute necesariamente, en mayor o menor grado,
sobre las otras. Así, un dolor corporal predispone a la tristeza, y la tristeza,
a su vez, induce al hombre a la represión de sus tendencias espirituales, a
modo de replegamiento defensivo y de mecanismo de autoprotección. En
sentido inverso, a una mayor plenitud espiritual se sigue una distensión
física y psíquica que facilita superar el dolor y la tristeza161.
Organismo jerarquizado
Y, todavía:
Teniendo en cuenta que el ser humano no puede realizarse solo, que le
es esencial el amar y sentirse amado, y que el amor es la cualidad que más
le dignifica y el desamor —con mayor razón, el odio— es lo que más le
deteriora, a mi juicio la soledad puede definirse como el vacío existencial
del desamor querido o sufrido164.
Consecuencias vitales
165
JOSEMARÍA ESCRIVÁ DE BALAGUER, Notas de una meditación 27-V-1937, en
ECHEVARRÍA, Javier, Getsemaní, Planeta, Barcelona 2005, p. 267.
166
ECHEVARRÍA, Javier, Getsemaní, Planeta, Barcelona 2005, pp. 62-63.
175
2.1. El gozo espiritual y supremo de la entrega —resonancia
habitual de quien ama a los otros con olvido de sí—, junto con el deleite
que suele acompañarlo en la esfera sensible,
2.2. … gratifiquen a la persona de forma tan recia y plena, que
ayuden a superar sin excesivo esfuerzo y, en ocasiones, con muy poco
o ninguno, las quejas que se produzcan en los apetitos sensibles y las
que genere el amor de sí anclado en la voluntad, cuando el bien del otro
en cuanto otro implique contrariar la tendencia natural de estas
inclinaciones hacia sus bienes propios, natural o infranaturalmente
egocentrados.
Tranquilidad.
El conocimiento humano es progresivo. Normalmente no se comprende del
todo lo que solo se lee una vez. Pero lo medio-entendido entonces prepara
para estudiar lo que sigue, y el nuevo conocimiento aclara lo que ya sabía. A
menudo es preciso «volver» repetidamente sobre lo mismo. Pero el resultado
final suele provocar una notable satisfacción.
Ánimo.
176
2.2. Una mayor integración entre ellas y las
facultades sensibles y, sobre todo, entre sus sentimientos respectivos.
(Mientras tanto, habituados teórica y vitalmente a referir las
emociones al plano biopsíquico, es normal e incluso ineludible que nos
cueste admitir la existencia de la afectividad espiritual y, más todavía,
su preponderancia en la vida afectiva. Insisto en que de todo ello
hablaré abundantemente más tarde).
Te hago de momento una consideración… que tal vez acabe de
complicar todo lo expuesto. Más de una vez he descrito la
«responsabilidad» como la huella o resonancia que deja en nosotros
cada uno de nuestros actos.
1. Con el término huella apelo, sobre todo, a la trans-
formación que vamos experimentando en función de lo que hacemos (a
los hábitos: virtudes o vicios); con el vocablo resonancia, al modo como
normalmente percibimos esa modificación, es decir, a los afectos.
2. Pues todo ello tiene también lugar en el entendimiento
y en la voluntad:
2.1. Conforme vamos conociendo la realidad más
y más hondamente, nuestra inteligencia mejora (trans-formación) y
experimenta un mayor deleite cuando conoce de nuevo (resonancia
afectiva).
2.2. Y, en la medida en que aprendemos a querer
bien lo que debe ser querido, también nuestra voluntad se torna más
capaz de amar (trans-formación) y va gozando (resonancia afectiva) con
los sucesivos actos de buen amor.
La verdad es que tienes abundante materia para reflexionar… y tal
vez no te he comunicado todavía los elementos para hacerlo con éxito.
De todos modos, como siempre, cualquier esfuerzo por comprender más
y mejor obtiene su recompensa.
177
condujo a la llamada «psicología sin alma». Por debajo de esta superficie
impresionista existe la arquitectónica permanente de la personalidad.
(Kant utilizaba el término arquitectónica aludiendo a una construcción de
elementos inmateriales.) Se vuelve, por tanto, a una psicología con alma,
dejando aparte las acepciones teológicas. En el fondo de los fenómenos se
descubre un ser. En este sentido la psicología de Lersch puede calificarse
de ontológica. El concepto de Gestalt es también fenoménico y no
transfenoménico como el de estructura. La obra de Goldstein Aufbau des
Organismus ha sido traducida certeramente en la edición francesa por
Structure de l'organisme (SARRÓ, Ramón, Estudios preliminares a LERSCH,
Philip, La estructura de la personalidad, Scientia, Barcelona, 1971, p. XL).
● En la clasificaciónde Allport, la concepción de Lersch se incluiría a un
tiempo entre las integrativas y jerárquicas. (Por esta razón las
concepciones sensualistas y asociacionistas no pueden considerarse
personalistas).
Es más que una integración, puesto que el concepto lerschiano de
persona designa la estructura ascensional, es decir, que culmina en la
persona en su sentido más eminente, que más o menos se refleja en las
cincuenta acepciones de Allport, incluso en las “derogatorias”. Así, en la
acepción que formula Boecio en el siglo VI, y que persiste a través de los
tiempos: Persona est substantia individua rationalis naturae (la persona es
substancia individual de naturaleza racional). A pesar de la importancia
que Lersch concede a la vida emocional y que constituye la aportación
más relevante de la obra, lo específicamente humano lo constituye el
principio personal. En este sentido, el psicoanálisis no es un verdadero
personalismo, mejor dicho, no lo es en teoría, aunque lo sea en la
práctica. El que lo sea plenamente se lo impide la importancia constitutiva
que concede al plano, concebido como anárquico, de los instintos.
La concepción de “persona” en Lersch tiene afinidades con la de
Aristóteles interpretado por Santo Tomás. Según Aristóteles (Ethic. 19, c.
9), “lo que en un ser es lo principal, eso parece ante todo constituir el tal
ser, a la manera como lo que hace el gobernante de una ciudad se dice
que lo hace la ciudad […] Y en este sentido se llama a veces hombre lo
que es principal en el hombre.”
El concepto de “persona” es producto, tanto en Santo Tomás como en
Lersch, de una conceptuación acentuativa. En ambos, desborda lo
psicológico. El autor de la Suma Teológica dice textualmente: “No pueden
llamarse hipostasis o persona la mano o el pie, ni tampoco el alma, puesto
que son una parte de la especie humana” (SARRÓ, Ramón, Estudios
preliminares a LERSCH, Philip, La estructura de la personalidad, Scientia,
Barcelona, 1971, p. XLI).
178
VIII. Peculiaridades y estructura de la
afectividad humana
¡Seguimos profundizando!
¡Alerta!
Como ya te dije, existen muchas maneras… de hacer casi todo, incluido
leer. Con frecuencia, dejamos sin percibir ciertas propiedades o caracteres
de una persona, animal o cosa…, sencillamente, porque no los
perseguimos con tesón.
Con los libros sucede algo parecido. Es preciso buscar para descubrir lo
que pueden enseñarnos. De lo contrario, además de aburrirnos, es muy
probable que esos escritos acaben… en la basura.
Por eso, antes de comenzar el presente apartado, sería oportuno que
intentaras responder a estas preguntas.
(Ya sé que soy un pesado, pero estimo que compensa que te lo recuerde
una y otra vez).
Pretensión
179
Este nuevo capítulo, que asume cuanto he esbozado en los
anteriores, persigue dos objetivos:
1. Esclarecer con mayor hondura en qué consiste la afectividad
humana.
2. Ver, entonces, cómo es posible sacarle el mayor partido,
mediante la educación oportuna.
Procuraré llevarlo a término de manera simultánea, alternando los
apuntes descriptivos y las explicaciones con las sugerencias sobre el
mejor modo de manejar los propios sentimientos: esto es, de descubrir
y potenciar nuestros puntos fuertes, y aprender a conformar de la
manera adecuada las carencias afectivas, de modo que esas faltas
nunca influyan más de lo debido en la calidad de nuestro
comportamiento y en el consiguiente bienestar propio y, ¡sobre todo!,
de quienes nos circundan; bienestar este —el ajeno, el de los demás—
que goza de la mayor importancia, también para nuestra felicidad
personal.
Con tal fin, resulta oportuno examinar de nuevo, de manera más
directa y explícita, los caracteres que distinguen las tendencias y el
conocimiento humanos de los de los restantes animales.
180
forma parte de la Naturaleza, pero se subraya su Sonderstellung, su
posición aparte en lo psicológico y en lo biológico. […] En lo psíquico, no se
niegan las analogías con la vida instintiva animal, pero se ponen de
manifiesto sus peculiares y sustanciales diferencias. La vida instintiva
humana, incluso en la esfera del hambre y del sexo, es más «tendencial»
que propiamente instintiva. Para subrayar que en la vida «instintiva
humana hay más «incitación» que «impulsión», prefiere LERSCH el término
Antrieb al de Trieb167.
167
SARRÓ, Ramón, Estudios preliminares a LERSCH, Philip, La estructura de la
personalidad, Scientia, Barcelona, 1971, p. XIX.
168
A esa plasticidad de las tendencias corresponde una enorme plasticidad en el
cerebro, descubierta y estudiada con ahínco en los últimos años. Cfr. a este respecto
el estupendo libro de DOIDGE, Norman, El cerebro se cambia a sí mismo, Aguilar,
Madrid 2008, que sostiene, por ejemplo: «La idea de que el cerebro es capaz de
cambiar su estructura y su función a través de la actividad y el pensamiento supone,
en mi opinión, el cambio más importante en nuestra noción del cerebro desde que
esbozamos su anatomía básica y el comportamiento de su componente básico, la
neurona, por primera vez. Como todas las revoluciones, ésta tendrá profundas
consecuencias, y es mi deseo que este libro muestre algunas de ellas. La revolución de
la neuroplasticidad tiene implicaciones, entre otras cosas, en nuestra concepción de
cómo el amor, el sexo, el duelo, las relaciones humanas, el aprendizaje, la cultura, la
tecnología y la psicoterapia alteran nuestro cerebro. Las humanidades, las ciencias
sociales y físicas, en la medida en que se ocupan de la naturaleza humana también se
verán afectadas, al igual que las distintas formas de aprendizaje. Todas estas
disciplinas habrán de asumir el hecho de que el cerebro puede cambiarse a sí mismo y
de que la arquitectura cerebral difiere de una persona a otra y que además cambia
conforme transcurren nuestras vidas» (pp. 15-16).
181
En los seres humanos, incluso las tendencias más
básicas, las de la conservación individual y específica,
están impregnadas de humanidad
1. Un (des)acuerdo inicial
Sin embargo, cuando estudiamos con detenimiento lo que
precisan los seres humanos para mantenerse en vida, nos encontramos
con los resultados más asombrosos.
1.1. No solo es que varíen de forma espectacular entre un
sujeto y otro a lo largo de los siglos, en las distintas culturas, o incluso
en ambientes muy parecidos del mismo momento histórico de una
misma civilización, entre los componentes de la misma familia… ¡o en
un mismo individuo en dos instantes relativamente cercanos de su
biografía!
1.2. Sucede también algo muy significativo: que la mayor
parte de los intentos teoréticos de descubrir y establecer cuáles son
esas exigencias ha fracasado rotundamente.
Sin alejarse de la realidad y de los textos, aunque tratándolos con un
punto de ironía y buen humor, Carlos Llano expone la respuesta que
dieron a este interrogante tres de los más grandes pensadores
occidentales, bastante distantes entre sí: Platón, Tomás de Aquino y
Marx.
Y hay que reconocer que la cuestión tiene su encanto.
En un primer momento, como haría cualquiera de nosotros, Platón
señala tres necesidades perentorias, sin cuya satisfacción el hombre
apenas podría subsistir en este mundo: alimentación, vestido y cobijo.
A renglón seguido, contento con su hallazgo, parece que salió a
celebrarlo, dando unas vueltas por la ciudad de Atenas, cuyas calles y
plazas —al menos las que él recorrió entonces— no eran un prodigio de
pavimentación y ni siquiera de empedrado (o sí: depende cómo se
entienda lo de «empedrado»). No extraña, entonces, que en un texto
algo posterior, agregara sin vacilar: alimentos, vestimenta, habitación…
y calzado; ¡si uno quería festejar los grande descubrimientos, parecía
imprescindible caminar por la ciudad sin demasiadas incomodidades!
182
2. Y el «terrible» etcétera
Pero como se trataba de una persona inteligente, pronto
advirtió la alta probabilidad de que en alguna otra circunstancia se
topara con nuevos requerimientos, también perentorios; y, después de
pensárselo bien, complementó el elenco con un etcétera, con el que
desistía de cualquier intento de clasificación.
Tomás de Aquino y Marx coinciden con el filósofo ateniense en la enu-
meración de las tres exigencias primariamente primarias: alimento,
ropa y vivienda.
Y cada uno de ellos añade por su cuenta lo que, al parecer, le dictan
sus particulares circunstancias:
2.1. El rigor de los inviernos alemanes lleva a
Marx a incluir entre lo esencial para la supervivencia nada menos que la
calefacción.
2.2. Y Tomás de Aquino, a cuya notable
corpulencia aluden de un modo u otro sus distintos biógrafos, considera
imprescindible un medio de locomoción equivalente al «600» del
españolito medio de los famosos años 60: un borrico capaz de soportar
su peso y trasladarlo de un lugar a otro.
Pero más significativo todavía es que ni Tomás de Aquino ni Marx se
quedan contentos con estos retoques, por lo que también ellos añaden
el tan socorrido cuanto fatídico etcétera, cuyo significado más
interesante, en este momento, es que no existe modo alguno de
delimitar de una vez por todas cuales son las necesidades que un varón
o una mujer han de tener cubiertas para poder habitar humanamente
nuestro planeta: A + B + C + D + etcétera… es, a los efectos, como no
decir prácticamente nada.
Sumamente plásticas
1. No infalibles
Por otro lado, también en contra de lo que sucede en los
animales brutos, las tendencias humanas no se encuentran
predeterminadas, por el sencillo hecho de que, incluso estando a su
183
alcance lo que permitiría colmarlas, el hombre no siempre descubre cuál
es la respuesta adecuada para cada una de ellas.
Dicho con otras palabras, aunque en el niño recién nacido se halle ya
presente el afán natural de supervivencia, ni siquiera a los 2, 3… ó 10
años conoce de manera automática (hablando con más propiedad:
instintiva) lo que le resulta beneficioso o dañino para su simple salud
biológica.
Los pequeños humanos hemos de aprender, a menudo tras
comprobar su peligro, que el fuego resulta perjudicial, además de
atractivo; que un cuchillo afilado debe cogerse por el mango, aunque la
mano se dirija de manera casi maquinal hacia el brillo de la hoja; o que
un exceso de comida o bebida provoca en nosotros efectos nocivos o
incluso catastróficos…
Desde este punto de vista, señalar que nuestras tendencias son plás-
ticas equivale a decir que no resultan infalibles ni tienen su repuesta
dada, sino que cada nuevo individuo humano debe reinventar el mejor
modo de acallarlas.
Todo lo anterior lleva a sostener, con una afirmación cuya
importancia no puede exagerarse, que, entre los hombres, lo natural es
lo libre o, porque viene a ser lo mismo, lo correctamente aprendido y
elegido a la luz de lo que constituye la auténtica esencia o naturaleza
humana.
Con palabras de González Martín:
Lo natural en el hombre es ser educado; una persona sin educación, sin
una interacción con otro que quiere promoverle, que le ayuda a actualizar y
cultivar sus capacidades, una persona así pierde mucho de lo que es propio
al ser personal169.
2. Conocimiento real
170
LUKAS, Elisabeth, Logoterapia. La búsqueda del sentido, Paidós, Barcelona, 2003,
pp. 35-36.
186
Y, como muestra la experiencia, bastante a menudo come o bebe no
solo lo que no le es necesario, sino lo que a todas luces —y con plena
conciencia— le resulta perjudicial.
El «conocimiento» animal
187
En todos estos casos, sin embargo, con independencia del rango de
los distintos animales, la función del conocimiento es esencialmente la
misma, y puede reducirse a:
1. Percibir en sí, a tenor de su disposición fisio-biológica, una
carencia referida a determinado instinto: hambre o sed, en fin de
cuentas, si nos limitamos a las aportaciones materiales imprescindibles
para la conservación individual.
2. Encontrar en el exterior la realidad o tipo de realidades, ya
preestablecidos, con los que puede calmar esa pulsión.
Para lo cual le es necesario:
2.1. Conocer (sensible, pero realmente) lo que le rodea.
2.2. Juzgar (de forma instintiva) si aquello que acaba de
percibir le es beneficioso o dañino.
2.2.1. La facultad que realiza este juicio o estimación
recibe el nombre de estimativa, lo hace de manera espontánea, y viene
a equivaler a lo que normalmente llamamos instintos.
2.2.2. Las respuestas ante la realidad —resultado de la
estimación de lo conocido— se denomina instintiva, entre otros motivos
porque no se aprenden, sino que vienen dadas por naturaleza y, por lo
mismo, resultan prácticamente infalibles.
3. Y, de tal modo, sin ser en absoluto consciente de este
segundo factor, contribuir a su supervivencia.
Al escribir «sin ser en absoluto consciente de este segundo factor»,
pretendo recordar que el animal no sabe que al comer está
incorporando los elementos ineludibles para conservar su vida, sino que
simplemente reacciona al estímulo del hambre con la única respuesta
adecuada-y-posible en cada caso.
4. Lo cual equivale a sostener que en los animales, la enorme
variedad de nuestros sentimientos puede reducirse a dos sensaciones
básicas:
4.1. Por un lado, cierta comezón o deseo, que les lleva a
acercarse o alejarse de la realidad que perciben como beneficiosa o
dañina.
4.2. Por otro, el placer que va aparejado a la consecución de
un bien o a la supresión de un mal, y el dolor o desazón unidos a lo
contrario.
4.3. A lo que hay que añadir —y dejar muy claro— que,
entre los animales, el dolor o placer pre-sentidos o anticipados son el
desencadenante de su conducta: es eso, placer o dolor en su significado
más amplio, lo único que advierten como bueno o malo —bien o mal
para-sí, para cada uno de ellos— y lo que nunca pueden trascender.
188
Lo que trae como consecuencia, en la que de momento no quiero
detenerme, que el ser humano que actúa sólo en función de su placer o
dolor en cierto modo se animaliza.
El conocimiento humano
Y su uso adecuado
171
Cfr. MELENDO, Tomás, Introducción a la filosofía, EUNSA, Pamplona, 3ª ed., 2007.
190
La frustración es generalmente “relativa a”. Uno se siente frustrado si
los demás que son como uno, tienen auto y uno no. Nuestros referentes en
aquella época [se refiere a la de su juventud] eran gentes como nosotros,
más o menos, por lo cual no teníamos una privación relativa grave. Hoy los
muchachos con pocos recursos tienen referentes ricos, muy distantes,
llenos de satisfacciones materiales, es decir provocan más frustración en
los carenciados que la que pudimos tener nosotros. Pero hay otro
fenómeno que contribuye a la frustración. Los marcos de referencia están
ahora constantemente presentes en los medios de comunicación. Es el
obsesivo “efecto de mostración”. La moda, por ejemplo, la conocen hasta
los más pobres, y además alcanza nuestro subconsciente por su
omnipresencia, y nos golpea de manera inevitable. La frustración relativa
es hoy más odiosa, más incisiva que nunca172.
3. Voluntad libre
172
PITHOD, Abelardo, Psicología y ética de la conducta, Editorial Dunken, Buenos
Aires, 2006, p. 121.
191
Lo considerado hasta ahora ilustra el papel del entendimiento en el
juego de las tendencias y, derivadamente, en el conjunto de la vida
afectiva.
Los detalles que expongo a continuación, además de esclarecer
ulteriormente estos mismos aspectos, aspiran a poner de relieve la
misión central que en todo ello corresponde a la otra gran facultad
espiritual humana: la voluntad, sede inmediata y columna vertebral del
buen amor, tomando esta última expresión en su acepción más noble.
A. Insaciable
En primer término, que ninguna realidad finita o participada
resulta capaz de saturar su afán de bondad y de felicidad: según
sostienen la mayoría de las religiones, ese anhelo solo podría colmarlo
Dios, Bien Sumo, si fuera conocido de manera adecuada, y no
192
simplemente entrevisto (¡mal visto o no visto!) a través de las
criaturas.
Así lo expone Buenaventura de Bagnoreggio:
La felicidad es el objeto que más intensamente se ama. Y la felicidad no
se posee si no se alcanza el máximo Bien que es el fin último. Por tanto, el
deseo humano tiende al sumo Bien, o bien a lo que está en relación con él
o constituye su imagen. Es tanta la fuerza de atracción del sumo Bien, que
nada amaría la criatura si no estuviera sostenida por aquel supremo deseo.
El error y el engaño del deseo se encuentra en hacer reposar toda su
complacencia en un objeto que debería ser solo imagen del Bien
supremo173.
194
2. O, en el otro extremo, obstruye en cierto modo esa
inclinación natural, erigiéndose a sí mismo en bien-sumo-para-sí.
Al contrario, si solo tuviera ascendencia sobre los medios, estando el
Fin del todo prefijado —si no cupiera elección respecto a ese fin—, la
libertad perdería buena parte de su grandeza épica, quedando reducida
a una cuestión de inteligencia o de astucia; con lo que los más listos o
listillos encontrarían los medios oportunos para alcanzar su Destino final
y ser felices, mientras que los menos despiertos se verían condenados a
no lograrlo, por puro error, de manera no responsable y
tremendamente injusta.
A lo que debo añadir que, al término, esa elección primigenia y
radical del Fin último se mueve entre dos extremos:
2.1. O el bien real y objetivo, en el que ocupan un lugar
privilegiado las demás personas y Dios, como Bien supremo real y
Fuente de bondad de cualquier otro bien; y el resultado final de
semejante elección será la plenitud humana y la consiguiente felicidad.
2.2. O uno mismo (yo), transformado voluntariamente en
bien absoluto (para-mí) y, en consecuencia, razón única y exclusiva por
la que quiero todo aquello que quiero; lo que conducirá a la propia
autodestrucción y desdicha.
Volveré sobre este capital asunto, que de momento solo enuncio, sin
el menor afán de demostrarlo.
195
3.2. Y señalo también que cuando tal capacidad de
transformar los afectos, tendencias y circunstancias externas
desaparece, todo hombre conserva siempre, al menos, la de adoptar
una u otra actitud sobre aquello mismo que no puede modificar.
Es esta una de las ideas centrales de la logoterapia, que sería
conveniente desarrollar. Cito, de momento, unas palabras de Lukas:
De la actitud que una persona adopta frente a su destino depende casi
todo el daño que este pueda ocasionarle. La actitud interior tiene una
enorme importancia. Con una actitud positiva se puede sacar provecho
hasta de la situación más amenazadora, mientras que, con una actitud
negativa, hasta una estancia en el Paraíso puede resultar insoportable. Hay
un chiste que retrata sabiamente esta realidad. En un autobús atiborrado
de pasajeros, una chica le dice a su novio: “¡Es espantoso este gentío!”, a
lo que su acompañante le contesta: “Pues anoche, en la discoteca, lo
llamabas ‘ambiente’”. La actitud interior ejerce un poder sobre el bienestar
y la infelicidad, las esperanzas y las expectativas174.
174
LUKAS, Elisabeth, Paz vital, plenitud y placer de vivir, Paidós, Barcelona, 2001, p.
121.
196
se va deslizando hacia una versión pobre, carente de aspiraciones, de
forma que surge lo peor de uno mismo175.
La voluntad conduce al más alto grado de progreso personal, cuando se
ha obtenido el hábito de hacer, no lo que sugiere el deseo, sino lo que es
mejor, lo más conveniente, aunque, de entrada, sea costoso176.
178
Me permito remitir, para este extremo, a LÓPEZ MORATALLA, Natalia – IRABURU
ELIZALDE, María José, Los quince primeros días de una vida humana, EIUNSA, Pamplona,
2ª, ed. 2006.
179
Incluso en el caso de gemelos univitelinos, los primerísimos pasos del desarrollo
de cada uno de ellos modifica lo suficiente lo inicialmente dado… para que pueda
mantenerse con pleno rigor lo que acabo de sostener. Es lo que, de manera más
general, se denomina epigénesis, es decir, desarrollo influido no solo por el punto de
198
La diversidad de genes origina la primera diferencia
entre los distintos seres humanos
No determinista
partida, sino por todo lo que ocurre durante ese mismo desarrollo.
199
violado a aquella chica o aquel otro sujeto sea un cleptómano, un
drogadicto, etcétera.
El alma espiritual, que no se limita a informar y conformar el cuerpo,
sino que lo trasciende y hace posible el conocimiento intelectual y el
querer libre. Y, por semejantes motivos, revoluciona —o puede
revolucionar, dentro de ciertos límites—, la presunta determinación
inicial establecida por los genes.
Ciertamente, la dotación genética constituye un punto de partida y
lleva consigo concretas inclinaciones individuales y caracterizadoras,
que resultan hasta cierto punto, y en algunos aspectos, condicionantes:
lo que, en sentido amplio, llamamos temperamento.
Mas, gracias a su libertad y dentro de las fronteras respectivas, cada
persona humana no solo es capaz de conocer y asumir esas condiciones
ineludibles, sino de ir mucho más lejos y re-conformar una y otra vez su
propia realidad: de modificarla —mejorándola o empeorándola—, o, al
menos, en última instancia, de habérselas con ella de muy diversos mo-
dos180.
Con lo que llega a convertirse, en el sentido más propio de la
expresión, en causa de sí misma: en causa sui, que decían los clásicos
latinos, en la estela de Aristóteles.
Así lo expone Caffarra:
Con la reflexión sobre la voluntad, entramos en el “corazón” mismo de
la persona: nada es más íntimo, más interno a la persona que la voluntad
en cuanto facultad de los actos libres. El acto libre es el acto de la persona
en sentido eminente; todo otro acto es de la persona en tanto en cuanto
que es imperado por la voluntad libre. Mediante el acto libre la persona se
genera a sí misma: llega a ser padre-madre de sí misma181.
180
De nuevo son pertinentes unas palabras de Doidge: «Uno de dichos científicos
llegó incluso a demostrar que el pensamiento, el aprendizaje y la experiencia pueden
activar y desactivar nuestros genes, transformando así nuestra anatomía cerebral y
nuestro comportamiento, sin duda uno de los descubrimientos más extraordinarios de
todo el siglo XX» (DOIDGE, Norman, El cerebro se cambia a sí mismo, Aguilar, Madrid,
2008, p. 15).
181
CAFFARRA, Carlo, Ética general de la sexualidad, EIUNSA, Barcelona 1995, p. 73.
200
Según afirma un excelente psiquiatra español, A. Polaino-Lorente, la
marca genética inmodificable no determina el desarrollo de la persona
en cuanto tal… porque la persona no se reduce a biología:
Una vez producido el parto, las hormonas ya no dirigirán el
comportamiento ni la mayoría de las facultades y funciones de la persona,
sino que lo hará el sistema nervioso central, previamente diferenciado. Esa
modalidad en que cada persona está constituida, que tiene un sello
genético inmodificable, no nos puede hacer suponer que estamos ante un
determinismo biológico irrenunciable e inmodificable, por la sencilla razón
de que la persona humana no es pura biología182.
Un testimonio científico-vital
Resumen
185
FRANKL, Viktor, El hombre en busca de sentido, Herder, Barcelona, 2004, pp. 90-
91.
202
Con términos más técnicos, y de nuevo con palabras de Pithod, la
cuestión se enunciaría así:
Sea lo que fuere de estas especulaciones psicológicas, el hecho
fundamental es que la experiencia moral propiamente dicha, es decir, la
vivida por la persona espiritual en el nivel espiritual no puede hacerse
totalmente al margen de las estructuras psíquicas formadas
tempranamente y que permanecen en un nivel diferente pero que la
influyen. Por cierto no es que definan la experiencia moral como si se
tratara de un constitutivo formal, sino que la experiencia moral se da
concretamente (o existencialmente, si se quiere) con ese trasfondo
psicológico.
Es sobre tal sedimento profundo y ubicado más allá de la conciencia
lúcida (aunque no necesariamente inconsciente, como quería Freud, pues
el sujeto puede advertirlo) que tendrá que elevarse el edificio de la
experiencia de los valores, sobre todo en la adolescencia. J. Rof Carballo ha
elaborado el concepto de “urdimbre” para referirse a este entrelazamiento
tanto de las instancias constitutivas cuanto de las vicisitudes de la
existencia y del desarrollo186.
187
FRANKL, Viktor, La idea psicológica del hombre, Rialp, Madrid, 6ª ed., pp. 180-
181.
188
FRANKL, Viktor, La idea psicológica del hombre, Rialp, Madrid, 6ª ed., p. 181.
189
FRANKL, Viktor, La idea psicológica del hombre, Rialp, Madrid, 6ª ed., p. 181.
190
SCHELLING, Friedrich, Prefacio al Vom Ich als Princip der Philosophie oder über
das Unbendingte in menschlichewn Wissen, en Werke (ed. Schröter), Oldenbour y
Beck, Munich, 1927-1954, vol. I, pp. 81-82.
204
5. La formación biográfica de la afectividad
El pasado…
191
Al respecto, un escrito breve y enormemente atractivo es el de LÓPEZ MORATALLA,
Natalia, El primer viaje de la vida, Palabra, Madrid, 2007.
192
HERNÁNDEZ, Miguel, Hijo de la luz y de la sombra, en Obras completas, vol. I:
Poesía, Espasa-Calpe, Madrid, 2ª ed., 1993, pp. 715-716.
205
exclusivamente en aquella forma de memoria en que las vivencias del
pasado penetran de nuevo en la conciencia en forma de representación, es
decir, cuando recordamos el pretérito. Junto a esta memoria del recuerdo
existe otra forma en la que lo ya vivenciado está implícitamente presente
en el aquí y el ahora y que se designa como memoria experiencial193.
… y el futuro
Mas, igual que Hernández, aunque con otra óptica, Lersch señala la
importancia del futuro en cada uno de los actos del ser humano. Se
trata, también ahora, de una realidad asequible al análisis
fenomenológico y, por consiguiente, a cualquiera que reflexione sobre el
despliegue de su existencia:
Al igual que el pasado, el futuro, por su parte, está contenido en la
actualidad de la vivencia. Todo presente vivido es anticipación del futuro.
Esto es cierto en la medida en que cada momento de la vida anímica está
entretejido por la dinámica y la temática de la tendencia que se dirigen
hacia la realización de un estado todavía no existente y que constituye una
constante en la dirección y configuración de la vida. Así, pues, la vivencia
presente implica siempre un preludio, una búsqueda anticipada 195.
193
LERSCH, Philip, La estructura de la personalidad, Scientia, Barcelona, 1971, p. 28.
194
LERSCH, Philip, La estructura de la personalidad, Scientia, Barcelona, 1971, pp.
28-29.
195
LERSCH, Philip, La estructura de la personalidad, Scientia, Barcelona, 1971, p. 29.
206
En el ámbito filosófico, han concedido especial importancia a esta
dimensión estrictamente humana muchos y grandes autores, también
contemporáneos, casi todos ellos tras las huellas de Heidegger. Señalo
entre los más cercanos a Marías, que caracteriza al hombre como un ser
futurizo, y a Polo, una de cuyas propuestas de fondo consiste en
futurizar el presente.
También los psiquiatras han tematizado el carácter intrínsecamente
temporal del varón y la mujer. Pero con matices diversos, hasta llegar a
la estricta contraposición.
1. Y así, Freud y sus seguidores, dotan de especial relieve al
pasado, sobre todo en las primerísimas etapas. Un pasado conservado
en el subconsciente, que determinaría buena parte de las actuaciones y,
más que nada, de los conflictos y los traumas del sujeto, que de este
modo acabaría por no ser responsable de sus actos.
2. Por el contrario, la logoterapia se desentiende de ese pasado
remoto, e intenta que la persona responda a las solicitaciones del
presente y del futuro desde la parte más sana de sí misma —el espíritu
—, poniendo en juego los resortes de su libertad.
207
Y que, con relativa independencia de lo anterior, el factor
determinantemente determinante es justo la libertad personal, que
debe tener en cuenta la situación en que se encuentra, con todos los
elementos de relieve, pero que casi siempre resulta capaz de superar
condiciones incluso muy precarias, en ocasiones haciendo un uso
estratégico también de los propios déficits.
Además de lo que nos enseña lo mejor de la neurología
contemporánea (pienso, entre otros, en los magníficos estudios de
Sacks) y también lo más excelente de la psiquiatría (ahora me vienen a
la memoria, entre muchos, los ensayos de Frankl, de Lukas y de
Cardona Pescador), lo que llamamos conversiones o rectificaciones
radicales de toda una vida, constituyen pruebas palpables del alcance
de la libertad humana.
Aunque matizaría algún extremo, transcribo de momento, como
estupendo resumen de lo visto, otras palabras de Frankl:
Hay determinismo dentro de la dimensión psicológica y hay libertad
dentro de la dimensión noética [o espiritual], la cual se definiría como la
dimensión de los fenómenos específicamente humanos. [...] Por tanto, la
libertad es uno de los fenómenos humanos. Pero también es un fenómeno
demasiado humano. La libertad humana es libertad finita. El ser humano
no está libre de condiciones, sino que solo es libre de adoptar una actitud
frente a ellas. Pero estas no lo determinan inequívocamente, porque, al fin
y al cabo, le corresponde a él determinar si sucumbe o no a las
condiciones, si se somete o no a ellas. Es decir, hay un campo de acción en
el que el ser humano puede elevarse sobre sí mismo y levantar el vuelo
hacia la dimensión humana por excelencia196.
209
O, en el extremo más noble, varones o mujeres que integran con
bastante tino los distintos ámbitos en que se desenvuelve su existencia,
dando a cada uno la importancia que merece. De modo que, sin
desatender su salud, ocupan buena parte de su jornada con un trabajo
hecho a conciencia, en torno o junto al cual cultivan también sus
amistades, y saben dedicar el tiempo necesario a su familia, al trato con
Dios, etc.
Y un desarrollo variable
210
Un desconocimiento, por desgracia, muy extendido en nuestra
civilización, que ha incrementado prodigiosamente el dominio sobre los
medios —lo que hoy llamamos técnica o, incorrectamente, tecnología,
palabra que significa tratado sobre la técnica—, en buena parte a costa
de desatender los fines que el propio hombre encuentra inscritos, si los
busca, en lo más íntimo de su ser.
3.2. Y, dentro de esta esfera, goza de particular relieve el
descubrir e instaurar vitalmente un correcto equilibrio entre las propias
posibilidades de crecimiento y las expectativas que orientan nuestra
vida y el conjunto de nuestras actividades: teniendo en cuenta, como
enseguida apuntaré, la fuerte incidencia de un entorno
desmesuradamente competitivo, que incita muy a menudo a desear e
intentar conseguir objetos o/y objetivos innecesarios o claramente fuera
del propio alcance.
Se trata de una cuestión de singular relevancia en la educación de los
hijos, que se sienten continuamente impulsados a compararse con los
demás y calibrar las respectivas posesiones y las de sus padres.
Por eso, según la formación que se les transmita y la jerarquía de
valores que se propicie en ellos, podrán sentirse frustrados por no tener
las ventajas materiales que los otros ostentan o, al contrario, apreciar
aquello de lo que ellos gozan —un elevado número de hermanos, por
poner un único ejemplo, en el seno de una familia numerosa—… aun a
costa de no disfrutar de comodidades ordinarias en hogares con solo
uno o dos hijos.
3.3. Pero no importa menos, como ya sugería al hablar del
futuro, descubrir y apropiarse de grandes ideales para la propia
existencia. Anhelos y aspiraciones que no solo son compatibles con la
conciencia de la propia fragilidad, sino que en cierto modo derivan de
ella, por cuanto por fuerza van acompañados de la conciencia expresa
de que, para alcanzarlos, cualquier ser humano requiere siempre de la
ayuda de otras personas: de los amigos, en el sentido más amplio y
hondo de este término, y, en el caso de los creyentes, del auxilio de un
Dios que todo lo puede, en la medida en que se le permite intervenir en
la propia vida.
Más de una vez he explicado que el sentido más hondo del término
responsabilidad camina por estas veredas: sin poder evitarlo, todo
nuestro ser responde a las acciones que vamos realizando.
Por eso, quien reitera los actos de generosidad, se está haciendo
generoso; quien se esfuerza por sonreír, incluso en los momentos de
cansancio o aridez, se convierte en una persona amable y afable; quien,
por el contrario, acostumbra a responder con acritud, se torna un
malhumorado, etc.
Y esto se cumple de una manera muy particular y honda con las
magnas actitudes de fondo, capaces de orientar toda una vida.
Desde el punto de vista psíquico, la cuestión se advierte también por
contraste, considerando lo que sucede a quienes carecen de metas que
den sentido a su caminar por este mundo. Holmer lo resume así:
… se avecina una tragedia cuando una persona no aprende lo que toda
persona finalmente debe aprender: unos deseos poderosos y persistentes.
Al contrario de los animales cuyos deseos son innatos y por naturaleza, las
personas tienen que invertir tiempo en descubrir qué son sus propios
deseos. Y si uno no desea lo que es esencial y necesario —por ejemplo, ser
moral, ser inteligente e informado más que ser estúpido, o, incluso estar
sano más que estar enfermo— entonces, le falta gran parte de lo que es
una persona […].
Ciertamente se encuentra muy apurada la persona que a la edad de
cincuenta o sesenta años tiene que decir: “Yo nunca supe lo que quería”.
Porque ese estado describe una vida sin sentido y sin significado, ya que
no saber lo que quieres te deja sin dirección, sin rumbo199.
198
WADELL, Paul J., La primacía del amor, Palabra, Madrid, 2002, pp. 77-78.
199
HOLMER, P. L., Making Christian Sense, The Westminster Press, Philadelphia
1984, pp. 29-30. J. FINNIS, Fundamentals of Ethics, Georgetown University Press
1983, p. 139, en WADELL, Paul J., La primacía del amor, Palabra, Madrid, 2002, p. 75.
212
también un factor de enorme importancia en la
estructuración de su personalidad
Educar la afectividad
6. Educación y afectividad
213
Asentado lo cual, me interesa dejar claro que existe un
entrecruzarse y un influjo mutuo de los elementos en cuestión. Una
interacción recíproca que lleva a que en cada instante de nuestra
historia, en las grandes decisiones y en las menudas, se parta de un
estado concreto y único, en el que los sentimientos y el tono vital
revisten gran interés, pues a veces su influjo es de hecho —contra lo
que la propia naturaleza del hombre en cierto modo reclama— muy
superior a los del entendimiento y la voluntad.
Y, como veremos, importa mucho —¡todo!— aprender a sacar partido
a ese estado en particular, sin añoranzas ni utopías sobre lo que uno
hubiera podido ser… que no suelen pasar de simples escapatorias
semiconscientes y condenan a menudo a la inacción.
Para comprender esa interacción, conviene insistir en algunos
extremos:
1. Antes que nada, y con plena conciencia de que me vuelvo a
repetir —en parte para contrarrestar la insistencia carente de
argumentos con que se afirma lo contrario—, que la dotación genética y
el desarrollo biológico de cada individuo no determinan ninguno de los
resultados, al menos en lo que afecta al carácter, al tono de la
afectividad y a su mayor o menor peso en la existencia, al triunfo o
fracaso conyugal, en el trabajo, en la vida social…, aunque influyan, e
incluso notablemente, en todos ellos.
1.1. Que esto es así, porque la educación familiar y la
escolar, mutuamente imbricadas, inciden con enorme vigor sobre los
elementos biológicos y temperamentales y los modifican, pero, a la par,
se apoyan por fuerza en ellos.
1.2. Que, como fruto de ese interactuar múltiple, se va
produciendo una sedimentación biográfica no siempre consciente, que
compone la plataforma de base a partir de la que cada cual obra, y en
la que algunas experiencias o sucesos, sobre todo de la infancia,
resultan más definitivos que otros, sin más concesiones al psicoanálisis
de las que hay que hacerle, que a menudo implican matices y
correcciones.
2. Asimismo, me interesa ahora señalar que tampoco cabe
achacar la responsabilidad de nuestros actos al influjo de la cultura
ambiental o de la educación no institucionalizada, aunque tales
influencias resulten cada vez mayores en el mundo de hoy.
2.1. Y me estoy refiriendo a factores espacialmente
inmediatos, como las costumbres que se observan en la vida cotidiana
del propio entorno.
2.2. Y a los geográficamente más lejanos, como el modo de
vida de otros países, incluso muy apartados, que marcan incluso con
más vigor las pautas de comportamiento, sobre todo a determinadas
edades.
214
Los dos tipos de estímulos se cuelan hoy en cualquier hogar, si es
que no los invitamos a que entren y se acomoden, sobre todo a través
de los media y de las modernas tecnologías unidas a la informática.
Al respecto, considero oportuno recordar algo que he desarrollado por
extenso en otros lugares.
Precisamente en virtud de cuanto estoy señalando, es menester
incrementar activa y conscientemente, con el vigor y el tesón
necesarios, el temple y los contenidos de nuestra vida familiar.
¿Por qué? Porque el peso del ambiente en cada uno de los hogares —
en el propio matrimonio y, de manera derivada, en los hijos— resulta
inversamente proporcional al que ejerza la propia familia, y muy en
particular los padres: sobre todo, el padre, que fácilmente pone entre
paréntesis la relevancia de su presencia ante los hijos y se desentiende
de esa tarea.
La consecuencia no podría ser más clara: cada uno de nosotros he-
mos de procurar llenar de ideales, valores, actividades,
entretenimientos y, en definitiva, de amor, la propia familia y el propio
hogar. No solo ni especialmente en lo que atañe a los hijos, sino, de
manera muy particular, al respectivo cónyuge. Pues, como enseña la
experiencia, si no se mima día a día la relación con el propio esposo o
esposa, se están poniendo todos los medios para que el matrimonio
desemboque en un rotundo fracaso y arrastre en su caída al resto de la
familia.
2.3. Por otra parte, de acuerdo con lo que apunté, al hablar
del ambiente o cultura, apelo también a la dimensión temporal, al modo
de vivir actual y pretérito: pues el conocimiento de la Historia, lo mismo
que el de otros lugares o costumbres, puede muy bien, por contraste,
corregir los déficits o resaltar los logros del momento presente.
Y todo esto influye en el comportamiento de las personas pero nunca
lo determina. Es uno de los asuntos en los que más insiste Lukas,
incluso en los casos, aparentemente desesperados, de neurosis.
217
deber; a la belleza y el arte o a lo pragmático y utilitario; a lo propia y
hondamente humano, como la valía interior, en la más amplia acepción
de estos vocablos, o a lo accesorio, pasajero y superficial, entre los que
se cuentan los caracteres meramente físicos, las posesiones, el éxito o
fracaso, el prestigio…
Pido excusas por repetir una vez más que llevamos entre manos
algo enormemente complejo, imposible de captar en toda su variedad y
riqueza, menos aún con una sola mirada.
Pues, en fin de cuentas, me estoy refiriendo al entero desarrollo
biográfico de la persona humana, aunque desde la perspectiva
prioritaria de la naturaleza y el manejo de su afectividad.
A. ¿«Jugamos» a la vida?
Por eso, para exorcizar en parte el sentimiento de indefensión
e ineptitud, me atrevo a proponer un símil si no muy apropiado, al
menos fácil de entender.
Me refiero a cualquiera de los juegos de naipes con que bastantes de
nosotros hemos ocupado los ratos de ocio en determinadas etapas de
nuestra existencia.
Igual que sucede en esos entretenimientos, desde el principio de la
vida y a lo largo de ella, cada ser humano dispone de un conjunto de
bazas con las que enfrentarse al desenvolvimiento de su persona.
201
CARDONA PESCADOR, Juan, Los miedos del hombre, Rialp, Madrid, 1998, p. 71.
219
Se trata de elementos no inmutables, sino que se van desplegando o
atrofiando, y varían, para bien o para mal, dentro de ciertos límites y
según el uso que hagamos de ellos.
C. A saber: la libertad
Esa capacidad surge o se instaura, principalmente, en la
confluencia de dos facultades —la inteligencia y la voluntad— y asume
en cierto modo el resto de nuestra persona. Para designarla no
encuentro otro término más adecuado que el de libertad, ya tantas
veces empleado.
220
Pienso que es pertinente citar aquí a Tomás de Aquino, cuando
afirma:
Existen potencias que reúnen en sí la virtud [o el poder] de varias
potencias [o facultades], y tal es el caso del libre albedrío, como queda
patente al considerar su acto. Pues elegir, que es su acto propio, lleva
consigo tanto el discernir como el desear: en efecto, elegir equivale a
preferir una cosa respecto a otra. Pero estas dos acciones no pueden
llevarse a término sin el poder de la voluntad y de la razón. De donde se
sigue que el libre albedrío reúne el poder de la voluntad y de la razón, y
que por ello se denomina facultad [o potencia] de una y otra202.
Tranquilidad.
El conocimiento humano es progresivo. Normalmente no se comprende del
todo lo que se lee por primera vez.
Lo medio-entendido entonces prepara para estudiar lo que sigue, y el nuevo
conocimiento aclara lo ya aprendido. A menudo es preciso «ir y venir», leer
más de una vez lo mismo. Pero el resultado final suele provocar una notable
satisfacción.
Ánimo.
202
TOMÁS DE AQUINO, In II Sent., d. 24, q. 1, a. 1 c.
203
Cfr. POLO, Leonardo, Presente y futuro del hombre, Rialp 1993, pp. 83-84, que
será citado más adelante.
221
comprenderlo cabalmente ha de definirse lo uno y lo otro». Y establece
un Cuadro comparativo entre instinto sexual y pulsión sexual, que copio:
«Cuadro comparativo entre instinto sexual y pulsión sexual
Instinto
1. Mediado genéticamente.
2. Condiciona conductas estandarizadas para todos los
miembros de una misma especie.
3. Es ineludible. El sujeto no puede sustraerse a su cabal
cumplimiento.
4. Una vez desencadenado el instinto, el sujeto no puede
detenerse voluntariamente.
5. Se desencadena por fenómenos bioquímicos, en una
reacción en cadena o en cascada.
6. En condiciones naturales, el objeto sexual es un sujeto de
la misma especie y del otro sexo.
La pulsión sexual
1. Obedece a una estructura de la sexualidad, propia de la
naturaleza humana, aunque su manifestación está altamente influida por
factores individuales y culturales.
2. No determina conductas específicas, solo motiva o
direcciona una relación marcada por una condición sexuada.
3. Es potestativo del sujeto el actuar o no en la dirección
sugerida por la pulsión.
4. La pulsión puede desencadenar una actuación que el
sujeto está en condiciones de detener o desviar.
5. Puede ser liberada voluntariamente y su expresión puede
ser completa o incompleta.
6. El objeto sexual es seleccionado por el sujeto y puede no
corresponder a alguien del sexo complementario.» (SIERRA, Álvaro, La
afectividad. Eslabón perdido de la educación, EUNSA, Pamplona 2008, pp.
186-187).
222
IX. En la raíz de la raíz
¡Atención!
¡Ojalá que al terminar de estudiar este capítulo pienses que el esfuerzo
desplegado hasta el momento ha valido la pena!
De ahí que te advierta, por enésima vez, que sigue siendo cierto que
existen muchas maneras de leer un escrito; y que también en estos
últimos pasos podría pasarte desapercibida una serie de cuestiones, justo
porque no las estás buscando.
Por eso, antes de comenzar tu tarea, intenta de nuevo afinar las neuronas
y, si te es posible, responder a estas preguntas.
¡Además, cambio de música… y letra!
Por eso, quiero añadir que soy consciente lo que me juego al desarrollar
aspectos controvertidos, como los que ya he tratado y los que vienen a
continuación, y que muy bien podría silenciar en aras de una presunta
armonía.
Pero, de nuevo por pura honradez intelectual, prefiero correr el riesgo de
perder muchos puntos (e incluso todos) en el aprecio del lector, a omitir lo
que para mí es una convicción filosófica profunda, con fuerte incidencia en
mi vida vivida… y que probablemente otros filósofos no comparten y
nunca expondrán.
Precisamente por eso, estimo un deber de justicia ofrecerlas a la
consideración y reflexión de quienes, por su parte, han tenido la
delicadeza de llegar hasta este punto de la lectura de mi escrito, con el fin
de que sean ellos quienes juzguen si estoy o no en lo correcto.
223
Se trataría, pues, de establecer la manera como se oponen los
sentidos y la inteligencia, en el ámbito del conocimiento, y los apetitos
sensibles y la voluntad, en los dominios de las tendencias:
1. Lo cual, aunque te suene extraño y lo sea (pues no
está bien expresado), equivaldría a decir que los sentidos conocen más
bien poco o incluso no conocen, mientras que el entendimiento sí que
conoce realmente.
2. Y, por otro lado, que las tendencias sensibles inclinan
o impulsan hacia algo opuesto a lo que pretende la voluntad.
Como tal vez pienses, todo esto parece un galimatías y haces muy
bien en leerlo con cierta prevención, pues solo así, afilando tu espíritu
crítico, podrás advertir en qué medida lo que expongo se acerca o no a
la verdad: ¡no dudes en tratarme duro!
Un enfrentamiento relativo
227
el sujeto que padecía el déficit: de modo que si semejante bien no
pudiera pasar a convertirse realmente en suyo, por lo mismo dejaría de
ser bueno o, hablando con propiedad, nunca lo habría sido.
El caso más obvio —ya mencionado— es el de los alimentos, que
tienen de bueno lo que puede asimilarse y convertirse en el sujeto que
los ingiere, mientras el resto resulta desechado porque no era-es bueno
(algo similar, pero más dramático, sucede con los trasplantes de
órganos).
Con lo que se percibe que su bondad o maldad viene medida y
determinada, de forma exclusiva y excluyente, por la situación actual de
ese animal en concreto; por el aquí-y-ahora concretísimo de un algo, no
alguien, también muy particular: estamos ante esta-bondad-para-esto y
de ningún modo ante lo bueno en sí, de rango universal.
Volviendo al ejemplo de los trasplantes, parece claro que un riñón
susceptible de ser trasplantado solo es bueno para la persona que, aquí
y ahora, necesita semejante órgano y puede incorporarlo sin rechazo.
Mientras que saber cuál es el fin o destino de la vida humana, pongo
por caso, es bueno para todo varón y mujer, con independencia
absoluta de cuáles sean sus circunstancias globales y las de este
instante particular.
Posibilidad de conflicto
Tras lo cual, tampoco es difícil advertir, al menos intuitivamente,
que en los seres humanos puede darse un conflicto entre bienes-para-
mí y bienes en sí o en sentido estricto, cuya traducción habitual, como
he explicado en otros lugares, es la de bienes-para-otro-en-cuanto-otro
(o para uno mismo, pero también en-cuanto-otro).
Y, en tales circunstancias, cuando el bien exclusivamente para-mí
toma la delantera de forma radical y plena sobre lo bueno-en-cuanto-tal
o para-otro-en-cuanto-otro, el pretendido bien acaba por convertirse en
mal.
Acudiendo de nuevo a ejemplos sencillos e incluso simplones, una
excesiva glotonería —que halaga mi ansia de comida y bebida y no la
salud que debería tener todo ser humano— termina por producir
obesidad o enfermedades más graves.
Mas como los apetitos sensibles se orientan siempre y
necesariamente al bien-para-sí (para cada uno de ellos), mientras que
la voluntad está en principio abierta al bien en sí o en cuanto bueno,
también ahora podría decirse, en paralelo con lo sostenido respecto al
conocimiento, que las tendencias sensibles no inclinan al bien-bien, sino
a lo mío en cuanto mío; mientras que la voluntad sí que se endereza
228
hacia lo bueno como tal o, lo que es lo mismo, al bien para los demás o
para sí mismo en cuanto otro, como más de una vez he explicado.
Con expresión clara y decidida sostiene Caffarra:
A diferencia del espíritu, la sensibilidad es siempre utilitarista o
hedonista: solo percibe al otro en su papel utilitario o placentero. Esta
característica constituye una limitación natural de la sensibilidad206.
208
Todo esto se encuentra muy bien explicado y de manera muy sencilla en
CARDONA, Carlos, Metafísica del bien común, Rialp, Madrid 1967.
230
2. Por el contrario, los apetitos —al margen de la voluntad que
los endereza— tienden naturalmente, no solo infranaturalmente, a
apropiarse y consumir y hacer desaparecer lo que les resulta
conveniente, aunque en sí mismo no sea bueno (que, en muchas
ocasiones, sí que puede serlo) ni, por tanto, difusivo: y, por lo mismo,
pueden calificarse como centrípetos.
Con lo que es correcto concluir, de nuevo tomando los términos en su
más radical acepción, que:
2.1. La voluntad sí puede tender al bien en cuanto tal y,
como consecuencia, al bien de los otros, justo en cuanto otros.
2.2. Mientras que los apetitos sensibles no están, por sí
mismos, capacitados para hacerlo, aunque su unión con el
entendimiento y la voluntad, en el hombre animado por un único y
mismo acto de ser, los torne aptos para lograrlo.
2.3. Por consiguiente, la voluntad es superior a los apetitos
sensibles y encarna la tendencia característica de la persona como
persona, en la que muestra su grandeza y abundancia de ser: la
inclinación a amar y entregarse a los demás personas.
Conclusión
210
CARDONA PESCADOR, Juan, Los miedos del hombre, Rialp, Madrid, 1998, p. 44.
232
1.1. En principio, considerados de forma aislada, si esto
pudiera llegar a darse, los apetitos sensibles se disparan
inevitablemente en presencia (o recuerdo o imaginación, etc.) del bien
que a ellos les conviene en cada caso: por lo que, en última instancia,
son tales apetitos los que constituyen en buena o mala la realidad que
los circunda.
1.2. Desde este punto de vista, las tendencias sensibles
resultan del todo subjetivas, pues dependen plenamente del estado
actual de cada sujeto, de las determinaciones de este en un instante
dado y del modo como él (de nuevo el sujeto) las percibe.
Por ejemplo, si alguien se siente con hambre o sed no puede evitar
que se movilice la correspondiente tendencia sensible a alimentarse,
con los dinamismos fisiológicos que a menudo la acompañan, por más
que la inteligencia vea que no debe hacerlo y la voluntad pretenda
obviarlo. Ciertamente, si se trata de una persona con suficiente
autodominio, no comerá o beberá, pero lo que de ordinario no está en
sus manos es impedir que se active y dejar de experimentar la
tendencia sensible a comer o beber.
Quizá lo que vengo afirmando nunca se manifieste con más claridad
que en el caso —ya apuntado— de ciertos estados anómalos para el
organismo, como la indisposición conocida normalmente como
empacho, sobre todo cuando es el resultado de un consumo excesivo de
nuestros alimentos favoritos. En tales circunstancias, mientras dura la
indisposición, sentimos que nos asquean, sin poderlo impedir, justo
aquellas comidas que en ese mismo instante sabemos que son las que
habitualmente más nos gustan… y nos encantaban quizá hasta hace
muy poco: justo hasta antes de indigestarnos.
En el nivel de la sensibilidad, la atracción o la repugnancia se
encuentran, pues, exclusivamente determinadas por la disposición
orgánica del sujeto en ese momento, tal como él la percibe (pues, justo
por una nueva indisposición de lo orgánico, no siempre se percibe el
propio estado como realmente es); en cualquier caso, el acercamiento o
rechazo no viene determinado por el valor objetivo de la realidad en sí,
incluso aunque esa valía sea conocida y reconocida intelectualmente en
el mismo instante en que siente la repulsa, o viceversa.
1.3. En tercer lugar, los apetitos resultan subjetivos porque,
de por sí, inclinan a su sujeto a poseer y apropiarse (a asimilar: hacer
suyos) los bienes a los que tienden, aunque instancias superiores
moderen ese deseo con más o menos facilidad, según el grado de
desarrollo de las oportunas virtudes, que tienden hacia el bien en sí y
de los demás: ordo amoris.
233
el mismo momento en que lo percibe y tal como él lo
percibe
234
hecho perfecto, está plenamente formado, es capaz de actuar en sumo
grado, para dar de sí mismo con las menores restricciones211.
211
BROCK, Stephen L., Acción y conducta. Tomás de Aquino y la teoría de la acción,
Herder, Barcelona, 2000, pp. 150-151.
212
Es decir, nos situamos de manera exclusiva en los dominios de la voluntas ut
natura, donde la facultad es primordialmente pasiva, en lugar de ejercer la libertad,
anclada propiamente en la voluntas ut ratio, que seguiría activa y libremente a la
aprehensión intelectual de lo bueno o malo en sí.
235
Permitimos, en el primer caso, o nos habituamos, en el segundo, a
que determinados bienes parciales ejerzan su influjo progresivo sobre la
voluntad hasta aquel punto en que apenas somos capaces de superar
tales influencias. De este modo, la voluntad acaba por sucumbir, pero
porque no quiso desplegar y robustecer la libertad cuando todavía podía
hacerlo: es lo que la tradición latina llama voluntario in causa.
Libremente queremos dejar de ser libres, por decirlo con fórmula
paradójica pero correcta; o, con expresión popular, no quisimos-
supimos cortar a tiempo, cuando el deseo todavía no era tan
vehemente como para impedir el ejercicio contrario activo de la
libertad, capaz de orientarse en función de lo bueno en sí: de la realidad
tal como efectivamente es.
3. Todo lo cual resulta plenamente coherente con una libertad
real, pero limitada, como es la de cualquier mujer o varón. Es decir, una
libertad orientada hacia el bien, pero que puede decaer (deficere, dirían
los latinos) y situarse en una esfera análoga (idéntica y radicalmente
distinta) a la de los apetitos sensibles.
3.1. Idéntica, por cuanto —igual que les sucede por
naturaleza a los apetitos sensibles— acaba transformándose en punto
de referencia constitutivo de lo bueno o malo, que dejan de serlo en sí y
pasan a serlo exclusivamente para mí.
3.2. Y radicalmente distinta, porque esa inversión o
perversión no es fruto de la naturaleza —como ocurre con los animales,
que obran de acuerdo con sus instintos— sino de un acto radical de
libertad que, con más o menos conciencia, hace del propio ego el bien
por antonomasia y absoluto, fundamento y raíz de cualquier otro bien:
es decir, las demás cosas y personas se convierten en buenas o malas,
con independencia de su bondad o maldad reales, según beneficien o
perjudiquen a ese yo.
La elección del yo
239
La opción por el yo es una auténtica elección, hecha
posible, simultáneamente, por la condición libre de todo
ser humano y por el hecho de que su libertad es
imperfecta
¡Rectificable!
215
En el fondo de todo lo que estamos viendo se encuentra la (des)composición real
del sujeto humano en esencia y acto personal de ser: esa (des)composición obliga a
recuperar su unidad-identidad posible mediante la operación libre (re-composición) y
permite, mediante el desprecio del Bien en sí por aprecio desordenado al yo, no
obtenerla: des-hacerse o des-componerse ulteriormente, girando en torno al propio
yo. Así lo explica Donoso Cortés, en comparación con los ángeles: «El ángel, espíritu
puro, abrasado de amor, gravitaba hacia Dios, centro de todos los espíritus, con una
240
Utilizando los recursos de la libertad contra la propia
libertad, el ser humano puede erigir su propio yo en un
absoluto, en torno al cual hará que gire el resto de lo
existente
Persona ≠ subjetividad
Para hacer más comprensible lo que estamos viendo, tal vez sea
oportuno establecer una distinción, hasta cierto punto artificial (porque
solo es verdadera en las realidades finitas), entre la persona como tal y
la subjetividad o el yo, también precisamente como tal.
A la persona le corresponde por naturaleza la difusión del bien o, si se
prefiere, la búsqueda del bien de las restantes personas. Cosa que,
cuando se trata de una persona limitada o imperfecta, se realiza a
menudo tras la consecución de los bienes que desea otorgar a los seres
amados. Y precisamente entonces, cuando realiza esa operación
caracterizadora, cuando busca el bien de los otros, es cuando la
persona finita va adquiriendo su perfección como persona y, como
consecuencia no buscada, su felicidad.
El yo, por el contrario —tal como aquí y ahora lo entiendo—, es la
subjetividad de la persona limitada, precisamente en cuanto (contra lo
que reclama su acto de ser) renuncia o se niega a obrar como persona,
buscando el bien de los otros, y aspira exclusivamente a hacerse con los
bienes que calman de forma inmediata sus propias necesidades o de-
seos. Paradójicamente, aunque esos bienes se alcancen y hagan derivar
de ellos los deleites consiguientes, la inclinación nuclear de la persona,
la que le compete como tal, está siendo frustrada, por lo que el
resultado es, siempre, la insatisfacción global-radical: la desdicha o
incluso la enfermedad psíquica.
Modos de «elegir» el yo
243
1. En virtud de su carácter dinámico y finalizado, cuando una
facultad actúa de acuerdo con su propia naturaleza, el sujeto
experimenta un sentimiento positivo, de gozo o deleite 217.
2. En coherente simetría, una facultad que obra contra lo que
reclama su naturaleza experimenta por fuerza un sentimiento negativo,
de desazón o descontento.
3. En la exacta medida en que el único acto de ser del hombre
hace que en él convivan dos naturalezas contrarias —en el sentido
antes indicado—, también pueden convivir en él sensaciones de gozo y
de disgusto y todas las similares y sus contrarias: pues, mientras no
haya instaurado una perfecta armonía en el conjunto de sus
inclinaciones, al seguir la pulsión de determinadas tendencias se opone
necesariamente a lo que le sugieren o reclaman otra u otras.
4. El resultado final, por emplear una expresión bastante
impropia, depende del vigor o la fuerza respectiva de la tendencia o
tendencias que, en cada caso, se vean favorecidas, frente al de aquellas
otras a las que no se atiende o incluso se contraría.
5. Mas, en última instancia, lo que marca la dirección de la
persona en cuanto tal son las potencias superiores, capaces de captar y
tender hacia lo bueno en sí. Es decir, según vengo repitiendo, la
inteligencia y, sobre todo, la voluntad.
6. Son, pues, estas facultades las que deberían terminar por pre-
valecer, imponiéndose a sí mismas la orientación más adecuada y
enderezando los apetitos sensibles hacia el bien de la persona en su
conjunto.
En semejante sentido, Millán-Puelles defiende
… la primacía de las virtudes morales sobre las intelectuales. Si la
voluntad no es buena, poco importa que lo sean otras potencias, ya que el
uso de ellas depende de la voluntad; por lo que, en último término, el
hombre es bueno de una manera absoluta —o sea, como hombre, como
poseedor de esa facultad rectora—, si es buena su voluntad; y en el caso
contrario no será bueno en tanto que hombre, sino por algún otro título o
aspecto, compatible, sin duda, con la naturaleza humana, pero que no
define a esta íntegramente o que en definitiva le es accidental 218.
217
«El fin específico, propio y directo, de la educación consiste en la perfección de
las potencias humanas. En la filosofía esencialmente dinámica que Santo Tomás
mantiene, todas las cosas son por su operación correspondiente, es decir, que están
ordenadas a ella para el cumplimiento de su fin. La teleología tomista exige este
dinamismo de una manera intrínseca y connatural, representando, así, la antítesis
perfecta de toda concepción estaticista del ser» (MILLÁN-PUELLES, Antonio, La
formación de la personalidad humana, Madrid, 1963, Rialp, p. 74).
218
MILLÁN-PUELLES, Antonio, La formación de la personalidad humana, Madrid, 1963,
Rialp, p. 78.
244
como resultado su afecto o sentimiento más radical y caracterizador,
conocido hoy como felicidad, al que tantas veces me he referido.
Tranquilidad.
El conocimiento humano es progresivo. Normalmente no se comprende del
todo lo que se lee por primera vez.
Lo medio-entendido entonces prepara para estudiar lo que sigue, y el nuevo
conocimiento aclara lo ya aprendido. A menudo es preciso ir y venir, leer más
de una vez lo mismo. Pero el resultado final suele provocar una notable
satisfacción.
Ánimo.
245
X. Cómo aprovechar la afectividad
1. En la vida vivida
A modo de resumen
246
Después de lo que hemos leído —y aun cuando, como en cualquier
otro tema, habría mucho más por tratar— deberíamos tener un
conocimiento suficiente para movernos con cierta soltura en lo que
atañe a la afectividad humana.
Por eso, el propósito de este último capítulo no es tanto el de aportar
nuevos datos como el de resumir el núcleo de lo visto de una manera
más vital y, sobre todo, dar paso a lo que todavía nos queda.
Para lograrlo, repasemos con nuevas miras las tendencias humanas,
comenzando por aquellas que se encuentran también en los demás
seres terrestres dotados de vida. A saber:
1. El impulso a la conservación propia.
2. Al mantenimiento de la especie.
3. La tendencia múltiple a la perfección o plenitud.
Inclinación esta última que en los animales no domesticados viene a
coincidir con las dos anteriores, pero en el hombre se dispara y
diversifica y obtiene una relevancia infinitamente mayor, capaz de
modificar toda su existencia, incluida la afectividad.
A. Conservación individual
247
El ser humano es capaz de distinguir y separar la
satisfacción de sus distintas necesidades y el deleite
que de esa satisfacción se sigue
… hedonismo consumista
Estamos en uno de los pilares de la civilización presente. Si hoy
puede hablarse en términos generales de consumismo o de hedonismo,
es, en fin de cuentas, por la capacidad de disociar la necesidad y el
placer de haberle dado cumplimiento, con todo lo que esto lleva
aparejado.
Ya vimos que la libertad torna muy problemático el concepto estricto
de necesidad humana. Explicito ahora uno de los motivos. Frente a lo
que sucede a los animales inferiores, el vivir del hombre se encuentra
íntimamente ligado al vivir bien, al bienestar: y, en este ámbito, la
posibilidad de expansión de las presuntas necesidades resulta infinita.
Basta comparar las exigencias básicas de los habitantes del tercer
mundo, reducidas a una mínima expresión, y la acumulación de enseres
y situaciones absolutamente superfluas que, sin embargo, el occidental
desarrollado advierte como del todo inderogables.
Recuerdo, al respecto, una anécdota que se atribuye, según los
casos, a Unamuno o a Valle Inclán.
Se cuenta que el escritor iba en uno de esos antiguos Citroën
rudimentarios, que entre los jóvenes se conocían como «cuatro latas».
Y que, al cabo de un rato de viaje, comentó, a la vista de la escasez de
complementos que el aparatejo llevaba:
— Si esto es lo que necesita un coche para funcionar, ¡cuánto le sobra a
todos los restantes!
… y origen de infelicidad
Es fácil empalmar el asombro de nuestro literato con la
inclinación del hombre a crearse necesidades y la eficacia indiscutible de
la publicidad en el mundo actual: mediante la puesta en marcha de los
mecanismos psicológicos más sutiles, cabe transformar en necesidad
perentoria lo que en sí mismo, y atendiendo a la naturaleza humana, no
pasa de constituir un mero adorno biológico, del que una vida
intelectual medianamente sana, y justo en pro de la salud física y
mental, nos llevaría sin duda a prescindir.
No extraña, entonces, y se puede comprobar con solo entrar en
contacto con lo que injustamente llamamos países subdesarrollados,
que las personas menos dotadas económicamente experimenten un
profundo sentimiento de gozo y de gratitud ante la presencia, sobre
todo, de otras personas que las traten con amabilidad y cariño; pero
248
también de objetos o de manjares que el ciudadano opulento de
Occidente prácticamente desprecia o incluso le hastían.
Con lo que, como ya insinué, la capacidad de frustración de este
segundo se sitúa en un nivel muchísimo más bajo —se desencanta con
más fuerza y antes— que la de la persona que sabe apreciar lo que la
naturaleza le ofrece; y que, como consecuencia, proliferan en nuestro
mundo hiper-desarrollado las desesperaciones, las vidas sin sentido e
incluso los suicidios.
Es el contexto en el que se sitúan estas afirmaciones de Lukas:
Por extraño que parezca, una etapa particularmente fácil de la vida
puede presentarnos dificultades. Todos sueñan con una existencia holgada
y libre de preocupaciones. Pero esto solo se da en sueños pues, en
realidad, la vida cómoda es sumamente problemática. La persona se asfixia
en un vacío sin contenido. Si se posee todo no hay desafíos; sin presiones
no hay nada que exigirse; sin limitaciones la libertad es un tormento. El
70% de los suicidas ha vivido en condiciones externas favorables: sin
penurias económicas, con un techo sobre su cabeza, estudios realizados y
posibilidades de hacer carrera. Tiene amigos y diversos apoyos. Pero no
escucha el llamado que lo insta a tomar parte en la configuración creativa
del mundo; el llamado se pierde en el vacío219.
Asimismo, queda claro que una de las claves para propiciar una
mayor felicidad en las personas es enseñarles a valorar y agradecer,
desde niños, hasta los bienes más menudos como gratuitos y no-
merecidos. Y, cuando sea el caso, incluso haciéndoles caer en la cuenta
de que la comida que ellos desprecian salvaría la vida de más de una
persona con el mismo derecho que él a conservarla.
B. Mantenimiento de la especie
219
LUKAS, Elisabeth, Psicología espiritual, San Pablo, Buenos Aires, 2004, p. 157.
249
1. La primera coincide con lo que ocurría con la conservación del
yo. Es decir, también en este caso cabe separar el placer que la unión
sexual lleva consigo del sentido o finalidad de la tendencia: la
procreación, si mantenemos por ahora el tan contra-personal e
incorrecto símil con los animales.
Las modernas técnicas han facilitado esta desmembración hasta
límites en otros tiempos impensables: hoy la unión sexual puede
llevarse a cabo con total independencia de la posibilidad de traer al
mundo una nueva vida, utilizando contraceptivos de los más diversos
tipos; y los nuevos componentes de la especie humana pueden entrar
en nuestro universo al margen de cualquier contacto sexual-amoroso:
fecundación in vitro y, más en general, instrumentación genética,
incluyendo la presunta, y de momento casi de ciencia ficción, clonación
humana.
2. Después, aunque en realidad se trate de algo de la máxima
importancia, en virtud justamente de la grandeza del ser humano, la
unión conyugal no presenta solo un significado específico, subordinado
al bien de la especie, sino también, y con mayor fuerza, una
significación estrictamente personal.
Es decir, las relaciones sexuales ostentan también —o
fundamentalmente, desde la perspectiva de la condición personal del
ser humano— un sentido para la vida misma y el perfeccionamiento de
quienes la llevan a cabo: es —¡debe ser!— expresión de su amor
recíproco y, por tanto, medio de enriquecimiento mutuo y de recíproca
felicidad.
3. La tercera es aún más patente y enlaza de forma muy directa
con lo que vimos. Justo porque el organismo biológico recibe la vida de
un alma que es a la par espíritu, la libertad —atributo por antonomasia
del varón y de la mujer— modifica fuertemente las tendencias y les
confiere una particular plasticidad: una falta de absoluta necesidad,
como antes decía, y una clara indeterminación o aptitud para plasmarse
de maneras muy distintas, a tenor de la propia cultura, de las
condiciones personales y biográficas, y del influjo directo del espíritu.
Diferencias… ¡y diferencias!
B. La indeterminación inicial
También se revela en las mil y una formas en las que el
hombre puede calmar su hambre y su sed —estamos ante un sujeto
radicalmente omnívoro—, frente a las limitaciones evidentes con que se
encuentran los animales, enderezados por naturaleza a satisfacer tales
pulsiones mediante un conjunto muy limitado de alimentos, carentes de
cualquier elaboración.
El arte culinario, con lo que implica también de cultura y
manifestaciones propias del espíritu, encuentran su base en la libertad
que impregna al instinto de conservación.
En cualquier caso, esta peculiar plasticidad afecta también de manera
mucho más neta a las relaciones sexuales: frente al rito más o menos
simple o complejo, pero siempre determinado, que preside el
apareamiento de los animales, la unión física entre el hombre y la mujer
puede venir precedida, acompañada y seguida de todo un cúmulo de
manifestaciones, prácticamente infinitas, dependientes también, como
sugerí, de la cultura, de la educación, y de las experiencias de cada uno
de los cónyuges y las que va creando la existencia en común.
251
Con relación a este último asunto es menester dejar claros otros dos
extremos.
1. El primero, que la indeterminación propia de las tendencias en
su estado originario no implica que todos los comportamientos sexuales
se sitúen al mismo nivel, desde el punto de vista antropológico y ético.
La propia fisiología humana, la psicología y la índole personal de
quienes establecen esas relaciones señalan unos modos —unión del
varón y la mujer tras un compromiso de por vida— que resultan
naturales y perfeccionadores, mientras que otras manifestaciones se
sitúan, con mayor o menor fuerza, fuera del ámbito de lo natural.
2. El segundo extremo, imprescindible para comprender
mínimamente el problema que nos atañe, es que, como ya vimos, en
este como en tantos otros casos, lo natural en el hombre no debe
confundirse con lo innato en estado puro, que sí es propio de los
instintos animales; sino que más bien se identifica con el resultado de
una educación que tiene como norte y como punto de referencia la
condición de la persona humana masculina o femenina, y a través de la
cual se alcanza la auténtica libertad también en este terreno.
C. La determinación «aprendida-natural»
Con otras palabras: es cierto que el hombre aprende a lo largo
de su vida a dar la satisfacción adecuada a sus tendencias; pero esto,
lejos de ser arbitrario o meramente cultural, resulta natural para él,
puesto que todo ser humano es familiar-social por naturaleza, y cuanto
en él llega a cumplimiento es fruto del ensamblaje de la dotación
genética con las influencias del entorno y con su propia libertad
inteligente.
1. En consecuencia, lo que en sentido muy amplio podríamos
denominar aprendizaje e influjos culturales para nada eliminan el
carácter natural de algunas manifestaciones del sexo, frente a la índole
contranatural más o menos marcada de algunas otras; como también el
niño aprende de hecho, a través de la educación, a querer a sus padres,
y estos a sus hijos, pero ese amor es perfectamente natural.
También, por motivos muy diversos, podrían aprender a no quererse
mutuamente, o a quererse de forma no adecuada, cosa que ninguna
persona medianamente sensata consideraría natural, por más que se
diera —y de hecho se dé— en muchos casos.
2. Prosiguiendo con lo que atañe a la sexualidad, hay que decir
que en todo varón o mujer normales existe una evolución, más o menos
marcada, que le lleva a alcanzar la madurez y plenitud de su tendencia
sexual o, en su caso, a desviarse de ella.
252
Por ejemplo, no es del todo infrecuente que, cuando despierta esta
tendencia, después de un buen número de años en que semejante
impulso está latente, algunas personas sientan durante un período
relativamente breve atracción indeterminada por las de uno u otro
sexo; al cabo de muy poco tiempo, si no existen circunstancias
perturbadoras, esa tendencia se orientará hacia las personas del sexo
complementario, tomadas en su generalidad; después, es posible que
se concrete en atracción hacia un determinado tipo de personas de ese
otro sexo, caracterizado por rasgos psíquicos y físicos más o menos
definidos; y la madurez total se alcanza cuando esa sugestión se fija de
manera definitiva, y ya de por vida, en alguien determinado e
insustituible del sexo complementario, advertido y querido, además, no
solo ni primordialmente como portador de caracteres genitales ni de
otras cualidades y atributos, sino justo en su condición de persona
sexuada, que, además, puede ser incluso opuesta al tipo que consideró
como su ideal… antes de el hombre o la mujer de quien por fin se ha
enamorado220.
¡Aquí estamos!
Tal vez ahora entiendas por qué dije que era consciente de lo que me jugaba
al exponer mis convicciones, a sabiendas de que son contrarias a las que
están en el ambiente. Quizás me arriesgo más todavía invitándote a leer con
calma los testimonios que aduzco en la Ayuda para la reflexión personal. Pero
no sería honrado si las omitiera.
254
esta expresión, a la vida superior o vida buena (que no a la «buena
vida», tal como suele emplearse esta expresión hoy en España).
De forma no del todo precisa, tales inclinaciones podrían identificarse
con las que corresponden al auténtico despliegue del espíritu y también,
en cierto modo, al desarrollo orgánico y psíquico. Pues, por una parte,
la maduración físico-psíquica condiciona el progreso espiritual y, por
otra, semejante madurez constituye como una resonancia o
desbordamiento del espíritu en el cuerpo y en el entorno material de la
persona.
Trascendencia
255
propia voluntad», y nunca del objeto de satisfacción de la propia
necesidad221.
224
CARDONA PESCADOR, Juan, Los miedos del hombre, Rialp, Madrid, 1998, pp. 49-
50.
257
personas ajenas, pero con frecuencia solo lo estamos en la medida en que
nos pueden ser de utilidad. En realidad, en estos casos no amamos o
estimamos al otro sino nuestra ventaja personal. San Agustín se refiere a
ello como amor concupiscentiae, un amor que en el fondo no es más que
egolatría. En el extremo opuesto está el amor altruista, el que sienten, por
ejemplo, los padres sanos por sus hijos. No los aman porque los hijos les
sirvan, sino que se alegran cuando el amor que ellos prodigan sirve a sus
hijos. Leibniz lo llamaba amor benevolentiae. Cuando sentimos este amor,
no buscamos nuestro propio bienestar a través de otro, sino el bienestar
del otro. Goethe se refiere a esto como “actitud reverente”. Que estemos
capacitados para percibir en otros seres y asuntos algo más que lo que es
útil a nuestros propios fines nos distingue de los animales, que únicamente
advierten lo biológicamente útil. No perciben el resto de la realidad, pues
no pertenece a su mundo»225.
225
LUKAS, Elisabeth, Psicología espiritual, San Pablo, Buenos Aires, 2004, pp. 116-
117.
258
Cosa que, en relación con la vida afectiva, se resuelve en un principio
también clave y decisivo: las pasiones, emociones, sentimientos y
estados de ánimo serán positivos en la medida en que favorezcan —con
o sin esfuerzo, eso es irrelevante— amar bien el bien; y resultarán
negativos en la exacta proporción en que lo dificulten e impidan.
Cuestión que alcanza todo su relieve en cuanto se advierta que un
buen acto de buen amor pone en juego, de manera directa o indirecta,
próxima o remota, todo lo que cada persona ha sido, es y aspira a ser,
y todo lo que tiene, lo que puede, de lo que voluntariamente prescinde,
lo que le falta, lo que anhela…
Como consecuencia, y según acabo de sugerir, los afectos —ya sean
antecedentes, concomitantes o subsiguientes— derivan su cualificación
antropológica de la forma y medida en que apoyen el buen hacer de
cada uno de estos elementos y el del buen amor en su totalidad.
Armonía
259
2.2. Y hacer que la voluntad se adhiera a él cada vez de
forma más neta, profunda, clara y decidida.
2.3. Todo ello teniendo en cuenta que no se trata de dos
logros autónomos ni tampoco independientes de cuanto se dirá
enseguida en torno a las facultades sensibles; sino de una especie de
circuito de alimentación mutua, casi a modo de espiral, en el que el
conocimiento de lo bueno incrementa el vigor de la voluntad para
adherirse a él, y el amor a ese bien hace más aguda y penetrante la
inteligencia, que descubre de este modo auténticos mediterráneos hasta
entonces inadvertidos, capaces de mover de nuevo a la voluntad con un
vigor renovado y más intenso.
2.4. Y teniendo presente, además, algo que considero de
capital importancia: la necesidad de descubrir, vivir y comunicar el
atractivo de una existencia que busca apasionadamente el bien y
aprende a disfrutar de él. O, con términos más técnicos, la oportunidad
de hacer resplandecer la belleza del bien y de la verdad.
Para lo cual, animo a reflexionar sobre esta afirmación de
Coomaraswamy:
La belleza no es en ningún sentido especial o exclusivo una propiedad de
las obras de arte, sino más bien, y con mucho, una cualidad o valor que
puede ser manifestado por todas las cosas existentes, en proporción con el
grado de su ser y perfección efectivos. La belleza puede reconocerse en
sustancias tanto espirituales como materiales, y si es en estas últimas,
tanto en objetos naturales como en obras de arte226.
226
COOMARASWAMY, Ananda K., Teoría medieval de la belleza, Medievalia, Barcelona,
2ª ed., 2001, p. 31. Cfr. también, MELENDO, Tomás, GORROCHOTEGUI, Alfredo, LÓPEZ,
Gisela, LEIZAOLA, Jimena, La pasión por lo real, clave del crecimiento humano, EIUNSA,
Madrid, 2008.
260
3.2. Aprovechar en cada caso las tendencias sensibles que,
de forma espontánea, se orienten a favor del bien de la persona en esa
circunstancia concreta.
3.3. Acrecentar el vigor de esos mismos apetitos, de modo
que su aportación a las energías que buscan el bien sean cada vez
mayores.
3.4. Remodelar —cuando y en la medida en que resulte
hacedero— las tendencias sensibles que frenen el ímpetu de la voluntad
bien orientada, porque en ellas puede más el propio bien sensible que el
bien de la persona en ese instante, tal como es captado por el intelecto
(por eso suele hablarse del bien inteligible) y buscado por la voluntad.
3.5. Para lograr lo que propongo en los puntos anteriores (la
mejora y remodelación de los apetitos sensibles) no suele ser eficaz,
sino más bien al contrario, el intento directo de modificarlos a fuerza de
voluntad, como suele decirse (sería el dominio despótico, que
Aristóteles declara imposible), aunque sí resulte imprescindible la
orientación fuerte y decidida de esa voluntad hacia lo bueno 227.
3.6. En este sentido, no cabe exagerar la importancia que
ostenta el que los apetitos sensibles se deriven ontológicamente de la
voluntad, justo en virtud de la relativa incapacidad de esta, de modo
análogo a como los sentidos internos y externos surgen de la
inteligencia por no ser esta capaz de conocer nada sin el auxilio de la
sensibilidad. Esa dependencia constitutiva hace que la correcta
orientación de la voluntad redunde sin duda en la de los apetitos,
aunque no elimina la necesidad de dirigirlos y/o rectificarlos también
por otros medios.
3.7. Por eso, habrá asimismo que conquistar el cambio de
orientación de las tendencias a través del conocimiento que ofrecen la
inteligencia y los sentidos externos e internos. Puesto que los apetitos
se activan en función de lo que perciben, el modo más seguro y eficaz
de lograr un dominio sobre ellos y sobre la afectividad correspondiente
consiste en presentarles en cada caso lo que se presente más
conveniente para el bien de la persona como tal.
Búsqueda de lo positivo
227
Dentro de tales coordenadas se encuadran las palabras, un tanto expeditivas, de
Bonacci: «Hay gente que piensa que puede controlarse a sí mismo y evitar que sus
afectos crezcan cuando no los desea. A alguno de ellos le he dicho que, si es así, me
expliquen por qué no conseguirían que la sangre dejase de circular en su cuerpo a
base de concentrarse mucho» (BONACCI, Mary Beth, Tus preguntas y las respuestas
sobre amor y sexo, Palabra, Madrid, 2002, p. 69).
261
Resulta imprescindible, por tanto, aprender y habituarse a advertir
los aspectos afirmativos —¡buenos!— que se encuentran incluso en la
situación aparentemente más desesperada.
1. Es lo que suelo llamar educar, conocer, resolver conflictos…
en positivo.
1.1. A saber, una de las claves fundamentales de la escuela de
logoterapia, basada en una confianza incondicional e incondicionable en
que toda situación, por desastrosa que se presente, tiene un sentido
que a cada cual toca descubrir.
1.2. Y también, como acabo de sugerir, uno de los
instrumentos fundamentales para educar la afectividad.
Puesto que nuestras tendencias re-accionan ante la percepción de las
distintas realidades y actos propios, manejar el arte de poner en primer
plano las facetas más alentadoras y alegres de cada momento
constituye una garantía de salud mental, de eficacia y, en fin de
cuentas, de felicidad.
2. Ese destacar lo positivo ha de procurarse tanto en los propios
sentidos externos e internos (memoria, imaginación, cogitativa, etc.),
como también en la inteligencia, aunque no mueva de manera directa a
los apetitos sensibles.
3. En este último caso, cuando la inclinación de la sensibilidad
resulte inamovible, habrá que llevar a cabo una confrontación de
bienes, con objeto de que la atracción del bien captado por la
inteligencia logre superar y doblegar al peso contrario que ejerce lo
percibido por los sentidos en los correspondientes apetitos.
4. Por fin, si a pesar de todo lo anterior, perdura la resistencia de
los bienes sensibles, es preciso aprender a prescindir de ellos y a obrar
contra corriente de la sensibilidad y las emociones respectivas,
ateniéndose —con el esfuerzo necesario— al bien ofrecido por el
entendimiento y captado por la voluntad.
¿Por ejemplo?
Todo ello se concreta en la vida diaria de mil maneras diferentes.
Y, así, ante un bien que se nos presenta arduo, será oportuno:
1. Potenciar los sentimientos de audacia justo en aquellos
momentos en que advertimos que nos resulta más fácil hacerlo.
2. Abstenerse de tomar decisiones cuando advertimos que el
panorama se nos presenta desolador.
262
3. Discernir y detallar los motivos de nuestro desánimo, sin
pretender que, por uno o dos fallos concretos, culpables o no, toda
nuestra vida carezca de pronto de sentido.
4. Matizar asimismo la euforia, sin pensar que el éxito en aquel
campo particular para el que estamos especialmente dotados o en esa
actuación en que todas las circunstancias se han puesto de nuestro lado
nos permitirán triunfar en los restantes con la misma o parecida
sencillez.
5. No extrañarnos de que, de manera casi sistemática, aquello
que hacemos caiga mal a determinadas personas ¡antes siquiera de
conocerlo!… lo mismo que suele caer bien a otras, también a menudo
antes de conocerlo.
6 – 1000 Y un larguísimo etcétera.
Las palabras de una psicoterapeuta norteamericana pueden ilustrar,
de momento, lo que pretendo exponer. Sostiene James Muriel:
La persona con valor acepta el reto, toma decisiones y actúa con base
en ellas. Actuar con valor no es lo mismo que sentirse confiado. La persona
valerosa puede sentir un miedo que le cale hasta los huesos, y a pesar de
ello no se somete a la tiranía interna de los abrumadores sentimientos
negativos. Mucha gente se acostumbra tanto a los pensamientos negativos,
que es difícil que cambien de actitud, aunque no imposible, a pesar del
conocimiento limitado, evidencia insuficiente, antecedentes familiares,
incapacidades físicas o psicológicas, o problemas actuales. El cambio a
menudo necesita una acción valerosa y la voluntad, como dice Frankl:
“afrontar el destino sin acobardarme”. A veces esto requiere que actuemos
“como si” nos sintiéramos fuertes y confiados, cuando de hecho somos
débiles e inadecuados.
Uno de los principios básicos de la logoterapia, es que una persona tiene
sentimientos y que los sentimientos no necesitan “poseer” y controlar a
una persona228.
Tranquilidad… y paciencia.
El conocimiento humano es progresivo. Normalmente no se comprende del
todo ni siquiera lo que se estudia por primera vez, aunque uno emplee
muchas horas a ese estudio.
Debo recordarte esto justo cuando has dedicado un buen esfuerzo a
comprender la afectividad humana. Sin embargo, la consideración del otro
tipo de amor, que es lo que ahora seguiría, arrojará luz abundante para
entender mucho más a fondo lo que ya has entrevisto.
Ánimo, pues, con este nuevo tema, cuando te decidas a estudiarlo.
228
MURIEL, James, Prólogo a LUKAS, Elisabeth, También tu sufrimiento tiene sentido,
Ediciones LAG, México D.F., 2ª reimp., 2006, p. 14.
263
Advertencia final
Espero que pronto salga otro volumen en el que trataré de forma más
neta sobre la relación entre el amor electivo y la afectividad y daré
pautas más concretas para la educación de esta última.
264