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Carlos G. Motta, Da11iela Rodríguez de Escobar
Colaboración: Haydée Roso/en

La Escuela de la Orientación Lacaniana (EOL), junto con las


otras Escuelas del Campo Freudiano, forma parte de la Asocia-
ción Mundial de Psicoanálisis (AMP).
COLECCIÓN ORIENTACIÓN LACANIANA
Jacques-Alain Miller Luis Emeta Alexandre Stevens
Germán García 111 Lucía D' Angelo 111 Célio García
Parveen Adams "' Jesús Santiago 111 Mario Elkin Ramírez

~11~
EOL • PAIDÓS
Buenos Aires - Barcelona - México
Cubierta de Daniel Iglesias &x Asociados

1" edición, 2001

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ducción tot<il o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimien-
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Escuela de la Orientación Lacaniana (EOL)

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Defensa 599, Buenos Aires
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Queda hecho el depósito que previene la Ley 11.723


Impreso en la Argentina. Printed in Argentina

Impreso en Gráfica MPS


Santiago del Estero 338, Lanús, en octubre de 2001
Tirada: 1000 ejemplares

ISBN 950-12-7809-3
ÍNDICE

Los autores 9

Prólogo
GRACIELA MUSACHI .......... ..... ...... ... .. . ...... .......... ... .. ...... 13

1. Fundamentos de la perversión
JACQUES-ALAIN MILLER ................................................ 15

2. Sutilezas del fetichismo


LUIS ERNETA ..... .............. ... .... ... ....... ... .. ..... .................... 39

3. Una carta de Sade


ALEXANDRE STEVENS ..... ............ ........ .................. ......... 59

4. Cuando Lacan elogió a Deleuze


GERlv!ÁN GARCÍA . . .. ....... ... .... ... ......... ..... .. . ............ ........ 65

5. El Don Juan de Mozart y el de Moliere


LUCÍA D' ANGELO .. .. .......................... ....... ............. ........ 79

6. Perversidad y perversión
CÉLIO GARCÍA ................................................................ 103

7. De la servidumbre femenina
PARVEEN ADAMS ............................................................ 129

7
Jacques-Alai11 Mi/ier

8. El toxicómano no es un perverso
JESÚS SANTIAGO . . . . . . .. . . . .. .. . . . . . . . . .. . . .. . .. .. . . . .. . . . .. .. . .. . . .. . .. . . . . 143

9. Un goce renovado: la guerra


MARIO ELKIN RAMÍREZ.................................................. 161

8
Los AUTORES

JACQUES-ALAIN MILLER
Psicoanalista. Director del departamento de Psicoanálisis, Uni-
versidad de París VIII. Ex almm10 de la ENS Ulm. Profesor re-
gular de la Universidad de París VIII. Analista Miembro de la
Escuela de la Orientación Lacaniana (EOL). Delegado General
de la Asociación Mlll1dial de Psicoanálisis (AMP). Ha publica-
do entre otros: Los sig11os del goce (Paidós, Buenos Aires), El ban-
quete de los analistas (Paidós, Buenos Aires), Elucidación de Lacan
(EOL-Paidós), El deseo de Lacan (Atuel-Anáfora, Buenos Aires),
y numerosos artículos en revistas nacionales e internacionales.

LUIS ERNETA
Psicoanalista. Analista Miembro de la Escuela de la Orienta-
ción Lacaniana (EOL). Miembro de la Asociación Mundial de
Psicoanálisis (AMP). Enseñante del Instituto Clínico de Bue-
nos Aires (ICBA). Autor de numerosos trabajos clínicos y teó-
ricos publicados en revistas nacionales e internacionales.

ALEXANDRE STEVENS
Psicoanalista. Analista Miembro de la Escuela de la Causa
Freudiana (ECF). Miembro de la Asociación MU11dial de Psi-
coanálisis (AMP). Psiquiatra. Enseñante de la Sección Clínica
de Bruselas. Autor de numerosos trabajos clínicos y teóricos
publicados en diversas revistas y libros de psicoanálisis (La
Lettre Me11suelle, Mental, Lazos, Más Uno, Freudiana, Clínica di-
ferencial de la psicosis, La envoltura formal del síntoma, y otros.)

9
Los autores

GERMÁN GARCÍA
Psicoanalista. Analista Miembro de la Escuela de la Orienta-
ción Lacaniana (EOL). Miembro de la Asociación Mundial de
Psicoanálisis (AMP). Dirección de Enseñanza de la Funda-
ción Descartes. Miembro del Consejo del Instituto Osear Ma-
sotta. Ha publicado, entre otros, Parte de la fuga (Ediciones de
la Flor, novela), Macedonio Fcrná11dez, la escritura en objeto
(Adriana Hidalgo Editora, ensayo) y D'Escolar (Atuel-Anáfo-
ra, ensayo sobre psicoanálisis).

LUCÍA D' ANGELO


Psicoanalista. Analista Miembro de la Escuela Europea de
Psicoanálisis (EEP), de la Escuela Lacaniana de Psicoanálisis
(ELP-España), de la Escuela Lacaniana de Psicoanálisis (ELP-
Italia, en formación) y de la Escuela de la Orientación Laca-
niana (EOL). Analista de la Escuela (AE), 1997-2000. Miembro
de la Asociación Mundial de Psicoanálisis (AMP). Docente
de la Sección Clínica de Barcelona, Instituto del Campo Freu-
diano. Diploma de Estudios Avanzados (DEA) de la Univer-
sidad de París VIII. Tesis doctoral en la Universidad de París
VIII. Autora de artículos y de un libro en preparación: "La
homosexualidad masculina en el nuevo siglo", Editorial
Síntesis.

CÉLIO GARCÍA
Psicoanalista. Analista Miembro de la Escuela Brasileña de
Psicoanálisis (EBP). Fue profesor en la Universidad Federal
de Minas Gerais. Doctor por la misma universidad. Ha pu-
blicado entre otros: Psicmzálise, Política, Lógica (Ed. Escuta,
San Pablo, segunda edición, 1995), Inco111pletude e tematiza-
~oes do real (Editora Tahl, Belo Horizonte, 1990), Clínica do
Social (Editora da UFMG, 1997, 3ª edición, 2000), A Psicaná-
lise escuta a educa~fío (E. M. Teixeira Lopes, Autentica, Belo
Horizonte, 1998), y como organizador Política: partido, repre-
senta~fío e sufragio (Editora Projeto, Belo Horizonte, 1995).

10
Los autores

PARVEEN ADAMS
Psicoanalista. Ha estado a cargo del programa de posgrado
de los Psychoanalytic Studies en la Universidad de Brunel
(Reíno Unido). Co-fundadora y co-editora de la revista (femi-
nista y predominantemente psicoanalítica) m!f (1978-1986).
Ha publicado Tlze emptiness of tite image. Psyclzoanalysis and se-
xual difference (Routledge, Londres, 1996) y una colección de
ensayos sobre la sublimación y el sinthome.

JESÚS SANTIAGO
Psicoanalista. Miembro de la Escuela Brasileila de Psicoaná-
lisis (EBP) y su actual presidente. Doctor en Psicoanálisis de
la Universidad de París VIII. Profesor adjunto del programa
de posgrado de la Universidad Federal de Minas Gerais, in-
vestigador de "Estudios Psicoanalíticos". Director clínico del
Centro Mineiro de Toxicomanía (órgano de referencia para el
tratamiento de pacientes toxicómanos). Ha publicado artícu-
los en revistas especializadas y el libro A droga do toxic8111ano.
Uma parccria cínica na era da ciencia (colección del Campo
Freudiano de Brasil).

MARIO ELKIN RAMÍREZ


Psicoanalista Miembro de la Nueva Escuela Lacaniana
(NEL), Medellú-l. Profesor en el Departamento de Psicoanáli-
sis de la Universidad de Antioquía. Magíster en psicoanálisis
de la Universidad de París VIII. Sociólogo. Diploma de Estu-
dios Profundos y doctorado en la Universidad de París VIII.
Ha publicado: Aporías de la cultura contemporánea (editorial
Universidad de Antioquía, Medellín, 2000), Clínica del co-
mienzo de análisis (Verba Scripta, Medellín, 1993), Develamien-
tos del fantasma (Verba Scripta, Medellín, 1992), Agresividad y
pulsión de muerte (editado por la FFM, Medellín, 1991). En
prensa en la editorial de la Universidad de Antioquía: Infan-
cia y psiquismo.

11
Al comentar la famosa escena final de Una Eva y dos Ada-
nes ,1 Billy Wilder recuerda que "Habíamos llegado hasta la
frase en que Lemmon se quita la peluca y grita: '¡Pero soy un
hombre!' Y pensamos durante horas en la última respuesta
de Osgood [ ... ]Finalmente a Diamond se le ocurrió 'Nobody
is perfect' (Nadie es perfecto). Era el final de un chiste muy
popular entonces sobre un matrimonio que se pelea. La mu-
jer le dice al marido: 'Eres un perfecto idiota' y el hombre le
contesta: 'Nadie es perfecto'".
Jacques-Alain Miller encuentra que el malentendido entre
los sexos fundamenta la eficacia de esa réplica. Billy Wilder
estaría de acuerdo, si se tiene en cuenta que gustaba de para-
frasear así a Wittgenstein: "De lo que es imposible hablar,
mejor reír". De este modo, "perversión generalizada" es otro
nombre de ese imposible que trata el psicoanálisis. Doble cu-
riosidad: por un lado, los analistas connacionales de Wilder
(en contra de las posiciones de Freud) se dedicaron a "psico-
patologizar" la perversión, digamos, "en particular" (aquella
que es estructura clínica) impidiéndole su entrada en el psi-
coanálisis; por otro lado, esa perversión acude al diván con
reticencia, como se deja sentado con frecuencia en estas pá-
ginas.
Los psicoanalistas que aquí escriben (Jacques-Alain Mi-
lle1~ Germán García, Alexandre Stevens, Luis Erneta, Lucía

l. Ballester Añon, R.: Con faldas y a lo loco, Barcelona, Octaedro, 1999.

13
facques-A/ain Miller

D' Angelo, Célio García, Jesús Santiago, Mario Elkin Rarnírez,


Parveen Adams) y que provienen de distintas lenguas, con-
1

vergen en la construcción de un sorprendente campo se1nán-


tico para la perversión, nutrido con las significaciones de la
sutileza, el título de nobleza, el rigor, la delicadeza consuma-
da, el humor, la ironía, el arte ... Pero la deriva que convierte
esa delicadeza en mercancía, esa perversión generalizada en
norma sociat esa estructura del sujeto en algo que no está
prohibido y que, por lo tanto, es obligatorio, han llevado a
otro cineasta -Chabrol- a preguntarse si la perversión se ha-
brá perdido a favor de lo que prefiere llamar "perversidad".
¿Este libro acuerda con Chabrol? Estimamos que no tanto co-
mo con Wilder, ya que lo imposible deja todavía un margen
a cada miembro de la especie que habita en el campo del len-
guaje. Que algunas académicas de deseadas nuevas teorías
del sujeto pongan al travestí como paradigma de la "actua-
ción del género" (como Judith Butler), que ciertos feminis-
mos crean encontrar nuevas y armónicas formas sexuales co-
mo el sadomasoquismo lesbiano, que la ciencia opere sobre
los cuerpos transformaciones inéditas, que fenómenos masi-
vos como la toxicomanía obliguen a afirmar que "no es una
perversión" y que la lista de este empuje pueda ampliarse
aún más, es algo cuyos efectos habrán de ser, por supuesto,
verificados por el psicoanálisis; pero digamos que, quizás, lo
neutro de l'hysterique puede aún dar sorpresas en el momen-
to de esa verificación.
Y siempre queda el goce de la guerra "convencional" pa-
ra los que prefieren alejarse de la "guerra" de los sexos, como
ha quedado narrado por el aplicado guerrero de Paulhan.

GRACIELA MUSACHI

14
1. FUNDAMENTOS
Jacques-Alain Miller

... Un esfuerzo más, están cansados. Yo también. Así que


digamos como Sade, un esfuerzo más. Sade lo dijo en una
invocación: "Franceses, un esfuerzo más para ser revolucio-
narios". Aparentemente, este último esfuerzo, que Sade decía
que era necesario, no se ha materializado en Francia. Así que
Francia se entregó unos años más tarde a Napoleón Bonapar-
te y éste mandó a Sade a prisión. De modo que no diré, ya
11
que no fue exitoso: Americanos, un esfuerzo más para ser
lacanianos". Dios no lo permita. Se me dijo ayer por la noche:
"Si Lacan triunfa en América será un Lacan americanizado,
ya pre-embalado para los supermercados". Entonces, no diré
"un esfuerzo más para ser lacanianos". Sólo diré, "america-
nos un esfuerzo más antes de irse a casa ... ". En realidad, ésa
podría ser la cuestión: volver a casa. El goce sexual, ¿está o
no alojado en casa? Ése es quizás el negativo de nuestra pre-
gunta: Género y Perversión. Pero, ciertamente, no diré "ame-
ricanos un esfuerzo más para ser gays". A pesar de que la
perversión, a veces, se ve conducida al proselitismo, lo cual
significa que, a veces, el perverso puede presentarse como
capaz de revelar la verdad del goce al no-perverso. Y a veces,
un perverso sufre al detentar un conocimiento del goce se-
xual que no puede comunicar, entonces el perverso vive, en
nuestra sociedad humana, a veces, en una sociedad secreta

* Conferencia pronunciada por Jacques-Alain Miller en la Kent State


University de los Estados Unidos, en 1989.

15
facq11es-Alai11 Millcr

de iniciados, más pequeña y reducida. Pero no digo "¡u11_ es-


fuerzo más para ser gays!". No vengo a alabar la perversión
ni tampoco a enterrarla. Vengo a dar las coordenadas princi-
pales de mi práctica narrativa de la perversión. Podría llamar
a esta charla, aunque sería un poco ambiguo: "Una llave pa-
ra la perversión". Digamos que, si acierto a condensar lo que
quiero decir en una hora, más las preguntas y respuestas, es-
ta charla se llamará, a lo sumo: "Fundamentos de la perver-
sión", un sumario de acuerdo con el psicoanálisis clásico.
Una palabra solamente sobre el psicoanálisis clásico. Digo
de entrada que no es la psicología del yo, porque ésta es una
desviación del psicoanálisis. Se desvía de la construcción teó-
rica principal de Freud, de su descubrimiento del inconscien-
te. Se desvía según dos vías; en primer lugar, la psicología del
yo se separa de la primera tópica de Freud eliminando así el
concepto mismo de inconsciente (y su fundamento en la es-
tructura del lenguaje) corno función de discurso. En segundo
luga1~ la psicología del yo aparta, indebidamente, la segunda
tópica de Freud y cambia, diría invierte, su significado.
Cuando Freud, con la segunda tópica, explora el corazón lo-
co más allá del principio de placer, la psicología del yo esta-
blece al yo como la instancia más verdadera, cuya autonomía
se supone que la cura analítica debe restaurar.
El psicoanálisis clásico no es la teoría de las relaciones de
objeto, que es también una desviación que proviene de Karl
Abraham_ y Melanie Klein y diría que es la negación dialécti-
ca de la primera desviación. El psicoanálisis clásico no es la
mezcla de la psicología del yo y la teoría de la relación de ob-
jeto como intentan mostrar los psicoanalistas norteamerica-
nos contemporáneos, por ejemplo T. King, que considera la
relación semántica a los otros y retiene la estructura básica de
la psicología del yo. El psicoanálisis clásico es la teoría inte-
gral de Freud mantenida con la lógica interna de su pensa-
miento a través de su expresión cambiante, y a veces conflic-
tiva, explicitada por Lacan.
Esto también quiere decir que es todo Freud contra cual-
quier parcialización de Freud y es también Freud logificado.

16
F1mda111rntus de la peruersión

Ast es la contradicción de Freud mismo usada contra él. Lo


que hoy llamo psicoanálisis clásico es, creo, la base de nues-
tra acción aquí, y es la razón por la cual una cantidad de con-
tribuciones trató de mostrar cómo Lacan extiende a Freud, al
mismo tiempo que reordena su enseñanza y le da una se-
cuencia consistente; en segundo luga1~ un segundo estilo de
contribuciones: asentamos, exploramos la práctica clínica
que se deriva de esto. En un sentido general es nuestra coor-
denada de trabajo.
Ahora, al hablar de perversión no pude evitar pensar en
mis pacientes clínicamente perversos. Diría que, principal-
mente, hmnosexuales masculinos que vienen a análisis día
/1
tras día, año tras a11o y a los que oímos decir somos los más
honestos", los que piensan más verdaderamente, los más se!J-
slwoting de mis pacientes. Espero no sonar muy moralista.
Pero estoy preparado para sonar más moralista aún, si es ne-
cesario, para dispersar inmediatamente del paisaje la nube
de infamia de un llamado deseo oculto de perversión. Lacan
lo hizo sabiarn.ente con un juego de palabras cuando habló de
eso en francés: pere-version, o sea, perversión en francés e in-
glés jugando con una palabra que es intraducible, pere-ver-
sio11: dos palabras, de las cuales pere es padre. Diríamos: hacia
el padre, una vuelta al padre, un llamado al padre, lo que re-
cuerda que la perversión en ningún sentido es una subversión.
Esta perversión, esta vuelta al padre, en ningún lugar es
más patente, más explícita, que en las homosexuales femeni-
nas, quienes constantemente vienen con el testimonio de una
intensa relación de amor con el padre que legitima, en este
caso, el uso de la palabra freudiana "fijación", eterna fijación
de la homosexual femenina. Una fijación con una memoria de
la insatisfacción encontrada por este amor del padre, encon-
trada con el padre como objeto de amor, una insatisfacción de
este amor seguido por un alejamiento del objeto de amor que
se traca en identificación con él, de acuerdo con la deducción
clásica de Freud y Lacan. Los homosexuales masculinos y fe-
meninos vienen a análisis, pueden ser analizantes. Respecto
del sadismo, masoquismo, voyeurismo no he visto analizan-

17
facques-Alain lv!illcr

tes en sentido propio, ya que su patología muestra clara evi-


dencia de la primacía de tal modo de obtener gratificación
sexual.
Algunas veces viene alguno pero no se queda; de esta es-
casez puedo nombrar el hecho de que actualmente estoy su-
pervisando un caso de un verdadero exhibicionista que está
en tratamiento y que está produciendo en mí, debo decirlo,
un cierto desconcierto.
Un analista que recibe homosexuales como analizantes
tiene ciertamente una autoinvestigación que hacer al respec-
to. Digo autoinvestigación para enfatizar que la perversión
clínica pone en cuestión los juicios más íntimos del analista y
el punto hasta el cual él mismo ha llegado en la huella del go-
ce sexual. Ciertamente, él tiene que visualizar sus prejuicios,
su vida matrimonial, los hijos, ¡el "bien supremo"! de acuer-
do con el psicoanálisis. Ésta no es una cuestión abstracta, es
algo que ustedes deben preguntarse en esta situación.
¿El analista es un estilo que, quizás, ha rechazado una elec-
ción homosexual o quizás es amistoso con esa elección? ¿Es
suficiente suspender cualquier deseo de normalizar? Pero, ¿es
posible para un análisis llegar al propio fin de su camino sin
levantar el temor a la feminidad? ¿Qué hacer eón la homose-
xual femenina?, una perversión desde la perspectiva psicoa-
nalítica, tan paradójica que Lacan una vez propuso llamar he-
terosexuales a u todos aquellos que arnen a las mujeres".
La perversión prueba al analista para que entierre, para
que suprima toda contratransferencia en este acto en benefi-
cio del deseo del analista, o sea, para beneficio de este deseo
que opera a través de la suspensión de toda creencia y cono-
cimiento; opera mediante la introducción de un eje, de la
marca de una interrogación en el lugar del significado. De
m.odo que el enunciado y la enunciación puedan separarse y
aparezca el significante amo en una desnudez sin-sentido
con la constante cristalización del joui-sells que Lacan llamó
objeto a. No se toma al individuo diciéndole en la cara que
valorizan su notificación de que es homosexual, no lo dan
por sentado, creo que ya lo dije aquí una vez: uno puede

18
F1mda111e11tos de la pen1ersió11

creer que es homosexual porque se acostó una vez con un


chico cuando tenía 14 años y otro puede creer que no es ho-
mosexual cuando se acuesta con dos o tres chicos por sema-
na. Es una cuestión de significado. Y están en análisis tan pron-
to como ya no saben lo que significan las palabras. Lo están
tan pronto como el significado lexical se deshace progresiva-
mente por un nuevo significado que surge del discurso ac-
tual, construido en análisis paso a paso o casi error por error.
Es tma regla que no se puede evitar, el preguntar al que vie-
ne a verlos por análisis acerca de este gancho: ¿qué espera del
análisis? Llamaría a esto la pregunta gancho. Y el analista de-
be dar algo como respuesta prometida. Ustedes tienen que
sortear esta esperanza contra lo que pueden o no prometer.
Hay ya algo en un sujeto que se define como homosexual,
es decir que él, al presentarse así, subraya su posición subje-
tiva en referencia a su elección de objeto. Para él, aparece que
la característica más importante de su posición subjetiva,
cuando se define como un homosexual, es el objeto, o sea, es
una traducción de la elección de objeto freudiana, es decir
que se caracteriza a sí rn.ismo por el sexo de la persona la
que espera lo que podemos llamar gratificación sexual (para
no usar todos esos insultos). De modo que usemos ésta algu-
na vez, cuando sea necesario, cuando otras expresiones no
puedan emplearse. Cuando el sujeto se define a sí mismo co-
mo homosexual puede esperar un cambio de elección de su
objeto o puede esperar curar sus síntomas, o sea varias insa-
tisfacciones, angustia, depresión, que él cree que se deben a
esta elección de objeto. Y la pregunta es: ¿es concebible para
un analista prometer un cambio en la elección de objeto? El
analista no promete pero, especialmente, no puede prometer
un cambio de objeto.
Como dice Lacan, el homosexual concurre pero ustedes
no se ocupan de curarlo. Ya vemos la diferencia entre la po-
sición subjetiva del neurótico y la del perverso, digamos el
perverso clínico. El neurótico, bueno, su juicio es algo simple,
el neurótico está en la incertidumbre fundamentalmente so-
bre la gratificación sexual; el neurótico no sabe dónde atra-

19
facq11es-Al11í11 Miller

parla, lo que mejor sabe es que hay una dificultad en algún


lado a este respecto, que hay un déficit en algún lado acerca
de la gratificación sexual. Así que el neurótico busca el obje-
to perdido en una persecución laberíntica y esto es lo que lla-
mamos deseo, la verdadera palabra deseo, en su origen. Ori-
gen latino, ustedes tienen algo así en 'lo11gi11g far' que es una
ausencia. El perverso ha encontrado el objeto, éste es su pro-
blema, él tiene certidumbre sobre su modo de obtener grati-
ficación sexual pero, cuando viene a análisis, quizás siente
que no es lo que debería ser, ha encontrado la gratificación
sexual y no es buena. Así que, o no la encuentran o la encuen-
tran y no es buena. Podría decir esto de muchos perversos;
ellos no piden análisis. Podemos llamar a esto la inanalizabi-
lidad del perverso, que sólo se traduce en el hecho de que
ellos no vienen a vernos para buscar el objeto perdido, así
que es de sentido común creer que, de algún modo, lo han
encontrado y no tienen nada que esperar del análisis. Con el
verdadero perverso, el efecto conocido desde Lacan como
Sujeto Supuesto Saber no surge. Y esto muestra, en contradic-
ción, que el efecto llamado SSS siempre surge en lugar del
goce sexual. Se necesita una cierta evacuación, un cierto va-
cío en el lugar del goce sexual para que pueda surgir el efec-
to SSS. Y usualmente yo presento esto así: digo que el perver-
so tiene la respuesta, la respuesta que se produce de lo real
de su constitución subjetiva. Tiene una constante inmutable,
una acción siempre lista para ser usada. Decimos en francés
'saus la main', en inglés diríamos 'at lzand' (a mano), un goce
a 1nano.
El deseo es algo más, como 'langing far', el deseo supone
una tolerancia de la ausencia, un no tener, y el deseo, en este
sentido, es esencialmente una pregunta, eventualrn_ente una
pregunta sobre el deseo mismo. Así que digamos que es el
modo que encontré para simplificar el asunto: oponer el de-
seo como pregunta y la constancia del goce como respuesta,
una respuesta que ya está allí. Entonces el perverso analizan-
te es un analizante paradójico, diría, y mucho, al abocarse a
ello. Al ser analizante, para un verdadero analizante siempre

20
F1111dame11tas de la perversión

hay una pregunta. Y de algún modo podemos decir que la


perversión se eclipsa en el diván o el paciente abandona el di-
ván. Pero en algún sentido entiendo muy bien a Jean-Pierre
Klotz al decir -y tiene una práctica muy importante en Bur-
deos- que él reahnente creía que ntmca había visto a Lm ver-
dadero perverso.
Si decimos perverso analizante, debemos decir al mismo
tiempo que, como perverso, él expresa su certidumbre respec-
to de los modos y medios de su goce sexual (es una condición
de la condición, cenit); él expresa certidumbre y eventual-
mente sufre de esta certidumbre; al mismo tiempo argumen-
ta la cuestión de su deseo. Como si a otro nivel no estuviera
satisfecho con su cabal satisfacción. Por lo tanto, este hecho
nos obliga ya a separar, distinguir deseo y goce. O sea, de un
lado goce caracterizado por su inercia, y Freud mismo habla
de inercia de la libido y a través de los años y años de análi-
sis, de verdadero análisis, esto puede permanecer inamovible
y, al mismo tiempo, del otro lado de la separación: el deseo co-
mo una pregunta, el deseo metonímico, esto es el deseo libre,
que corre, se enmascara, se oculta, fulgura o inhibe eventual-
mente y, fundamentalmente, lo deja perplejo.
Ésta es la paradoja del perverso analizante: alguien que
tiene, en un cierto nivel, una respuesta segura y que, sin em-
bargo, está perplejo y trabaja, es su perplejidad. Así que us-
tedes ven algo un poco común, no me acerco a la perversión
del lado de la criminalidad, me acerco a la perversión, diría, del
lado de la moralidad. Sobre este asunto hay realmente gente
más ubicada, más informada que yo. Pregunto: ¿Creen que
Gilles de Rais 1 hubiera entrado en análisis? No sé si ustedes

1. Gilles de Lava!, Baron de Rais (1404-1440): hasta la muerte en la ho-


guera de Juana de Arco, su protegida, el rico barón llevaba una vida "nor-
mal" pero entonces comenzó una historia de crímenes y sacrilegios contra
Dios y la Iglesia que culmina en la tortura, la violación, el asesinato, la ne-
crofilia y el vampirismo de nii'ios y adolescentes (unos cuatrocientos).
Finalmente detenido, se le infligieron todo tipo de torturas para obtener
su confesión; sólo la entregó ante la amenaza de su excomunión. Murió
ahorcado y quemado en la hoguera.

21
facqucs-Alain Millcr

pueden responder, quizás la respuesta posible, si aceptáse-


mos a Gilles de Rais en análisis, es que probablemente él
pondría a su analista en una caja y lo tiraría al río como hizo
con su suegra. Así que esto es una suposición. Ya expresaré
algo en defensa de Gilles de Rais un poco después.
Entonces debo decir que estoy muy preocupado por el
mejor perverso, quiero decir, el perverso o el supuesto per-
verso en análisis.
Si ustedes me han seguido, han aceptado considerar al
perverso, supuesto perverso pero perverso clínicamente, di-
ría, desde el punto de vista de la psiquiatría clínica, han acep-
tado considerar al perverso como un sujeto completamente
eclipsado. Cómo no reconocer a este perverso como un suje-
to completamente eclipsado respecto del perverso en análisis,
así que quizás ahora ustedes acepten lo que enuncio, diría
una tesis sobre la perversión, que es una foto y creo que es
parte del psicoanálisis clásico. Reconocemos al perverso co-
mo un sujeto, quiere decir que no consideramos a la perver-
sión y su mecanismo como infrasubjetivos, o sea que la
perversión no es un empuje instintual básico reinando libre-
mente como algunos han interpretado los Tres ensayos ... de
Freud. É. Laurent ha aludido a eso, creo que Freud en los Tres
ensayos ... presentaba la perversión así, y se desprende tam-
bién del texto de Gillespie que hemos trabajado en mi semi-
nario, donde él sostiene que en los Tres ensayos ... la perver-
sión representa un impulso sexual positivo inmodificado, etc.
Entonces, yo creo que en aquello que yo llamo el psicoaná-
lisis clásico, la perversión no es un empuje instintual básico,
se cocina, si puedo decirlo así, no es básico. Es tma estructu-
ra altamente compleja, tan sofisticada como plena de intrin-
caciones como una neurosis. Y, por ejemplo, no es por casua-
lidad que todos nos hemos acercado a la perversión a través.
del trabajo de escritores. En mi seminario clínico en París pa-
samos mucho tiempo con Gide, vamos a pasar tiempo con
Proust, hemos pasado tiempo con Rousseau; esto es porque
no tenemos todo el material que querríamos de la práctica.
Diría que tuvimos también lo que parece ser una referencia

22
Fu11d11me11tos de la perversión

favorita: la Historia de O, porque dos exposiciones le concer-


nían. Diría que no hay nada perverso en la Historia de O, es
una historia escrita por una mujer para agradar a un hombre,
lo confesó muchos aüos después de haber escrito eso. Quería
interesarlo, era editora y ella escribió a la noche para fasci-
narlo, para interesarlo, eso es la Historia de O. Diría que es la
interpretación fernenina de la fantasía del macho respecto del
masoquismo femenino.
Y, de hecho, digo que no hay perversión en la Historia de
O. Ésta es una historia de amor y debo decir que hay una ex-
presión francesa -no sé si ustedes la usan-, yo siempre pien-
so en ella, realmente pensé en ella hace unos minutos, pero
era, es "Histoire a l'eau de rose". Dicen eso: una historia de
Agua de Rosas. ¿Cuál sería la expresión americana para
Agua de Rosas? ... significa una historia que es una torta de
crema ... Diría que la "Historieta de O" es una historieta de
Agua de Rosas. Quizás ustedes prefieran eso, pero yo lo sien-
to muy consistente ... Digamos que, principalmente, son las
seüoras las que se interesan en la "Historieta de O".
Entonces dije que la perversión es una estructura alta-
mente compleja, y que el perverso sigue siendo un sujeto du-
rante todo el tiempo de lo que podemos llamar su satisfac-
ción. Así que prescribo todo rebajamiento subjetivo de la
perversión. Pero la dificultad estriba en que un importante
sector de la perversión no es un concepto psicoanalítico nati-
vo, sino que está hecho de acuerdo con la supuestamente ob-
jetiva observación. La perversión es un concepto clínico (que
espero definir, es lo que propongo) que acon-1paña toda clase
de comportamiento sexual aberrante o anormal. Y podemos
decir que el diagnóstico de perversión puede ser afirmado en
el dato "objetivo" de la sexualidad desviada. Así, podemos
llamar perversión a todos los problemas de la relación sexuat
todos los problemas de la relación con el otro sexo pero, de he-
cho, no llamamos perversión a todos los problemas de la rela-
ción con el otro sexo. Por ejemplo, no llamamos perversión a
las inhibiciones de la relación sexual. Entonces, cuando habla-
mos de perversión, creyendo saber lo que decimos, siempre

23
]acques-Alain lVIi/lcr

involucramos un comportamiento sexual activo, desviado del


fin, de los medios "normales" de la sexualidad humana.
Diría que la perversión involucra la noción de acción, así
que creo que podemos tomar una tesis del psicoanálisis clá-
sico: que los neuróticos tienen fantasías perversas pero que
esto no es similar ni es un diagnóstico de perversión. Lo que
necesitamos es una dimensión del acto, es decir, un sexo más
amplio. Diría que la fantasía no es suficiente para ningún
diagnóstico de perversión. Pero corno ya he presentado el
concepto de perversión muy simplemente, ustedes ven que
la perversión pone en cuestión la noción de la norma nlisma
de la sexualidad humana. Y, de hecho, esta norma es funda-
mentalmente biológica, o sea: reproducción, y Freud lo toma
así cuando, por ejemplo, insiste en todo el tiempo en que uno
se toma antes de comenzar el acto reproductivo, todo el me-
rodeo que se mencionó ayer él lo llama perverso.
Desde el punto de vista del análisis también es una cues-
tión; por ejemplo, por qué los hombres son atraídos por las
mujeres, ¿por qué atraídos por las 1/lujeres? Al mismo tiempo
que eventualmente las desprecian o les reprochan algo.
Y esencialmente sabemos cuál es la llave de todo el repro-
che del hombre a la mujer. Es algo que de hecho no encaja allC
¡le reprochamos a las mujeres no ser hombres! Y ésa es la ra-
zón por la cual al final de todo' So me like ít lwt' (a algunos les
gusta odd, raro pero también lwt: caliente). Ustedes recuerdan
a Joe Brown declarándose a Jack Lemmon travestido: " ... Na-
die es perfecto" (cuando Lemmon le dice que es hornbre. 2
Freud en Tres ensayos ... consideraba que, desde el punto
de vista del psicoanálisis, la cuestión de la elección de objeto
es problen1ática, no estamos preocupados por la elección de
objeto supuestamente predeterminada, prenaturalmente bio-
lógica. Y ustedes saben que Freud de ningún modo hace un
uso extensivo del término homosexualidad, porque ustedes,
los norteamericanos, diferencian homosexualidad latina, etc.

2. Miller se refiere a U/la Eva y dos Adanes o Con Jaldas y a lo loco. [N. de la
T.]

24
F1111dame11tos de la pervcrsió11

y podemos decir que él amplió esta imputación de homo-


sexualidad. Entonces, ello quiere decir que este ftmdamento
de los fines predeterminados no se admite; en el campo freu-
diano ningún instinto sexual podría ser un impulso natural
hacia el otro sexo, que sepa su fin predeterminado. Y por eso
Lacan escribe una S tachada, sujeto con una barra: primera-
mente, usa la palabra sujeto en contraposición a la palabra in-
dividuo, o sea, no coordinado a ningún fin biológico y en se-
gundo lugar la barra, diría, anula todo determinante exterior
e introduce un corte, un salto, una discontinuidad en cual-
quier cadena de determinación. Por eso, sólo concierne a una
S con una barra, un sujeto tal que podemos pensar en una
elección de objeto (la elección de objeto es impensable si no
es una elección de objeto relativa a un sujeto indeterminado).
Al misrno tiempo, no es una elección determinante, es decir
que "sujeto indeterminado" no es el yo autónomo, así que,
tanto en Freud como en Lacan, asistirnos a una elección forza-
da, la elección que depende de condiciones. De hecho, la per-
versión pone en cuestión el concepto mismo de sexualidad.
Si el concepto biológico de sexo implica una complementa-
riedad de los dos sexos, en una tesis de libido sexuada la per-
versión es un testimonio de que los seres humanos, los sujetos,
pueden buscar la gratificación sexual fuera del normal acopla-
miento biológico del sexo. Y no estamos aquí para elogiar la
perversión, pero tampoco para enterrarla. ¿Es decir que tene-
mos que crear un concepto para una gratificación sexual que
puede o no ser realizada a través del acoplamiento normal y
puede ser realizada con un individuo del otro sexo pero sin el
acoplamiento normal? ¿Con un individuo del mismo sexo?
¿Con un individuo de otra especie? ¿Con una cosa inanimada?
Esto es lo que Freud creó con la libido, un concepto para la gra-
tificación sexual que puede ser realizada de varias maneras,
no diría de infinitas maneras, pero sí de muchas maneras.
Y ustedes saben que el psicoanálisis ha creado efectiva-
mente una lista muy amplia de actividades libidinizadas.
Admitamos que copular es satisfacer la libido, pero con el
análisis sabernos que comer también lo es ... o comer o defe-

25
Jacqucs-Alai11 Miller

car o ver y hablar y pensar y escribir también, e incluso cami-


nar, etc. Entonces, asistimos con Freud a una extensión ex-
traordinaria del concepto de libido, una extensión de esta
gratificación sexual que podíamos haber pensado que estaba
reservada a lo sexual. Y ustedes conocen la importancia de
este concepto de libido en la distinción de los estadios del de-
sarrollo, etc.
Así que la libido es una cantidad no calculada pero su in-
troducción nos permite tomar como homogénea una muy
amplia variedad de actividades y comportamientos, digo co-
mer, defecar, pensar y escribir, porque la sublimación es tam-
bién un testimonio, en términos de Freud, de una satisfacción
sin represión fuera de la relación sexual con el otro sexo.
De hecho, hay una cuestión en psicoanálisis acerca de la
relación entre sublimación y perversión y no pocos perver-
sos, no pocos verdaderos perversos, han contribuido enor-
memente a la sublimación de la humanidad; ninguna otra es-
tructura clínica está recuperada por referencias literales
como cuando tratamos de la perversión. Y la cuestión no es
confundir o distinguir sublimación de perversión como con-
cepto, sino ver que provienen de la misma cuestión, cual es
la satisfacción fuera de la cópula, y tenernos que suponer que
hay otras satisfacciones en la vida, si no, no duraríamos ni
dos días con estas bases ... piensen en estas oscuras bases
francesas.
Entonces esto implica, si me siguen de cerca, paso a paso,
espero que no error por error porque no estamos en análisis
aquí, porque, si no, sería el mío. Esto implica un nuevo con-
cepto del objeto, que es distinto del significado que tiene en
la expresión "elección de objeto". Sabemos lo que queremos
decir cuando decimos "elección de objeto": el objeto de la
elección -un hombre con un bigote grande o chico, muy fuer-
te ... una mujer, pervertida, etc. Todo lo imaginario puede te-
ner lugar allí, eso es el objeto de la elección. Pero necesitamos
otro concepto del objeto, si tomamos en serio lo que acaba-
mos de decir. Necesitarnos un objeto también para la satisfac-
ción de escribir, de pensar, de caminar, etc. Y llamérnoslo

26
F111Zdame11tos de la perucrsióll

"objeto de libido", es un objeto de libido para el objeto libidi-


nal. Al objeto de libido podemos creer que lo vemos material-
mente, por ejemplo, en el fetichismo, donde el objeto de la
elección puede ser... es usualmente una mujer, ella puede ser
hermosa o no, pero el fetichismo significa que esta belleza no
es nada, sino el sostén para el objeto de libido y hasta el pun-
to de que este objeto de libido tomará el lugar de este objeto
de la elección. Primero, la mujer con tacos altos y luego sólo
los tacos altos, así que, con el ejemplo del fetichismo que es
tan instrumental para distinguir lo que Lacan llama "la cau-
sa del deseo", vemos al fetiche como una condición del goce
sexual del objeto de la elección. Pero al mismo tiempo es
erróneo limitar este objeto de libido a la materialidad del fe-
tiche. Por ejemplo, cuando Freud habla en su artículo "Feti-
chismo", un artículo que tiene este título y en el que no toma
ningún objeto material, por el contrario, el ejemplo que él
propone es primero un efecto de una traducción equívoca.
Ustedes conocen el ejemplo del "brillo en la nariz" que es só-
lo un error de traducción del alemán al inglés. Así que, no di-
gamos que este objeto de libido es necesariamente material o
que la materialidad es este pequeño brillo en la nariz, donde la
mujer parece no ser nada más que lo necesario para este bri-
llo en la nariz. Entonces, además, usualmente la nariz de las
mujeres no brilla porque se la empolvan.
Así que, digamos solamente que en esta línea de reflexión
debemos distinguir entre objeto de la elección y objeto de li-
bido. Pero, además, necesitamos también un nuevo concepto
de instinto, cual es el de impulsión hacia el objeto de libido.
Eso es lo que Freud llama 'drive', 'Trieb'. Este objeto de libido,
¿qué es?; no es nada material. Es, diría -lo vemos en la pul-
sión- una satisfacción que busca "Trieb", la pulsión freudiana
no busca ningún objeto en particular, es una satisfacción que
busca "Tricb", o sea necesitamos el objeto correspondiente
que es la satisfacción como objeto. Esto es lo que propongo
hoy como una definición del objeto a de Lacan, el objeto a es
la satisfacción como objeto, o sea, al mismo tiempo que dis-
tinguirnos entre instinto y pulsión, debernos distinguir entre

27
Jacq11cs-Alai11 Millcr

el objeto de la elección y el objeto de libido que es la satisfac-


ción como objeto.
Así, la pregunta ¿existe el Trieb sexual definido como la
pulsión que iría hacia el otro sexo como tal? Ustedes tienen
en la misma línea de problemas, los problemas de las impul-
siones múltiples, las pulsiones múltiples, y en psicoanálisis el
problerna recurrente de la integración de múltiples pulsio-
nes. Por lo tanto, debemos diferenciar~ en psicoanálisis, la
perversión del concepto de perversión, la perversión del con-
cepto original de perversión que es la tesis freudiana. No nos
refiramos a la perversión polimorfa del niño como algo que
ya sabemos, significa que para Freud la perversión es "natu-
ral", o sea, que la perversión es primaria, que la perversión
es más primitiva que la norma, que la norma es secundaria,
eventualmente cultural para Freud -no para Lacan, y así us-
tedes tienen efectivamente, en el psicoanálisis, una proble-
mática de la integración norn"lativa de múltiples pulsiones-.
Pero esto no tiene sentido si no admitimos que la pulsión
es perversa como tal y que la perversión es la norma de la
pulsión. Así que lo que es problemático es la existencia de
una pulsión sexual en el sentido de una pulsión hacia el otro
sexo como tal. La tesis de Lacan sobre esto es que no hay pul-
sión hacia el otro sexo como tal, sólo hay pulsión hacia el ob-
jeto de libido, sólo hay satisfacción parcial como objeto. En-
tonces, tornar a una persona entera como objeto no se
relaciona con la pulsión, sino que introduce el amor. Freud
dice que las pulsiones son nuestros mitos, sí, el amor fue un
mito por mucho tiempo antes de Freud también. Luego, si to-
rnan la pulsión seriamente e, incluso, si toman la pulsión en
lo que llamarnos el nivel de lo real, tornen también el amor a
este nivel. Así, diría que para ir de la pulsión al deseo, para
introducir la ausencia necesaria para el deseo, necesitan la
mediación del amor.
Al mismo tiempo, si la pulsión era el mito de Freud, lo
que Lacan trata con el objeto a, también da la lógica interna
del mito freudiano de la pulsión ya que trata de dar la lógica
interna del mito freudiano del complejo de Edipo. Y esto es

28
F1111da111e11tos de la pcrncrsió11

muy claro en Lacan: si no hay relación sexual, si no hay fór-


mula sexual fija, como él lo dijo, hay en el lugar
de lo que no existe como fórmula sexual fijada. Y eso es la
perversión, es decir: innovación, invención de caminos de re-
lación con el otro sexo; la perversión es también un camino
para relacionarse con el otro sexo.
La mujer sigue presente en el corazón de la honwsexua-
lidad n1asculina, es decir que es una innovación no tan inno-
vad a. Lacan esperaba una nueva perversión. Entonces, ¿qué
clase de objeto está conectado a la pulsión? No es una perso-
na, como tal es parcial y hay constancia de que es la del ob-
jeto a.
Esto es suficiente para admitir el nivel (en el psicoanálisis
clásico) de lo que llamaría perversión generalizada. Si deci-
rnos que las pulsiones son esencialmente perversas, tenemos
un nivel de perversión generalizada, de una perversión pri-
maria y generalizada, perversión para todos. Así que este ni-
vel pide un normalizador y así podemos definir la perversión
restringida, o sea, una perversión como estructura distintiva
de una falla de la normalización, o al mismo tiempo pode-
rnos notar, por ejemplo, que en algún sentido quizás la nor-
malización es siempre solamente parcial. Esta problemática
de la perversión generalizada y de la introducción de un nor-
malizador la encuentran explícitamente en Freud cuando ha-
bla, por ejernplo, de la síntesis necesaria de las pulsiones par-
ciales bajo la supremacía de los órganos genitales, y ustedes
saben que para él fue un descubrimiento que la organización
genital infantil rodee la presencia del genital.
En Lacan esto se traduce muy precisamente como la rela-
ción entre el objeto a y el falo; lo que en Freud es la síntesis
de las pulsiones parciales bajo la primacía de los órganos ge-
nitales encuentra una traducción muy simple, una traduc-
ción muy lógica, en Lacan, en la tensión, la oposición entre el
objeto a con relación al falo. Y diría que, en algún sentido, La-
can nos muestra que la primacía de los órganos genitales es
lma primacía negativa, o sea, que el objeto a se conecta con -cp,
lo que conduce a la supremacía freudiana de los órganos ge-

29
facq11es-Alai11 Miller

nitales pero tomando en cuenta la castración. Y tienen en La-


can toda la problemática de la conexión entre la satisfacción
y el significante y, precisamente, la tentativa, las varias defi-
niciones del falo como el símbolo del lugar de la satisfacción
o como significante del goce, que trata exactamente lo que
Freud llamó sfotesis de la pulsión parcial bajo la primacía de
los órganos genitales. En Lacan se trata de la conexión entre
el goce y la primacía del falo como significante, y ven cómo
él trató de elaborar lógicamente esta parte. Entonces, Freud
mismo reconoce los componentes perversos de la sexualidad
supuestamente normal que pueden ser tomados como recor-
datorios de la perversión primitiva. Si lo toman de este mo-
do deben definir el fin de la cura así: completar la normaliza-
ción, reabsorber los eventuales residuos. Lacan define el fin
de la cura de un modo inverso. Vacilo en decirlo porque da-
ría a mi llave de la perversión un sentido que no quiero cris-
talizar pero, el fin de la cura, según Lacan, es no completar la
normalización o reabsorber los residuos no normalizados, el
fin de la cura es soberanía para la perversión. No cristalice-
mos demasiado rápido esto, es permiso para el objeto a. Clá-
sicam_ente, el normalizador del psicoanálisis, diría el opera-
dor en psicoanálisis (si quisiera tener un estilo científico,
americano), es presentado como el complejo de Edipo. Lacan
una vez trató de dar una fórnmla lingüística de éste, que fue
la metáfora paterna. Así que, efectivamente, se pueden dis-
tinguir dos cosas: pueden decir que antes de la actividad del
operador n tienen la pura pulsión supuestamente libre de de-
puración como tal, y pueden decir que la perversión está li-
gada a la pulsión que no ha pasado por el normalizador. O
pueden considerar, en la perversión, a la pulsión que ha pa-
sado por el operador 11. Y diría que la perspectiva psicoana-
lítica clásica sobre la perversión se opuso a cualquier aproxi-
mación biológica a la perversión, pero también a muchos
enfoques psicoanalíticos crípticos.
El enfoque psicoanalítico clásico es que el operador n fun-
ciona siempre -es decir en la perversión-, o sea que la per-
versión se enfoca fundarn.entalrnente desde el complejo de

30
Fu11da111e11tos de la perversión

Edipo. Y si Lacan se interesó en W. H. Gillespie es porque


concluyó efectivamente, desde Freud, el complejo de
Edipo, el complejo de castración, son esenciales en la perver-
sión. Y esto es, al mismo tiempo, la elaboración de Lacan.
Con esta diferencia, que la pulsión, la pulsión pre-edípica no
es pre-lingüística, no es materia prima como tat sino que la
pulsión es un concepto altamente elaborado en contraposi-
ción con lo que se podría llamar necesidades naturales. Aun-
que la pulsión no es primitiva y podamos pensar una pulsión
pre-edípica, dice que, sin embargo, la pulsión no es pre-lin-
güística. Así que hay allí lo que Lacan llamó el Otro, ya está
ahí en la pulsión. Diría que hay alta cocina allí porque no es
solamente que no es materia prima, sino que hay varias de-
mostraciones de Lacan sobre la pulsión, precisamente, como
algo nmy sofisticado.
Y él intentó una deducción de la pulsión que presupone el
lenguaje en la secuencia dern_anda, deseo, demanda de amor
y pulsión. Ésta es la secuencia simplificada: primero hay lo
que se pide, luego el deseo en el sentido de ¿quiero lo que pi-
do?, lu~go la demanda de amor que es pedir al Otro y luego
solamente la pulsión que es no pedir ya a nadie más. Concep-
tualmente tienen primero la distinción entre significante y
significado, distinción que conocen desde "La instancia de la
letra". Pero esto es homogéneo con la distinción entre deman-
da y deseo, es homogéneo con la distinción entre el enunciado
y la enunciación: e minúscula y E n-1ayúscula, y esto, al mism.o
tiempo, es homogéneo con la distinción entre el significante y
el sujeto corno el significante con una barra.

Entonces, la pulsión como la escribe Lacan está caracteri-


zada por el hecho de que el elemento de abajo está al mismo
nivel que el de arriba. Es decir que él escribe la pulsión así:
$O D. Es tma demanda que ya no es interpretable porque hay
interpretación cuando está la distinción en dos niveles.

31
facques-Alain Millcr

Él escribe la pulsión como ... ¿cuándo saben que tienen


una pulsión, digamos, en análisis? Cuando no tienen nada
más para interpretar. Y por eso, clásicamente, es siempre des-
de el punto de la pulsión que se interpreta, es decir, es el ins-
trumento de la interpretación. El análisis habla de pulsión
cuando ya no es concebible una interpretación. Y así ven la
relación contrastante entre pulsión y dernanda en Lacan, y lo
que nos hace entender. Que para el deseo pedir es esencial,
para el pobre deseo, ciego deseo que tiene que preguntar su
camino. Y precisamente por eso, Lacan puede decir que el
objeto n más esencial en la neurosis es la demanda.
Notemos que esto no se entiende si creen que el objeto a
es algo sustancial y material. Entonces, la demanda es esen-
cial corn.o objeto del deseo en la neurosis. Acerca de la pul-
sión, ésta se caracteriza por el hecho de que en la conducta
humana hay a veces un discurso en que no se pregunta el ca-
mino. Y la pulsión no pregunta su camino. Por eso se puede
decir que la perversión es cuando no piden permiso, con la
excepción del masoquism.o, precisamente, es la paradoja del
masoquismo. En el masoquismo, el consentim.iento del otro
es esencial. Quizás tendrernos tiempo para hablar de la de-
m.anda en el masoquismo. Con la pulsión (drive) siempre se
puede preguntar ¿quién pulsiona (drive)?, ¿hay un piloto en
esta pulsión?, puedo decir. Y en algún sentido la pulsión pa-
rece ir sin runcbo. Pero de hecho es el deseo el que va pla-
neando, mientras que la pulsión conoce su camino. Las pul-
siones pueden parecer que yerran, que son proclives a
aberraciones, anormalidades. Pero, en verdad, la pulsión sa-
be su camino hacia la satisfacción como objeto. Y ustedes sa-
ben cómo Lacan simplificó esto para nosotros cuando escribe
la pulsión como un circuito alrededor de este objeto que es el
resultado, el producto de un circuito. Entonces, la pulsión es
lenguaje y es esencialmente un programa. La pulsión es un
programa. Es algo escrito antes, y es notable que Freud, en su
texto clásico sobre la pulsión, se acercó a ella desde el punto
de vista de la gramática y de la inversión gramática. Al mis-
mo tiempo -y esto es frecuentemente citado por Lacan-, esto

32
Fw1da111e11tos de la peruersió11

conduce a Freud a sostener una simetría entre el sadismo y el


masoquismo, el exhibicionismo y el voyeurismo que son cri-
ticados por Lacan. Pero, ¿entienden por qué a partir de la es-
critura S' OD, Freud habla del silencio de las pulsiones?, o ¿po-
dría hablar del silencio de la pulsión si no fuera esencial
subrayar la posición de la pulsión respecto del discurso? Y no
hay función del discurso en la pulsión. Porque está más allá
de la demanda, pero hay, sin embargo, una estmctura del len-
guaje y por eso la perspectiva de Freud es gramatical. Ahora,
la satisfacción; podemos conectar satisfacción y castración.
¿Qué es castración en Freud? Es un sacrificio de satisfacción.
y precisamente, es el sacrificio de la satisfacción a mano, es
precisamente el sacrificio de la masturbación como precondi-
ción de la apertura al otro sexo.
Lacan situó precisamente la castración corno el efecto fun-
damental del lenguaje sobre la satisfacción. Y así... tenemos
cantidades de esto en Freud: cuando construyó su mito del
cuerpo libidinal, sucesivamente evacuado de satisfacción, de
libido, al punto en que la libido es restringida a unos pocos
agujeros del cuerpo. Entonces, cuando hablamos de la per-
versión como restringida, como una estructura clínica, la pre-
sentamos primeramente como un modo especial de negar la
castración, es decir, un rechazo del necesario sacrificio de
la satisfacción. Y Lacan no dice nada muy diferente. Cuando
él califica la operación perversa como retornar el goce al
Otro, o sea devolver el objeto a al Otro, es lo que representa
el sacrificio de la satisfacción, devolverlo al Otro: representé-
moslo como el cuerpo del cual se evacuó la satisfacción. Así
que pueden decir, cuando escribimos A con una barra tam-
bién escribimos A castrado y, en este sentido, la perversión
puede ser referida como miedo a la castración, miedo a la
castración del Otro, esencialmente.
Por eso la homosexualidad femenina era especialmente
paradójica, porque la homosexualidad femenina es, precisa-
mente, que la ausencia del órgano hmciona como condición
de amor. Y por ello Lacan vacilaba en calificar de perversión
a la homosexualidad femenina. La homosexualidad femerü-

33
Jacques-Alain Miller

na está constituida en el registro del amor más que en el re-


gistro de la satisfacción perversa.
Voy un poco rápido. Debí haber distinguido las tres es-
tructuras clínicas -neurosis, perversión, psicosis- y la per-
versión de acuerdo con los tres mecanismos fundamentales
que encuentran en Freud, pero que fueron logificados por
Lacan: represión, "Verdrii11gu11g", para la neurosis; para la
psicosis forclusión, "Verwe1fung", y para la perversión,
"Verleugnung", que podemos traducir en inglés por "denial"
y hay toda una cantidad de problemas alrededor de eso ...
Simplificaré ahora la aproximación de Lacan a la perversión
diciendo que hay fundamentalmente dos modos que él dis-
tingue, califica estos elementos necesarios para suplemen-
tar al Otro: primero, en el registro del deseo; segundo, en el
registro del goce. O sea, priinero ser el falo que falta al Otro
y esto es el tópico de la identificación al objeto imaginario
del deseo como falo, segundo en el nivel del goce y es fór-
mula para la perversión; la primera es ser el falo, la segun-
da fórmula en el nivel del goce es ser el objeto a. Y, en esto,
introduzco otra tesis fundamental, debo decir que me voy a
detener y... había preparado algo sobre "Kant con Sade" que
querría decir al final porque parece haber algún malenten-
dido sobre este texto. Trataré de llegar allí si tienen algo de
paciencia.
Una tesis que introduzco ahora rápidamente es que si us-
tedes toman la fórmula (que no está en Lacan) de que hay ne-
gación del Otro en la perversión, es una falsa aproximación;
por el contrario, el perverso necesita que el Otro exista. Por
ejemplo, el perverso necesita al Otro mucho más que un ob-
sesivo, un neurótico obsesivo no necesita a nadie y es muy
difícil para un obsesivo abrirse. Y el obsesivo pasa mucho
tiempo hablando consigo mismo, por ejemplo. Intrasubjetivi-
dad, diría, y no intersubjetividad.
Quizás no hablaré ahora de uKant con Sade" ... porque hay
nmcho que decir. Quizás, si me dan un poco más de espacio
del que tengo aquí en Kent State University, disfrutaría mu-
cho si pudiera hacer una lectura muy seria de "Kant con Sa-

34
Fundamentos de la perversión

de" en dos meses en Kent. Después de todo, es la política de


Lacan. Y quizás partiendo de "Kant con Sade" haya cosas im-
portantes que decir acerca de la perversión, de la religión, del
Estado, de la filosofía. Así que no hablaré ahora de eso. Sólo
les mostraré que el Otro es necesario en la perversión. Pien-
sen en el exhibicionista: para el exhibicionista, el público, la
audiencia, son esenciales ... Exhibir los propios genitales al es-
pejo no tiene interés. Es verdad, el neurótico obsesivo, even-
tualmente, abre la puerta para mostrar sus genitales al padre
muerto ... Pero eso es abrir la puerta a nadie, porque el pa-
dre muerto no se materializa como en Hamlet, así que el ob-
sesivo le abre la puerta a ningw10.
Pero el exhibicionista necesita al Otro. Es interesante mos-
trar los propios genitales a una mujer y tratar de producir
vergüenza en el Otro, la vergüenza por no ser igual. Así que
el exhibicionista trata de hacer existir a la mujer, podemos
decir que la mujer sólo existe para el exhibicionista. Y, a veces,
vemos que las mujeres los aprecian mucho. Y el voyeurismo
es tratar de ver a la mujer dedicada al goce de su propio cuer-
po y sabiendo que aun sola es mirada por otro. Entonces, di-
ría, la interpretación lacaniana, la estructura lacaniana del ex-
hibicionismo, del voyeurismo es así: el exhibicionismo es
hacer aparecer en el Otro la mirada, hacerla aparecer en el
Otro. Él muestra el órgano pero para hacer surgir la mirada
femenina, y generalmente la verdadera erección está de este
lado.
El voyeur pone la mirada para obstruir el agujero del Otro,
pone la mirada para hacer el todo del Otro. Así, también, hay
una tensión entre perversión y sublimación que podemos en-
tender si la sublimación supone que el objeto no existe y se
puede crear algo, y la perversión, al contrario, debe hacer
existir al Otro para ser el instrumento de su goce. Por eso la
sublimación a menudo ... es la salvación de la perversión. En-
tonces ahora no tendré tiempo de desarrollar lo que hay allí,
la función de la mujer como Otro; que si la mujer es central a
la perversión es porque la mujer no sólo es Otra que el hom-
bre sino porque la mujer es Otro como tal, porque es la Otre-

35
]acqllcs-Al11i11 Millcr

dad y por eso la norma, lo que es normaP es siempre sola-


mente norma-macho para usar una palabra llana.
Así llegaría a la perversión normal del macho, a la cual, a
través de Freud, hemos seguido y que estoy h·atando de se-
guir actualmente en París. En otra oportunidad desarrollaré el
masoquismo. Espero que en Kent State University concluya-
mos en este punto: si el verdadero perverso se hace ser el ob-
jeto a, por la fórmula de Lacan podemos deducir muy simple-
mente por qué es incompatible con el análisis. Como tal, el
analista en la operación analítica se hace ser tal objeto a y de-
bemos distinguir al analista como objeto a y al perverso como
objeto a. Bueno ... me detengo aquí. .. preguntas ... Me gustarían
algunas preguntas, seguro ... y espero seguir en dos meses.

Pregunta: Dijo al principio algo sobre Gilles de Rais ... y me


preguntaba acerca de su referencia a Gillespie.
J.-A. M.: Quizá podría decir por qué creo que hay alguien
peor que Gilles de Rais. Creo que, si hacen el concurso del peor
perverso que se propuso, creo que el peor perverso es el juez
de Gilles de Rais. Quiero decir que el peor perverso es uno que
habla en nornbre de la moralidad y los verdaderos perversos ...
los que nunca ven en análisis pueden juzgar, predicai~ ensefl.a1~
precisamente tienen una posición de autoridad y de control
del goce de los otros y en esto diría que la peor perversión es
la rectitud. Y ésta es la constante lección de Freud.
Es precisamente lo que alimenta la conciencia moral -exac-
tamente la misma energía a la que renuncian para ejercer la
satisfacción de la pulsión-, es decir, no tienen a uno frente al
otro, el perverso criminal y el recto juez; sino que el recto juez
es precisan'lente el peor criminal.
Éric Laurent aludió a eso esta mañana cuando habló de la
ley y el juez... es aquel que pretende encarnar la ley moral
quien es el verdadero sádico. Ustedes, por ejemplo, pueden
creer que "Kant con Sade" es realmente una idea forzada de

3. J.-A. Miller alude a "11on11nlc", que en francés condensa los significa-


dos "norma-macho" (nonnc y mzllc). [N. de la T.]

36
Fu11da111e11/os de la pemersió11

Lacan, él fue a buscar eso, pero no es Lacan quien inventó la


noción de superyó sádico. No es él quien inventó la noción
de que lo que pueden tomar como una encarnación de la mo-
ralidad tiene exactamente componentes sádicos, y es uno de
los secretos de "Kant con Sade" que hable de Freud con Me-
lanie Klein, que hable del superyó posedípico y del superyó
pre-edípico de Melanie Klein. Pero Freud mismo sabía muy
bien que el secreto de la conciencia moral es el elemento sá-
dico y él dijo sádico, y Freud mismo aludió a Kant. En "El
problema económico del masoquismo", Freud dice: "El im-
perativo categórico de Kant es así el heredero directo del
complejo de Edipo". Así, es una referencia a Kant como el
principio de la más alta moralidad, y Freud dice que el com-
plejo de Edipo es la fuente de nuestra ética individual, nues-
tra moral, y por lo tanto de esta moral desexualizada, pero él
nota que el verdadero masoquismo moral sexualiza la moral
otra vez y alude allí al hecho de que la supresión cultural de
los instintos retorna en gran parte al sujeto impidiendo que
el componente destructivo instintual se ejerza en la vida vol-
1

viéndolo contra el sujeto mismo. Por lo tanto, este texto tiene


una referencia al superyó sádico, el superyó aumenta su sa-
dismo contra el yo, el sadismo del superyó, etc. Así que la
idea de leer "Kant con Sade", la originalidad de Lacan, es ir
y volver a unir Kant con Sade, pero la conexión de los dos ya
es muy clara en Freud. Y la paradoja presentada por Lacan lo
muestra más lógicamente, más claramente.
Pregunta: Lamento que se detuviera en el punto en que la
mujer se convierte en objeto porque no estoy seguro de haber
entendido, me parece que el análisis que usted hace de la
perversión fue básicamente de la perversión tardía y que hay
una gran área ... , la homosexualidad, y me gustaría mucho
que usted especificara por qué realmente se detuvo allí.
J.-A. M.: Respecto de la homosexualidad femenina, Lacan
dice lo que es clásico, que hay poca ... o tienen que buscar la
perversión femenina donde es invisible, por ejemplo, y por
eso la exposición de Jean Pierre Klotz fue interesante, el nar-
cisismo femenino puede ser tomado como una perversión, es

37
Jacques-Alai11 Millcr

una extensión del concepto. Es porque la mujer es la Otredad


como tal, es el Otro como tal lo que la hace pasar tanto tiem-
po frente al espejo para reconocerse o quizás para reconocer-
se como Otro, aun si es un mito, es muy irnportante, es un
mercado, así que lo que se puede encontrar en el narcisismo,
en el corazón de la propia imagen es la perversión de la hem-
bra, como lo propuso Freud en el niño usado como objeto de
satisfacción. La madre y el objeto, el objeto imaginario, el fa-
lo, es la madre como responsable de la perversión del niño va-
rón pero, al mismo tiempo, usar al niI1o como instrumento del
goce; luego, de acuerdo con la fórmula precedente, pueden
llamar a eso perversión. Discutimos esto en París reciente-
mente tomando el título de Clavreul La pareja perversa, ¿cuál
es la primera pareja perversa? A esta conexión Lacan dedicó
su atención en los años cincuenta. Entonces tienen un cuerpo,
el propio cuerpo, tienen al niño en el que pueden encontrar al-
guna expresión secreta de perversión femenina. No creo que
esto conduzca muy lejos.
Y en tanto la homosexualidad fernenina elimina precisa-
mente el instmmento fálico hay alguna dificultad en ponerla
en el registro propio de la perversión. Lacan notó que no tie-
ne la importancia social de la homosexualidad masculina; és-
ta, para Freud, es un lazo social fundamental, es principal en
el lazo social. La hon1osexualidad femenina no tiene esta fun-
ción y puede tener una gran importancia cultural, pero no
una importancia social fundamental.
Pregunta: Si no es una perversión, ¿cómo la nombra?
J.-A. M.: Homosexualidad femenina o eventualmente he-
terosexualidad ... Lacan propone que el amor por las mujeres
se llama heterosexualidad. Deben distinguir la h01nosexuali-
dad femenina en la histeria, que puede ser curada como por
arte de magia al entrar en análisis. En tanto se puede amar al
analista como inaccesible, el anhelo de amor que realiza la
homosexualidad femenina puede inmediatamente asistir a
una cura mágica y a otras que toman mucho tiempo.

Traducción del inglés: GRACIELA MUSACHI

38
2. SUTILEZAS
Luis Emeta

1. Un cierto ro111anticislllo ...

El título mismo que hemos elegido no escapa a cierta re-


sonancia de oxímoron, ya que la perversión arrastra hoy cier-
ta connotación de grosería moral que no es ajena al uso de in-
juria o degradación con que se ernplea el término perverso
ante ciertas conductas o actos, no sólo privados, sino y sobre
todo públicos, entre los que sobresalen, qué duda cabe, vici-
situdes políticas que cualquier diario recoge cotidianamente
y que producen en el lector un sentimiento de tedio que se re-
fleja en la medición, que aspira a ser objetiva de la poca cre-
1

dibilidad de la población en los dirigentes elegidos para re-


presentarlos. El incremento, también cotidiano, de crímenes
cada vez más feroces, habla también de una dimensión que
no se vacila en llamar perversa, y que no hace sino recoger,
de un modo un poco vago y general, el sentido de lo que se
aparta de la norma. Quienes perseveramos en esta práctica
imposible, como la designó Freud, o ímproba, corno la desig-
nó Lacan, no somos impermeables al horror que suscitan
esos acontecimientos, pero nuestra disciplina aspira a no ha-
cer de ese horror una guía de nuestra acción. Hemos apren-
dido, con Freud, a responsabilizarnos del deseo inconsciente
que nos habita, sin hacer de él virtud, salvo la de la pruden-
cia aristotélica, única que escapa a una definición general. Y
hemos aprendido con Lacan, que en esto sigue a Freud, a ad-
mitir que el deseo inconsciente es perverso en su constitución

39
Luis Emeta

misma, aunque no fuese más que porque, como la prudencia,


escapa a una normativa que pretendiese universalizarlo. La-
can se esforzó en avergonzar un poco a los psicoanalistas di-
ciendo que a lo que el psicoanalista tiene verdadero horror es
a su acto, lo que no deja de ser una afirmación un poco escan-
dalosa y con resonancia de paradoja.
Nos pareció que cotejado con ciertos actos humanos, el fe-
tichismo, en muchas de sus expresiones, adopta formas por
demás sutiles, acordes, por otra parte, a la estructura de len-
guaje en que se despliega. No escapará a cualquier lector de
Freud que hemos tomado ese término, sutileza, de ese texto
tardío: "La sutileza de un acto fallido",1 verdadera joya en su
género.
El fetichista vero no parece ser hoy alguien que transite
por los consultorios de los psicoanalistas. Esta afirmación re-
queriría tal vez una búsqueda más exhaustiva en la bibliogra-
fía, pero parece escasear la publicación de casos de fetichis-
mo. Aun en el volumen preparado para el Sexto Encuentro
InldTlacioncil del Campo Freudiano, de 1990, la remisión clí-
nica sigue siendo a los casos clásicos o a ejemplos de autores
cuya publicación fue hecha más de cuarenta años antes. 2 Es
verdad que el tema central fue "Rasgos de perversión en las
estructuras clínicas"; sin embargo, el abordaje del fetichismo
no presenta casos actuales, a esa fecha, excepto un caso don-
de a la pregunta por el fetichismo en la mujer se responde,
clínicamente, con el diagnóstico de histeria. Sería imposible
para nosotros agregar nada a ese volumen que no se tornara
redundancia, dada la exhaustividad con que se trataron los
diferentes sesgos de lo que J.-A. Miller promovió bajo ese tí-
tulo. Lo que hoy se propicia como fetichismo en algunos si-
tios de Internet se reduce a la promoción de la pornografía y
a la com.ercialización de objetos tan burdamente sexuales que

l. Freud, S.: "La sutileza de un acto fallido", en Obras Complctns, Buenos


Aires, Amorrortu, pág. 230, t. XXII.
2. AA.VV.: Relato del Sexto Encuentro Intcmncional del Campo Freudiano,
Buenos Aires, Manantial, 1990.

40
Sutilems del fetichismo

toda coincidencia entre esos objetos y el fetiche en su forma


más estilizada es tan improbable como que un tigre y un león
pudieran enfrentarse. Se sabe que estas especies sólo pueden
estar en el rn.ismo terreno, por así decir, en el zoológico y en
el circo.
De modo que hemos elegido, en esta ocasión, abordar el
fetichismo mediante el recurso a dos autores del siglo XIX, si-
glo del romanticismo literario. Solemos afirmar que el psi-
coanálisis es posromántico; sin embargo, cuando Freud trata
el tema del fetichismo en sus Tres e11sayos para una teoría sexual
(1905), no sólo cita a Alfred Binet, sino que le reconoce la pre-
cedencia en cuanto al establecimiento de la relación causal
del fetichismo con una impresión sexual recibida casi siem-
pre en la primera infancia. Incluso le rinde homenaje citando
en francés la frase proverbial: On revie11t toujours ií ses premiers
amours. 3 Esto no le impide, en 1920, disentir de él en ese pun-
to. El texto citado por Freud es Études de psyclzologie expérí-
mentale: le féticlzisme dans l'amour, 1888, París. Retomaremos
ese texto en algunos puntos. En el Seminario 4, Lacan hace
una referencia indirecta a Binet, diciendo que es una referen-
cia que Freud tuvo en cuenta al abordar el fetichismo. No
obstante, este autor no es mencionado en los Escritos en el ín-
dice de autores.
El otro autor al que nos referiremos es también del siglo
del romanticismo, aunque no se destacó, precisamente, en
ese género literario. Nos referirnos a Karl Marx, citado repe-
tidas veces por Lacan en los Escritos y al que vuelve en el Se-
111i11a rio 7, a propósito del plus-de goce, que dice haberle
inspirado el concepto de plusvalía. Sabemos también que
atribuye a Marx la precedencia en la invención del síntoma;
en un librito publicado en 1970, que reproduce lo que se dio
en llamar Respuesta a estudiantes de filosofía sobre el objeto del
psicoanálisis, también le concede la precedencia de la noción
de fetichismo, del que Marx habla en el primer capítulo de El

3. Freud, S.: T)·cs ensayos para una teoría sexual, en Obras Co111plctas, pág. 140,
t. VII.

41
Luis Emcta

Capital, y que verifica la captación de los sujetos que inter-


cambian sus productos en un orden de no saber que puede
soportar el cotejo con la Verleugm1ng freudiana, inherente a la
constitución del fetiche.
Remitirnos a esos autores es seguir ciertas indicaciones de
Freud y Lacan cuya pertinencia, a nuesh·o juicio, no deja de ser
actual.

2. Economía del fetichismo

Tanto Freud como Lacan citan a Marx. Según el índice de


la Standard Edition, Freud cita a Marx una vez en la Confe-
rencia 35 de sus Nuevas co11Jere11cias." En verdad se refiere a él
también en El malestar en la cultura,5 dos aflos antes. En am-
bos casos, su crítica, antes que a los textos de Marx, se refie-
ren al bolchevismo y a la política basada en la teoría marxista,
tal como la sitúa en esa época, en pleno auge del estalinismo.
Su punto de ataque esencial es que "está prohibida toda in-
dagación crítica de la teoría marxista" y que "las obras de
Marx han reemplazado a la Biblia y al Corán como fuentes de
una Revelación". Se ve que Freud se alza contra el carácter
religioso que adjudica a la política sustentada en la teoría
n1arxista; como ya lo dijo antes, afirma ahora también que
esa política sólo promete una ilusión. Cuestiona y refuta así
el autoritarismo que lee en esa política; y además "no se en-
tiende córn.o se podrían omitir factores psicológicos toda vez
que se trata de los de seres humanos vivientes ... que no po-
drían hacer otra cosa que poner en juego sus originarias mo-
ciones pulsionales". 6 Escéptico corno siempre fue respecto de
la idea de un progreso que pudiese modificar al ser humano

4. Freud, S.: "Conferencia 35: 'En tomo de una cosmovisión'", Nuevas co11-
fercncias de i11trod11cción 11l psicon111ílisis, en Obras Completas, págs. 166-167, t. VII.
5. Freud, S.: El malestar en la cultura, Obras Completas, Buenos Aires,
Amorrortu, pág. 111, t. XXI.
6. Ídem, pág. 165.

42
Sutilezas del feticlzismo

en su raíz misma, se linúta a dejar su duda: "El porvenir lo


enseúará" .7
Lo curioso es que reaccionando de ese modo contra el au-
toritarismo no se priva de ofrecer lo que entiende como solu-
ción para "esos hombres cuya cohesión y -por lo tanto- cuyo
gobierno son tan dificultosos. [... ] Nuestra mejor esperanza
para el futuro es que el intelecto -el espíritu científico, la ra-
zón- establezca con el tiempo la dictadura dentro de la vida
anímica". 8 Es casi inevitable el comentario un poco iró1úco:
¿en lugar de la dictadura del proletariado, la dictadura de la
razón, ilustrada? Es verdad que no se trata de una dictadura
política sino en la vida anímica, es decir, idealmente, en cada
ser humano. No resulta tan claro qué política podría ordenar-
se según esa dictadura. Antes bien, se puede leer ahí la ilimi-
tada confianza en la sujeción de las pulsiones por un signifi-
cante amo, soportado por el nombre del padre freudiano, que
prevaleciese sobre ellas. "Análisis terminable e intermina-
ble", dos aúos después, permite constatar la desilusión de
Freud, y verifica más bien una dictadura de la pulsión ante la
cual la razón parece rendir sus armas.
En cuanto a Lacan, cita a Marx repetidas veces a lo largo
de sus Escritos. Ya en 19469 sitúa a Marx y su obra como sos-
tenedor de una verdad: "En nuestros días está muy de moda
'superar' a los filósofos clásicos ... ni Sócrates ni Descartes ni
Marx ni Freud pueden ser 'superados' en tanto que han lle-
vado su indagación con esa pasión de descubrir que tiene un
objeto: la verdad. Lo verdadero es siempre nuevo". Frase es-
ta última que toma de Max Jacob, a quien llama poeta, santo
y novelista. Quizás lo más saliente en esta curiosa serie es el
rasgo de clásicos con que puede situar a Freud y a Marx, en
serie con Sócrates y Descartes, que con relación a la verdad se
tornan contemporáneos. Muchos aúos después lo hace para

7. Ídem, pág. 167.


8. Ídem, pág. 158.
9. Lacan, J.:" Acerca de la causalidad psíquica", en Escritos 1, México, Si-
glo XXI, pág. 183.

43
Luis Emcta

cuestionar una afirmación de Lenin: "La teoría de Marx es to-


dopoderosa porque es verdadera". Luego de poner en cues-
tión el carácter absoluto de esa verdad, afirma que "por lo
menos se anuncia allí la separación de poderes entre la ver-
dad como causa y el saber puesto en ejercicio". 10 Veremos que
el fetichis1no de la mercancía, en Marx, puede ser ubicado en
la rúbrica de un saber puesto en ejercicio y articulado a una
verdad que se oculta a los sujetos que realizan ese ejercicio.
En el texto mencionado más arriba, ante la pregunta sobre la
cuestión de la alienación, Lacan responde: "¿En qué puede
ser superada la alienación de su trabajo? Es como si vosotros
quisierais superar la alienación del discurso. No veo cómo
superar esta alienación si no es a través del objeto que sopor-
ta su valor, lo que Marx llamaba, en una ho1nonirnia singu-
lannente anticipada del psicoanálisis, el fetiche, dando por
entendido que el psicoanálisis revela su significación biológi-
ca" .11
Carácter fetichista de la mercancía y su secreto. Así titula
J\1arx el apartado IV de la primera parte de El Capital, que co-
rnentaremos. Marx destaca "el carácter enigmático del pro-
ducto del trabajo en cuanto adopta la forma de un.a mercan-
cía". ''Ésta nada tiene que ver con su naturaleza física o su
valor de uso". 12 Marx menciona el cerebro para figurar un lu-
gar apto para que se ünprirna en él una imagen y su reflejo,
no exento de brillo, cuya función esencial parece ser la ocul-
tación de las condiciones de la estructura, simbólica, que es
necesaria al intercambio. Esta estructura del intercambio es la
que sitúa a sus agentes en posición de doble desconocinüen-
to respecto de su práctica: les hace creer que los valores de las
mercancías proceden de ellas mismas; al tiempo que creen in-
tercambiar libremente sus productos cuando en verdad están

10. Lacan J.: "La ciencia y la verdad", en Escritos 2, México, Siglo XXI,
pág. 848.
11. Lacan, J.: El objeto del psicoanálisis, Barcelona, Cuadernos Anagrama,
1970.
12. Marx, Karl: El Capital, Buenos Aires, Cartago, pág. 86, t. I.

44
Sutilezas del fetichismo

sujetados a una estructura que determina el lugar que toman


en ella a los efectos de realizar el plus de valor necesario pa-
ra la subsistencia misma del régimen capitalista. El fetichis-
mo de la mercancía es "un fetichismo inseparable de sumo-
do de producción". Marx destaca y revela así el fetichis1no
como un efecto inherente y suplementario a la estructura del
intercarnbio cuya función es sobre todo ocultar ese plus de
valor "a los ojos de los productores", puesto que "las mercan-
cías son cosas que se perciben y no se perciben". 13 El ejemplo
con el que Marx ilustra esa diferencia de naturaleza es una
elemental física de la visión, que subraya que la mercancía
11
como fetiche oculta la estructura en la que se sostiene. Si es
cierto que la percepción eclipsa la estructura ... ", 14 el fetichis-
mo de la mercancía no deja de ser ejemplar en el análisis que
hace Marx, cuyo rigor le evita "olvidar en una imagen intui-
tiva el análisis que la sostiene" .15 Si algo intuye Marx en su ló-
gica, es la particular relación con el saber que mantienen los
agentes del intercambio en sus acciones. "Cuando los pro-
ductores enfrentan y relacionan entre sí los productos de su
trabajo como valores, no es que vean en ellos una simple en-
voltura bajo la cual se oculta un trabajo humano idéntico.
Muy por el contrario. Al considerar iguales en el intercambio
sus productos diferentes, establecen que sus distintos traba-
jos son iguales. Y lo hacen sin saberlo. En consecuencia el va-
lor no lleva escrito en su frente lo que es. Antes bien, de cada
producto del trabajo hace un jeroglífico." 16
Nos parece que el análisis de Marx, y el peso que da a la
estructura en la determinación de la posición del sujeto, aun-
que no emplee este término, circunscribe un modo de rela-
ción con el saber que tiene cierta congruencia con la Verleug-
111u1g, o que permite plantear cierta homología. Que equipare

13. Ídem, pág. 87.


14. Miller, J.-A.: "Tabla comentada de las representaciones gráficas", en
Escritos 2, México, Siglo XXI, pág. 883.
15. Lacan, J.: "De una cuestión preliminar a todo h·atamiento posible de
la psicosis", en Escritos 2, ob. cit., pág. 555.
16. Marx, K.: ob. cit., pág. 88.

45
Luis Eme/a

cada producto del trabajo a un jeroglífico no nos resulta ex-


trailo a los psicoanalistas, habituados al empleo de ese térmi-
no para el desciframiento de los sueilos, en Freud; y emplea-
do por Lacan para caracterizar el síntoma. Marx, sin saberlo
tal vez, no puede evitar la remisión a la estructura del len-
guaje. Aunque no cite a Champollion, éste ya había hecho su
obra muchos ailos antes. Sucede que Marx, en la única men-
ción explícita al lenguaje que recoge el índice de la edición
consultada, dice que "el lenguaje es un producto de la socie-
dad". Sin embargo, la lógica con que descifra el fetichismo de
la mercancía despliega una sutileza difícilmente rebatible. La
cuestión que puede plantearse, en todo caso, es qué lleva a
Marx a elegir este término para designar ese objeto, término
que no inventa, dada su antigüedad en la lengua. Se puede
conjeturar que lo hace aludiendo al contexto de culto religio-
so que el fetiche ocupó. Alfred Binet, y luego Freud, en el
campo de la sexualidad, también lo referirán, en parte, a esa
connotación.

3. Binet, entre Marx y Freud

Alfred Binet no era psicoanalista, obviamente. No obstan-


te, ni Freud ni Lacan lo pasan por alto cuando abordan el te-
ma del fetichismo. En Lacan puede presumirse, además de
su proverbial erudición, la referencia a un autor destacado en
el medio francés. En Freud, esa huella de la psiquiatría fran-
cesa es conocida también. En lo que se refiere a Binet, la dife-
rencia es que Lacan lo cita un poco al pasar en el Seminario 4,
siguiendo los pasos de Freud; reconoce la sagacidad en la de-
tección de ciertos rasgos prevalentes surgidos de la observa-
ción clínica, pero dice que no esclarecen la condición estruc-
tural del fenómeno. Freud, en cambio, no sólo admite la
precedencia en la observación, sino que sostiene cierto deba-
te con él, puesto que lo cita varias veces, y no sólo con rela-
ción al fetichismo. La última cita, según el índice de la Stan-
dard Edition, es 1910. Sin embargo, en una nota al pie de

46
Sutilezas del fetic11is11w

1920, en Tres ensayos ... , Binet es convocado una vez más, aho-
ra para refutarlo. "En la elección del fetiche se manifiesta -Bi-
net (1888) fue el primero en manifestarlo y luego se docu-
mentó abundantemente- la influencia persistente de una
impresión sexual recibida casi siempre en la primera infan-
cia." Pero en la nota mencionada observa que esas impresio-
nes son situadas luego de los 5 o 6 años; "el psicoanálisis nos
hace dudar de que unas fijaciones patológicas puedan ser
neoformaciones tan tardías. He aquí el verdadero estado de
cosas: tras el primer recuerdo de la emergencia del fetiche
hay una fase sepultada y olvidada del desarrollo sexual que
es subrogada por el fetiche como si fuera un 'recuerdo encu-
bridor' cuyo resto y decantación son entonces el fetiche". 17
En Tres ensayos ... , Freud sienta las bases casi definitivas de
la concepción del fetiche, puesto que planteada la tesis del
complejo de castración y la envidia del pene, el fetiche es sus-
tituto del falo faltante en la mujer, y antes en el Otro mater-
no. Lo que merece destacarse en la cita anterior son dos pun-
tos: (1) al tratar al fetiche como recuerdo encubridor, surge
ese efecto de pantalla o de velo, al que Lacan da tanto peso
en el Seminario 4; (2) el fetiche como resto de esa fase olvida-
da pone en evidencia, retroactivamente, el plus de goce como
resto pulsional que puede dar cierta razón a la elección de
objetos inertes que parecen animarse de una vitalidad que
como valores de uso no tienen, y que no es ajeno al efecto de
extrañeza que suscita esa práctica. Este pasaje, esta transfor-
mación del objeto inerte a plus de goce, tiene cierta homolo-
gía con la curiosa mutación del objeto, de valor de uso a mer-
cancía, cuya estructura comentamos en Marx.
En cierto sentido Alfred Binet aparece como relevo en la
introducción del fetiche, térrnino por cierto arcaico de la len-
gua, en el campo de la sexualidad humana. Nacido en Niza
el 8 de julio de 1857, es contemporáneo de Freud. Comenzó
estudiando Derecho, pero abandonó las leyes y se dedicó, a
partir de 1878, a estudios médico-psicológicos en la Salpe-

17. Freud, S.: Tres ensayos para una teoría sexual, ob. cit., pág. 140.

47
Luis Ernc/11

triere, atraído como Freud por la enseúanza de Charcot. Fue


director del laboratorio de psicofisiología de la Sorborme,
donde perrnaneció hasta su muerte, 18 de octubre de 1911.
Las escalas Binet-Simon, que miden la edad xnental, tuvieron
celebridad. En Le féticl1is111c dmzs l'amour parte reconociendo a
Charcot y Magnan "las mejores observaciones de fetichis-
mo".18 También distingue, a semejanza de la histeria, el gran
fetichismo y el pequeúo. Este segundo, nos dice, es más sutil,
más oculto, no da lugar a conductas extravagantes, pero "tal
vez contiene el secreto de amores extraúos y casamientos que
asombran a todos". 19 Hoy podemos leer con benevolencia la
apreciación de Binet sobre esas conjunciones que parecen no
encajar en alguna norm~atividad ideal, que puede suponerse
como enunciación en lo que dice. Con el aplomo que nos
puede brindar la enseúanza de Freud y de Lacan en cuanto
al rasgo de perversión inherente no sólo a las estructuras clí-
nicas, sino a las condiciones mismas del anwr y de la impo-
sible conjunción sexual, podríamos sonreír ante el asombro
de Binet. Sin embargo, nos parece que ese eventual aplomo
no debería tener un peso tal que nos haga ignorar la eluda. La
indubitable convicción con que afirmamos que no hay pro-
porción sexual, no evita nuestras dudas ni el asombro ante la
particularidad oculta, cuya elucidación lleva nrucho tiempo,
cuando se obtiene. Lo que no deja de ser asombroso es la pre-
cisión de Binet: "El objeto de la obsesión (así llama al trastor-
no) es particular y siempre el mismo para cada sujeto". Hace
también una fina distinción entre objetos inertes, que compara
a su empleo en ciertos cultos religiosos, y objetos animados,
en tanto son "una fracción de una persona viva, como un ojo
de mujer, un bucle, un perfume ... ". 2º "La diferencia funda-
mental es que, en el culto de nuestros enfermos, la adoración
religiosa es reemplazada por un apetito sexual." 21 Plantea el

18. Binet, A: Le fétichis111e dans /'amour, París, Documento nº 4, Biblioteca


de la ECF, pág. 7. [Ed. cast.: El fetichismo en el amor, Madrid, Daniel Jorro, 1904.]
19. Ídem, pág. 9.
20. Ídem, pág. 8.
21. Ídem, pág. 8.

48
Sutilezas del feticliis1110

fetichismo como efecto de una metáfora. Es verdad que en


esa adoración religiosa, como la llama, deja ver un poco la hi-
lacha ideológica, puesto que se h"ata de cultos practicados
por salvajes o negros. Parecería que, al decir de Binet, la ver-
dadera religión no padece semejantes impurezas. Dirige tam-
bién su indagación al campo literario y destaca en J. J. Rous-
seau las delicias que le procuraban, ya de niño, el sufrimiento
producido por cierta clase de mujeres desdeñosas, con cuya
cólera gozaba. Se dirige también al misterio del amor místi-
co, pero en su cara de sufrimiento corporal, autoinfligido. De
un solo trazo homologa a ambos en una misma pregunta:
¿Qué goce se puede encontrar en el dolor físico de sentirse
magullado por los golpes y en el dolor moral de sentirse col-
mado por la cólera o el desdén de una mujer? La pregunta no
está nada mal, y tanto Freud con10 Lacan han indagado lar-
go tiempo la cuestión. Sólo que Binet responde a esa pregun-
ta crucial con la ingenuidad de la teoría asociacionista, en es-
te caso "una ley de asociación de ideas y de sentimientos".
Los esfuerzos se dirigen a hacer entrar los fenómenos de
la sexualidad en el saber médico y psicológico, rehusándose
a admitir ciertos síntomas perversos en la categoría de la de-
generación, a diferencia de Morel, Falret y Magnan. De ahí
que quiera estudiar los hechos "como psicólogo, y no como
alienista". Y a subrayar que para él lo importante es "el estu-
dio directo del síntoma, el análisis de su formación y de su
fftecanismo". 22 Además considera que tratándose del amor
"todo el mundo es más o menos fetichista". No podemos ne-
gar que Freud recoge la fórmula tal cual: " ... cierto grado de
fetichismo pertenece regularmente al amor normal"/3 y, en
apoyo, recurre también a la literatura a su admirado Goethe,
para verificar su tesis. Más advertido, tal vez, puesto que
Freud estudia los hechos como psicoanalista y no como psi-
cólogo, deja una cuestión planteada, que nos parece funda-
mental: "En el sentido del psicoanálisis, entonces, ni siquiera

22. Ídem, pág. 38.


23. Freud, S.: Tres e11sayos pam una teoría sexual, ob. cit., p. 140.

49
Luis Emcta

el interés exclusivo del hombre por la rn.ujer es algo obvio, si-


no un problema que requiere esclarecimiento". 24
Dijimos antes que Binet aparece como un autor que pue-
de situarse como soporte de un pasaje desde el fetichismo
postulado por Marx -que él no menciona en su copiosa lec-
tura-, un fetichismo asexuado, pero tramado en la condición
subjetiva, al fetichismo en el campo sexual. Cuando Freud
aborda el tema se apoya totalmente en elaboraciones ya pro-
ducidas por Binet. De modo que si Binet introduce la sexua-
lidad en el fetichisrn.o, Freud introduce el Inconsciente y la
pulsión en la sexualidad. Lo notable es que Binet se propone
también, o principalmente, introducir el ténnino de fetichis-
mo como un síntoma nuevo; con cierta proclividad clasifica-
dora, propia de la época, toma una clasificación reciente de
M. Ball (1887), referida a la locura erótica, y dice que su aspi-
ración es "establecer en la clasificación sintomática de las lo-
curas genitales un género nuevo, al que damos el norn.bre de
fetichismo". 25
Solemos decir, después de Lacan, que el psicoanálisis no
inventó ninguna nueva perversión, pero tal vez se pueda
acordar que Binet aísla el fetichismo como un género nuevo
-para ese momento- dentro del campo de las perversiones, y
ciñe ciertos rasgos de su clínica, cuyas sutilezas merecen des-
tacarse, recortando una nueva forma de súttonta.

4. Los arrebatos del fetichista

Los ejemplos que nos ofrece Binet, a los que no es ajeno el


estilo literario en que los trama, consecuencia de su vasta lec-
tura, poseen un rasgo que los hilvana: el arrebato y la pasión
de lo que llama los amantes, amantes del ojo, de la mano, de
los cabellos, del olor, de la voz. De este último objeto, un
ejernplo es sugerente, pues se trata de una nmjer que, extasia-

24. Ídem, pág. 132.


25. Binet, A.: Le fétichis111e dmzs l'amour, ob. cit., pág. 9.

50
Sutilezas del fetíchísmo

da por la voz de un tenor, inició un amorío prolongado. Dos


ejemplos de los cortadores de bucles asombran sobre todo
por lo que Binet llama su candor: el sujeto hace gala de la fe-
licidad que le procura apoderarse del bucle de alguna niña,
sin que esta misma, como tal, posea atractivo sexual. El acto
tiene un carácter irresistible, irrefrenable, que nos evoca a Os-
ear Wilde: puedo resistir cualquier cosa salvo la tentación. La
otra conclusión, que mantiene actualidad, es que el fetichis-
mo es cosa de hombres, lo que no es para alentar ninguna
sonrisa de suficiencia. Cosa de hombres pero referida esen-
cialmente a la mujer, en tanto madre.

5. Del brillo a la mirada

El trabajo "Fetichismo" de Freud (1927) sigue siendo ejem-


plar. Afirma allí que ha tenido oportunidad de estudiar va-
rios casos, o sea que hay una clínica de ese síntoma, pero
aclara que ninguno de esos casos motivaba la consulta, y el
fetichismo resultaba ser una comprobación accesoria. Los pa-
cientes no lo consideraban un síntoma, en el sentido analíti-
co y, lejos de quejarse de ello, parecían estar muy contentos
con las satisfacciones que se procuraban. No hay indicación
sobre el eventual destino del síntoma y su resolución, aun-
que es de suponer una resistencia más o menos acentuada a
abandonar esa posición de goce. La sutileza del análisis de
Freud, en el caso que denomina el más extraordinario, verifi-
ca la afirmación de Lacan, que propone un equivalente gene-
ral: "El fetiche fundamental de toda perversión en cuanto ob-
jeto percibido en el recorte del significante". 26
El fetiche, construido en alemán: brillo en la nariz (Glanz),
se descifra en inglés, lengua materna (Glance). Como lamer-
cancía, el fetiche no lleva escrito en la frente lo que es. Pero se
produce como efecto de escritura mediante el recurso al equí-

26. Lacan, J.: "La dirección de la cura y los principios de su poder", en


Escritos 2, ob. cit., p. 590.

51
Luis Emcta

voco homofónico, cuyo sentido se resuelve por la ortografía.


Entre brillo y mirada, hay una hiancia que divide al fetiche
entre brillo fálico, y la mirada como objeto (a), plus de goce
extraído para la satisfacción del sujeto, satisfacción que ope-
ra sin saberlo éste. Extracción del objeto (a) como condición
que "sostiene el campo de la realidad y le da su marco" .27
No está tan desencaminado Freud cuando se pregunta
por qué cierta forma de repudio de la realidad, que llama
Verleugm111g -desmentida, según prefiere llamarlo Lacan-, no
desemboca en una psicosis.w Da Lm ejemplo clínico, de un pa-
ciente adulto, quien segurarnente, a los 3 o 4 arl.os de edad,
confrontado a la castración ante los genitales de una niña ma-
yor que lo había seducido, reaccionó de ese modo, pero que
ahora, ya más grande, encontró una solución creándose un
fetiche. "Ese acto de nuestro paciente nos impresiona como
apartamiento de la realidad, como un procedimiento que
preferiríamos reservar para la psicosis." "La diferencia es
que el niño no ha contradicho su percepción, alucinando un
pene donde ninguno podía verse, sino que sólo efectuó un
desplazamiento de valores ... referido al cuerpo de la mujer."
Aunque esta argun1entación es elaborada en el campo escó-
pico, Freud mantiene que lo fundamental no es tanto lo que
se llama la pérdida de la realidad, sino lo que viene a susti-
tuirse a ella. En este texto Freud trata el conflicto como algo
que se produce entre una poderosa exigencia instintual y el
peligro real que lo amenaza si prosigue con su satisfacción.
Puede admitirse que no es tanto peligro reat sino que la
emergencia de algo real pone en peligro al sujeto. La Verle11g-
11u11g es una respuesta a ese real. "La Verleug111t11g es el nom-
bre freudiano de lo que compele al sujeto a dividirse con re-
lación a lo real... Se toca, con la Verleugnung, a la diferencia
entre el ser y lo real." 2"

27. Lacan, J.: "De una cuestión preliminar... ", ob. cit., pág. 535.
28. Freud, S.: "La escisión del yo en el proceso defensivo", en Obras
Completas, Buenos Aires, Santiago Rueda, pág. 65, t. XXI.
29. Miller, J.-A.: Curso 2000/2001 (inédito).

52
Sutilezas del felicllis1110

Freud afirma que en la producción del fetiche se reprime


el afecto y se desmiente la idea, la representación. Cabe pre-
guntarse si de ese real puede haber representación o idea,
cuando se toca o se experimenta, propiamente, el lugar de un
"no hay". Ese "no hay", que Lacan declina en una serie en la
que lo negado es el "hay", parece duplicarse en el fetichista,
puesto que reniega el "no" y lo afirma como "hay". "En los
casos muy estilizados, el fetiche mismo aloja en su estructu-
ra la desmentida tanto como la afirmación de la castración."30
Luego da un ejemplo de un hombre que empleaba como fe-
tiche un suspensor, que cumplía para él la función de velo, en
tanto ocultaba la verdad de lo que allí había, lo que permitía
imaginar cualquier cosa. Freud dice que el fetiche cumple la
función de ern.blema del triunfo sobre la amenaza de la cas-
tración y de salvaguarda contra ésta. Esto bastaría para veri-
ficar la función simbólica que lo estructura, a la que no le fal-
ta la cara de salvaguarda, o puesto de avanzada que tiene el
objeto en la fobia. Cuando Lacan aborda el tema de la mirada
en el Seminario 11, comenta el apólogo antiguo de la disputa
entre Zeuxis y Parrhasios, y dice que el :périto de Parrhasíos
es haber pintado un velo que engafló al mismo Zeuxis.
"Triunfo, sobre el ojo, de la mirada." 31 En Freud nos parece
fundamental esta presencia de algo que opera como castra-
ción, y que remite a un efecto de la lengua misma, aunque si-
ga ah·ibuyendo esa función al padre, aun en el caso del corta-
dor de trenzas, en el que se impone la castración repudiada.
De ahí, tal vez, cierta razón por la que el fetichista escapa a la
psicosis y accede a la función del deseo. Puesto que el feti-
chista parece tener, en algunos casos, un acceso al recurso del
lenguaje del que carece el psicótico. Hablar de fetiche estili-
zado, como lo hace Freud, ¿permite calificar al fetichista co-
rno un estilista? O dicho de otro modo, el fetiche, ¿es una

30. Freud, S.: "Fetichismo", en Obras Completas, Buenos Aires, Santiago


Rueda, p. 243.
31. Lacan, J.: Le Sémi11aire. Livre XI: Les quatre príncipes fondamentaux de la
psychanalyse, París, Seuil, 1964, pág. 95.

53
Luis Emela

cuestión de estilo? Más bien lo hemos presentado como un


estilo de solución a la cuestión del goce. En este sentido, en
algunos casos, la filigrana del lenguaje no está ausente de ese
objeto.

6. Estilos actuales

Hoy esa fineza parece estar ausente; se la sustituye por lo


que podemos llamar una parodia un poco grotesca, cuyo pa-
radigma es quizás lo que se llama 'shc-11wlc', semblante de
mujer más o menos bien logrado, que no se reduce a un uso
que se agote en la procuración de un goce sexual, sino que
forma parte de lo que Éric Laurent llama tratamiento del go-
ce por el espectáculo. Puesto que algunos de estos persona-
jes, que forman parte de la vida cotidiana y que han logrado
derechos civiles inimaginables, hace un tiempo se destacan
justamente en el mundo del espectáculo, sin que les falten
méritos para ello.
Conviene separar ahí el estilo travestista del transexual,
puesto que el desplazamiento de discurso que va de uno a
otro abre un abismo en el que no deja de captarse, a veces, el
estilo del delirio que le permite al transexual decii~ como lo
hemos escuchado, que todo lo que ha hecho es corregir un
error de la naturaleza, puesto que, siendo mujer desde el ori-
gen, lo que hace con el recurso científico es adecuar el cuer-
po a esa condición. El cambio de nombre obtenido hace en-
trar en cierta legalidad que parece suplir lo que de entrada no
pudo ser nombrado. Hacer existir La mujer con estos recur-
sos no era concebible en la época de Schreber. El travestista
es otra cosa, puesto que ofrece la oportunidad de ilusionarse
con una imagen de mujer que revela, al desnudarse, que al-
gunos se pueden quedar tranquilos: el órgano cumple eficaz-
mente su papel de señuelo para engañar al ojo y calmar la
mirada. Lo curioso es que todos saben que esto es así; no lo
hacen "sin saberlo", lo que no impide que eso se mantenga
más o menos en secreto, por lo menos en los sujetos que go-

54
Sutilezas del fetichismo

zan con el intercambio, de los que no están ausentes algunas


mujeres, si hen10s de creer en las declaraciones ofrecidas al
periodismo por algunos/ as de sus oficiantes. Pero entonces,
este estilo de fetichismo, por así decir, ¿ha dejado de ser cosa
de hombres? Haría falta una clínica que permitiera explorar
un poco esos rn.eandros del goce, que no dejan de ser signos
de la época del Otro que no existe. Con todo, ese modo de
tratamiento del goce parece de una delicadeza inusitada, si lo
comparamos con el tratamiento que se hace de los cuerpos en
los Estados Unidos, por ejemplo, tal como lo muestra la fic-
ción cinematográfica, generalmente basada en hechos reales,
según se nos aclara a veces, para disminuir el efecto ficción
que todo filme implica. En El silencio de los inocentes, por
ejemplo, se constata que ahí también el cuerpo es objeto de
cierta adoración y que el personaje del criminal en serie, co-
mo se lo llama, recorta de modo muy particular el cuerpo de
las mujeres que elige, para extraer un trozo de la espalda y
confeccionar con ellos una especie de patclz-work que preten-
de ser un vestido para usar, un ready-nrnde, por así decir. Só-
lo que estamos lejos del objeto que se recorta en el significante.
El recurso al psiquiatra Hannibal Lecter, personaje admira-
ble, se sitúa corno una especie de sujeto supuesto saber del
tratamiento del goce y es por eso que puede determinar, por
la sutileza del detalle, de quién se trata. Sería inusitado plan-
tear esa consulta como un control, y sin embargo algo de eso
hay. Se puede medir la distancia entre esa policía perpleja 1

que acude a él para orientarse, y el personaje de Dupin, que


auxilia también a ese inspector un poco aturdido que no pue-
de captar, por estar obsesionado por la realidad y sus medi-
ciones, esa otra realidad, ese poco de realidad, en que consis-
te la carta. En Los siete pecados capitales, la motivación del
criminal se trama en esa religiosidad tan particular, en la que
realiza su afán redentor, transformando literalmente en mor-
tales los pecados capitales. Se sabe que entre unos y otros se
mide la posibilidad de la salvación o del infierno. Estamos le-
jos también de la literatura que lm Alphonse Allais nos briri-
da en ese cuento ejemplar: "Un rajá que se aburre". El despe-

55
Luis Emcta

llejamiento, acá también de una doncella, habla con crudeza


del recurso del Amo cuando se trata de mitigar el aburri-
miento, ese deseo de Otra cosa. Pero no deja de ser literatura
y el pellejo no deja de simbolizar ese objeto que se busca ex-
traer detrás del velo que toda mujer lleva como hábito.
El afán clasificatorio actual, cuyo paradigma es el DSM
IV, hizo desaparecer estructuras clínicas clásicas, como la his-
teria y la neurosis obsesiva; conserva sin embargo el rubro
"Fetichismo", reducido al empleo con fines sexuales de obje-
tos no animados, por ejemplo, ropa interior femenina. Binet
no hubiera estado de acuerdo en que la ropa interior femeni-
na fuese un objeto inanimado, puesto que para él lo que ani-
maba a ese objeto era la proximidad del cuerpo femenino,
una n-1etoninüa. Pero luego, un poco contradictoriamente, di-
ce que los fetiches no deben ser únicamente artículos de ves-
tir femeninos corno los utilizados para travestirse (fetichismo
travestista), o aparatos diseñados con el propósito de estimu-
lar los genitales (por ejemplo, vibrador). No incluye un lista-
do de esos otros objetos distintos de los nombrados, pero de-
ja sospechar que un vibrador, por ejemplo, no se considera
un verdadero fetiche. Ese objeto, a diferencia del fetiche, pa-
rece llevar escrito en la frente lo que es y no plantea ninguna
sutileza en cuanto a su desciframiento. Bifronte, como Jano,
no está excluido su uso por los dos sexos, aunque la preferen-
cia parece estar del lado de las damas, práctico de llevar en la
cartera y con una erección asegurada, y un movimiento que
no está a merced de la detum.escencia, pues sólo requiere la
precaución de tener una batería de repuesto, por si se agota.
Indagamos también en el apartado "Cleptomanía", pero los
bucles no parecen ser objetos que hoy interesen demasiado,
salvo quizás en algunos intercambios amorosos, prenda de
amor un poco chapada a la antigua.
Si preguntarnos antes si el fetichismo es una cuestión de
estilo, respondiendo por la negativa, no lo hicimos sólo como
recurso a la ironía retórica. Nos parece que a pesar del peso
fálico con que tanto Freud corno Lacan han marcado el feti-
chismo, el objeto (a) no está ausente en su estructura; Sólo

56
Sutilezas del fctic/1is1110

que la pregunta se motiva en una resonancia, puesto que el


ejemplo del bucle robado nos llevó a lo que despliega Lacan
en "Obertura de esta recopilacíón", que inaugura los Escri-
tos.32 Lacan dedica dos páginas a circunscribir lo que conside-
ra un estilo, partiendo del adagio célebre: "El estilo es el
hombre". Lacan lo prolonga agregándole: el hombre al que
uno se dirige. Para inmediatamente preguntarse, no sin para-
doja: "Pero si el hombre se redujera a no ser más que el lugar
de retorno de nuestro discurso, ¿no nos regresaría la pregun-
ta de para qué dirigírselo entonces?". Pregunta no exenta de
humor, que resuena en nosotros en una versión criolla, ha-
biendo leído en una revista, hace mucho tiempo, una pregun-
ta que parece responder a la misma lógica: si los impuestos
vuelven a la comunidad, ¿entonces para qué se los cobran?
No nos privamos más arriba de cierto tono de parodia al des-
cribir la pobreza imaginativa del empleo seudofetichista del
objeto fálico, pero es que puesto en cierta perspectiva, esta
modalidad actual parece parodiar de modo grotesco, por
ejemplo, el caso ejemplar de Freud, pero sin sutilezas y sin
estilo. Así podem.os afirmar que si el seudofetiche del OSM
IV parodia al fetichista de Binet, no es tan injusto decir que
éste parodia al poeta, aunque sin alcanzar la fineza de su es-
tilo. Parodia es término que emplea Lacan para el ejemplo lu-
minoso con que ilustra lo que llama un estilo: "Es el objeto
quien responde a la pregunta sobre el estilo ... a la vez como
causa del deseo en donde el sujeto se eclipsa y como susten-
tando al sujeto entre verdad y saber". Ese objeto es el mismo,
aunque su empleo tenga modalidades diferentes, que el que
sostiene el fetiche; no todos pueden hacer con él poesía, aun-
que los ejemplos de Binet tienen cierto aire de epopeya. Son
los términos aislados por Lacan cuando se remite a Alexan-
der Pope: "The rape of the lock", "el robo del bucle, se evoca
aquí el título del poema en que Pope por la gracia de la paro-
dia, arrebata, él, hasta la epopeya, el rasgo secreto de su
apues ta irrisoria".

32. Lacan, J.: "Obertura de esta recopilación", en Escritos 1, ob. cit., pág. 3.

57
UNA CARTA DE SADE
Alcxandre Stevcns

Un pequeño fragmento clínico me serviTá como punto de


apoyo para una lectura de los maternas lacanianos de la per-
versión. El caso del cual se trata es célebre: el del Marqués de
Sade. Es, por lo tanto, un caso de la literatura. Fue, no obstan-
te, elevado a la dignidad de caso clínico por el estudio que
La can hizo de él en su "Kant con Sade" .1
Los textos de Sade no dan sólo a la perversión sus títu-
los de nobleza, sino que su gran precisión clínica permite
desplegar en todos sus rasgos la estructura perversa. Su in-
terés no se limita a establecer una lista de perversiones -se
conoce la fuente que es Los 120 dfos ... para Havelock Ellis-,
pues el detalle de algunos de esos textos es más precioso
para nosotros que la lista de fenómenos que ponen en evi-
dencia. Su precisión clínica tiene además el rigor con el cual
Sade sostiene la máxima que Lacan enuncia con el estilo de
Kant:

Tengo derecho a gozar de tu cuerpo, puede decirme quienquiera, y


ese derecho lo ejerceré, sin que ningún límite me detenga en el capri-
cho de las exacciones que me venga en gana saciar en él.'

Es este el rigor que quisiera demostrar a partir de una car-


ta dirigida a la Señora Sade. Ésta fue escrita en 1783, Sade es-

l. Lacan, J.: Escritos 2, México, Siglo XXI, 1985, págs. 744 -770.
2. Ídem, págs. 747-748.

59
Alcxa11drc Stcuc11s

taba, en ese entonces, internado desde hacía seis afros, por


lettre de cachet, 3 en la torre de Vincennes.
Hay que suponer que acababa de recibir por parte de su
mujer la propuesta de ocuparse de su ropa. Transcribo in ex-
tenso el pasaje de la carta de Sade. El texto completo se en-
cuentra en el volumen de las cartas publicado en 1949 por
Gilbert Lely, bajo el título L'Aigle, Madcnzoisellc.
Se trata de la carta XIX:

Encantadora criatura, ¿usted quiere mi ropa sucia, mi ropa vieja?


¿Sabe usted que es una delicadeza consumada? Usted ve cómo me
siento seducido por las cosas. Escuche, mi ángel, tengo todas las ga-
nas del mundo de satisfacerla en esto ya que, corno usted sabe, res-
peto los gustos, las fantasías, por más barrocas que sean, las encuen-
tro todas respetables, y porque no somos el amo y porque la más
singular y la más extraña de todas, bien analizada, tiene siempre su
origen en un principio de delicadeza. Me encargo de demostrarlo
cada vez que así lo requieran: usted sabe que nadie analiza las co-
sas como yo. Tengo entonces, mi repollito, todas las ganas de satis-
facerla; sin embargo, yo creería hacer una villanía si no doy mi ro-
pa al hombre que me sirve. Así 10 hice y lo haré siempre; pero
usted puede dirigirse a él; yo ya le hablé, con palabras embozadas,
usted ya sabe. Él me comprendió y me prometió recogerla. Así, mi
/o/otte, te dirigirás a él, te lo ruego y serás satisfecha.'

Examinemos paso a paso cómo la máxima sadiana, tal co-


mo Lacan la dedujo, está en este fragmento. "Tengo derecho
a gozar de tu cuerpo, puede decirrn.e quienquiera ... ", éste es
el comienzo de la máxima. En la carta, ese cuerpo del cual
puede gozar quienquiera se reduce a un objeto, la ropa sucia,
se la puede situar en la serie metonímica de los desechos del
cuerpo.
Hay que serl.alar de entrada la posición de Sade: se pone
en el lugar de ese objeto y propone su cuerpo bajo la forma

3. Lcttre de caclzct: carta cerrada con el sello real que exigía el encarcela-
miento en el destierro de una persona. [N. de la T.]
4. Donatien de Sade, cartas publicadas por Gilbert Lely con el título:
L'Aigle, Mndc1110isc/le, París, Ediciones G. Artigues, 1949, pág. 120.

60
Una carla de Sade

de la ropa sucia: "Encantadora criatura, usted quiere mi ropa


sucia". Con la ayuda del término de Lacan, llamaremos a es-
ta posición en la cual se coloca: (a).
El Marqués enuncia la máxima que da derecho a la Seüo-
ra Sade de valerse de él en beneficio del goce. Por estructura,
la máxima divide al sujeto en una relación no simétrica con
el partellaire. La frase que sigue inmediatamente al pasaje ci-
tado propone el desquite, que no es reciprocidad: "¡Ah, justo
cielo! Si por una vía tan corta y tan fácil, me fuera posible
procurar llenarme de cosas tuyas".
Sade, pues, se coloca en el lugar de ese objeto. Hay que se-
11alar ahora la configuración de esta posición. Él se coloca allí
para sostener, o más exactamente, para ponerse al servicio de
lo que considera un "principio de delicadeza", al cual se redu-
cen "los gustos" y "las fantasías" -cito- "usted sabe que res-
peto los gustos, las fantasías, por más barrocas que sean, las
encuentro todas respetables". Se podrían agregar aquí las per-
versiones, los fetichismos ... Al respecto, invoca dos razones.
La prin1era, "porque no somos el amo", connota la puesta en
función de la ley de los "gustos" y de las "fantasías". La se-
gunda se refiere a un principio que da la razón a sus fantasías:
"Porque la más singular y la más extraüa de todas, bien ana-
lizada, tiene siempre su origen en un principio de delicade-
za". Ese principio de delicadeza no es otra cosa que la Ley de
la Naturaleza, dios oscuro de la obra sadiana.
Sade se propone, pues, como objeto, listo para satisfacer a
la Señora, respetando el principio de los gustos y de las fan-
tasías. La demanda, aquí, no está tomada dentro del enigma
del deseo, sino que está imaginarizada como Voluntad de
Goce. Sade está en posición de objeto para ponerse al servi-
cio de una Voluntad de Goce supuesta al partc11aire (otro), pe-
ro también lógicamente deducida de ese Otro absoluto, prin-
cipio de delicadeza, exigencia de la naturaleza.
Esta voluntad que escribimos "V" es llamada por Sade, en
la Filosofía en el tocador, la "ley de la naturaleza". Lacan, en los
rnatemas que construye en su escrito "Kant con Sade", lo es-
cribe así:

61
Alexandrc Stevcns

Podríamos, por supuesto, objetar que hay un tono de sin-


gularidad en esa carta. Es cierto. No por eso deja de ser un
pequeño materna de la perversión. La singularidad está
acentuada por la imaginarízación loca, pero pronto vira a
aquello que no es de ningún modo singular. Basta considerar
la lista de sobrenombres que colorean esta carta (mi ángel, mi
repollito, y otros mucho más originales) para percibir el es-
trecho margen entre los nombres tiernos y la obscenidad, in-
1
cluso la injuria: por un lado, 'mi reina", ííalma de mi ahna",
ííimagen de la divinidad", u otros, "mi pequeño to11tou", "mi
Ja11fim", íími lolotte", para transformarse en íícerdo fresco de
mis pensamientos". En la misma carta hay que observar su
delirio de las cifras, que no tiene nada de extraño.
¿A qué apunta la maniobra perversa? Si ella somete al
perverso a ser objeto de una Voluntad de Goce en el Otro, no
está aquí menos presente la de Sade que la de la Señora. Po-
demos deducir perfectamente de este pasaje el efecto de tal
maniobra. Él hace de la Señora su cómplice en la perversión
(íí ¡usted también, no es cierto!"), proponiéndose él, como
cómplice de la suya por inversión de los sujetos. Él la hace
perversa (íítú quieres mi ropa"). Hacer de ella su cómplice es
hacer un sujeto del deseo cuyo deseo está atrapado en su
h·ampa.
Pero podemos aún pensar aquí que la Señora Sade, cuan-
do leyó esta carta, debió tener alguna vacilación subjetiva.
No sólo le dice íí usted es perversa", sino además "quiero sa-
tisfacerla, pero no puedo hacerlo sin dejar de lado el honor
(¡por lo cual deja el honor de su lado!), no obstante le hablé
a mi sirviente, el cual conoce vuestro gusto por la cosa y la
satisfará en mi lugar". La vacilación subjetiva, el malestar,
la angustia que debió padecer la Señora Sade (supongámos-
lo, aunque más no sea) es lo que puede escribirse: sujeto di-
vidido, inseguro de sus inscripciones en el Otro. Tenemos
entonces:

62
U11n carta de Sade

Esta fórmula escribe que el perverso se hace objeto (a) en


nombre de una Voluntad de Goce, con el fin de provocar en
el Otro la emergencia (la prueba) de una división del sujeto.
Esto indica al mismo tiempo que la castración fue bien iden-
tificada por el perverso: el Otro está castrado ya que está di-
vidido.
Pero hay que completar esta fórmula. En efecto, se trata
de hacer vacilar a la Sell.ora, de hacer aparecer su división. Es
sin embargo con la idea de que más allá de este sujeto dividi-
do, sería alcanzable un puro sujeto del place1~ un "S, sujeto
bruto del placer". 5 He aquí el materna de la perversión:

Precisemos el lado objeto. Ubiqué el objeto (a) corno obje-


to mediante el cual se propone el perverso, aquí el cuerpo de
Sade propuesto al Otro bajo la forma de desecho. No es exac-
to, sin embargo, más que para el aspecto cómico que da a su
carta y para el fantasma masoquista que la sostiene.
Hay, pues, un segundo objeto en juego aquí, el de la pul-
sión invocante del fantasma sádico, que sólo escucha en esta
carta la voz obscena que profiere: ¡pero goce, entonces, mi
querida! Es la voz del sirviente en el próximo encuentro con
la Sell.ora Sade. Hay una Orden de Gozar, un imperativo que
viene del Otro de la máxima. Esta orden subsume una voz. El
materna queda entonces tal cual, pero la cuadrilla se comple-
ta alojando esta voz del sirviente en "V".
Por otro lado, ¿qué constatamos del lado del sujeto, es de-
cir, del lado del otro, la víctima o el cómplice, la Sell.ora Sade?
El perverso hace aparecer la división del partenairc (S), es de-
cir, su sumisión a la castración. Pero, al mismo tiempo, no re-
conoce la castración (tú serás satisfecha). Empuja la escena
fflás allá, más lejos, a veces hasta el límite de la muerte, siein-

5. Lacan, J.: ob. cit., pág. 754.

63
Alexandre Stcvrns

pre con la idea de encontrar un sujeto bruto del placer, un su-


jeto fuera de la castración (S, no tachado).
El perverso ve la castración, la conoce pero no la recono-
ce. Ella es rápidamente velada en lo imaginario. Esta manera
particular de relacionarse con la castración es lo que Freud
designa Vcrleugmmg.
¿Qué nos enseüa Freud? El fetichista, confrontado con la
ausencia del pene materno, ve la castración pero no la reco-
noce, se detiene en el último velo que deviene fetiche. Por lo
tanto, el fetiche muestra y al mismo tiempo anula la castra-
ción: no es necesario el velo, ya que no había que velar esta
ausencia. A esta Vcrlcug111mg, término que Lacan traduce
"desmentida", hay que situarla en el maten1a de la perver-
sión en el ámbito de la flecha que pone en juego la falta ( $:
Sujeto tachado) y un placer referido al falo en tanto que no
falta (S sujeto 110 tachado).
Agreguemos, para concluir, que esta carta testimonia de
manera estupenda un rasgo identificable de la perversión: el
perverso cree en sus semblantes y los impone al otro como
valor absoluto.

Traducción del francés: DANIELA RODRÍGUEZ DE ESCOBAR

64
4. CUANDO LACAN ELOGIÓ
DELEUZE
Germán García

Salvo error, Jacques Lacan se refirió a Gilles Deleuze unas


siete veces durante un período situado entre 1967 y 1969.
Una vez habló de Diferencia y repetición (12/3/69), dos de
Lógica del sentido (12/3/69 y 19/3/69), y las demás se refirió
a Presentación de Saclzer-Masoclz.
Los elogios están dirigidos a este último trabajo, mientras
que alerta a los suyos sobre la conveniencia de estudiar los
dos libros mencionados:

Ocurre, por ejemplo, que Gilles Deleuze, continuando su trabajo,


saque, bajo la forma de tesis, dos libros capitales, de los cuales, el
primero nos interesa especialmente. Pienso que sólo su título (Difc-
rrncia y repetición) muestra que debe tener alguna relación con mi
discurso, de lo cual, ciertamente es él el primer advertido. Y a cau-
sa de eso, sin interrumpü~ tengo la buena sorpresa de ver aparecer
sobre mi escritorio un libro que nos dona. Verdadera sorpresa, pues
no me lo anunció de ningún modo la última vez que lo vi[ ... ]. Sella-
ma La lógica del sentido, no estaría mal que alguien, por ejemplo Nas-
sif, se hiciera cargo de una parte de ese libro. 1

El comentario que sigue incluye una alusión a la lógica de


los estoicos -de la que habla Deleuze en este libro- y al pro-
blema del sentido. Lacan da a entender que se ha ocupado
del tema en relación con la traducción de la Vorstellungsreprii-
sentanz.
l. Lacan, J.: "Seminario. De un Otro al otro" (inédito), clase del 12 de
marzo de 1969.

65
Gcr111tí11 García

Por supuesto que Jacques Lacan está citado en Lógica del


sentido y también en Diferencia y repetición, pero en el prime-
ro de estos libros aparece un reparo (a pie de página, donde
ocurren las escaranrnzas de guerra) amortiguado por la fuen-
te indirecta: "No podemos seguir aquí la tesis de Jacques La-
can, al menos tal como nos la han presentado Laplanche y
Leclaire en L'lnco1zscie11t".
No importa, para nuestro caso, de qué tesis se trata. Tam-
bién existe una referencia directa a Écrits, otra objeción en
torno al saber y la perversión, etcétera.
Las objeciones en Diferencia y repetición, además de la tác-
tica de la cita indirecta que pone a Jacques Lacan en la serie
de sus discípulos, pero lo hace responsable a la vez de lo que
dice cualquiera de ellos, parecen ser menos.
Diferencia y repeticiól! es de 1968, y Ln lógica del sentido de
1969: estamos a tres aftos de El Anti-Edipo, el libro donde Jac-
ques Lacan será impugnado.
De rebote, corno se dice, desaparece de El Anti-Edipo el po-
bre Sacher-Masocl1 (hecho notable en un libro que cita cm1l-
quier tipo de autor, al mejor estilo de la emnneración caótica
que pone en marcha mediante una regulación mínima de sus
operaciones).
Por nuestra parte, al rescatar la Presentación de Sacher-Ma-
soch, elogiada sin reserva por Jacques Lacan, vamos contra el
olvido de Gilles Deleuze, sin saber si se trata de un acto de
justicia o de hacer que la presa retorne al cazador.

Razones del elogio

La primera referencia a la Prese1ztaciól! de Sac/1cr-Mnsoch


aparece en una clase del 19 de abril de 1967. Es en el contex-
to del tema del valor de goce y su relación con la posición del
analista, cuyo deseo es interrogado. Deleuze, dice Jacques
Lacan, ' escribe sobre el masoquismo el mejor texto que ja-
1
•••

más haya sido escrito".

66
Cuando Lacan elogió a Dc/euze

Afirmación rotunda que se matiza de la siguiente manera:


"El mejor texto, comparado a todo lo que ha sido escrito so-
bre ese terna en psicoanálisis. Seguramente ha leído esos tex-
tos, no inventa su terna. Parte en principio de Sacher-Masoch,
que tiene algo que decir cuando se trata de masoquismo".
Luego Lacan recuerda que ha escrito "Kant con Sade", pa-
ra decir que es posible que Deleuze, quien lo cita bastante, ha
sacado provecho de eso. Por eso no es asombroso que Deleu-
ze anticipe (sic) lo que dirá ese aüo, y que obligará a revisar
lo que se ha dicho sobre el terna en esta nueva perspectiva.
¿De qué se trata?
Nada menos que de la perversión como una consecuencia
estructural de un sujeto montado en un objeto producido por
la incorporación del lenguaje. Es por eso que, en algún mo-
mento, Jacques Lacan alude a Conrad Stein y dice que aque-
llos que suponen un "narcisismo primario" no tienen nada
que hacer con lo que enseüa.
No repetiré la compleja demostración que se extiende en
las clases de "La lógica del fantasma", pero subrayaré la apa-
rición puntual del ten1a del masoquismo, y lo que es tomado
de Gilles Deleuze al respecto.
El 14 de jtmio de 1967, en el mismo senünario sobre la ló-
gica del fantasma, Jacques Lacan introduce "Se pega a un ni-
üo", artículo de Sigrnund Freud, avanza sobre la definición
de la perversión y vuelve sobre "Kant con Sade". El sujeto, la
localización del goce, el objeto en juego (a).
Sacher-Masoch aparece aquí corno el que quiere hurtarle
el goce absoluto, enigmático, a ese Otro encarnado en la mu-
jer. Poco le importa que ese goce le cause algún placer a la
mujer, corno se constata en el personaje vVanda (nombre que
camufla a la mujer) de la novela La Venus de las pieles.
Ese goce mítico, prosigue Lacan, suele ser representado
por una pareja, con relación a la que el masoquista monta
su teatro, y decide su lugar en la representación del acto
sexual.
Como lo ha marcado Jean Genet, se trata de irrisión, de
truco, de diversión.

67
Gcmuí11 García

Y aquí aparece de nuevo, en el discurso de Lacan, el "ad-


mirable" trabajo de Deleuze, del que se extrae la observación
de que el personaje masculino necesita de todas las penas del
mundo para contener su risa: "La perversión siempre tiene la
dimensión de la de1nostración". Es decir, la perversión argu-
menta el goce, y goza con la argumentación: "Hoy he articu-
lado el resorte de la perversión en sí misma, y al mismo tiem-
po les he n1ostrado que el sadismo no hay que tomarlo de
ninguna manera como una vuelta del masoquismo, ya que es
claro que ambos operan de la misma manera, el sádico de
una manera más ingenua".
¿Por qué el sádico sería más ingenuo que el masoquista?
Otra lección extraída por Jacques Lacan del trabajo de Gilles
Deleuze, con la c1ue termina su clase:

Interviniendo sobre el campo del sujeto en tanto que está sujeto al


goce, el masoquista, después de todo, sabe bien que, por poco que
le interese lo que pase en e! campo del Otro, hace que el Otro se
preste al juego, porque sabe el goce que tiene que extraer. El sádico,
¡xw su parte, está esclavizado por la necesidad de poner bajo el yu-
go del goce lo que él apunta como sujeto, pero no se da cuenta de
que en ese juego es el timado, haciendo algo que está enteramente
fuera de él, y la mayor parte del tiempo quedando a mitad de cami-
no de lo que apunta. Al contrario, no deja de realizar de hecho, sin
buscarla, sin ubicarse ahí, la función del objeto 11, es decir, está obje-
tivamente en una posición masoquista, como la biografía del divi-
no Marqués demuestra, lo he subrayado en mi artículo.

Aquí concluyen las referencias a Gilles Deleuze en "La ló-


gica del fantasma", lo veremos aparecer de nuevo en "De un
Otro al otro", seminario de 1968-1969. En la clase del 26 de
marzo de 1969, leentos:

De lo que se trata es de la voz[ ... ]. La querida madre, como lo ilus-


tra Deleuze, de voz fría y recorrida por todas las corrientes de lo ar-
bitrario, es algo que, con la voz, esta voz que quizás él no ha escu-
chado en otra parte, del lado de su padre, viene ele algún modo a
completar y, allí también, a tapar el agujero.
Eso no est<í, ciertamente, al mismo nivel en que el sádico trata a su
modo, él también, e inverso, de completar al Otro, despojándole

68
C11a11do Larn11 elogió a Dcleuze

de la palabra, ciertamente, e imponiéndole su voz. En general, eso


falla.

En la clase del 22 de enero de 1969, leemos:

La forma más característica, la más sutil que hayamos dado a la fun-


ción de la causa del deseo, es lo que se llama el goce masoquista; éste
es un goce analógico, es decir~ que al nivel del plus de gozar, el sujeto
toma allí, de modo calificado, esta posición de pérdida, de deyecto que
está representada por n, y que el Otro será constituido como campo ar-
ticulado, bajo el modo de esta ley de ese contrato, sobre el cual nuesb·o
amigo Deleuze ha puesto tan felizmente el acento para suplicar a la im-
becilidad estremecida que reir1a en el campo del psicoanálisis.

Última operación rescatada, al menos en el orden en que


las hemos dispuesto, de las puestas en juego por Deleuze: el
contrato.
Un trabajo a hacer sería seguir las consecuencias de las
operaciones de Deleuze en las operaciones que realiza Jac-
ques Lacan, para entender a qué transformaciones las some-
te después de enfrentarlas con lo que el psicoanálisis ha di-
cho sobre el masoquismo. No lo hicimos porque sólo
disponemos de una transcripción resumida de "La lógica del
fantasma", y de una versión de "De un Otro al otro" para na-
da confiable (Theodor Reik en la primera es "Reich" a secas,
la sintaxis de la segunda es imposible: por eso usan10s lama-
yoría de las veces el estilo indirecto en vez de las "citas").

Algo sollre lo escrito por Deleuzc

Presentación de Sac!zer-Masoc!z, en su versión francesa de


1967, era el estudio que acompal1aba la más conocida nove-
la del autor, llamada La Venus de las pieles. En nuestra lengua
es un libro de 156 páginas editado por Taurus (Madrid,
1974). La función de pivote, incluso de anticipación, que Jac-
ques Lacan da a este estudio en su "La lógica del fantasma"
convierte en misteriosa la desaparición del texto de Deleuze

69
Gemuí11 García

en las referencias sobre la "perversión" de los tantos resú-


menes que se escriben.
Es posible que, así como Deleuze prefirió olvidarse de su
estudio y hasta de Sacher-Masoch en su Anti-Edipo, en espe-
jo se le pagó con la misma moneda. La consecuencia es que
el texto de Deleuze perm.aneció apresado en el seminario de
Jacques Lacan, que al seguir inédito tiene pocas oportunida-
des de refrescar la memoria de los "lacanianos".
La Presentación de Sacher-Masoclz, además de un prólogo
que informa sobre el autor y la obra, está compuesta por una
secuencia de once apartados con los siguientes títulos: "Sade,
Masoch y su lenguaje", "Función de las descripciones"," ¿Has-
ta donde llega la complementariedad entre Sade y Masoch?",
"Masoch y los tres tipos de mujer", "Padre y madre", "Los
elementos literarios de Masoch", "La ley, el humor y la iro-
nía", "Del contrato al rito", "El psicoanálisis", "El instinto de
la muerte", "Superyó sádico y Yo masoquista".
La exploración comienza por el lenguaje, las descripcio-
nes, la temática, los elem.entos literarios de los que se extraen
regularidades y, por últim.o, entram.os en el vocabulario del
psicoanálisis.
Deleuze comienza:

La literatura, ¿para qué sirve? En el caso de Sacie y Masoch, por lo


menos, para designar dos perversiones fundamentales, lo cual
constituye un prodigioso ejemplo de eficacia literaria. Puede suce-
der que algunos enfermos, típicamente concretos, den nombre a al-
gunas enfermedades, pero de ordinario son los médicos quienes
cumplen ese papel; así, por ejemplo, tenernos la enfermedad de Ro-
ger, de Parkinson, etcétera ...

El investigador vincula su nombre propio con un conjun-


to de signos. En este sentido, Deleuze se pregunta si Sade y
Masoc11 son investigadores clínicos, para responder que la
palabra "enfermedad" no se adecua a ellos:

En cualquiera de los casos, "enfermos" o investigadores clínicos, y


las dos cosas a la vez, Sacie y Masoch son también grandes antropó-

70
Cuando Lacnn elogió a Dc/cuzc

lagos que saben integrar en su obra toda una concepción del hom-
bre, de la cultura y de la naturaleza; como artistas destacados, han
sabido crear nuevos modos de sentir y de pensar todo un lenguaje
nuevo.

El verdugo, según Bataille, no emplea el lenguaje de la


violencia que ejerce, sino el lenguaje del orden establecido.
Son las víctimas las que describen las torturas.
La pornografía usa el mandato y la descripción, mien-
tras que en Sade encontrarnos una facultad demostrativa
elevada a la función superior del lenguaje. Esta demostra-
ción no intenta persuadiI~ se confunde con la soledad del
demostrador.
Este privilegio de la demostración convierte a los manda-
tos y las descripciones, que también existen, en figuras sensi-
bles de las demostraciones. La práctica libertina es una pues-
ta en escena, los cuerpos son la pizarra donde se dibuja lo
acertado de la demostración.
Un doble lenguaje, dice Deleuze: el imperativo-descripti-
vo que comparte con la pornografía y que constituye el ele-
111e11to personal, y el lenguaje del elemento i11Ipcrso11al donde la
demostración rigurosa es la violencia de una razón pura. El
resultado de este doble registro es una pomología. Krafft-
Ebing había observado esta i111pcrsonalid11d que parece res-
ponder, dice, a un esquema matemático.
Por su parte, en Masoch se despliega un lenguaje persua-
sivo hasta llegar al consentimiento del contrato. Nada de es-
to ocurre en el sadismo.
La Edad Media, dice Deleuze, distinguía dos tipos de re-
laciones diabólicas: una por posesión, la otra por alianza. En
el primer caso se busca una posesión instituida (sadismo), y
en el otro una alianza contractual (masoquismo).
Deleuze analiza en detalle la manera en que la víctima ha-
bla por boca del verdugo (la voz aislada por Jacques Lacan).
La conclusión de este análisis comparado es la siguiente:
"La función imperativa y descriptiva del lenguaje, con Sade
llega a convertirse en pura función demostrativa; con Ma-

71
Ger1111Í11 García

soch, en función dialéctica, mítica y persuasiva. Esta distin-


ción de funciones es algo esencial a las dos perversiones".
El lenguaje imperativo y descriptivo de la pornografía se
convierte en una pomología mediante la demostración (sadis-
mo) o mediante una dialéctica, mítica y persuasiva (maso-
quismo). La función demostrativa y la función dialéctica in-
troducen, mediante la descripción, una diferenciación de
"roles" y valores, que son objeto de estudio en el segundo
apartado del trabajo de Gilles Deleuze.
La obscenidad provocativa de la obra de Sade contrasta
con la decencia "rosa" de las novelas de Masoch, en las que
el cuerpo de la mujer verdugo siempre está cubierto de pie-
les, y el de la víctima permanece indeterminado. Deleuze se
pregunta: "¿Por qué la función dern.ostrativa en el lenguaje
de Sade conlleva descripciones obscenas, rnientras que la
función dialéctica de Masoch parece más bien excluirlas o, al
menos, esencialmente no las presupone?". La respuesta in-
troduce la compleja diferencia que propone Sade entre dos
naturalezas, una marcada por lo negativo conl.o parcial y la
otra como negación pura.

La individuación y la conservación de un reino o una especie -escri-


be Deleuze- nos hablan de los estrechos límites en que se mueve la
naturaleza segunda. En oposición a esta naturaleza está la idea de
una naturaleza primera, portadora de la negación pura, por encima
de reinos y de leyes, liberada incluso de la necesidad de crear, con-
servar e individuar, delirio originario, más allá de cualquier princi-
pio, caos primordial formado exclusivamente por moléculas ciegas
y aberrantes. [... ] Se habrá observado que la distinción de las dos na-
turalezas se corresponde en sí misma con la de los elementos y les
sirve de fundamento: el elemento personal, que encarna el poder de-
rivado de lo negativo, indica ele qué modo el Yo sádico participa de
la naturaleza segunda y produce actos de violencia a imitación de
ésta; y el elemento impersonal, que nos remite a la na tu raleza prime-
ra como a la idea delirante de la negación, representa el modo de ne-
gar el sádico tanto la naturaleza segunda como su propio Yo.

El libertino de Sade está más excitado por el objeto ausen-


te (la idea del Mal) que por los cuerpos presentes: ''Por eso
C11a11do Laca11 elogió a Oele11ze

los personajes sádicos se desesperan cuando ven sus críme-


nes reales tan insignificantes al compararlos con la Idea que
les dio vida ... ".
De ahí la apatía, placer de la demostración y no de un yo.
A partir de aquí Deleuze reflexiona sobre la pulsión de muer-
te de Freud, así como se detiene en el análisis de los rechazos
(ver-, prefijo alemán) que propone Lacan: Venzeimmg, Verwer-
Ji111g y Verlcugmmg.
La Vcrlc11g111111g, mediante el fetichismo, aclara la forma de
negación y suspensión del masoquismo. En términos de
11
Deleuze, Algunos de los principales fetiches empleados por
Masoch y sus personajes son, por ejemplo, las pieles, los za-
patos, el látigo mismo, los gorros exóticos con que gustaba
obsequiar a las mujeres, los disfraces de La Venus".
Las novelas de Masoch culminan siempre en el suspense
-escribe Deleuze- y no sólo porque los ritos masoquistas de
suplicio y sufrimientos impliquen verdaderos casos de sus-
pensión física, sino también porque la mujer verdugo adop-
ta poses rígidas; porque deja en suspenso el gesto de abatir
el látigo o el de descubrir su cuerpo, cubierto de pieles; por-
que se ve reflejada en un espejo que le devuelve su imagen
fija.
La diferencia de lenguaje entre Sade y Masoch es también
una diferencia en los procedimientos con que trabajan para la
literatura el silencio de la pulsión de muerte: lo negativo y
la negación del primero, la renegación y el suspenso del se-
gundo; la forma especulativa y analítica del prin1ero, lama-
nera mítica, dialéctica e imaginativa del segundo.
Luego Deleuze se lanza a demostrar lo que a esta altura
de su trabajo es obvio: la falta de "complementariedad" en-
tre sadismo y masoquismo (subrayada con fuerza por La-
can). El sádico, en tanto excluye el consentimiento de su de-
mostración, no necesita una víctima masoquista.
El masoquista, por su parte, para ejercer su dialéctica y
conducir al contrato, debe encontrar la mujer que se converti-
rá en una dócil verdugo, sin demostrar otro interés que el de
cumplir la función que se le asigna.

73
Gcr111á11 García

La mujer pertenece al masoquismo, pero no es masoquis-


ta. Se trata, en un caso como en otro, de encontrar el clc111e11to
de la misma perversión, no el co111plc111e1zto de la perversión
contraria.
Los desarrollos que realiza Deleuze son exhaustivos.
Pasaré por alto una serie de descripciones y pruebas adu-
cidas, para subrayar los tres tipos de mujeres que propone la
literatura de Masoch. La pagana, volcada en el amor y la be-
lleza. Independiente, proclama la igualdad entre hombres y
mujeres. Arna a otras mujeres, pero en ella triunfa el princi-
pio femenino. En el extremo opuesto la figura fría, maternal
y severa. Y entre ambas la figura que se produce por la osci-
lación ele un péndulo que tiene estos dos extremos.
Deleuze recurre al tema de los tres cofrecillos, en el que
Sigmund Freud supo leer la trilogía de la madre, la amada y
la muerte.
Convence menos su apelación a La neurosis básica, de Ber-
gler, con su reducción de lo que sea a la oralidad. Jacques La-
can se ocupa de esta tesis, que no sale bien parada en "La
lógica del fantasma" (entre nosotros la neurosis básica fue
difundida por Enrique Pichon-Riviere).
El paso siguiente de la indagación de Gilles Deleuze pasa
por criticar la manera en que los psicoanalistas ("los ha leído,
no inventa su tema") tratan al padre y la madre en el sadis-
mo y el masoquismo:

El esquema sádico se basa en un último tema que Klossowski ha es-


tudiado profundamente: el padre destructor de su propia familia im-
pulsa a la hija para que torture y asesine a su madre. [... ] La madre
asume el papel de víctima por excelencia, mientras que la hija pasa a
ser cómplice incestuosa. [... ]La fórmula del masoquismo parece más
bien la del padre humillado. En el fantasma de las tres madres apare-
ce un punto muy importante: la triple derivación de la imagen de la
madre tiene por objeto transferir simbólicamente todas las funciones
paternas a figuras de mujer; el padre está excluido y anulado.

De paso, Deleuze desliza una crítica a Jacques Lacan al


decir que es extraño que el psicoanálisis, "en sus investiga-

74
Cuando Lacan elogió a Ocleuze

ciones más avanzadas", vincule el orden simbólico con el


"nombre del padre", presentando a la madre como naturale-
za pasiva y al padre como principio de cultura y representan-
te de la ley: "Las madres, en su triple derivación, han expul-
sado al padre del universo masoquista".
¿Cómo explicar la inclusión del tercer hombre en el contrato?

En algún aspecto, este Tercero no sólo expresa el peligro de la vuel-


ta del padre, sino también la expectativa de un nuevo nacimiento y,
en definitiva, la proyección del nuevo hombre corno efecto de una
práctica masoquista. Así pues, el Tercero reúne en sí características
diversas: nfc111i11ndo, pero de momento sólo indica un desdoblamien-
to de la mujer; idenlizndo, está prefigurando la resultante final del
masoquismo; como sádico, representa el peligro paterno [... ].

Dejaré de lado el análisis de los elementos literarios, aun-


que sea esencial para lo que Gilles Deleuze quiere demostrar.
Pero entrar en este tema con un libro que tiene varias décadas,
obligaría a precisiones demasiado extensas. No olvidemos
que sólo estoy llamando la atención sobre un trabajo elogia-
do por Jacques Lacan al punto de adjudicarle alguna a11ticipa-
ció11 sobre lo que está realizando en "La lógica del fantasma".
Tampoco olvidemos que la paradoja de esa anticipación es
que ya contiene el "Kant con Sade" del propio Jacques Lacan,
por lo que es necesario atender este juego dialéctico. Digamos
que es al analizar los elementos literarios que Deleuze explica
la función del fantasma, elogiando a su vez a Theodor Reik
por haber descubierto lo fundarnentat a saber: 1) la función
especial de la fantasía, es decir, la forma del fantasma (el fan-
tasma tal corno es vivido, o la escena soüada, dramatizada, ri-
tualizada, lo cual es absolutamente indispensable al masoquis-
mo); 2) el factor "suspenso" (Ja espera o el retraso expresan
cómo actúa la angustia sobre la tensión sexuat impidiéndole
crecer hasta el orgasmo); 3) el factor demostrativo, o más bien
persuasivo (por el cual el masoquista exhibe el sufrimiento, la
tortura y la humillación); 4) el factor provocador (el masoquis-
ta reclama, de manera agresiva, el castigo corno algo que le so-
luciona la angustia y le permite el placer prohibido).

75
Gcr111á 11 García

El quinto punto, olvidado por Reik y otros analistas es,


para Deleuze, el contrato que "no sólo expresa el consenti-
miento por parte de la víctima, sino que también la persua-
sión y el esfuerzo pedagógico y jurídico con el que la víctima
conduce al verdugo".
A partir de este punto Deleuze desarrolla el contrapunto
entre la institución de Sade y el contrato de Masoch: en am-
bos casos, la ley es tratada por el humor y la ironía. "La iro-
nía viene a ser el juego de un pensamiento que se permite
fundar la ley sobre un Bien infinitamente superior; el humor
es el juego de este mismo pensamiento que sanciona la ley
con un Mejor infinitamente más justo que ella rnisma".
Desde aquí Deleuze prepara la entrada en el campo del
psicoanálisis donde plantea una serie de paradojas, algunas
de las cuales fueron expuestas por el mismo Freud.
Leemos, por ejemplo:

Como dice Lacan, la ley y el deseo reprimido son la misma cosa. Pe-
ro la ley no podría, sin contradecirse, determinar su objeto o defi-
nirse por su contenido, sin liberar la represión sobre L:i que se b:isa.
El objeto de la ley y el objeto del deseo es el mismo, y permanece
oculto. Cuando Freud dice que el objeto nos remite a la madre, y el
deseo y la ley al padre, no pretende solamente establecer un deter-
minado contenido de la ley, sino casi lo contrario, mostrar cómo la
ley, en virtud de su origen edípico, tiene que ocultar necesariamen-
te su contenido, para servir como pura forma nacida de una doble
renuncia al objeto y al sujeto (madre y padre).

De esta manera Deleuze muestra lo acertado de la compa-


ración entre Sade y Masoch por el esclarecimiento recíproco
que logra:

Partiendo de la idea de que la ley ya no puede fundarse sobre el


Bien, sino sobre su forma, el personaje sádico inventa una nueva
manera de trascender la ley hacia un principio superior; pero este
principio es el elemento informal ele una naturaleza primera, des-
tructora de leyes. Si partimos del otro descubrimiento moderno,
según el cual la ley aumenta la culpabilidad del que se somete a
ella, el masoquista descubre también una nueva forma para ir de la

76
Cuando Lacan elogió a Dclcu:c

ley a las consecuencias: da la "vuelta" a la culpabilidad, haciendo


del castigo una condición que posibilita el placer prohibido.
Tanto el masoquista como el sádico trastocan la ley, pero lo hacen de
distinta manera; ya hemos expuesto su procedimiento ideológico.

El contrato masoquista se realiza en un rito en que el fan-


tasma es puesto en escena. En las novelas de Masoch, escribe
Deleuze, se encuentran tres tipos de ritos: de caza, agrícolas
y de regeneración (segundo nacimiento).
De alguna manera la adhesión de Deleuze a la neurosis
básica de Bergler lo induce al reduccionismo, al desembocar
siempre en algo que se llama "madre oral". En "La lógica del
fantasma" Jacques Lacan critica esta posición. Es por eso que
dejaré de lado la parte específica del "psicoanálisis", ya que
Deleuze opera aquí por una "sumatoria", consciente de que su
estudio es más preciso que aquello que resume de otros, tan-
to como para mostrar -como diría Jacques Lacan- que no in-
ventó el tema.
Una mención aparte merecen las páginas dedicadas a Sig-
mund Fret1d subrayando la problemática de la pulsión de
1

muerte y la repetición, así como las del superyó sádico y el


yo masoquista.

Conclusiones apresuradas

He aquí cómo resume Gilles Deleuze sus conclusiones:


l. La facultad especulativa y demostrativa del sadismo/la
facultad dialéctica e imaginativa del masoquismo; 2. Lo ne-
gativo y la negación en el sadismo/la renegación y el suspen-
so en el masoquismo; 3. La reiteración cuantitativa/ el sus-
penso cualitativo; 4. El masoquismo propio del sádico/ el
sadismo propio del masoquista; 5. La negación de la madre y
la inflación del padre en el sadismo/la renegación de lama-
dre y el aniquilamiento del padre en el masoquismo; 6. La
oposición entre el papel y el sentido del fetiche y el fantasma
en ambos casos; 7. El antiesteticismo del sádico/ el esteticis-

77
Gcrnuín García

mo del masoquista; 8. El sentido institucional/ el sentido con-


tractual; 9. Superyó e identificación en el sadismo/Yo e ideali-
zación en el masoquismo; 10. Formas opuestas de desexualiza-
ción y resexualización; 11. La diferencia radical entre la apatía
sádica y ln frialdad masoquista. Las diferentes técnicas literarias
usadas por Sade y por Masoclc son congruentes con la dinámi-
ca del fantasma que uno y otro ponen en escena. Esta enume-
ración, propuesta por Deleuze, deja ver los puntos menos co-
mentados, que son también los más discutibles. Oh·o h·abajo,
más detallado, será necesario.

78
5. DON fUAN
YEL
Perversidades del donjuanis1no -'--ª""---''-'~L.__,_._
Lucía D'Angelo

Yo sostengo, sin ambigüedad, que las creaciones poéticas en-


gendran más que rejlcjmz las crcncimzes psicológicas.
JACQUES LACAN

La verdad tiene, por así decirlo, estructura de ficción. 1 El


mito siempre se presenta como un relato. Y pueden decirse
muchas cosas sobre ese relato según se tomen distintos as-
pectos estructurales. Se puede decir, por ejemplo, que el mi-
to tiene algo de atemporal. Se puede tratar de definir su es-
tructura en relación con los lugares que define. Podemos
considerarlo en su forma literaria, pero al mismo tiempo el
mito es muy distinto, porque muestra ciertas constancias en
absoluto sometidas a la invención subjetiva. Pero al mismo
tiempo, prosigue Lacan, el mito tiene el carácter de una fic-
ción que en su conjunto, cualquier modificación que sufra,
supone al mismo tiern.po alguna otra, sugiriendo invariable-
mente la noción de una estructura. La ficción literaria, si to-
mamos al mito por ese sesgo, mantiene una singular relación
con lo que se encuentra implicado detrás, contiene incluso un
mensaje formalmente indicado, se trata de la verdad. He aquí
algo que no se puede separar del mito.

El mito del personaje2

El mito de Don Juan hace su aparición a partir de una

1. Lacan, J.: El Seminario. Libro 4. La relación de objeto (1956-1957), Buenos


Aires, Paidós, 1994, pág. 253.
2. Ídem, pág. 253.

79
Lucía O'A11gcla

plasmación literaria del espíritu barroco, El Burlador de Scuil/11,


y convidado de piedra, escrita por Gabriel Telez (Tirso de Mali-
na) y que se publicó por primera vez en Barcelona, en 1630.
A pesar de las múltiples transformaciones que ha soporta-
do el mito y el origen de la leyenda sobre Don Juan,3 así co-
mo las modificaciones que ha soportado el texto a lo largo de
tres siglos y sus variados cambios de género: del relato al tea-
tro, de ahí a la comedia del arte y después a la ópera; al cuen-
to, a la novela, al poema; la historia contada nunca es la mis-
ma. El carácter de mito que se le atribuye a esta ficción
literaria sugiere que lo que se transmite y se ha preservado a
pesar de las modificaciones del relato, es su personaje, Don
Juan, conw 111 ito de lo 11rnsC1Llirw.
En el fondo, como ocurre en los mitos clásicos, y más allá
de su origen indudablemente hispánico, el 0011 Juan cobra ca-
rácter de mito universal por el intento de explicar lo inexpli-
cable de lo inalcanzable del amor y del deseo hasta ese más
allá, donde Don Jwm acaba q11clmi11dose y encuentra la C1Ll111ina-
ció11 de su destino. Incluso si Don Juan y el donjuanisn10 mas-
culíno "110 Izan dicho todavia su últi111a palabra, digan lo que dig1111
los psicor11zalistas": 1

En ese sentido, la invitación de Lacan no podría ser más


propicia, tanto más cuanto que él mismo, y aun a riesgo de
polenüzar con la posición de la crítica literaria, ha tornado a
su cargo embarcarse en tamaña tarea a lo largo de su ense-
ñanza. Por ejemplo, en sus lecciones a propósito del persona-
je literario de Hamlet,5 que nos advierten que cuando existe
una diversidad de interpretaciones críticas alrededor de una
misma obra literaria, éstas sugieren que hay un misterio en el
personaje, una verdad, que la interpretación va develando.

3. Marafión, G.: Do11 Twm. Ellsnyos so/,rc el origcll de su lc1¡c11d11, Madrid,


Espasa-Calpe, 1964
4. Lacan, J.: El Sc111i1Z11ria. Libro 4, ob. cit., pág. 422.
5. Lacan, J.: "Las lecciones sobre Hamlet", texto establecido por J.-A.
Miller, Rcuista Frcudi11n11, n" 6, 7 y 8. Escuela Europea de Psicoanálisis-Cata-
lunya, Barcelona, 1993.

so
El Don Juan de Mo=art y el de Moliere

Una comparación tal, entre el tratamiento que Lacan pro-


pone para el personaje de Hamlet, nos anima a tomar en
cuenta alguna de esas lecciones para el personaje de Don
Juan como una estructura, en la que el deseo pueda encon-
trar su sitio, es decir, como "una composición articulada donde
plantear algunos de los problemas de la relación del sujeto con el de-
seo".6 Aunque estemos advertidos, tan1bién para el caso de
Don Juan, que no es lo mismo leer su texto que verlo represen-
tado en una escena.

Don Juan, un mito barroco

El Barroco fue una época de contrastes, de claroscuros, de


exaltación de todo lo que supusiera una consideración sobre
la fugacidad de la vida y de lo inestable de la salud y de la
fortuna humanas. No es extraúo que en una época así se crea-
ra el mito de Don Juan el libertino sin reposo, el conquistador
sin freno, siempre corriendo en pos de un ideal inalcanzable,
pues con la sola posesión se desvanece el atractivo de lo po-
seído.
El personaje de Don Juan, posee una notable profundidad
psicológica sobre la experiencia masculina en lo relativo al
sentim.iento amoroso y al impulso de seducción y conquista,
siempre encaminados a la decepción.
El texto de Tirso de Malina fue reelaborado por Moliere
en Francia, en la obra teatral, Dom Juan ou le festín de pierre
(1665)/ cuyo personaje posee el tono de un reto a la sociedad
al manifestarse del todo carente de sentimientos religiosos y
profesando abiertamente su ateísrn.o. Tarnbién en Alemania
se hallan nuevas versiones de la obra de Tirso (el ballet de
Glück) hasta que llega a Italia, donde será reelaborado por
Goldoni, el gran dramaturgo veneciano que influyó sobre la
ópera del siglo XVIII.
6. Lacan, J.: ob. cit., n" 7, pág. 9.
7. Moliere: Do11 fun11, Barcelona, Planeta, 1994. (Introducción de Alain
Verjat, traducción al castellano de José Escué.)

81
LucÍll D'A11gclo

No era extra11.o que el tema del libertino interesara de un


modo especial en ese siglo. El relajarniento progresivo de las
antiguas estructuras feudales y la mayor permisividad del
Antiguo Régimen hicieron que florecieran las historias relati-
vas a aventuras, impúdicamente expuestas, como en las Me-
morias de Casmwva, y el tema del libertino y su trágico final
se convirtieran en asunto literario, musical o pictórico: baste
mencionar las obras de Hogarth y de Stravinsky, por ejem-
plo. Más tarde, el Romanticismo se enamoró de esta obra,
hasta llegar a realizar diversas versiones y revisiones que lle-
garon a profanar el espíritu original de la pieza.
Aunque en el terreno musical fue Giovanni Bertati quien
primero adaptó la obra de Tirso de Malina, El Burlador de Se-
villa, en la ópera sobre el tema, L'empio pwzito, con libreto de
Apolloni y música de Melani en 1669, el siglo XVIII es sin du-
das el más prolífero en títulos do11jL11111escos: nueve obras mu-
sicales de las cuales cuatro fueron estrenadas el mismo ail.o,
en 1787. El hecho de haberse estrenado tantas óperas en Ita-
lia sobre El Burlador se debe a las representaciones, en el Car-
naval de Venecia de 1736, de la comedia de Carlo Goldoni,
Don Giovawzí Tenorio ossi11 Il dissoluto, refundición a su vez de
diversos canovacci provenientes de la Commedia dell' Arte.
De las cuatro óperas estrenadas en 1787, la más conocida
del siglo XVIII es 0011 Giova1111i 8 de Mozart y Da Ponte.

Don Giovanni de Moz11rt o la lll!ljerfálica

Ln 1111ísicn le co11vic11c a Don J11n11.


KIERKEGAARD

Don Juan es casi una caricatura del conquistador porque


su seducción no 1111gusti11 a las mujeres. Su obsesión ama to-

8. Véanse Óperas famosas, Orbis, Fabbri, Barcelona, 1991 y Radigales, J.:


"Música para un libertino. El mito de Don Juan en Occidente", en El m1111-
do de la música, Barcelona, 1992.

82
El Don Juan de Mazar! y el de Moliere

ria se convierte en un fin en sí mismo, y todo su orgullo se


cifra en conseguirlas, en incluirlas en la lista de sus con-
quistas y en seguir buscándolas. Sin embargo, en la opi-
nión de Lacan, "Don Juan 110 se confunde pura y simplemente
con el seductor en posesión de pequefios trucos efectivos en toda
ocasión. Don Jwm ama a las mujeres, incluso se diría que las
ama lo bastante como para saber, dado el caso, no decírselo, y que
las ama lo bastante co1110 para que, cuando se lo dice, ellas le
crean". 9
El amor tiene la estructura del engaflo. Y Lacan atribuye
al Don Juan amante el juego virtuoso de la palabra y del si-
lencio en el amor que apunta a ese rasgo necesario del enga-
flo en la estructura de la relación entre los sexos. Ellas dicen
lo que no saben, ellos no saben lo que ellas le dicen. Pero el
efecto es recíproco, sólo basta con dejarse engañar y creerlo
porque el amor también es un semblante.
En la enseñanza de Lacan, ni el mito de Don Juan ni el
do11jwmis11zo término acuñado recién en el siglo XIX, es una
1

referencia recurrente; tampoco lo menciona muchas veces,


pero al menos lo hace en ciertas ocasiones a partir de algunas
frases aisladas en sus Escritos 10 y explícitamente en los semi-
narios La relación de objeto (1956-1957)/ 1 "La angustia" (1962-
1963)12 y Aun (1972-1973). 13
En un estudio anterior dedicado al tema del donjuanismo
masculino, a partir de la ópera Don Giovanni de Mozart/ 4 su-
brayábamos que las referencias de Lacan sobre Don Jwm pa-
recían tornar en cuenta una y sólo una de las múltiples ver-
siones del personaje literario: el Don Giovanni de la ópera de
Mozart, la cumbre del personaje.

9. Lacan, J.: El Seminario. Libro 4, ob. cit, pág. 422


10. Lacan, J.: Escritos, 1 y 2, México, Siglo XXI, 1971.
11. Lacan, J.: El Seminario. Libro 4, ob. cit.
12. Lacan, J.: "La angustia" (1962-63) (inédito).
13. Lacan, J.: El Seminario. Libro 20. Aun (1972-73), Barcelona, Paidós, 1981.
14. D'Angelo, L.: "Don Giovaimi de Mozart. Mito e interpretación del
donjuanismo masculino", Revista Literaria La Página, nº 44, Santa Cruz de
Tenerife, España, 2001.

83
Lucía D'A11gclo

En efecto, el comentario de Lacan sobre la muerte del Co-


mendador, la presencia de los personajes femeninos de Arma
y de Elvira, y la referencia al 111ille tre" de la lista del valet Le-
11

porello, no presentan dudas al respecto. Es a partir del texto


del libreto elaborado por Da Ponte y por Mozart de la ópera
de Don Giovarnzi que Lacan parece encontrar las referencias a
partir de las cuales no sólo encuentra una verdad que estruc-
tura el nüto do11jua11esco, sino que contribuye con su interpre-
tación a un cambio radical del géllero del mito misn10. Efecti-
vamente, para Lacan, el Don Juan, mito por excelencia del
gé¡¡ero 111asculi110 si11g11lar, es un mito femenino.
El libreto de la ópera 0011 Giova1111i conserva, sin duda, el
tema central de la creación de Tirso de Molina: la muerte del
Comendador en manos de Don Giovanni, que hace de éste
un asesino y priva a Arma de su padre. Sin embargo, en la
construcción de los personajes es donde podemos particula-
rizar una verdadera transformación del mito donjuanesco, en
manos de Da Ponte y de Mozart. En efecto, la organización
de todo el primer acto, tal corno lo conciben ambos autores,
presenta en la escena al Comendador, a Don Giovanni y a
una tríada femenina como tres variantes de la seducción don-
juanesca: Anna, El vira y Zerlina. 15

Si en un principio esas mujeres se presentan en la escena


aisladas una de la otra, una por wza, a lo largo de la obra van
tejiendo una trama a partir de la cual se entrecruzan, una con
la otra, para formar la serie de víctimas y aliadas contra Don
Giovanni. Da Ponte, corno otros libretistas, adnüte la plurali-
dad de mujeres aunque sólo se muestren esas tres en escena;
las otras son evocadas por la lista que tiene al día el criado, Le-
porello, por indicación de su amo. El "aria de la lista", que se
ha convertido en uno de los momentos fulgurantes de la obra,
es larga, y la orquesta irrumpe cada vez con una carcajada:
"En Italia so11 140, e11 Ale11za11ia 231, en Francia 100, e11 Turquía
91, pero en Espana ¡son ya 1003! Campesinas, nobles, burguesas,

15. Rousset, J.: Le 111yt/zc de 0011 ]wm, París, Armand Colín, 1976,

84
El Don Juan de Mo::arl y el de Moliere

condesas, baronesas, princesas, mujeres de todo rango y clase ... ¿Có-


11w lo lzace? Bueno, eso ya lo sabéis ... ".
Sin embargo, aunque en lo esencial la ópera de Mozart
conserva y respeta los grandes temas que propone la obra de
Tirso de Molina, lo que cambia radicalmente es el protagonis-
mo femenino del personaje de Arma. Anna tiene un lugar pri-
vilegiado en la pieza de Mozart. Es ella quien abre la ópera,
con ese introito del enfrentamiento entre el hombre y la mu-
jer, el intento de violación y el llamado a la venganza con los
llantos sobre el cadáver del padre. Teatral y musicalmente,
los grandes temas están allí desde el inicio. La reaparición de
la Muerte y la sombría apoteosis de Don Giovanni ya están
contenidas en las escenas de la obertura, donde esos temas se
anuncian furiosamente. Desde el principio, la presencia de
Anna no se vela en la escena. En Mozart, ella vuelve una y
otra vez, siempre anunciada con acordes estridentes como
aquello que conduce a un encuentro imposible. Es lo contra-
rio de los otros personajes femeninos de Elvira y de Zerlina,
que, vacilantes y hechizadas, siempre están dispuestas a ce-
der a los prestigios del conquistador.
Mozart un siglo después de la obra de Tirso de Malina y de
la versión teatral de Moliere, modifica fundamentalmente el pa-
pel de Anna, que se h·ansforma así en la verdadera protagonista
del drama fuertemente definido desde el principio de la acción.
Hay que seilalar que Moliere, en la versión de la obra tea-
tral que se estrenó en 1665, relega a Arma y a la muerte del
Comendador al pasado y que, además, son los dos grandes
ausentes de la pieza. La Anna de Mozart aparece desde el ini-
cio y se mantiene en escena hasta el finat representando el
personaje privilegiado: la hija del padre muerto.

Sin embargo, y a pesar de su onmipresencia, ¿tiene Anna


el privilegio de detener a Don Giovanni en su incesante bús-
queda de La mujer? Según Lacan:

[... ] como [Don Giovanni] la busca de verdad, como va a buscarla,


como no se contenta con esperarla ni con contemplarla, no la en-

85
Lucía D'A11gclo

cuentra; o sólo acaba encontrándola bajo la forma de aquel invitado


siniestro que en efecto es un más allá de la mujer, inesperado, y que
no en vano es, efectivamente, el padre. Pero no olvidemos que
cuando se presenta, lo hace bajo la forma del invitado de piedra, de
esa piedra con su lado absolutamente muerto y cerrado, más allá de
toda vida de la naturaleza."'

Es la primera interpretación que hace Lacan del mito de


Don Juan, en los años cincuenta, y da todo su valor a la ver-
sión "mozartiana", si convenimos que en la ópera de Don Gío-
vanni, Arma es una mujer privilegiada, pero sólo en tanto
presentifica al padre muerto. Y si hay un problema de bisex!la-
1idad -término que puede sorprender en el decir de Lacan pe-
ro que da respuesta a la interpretación del mito que hace Otto
Rank- es porque la mujer que busca es la 11wjer.fi7lica.
Don Giovanni hace existir a La 11111jer en ese mrís allá de A11-
11a, donde encuentra la incidencia inescrutable de lo simbóli-
co, que es la Muerte. A1111a, por su parte, mujer de excepción,
seguirá postergando el encuentro con el hombre -sea Don
Giovanni, sea Don Ottavio- atrapada en un duelo imposible
por el amor hacia el Padre muerto.
Jacques-Alain Miller17 señala que esta prünera interpreta-
ción de Don Juan, que Lacan hace en el final del Seminario La
relación de objeto (1956-1957), viene precisamente en el límite
de su análisis del pequeño Hans, cuando explica que el suje-
to se mantiene en una cierta posición de pasividad desde el
punto de vista sexual. De esa forma, para Hans, existiría la le-
galidad heterosexual, por el objeto al que el sujeto se liga, el
objeto femenino, pero, sin embargo, la legitin:üdad de esa
elección es dudosa.
Lacan opone dos términos para explicar la sexualidad de
Hans: legalidad y legitiJ11idad. El pequeño Hans está en confor-
midad con el orden establecido, con la legalidad, porque se in-

16. Lacan, J.: El Sc111i1111rio. Libro 4, ob. cit., pág. 422.


17. Miller, J.-A.: "Buenos días, Sabiduría", Revista Colofón, n" 16, Boletín
de la FIB del Campo Freudiano, Judith Miller (dir.), Madrid, abril de 1996,
pág. 34.

86
El Don Juan de Mozart y el de Moliere

5esa por las niñas, pero no parece ocupar esa posición de


una manera que sea legítimamente viril.
Lejos de asimilar esa posición también para Don Juan, La-
can lo contrapone y lanza un pequeño desarrollo sobre el per-
sonaje que, según Mille1~ aparece corno u11 pelo en la sopa. En
efecto, la referencia a Don Juan es precisamente para demos-
trar que "está ahí como alguien que no tenía la necesidad de
que las iniciativas vinieran de la otra orilla, alguien que no se
Jzacía bajar los calzones por el otro sexo, sino que, de una manera
imperiosa y decidida, él iba a buscar en el otro lado de la ori-
lla de su sexo. ¿Para buscar qué? Según Lacan, buscar el Jalo fe-
111e11i110. Lo buscaba verdaderamente. Él no se contentaba con
esperarlo ni con contemplarlo. Y como no encuentra esa mujer
fálica, no cesa de ir de mujer en mujer. Y al final lo que encuen-
tra no es La mujer, sino que en su lugar encuentra al Padre".
Don Giovanni confirma sin reservas esta interpretación en
el acto segundo en que conüenza una nueva disputa entre él
y su criado. Don Giovanni le entrega una bolsa de oro a Le-
porello, quien quiere saber por qué traiciona a todas las mu-
jeres: "Ser fiel a una significa traicionar a las otras", le confía el
seductor. Ambos personajes se intercambian sus ropajes y ése
es el comienzo de las nuevas aventuras de Don Giovamü que
se siente a salvo vistiendo los trajes de Leporello.
Las máscaras, los velos y los ropajes que los personajes fe-
meninos y masculinos utilizan en la versión operística de
Don Juan nos dan la medida de las complicadas estrategias
bajo las cuales hombres y mujeres tratan de acceder al en-
cuentro con el Otro sexo.
Sin embargo, y más allá de la pareja que se establece con la
mujer fálica, cabe examinar si el vínculo entre Don Giovanni
y Leporello también expresa algo de la bísexualidad de Don
Juan, tal con10 lo comenta Lacan en el Seminario 4. Porque más
que denunciar una relación homosexual entre ellos parece
que la bisexualidad es un recurso a la mascarada viril que es
preciso sostener para preservar el falo imaginario que le con-
fiere la posición masculina; sea a partir de su propia imagen,
de su doble narcisista, de la mujer fálica o del otro hombre.

87
Lucía O'A11gelo

Para Lacan, el Don Juan de Mozart significa la rnlminación


de una pregunta, y como personaje es seguramente algo nrny
distinto de un personaje reflejo, tal como lo construyó Rank
como lzéroe. Y, sin dudas, no se debe entender únicamente por
el sesgo del doble: "e11 las relaciones de Do11 Juan con su ol;jeto,
Jzay sin dL1da algo relacionado con un problema de bisexualidad, pe-
ro precisamente en el sentido de que Don Juan busca a la 111L1jer, y
se trata de la 1nujerfiílicn".rn
De esta forma, si consideramos este examen, a la luz de
los desarrollos de Lacan sobre las relaciones formales de las
parejas del sujeto a lo largo de su enseftanza, tal como lo pro-
pone Miller,1" podemos sostener la siguiente hipótesis: que a
la pareja imaginaría que Don Giovanni establece tanto con
A1111a como con Leporello, se le puede asignar una causali-
dad especial: la identificación al fi1/o imaginario. Pero la pare-
ja imaginaria está atravesada por la pareja simbólica, es de-
cü~ por el encuentro de Don Giovanni con el Padre. Los dos
términos de la pareja, ya sean imaginarios o simbólicos, es-
tán en una relación unívoca de complementariedad, una
complefftentariedad que necesita de la presencia de otro por-
que es el fundamento de la pareja imaginaria que Don Gio-
vanni establece conAnna o con Leporello, en la necesidad de
precipitarse y de identificarse a la imagen del otro para estar
completo como yo imaginariamente. En efecto, esta interpre-
tación no reduce la problefftática del personaje de Don Juan
a la función del doble narcisista imaginario, tal como propo-
ne Rank, porque existe un elemento simbólico en juego que
gravita en el sujeto: la subjetivación de la Muerte, por la vía
del Padre.
Lacan retoma la referencia al personaje de Don Juan, a
partir de la versión de Ja ópera Don Giov11111zi de Mozart, vein-
te aüos después, en Au11 (1972-1973), y más precisamente a
partir de la pareja de personajes masculinos, Don Giovanni y

18. Lacan, J.: El Sc111i11ario. Libro 4, ob. cit., pág. 422.


19. Miller, J.-A.: "Las parejas del sujeto en la enserl.anza de Lacan", Re-
vista E11/11ccs, nº 3, Ateneo de Investigación-ICBA, Buenos Aires.

SS
El Don Juan de Mo:art y el de Moliere

Leporello. Pero lo hace más que para mostrar el vfrtculo en-


tre ellos para cernir el objeto que verdaderamente está en jue-
go entre los dos, es decir, la lista (que tiene al día Leporello)
de las mujeres seducidas por Don Giovanni: "Si hay mille e
tre es porque puede poseérselas una por wza, que es lo esencial. Y
es algo muy distinto del Llno de la fusión universal. Si la mujer no
fuese no-toda, si en su cuerpo no fuese no-toda como ser sexuado,
nada de esto se sostendría".
Y eso es el sexo masculino para las mujeres, o por lo me-
nos, "es lo que ellas entienden de cómo procede el hombre para en-
contrarlas ... ". 2º
En cuanto a Don Giovanni, Lacan nos dice que "es 1u1a
bella historia que funciona y produce su efecto", incluso para
quienes no conocen todas sus gentilezas que seguramente
no están ausentes del canto nzoznrtia1w, pero que han de en-
contrarse más bien en las Bodas de Fígaro que en Doll Gio-
vn11111.

Don Juan de Moliere o el Jimtasmn femenino

Il !llaJ1q11cm to11jo11rs ií l'ceuvre de Moliere 111 scc11c de dona


A111111 l'i le 111c11rte d11 Co1111111111dc11r.
G. SAND

Si el objeto escondido del donjuanismo masculino está de-


trás de Don Giova111zi en las Bodas de Fígaro, la referencia de
Lacan de los años sesenta al Don Juan está en el texto de Mo-
liere, Dom Juan ou le festín de pierre (1665). 21 Y más aún, Don
Juan corno la segunda versión de Tartufo.
Muchos especialistas coinciden en que la prohibición de la
obra Tartufo fue un duro golpe para la compafüa de Moliere y
que supuso un cierto vacío en el repertorio no muy abundan-
te del autor. Es una explicación que intenta dar cuenta de la

20. Lacan, J.: El Sc111i11ario. Libro 20, ob. cit., pcig. 18.
21. Moliere: 0011 Juan, ob. cit.

89
Lucía D'Angclo

rápida redacción de 0011 Juan: el tema estaba de moda y las


fuentes españolas de Tirso de Molina, aunque lejanas y remo-
tas, eran perfectamente conocidas por Moliere. Hay una serie
de motivos por los cuales Moliere escribió la obra teatral ade-
más de haberse interesado por el tema de Don Juan. Uno de
esos motivos es, quizás, el aspecto espectacular de la obra. La
desaparición final de Don Juan entre las llamas del Infierno
requería juegos de tramoya y trucos, de los que Moliere dis-
ponía después de la prohibición de Tart1~fo. Otro de los moti-
vos, y el de más peso, es que Don Juan representaba a un gran
señor libertino, pero que también era un hipócrita. Ast mien-
tras el personaje de Tartufo se vale de un solo tipo de false-
dad -la fingida devoción y la austeridad-, las armas desple-
gadas por Don Juan son múltiples.
En cuanto a la construcción de los personajes, se subraya
a menudo que, ya desde Las preciosas ridículas, los personajes
de ficción de Moliere, si bien respetan la tradición de la esté-
tica barroca (que acaban representando al final de la obra una
pantomima, una especie de "epílogo", una inclusión del tea-
tro dentro del teatro, que tanto abunda en el barroco y que
más tarde es eliminado en el romanticismo), no son del todo
irn.aginarios, son tipos teatrales caricaturizados. El personaje
de Don Juan no es una excepción en ese contexto.
Sin embargo, la versión de Moliere de El Burlador de Tirso
de Molina, y pese a las apariencias y a su proximidad ten1po-
rat difiere mucho del tradicional y es, además, una de las
obras más complejas que haya escrito.
Aunque se coincida en afirmar que la obra de Moliere
adopta los grandes ternas de la pieza de Tirso, hay cuatro te-
rnas principales que se desarrollan y que forrnan parte del
contexto particular moliercsco: 1) el barroco y la fugacidad de
los cambios de los sentimientos amorosos masculinos, con-
denados a no encontrar nunca a la mujer ideal; 2) la medici-
na siempre concebida en la obra molicrcsca como charlatane-
ría peligrosa; 3) las simpatías libertinas del personaje, y 4) la
existencia o no existencia de un Dios vengador que castigará
al malvado por medios sobrenaturales.

90
El Don Juan de Moz11rt y el de Moliere

En tal contexto, el Don Juan sería como la verdadera segun-


da versión de Tartufo; más atrevida si cabe. Se trata de un
gran seúor que vive de espaldas al mundo del orden y de la
ley: un hoITtbre libre o liberado que se niega a firmar un pac-
to de convivencia con la sociedad de la época.
Según Miller,22 en Moliere, la aristocracia es dolllesticada, y
se ve en la reprobación que afecta justamente al personaje de
Don Juan. Es la entrada en el teatro del personaje "del burgués con
sus ridiculeces, sus tonterías, su avaricia y su cobardía lo que im-
pone en el teatro el reino del tener; por eso "El avaro" queda como
el paradígllla del teatro. El reino teatral del tener abre la vía a la
comedia del adulterio".
Por otra parte, y en relación con el terna del Don Juan, la
opinión de Miller es que Moliere tiene una posición dudosa
sobre la igualdad de sexos. Por un lado, sostiene la reivindi-
cación femenina con respecto al poderío paterno. Pero "el pa-
dre nwlieresco porta ya en él todos los estigmas del declive de la
imago patema que se!lala Lacan en 1938, mientras que las jóve-
nes mantienen la tradición galante, intentan explicar a los
11
cernícalos corno se habla a las niúas Es decir que, al mismo

tiem.po, Moliere se mofa de la obsesión de la igualdad sexual.


Por su parte, Jean Rousset 23 es una referencia obligada de
los especialistas literarios sobre el mito de Don Juan, cuya
aproxirnación al tenta tiene el mérito de descartar todo psico-
logismo, deduciendo la unidad del mito y la lógica de su evo-
lución. Aunque nos sumemos a la crítica/" de que uno de los
síntomas de esta depuración formal es un rechazo explícito a
tomar en cuenta el psicoanálisis, tanto de Freud como de La-
can. El autor opina que la apuesta de Moliere en la obra de
Don Juan es sorprendente. Porque suprimir el personaje de An-
na y la escena inicial de la muerte de su padre, el Comenda-
dor, en manos de Don Juan significa una verdadera transfor-
mación de la pieza de Tirso.

22. !VIiller, J.-A.: "Buenos días, Sabiduría", ob. cit.


23. Rousset, J.: Le 111ythc de Do11 Jwm, ob. cit.
24. Durnoulié, C.: 0011 /11011 011 /'ltéroismc du dL;sir, París, PUF, 1993.

91
Lucia D'Angdo

El lazo entre la Muerte y el Seductor se encuentra grnvc-


lilClltc dcliilitado, y el Don Juan de Moliere parece n-1enos cas-
tigado por sus enga11os eróticos proferidos a las n1ujeres que
como intelectual refractario, como renegado de la ley moral
o corno un gozador solitario atrapado por la desmestira. Ten-
gamos en cuenta que Rousset propone un análisis estructural
que permite deducir tres invariantes del mito: la Muerte, el
grupo femenino y el héroe otorgando a este último una fun-
1

ción en el seno de una estructura.


l\.1oliere no sólo suprime el personaje de Anna y el padre,
sino también el personaje ele Ottavio. De esta forma, en Do!l
]111111 ele Moliere, el conquistador adquiere un suplemento de
presencia dramático en el escenario teatral: es el IÍ11ico /101//lirc
que reina sobre la escena, ya mayoritariamente poblada de
personajes masculinos, hasta la aparición del Comendador.
En efecto, con Moliere, y a diferencia ele la ópera Don Gio-
ua1111i, la predominancia de b presencia masculina en escena va
a la par con el debilitamiento de la presencia de personajes fe-
meninos. La ausencia de Arma en JVIoliere y su presencia desde
el inicio hasta el final en Ja ópera de Mozart, transforma pro-
fundamente el escenario de la obra en Moliere, y no sólo en la
relación del personaje del héroe y de su relación con la l\·Iuerte.
Porque, aunque en sólo en dos escenas y muy alejach1s la
una de la otra, el person¿1jC' de Elvira resurgire:1 con una muy
consistente presencia.
Con el personaje de Elvira, de quien Lacan opina que ¡110
se puede cstnr lll!Ís lwrto! y a quien Don Juan no reconoce ni por
su odorc di fc111i11a, Moliere da al mito y, por consecuencia al
personaje ele Don Juan una dimensión masculina s11ph'!llcnt11-
ri11. Porque con Elvira, Don Juan es por fin amado, y con una
pasión y un goce inéditos que dan al personaje femenino un
relieve y un atractivo que a Anna le faltaba.
Elvira: "jU//11 ve::: 1111is Don Juan, os lo pido CO/l lágri-
1
11
illilS f • '"

25. JJcqut.:s, B.: "La 21\'entura te,1tral de Brigitte Jacques", Colofcí11, n" 16,
Boletín de la F!B del Campo Frt>udiano, Judith Miller (dir.), JV[adrid, 1997.

CJ2
El Don Juan de Mo:11rt y el de Moliere

Es evidente que la presencia en la escena molieresca de El-


vira no cornpensa la evicción de Arma, porque ella no cun1-
ple la función reservada a la única hija del Muerto. Pero a
partir del nuevo carácter que Moliere otorga al personaje fe-
menino, el héroe recobra un valor simbólico masculino y go-
za de una autonomía en la escena del que sólo el desenlace
priva brutalmente. George Sand critica duramente la omi-
sión del personaje de Arma en la versión de Moliere. Sensible
al hecho de la promoción que Mozart hizo del personaje de
Arma que, según su opinión, defendía un punto de vista fe-
menino en la economía masculina del drama donjuanesco,
hace ese reclamo al tratamiento del personaje del libertino:
"JI /!la JI quera toujours al'oeuvre de Moliere la sce11e de dona A1111a
et le meurte du Co111/lla11de11r". 26
Sin dudas, con esa interpretación de la versión de Molie-
re, a la cual se suman muchos comentaristas, tal omisión ha-
ce perder la transformación extraordinaria operada por Mo-
zart, es decir, la feminización del mito de Don Juan,
otorgando a lo femenino un lugar de privilegio; hasta ese
momento la n-mjer había estado reducida al estatuto de obje-
to de intercambio en un juego estrictamente masculino. Con
Anna, relevada al lugar de heroína, en el centro mismo del
drama donjuanesco, se subordina el poder masculino, repre-
sentado por Don Giovanni, el padre y el amante, Ottavio.
En efecto, ésa es la interpretación de Lacan, cuando res-
ponde que todo el problema de la Liisexualidad de Don Juan
hay que encontrarlo en la mujer fálica. Allí donde el conquis-
tador es llevado al encuentro, al mismo tiempo del amor y de
la Muerte. Arma, la hija del Muerto, que sustituye al padre, y
que se presentifica desde el más allá del padre, en ese convi-
dado de piedra, que es la cu llllinación de su destino.
De esta forma, el héroe molieresco no es el gozador y el se-
ductor sin escrúpulos del siglo XVIt católico y espaüol, de-
fensor de Dios y el profanador de lo sagrado. Ni tarnpoco el

26. Sand, G.: Le Ciliitca11 de Déscrtcs, París, 1847.

93
Lucía D'Angdo

Don Juan de Moliere es el supuesto vencido ni la supuesta


victoria es la del Comendador.
Porque más que como Burlador y como Seductor, es la víc-
tima sacrificada a Elvira, la mujer amante que toma el lugar
del padre castigador.
Para algunos críticos literarios, el personaje del padre en
Moliere tiene una solemnidad y una presencia como en nin-
guna pieza anterior; se trata de un padre que habla en nom-
bre del mismo Soberano. Aunque ese padre, para Lacan,
muestre en sus intersticios el declive de la función paterna.
Pero, al mismo tiempo, si en la pieza teatral el padre inter-
pela al libertino, Elvira, la mujer amante interpela al peca-
dor. De una escena a otra el peso de la ley cambia de juris-
dicción: "Cielo ofendido, Leyes violadas", tal como evoca
Sganarelle, en su pequeña oración fúnebre en el epílogo de
la obra, y en la que la conducta de Don Juan es doblemente
reprobada.
Don Juan desea seducir hasta el límite que le impone su
propia muerte, y en la versión de Moliere es un verdadero
héroe del barroco, como el de Tírso. El persona¡e 111oiíeresco
convoca sobre la escena a sus parejas imaginarias y simbóli-
cas del deseo y por lo tanto ligadas a su desti110, pero a dife-
rencia de la ópera 11zozartia1za, el falo imaginario está encarna-
do en otras de sus figuras: el falo de piedra y el falo grotesco
y bufón bajo la máscara del valet, Sganarelle. La muerte he-
roica de Don Juan es por un deseo que va más allá y le mues-
tra al mismo tiempo que la otra cara de la tragedia del deseo
es la comedia que representa el valet reclamando su salario.
Uno y otro comparten el mismo destino.
Lacan, en el Seminario "La angustia" (1962-1963) comen-
ta que lo que la mujer ve en el homenaje del deseo nl.asculi-
no es que el falo como objeto imaginario es de su pertenen-
cia y que no se pierde. Como el miembro de Osiris, es el objeto
de la búsqueda y de la rnstodia de la mujer. De esta forma, ww
/l/Ujer puede pensar que wz hombre sielllpre se extraviará co11 otra
mujer, pero Doll Jua/l les asegura que hay un hombre que no se
pierde. 0011 Jwm, es wz sue1"ío femenino. Haría falta un hombre

94
El Don Juan de Mozart y el de Moliere

que fuera perfectamente igual a sí mismo, como en cierto


modo la mujer puede jactarse de serlo con relación a él, un
hombre al que no le faltara nada. La relación de Don Juan con
la imagen del padre en tanto que no castrado, es decir, una pura
i111age11, una imagen femenina.
La huella sensible que traza el Don Juan es que la comple-
ja relación del hombre con su objeto está borrada para él, pe-
ro al precio de la aceptación de su impostura radical. El pres-
tigio de Don Jua!l está ligado a la aceptación de esa impostura.
Siempre está allí, e11 el lugar de otro; es, por así decir, el objeto ab-
soluto.
Lacan subraya que Don Juan no causa el deseo y que si se
desliza en la cama de las mujeres, está allí 110 se sabe cómo. Hasta
puede decirse que ta111poco lo tie11e, que se encuentra en relación
con algo frente a lo cual cumple cierta función. Llamen a es-
to adore di fe11zi11a y nos llevará lejos. Pero el deseo juega tan po-
co en el asunto que, cuando pasa el "adore di femina", es capaz de
110 percatarse de que se trata de Elvira, a saber, aquella de la que 110
puede estar más harto, quien acaba de atravesar la esce1111. 27
El fantasrna de Don Juan -de allí que sea un fantasma fe111e-
11i110- es el anhelo en la mujer de una imagen que juega en la
función del fantasma: lzay un hombre que tiene el falo, pero toda-
vía nwclzo lllás: que el hombre lo tiene sie111pre y que no puede per-
derlo. Pero al nlismo tiempo, la posición de Don Juan en el
fantasma femenino es que ninguna mujer puede tomárselo.
"Y eso es lo que el /iombre en esta posición tiene en co1111í11 con la
mujer, a quien, por cierto 110 se le puede tomar el falo puesto que ella
no lo tiene". 2ª
El mito fundamental de la dialéctica sexual entre los hom-
bres y las mujeres está acentuado en grado suficiente para to-
da una tradición de la mujer, pero no nos dice que una mujer
siempre piensa que un hombre se pierde o se extravía con
otra mujer.

27. Lacan, J.: "La angustia" (1962-63) (inédito), clase del 20 de marzo
ele 1963.
28. Ídem.

95
Lucía O'A11gclo

Don Juan les asegura que hay u11 lzolllbre que iw se pierde. Hay
otros fantasmas de las nmjeres, por supuesto.
El apego homosexual de Don Juan en sus estrategias y de-
rivas con el Otro sexo es jugar con el otro al juego de quie11
pierde gana. Se gana en la medida que se pierde.
Y como nos recuerda Lacan en su comentario sobre el do11-
jum1ismo masculino, la presencia fantasmática del falo del
otro hombre en el fondo es un objeto cotidiano de nuestra ex-
periencia analítica.
De esta forma, Don Juan, en su fantasma, siempre está
más aquí o más allá del deseo.
Es un héroe del deseo para Kierkegaard, para Bataille, pa-
ra Blanchot, porque nacido en el escenario del teah"o nzolieres-
co y aun muriendo en escena, Don Juan encuenh·a en la diná-
mica de su deseo su escenario fantasmático y su grandiosidad
tragicómica, pues reivindica y afirm~a la libertad de un deseo
puro, de un objeto absoluto, de una pum image11 ferne1li1w, que lo
lleva a su destino trágico.
Pero al Don Juan de Moliere, para liberarse del deseo de
Otro y de las leyes prescritas, en particular ia Ley del Padre,
necesita estar en falta con la ley y transgredir los límites im-
partidos. Don Juan 1w cede fre11te a su deseo y se sostiene de una
voluntad de goce, goce de la transgresión que le hace saber ga-
nar cuando pierde y que se pierde borrándose él mismo
cuando gana. Tanto el Do11 Juan de Tirso como el de Moliere,
respetan el carácter del personaje barroco, más preocupado
en alcanzar y dejarse abatir por la voluntad del propio goce
que por la pretensión del personaje romántico por hacer go-
zar a las mujeres.
Por el contrario, existe un verdadero combate, una guerra,
entre Don Juan y las mujeres. En la pieza de Moliere el seduc-
tor se compara a Alejandro y usa todo tipo de metáforas gue-
rreras, más allá de la espada. Pero el goce del Otro es la cruel
respuesta del desafío del sujeto que creía hacer de las pala-
bras y de las mujeres un festín y tal es la respuesta del signi-
ficante más allá de todas las significaciones: "Crees actuar
cuando yo te agito al capricho de los lazos con que anudo tus de-

96
El Don Juan de Mozart y el de Moliere

seos. Así, éstos crecen en fuerza y se multiplica11 en objetos que


vuelven a llevarte a la fragmentación de tu infancia desgarrada.
Pues bien, esto es lo que será tu festín hasta el retomo del convida-
do de piedra que seré para ti puesto que me evocas". 29
De esta forma, tanto en Tirso como en Moliere, la reivin-
dicación ética de la libertad, deseo de Don Juan, se encarna
en sus personajes, sea el Burlador o sea el Libertino. Esa liber-
tad no es simple libertinaje sino reivindicación filosófica y
ética contra todo oscurantismo religioso y social que esconde
bajo sus ropajes al héroe de la inconstancia barroca ahora
enamorado de la aritmética: "Dos más dos son cuatro" ...
Pero el Don Juan de Moliere no ama el cálculo porque la
vocación de su deseo y la verdad de su goce es la de desnu-
dar la verdad misma y no la de contabilizarla. Y se detiene en
el instante antes del placer por develada, para proseguir con
la excitación siempre renovada que le procura el sacrilegio de
poner al desnudo a las mujeres y a la verdad.

Don juan con Sade

Frmu;ais, C/lcorc llll effort.


SADE

Pero contrariamente a lo que opinan muchos com.entaris-


tas de la obra de Moliere, que comparan a Don Juan con Sa-
de, para mostrar las cercanas relaciones que unen al héroe se-
ductor y al héroe sadiano, Don Juan no es un perverso. Sino,
y más precisamente, el héroe donjuanesco encarna la perver-
sión del deseo, que apenas acentúa la función del deseo en el !10111-
bre.30 Don Juan es un hombre del deseo.
Cuando se lo evoca en esa comparación con Sade, por las
puestas en escena del escenario fantasmático y por las postu-
ras indispensables del goce de los libertinos, también se acos-

29. Lacan, J.: "El Seminario sobre la carta robada", en Escritos 2, ob. cit.
30. Lacan, J.: Escritos 2, ob. cit., pág. 661.

97
Lucio O'A11gclo

tumbra incluir la comparación de la serie de víctimas de Sa-


de y la lista de mujeres víctimas de la seducción de Don Juan,
las "llli lle tre" mujeres seducidas.
Pero precisamente, en la obra de Moliere, el catálogo de la
contabilidad del goce de Don Juan es precisamente lo que es-
tá excluido.
La lógica del deseo do11j1111nesco y la serie indefinida y plu-
ral de los objetos no hacen de DonJtian un perverso, sino que
evocan una cierta homología que vehiculiza su deseo que
apenas oce11/1Ía lo jiwcíó11 del deseo 11u1srnli110. La pareja del su-
jeto y su deseo escribe al mismo tiempo la fórmula del fan-
tasma, que enlaza un elemento simbólico, el S (Sujeto tacha-
do) y un elemento imaginario, el objeto (a)./La lectura que
hace Miller de Lacan es que la fórmula del fantasma está lo
suficientemente valorizada en los Escritos, cuando formula
que el 'fantasl!la es 111 expresión de la posición que el sujeto sostie-
ne co11respecto111 otro, al se111ej1111te". 31
Y, en efecto, la pareja del sujeto con su deseo se verifica a
partir de que La can explica, a propósito de "Kant con Sade" ,32
que d{i11ltas11111 tiene por lo 111e11os un pie c11 el Utro y que el su-
jeto se ve llevado a buscar su contrapartida, bajo las formas
del objeto a. Es por ello que Lacan subraya que es preciso po-
g11r un precio por el deseo.
Don Juan paga su precio por no ceder frente a su deseo, y
cuando pierde le gana la partida al Otro. La particularidad
del tener fálico de Don Juan consiste en c1ue no parece tener
el sentimiento masculino que le da la superioridad ele pro-
pietario del órgano fcilico, un bien que implica el temor ele
que se lo roben. Más bien, deja el goce del propietario en rns-
todi11 de la mujer realizando el fantasma femenino. Su posi-
ción masculina no contrasta demasiado con el sin líllliles del
goce femenino.
Pero el fantasma de Don Juan no es el equivalente del fan-
tasma perverso de Sade, es equivalente al lugar que ocupa en

31. Lacan, J.: Escritos 2, pág. 773.


32. Lacan, J.: Escritos 2, ob. cit., pág. 7..1...1..

98
El Don Juan de Mozart y el de Moliere

el fantasma femenino, dado que existe una función distinta


del fantasma entre los hombres y las mujeres. Si hay alguna
perversidad en juego en Don Juan, ésta consiste en la modali-
dad de su deseo.
La modalidad de deseo masculino, que La can escribe pri-
meramente con fi mayúscula (<P) y los objetos (a) entre pa-
réntesis, están tomados como objetos parciales, objetos de la
pulsión.
Según Miller, esta escritura se puede desplazar para
proponer una escritura particular del fantasma masculino
como: ,S <P (a), porque el goce necesita de un fantasma, en
tanto que el deseo masculino se sostiene de semblantes fa-
licizados.33
Eso indica la fórmula del deseo que conviene al fantasma
masculino de Don Juan.
La paradoja que nos plantea Lacan por la proximidad en-
tre el deseo perverso y el deseo masculino hace aparecer la
existencia de dos leyes que gobiernan el deseo y el goce de
Don Juan. Una es la de no ceder frente a su deseo que lo con-
dena a la insatisfacción sin límites en su relación con los ob-
jetos femeninos, en su desprecio por los bienes y en el desa-
fío a la ley paterna y al orden social. Y la otra es la ley del
goce que se impone al sujeto en detrimento de su propio
bien, goce siempre en defecto que lo confronta a la falta del
deseo y del que toma su origen. Seguramente, el 0011 Juan de
Moliere ha dejado su huella a partir de su encuentro heroico
con el Espectro, a quien responde como un hombre, con el ar-
ma y el signo fálico de la espada. Pero la espada de Don Juan
sólo podrá atravesar la imagen velada de una mujer, Elvira.
Porque la imagen infranqueable, la verdadera cara del Espec-
tro, es La mujer que no existe.
Hombre de deseo, virtuoso del lenguaje y maestro del jue-
go escénico, en el teatro de los sexos, Don Juan es la verdade-

33. Miller, J.A.: "Des semblants dans la relation entre les sexes", Ln
Cause frcudicllne, Revue de psyclumnlyse de l'ECF, París, nº 36, mayo de 1997,
pág. 7.

99
Lucía D'A11gclo

ra víctima de la perversidad de su deseo. Quizás en eso, y só-


lo en eso, comparta con Sade que al final de su destino, la per-
versidad de su juego lo expulsará a él mismo de la escena de
sus aventuras galantes.

Otra bibliografía colls11/tada

Óperas famosas, Orbis, Fabbri, Barcelona 1991.


Bataille, G. y otros: Obliques, nº 4 -5, París, 1978.
Cottet, S.: "Syrnpt6rne et ravage de l'Autre", La Cause freu-
die1111c, nº 24, 1993, pág. 75.
- - : "Sur le Jean Genet de Jean-Paul Sartre", La Cause freu-
die1111c, nº 37, 1997, pág. 40.
Durnoulié, C.: 0011 Jwm ou l'/1éroi's111e du désir, París, PUF,
1993.
Felrnan S.: Le Scanclale du corps parla11t. 0011 Juan 1wec A11sti11
ou La séduction en dcux langucs, París, Éditions du Seuil,
1980.
- - : "Les deux sexes et 1' Autre ¡ouissanceu, La Cause freu-
die1111e, nº 24, 1993, pág. 3.
Laurent, É.: "Les Nouveaux syrnptómes et les autres", La Let-
tre 11le11s11ellc, nº 162, École de la Cause Freudienne, París,
1997, pág. 37.
Mara11ón, G.: Don Juan. Ensayos sobre el orige¡¡ de su leyenda,
Madrid, Espasa-Calpe, 1964.
Miller, J.-A.: "Des sernblants dans la relation entre les sexes",
La Cause Ji'cudic1111e, nº 136, mayo de 1997, pág. 7.
- - : "Les paradigmes de la jouissance", La Cause freudic1111e,
nº 43, 1999. [Ed. cast.: "El lenguaje aparato de goce",
Buenos Aires, Diva, junio de 2000].
Miller, J.-A. y Laurent, É.: "L'Autre qui n'existe pas et ses Co-
mités d' étique", L'Orientation laca niclllzc, 21 de febrero de
1997 (inédito).
Radigales, J.: "Música para un libertino. El nlito de Don
Juan en Occidente", en El mundo de la lllLÍsica, Barcelona,
1992.

100
El Don Juan de Mazart y el de Moliere

Rank, O.: Don Juan et Le double, París, Éditions Payot, 1973.


[Ed. cast.: El doble, Buenos Aires, Psique, 1996.]
Sclmeider, M.: 0011 Juan et le proces de la séd11ctio11, París, Au-
bie1~ 1994.

101
6. PERVERSIDAD Y PERVERSIÓN
Célio Ca reía

l. Introducción

Perversidad y perversión forman parte del mismo campo


semántico en el vocabulario aceptado por nuestros dicciona-
rios.1 Con esta aproximación entre estos dos términos, la con-
cepción moral que pesaba sobre perversidad termina por re-
caer sobre el término perverso. Cuando Freud presentó sus
primeros trabajos sobre el terna, el término perverso designa-
ba a alguien que se consideraba víctima de su propia perver-
sión, ya que presentaba una deficiencia.
Trabajando en el campo del psicoanálisis tenernos interés
en distinguir estos dos términos, reservando para el término
perverso la especificidad que le atribuyó Freud.
1. En el diccionario alfabético y analógico de la lengua francesa, Le Ro-
bcrl, t. V, edición de 1974, podemos leer:
Pcrvcrsité. 11. f (XIIcmc sicc/c; emprunté au latin pcrvcrsit11s): a) goüt pour
le mal, recherche du mal.// b) tendance a accomplir des actes immoraux,
caractérisée par le plaisir de nuire.
Pervcrsio11. n. f (1444, du latin pcrvcrsio): action de pervertir; changement
en mal. / / Psychopathologie: altération, déviation des tendances, des ins-
tincts, due a des troubles psychiques (et souvent associée a des déficits in-
tellectuels, a des équilibres constitutiormels).

En el Diccio1111rio de la Rc11/ Academia Espano/11, XXI edición:


Perversidad: calidad de perverso.
Perversión: acción o efecto de pervertir o pervertirse.
De un modo general, la calidad o carácter atribuido a la acción está aso-
ciado a la perversidad, a la acción nombrada o desvío a la perversión.

103
Cé/io García

Para Freud/ la perversión fue desde el comienzo una for-


ma de comportamiento sexual, considerado un desvío de la
norma, es decir, la unión heterosexual genital. Sin embargo,
esa visión fue problematizada luego por el psicoanálisis a
partir de nociones traídas por el propio Freud, tales como
"perverso polimorfo", título que le cabe al niño, al tratar a la
sexualidad humana en tanto se caracteriza por no presentar-
se a partir de un orden natural ya dado. Para Lacan 3 no alcan-
za con hablar de perversión simplemente en términos de una
aberración teniendo en vista criterios sociales o anomalías
contrarias a la ley moral, aunque esos aspectos estén presen-
tes. No basta considerar la perversión simplemente atípica a
partir de criterios naturales, es decir, al desviarse de la finali-
dad reproductiva. Se trata de algo más, se trata de una es-
tructura, concluye Lacan.
La distinción entre actos perversos y estructura perversa
implica que algunos actos sexuales asociados a la estructura
perversa serán encontrados en sujetos que no son perversos.
La desaprobación, así corno la infracción normat no consti-
tuyen la esencia de la estructura perversa. Una estructura
perversa permanece perversa aunque los actos asociados a
ella sean socialmente aceptados. Lacan da conw ejemplo la
homosexualidad, considerada perversa, aunque en la Grecia
antigua fuese tolerada, ya que el par arnoroso ciudadano
adulto en compañía de un joven púber estaba plenamente
aceptado. Si hay perversión en la homosexualidad será en
función de las etapas a ser cumplidas por el sujeto en la evo-
lución de su historia eclípica. Lacan caracteriza la estructura
perversa en dos ocasiones. Una primera vez al estudiar el tra-
bajo de la negación en tanto existencia o no de un atributo en-
contrado en algunos seres y no en otros. En ese caso se trataba
del falo; al adoptar Lacan el término freudiano (Verleugnwzg)

2. Freud, S.: Tres ensayos sobre w111 teoría sexual, A.E., t. VII. Edición con-
sultada: Trois essais sur la tlzéorie de la scx1111/ité, París, Gallimard.
3. Lacan, J.: El SC111i11ario. Libro 1. Los escritos téwicos de Frc11d (1958-1954),
Barcelona, Paidós, 1981, págs. 239-2-11 y 2-16-2-17.

10-1
Perversidad y perversión

habló de denegación del falo. Sabemos que Freud fue un es-


tudioso de las cuestiones de la negación. Este recurso propio
del hablante-ser es encontrado por Freud de diferentes ma-
neras, tratándose de neuróticos. Cada neurosis tenía su ma-
nera de negar; podríamos decir que se distinguen a partir de
ese criterio. Veamos el esquema al que se llega a partir de Freud:

Verdriingung (represión)
Verleugmmg (denegación)
Venue1fw1g (forclusión)
Vemeimmg (negación)

Destaco la serie de términos (todos relativos a la nega-


ción) establecida a lo largo de los estudios de Freud.
Negar la realidad o parte de ella sin desconocerla total-
mente o desconociéndola en su totalidad (como en el caso de
la psicosis) se constituyó en la característica estructural en el
abordaje psicoanalítico de los fenómenos psíquicos.
La denegación (Verleugnung) caracteriza la perversión,
distinguiéndola de otras estructuras clínicas. De hecho, el
perverso deniega la castración: percibe que la madre no tiene
el falo y al mismo tiempo rechaza aceptar la realidad de esa
percepción traumática. El fetichismo, "la perversión de las
perversiones", evidencia la cuestión, al propiciar un sustitu-
to simbólico (el fetiche) que pasa a valer como el falo faltan-
te en la madre. Esa problemática, esto es la relación con el fa-
lo, no se restringe al fetichismo sino que se extiende a las
perversiones de una manera general. En la perversión, el fa-
lo y/ o sus sus ti tu tos funcionan como un velo encubridor.

La pulsión

El estudio de las pulsiones ofrece a Lacan una segunda


ocasión para entender mejor las cuestiones de la perversión.
En esa oportunidad su abordaje toma nítidamente forma es-
tructural. La perversión es una manera particular del sujeto

105
Célio García

de situarse en relación a la pulsión. En la perversión, el suje-


to se sitúa como objeto de la pulsión, es decir un medio para
el goce del Otro (El Seminario, libro 11), lo que significa inver-
tir la fórmula del fantasma. En vez de,S Oa (sujeto frente a las
vicisitudes de su relación con el objeto a) tenemos a O$ (suje-
to como objeto al servicio del goce del Otro).
El perverso asume la posición de objeto-instrumento de la
voluntad del Otro, voluntad que no es la suya sino la del Otro.
El perverso deja de dirigir su actividad para su propio placer,
pues está enteramente ocupado en el goce del Otro. Encuen-
tra placer en esa instrumentalización al empeñarse en el go-
ce del Otro. Así, en la escoptofilia (escopto =ver; filia = pla-
cer), presentada como exhibicionismo o como voyeurismo, el
perverso se sitúa como objeto de la pulsión escópica. En el sa-
dismo, así como en el masoquismo, el sujeto se ubica como
objeto de la pulsión invocante. ("Venga y haga su papel de
dominador" ... para que el Otro goce. "Venga y haga su papel
de dominado" ... para que el Otro goce.)
El perverso es la persona en quien la esh1xtura de la pul-
sión se evidencia mejor; el perverso es igualmente alguien que
revela el rasgo estrnctural que consiste en ir siempre más le-
jos ... más allá del principio del placer... en el camino del goce.
El comentario de Freud de que la perversión era el reverso
de la neurosis fue mal entendido, al interpretar la perversión
como la expresión directa de un instinto natural que estaría
reprimido en la neurosis. La pulsión no puede ser considera-
da como un instinto natural que podría ser descargado de una
manera directa; de hecho, ninguna satisfacción advendría de
ello. La relación del perverso frente a la pulsión viene a ser tan
elaborada y compleja como en el caso del neurótico.

La pregunta del neurótico. El perverso no tiene i.ma pregunta.

En tanto la neurosis está caracterizada por la presencia de


una preg1mta, la perversión se presenta como ausencia de pre-
gunta. El perverso no pone en cuestión el hecho de que su ac-

106
Perversidad y perversión

to está al servicio del goce del Otro. Razón por la cual rara-
mente el perverso busca análisis; por eso muchos analistas
creían que el tratamiento psicoanalítico no era apropiado pa-
ra pacientes perversos. El perverso, decían ellos, es incapaz
de situarse en la posición de alguien que no sabe" y al mis-
11

mo tiempo buscar un "sujeto supuesto saber".


Esa cuestión nos interesa particularmente en función de lo
que denominamos actualmente "nuevas formas del sínto-
ma". Si el síntoma se presenta en nuestra actualidad bajo
nueva forma, esa forma, parece, se reviste de aspectos per-
versos; siendo así podemos preguntarnos sí el tratamiento
psicoanalítico tiene la misma vigencia que tenía anteriormen-
te, cuando el síntoma se presentaba en la forma conocida por
Freud (sujeto que se preguntaba sobre el origen de sus sínto-
mas).
No estando el "objeto fuera del tiem.po", como nos advier-
te Colette Soler en esa conferencia de 1991, publicada con el
11
título El síntoma en la civilización",'1 nuestros sujetos no son
los mismos que cincuenta años atrás.
En contrapartida con 1m síntoma identificado por Freud
en un sujeto dividido entre sus ideales y pulsiones, encontra-
mos hoy con más frecuencia un sujeto fijado a un objeto de
goce para nada vinculado con la guerra maniqueísta que ha-
cía de los neuróticos del tiempo de Freud, hombres que te-
nían ideales. La era de las grandes y fuertes identificaciones
tuvo su fin. Un goce sin posibilidad de ser remitido al cono-
cimiento de causa, un saber del inconsciente al cual el neuró-
tico no se deja remitir, caracterizan las nuevas formas del sín-
toma.
Estarnos adrnitiendo que "nueva forma del síntoma" es lo
que resulta de la discriminación, de la segregación, de la glo-
balización y sus efectos, manifestaciones acompañadas por la
desaparición de los ideales, orquestadas por el discurso de
la ciencia y sus efectos a nivel de la subjetividad, en fin, todas

4. Soler, C.: "El síntoma en la civilización", en Diversidad del síntoma,


Buenos Aires, EOL, 1996.

107
Célío García

las vicisitudes del discurso capitalista tal corno Lacan lo defi-


nió al referirse al "malestar en la cultura" en nuestra contem-
poraneidad.
11
Todo indica que se trata del síntoma en su nueva forma",
para la cual no se cuenta con un saber al cual era enviado el
neurótico por el psicoanalista en su intento de hacer valer al-
guna reflexión sobre el destino del sujeto. El goce aquí no sa-
be, ni cogita, que hay un saber envuelto en el goce. Jacques-
Alain Míller5 había sugerido que "en la época victoriana de
Freud, la neurosis obsesiva era el ideal de la sociedad; en la
nuestra, el perverso está cada vez más presente, corno norn1a
social. Para gozar no necesitarnos de la represión social del
decir, la voluntad contemporánea del goce pasa cada vez
más por el permiso sociat casi una exigencia del decir". Por
consiguiente, al retomar la cuestión de la perversión no lo ha-
cemos de la misma manera que en el inicio del siglo pasado.

2. ¿Perversión col/lo 1wm111 social?

El liberalismo pretende reposar en una doctrina de la li-


bertad individual que hace del sujeto el amo absoluto de sus
elecciones. La economía, enteramente moldeada por el juego
de las iniciativas individuales, funciona supuestamente co-
rno una orden espontánea regida por una mano invisible.
El utilitarismo da origen a una corriente de pensamiento
liberal que favorece en su abordaje el interés objetivo del in-
dividuo y el mercado y no sólo sus derechos y libertades -su-
puestos naturales- en relación con el poder. Cada individuo
es el mejor juez de su interés.
O más cerca de nosotros: la idea central del liberalismo es
que las personas deberían poder vivir según sus deseos.
Es extraüo observar que los derechos e intereses del indi-
viduo todopoderoso son los principios mismos de la socie-

5. Miller, J.-A.: Op~ño l11cania1rn, Revista Brasileira Internacional de Psi-


canálise, agosto de 1997, San Pablo.

108
Perversidad y pcrvcrsióll

dad concebida por Sade. Libertad total para el individuo de-


seante, en la manera lapidaria de Lacan: "Tengo derecho a
gozar de tu cuerpo, puede decirme quienquiera, y ese dere-
cho lo ejerceré sin que ningún límite me detenga en el capri-
cho de las exacciones que me venga en gana saciar en él".
Interroguémonos sobre el hecho de saber si la moral sa-
deana es por excelencia la moral del mercado liberal. ¿En qué
el mercado liberal reenvía a una estrnctura idéntica?
Un Discurso asegura que el sujeto está dispensado del es-
fuerzo del consentimiento y le da la "libertad" de elegir un
lugar obligatoriamente previsto. Se trata del Discurso capita-
lista cuya eficacia es mantenida por la repetición reiterada al
máximo (a esa cantinela la llamamos 111arketing) de una in-
ducción para consumir dirigida al productor asalariado que
es también el destinatario de las mercaderías producidas, el
consmnidor. Su fuerza es que hoy más o menos todo el mun-
do consiente a eso, tanto los amos corno sus esclavos. Un con-
texto especial (fuerte demanda de trabajo, poca oferta de em-
pleo) puede fácilmente hacer oscilar al Discurso capitalista
hacia el Discurso perverso, soporte ideal del fantasma sadea-
no, generalizado, tenido corno lazo social transformado en
nonna.
Sabemos que el Discurso del Amo se transformó, por me-
dio de una inversión de lugares, en Discurso del Capitalista.
Así, ya no se encuentra más en posición de agente el Amo
puro y simple, legitimando su mando por una potencia arbi-
traria (S 1), sino un sujeto $ cuyo sentimiento de excepción,
sin referencia directa a la función de agente, justifica solo la
posición dominante en el Discurso.

En vez del Discurso amo

$ a

Tenemos

109
Célio Gorda

¿Cómo se pasa del Discurso del Capitalista al Discurso del


Perverso?
El Amo, estando en lugar de agente, domina de manera
bien diferente a su esclavo, pues ya no comanda a un deten-
tor del saber productor del objeto (n), sino un objeto vivo pro-
ductor de saber (S 2)

En el Discurso perverso, el Amo hace valer su mando por


el poder real (y no simbólicamente) que tiene sobre su escla-
vo degradado al grado de objeto.
El Discurso del Capitalista comparte con el Discurso del
Amo tradicional el privilegio de estar en el origen de la per-
versión generalizada. Así encontramos S1 /$>>>a /S 2 esto es,
el goce indefinido del objeto real que el Discurso del Capita-
lismo promovió al grado de lazo social.

El placer

El "principio del placer" fue un concepto fundafftental


con el cual trabajó Freud. Sabemos de los avatares conocidos
por este principio cuando fue comparado con rnanifestacio-
nes extrañas a él, registradas sin embargo desde temprano en
la clínica psicoanalítica. Freud fue llevado a introducir otro
principio más allá de lo que había sido establecido, pensado
a partir de referencias hasta cierto punto inesperadas. Se tra-
taba ahora de dar cuenta del displacer, de la pulsión de
muerte. Con esto ya el deseo del hombre no era su deseo; po-
día ser y tal vez fuese un deseo alienado o, incluso, contra sí
1

mismo.
Elevar el deseo al placer ya no era suficiente; el placer
puede aparecer bajo una faz de comprornjso, marca de una
disminución del deseo. Freud rn~antuvo la referencia al prin-

110
Perversidad y perversión

cipio del placer; sin embargo, a partir de entonces el psicoa-


nálisis abordaba cuestiones que marcarían definitivamente
los caminos a ser surcados. Se trataba de dar cuenta de la fal-
ta, de la carencia, de la funcionalidad, de los intereses de un
deseo que se contentaba con poco; se trataba de dar cuenta
de la represión, de lo que estaba lejos del alcance de quien ha-
bía pasado por la experiencia. Pensado en el inicio en térmi-
nos de una represión a posteriori (Naclzverdriingung), luego fue
elevado a un nivel de especulación considerable cuando se
afirmó la hipótesis de una represión originaria (Llrverdriing-
ung) donde se alojaba la marca de la falta.

¿Habrá desaparecido la perversión,


una vez convertida en norma?

¿Habrá sido ella reconvertida en perversidad como fue


sugerido por Chabrol en los comentarios a su filme Gracias
por el clzocolate?" Si ella está en todas partes, ya no será consi-
derada excepcional, desvío.
"Medicamentos", "lzigh-tech", "futuros objetos del deseo"
sugieren elaboración de una noción como "estilo" para dar
cuenta de la metamorfosis por la que pasa la sexualidad, sus
avatares. Antes de traer documentación reciente, vamos a
examinar elementos traídos por autores tales como Deleuze,
Foucault.

6. Didier Perón y Jean-Marc Lalanne: "Claude Chabrol, cinéaste scepti-


que", Cnlziers du cinémn, 25 de octubre de 2000. "Si je dis, 'je suis pédophile',
c'est une perversion. En revanche, si je declare que je suis pédophile, alors
je ne le suis pas, c'est de la perversité."
También "Claude Chabrol et Isabelle Huppert réunis sous le signe de la
perversité", en Tempo Arts et spectnclcs, 4 de septiembre de 2000.
Es interesante constatar que el cineasta es sensible al hecho de que una
mayor tolerancia verbal para con la sexualidad y sus avatares perversos
puede modificar la perversión, transformándola en perversidad.

111
Célio García

3. Primacía del deseo para Oeleuze,


uso de los placeres para Foucault

Para Deleuze, el poder es secundario respecto al deseo; el


poder se deja afectar por el deseo. Por otro lado, ya dijimos,
continúa, que el deseo nunca es realidad natural. Foucault,
indica Deleuze, avanza en Voluntad de saber: "el dispositivo
sexualidad acopla la sexualidad al sexo (diferencia de los se-
xos, etc.) encontrándose el psicoanálisis muy comprometido
con esta operación".
Foucault habría dicho a Deleuze: rechazo el término de-
seo, pues nos remite forzosamente al deseo = falta, o como
mínimo pretende significar que algo fue reprimido. Éstas son
las dos cuestiones registradas en la introducción previa; ga-
nan aquí otro recorte al apartarse definitivamente del refe-
rencial psicoanalítico.
Lo que Foucault llamó placer equivaldría a lo que Deleuze
llamaría deseo. Para Foucault, deseo no implica "en falta" ni
tampoco es w1 dato natural. Es proceso en oposición a estruc-
tura, es" afecto" en oposición a sentimiento, es 10 que se pre-
11

senta" (individualidad de una jornada, de una vida) en opo-


sición a subjetividad, es acontecimiento en oposición a una
cosa o persona. Implica la constitución de un campo de in-
manencia o de un "cuerpo sin órganos", el cual se define por
zonas de intensidad, de gradientes, de flujos. El término
"cuerpo sin órganos" sugiere que se opone a todos los estra-
tos de organización, del organismo, así corno las organizacio-
nes del poder. Será justamente el conjunto de las organizaciones
del cuerpo el que va a romper el plano o el campo de irnna-
nencia imponiendo al deseo otro tipo de plano al estratificar,
en cada ocasión, al cuerpo sin órganos.
"No puedo conceder al placer valor positivo alguno -afir-
ma Deleuze-, ya que interrumpe el proceso inmanente del de-
seo; creo que el placer está del lado de los estratos y de la or-
ganización. Lo que me interesó en Masoch no son los dolores
sino la positividad del deseo y la constitución de su campo de
inmanencia que no se deja interrumpir por el deseo."

112
Peruersidad y pcrversió11

En la misma lfoea encontrarnos el caso del "amor cortés",


donde existe la constitución de un plano de inmanencia o de
un cuerpo sin órganos, evitándose a toda costa el placer que
vendría a interrumpir el proceso.
El placer interrumpe la positividad del deseo. El placer,
para Deleuze, sería el único medio a disposición de alguien
cuando se monta la operación de "recuperación", verdadera
barrera a un proceso que se desdobla. A partir del momento
en que el deseo se vincula a la norma del placer, está al mis-
mo tiempo atado a la ley de la falta. 7
La formulación de Deleuze, al articular/ desarticular de-
seo y placer, se aproxima a la sentencia de Lacan que dice "no
ceder frente al deseo" (ne pas céder sur son désir). Pero sabe-
mos que el psicoanálisis va más lejos cuando pretende cono-
cer las reglas del placer.

El placer según las reglas, o las reglas del principio


del placer

Frarn;;ois Regnault' tituló al capítulo que nos interesa "El


principio del placer". A partir de declaraciones de Corneille,
Racine y Moliere, enriquecidas de comentarios del autor, en-
trarnos en contacto con la tesis de que existe un lazo específi-
co entre un cierto principio del placer y ciertas leyes de repre-
sentación teatral. Interrogado,9 Regnault confirma que es ésta
la tesis de Lacan, ya que ley y deseo son la misma cosa. El li-
bro Encare nos hace descubrir esta tesis debidamente puntua-
da en aquel Selllinario.

7. Magn:ine Littérairc, nº 235, octubre de 1994, número dedicado a Fou-


cault. Enviado por Deleuze a Frarn;ois Ewald para que lo transmitiese a Fou-
cault, el texto era un intento de retomar el diálogo. El mismo texto fue repu-
blicado en Archipiélngo -Cuadernos de Crítica de la Cultura- nº 23, 1995.
8. Regnault, F.: "Dix le<;ons sur Je théatre classique franc;ais", en Ln doc-
tri11n inoui"e, París, Hatier, 1996.
9. "Le plaisir selon les regles: Enh·etien avec F. Regnault", Revista Quar-
to, nº 61, enero de 1997.

113
Célio García
11
Después de mencionar a Pascal en su Sobre el espíritu
geométrico", avanza su tesis de que para los clásicos las re-
glas del principio del placer obedecen a leyes; siendo estas le-
yes determinantes, estamos en condiciones de identificarlas,
enunciarlas, hacer con ellas experimentaciones en una pieza
teatral. Las personas van al teatro para experimentar placer,
y efectivamente lo encuentran. Las reglas teatrales no van
contra el placer, pero son indispensables.
Contemporáneos del sujeto de la ciencia, para ellos el al-
ma no será un abismo ni un misterio. La mecánica de las pa-
siones, para emplear un término cartesiano, obedece a leyes
que normalmente pueden ser enunciadas. El arte del drama-
turgo será encontrar el medio gracias al cual el espectador
va a experimentar este placer lo más posible. Es la tesis de
Freud, así como de Lacan.
Sea principio del placer, sea catarsis, ambos serán encon-
trados en cuanto teatro haya. La problemática reciente que
discute si el teatro debe o no dar placer no tiene el menor sen-
tido a los ojos de los clásicos, de Freud o de Lacan. Hacer que
el espectador reflexione, suscitar y sostener ia crítica social,
viene a ser una herejía total, sólo sirve para aborrecer al es-
pectador.

Alain Badiou conjuga el Teatro de la Energía


con una idea-teatro
11
En el teatro, la Energía es más importante que la inter-
pretación, éste será el debate que será trabajado hoy."rn Ener-
gía aquí ¿sugiere deseo sin que éste esté fijado al placer? ¿Se-
ría ésa eventualmente la distinción a ser percibida en las
proposiciones de Badiou y Regnault?

10. Badiou, A.: "Lo que piensa el teatro", en Co11fere11cias de A/nin B11dio11
1w Brasil, Organizai;ao Célio García, Belo Horizonte, Ed. Autentica, 1999.
[Ed. cast.: Ala in Badiou, Reflexio11es sobre nuestro tiempo, Buenos Aires, Edi-
ciones Del Cifrado, 2000.]

114
Perversidad y perversión

"El mundo del teatro es pedido, convocado para el ejerci-


cio de esa energía de pensamiento", continúa Badiou. Una
opinión corriente, energética, no mayoritaria, serán los prin-
cipios de tal teatro. Badiou hace una apuesta: sus posiciones
sobre el teatro constituyen el auténtico gusto del público por
el teatro.
Los diversos componentes del teatro estarán reunidos en
un acontecimiento, la representación; sin embargo, al correr-
se el telón, ni las presentaciones precedentes o repeticiones
sucesivas impiden que cada vez sea del orden del aconteci-
miento, precisamente singular. Jamás una representación
conseguirá abolir el azar en el teatro. Ese acontecimiento es
un acontecimiento de pensamiento. Así, el agenciamiento de
los componentes produce ideas, son las ideas-teatro. El teatro
es el arte de la simplicidad. La idea-teatro es clara, es día so-
leado; aclara nuestra vida, de otra manera enmarafí.ada,
orienta la lectura de la trama de la Historia. Día de sol en la
plaza pública de la Historia o de la vida, la idea-teatro no se
hace esperar, adviene luego de que el arte es encontrado en
una de sus cumbres.

¿Qué sería la "en11111raii11d11 vida"?-por un lado, el deseo circulante en-


tre los sexos; por el otro, las figuras tan idealizadas, mortíferas, del
poder político y social. ¡Así es! Sólo el teatro es capaz de iluminar
todo eso al crear tipos que no dudan en adoptar el exceso iconoclas-
ta de la farsa, dotados de una simplicidad desconcertante.

Sabemos que Badiou mantiene la exigencia de una verdad


eterna a ser alcanzada no tanto por fuerza del rechazo de las
formas sensibles que desde allí se aproximan (las formas tea-
trales, por ejemplo) sino por la convocatoria de esas mismas
formas. La representación, el juego de escena, el actor, son fe-
nómenos en tanto la verdad es el trance que en ellos transita,
en otros términos, lo real. Contar con la evidencia del simu-
lacro no alcanzaría; constatar que el teatro es apariencia, jue-
go, máscara, ¡no es suficiente!
La mise-e11-sce11e que gobierna los elementos del teatro no
sería una interpretación, como habitualmente se la considera;

115
Célio García

el acto teatral es un complemento singular de la idea-teatro.


Y el actor, ¿ya se lo preguntó alguien?
El teatro no tiene como función provocar compasión en el
espectador; en vez de un teatro del cuerpo patético, de la
compasión, tenemos un teatro del "deseo y de la idea". En vez
de un teatro del patl10s, tenemos un teatro de la elucidación.
Ahmed (personaje de la pieza Alwzed, el filósofo) no es una víc-
tima, sino una figura diagonal, él mismo en la situación, sin
estar inscripto directamente por su estatuto ni por estructura
social. Así, circula, hace circular al deseo. Es lo que llamo po-
sición diagonal. Utiliza su estatuto de oprinlido, de alguien
que está en la parte inferior de la escala, corno un principio
de fuerza y energía. Actuando con una máscara, deja de te-
ner una identidad, estando o no estando al mismo tiempo
marcado por un estatuto predefinido. "Ironía de la comuni-
dad" (expresión de Hegel cuando se refería a la mujer), él ha-
ce aparecer una brecha, deshaciendo con ello la totalización
de la situación.
Foucault, Deleuze, Regnault y Badiou nos dan aquí testi-
monios de ese debate en que eí deseo se implica y se desim-
plica en su relación con el placer. El psicoanálisis, ¿participa
de ese debate en la 1nedida en que se impone la máxima de
Moliere en El enfermo inwgirwrio, adaptada por Regnault pa-
ra el psicoanálisis: "No conozco nada más ridículo que un
hombre que pretende curar a otro hombre" Ue 11c vais riell de
phzs ridicule q11'w1 lzonz111e qui se veut 111éler d'e¡¡ guérir un autre).

4. Connuzidad sill lazo social. lJ¡¡ estilo

Vamos a considerar la situación donde la perversión es


norma no corno lazo social, sino como estilo. El propio Lacan
mencionó la situación en que no existe lugar para la norma;
por ejemplo, en el discurso antiguo. 11

11. Lacan, J.: "Le Séminaire. Livre XIX", 1972, 3 de febrero (inédito).

116
Perversidad y peruersió11

Son testimonios que hablan de goce en vez de sufrimien-


to, de plenitud en vez de falta, autores para quienes ni el sa-
disnw ni la perversión habían sido convertidos en una nor-
ma social.
En cuanto a nosotros, ya no admitimos la violencia cuan-
do viene a perturbar nuestro sosiego de habitantes de la gran
ciudad, incluso sabiendo que en el sistema social vigente en-
contramos situaciones donde van a desarrollarse gestos de
violencia. Curiosamente, ya no tenemos ninguna tolerancia
para con los disturbios, el aparato de lo sagrado y el sacrifi-
cio cruento, el exceso; el sistema liberal capitalista nos pro-
mete el equilibrio de las cuentas del gobierno, el planeamien-
to asegurado, el aumento de la esperanza de vida.
La palabra final le cabe a Jean-Claude Milner, 12 cuya publi-
cación inicial en forrn.a abreviada tenía como título precisa-
mente "Les dilemnzes du plaisir".
En el mundo antiguo encontramos el "placer", el "acto se-
xual" y el "amor", en articulaciones propias a este mundo, a
saber: (1) placer y coito jamás estarán unidos; (2) no hay pla-
cer propiamente sexual; (3) las soluciones van desde la casti-
dad, predilección por los amores masculinos (Platón), hasta
la multiplicación de los contratos, amores masculinos tanto
corno femeninos (Lucrecio); (4) donde se concluye la "prácti-
ca esclarecida" de los afroditas: "placer y anwr, pero sin coi-
to" (Platón), "placer y coito, pero sin amor" (Lucrecio).
Ahora, los modernos rechazan lo que era evidencia para
los griegos: (1) estarnos todos convencidos de que el placer
sexual, de derecho, es posible; (2) pensamos al placer articu-
lado al registro del uso (véanse el fetichismo de Freud, la teo-
ría del valor de Marx); (3) y fue así que el clzarme desapareció
del universo, escapamos al dilema por el amor, esto es, una
vez más, por el "lzors-univers".

12. Milne1~ J.-C.: Le triple du plaísir, París, Éditions Verdier, 1997. [Ed.
cast.: Lo triple del placer, Buenos Aires, Ediciones Del Cifrado, 1999.]

117
Célio Garcit1

5. Perversión: ¿11orlila o estilo?

El término "perversión" desprovisto de su carga ITtoral


puede asumir la fornrn de estilo sin que la carga semántica
que le era destinada en términos de norma fuese definitiva.
Encontramos en la Grecia antiguan ese estilo (y no norma so-
cial) bien delineado. En esa Grecia alegre y antropmnórfica,
el sexo masculino en erección es la propia vida que se expan-
de en la fecundación. El_ft1sci1ws (plrnllos para los griegos) pa-
raliza la mirada de tal manera que el sujeto ya no se puede
apartar de él. A ese estilo cedió lugar la melancolía como nor-
ma sociat desde el principio para el mundo romano, ense-
guida para el mundo cristiano. Ningún rasgo de pecado ni
culpa hacía sombra tratándose de relaciones sexuales entre
los antiguos. La virtud (virtus, fuerza) es nítidamente fuerza
sexual. En el mundo romano, el espanto quedó registrado en
los frescos de Pompeya, el ol1sequiu111 de los esclavos en los
comentarios de los señores. El hombre está enraizado en su
deseo; ya el goce amenaza el deseo y su aversión a lo que ya
no está entumecido. El goce deshace la visión de !o que el de-
seo apenas había corn.enzado a vislumbrar. Por consiguiente,
para que los contemporáneos pretendiesen tener derecho al
placer sexual (verdadero axioma en los días que corren) pasó
a adquirir vigor una perversión generalizada. Cuando los
contemporáneos pasaron a tomar el sexo como uso, se abrió
una puerta para "futuros objetos de deseo" aún no cataloga-
dos, medicamentos que inciden sobre el Hujo sanguíneo en
las regiones cavernosas del pene, para reconfiguración de los
géneros (masculino, femenino). Y el tedio que ya se había
alojado en el corazón de los cristianos desde la Edad Media
no salió de allí ni dio lugar para el fin de los tabúes. ¿Dónde
está elf11sci1111s? ¿Dónde anda el encanto?

13. Quignard, P.: Le scxc et /'effroi, París, Gallimard, 1994.

llS
Pcrucrsidad y perversión

Acoso y otros procedimientos que escapan de la norma

Aislé tres cuestiones de actualidad, al intentar sorprender


cómo y dónde se menciona la cuestión de la perversión en
nuestra contemporaneidad.
1) El acoso sexual;
2) La erótica pueril, la pedofília;
3) El automorfismo como resultado de la cirngía, por efec-
tos de las hormonas o los productos químicos.
Vamos a partir de una pragmática social (veremos justifi-
cado el uso de ese término al final de la exposición) en vez de
una exposición teórica.

a) Acoso sexual:¿ "piropo" o "violencia perversa cotidia11a"?


El acoso sexual considerado como "violencia perversa de
lo cotidiano" ha sido motivo y bandera para camparl.as y pro-
testas por parte de diferentes instituciones y movimientos.
Tomo como ejemplo una de esas manifestaciones.
La campai'la contra la violencia y el abuso en ocasión del
acoso sexual promovió iniciativas por parte de grupos y per-
sonas que se sentían molestadas, involucrando a veces a
miembros de la comunidad universitaria o incluso teniendo
como palco el campus de algunas universidades norteameri-
canas. La víctima, al acusar al comparl.ero indeseable, decla-
raba su absoluta inocencia frente a la justicia, así como la cer-
teza de lo execrable del comportamiento. En la evaluación de
algunos casos ampliamente documentados en la prensa, lue-
go se constata que va a ser difícil definir lo que sería "sexual
lwrassement". El libro de Frederick CrewsH reúne una serie de
artículos sobre la materia originalmente publicados en el
New York Review of Books, documenta el proceso de hijos lle-
vando al estrado de los tribunales a padres y/ o adultos acu-
sados supuestamente de acoso sexual o maltratos en la infan-
cia, todo obtenido gracias a la recuperación de recuerdos en

14. Crews, F.: Tlzc mcnzory war. Freud's legacy in dispute, Nueva York, Re-
view of Books, 1995.

119
Célio García

el marco de un análisis u otro medio de investigación de la


memoria. Había evidentes exageraciones en esos procedi-
11
mientos. Tal vez por ello mismo, la National Association of
Scholarsjf, destacada entidad en el seno de la comunidad uni-
versitaria, que reúne a eminentes profesores e investigado-
res, mandó a publicar un largo manifiesto seflalando desa-
ciertos en la campar1a contra "abuso sexual". En cierto
momento dice: "Tlze NAS urges institutions of higlzer education
to define sexual lzarasse111e11t precisely... ".
Se convoca aquí con urgencia a la Universidad para que
se esclarezca el tema. Difícil pensar cómo vamos a definir Jjse-
xual lwrasse111e11t" sin apelar al psicoanálisis; difícil pensar la
cuestión del goce en nuestra contemporaneidad sin pensar
en psicoanálisis.
Acoso sexual puede, por lo tanto, ser identificado como
una de las cuestiones que encontramos cuando en nuestros
días pensamos en perversión.
Pero la NAS sabe que Dr. Freud desde el inicio enfrentó
riesgos de ver su erótica" asemejada pura y simplemente a
JJ

la erótica perversa, es decir, fuera de la norma. Una cosa era


hablar de estados hipnoides considerando la histeria como
una disfunción neurológica y un caso de doble personalidad
(como lo haría la Universidad) y otra cosa muy distinta sería
escuchar en el murmullo de la histérica suspiros por su mé-
dico. La teoría del trauma o incluso la teoría de la seducción
sexual precoz sólo vieron empeorar su situación: les faltaba
el decoro de los textos y los manuales científicos.
Vamos a pasar al segundo momento identificado por no-
sotros en nuestra pragmática social, buscando una vez más
elegir elementos para nuestro debate.

b) Erótica pueril. Pedofilia.


La reacción reciente con relación a la pedofilia discutida
en Europa Occidentat en ocasión de un episodio con amplias
repercusiones en la mass media", menciona aspectos frecuen-
JJ

temente evitados, censurados. Así, nos vamos a sorprender


con enunciados lanzados en el mercado del deseo y del goce.

120
Perversidad y pen1crsió11

Para eso vamos a examinar el artículo de Serge André1 5 y


el debate que circula en el mismo site. Vamos a leer con igual
interés la revista INFINI nº 59 con artículos sobre la pedofilia.
Si tuviéramos que responder a la NAS tratándose de ni-
flos, diríamos que el Dr. Freud osó pensar que el niflo era un
perverso polimorfo. El psicoanálisis sería capaz de pensar
que la calle vista de lejos por el niño, desde dentro de nues-
tras casas, es el lugar de todas las promesas maravillosas que
el mru1do hace brillar. "¡Un día voy a ser grande para salir
por la calle!" El imaginario encontrado en novelas y en rela-
tos recogidos en situaciones privilegiadas nos habla de fanta-
sías, de sueífos, de raptos. Ser un niño raptado ... puede haber
sido el sueño de muchos de nosotros.
Los hijos de los pobres son llevados a vivir en la calle o en
instituciones. Sabemos que, si alguien deja de asegurar la su-
pervivencia de un niño, la institución pública, por lo menos
en Brasil, se desentiende de hacerlo; el niño pasa a vivir en la
calle. Encuentra en la calle un mundo ... donde es raptado.
La gran ciudad agrava las situaciones que podemos ilna-
ginar siquiera posibles. Ahora tenemos frente a nosotros to-
dos nuestros fantasmas, sin que hayan pasado por los sue-
flos; así ya no sabemos ni conseguimos soñar más. Todo
sucede por fuera del sueño. Era durmiendo que teníamos ac-
ceso a nuestro real. ¡Pero la calle no dejó de ser un rapto!
¡A pesar de la miseria, la injusticia social, la explotación, la
prostitución, la criminalidad, la acción violenta de la policía,
la calle es un rapto!
El rapto, creación de la erótica pueril, es algo maravilloso
donde se encuentran fantasías del raptor y del raptado. En
cuanto a la erótica pueril, podemos definirla como "une jouis-
s1111cc nutre que plwlliquc, jouissance qu'on éprouve et dont 011 ne
sait ricn" .16 O como está sugerido en Lacan, Le Se111í1Z11ire Encare,
página 71, "Elle vic11t d'w1 désir d'w1 bien au second dégré, d'un

15. "La signification de la pédophilie", http:/ /users.skynet.be/polis/1-


/ cliandre3fr.h h11.
16. Lacan, J.: Le Sé111i1111irc. Libre XX: E11core, París, Seuil, 1975.

121
Célio García

bien qui n'est pas causé par un pelit a" (citado por Philippe
Foresten la revista INFINI.)
Ya no es posible hablar del niño manteniéndome al mar-
gen del sistema que creó la infancia actual, en las ciudades,
medianas y grandes. Al definir la infancia, el sistema psico-
lógico, político, la compartimentó manteniéndola en un esta-
do de sopor.
La calle es concebida muchas veces corno el lugar de la
muerte, ¡lo sé! Eso se da porque la policía no deja a los niños
en paz; los nif1os tienen que estar atentos, la policía, la violen-
cia, llegan en cualquier momento.
No tengo nada que decir respecto a cóm~o y dónde se de-
ben equipar los colegas que trabajan con los chicos de la ca-
lle. Creo que la psicología es un equipamiento. No vale la pe-
na decir simplemente que la psicología es equivalente a la
policía. La psicología coloca a disposición del educador, de
la asistente social y del personal técnico, un cierto núrnero
de técnicas de abordaje. Esas técnicas sirven para que la per-
sona no vaya con "el pecho abierto" de modo de no quedar
excesivamente ligadas a los chicos ni que pretendan respon-
der con promesas que nunca serán cumplidas. A eso llamo
equipamiento. La población en general no tiene a su disposi-
ción lo que denomino equipamiento, utilizado por el técnico
psicólogo, psiquiatra o asistente social. Es un equipamiento
de protección, necesario.
Luego del "reino del padre", luego del "período de indul-
gencia", cuando Summerhill nos decía que demos libertad a
los niúos, la etapa actual, con el "declinamiento de la función
paterna", lleva al adulto a gozar del niüo, incluso gracias y a
través del amor hacia él, volviéndose éste objeto de goce. El
padre autoritario era capaz de imponer el silencio, verdade-
ra omertá vigorizada entre los adultos, y el criinen fundamen-
tal era el parricidio. Hoy, el niüo "nicho" (vocabulario de los
publicistas) es cobijado por su capacidad en términos de
mercado.
11
En la propaganda de Nestlé, se dice: En Nestlé, el presi-
dente es el bebé". Disneylandia sería el país, el monumento

122
Perversidad y perucrsióll

erguido para conmemorar este reinado. Adultos infantiliza-


dos privados de la dim.ensión de la realización del goce y ni-
fl.os idolatrados componen una infantilización del mundo,
concluye Serge André.
El niflo pasó a ser un lujo, cuando antes era una riqueza.
Falta poco para el pedófilo (eterno niflo imaginario), para
quien el niño es el fetiche, encarnación de la desmentida de
la castración.
Ahora la infancia no existe, concluye Philippe Forest (en la
revista INFINI citada en más de un párrafo), o entonces ella es
la revelación de nuestra propia idealización de la infancia.
Corno no creem.os que el goce sea pasible de distribución
equitativa ni democrática, siendo la única comnwdity sin coti-
zación en el mercado (mucho menos de futuro, pues, ¿quién
sabe cómo evolucionará el deseo?), el publicista del año in-
venta cómo va a comportarse el niúo consumidor.
En un libro que pretendía analizar la realidad brasileña 17
se denunciaba el illlpasse en la cultura que se manifestaba en
la falta de voluntad política que viabilizase el proyecto nacio-
nal, constatándose efectos de denegación peligrosa seguida
de indiferencia por parte de los dirigentes responsables.
Por otro lado, la erotización de la vida pública, cuyo ejem-
plo notorio es el carnaval, contribuyó para la represión de los
acontecimientos que marcaron nuestra propia Historia, a
partir de entonces sólo conocida si era revestida por la gracia
del folclore.
En fin, "un amor por la cosa brasileña", aunque mal defi-
nida, sirve de velo encubridor para muchas de nuestras cues-
tiones de moral pública, o así denominada "deuda social".
Queda claro que la "deuda social" nunca fue redirn.ida, y que
el "estilo brasileño" no es un sustituto a la altura de lo que en
Occidente desde los griegos llamamos ética.
Serge André inicia su conferencia sobre pedofilia pregun-
tándose por la práctica rnarginat hasta cierto punto, que

17. Geffrey, Ch.: Le 110111 du 111al/rc. Co11tributio11 11 l'anthropologic analyti-


quc, Estrasburgo, Éditions Arcane, 1987.

123
Célio García

constituye el psicoanálisis en el campo social; agrega que el


psicoanálisis es el único que permite el acceso a la subjetivi-
dad del ser. Declara haber atendido pedófilos en su clínica, lo
que parece ser evitado por la mayoría de los analistas; cuan-
do por ventura un pedófilo se dirige a un psicoanalista, éste
tiene la tendencia a considerarlo un caso de "falsa demanda".
Para Serge André se trata de denegación o pánico irracional.
Como sabemos, la cuestión de la pedofilia estuvo en el ta-
pete en Bélgica recientemente, debido a acontecimientos que
conmovieron a la opinión pública. Marc Dutroux fue acusa-
do de numerosos casos de crueldad, crímenes sexuales y ase-
sina tos de chicos. Serge André propone distinguir este caso
de otros considerados como propiamente casos de pedofilia,
esto es, amor selectivo por niúos, amor entendido en el sen-
tido amplio, desde el amor platónico hasta la relación sexual.
Serge André llama la atención respecto a una cuota de sadis-
mo presente en la sexualidad y en experiencias durante la in-
fancia, retratada en los cuentos e historias que se cuentan pa-
ra los niüos o que ellos inventan, negadas frecuentemente
por los adultos. nPegan a un nff10" se volvió la referencia
prínceps en el abordaje de ese aspecto de la experiencia entre
los humanos.
Más allá de eso, vale seüalar la sensibilidad cuidadosa de-
mostrada por el público de una manera general, con relación
a cuestiones respecto a los nir1os sometidos a malos tratos,
consecuentemente próximos a los pedofílicos. Serge André
documenta esa sensibilidad comparando reacciones vigentes
en los aüos '80, con manifestaciones más recientes, indicando
1995 como una marca importante. ¿Qué habrá sucedido en-
tonces?
La cuestión de la pedofilia en este afio, 2001, fue reton1ada
por la prensa cuando un diario inglés, The Oliserver (del 28 de
enero), publicó fragmentos considerados chocantes del libro
de Daniel Cohn-Bendit, Le grand bazar, de 1975. En la secuen-
cia, tres diarios europeos (el italiano La Repzíbl ica, el alemán
Bild, el inglés fodepe11det) abrieron el espacio para las repercu-
siones actuales suscitadas por el libro.

12.4
Perversidad y perversión

En el libro, Cohn-Bendit da cuenta del ambiente de los


aüos '60, de la vivencia de la sexualidad en esa época, 18 rela-
ta sus experiencias como educador en un Jardín de Infantes
en un régimen de autogestión en Francfort. 19
En Francia, L'Express del día 22 de febrero vuelve al tema
con el artículo "Les remords de Cohn-Bendit". Estamos en
vías de darle las espaldas a lo que fue la revolución sexual de
Mayo del '68 y lo que nos fue legado por los af'tos '60; algu-
nos antiguos militantes, mientras tanto, traen declaraciones,
firman cartas donde reconocen lo que fue la experiencia pro-
piciada por el Mayo del 68, su lenguaje ingenuo, la innegable
originalidad. 211
Vamos entonces al tercer tópico, -último intento del adulto
para alcanzar el goce en nuestra época cuya norma sería la
perversión.

e) Autom01fismo - Futuro de la sexualidad


Si consultamos los trabajos consagrados en psicoanálisis,
poco tendría1nos para decir sobre el futuro de la sexualidad,
sobre el goce, gracias a los Ílmumerables procedirnientos ya
disponibles en este nuevo siglo. Es probable que los procedi-
nüentos químicos tipo Viagra tengan una insospechada irn-
portancia en la medida en que desarticulan, consiguen sepa-
rar los dos términos, placer y Otro.
Lo que era hasta ahora elemento de diagnóstico tratándo-
se de "nuevos síntomas" (toxicomanías por ejemplo), para
los cuales se habría roto la articulación habitual "goce X gran

18. Recordemos un eslogan que cubría los muros de París, "JI est intcr-
dit d'i11tcrdirc".
19."ll m'est arrivé plusieurs fois que certains gosses ouvrent ma bra-
guette et commencent a me chatouiller. Je réagissais de maniere différente
selon les circonstances, mais leur désir me posait un probleme ... .S'ils insis-
taient, je les caressais quand meme".
En una carta enviada a los diarios, el diputado del Partido Verde en el
Parlamento Europeo se explica: "11 s'agissait de transgresser des frontieres
et de briser des interdits. Cela n'a rien a voir avec des abus sexuels".
20. Jounwl Libération, 11 de diciembre de 2000, "Les futurs objets dudé-
sir", Ondine Millo t.

125
Célio García

Otro", parece valer como procedimiento general, operándo-


se la misma desarticulación. Acompaüado del desconoci-
miento del gran Otro, la ruptura referida tendría connotacio-
nes autistas, lo que aparta al sujeto de la colectividad, a no
ser una colectividad resultante de una uniforrnización infali-
ble de síntomas. Es difícil ser impotente.
Corno efecto, la articulación habitual hacía pasar el goce
por la negociación que cada uno establecía con el gran Otro,
aun cuando fuese el goce supuestamente infinito, sabidamen-
te marcado desde el origen por la falta; el sujeto se mantenía
así en su singularidad, su historia, a la que él tanto aprecia.
Como no encontré literatura científica (sería el caso decir-
lo a los profesores y sclzolars de la NAS), consulté literatura
alternativa que da cuenta de procedimientos eróticos a ser
encontrados en el futuro.
En un archivo encontrado en Internet,2 1 Natacha Vita Mo-
re cita un libro de ficción donde se pretende que "111 fivc years,
thc pe11is will be obsoletc".
Y continúa: "Tal vez nuestros genitales mudarán de for-
ma, tal vez tengamos nuevos géneros o mezcla de géneros.
Tal vez podamos eliminar el sexo físico y activar el centro de
creatividad en nuestros cerebros". En el párrafo "autmnorfis-
mo de género y sexualidad", continúa examinando diferen-
tes tipos de sexualidad. "En el futuro tal vez podamos con-
servar algunas sensaciones con vistas al placer, otras con
vistas al dolor. Tendremos posibilidad de sustituir partes de
nuestro cuerpo y volvernos posbiológicos. Sexo (funciones y
órganos reproductivos) han sido modificados por la cirugía y
por el tratamiento por hormonas. Para dar nueva forma a la
sexualidad y elegir de manera independiente nuestras iden-
tificaciones, usamos tecnologías y cirugía plástica, en el futu-
ro la sexualidad puede evolucionar radicalmente".

Tuve que recurrir a este tipo de literatura para encontrar


documentación que nos diga cómo una operación de auto-

21. http:/ /www.extropic-art.com Natasha Vita More EXTRO nº 3, 1997.

126
Perversidad y perversión

morfismo puede introducir nuevos elementos en la sexuali-


dad, incluso eventualmente en lo que llamamos goce. Los
aparatos ya encontrados en un sex-slwp no pasan de ser una
caricatura, en el mejor de los casos, demostración para curio-
sos o desocupados, frente a lo que el término automorfísmo
sugiere.

Los futuros objetos del deseo

Éste fue el título adoptado por Libémtio11 22 para mencionar


técnicas que existen o que van a existir a la brevedad. Verda-
deras cajas de deseo como el conocido cybersuit en dos ver-
siones, una para hombres y otra para mujeres, que permite
vía intemet estimular zonas erógenas de un partenaire situado
a miles de kilómetros. En ese tipo de sexualidad, sin ninguna
proximidad, sin intimidad, el partenaire es alguien que envía
buenas descargas. Liberalismo sexual o normalización con-
trolada, tenemos que contar con efectos sobre el erotismo,
nos adelantan los especialistas. De cualquier manera, el pla-
cer está a la orden del día. El siglo XXI se anuncia como el si-
glo de la sexualidad espontánea, sin fronteras y sin restriccio-
nes, asegurando el placer mutuo y compartido.
Los medicamentos ya documentan lo que se puede conse-
guir en la m.ateria. El filme de Almodóvar Todo sobre mi madre,
explora de manera artística el tema. El funcionamiento am-
pliado de procedimientos de esta naturaleza exigiría un códi-
go médico que asegurase el uso para individuos, impidiendo
cualquier fantasía de eugcnismo para colectividades o grupos.
Véase Sloterdijk23 respecto de la urgencia de un código de pla-
neamiento biogenético del hombre. ¿Nornl.a o estilo?

Traducción del portugués: MARINA RECALDE

22. Ibíd., nº 20.


23. Sloterdijk, P.: "Regras para um parque humano" (conferencia), Joma/
Fo/Iza de Sño Paulo-Caderno MAIS!, 10 de octubre de 1999.

127
7. DE LA SERVIDUMBRE FEMENINA*
Pnrveen Adnms

A menudo se requiere de los estudiantes de ciencias socia-


les ensayos, que ellos entregan obedientemente, referidos a la
naturalidad del sexo y al carácter construido del género. Lo
biológico y lo sociológico plantean poca dificultad a los estu-
diantes de ciencias sociales, saben qué es eso. Se puede pen-
sar el sexo en términos biológicos; se puede pensar el género
en términos sociológicos. Introducir la teoría psicoanalítica
es complicar las cosas porque tenemos que hacer lugar a una
realidad más, esta vez la realidad psíquica. Si el psicoanálisis
está tratando con una realidad absolutamente diferente no es
sorprendente que parezca no tener qué decir sobre sexo y gé-
nero. De lo que el psicoanálisis habla es de la sexualidad.
Ciertamente la sexualidad puede ser pensada en términos
biológicos o sociológicos, pero en ninguno de estos casos
coincide con el concepto de Freud. Para Freud, la sexualidad
es un impulso que habita y determina el espacio de una rea-
lidad psíquica. Hay una rajadura entre éste y el concepto de
sexualidad tanto como instinto cuanto corno algo determina-
do por el medio ambiente.
No obstante, quiero dejar algo en claro: lzny un sentido, y
esto es importante para la tesis de este artículo, en el cual la
teoría de Freud de la sexualidad está sujeta intrincadamente
tanto al sexo biológico corno al género sociológico. Esto es

*Extraído de P. Adarns, Tlze Emptincss of tlze I111age, Psyc!zoanalysis and Se-


xual Diffcrc11ccs, Londres-Nueva York, Routledge, 1996.

129
Pa rvccll Ada ms

importante porque quiero mostrar más adelante lo que po-


dría ser una separación de sexo y género. Por supuesto estoy
hablando de sexualidad genital. En la teoría freudiana, si
bien la sexualidad impregna la infancia, la sexualidad infan-
til no sabe de la diferencia sexual. Es la sexualidad genital,
fundamentaln1ente alterada por lo que la precede, la que es-
tá estrechamente anudada al sexo y al género en la teoría
freudiana. Sexo, sexualidad y género forman un nudo del
cual la sexualidad no puede ser desintrincada fácilmente.
Ahora bien, acerca de estos nudos que conforman sexo,
sexualidad y género, podemos decir que a veces son nudos
flojos y a veces son nudos firmes, y que corresponden a los
nudos que forman a las mujeres y a los nudos que forman a
los hombres. Sin duda estos nudos tienen sus variaciones,
pero la diferencia genérica persiste. Y si bien a veces los hom-
bres se pueden decir ser femeninos, los nudos persisten co-
mo nudos firmes; y si bien a veces las mujeres se pueden de-
cir ser masculinas, los nudos persisten como nudos flojos.
Para ver la diferencia genérica más claramente, consideren
el complejo de Edipo, el momento de la diferenciación en mas-
culinidad y feminidad. El complejo de Edipo y su resolución
giran en torno de la cuestión de la castración, una falta repre-
sentada por el significante fálico, una castración que presupo-
ne el falo como pi..mto de referencia. Tanto el niño como la ni-
ña tienen que someterse a la castración para pennitir la
emergencia del deseo, esa investidura del objeto con valor eró-
tico que hace posible la relación de objeto. Para demostrar la
intrincación de sexualidad y género es crncial hacer absoluta-
mente explícito cómo opera. Toda la economía del deseo se ba-
sa en el falo y este falo es ah·ibuido al padre. Moustapha Sa-
fouan es completamente claro sobre esto cuando explica el
desplazamiento de la elección narcisista a la elección de objeto:

En efecto, la función del ideal, en cuanto atraviesa toda la economía


del deseo, está basada precisamente en la promoción del falo cuya
insuficiencia es descubierta por el nirl.o y su no-existencia por la
niña, a una temprana edad en un atributo del padre (Safouan, 1990,
pág. 280).

130
De la servidumbre feme11i11a

De modo que si el deseo es la investidura del objeto con


valor erótico, esta investidura no está efectuada en relación
con la diferencia como tal, sino en relación con una diferen-
cia de género. El valor erótico del objeto depende de la cues-
tión de si el hombre o la mujer tiene el falo. El deseo es en-
gendrado por la diferencia.
En la práctica, el nifto y la nma tendrán una relación dife-
rente con el falo debido a la diferencia anatómica de los se-
xos. Ahora bien, una diferencia de género no importaría si no
fuera por el hecho de que tanto el sexo como el género de la
nifta, operan para obstruir su entrada en el deseo. En el caso
de la nii1a, el complejo de Edipo no admite solución, todo lo
que parece una solución naufraga secretamente debido al es-
trago del Penisneid.
Veamos primero cómo el nifto recorre el camino del deseo.
Para el niúo, el complejo de Edipo conduce al complejo de
castración y, con la espada de Damocles amenazando sus ge-
nitales, el nii1o tiene que decidirse apresuradamente. Usual-
mente lo hace renunciando al amor por su madre, también re-
nunciando al amor por su padre y a cambio identificándose a
él; con la premisa de que se reconoce diferente del padre en lo
que concierne a lo sustancial. La identificación sostiene una
promesa para el futuro en lugar de la castración siinbólica.
Para las niñas, el complejo de castración precede al com-
plejo de Edipo. Una vez que está segura dentro del comple-
jo, Freud le da tres opciones: renuncia a la sexualidad, o fe-
minidad, o masculinidad. Es Catherine Millot, una analista
lacaniana, quien descifra lo que estas opciones suponen para
la entrada de la niña en el deseo. En su artículo sobre el Su-
peryó femenino las discute de una manera notable (Millot
1990). Fundamentalmente la opción es permanecer dentro
del complejo de Edipo y no acceder al deseo (renuncia a la se-
xualidad y envidia del pene, que es un modo del complejo de
masculinidad) o la de una salida del complejo de Edipo que
no obstante permanece marcada por el deseo del falo pa ter-
no, una entrada problemática en el deseo (feminidad y com-
plejo de masculinidad).

131
Parvcc11 Ada111s

Para entender este panorama de las sexualidades femeni-


nas podemos imaginar un grupo de niftas poscomplejo de
castración holgazaneando dentro de esa estación de refugio,
el complejo de Edipo. De hecho, para ser más precisos, algu-
nas niñas no están tan cómodas; la castración ha sido un trau-
ma, saben que nunca tendrán nuevamente un genital mascu-
lino y están totalmente desalentadas (leer: renuncia a la
sexualidad). A cierta distancia se encuentra la salida del com-
plejo de Edipo, la entrada en el deseo. Estas nil1as olvidan su
existencia, miran vagamente en otra dirección. Otro grupo de
niúas enfrentan a sus padres, no se resignan a su pérdida y
reclaman ruidosamente lo que quieren (leer: Pe11is11cid). Estas
niñas tampoco ven el cartel que dice "Salida del complejo de
Edipo". Pero hay algunas que lo hacen y descubren una de
dos vías de salida. Algunas vislumbran que un bebé sería un
buen sustituto de lo que quieren (leer: feminidad), y algunas,
dándose cuenta de que el padre no les dará el genital mascu-
lino, deciden renunciar a amarlo y renunciar al reclanw de su
amor. Van por él de otra manera, se identifican a él (leer:
complejo de masculinidad). Esto quiere decir que abandonan
sus demandas y pueden salir. Por supuesto emergen del otro
lado en el dominio del deseo, pero con un Superyó parental.
Seguro, estas niñas acceden al deseo, pero algo está rnal. Ca-
da una goza de la fantasía de poseer el órgano masculino,
gracias a lo cual sufrirá ahora de una ansiedad de castración
de cierta magnitud. La paciente de Joan Riviere es el ejemplo
clásico (Riviere, 1929). Un ejemplo, corno lo plantea Catheri-
ne Millot, de una mujer que se considera hombre y que pasa
por mujer. Siempre que esta rn.ujer exponía exitosamente en
público sus considerables dotes intelectuales estaba obligada
a invertir este desen1peño mirando a y coqueteando con figu-
ras paternas que habían estado presentes. Ésta era una mane-
ra de mitigar la ansiedad y el tern.or a la represalia produci-
dos por la fantasía de que poseía el órgano masculino.
Como el complejo de Edipo tiene que ver con la promo-
ción del falo paterno, pareciera que la nil1a fuera a perder. Su
sexualidad, femenina o ni.asculina, va a estar fuera de regla.

132
De la scruidumbre fclllc11i11a

Para ella no hay salida ideal del complejo de Edipo; el com-


plejo de Edipo neurotiza a la niña. Una cosa es decir el
complejo de Edipo es la fuente de todas las neurosis, total-
mente otra es reconocer que el complejo de Edipo patologiza
la feminidad y la sexualidad femenina.
Catherine Millot va más allá: en el dominio de la función
paterna, la mujer no existe -una buena vieja proposición la-
caniana que Millot entiende como la imposibilidad de una
identificación femenina posedípica-. La mujer no existe por-
que no hay salida ideal del complejo de Edipo para la niúa.
Tampoco puede la mujer llegar a la existencia copiando la en-
trada del hombre en el deseo: simplemente no funciona. En
el esfuerzo de no dejarla evaporar totalmente, nos es ofreci-
da la noción de goce femenino. En todos los movimientos que
hacen las mujeres Lacan ve un goce que intenta pero por su-
puesto no puede realizarse en el dominio fálico y es propues-
to como un goce m.ás allá del falo. 1 ¿Pero esto sirve?
Dado un niño con un pene y una niña sin, un padre con
falo y una madre muy probablemente sin, el escenario está
preparado para todas las posiciones de los personajes, para
sus envidias y ansiedades, para la mascarada de la femini-
dad, para la infidelidad de la 111asculinidad, para la decep-
ción mutua, y para todos los niños que actúan como niñas y
se visten como niños.
Todo esto no hace más que reproducir el orden social y fa-
miliar, el orden en el que el falo coincide con el padre, en el
que los lazos entre sexo, reproducción y género encuentran
un sostén material. Yo creo que el psicoanálisis freudiano ha
descubierto la psiquis humana -la necesidad de una relación
con el falo y la necesidad de representaciones inconscientes
que articulan el espacio entre pulsión y deseo-. La cuestión

1. Véase J. Lacan: "Ideas directivas para un congreso sobre la sexualidad


femenina", en Escritos 1; "Dios y el goce de La mujer", en El Seminario. Li-
bro 20, Aun. La cuestión del goce femenino está contemplada en M. Montre-
lay, "lnquiry into Feminity", P. Adams y E. Cowie (trads. y comps.), Tlzc Wo-
1J11111 i11 Questio11, Boston, MIT Press, 1990; traducido del francés:
"Recherches sur la féminité", en L'0111bre el le 1w111, París, Minuit, 1977.

133
Paruce11 Adams

teórica es: ¿podrían ser diferentes estas representaciones in-


conscientes? ¿Qué relación con la realidad podría tener una
representación inconsciente? ¿El inconsciente simplemente to-
ma prestado lo que es más apropiado y está a su alcance, en
cuyo caso los trozos de realidad que son tomados en una re-
presentación no son más que materializaciones posibles y pre-
decibles de la vida inconsciente? ¿O aspectos de la realidad
empujan y hacen posible un cambio en el equilibrio de la vida
inconsciente, en cuyo caso la realidad produce una posible pe-
ro impredecible materialización de la vida inconsciente?
Decir que las representaciones inconscientes podrían ser
diferentes es decir que la sexualidad se podría organizar en
una relación diferente al falo, que podría haber nuevas se-
xualidades. Tal vez estas nuevas sexualidades estarían divor-
ciadas de las posiciones de género. En este artículo quiero
mostrar cómo se pueden identificar y explicar nuevas sexua-
lidades usando conceptos psicoanalíticos. Espero surnar al-
gunos argumentos nuevos a los debates sobre política sexual
mostrando que el psicoanálisis puede teorizar nuevos fenó-
menos sin transformarse en sociología o psicología.

Hay masoquislllo y masoquismo

Sin duda una cierta rigidez, repetición y compulsión ca-


racterizan todas las posiciones sexuales, siempre hay condi-
ciones de satisfacción. Pero una sexualidad compulsiva, la
falta de potencia que es un terna tan frecuente en la literatu-
ra clínica sobre masoquismo, junto a la desviación de una re-
lación organizada genitalrnente con el sexo opuesto, es seña-
lada corno la estructura que llamamos masoquismo clínico.
Aquí hay una regresión de la genitalidad a la analidad
que es suficientemente evidente en el pegar en las nalgas y en
la micción y defecación en la escena sexual. Puesto que el he-
cho de que la madre y el padre hayan copulado es desmenti-
do, el sexo genital debe ser reemplazado y el placer sexual
debe procurarse de estas otras formas. McDougall (1980) es-

134
De la scn;idumbre femc11i11a

pecifica esta tarea como la reinvención de la escena primaria


(y también sugiere una forma en la que la regresión a la ana-
lidad conduce a una falta de potencia: "la escena primaria,
despojada de su significación genital, deviene una pelea
anal-narcisística. El orgasmo entonces es equivalente a una
pérdida de control, y frecuentemente debe ser diferido o aun
evitado totalmente").
El masoquista clínico parece encarnar una desviación de
una relación heterosexual genital en el sentido de que ha
mantenido una referencia a la norma paterna al mismo tiem-
po que participa de los placeres de la sexualidad perversa. El
rnasoquista clínico debe desmentir activa y constantemente
la relación entre los sexos que es organizada por la ley edípi-
ca. El orden edípico es una amenaza para él. El género per-
siste como amenaza a su sexualidad.
Creo que esto se aclara cuando observamos qué quiere de-
cir la heterosexualidad del masoquista clínico, ya que la pa-
reja tradicional masoquista es por cierto una pareja heterose-
xual. Freud había argumentado que el masoquista escapa de
la posición homosexual tanto por regresión a lo anal-sádico
cuanto conservando la oposición de los sexos en la fantasía
"pegan a un niño". Sea lo que fuere que podamos pensar de
este argumento general, el hecho es que otros también han
documentado esta evitación de cualquier traza de homose-
xualidad de parte del masoquista. McDougall escribe de un
paciente que pagaba a prostitutas para que lo azotaran y le
patearan sus genitales. Este hombre se puso muy ansioso
cuando otro cliente reivindicaba cierta similitud con él por-
que éste, también, pagaba para ser azotado en los genitales,
aunque en este caso era azotado por varones. McDougall ci-
ta al paciente: "Pero ese hombre está loco. No tenemos abso-
lutamente nada en común. ¡Bueno, es un homosexual!".
Pero desde ya el masoquista clínico no es un heterosexual
corn.ún. Es heterosexual en tanto no puede soportar transgre-
dir las demarcaciones de género aun a pesar de su sexuali-
dad. Su sexualidad se organiza vía la mujer que lo va a dis-
tanciar tanto del padre como de los hombres, que pueden

135
Parvcrn Adams

servirle corno objetos del deseo tanto corno objetos de identi-


ficación. Su pareja femenina se confabula con él en la dene-
gación de la realidad de la castración fern.enina y, al seducir-
la, socava el lugar de la mujer en el orden edípico. La escena
primaria inventada debe contar con una mujer y si el maso-
quista clínico gusta de ser pegado está claro que justan1ente
no cualquiera puede administrar este azotamiento. Cuando
Severin, el héroe de La Ve1111s de las pieles de Sacher-Masocl1,
es azotado por el Griego, la realidad sexual irrumpe. Es de-
masiado. Por cierto esta paliza cabal cura a Severin de suma-
soquismo. Una vez ff1ás vemos cuán sumamente precaria es
la posición perversa. Y una vez más se debe a la precariedad
del rechazo de la realidad sexual del orden edípico.
La heterosexualidad del masoquista clínico en sí misma es
un intento de construir la diferencia. Esto puede parecer algo
bizarro, pero esta heterosexualidad es una co11serne11cia de la
desviación de una relación organizada genitalmente con el
sexo opuesto. Hay aún una paradoja rnás, esta heterosexuali-
dad no es heterosexualidad porque el masoquista clínico per-
11wnecc en el borde del orden edípico.
La cuestión es entonces si toda la sexualidad humana es-
tá organizada edípicamente o si hay perversiones que no es-
tán organizadas así y que son en principio disociables del
masoquismo clínico. Lo que significa preguntar si el modelo
psicoanalítico es correcto al suponer que la desmentida de la
verdad de la diferencia sexual en el corazón de todas las per-
versiones siempre tiene las mismas consecuencias. Quiero
decir que existen nuevas sexualidades. Esto quiere decir que
no es suficiente sostener tanto que el sadomasoquismo les-
biano es una perversión cuanto que no es una perversión. Es
necesario insistir en que no participa de la estructura de la
heterosexualidad ni de la de la perversión tal con10 el psicoa-
nálisis las describe.
Pero no podemos establecer la cuestión de la h0111ogenei-
dad de las perversiones sin observar que en esta formülación
la idea de perversión no está suficientemente problernatiza-
da. ¿Cuándo una perversión es una perversión? Podríamos

136
De la servidumbre fc111c11i11a

hablar de perversión cuando es posible identificar procesos


que despuntan desde la denegación y el fetichismo. có-
mo habremos de concebir nuevas sexualidades que no serán
las mismas entidades que Freud investigó? Si podernos de-
mostrar que hay entidades que son "perversas" descriptiva-
mente pero que no comparten la misma estructura, habre-
mos demostrado que los procesos psíquicos no determinan
por sí mismos las sexualidades y su estructura. 2 Me pregun-
té al comienzo si "aspectos de la realidad empujan y hacen
posible un cambio en el equilibrio de la vida inconsciente que
podría producir una posible pero impredecible materializa-
ción de la vida inconsciente". Ahora me pregunto si el sado-
rnasoquisrno lesbiano es una materialización semejante.
¿El sadornasoquisrno lesbiano puede ser considerado un
caso de una organización predominantemente perversa de la
sexualidad y, si es así, debe ser considerado de la misma ma-
nera que el masoquismo tradicional? Creo que el prim.er in-
tento de respuesta a esta pregunta debe ubicarse a nivel de los
hechos. Mienh·as la literatura sadomasoquista lesbiana3 des-
cribe prácticas que se ajustan a las descripciones de las esce-
nas masoquistas que he delineado, hay diferencias importan-
tes entre la sadornasoquista lesbiana y el masoquista clínico.
Estas diferencias sugieren que, si bien estarnos tratando de la
perversión, no estamos tratando de la misma estructura.
¿Cuáles son precisamente las similitudes y diferencias en-
tre la mujer lesbiana sadornasoquista y el hombre masoquis-

2. Las entidades pueden diferenciarse de distintas formas. La homose-


xualidad que tradicionalmente es sostenida como siendo lo mismo desde
los griegos hasta los tiempos modernos puede diferenciarse psicoanalítica-
mente, porque es posible argumentar que la "homosexualidad" griega no
era una perversión. Sin ser'\alar esta cuestión teórica particular que estoy en-
fatizando, Georges Devereux, el muy conocido antropólogo y psicoterapeu-
ta psicoanalítico, ha argumentado lo mismo. Véase G. Devereux: "Greek
Pseudo-Homosexuality and the 'Greek miracle"', Symbolae Osloenses, vol.
42, 1967.
3. Califia, P.: Fe111i11is111 a11d Sado11111soc/1is111, Heresies, 1981, vol. 3, nº 4,
# 12; Samois (ed.), Co111i11g to Poruer, Boston, Alyson, 2" ed., 1982; Sapplzistry:
Tlzc Book of Lesbia11 Scxuality, Tallahassee, Fl, Naiad Press, 2" ed., 1983.

137
Pan1ec11 Ada111s

ta tradicional? Se pueden resumir en una frase: las similitu-


des estriban en las escenas que comprometen fetiches azota-
1

miento, servidumbre, todo lo que va con el factor de la fanta-


sía y el suspenso; las diferencias son que el sadomasoquisrno
lesbiano parece no ser compulsivo, puede tan fácilmente ser
genital como no, y es un asunto de mujeres.
Lo sünilar es lo que procede de la desmentida y conduce
a la desgenitalización de la sexualidad, aun cuando la lesbia-
na sadomasoquista tiene capacidad de placer genital. Podría-
mos preguntarnos si el placer genital continúa disponible si
solamente estamos frente a un surtido inusual de placeres
preliminares. Si ése fuera el caso, la ausencia del elernento
compulsivo estaría explicada. Pero esto es demasiado sim-
ple. Los placeres preliminares son prefigurados por la satis-
facción de las organizaciones pregenitales de la sexualidad.
El placer de besar remite a la gratificación oral. El fetiche, el
látigo, la mordaza, la suspensión y la demora no soportan la
misma relación con ninguna gratificación pregenital. ¿De dón-
de provienen? ¿Es posible tratar estas formas de satisfacción
como m~eras conductas, azarosamente dispuestas? Hablando
psicoanalíticamente, todas las conductas conducentes a lasa-
tisfacción sexual tienen una significación psíquica, estamos
tratando con los indicios de la denegación que indican per-
versión. Por cierto hay una alusión al proceso de denegación
en todos nosotros, pero no cualquiera construye un fetiche.
La distinción de Mannoni entre el donünio de la creencia y el
fetiche efectivo quiere decir que podemos distinguir entre la
denegación del neurótico que sostiene dos creencias conh·a-
dictorias y la denegación del perverso que efectivamente cons-
truye un fetiche. Técnicamente, cuando la denegación con-
duce al fetichisrno y después al sadornasoquisrno, te11c11ws
que hablar de perversión. Las escenas sexuales del sadorna-
soquismo lesbiano deben ser reconocidas como escenas per-
versas.
¿Si las similitudes demuestran perversiones, qué de las di-
ferencias? El enigma de la compulsión, una heterosexualidad
necesaria y una perturbación de la genitalidad están ausen-

138
De la scruid11111bre fe111c11i11a

tes. En cambio, hay elección y movilidad, una experimenta-


ción de control consensuado con ganancia sexual; hay cons-
trucción de una sexualidad entre mujeres; hay satisfacción ge-
nital como uno entre muchos placeres del cuerpo. He
mostrado cómo algunos rasgos del masoquismo clínico se
ajustan a la esh·uctura tradicional y son precisamente éstos los
que están ausentes en el sadomasoquismo lesbiano.
Si el masoquista clínico fracasó en valerse de las posibili-
dades inherentes al fetichismo descriptas por Bersani y Du-
toit, parece que la lesbiana sadomasoquista aprovecha total-
mente estas posibilidades. Para el perverso clínico las cosas
tienen que ser así. El fetichista está inm.ovilizado por su feti-
che, el masoquista representa y vuelve a representar la esce-
na que es esencial para él. La rigidez y la repetición constituyen
la compulsión y el enigma de la sexualidad del masoquista.
Para la lesbiana sadomasoquista, por otro lado, hay una plas-
ticidad y movimiento eróticos: ella construye fetiches y los
sustituye, uno por otro; ella multiplica las fantasías y se las
prueba como vestidos. Todo esto es practicado bastante ex-
plícitamente como una incitación de los sentidos, una proli-
feración de placeres corporales, una excitación transgresora;
un juego con la identidad y un juego con la genitalidad. Es
una intensificación perversa del placer.
Ahora, si esto ilustra bastante precisamente lo que Bersa-
ni y Dutoit entienden cuando hablan de una movilidad de
los deseos, ¿podemos suponer el desasimiento del falo en el
cual esta movilidad de los deseos se afirmaba? ¿La lesbiana
sad0111asoquista ha logrado desasirse del falo paternal sin
caer en una enfermedad? Aquí los psicoanalistas probable-
mente estén limitados por sus presuposiciones. Porque se
trata, como de costumbre, de la cuestión del falo paterno co-
mo el Polo Norte del circuito del deseo y de las consecuen-
cias de orientarse por fuera de su campo magnético. El texto
de Marmoni m.uestra cómo la denegación en el indio Hopi es
utilizada tanto para su orientación fálica como cultural. Pero
sugiere un tinte de patología en el caso de Casanova, en el
que la referencia al falo paterno es acompañada por una de-

139
P11rucc11 Ad11111,;

negac1on mc'is desarrollada. He mostrado que el perverso


clínico también ha retenido es ta referencia a pesar de la de-
negación de la diferencia sexual y tal vez lo ha pa-
gando un precio. ¿Podríamos decir que es esta contradic-
ción la que determina la manifestación de la estructura
tradicional?
Si así fuera, su ausencia en la lesbiana sadomasoquista su-
g;iriese la ausencia de la contradicción; lo que equivale a de-
cir que ella ha logrado desasirse de la referencia frílica y
orientar su sexualidad por fuera del campo falico; lo cual en-
tonces sugiere que la cuestión de la sexualidad ha sido final-
mente divorciada de la cuestión del género.
Esto nos devuelve al cornjenzo del artículo. Allí mostré
cómo el sexo y el género de la niiia operan para obstruir su
entrada en el deseo. Ésta es su dificultad: que ella reconoce la
diferencia sexual. Casi podemos decir que por eso ella tiene
dificultad con la cuestión de su propia sexualidad y género.
El deseo es un problema precisamente porque la sexualidad
está ligada al género. Luego vimos que lo que sucede en las
perversiones es muy diferente. Por lo tanto, lo que sucede en
el sadomasoc1uismo lesbiano es muy diferente.
¿Qué significa entonces la homosexualidad de la lesbiana
sadomasoquista? Es crucial reconocer que es una homose-
xualidad que está organizada de una manera considerable-
mente diferente de la de la lesbianLl que no es perversa. (En
la descripción tradicional, la homosexualidad femenina no es
una perversión, aun cuando la homosexualidad masculina lo
es.) La mujer homosexual tradicional es fondan1entalmente
similar a la mujer heterosexual tradicional en cuanto que ella
también soporta el peso del mantenimiento de un punto de
referencia que no puede brindarle orientación. Para ambas
de estas mujeres el falo paterno es el significante del deseo y
nada cambia esto. En la posición femenina heterosexual la
mujer encuentra el significante de su deseo en el cuerpo del
hombre; dentro del complejo de masculinidad la mujer hete-
rosexual que ha hecho una identificación viril con el padre
quiere que el hombre reconozca su virilidad, y la mujer ho-

1-10
De la scruidumbrc Je111eni1111

mosexual está igualmente capacitada para ofrecer aquello


que ella no tiene. Pero la mujer simplemente no es un hom-
bre; entonces encontramos a Lacan hablando específica-
mente de un goce femenino. Parece que el problema de la
entrada en el deseo tiene que ser entendido como el inten-
to de realizar un goce específicamente femenino. Este in-
tento está condenado al fracaso dentro del drama edípico.
De aquí surge la cuestión de un goce femenino más allá del
falo.
Pero si la lesbiana sadomasoquista ha resuelto el proble-
ma de su entrada en el deseo, no es a través de la realización
de algo que pudiéramos llamar goce femenino. Ha rehusado
las formas de la patología femenina organizadas dentro del
campo fálico; no encuentra el significante de su deseo en el
cuerpo del hom_bre ni, ya que no hace una identificación vi-
ril, ofrece aquello que no tiene. Puesto que la lesbiana sado-
masoquista se ha rehusado a operar dentro del espacio de las
elecciones masculina y femenina, sería insensato llamar a es-
to un goce femenino más allá del falo. La lesbiana sadomaso-
quista ha separado la sexualidad del género y es capaz de
efectuar diferencias en el teatro en que los roles circulan li-
bremente.
Ésta es una sexualidad que no está centrada en el falo pa-
terno y que por lo tanto permanece por fuera del orden social
y familiar. Pero, paradójicamente, tal sexualidad transgreso-
ra sólo puede acceder a una realidad psíquica en una relación
compleja con un nuevo trozo de realidad externa.

Traducción del inglés: PAULA KALFUS

Bibliografía

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1

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141
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de Études sur l'Ocdipe, París, Seuil, 1974.

142
8. TOXICÓMANO ESUN
Jesús Santiago

Un componente esencial de la concepción psicoanalítica


de los fenómenos clínicos de la toxicomanía y el alcoholismo
es el intento frecuente de asimilarlos al campo de la perver-
sión. En esta vía, debe tornarse en cuenta la contribución del
posfreudiano Edward Glover. Pero antes, es preciso conside-
rar que tal contribución comprende dos momentos distintos.
En sus primeros trabajos, se impone la concepción regresiva
de la libido, orientada por las producciones teóricas de los
vieneses sobre el narcisismo primario. Lo importante es dar
el mismo relieve a la fijación pregenitat propia del estadio
oral y, más exactamente, al estadio sádico oral. 1 Debido a una
excesiva frustración vivida durante la fase orat el alcoholis-
ta ve que todas sus relaciones objetales futuras toman la co-
loración de la ambivalencia oral. Según Glove1~ la tendencia
fuerte del alcoholista a fijarse en la fase sádico oral constitu-
ye el factor de desaceleración de su desarrollo.
Incluso si el sujeto llega a superar todas las fases para, fi-
11
nalmente, llegar a la fase genitat el apogeo incestuoso de
la sexualidad infantil naufraga en la angustia de castración;

l. Antes de la aparición propiamente dicha de la toxicomanía en el con-


junto de las preocupaciones clínicas de Glover, se nota su marcado interés
por el tema de la "fase oral" y por la caracterización de lo que le correspon-
de como "carácter oral" (véanse en Glover, E., Selected papers 011 psyc/10a-
11alysis (vol. I, Londres, Imago Publishing Company, 1956): "Signification
de la bouche en psychanalyse" (1924), págs. 20-23, vol. I, y, también "Notes
sur la formation du caractere oral" (1924), págs. 34-35.

143
fes/Ís Santiago

la tendencia a la regresión está totalmente instalada. El terre-


no está preparado de este modo para los desvíos de la pul-
sión sexual en la vida adulta". 2 Es a partir de este punto que
Glover defiende lo que parece nuevo en relación con las con-
tribuciones precedentes: el proceso de sustitución de la sexua-
lidad por las conductas alcohólicas, que se encuentra, igual-
mente, en otras formaciones, es concebido como una especie
de seudoperversión.
No se trata de la simple acción del alcohol haciendo aflo-
rar tendencias sexuales perversas, como propone Karl Abra-
ham. El uso del alcohol puede, en sí mismo, funcionar como
un sustituto de la sexualidad (surrogate of sexuality). El alco-
hol debe casi toda su atracción al hecho de que es, antes que
nada, muy apropiado para vencer la angustia de castración,
aunque, a largo plazo, destruye su propio objetivo, llevando
al sujeto a la impotencia y a la muerte. Esa primera alusión a
la perversión se justifica, en la visión del autor, porque el al-
coholisrn.o se presenta como método de cortocircuito de la se-
xualidad (a nzethod of slwrt-cirrniting sexuality), método que, al
misrno tiempo, relaja la presión de la represión e invalida el
proceso de sublimación. 3
Algunos años más tarde, interviene la innovación funda-
mental de la teorización de Glover, en la que la perversión
constituye el horizonte explicativo fundamental de la toxico-
manía. Desde el inicio, él insiste, con una cierta vehemencia,
en el hecho de que el monopolio de la concepción regresiva
de la libido, en el abordaje analítico de los factores constitu-
tivos de la toxicomanía, ya mostró su deficiencia explicativa.
O sea, la etiología libidinal de la toxicomanía comportando
una regresión a la oralidad y a la homosexualidad, presente
en las teorizaciones de Sandor Rado y Ernest Simmel, no po-
día ser ya defendida de la misma manera. Todos los intentos

2. Glover, E.: "TI1e aetiology of alcoholism", Proceedings of lile Royal So-


ciety of Medcci11c, nº 21, 1928, pág. 1351.
3. Ídem, pág. 1353-1355.

144
El loxicúmano 110 es 1111 perverso

para valorizar la noción de fijación oral se habían mostrado


muy vagos.
Por otra parte, Glover niega, en esas mismas concepcio-
nes, la idea subyacente de una organización polimorfa y pre-
coz del Yo, que presuponía el uso de la noción de narcisismo
primario. Al contrario de las tesis centradas en la organiza-
ción narcisística, él propone, entonces, una teorización de la
toxicomanía circunscripta a las relaciones de objeto, tomadas
como anteriores al complejo de Edipo, más arcaicas e, inclu-
so, más determinantes.
Ese segundo período de elaboración teórica de Glover se
desenvuelve sobre la inspiración del guil1o operado por la es-
cuela kleiniana en la doctrina analítica, en relación con el va-
lor atribuido a los estados preedípicos, en el que se incluye la
dominación de la pulsión de muerte sobre la libido." En este
sentido, él intenta rectificar la incidencia marcada, en las pri-
meras formulaciones analíticas sobre la toxicomanía, de la
perspectiva genético-evolucionista, basada en la idea de fa-
ses. Sin ninguna duda, la comprensión kleiniana de la libido
sexual no se confunde con la propuesta clásica de Abraham
de la serie de fases libidinales. Con Melanie Klein, esas fases
se encuentran subvertidas, tanto en su encadenamiento recí-
proco como en su escalonamiento diacrónico.

4. Grosskutth, Ph.: Melanie Klei11, son 111omle et so11 oeuvre, París, PUF,
1990, pág. 258. [Ed. cast.: Mela11ie Klci11, su vida y su obra, Barcelona, Paidós,
1990.] Esa biógrafa de Melanie Klein afirma que, en el inicio, de modo ge-
neral, Glover está de acuerdo con las teorías que, hasta entonces, habían he-
cho del analista un personaje controvertido en el movimiento psicoanalíti-
co. Entonces comparte con ella las siguientes ideas: la angustia proviene de
la agresividad; la frush·ación oral despierta un conocimiento inconsciente
de aquello que los padres sienten como placer mutuo; y, en el joven y la jo-
ven, las pulsiones de odio llevan a la formación de la situación edípica y del
superyó. Esas fases pueden constituir puntos de fijación de las psicosis. El
desarrollo del nifio depende del éxito de la libido en su lucha conh·a las pul-
siones destructivas. Siendo así, al menos en un primer momento, las reser-
vas de Glover respecto de la teoría kleiniana son negligentes.

145
Jesús Santiago

Toxicoma11ía, perversión y estados transicionales

En oposición a toda tendencia regresiva de la libido en el


abordaje de la toxicomanía, Glover insiste en los aspectos
reactivo y defensivo de la práctica de las drogas. Examina,
pues, la posibilidad de establecer un mecanismo "etiológico
específico de la toxicomanía"y propone la hipótesis de que
esa reacción representa una transición entre la fase de desa-
rrollo psíquico más primitivo y la fase neurótica posterior. Es
sorprendente notar los impasses de Glover cuando la cuestión
consiste en situar la toxicomanía y, principalmente, la perver-
sión en su sistema psicopatológico complejo.
En primer lugar, esboza a su manera una construcción
teórica en base a un rasgo de perversión, suponiendo que
tanto la toxicomanía como la perversión coexisten "en aso-
ciación, ya sea con un Yo completamente normal, o con formas
de psicosis bien definidas". 5 Sin embargo, progresivamente,
la toxicomanía pasa a ser concebida como una variante privi-
legiada de los estados limítrofes, designados por el autor co-
mo el grupo de los "estados transicionales".
A propósito, se resalta que, del encuentro de la toxicoma-
nía con un psicoanálisis deriva, también, ese ele1nento de de-
gradación de la teoría analítica, a saber, la idea de un estado
limítrofe entre la neurosis y la psicosis. Se ve que, de esa for-
ma, la toxicomanía contribuyó mucho a las descripciones y
conceptualizaciones psicoanalíticas de los llamados estados
limítrofes, aunque, corno se verá, Glover prefirió mantener la
designación de "estados transicionales".ó A partir de un sis-

5. Glover, E. (1932): "La relation de la formation perverse au développe-


ment du sens de la réalité", Omicar?, París, nº 43, pág. 17, invierno, 1987-1988.
6. Ídem. "On the aetiology of drug addiction", en Selected papcrs 011 psy-
c/zo111111lysis, pág. 201. Los estudios sobre el origen de la noción de estados li-
mítrofes en el psicoanálisis muestran que ellos no están ausentes de la no-
sografía psiquiátrica, como testimonian las descripciones de Hughes,
fechadas en 1884, sobre los sujetos que oscilan, durante toda la vida, entre
los límites de la "demencia" y de la "normalidad". Mientras tanto, cabe al
psicoanálisis haber dado a esa categoría bases teóricas más sólidas. Sin res-

146
El toxicó11111110 110 es un perverso

tema clasificatorio complejo, propone la reducción "del abis-


mo entre psicosis y neurosis, intercalando no las psicosis limí-
trofes, sino los estados transicionales como la toxicomanía" .7
Ese sistema constih1ye un intento de ordenar, en series de
desarrollos, las estructuras clínicas freudianas, según1 respec-
tivamente1 los mecanismos primarios de introyección y de
proyección. En las series paralelas se sitúan los llamados es-
tados transicionales/ que se imponen en la óntica kleiniana de
las posiciones e implican la neutralización de toda referencia
al concepto de esh·uctura. En el caso, no se trata ya de la acep-
tación h·adicional de las nociones de fase o de estadio, sino de
la cronología que les es habitualmente asociada. Lo que con-
viene retener de la noción de posición es la manera singular
como se articulan sus elementos constitutivos, a saber, el tipo
de angustia; el tipo de relaciones objetales; la estructura del
Yo y las defensas específicas adoptadas contra las diferentes
formas de angustia o de relaciones objetales. Se constituye así
una organización sincrónica de elementos1 que no depende
de factores relacionados con la diacronía de los acontecimien-
tos. Es esa combinatoria de elementos la que determina las
características específicas de la fantasía del sujeto.
Considerando una observación de Melanie Klein, 8 Glover
sugiere la idea de una fantasía específica (specific plzmztasy),

puesta posible, Glover puede ser considerado como uno de los autores que
contribuirían, de manera decisiva, a esa área de estudios para las tesis de
los estados limítrofes. (Sobre la historia de la relación entre toxicomanía y
estados limíh·ofes, véanse los textos siguientes: Bergeret, J., La dépressio11 et
les états-limites et toxico1111mic, París, Payot, 1975; Ferbos, C. y Magoudi, A.,
États-limites et toxico1111mie, Approche psyclwanalytique du toxicoma11e, París,
PUF, 1986, págs. 121-154.)
7. Glover, en Selected papers 011 psyclwmwlysis, pág. 202.
8. Klein, M.: La psychrmalyse des enfants, París, PUF, 1986, págs. 271 [Ed.
cast.: El psicoanálisis de 11i11os, 0.C., t. 2, Barcelona, Paidós, 1994.]. Hay ver-
sión castellana. Teniendo en vista al fumador, la autora escribe: "Símbolo al
mismo tiempo del pene paterno 'malo' y 'bueno', el cigarrillo debería o des-
truir o reparar su interior y los malos objetos interiorizados". Ella misma
explicita, no obstante, su idea sobre la toxicomanía en una breve nota al pie,
que se origina en una sugerencia de su hija, directamente relacionada con

147
Jesús Sa11tiago

en relación a la cual la toxicom.anía se presenta como una es-


pecie de condensación de dos sistemas primarios: en uno, el
niño destruye y, después, repara los órganos del cuerpo ma-
terno; en el otro, la madre destruye y repara, en seguida, los
órganos del cuerpo del niño. 9 A la luz de esa fantasía especí-
fica del toxicómano, puede saberse si la sustancia es elegida
en razón de su nocividad o, al contrario, de su inocuidad.
Ella presupone, entonces, que en la elección de una "adclic-
tion" nociva predomina el elemento sádico. Eso significa que
la droga, en tanto sustancia con propiedades sádicas, se halla
entonces enteramente reducida a un objeto parcial. Siguien-
do la sugerencia de Melanie Klein sobre este punto, Glover
sitúa la droga, al mismo tiempo, en el mundo exterior e inte-
rior del cuerpo, aunque ejerza sus poderes sádicos sólo en este
último. En la mayoría de las toxicomanías leves, las propie-
dades reparadoras de la droga son manifiestas. Las sustan-
cias inofensivas están más ligadas a intereses erógenos y a un
desarrollo libidinal más tardío y mucho más genital, que
opera como un mecanism.o de seguridad contra las fases con-
sideradas del m.asoquismo anterior.

Función reparadora de la droga como objeto parcial

La asimilación sin retorno de la droga al objeto parcial ad-


quiere aún más consistencia con la hipótesis kleiniana del

este asunto. Me parece que ese elemento de oposición ataque/ reparación


constituye, igualmente, para Melitta Sclunideberg, la razón esencial del al-
coholismo: "El alcohol representando el pene malo o la orina mala, sirve pa-
ra destruir el objeto malo interiorizado". Así, Sclunideberg, en el artículo
"The role of psychotic mechanisms in cultural development" (Tlie lntcrna-
tiollal Jo umal of Psyciwn11alysis, vol. XI, 1930), ve en la "tendencia a la toxico-
manía una protesta del pene bueno contra el pene malo interior. La ambi-
valencia transforma en pene malo a la sustancia incorporada y, así, se crea
una nueva motivación en el mismo sentido".
9. Glover, E. (1932): "On the aetiology of drug addiction", en Selectcd
papcrs on psyclwa¡¡a/ysis, pág. 202.

148
El toxicá111a110 110 es 1111 perverso

Edipo precoz, concebida como una fase pregenital, portado-


ra de una fuerte carga de sadismo. Esa tesis del "Edipo pre-
coz" permite emitir el postulado de la existencia de una "se-
rie de situaciones edípicas nucleares" (serie of nuclear CE,dípus
sit11atio11s), en las que el toxicómano podría fijarse. 10 La toxi-
comanía se presenta, precisamente, como una fijación a un
"sistema edípico transicional" (tra11sitio11al Edipus system), in-
termediario entre los núcleos edípicos primitivos, que pro-
ducen las angustias paranoides o melancólicas, y el núcleo
edípico portador de las reacciones obsesivas más tardías. La
función defensiva de la toxicomanía consiste en dominar las
cargas sádicas que, sin ser tan violentas como las asociadas a
la paranoia, son, entretanto, más severas que las cargas sádi-
cas presentes en las reacciones obsesivas.
En ese punto se percibe, con mucha más claridad, la idea
del estado transicional toxicómano, intermediario entre la
paranoia y la neurosis obsesiva. 11 Los mecanism.os de proyec-
ción que operan en esos estados transicionales no sólo son
más localizados sino también rnás disfrazados que los de la
paranoia y mucho más resistentes que los de las formaciones
obsesivas. Las raíces del fenómeno toxicómano se zambu-
llen, pues, en la paranoia; sin embargo, tomando en cuenta la
preservación del sentido de realidad, la toxicomanía mantie-
ne lazos estrechos con la neurosis, particularmente con el fe-
tichismo. En otras palabras, los mecanismos de proyección
están orientados hacia el propio objeto droga, por el cual el
acto toxicómano ejerce la función reparadora de la reacción
psicótica, causada por el proceso de regresión.
Para Glover, la toxicomanía hace posible circunscribir y
contener las reacciones sádicas propias a los sisternas para-

10. Ídem, pág. 196. El autor observa que esa serie de situaciones edípi-
cas no debe ser comprendida como modelo de una serie "consecutiva", si-
no de una formación en "cluster", esto es, en grupos.
11. Ídem, págs. 201-202. El autor informa que no hay grandes objeciones
en la propuesta de Simrnel de ubicar la toxicomanía entre la neurosis obse-
siva y la melancolía, a no ser, naturalmente, la negligencia de la inyección
del factor paranoico.

1'19
Jesús Sa11/iago

noides, permitiendo, al mismo tiempo, la preservación del


sentido de realidad. 12 La respuesta de la toxicomanía apunta,
por lo tanto, a alcanzar la estabilización del sentido de la rea-
lidad por medio del cual el sujeto puede defenderse del es-
trato paranoide subyacente. Con esa estrategia de estabiliza-
ción de las relaciones del toxicómano con el sentido de la
realidad, propone una verdadera reducción de la toxicoma-
nía a formación perversa, en este caso, fetichista, que es par-
ticulannente frecuente. En la toxicomanía, como en la per-
versión, se asiste al mantenirniento del sentido de realidad
después del proceso de libidinización, que suspende o anula,
por la neutralización del sadismo, los sistemas de miedos
irreales. 13 En ambos casos, la conservación de los índices de
realidad en todas las áreas, con excepción de aquello que tie-
ne relación con la droga, para el toxicómano, y con el fetiche,
para el perverso.
En la transición entre los sistemas paranoides y los de la
relación "normal" con la realidad, la toxicomanía y el feti-
chismo "representan, por un lado, una continuidad del siste-
ma de angustia en condiciones más restringidas, y por otro,
el inicio de la expansión de un sistema de apaciguamiento".H
Según Glover, si en ciertas circunstancias de la vida adul-
ta la "angustia precoz" se reanuna o exacerba, l.ma respuesta
posible consiste en la renuncia a las libidi:nizaciones prinüti-
vas por medio· de la droga y/ o del fetiche.

12. Glover, E. (1932): "La relation de la formation perverse au développe-


ment du sens de la réalité", en Sclcctcd pnpcrs 011 psycl10n11nlysis, pág. 491. Es
Ferenczi quien primero se preocupa con la profundización de la relación de
los estadios de la libido con el sentido de realidad. Se aparta, de este modo,
del abordaje propiamente simbólico del inconsciente, que caracteriza la pers-
pectiva freudiana, en provecho de los mecanismos imaginarios de introyec-
ción y de proyección. Ésas son la nociones clave de la doctrina kleiniana so-
bre el imaginario infantil. (Véase Ferenczi, S. (1913): "O desenvolvimento do
sentido de realidade e seus estágios", Obras Completas, San Pablo, Martins
Fontes, 1992, pág. 39, t. II).
13. Glover.E., ob. cit., pág. 499.
14. Ídem, pág. 502.

150
El toxicó111a110 110 es un pcnicrso

Lacan, Glover y la perversión


11
En el Seminario titulado El deseo y su interpretación",
Lacan sugiere enfáticamente la lectura de los trabajos de Glo-
ver, apuntándolos como ejemplo de un error revelador en la
comprensión de la investigación freudiana sobre la perver-
sión,15 reconociendo que la intuición capital de ese estudioso
reside en la comprensión de la función protectora de las for-
maciones perversas y, específicamente, del fetichismo. La
perversión constituye, sin duda alguna, un medio de conte-
ner los desgarramientos propios de lo que no puede ser di-
cho en una realidad coherente: "Ella está articulada por el au-
tor como un medio de salvación para que el sujeto se asegure
una ex-sistencia continua de esa realidad". 16 Es innegable la
omnipresencia de la función perversa a lo largo de todo el
trabajo de elaboración de Glover, en el que la toxicomanía de-
sempeña un papel coadyuvante, afirma Lacan. Acentúa, aun,
varias veces, en el mismo seminario, el retoque de las estruc-
turas freudianas, operado en la elaboración analítica de la to-
xicomanía. Como se vio, para Glover, se trata de situar la
toxicomanía como una etapa intermedia entre lo que se defi-
ne, cronológicamente, como el primitivismo de las psicosis y
la organización posterior de las neurosis.
La dificultad de Glover parece residir en la caracteriza-
ción de la finalidad de esa función de protección, propia a las
formaciones perversas. Para él, protegerse contra el proceso
agresivo que opera en esas formaciones, con el fin de evitar
la disolución psicótica del sentido de la realidad. Esa función
es igualmente evocada por Freud en el examen del fetichis-
mo. Todavía no representa una protección genérica cualquiera
contra una psicosis inminente, sino contra la realidad cir-
cunscripta de la angustia de castración. La hipótesis freudia-
na sobre el fetichismo no autoriza ninguna referencia a la

15. Lacan, J.: "O serninário, livro VI, O desejo e sua interpreta<;ao" (1958-
1959), 13 de mayo de 1959 (inédito).
16. Ídem.

151
Jesús Santiago

constitución del sentido de realidad. Muy por el contrario,


indica una dimensión de una pérdida; la pérdida de un
fragmento de realidad bastante específico: el falo de la ma-
dre.
El sujeto fetichista se caracteriza por la voluntad de lanzar
una desmentida (Verleummg) en el punto preciso en que de-
bería efectuarse un consentimiento a la realidad de la castra-
ción. Respecto de la instauración de esa tensión entre el mo-
vimiento de "reivindicación [A11sprucl1] de la pulsión y la
objeción [Einspruclz] hecha por la realidad", 17 los traductores
franceses de la obra de Freud destacan el empleo de una ter-
minología jurídica que esclarece el hecho de que tal realidad
no sea concebible fuera de la función significante. Además,
esa reivindicación se expresa a partir de una noción pulsio-
nal dirigida hacia la instancia del Otro, bajo el velo de una
desmentida. El fetichismo se revela como una desmentida de
ese pedazo de la realidad, apuntado por la amenaza de cas-
tración.
La realidad, para Freud, tiene su punto de partida en un
rn.ás allá de lo vivido del sujeto; trae, en su hueso, el horror
de la castración y su consistencia se basa en la lógica propia
de la fantasía.
Toda satisfacción obtenida por el sujeto a partir de un des-
vío de esa realidad se paga con un fragmento del ello. Así, la
pérdida de la realidad que se presenta como un proceso ca-
racterístico de la psicosis, no equivale a un déficit de la reali-
dad concebida como pura objetividad, sino que constituye el
producto lógico de la recusación de la castración. Para Lacan,
el funcionamiento del campo de la realidad está estrictamen-
te ligado a la dirn.ensión de la fantasía concebida como factor
decisivo de la estructuración subjetiva.

17. Freud, S.: "Le clivage du Moi dans le processus de défense"


(1938), Résultnts, idécs, proble111cs JI, París, PUF, 1985, pág. 284. Los traduc-
tores franceses sefialan que la versión francesa -y también la versión por-
tuguesa- anula el sentido jurídico de las expresiones "rciuindicnció!l"
(Ansprucli) y "objeción" (Ei11spruclz), presentes en la versión alemana del
texto referido.

152
El loxicóma110 110 es 11/l pcn1crso

Esa articulación entre fantasía y realidad de la castración


representa el punto de derivación lógica del proceso de ex-
tracción del objeto a. Es justamente ese proceso lógico el que
oficia como soporte del campo de la realidad. De este modo,
la asunción del "poco de realidad" es el producto de la inci-
dencia del significante sobre la privación original de todo su-
jeto. Ese "poco de realidad" se instala en la frontera del recor-
te, operado por el significante Nombre-del-Padre a nivel de
lo real, operación que tiene como consecuencia el adveni-
miento de la significación fálica.
Por el contrario, Glover concibe la realidad como un a
priori, en el que la castración es sustituida por la objetividad
de una etapa preliminai~ fundamento de la capacidad del su-
jeto en conservar un contacto psíquico efectivo con los obje-
tos que permiten una gratificación de la pulsión. El fetiche y
la droga se tornan, así, intentos de una reparación funcional
del sentido de la realidad, concebido como "prueba de la reali-
dad" (reality testi11g). Eso significa que la droga y el fetiche, en
tanto objetos parciales, constituyen, para los sujetos que re-
curren a ellos, el eje de regulación del conjunto de las relacio-
nes objetales.
Esa conexión entre la droga y el fetiche no parece comple-
tamente desprovista de valor en la discusión actual sobre la
toxicomanía. Retomando la fornmlación freudiana de la dro-
ga como una de las construcciones sustitutivas para el sujeto,
se destaca, en efecto, su correspondencia con la operación de
sustitución del fetiche, teniéndose en cuenta que ambas se
instalan en función de una angustia proveniente de la propia
realidad de la castración. Se destaca de este modo que el in-
vestimiento de angustia que comporta la medida de protec-
ción y garantía del sujeto por la vía del fetiche o de la droga
se fabrica en torno de la castración. En rigor, el proceso de sus-
titución se presenta, con mucha más claridad en el caso del fe-
tiche, ya que designa justamente, la ausencia del falo mater-
no. En relación con la droga, es forzoso admitir una cierta
indeterminación del elemento sustituido, que se caracteriza a
partir de la definición de la estructura del sujeto en cuestión.

153
JeslÍs Santiago

En realidad, se puede también proponer esa función de


protección de la droga desde otra perspectiva. Si la droga es
llamada como medida de protección, de defensa, eso se ex-
plica porque está ligada al efecto de angustia que se teje en
torno al encuentro que todo ser parlante debe hacer con el
goce fálico, bajo la égida de la represión. Tal intento de repa-
ración del sujeto nada tiene que ver con tma supuesta recupe-
ración del sentido de la realidad, por lo menos según la visión
que el posfreudisnw puede producir sobre ésta. Si hay défi-
cit del sentido de realidad en la toxicomanía, como quiere
Glover, resulta del inconformismo del sujeto con la pérdida
de parte del goce, que se vuelve significante por el falo. Es
justamente la tesis sobre la función de ruptura con relación a
la voluntad del toxicómano, de recuperación de ese resto de
goce perdido, que no acontece sin angustia, el que me parece
ser el aspecto central de la concepción lacaniana de la droga.

El toxicómrmo no es un perverso

Para Lacan, la explicación del éxito de la droga en la épo-


ca actual concierne a su función de prótesis química -un ar-
tefacto en la era de la ciencia-, cuyo uso metódico apunta a
apartar los efectos devastadores del goce. Entretanto, se hace
necesario delimitar bien la naturaleza del lazo existente entre
la toxiconi.anía y el goce. Se sabe que la función de ruptura de
la droga podría concebirse como un modo singular de recu-
peración del goce del Otro. Es posible suponer, a partir de
allí, que el toxicómano, en su acto, se ofrezca al goce del Otro,
a fin de completarlo y, así, evitar lo que parece insoportable
de la falta. Desde ese punto de vista, él se vuelve instrurn.en-
to del goce del Otro; la droga interviene, entonces, para hacer
emerger esa forma de goce. Evidentemente, esa manera de
plantear el problern.a lleva, sin duda, a concebir a la toxico-
manía en el horizonte lacaniano de la perversión. Es preciso,
incluso, resaltar que, en el rnismo momento en que Lacan ha-
ce su última incursión en lo tocante a la definición de la dro-

154
El toxicó111ano izo es 1m perverso

ga del toxicómano, sus alumnos se dedican a pensar los fenó-


menos de la toxicomanía y el alcoholismo en el universo con-
ceptual de la perversión. Sin embargo, ninguno de esos in-
tentos equivale a la posición de Glover, que, en el fondo,
ignora la verdadera naturaleza del problema, relegando la
toxicomanía a la categoría de una analogía simplificadora en-
tre la droga y el objeto fetiche.
Es el caso, por ejemplo, de una serie de artículos sobre el
alcoholismo publicados en Scilicet, 18 de donde se extrae la
afirmación de que "la mejor autentificación para el alcoholis-
ta de esta pulsión maldita que se obstina en satisfacer, es el
imperativo sin ley de este Otro que lo explora, Otro omnipo-
tente e insaciable en bombardear el goce de los cuerpos". 19
El propio autor precisa, en un artículo posterior, en que se
aprehende en esa fantasía del goce ilimitado del Otro, "una
estructura que sería la del perverso". 1º
Por lo tanto, el fenómeno alcohólico es concebido según
los términos utilizados, como una "estructura en que la falta
se inscribe por la vía de un objeto designado y llamado como
tal: plus-de-gozaru .= 1 Insisto en el hecho de que esos artículos
constituyen un esfuerzo de explicación de las últimas elabora-
ciones de Lacan sobre la perversión, o sea, a partir del momen-
to en que la categoría del objeto a se constituye, la referencia al
18. "Essai pour une clinique psychanalytique: L'alcoolique", Scilicct,
nº 4, 1975, págs. 161-166, y "L'alcoolisme. Essai pour une clinique psycha-
nalytique", Scilicct, nº 5, 1975, págs. 105-109. Más allá de las ümumerables
elaboraciones de los alumnos de Lacan, que, en la década del setenta insis-
ten en equiparar los diversos aspectos clínicos de la toxicomanía y del alco-
holismo a la luz de las últimas consideraciones de su maestro sobre la per-
versión, me gustaría sugerir la lectura de una tesis de doctorado -Calais, V.,
Toxico111m1ie et cl111111p frc11dic11, these de Doctorat, IIIeme cicle, Département
de Psychanalyse, Université de Paris-VIII, 1987- que, más recientemente y
con gran desarrollo conceptual, busca sustentar la misma hipótesis de en-
rnarcamiento de esos fenómenos en el dominio de la perversión.
19. Cf "Essai pour une cliI1ique psychanalytique: L'alcoolique", ob. cit.,
p1íg. 165.
20. Cf "L'alcoolisme. Essai pour une clinique psychanalytique", ob. cit.,
pág. 105.
21. Ibíd.

155
Jesús Sa11ti11go

fetichisrno como paradigma de la perversión se apaga. Según


este punto de vista, si el toxicómano es un perverso, eso ocu-
rre porque se identifica con una posición de objeto que especi-
fica el uso perverso de la droga, en la que el carácter maso-
quista de esa práctica se toma, pues, un aspecto fl.mdamental.
A mi entender, ese abordaje es aún insuficiente, porque se
hace necesario comprobar cómo la identificación a la posi-
ción de objeto, en la toxicomanía, es depositaria de un cierto
uso de la fantasía, propio de la estructura perversa. Dicho de
otro modo, no me parece que la práctica de la droga se pres-
te a hacer valer la volu11tad de goce, característica de la posi-
ción del sujeto en el circuito pulsional de la perversión.
Ella no es una fuente de recuperación de goce ni de un uso
asimilable a las vías complicadas y sinuosas de la fantasía
fundamental. A no ser que se quiera elevar el producto, en la
toxicomanía y en el alcoholismo, a la categoría de objeto a,
como se hace en los artículos publicados en Scilicct, citados
anteriormente. En ese sentido, si existen toxicó1nanos perver-
sos, no lo son en su relación desregulada con la droga.
Esa versión del fenómeno de la droga me obliga a reexa-
minar, de mndo más cuidadoso, mi hipótesis de que el toxi-
cómano no es un perverso. La idea, evocada antes, de que el
uso toxicónLano de la droga empuja al sujeto hacia una posi-
ción en que éste se hace instrumento del goce del Otro presu-
pone, justarnente, pensar cómo acontece la inclusión de ese
uso en las particularidades propias al circuito fantasmático
del sujeto. Para mí, la lógica utilitarista en juego en la toxico-
manía, al contrario de aquella que se hace presente en la per-
versión, resulta de una especie de economía, o 111.ejor, de un
atajo en los caminos de la fantasía. Ese juego se produce de
modo inverso a todo acto perverso, que exige la presencia del
objeto de la fantasía, objeto que, evidentemente, incluye la
castración, por medio de algún trazo sobrevenido del regis-
tro fálico.
En verdad, la acepción lacaniana de la perversión como un
modo de uso particular de la fantasía se extrae, a su vez, de la
tesis de que la perversión no es la pulsión. O sea, la perversión

156
El toxicó111a110 110 es un perverso

no se confw1de con la naturaleza esencialmente polimorfa de


la pulsión sexual. Esta última se constituye, precisamente, co-
mo el circuito por el cual la sexualidad participa de la vida psí-
quica. Según Lacan, este circuito se basa más en el juego de ida
y vuelta de la pulsión que sobre el registro de una gramática,
en la que se expresan las voces activa, pasiva y reflexiva. Como
consecuencia, la reversión significante de la que se reviste el
destino de la pulsión no puede ser separada de su h·ayecto ftm-
damental de ida y vuelta. Y es más allá de esa subjetivación
acéfala de la pulsión que se puede reconocer la especificidad
de la estruchlra perversa. Hablando rigurosamente, para que
haya perversión es necesario que se identifique, en el plano de
ese circuito de ida y vuelta de la pulsión, la interposición de w1
sujeto di vid ido por la voluntad de goce. En base a la práctica per-
versa del sádico, Lacan demuestra que su voluntad de goce no
equivale a la manifestación de una pulsión sadomasoquista
cualquiera. Esa voluntad se ejerce, antes que nada, con el pro-
pósito del perverso de identificarse con lo que pasa en el Otro.
El recurso al objeto de la pulsión -a la mirada, en el caso del ex-
hibicionismo, y a la voz, en el sadomasoquismo- presupone la
existencia de un escenario. El sujeto perverso apunta al cifra-
miento y a la recuperación de goce en los bordes de la división
del Otro. En consecuencia, los tormentos y el dolor provocados
en la víctima sólo interesan al perverso en la medida en que
acontece la libidinización del dolor que experimenta en su
identificación con ese oh·o. A mi entender, es esa identificación
con la voz de la víctima la que constituye lo esencial de esa ins-
trumentalización del sujeto ante el goce del Oh·o.

Solución de ruptura con el goce fálico

Es cierto que la droga está lejos de cumplir las condicio-


nes exigidas por las soluciones perversas que exigen, en el
uso de la fantasía, como se verificó en el escenario del sadis-
mo, la presencia de un objeto que busca la división del Otro 1

para recuperar el goce en los márgenes de esa división. Así,

157
Jesús Snntitwo
"'
el acto toxicómano se sitúa al lado de lo que caracteriza el ac-
to perverso c1ue, a su vez, mantiene su origen y su implica-
ción en el circuito fantasmático del sujeto. En com.pensación,
si se inmiscuye en el acto de drogarse, el goce se presenta fue-
ra de ese uso particular de la fantasía. En ese caso, las vías
tortuosas y complejas de la fantasía no son trilladas. 22
Oponiéndose a la complejidad peculiar del uso perverso
de la fantasía, el aspecto iterativo de las conductas rituales
de los toxicómanos toca la monotonía. El hilo argumentati-
vo, hasta este punto, me lleva a considerar el uso de ladro-
ga en el registro de una solución que se configura en función
de un cortocircuito operado en el goce fálico. En esa prisión
ce liba ta ria del toxicómano en una satisfacción ruinosa, no se
trata de una formación de compromiso sino de una forma-
ción de ruptura con el goce fálico. El aspecto crucial de la di-
rnensión del acto se explica por el factor de ruptura que, en
ese caso, no emerge en función de una formación del incons-
ciente -corno es el caso del lado metafórico del síntoma-, si-
n0 del hecho de que el sujeto, en su acto, hace una apuesta
sin el Otro.
En otras palabras, el sujeto lo concreta, desconociendo en-
teramente que, cuando se hace pisoteando la función del de-
seo, el acto no sólo apunta al campo del Otro sino que se ins-
cribe en él, que, por el contrario, en ese instante, se muestra
dividido, tachado. La especificidad clínica del acto toxicóma-
no se sitúa en la imposibilidad de la renuncia a una fonna de
satisfacción com.pulsiva, que insiste en ser directa e inmedia-
ta. Es por eso mismo que ese fenómeno clínico exhibe una
verdadera proliferación de las diversas formas del acto: pasa-
je al acto, acti11g-out, y allí incluso, comprendida la fantasía
que, según ciertas concepciones, desempeúa, al contrario de
lo que he propuesto a lo largo de este trabajo, un papel fun-
damental. A despecho de mi concordancia con la presencia
maciza del acto en la toxicomanía, pongo en cuestión la per-

22. Limrent, É.: "Trois remarques sur la toxicomanie", Qunrto, París,


nº 42, 1990, pág. 70.

158
El toxicónumo 110 es u 11 perverso

tinencia de la aproximación que se hace de éste en la dimen-


sión de la fantasía, pues la cara de descortesía, de exceso de
aquél y, principalmente, la manera inmediata y directa como
se busca la satisfacción va, por el contrario, en el sentido inver-
so de la satisfacción obtenida en el circuito de la fantasía.
Por medio de este modo de obtención de satisfacción di-
recta se consuma la verdad del divorcio del sujeto, en el lu-
gar exacto del goce fálico, lo que, en mi opinión, hace que la
toxicomanía se conecte con expresiones actuales de las neu-
rosis e, incluso, de las psicosis, expresiones sintomáticas nue-
vas, ciertamente advenidas de los efectos crecientes de la
ciencia en el ámbito de las distintas modalidades de discur-
sos. Sin ninguna duda, el éxito de la droga en la modernidad
no podría ser concebido fuera del contexto de la declinación
creciente de la imagen del padre en la era de la ciencia. La
acepción de la droga como lo que permite romper el casa-
miento del toxicómano con el goce fálico lleva, infaliblemen-
te, a la cuestión del padre. Sólo la función del padre puede
explicar esa voluntad inevitable e incoercible de evitar el en-
cuentro con el goce fálico. Más de una vez la obra de Lacan
viene a rectificar el lugar ocupado por la madre en los estu-
dios freudianos. Las construcciones usuales de la toxicoma-
nía escapan a la impregnación fenomenológica de una espe-
cie de meta psicología del uso de la droga ligada al mito de la
madre. Esas construcciones hacen prevalecer el mito de un
goce prin1ordiat propio del cuerpo materno, cuyo retorno se-
ría asegurado por el uso de ciertas drogas. Evóquese al res-
pecto el análisis metapsicológico de elación oceánica estable-
cido por Freud, que, como ya se mostró, aparta cualquier
hipótesis de explicación apoyada en tal rnito.
En cuanto a la experiencia de la droga, en la que se perci-
be la función crucial de un tratamiento 1nédico, apuntando a
separar el cuerpo de las consecuencias perturbadoras del go-
ce fálico, no se puede evitar la referencia al padre. En psi-
coanálisis, el padre es aquel que establece la conformidad en-
tre la ley y el deseo y el régimen edípico, el mito individual
en el que se realiza la interdicción del deseo de gozar de la

159
Jesús Sa11/iaga

111adre. La significación fálica aparece, en este contexto, corno


lo que va a apuntar, para el niúo, la ley del padre, en la me-
dida en que su instauración, en el fin del proceso de metafo-
rización del deseo de la madre por el Nombre-del-Padre,
equivale, precisamente, a la prohibición del goce primordial
de la madre. El significante fálico comporta, pues, una doble
función en cuanto al goce: en relación al goce primordial de
la madre, lo prohíbe; en lo que respecta al goce del órgano,
podemos decir que lo torna posible.
Es preciso recordar, más allá de eso, que él realiza, por sí
mismo, una función de limitación del goce en general. La
acomodación del sujeto al goce fálico adviene de una relación
posible entre el deseo de la madre y el lugar ocupado por el
Nombre-del-Padre. Es en ese sentido que se concibe la meta-
forización, por el padre, del deseo de la madre como el factor
determinante del destino de la sexualidad.
La consideración de la droga en el registro de un cortocir-
cuito del problema sexual encuentra, realmente, en la clínica
analítica del toxicómano, la cuestión de la función paterna.
La práctica de la droga sólo se esclarece por la ins[auración
de una solución de ruptura en el registro fálico. Por la vía de
un artefacto de la era de la ciencia se crea un método ordena-
do y astuto para fomentar una tal ruptura. Por lo tanto, no se
debe concebir la repetición ritual de ese acto en función del
carácter clásico del síntoma freudiano, en el sentido, pues,
del retorno de lo reprimido con10 formación sustitutiva. En el
fondo, ese artefacto actúa según el registro preciso de un sím-
bolo en que se operó la completa expulsión de cualquier con-
tenido representativo, de cualquier valor de sentido. Para ese
símbolo, el único sentido aceptable es el que apunta a repa-
rar lo que de lo real del padre no retornó para el stijeto. Ade-
más, como ya se vio, ese punto constituye el verdadero no-
dicho del acto toxicómano, así como guarda una contestación
a la ley del padre y paga para el sujeto, con la entrega y la
consecuente ruina de su cuerpo.

Traducción del portugués: BEATRIZ UDENIO

160
9. UN GOCE RENOVADO:
Mario Elkin Rnmírez

Es ya un lugar común reconocer que la guerra es una


práctica que ha acompafiado al hombre desde sus orígenes,
pero tenemos la hipótesis de que su ejercicio ha dependido
tanto del horizonte de goce de las épocas como de las varia-
ciones históricas en el Otro, que determinan el sentido, los al-
cances y los límites de la práctica guerrera.
De este n:wdo, el pensar, el actuar y el sentir de los hom-
bres frente a la guerra comporta una dimensión subjetiva que
es posible capturar en sus mentalidades, inscriptas en los dis-
cursos que, más allá de la racionalidad consciente de quienes
los soportan -corno mitologías, religiones e ideologías- en su
ritualidad, revelan modalidades inconscientes e inéditas del
goce, que hacen que la guerra comporte siempre un goce re-
novado.

Lo i11111gi1111rio C71 los comienzos de la guerra

La guerra precede la formación de los Estados,1 pero los


historiadores coinciden2 en que la guerra se origina en Sume-

l. Keegan, J.: Historia de la guerra, Barcelona, Planeta, 1995, pág. 21.


2. Ésta es la opinión de Alain Joxe, doctor en Sociología, profesor de la
Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales, París. Véase en particular su
artículo "Historia de la guerra". Ésta es lil opinión de Alejo Vargas Velás-
quez (comp.), Guerra, violencia y tcrroris1110, ed. Universidad Nacional de Co-
lombia, 1999, págs. 15-31.

161
Mario Elkin R11111írez

ria -entre los años 3000 y 2500 a.C.-, al rnism.o tiempo que na-
ce el Estado, corno rnecanisrno de su evitación. La guerra se
evadía, igualmente, cuando frente a una amenaza exterior, se
generaba la fraternidad entre los ciudadanos para segregar al
extranjero. De este modo, temporalmente se podían disolver
los conflictos internos, para unirse contra el enemigo y cons-
truir fortificaciones en piedra, o hacer expediciones. Fraterni-
dad y segregación, en directa proporcionalidad, es una ecua-
ción a la que Lacan dio una explicación psicoanalítica. La
identificación que logra el narcisismo de la masa y su solida-
ridad se hace a costa de la discriminación de otro, general-
mente imaginado con rasgos espantables.
Si bien la práctica de la cacería había perfeccionado las ar-
mas, una nueva tecnología emerge en su elaboración cuando
se trata de enfrentar a otros hombres y no solamente a anima-
les. Se trata de armas para la guerra corno el casco, el escudo,
las espadas, además del perfeccionamiento de las lanzas, pu-
ñales, arcos y flechas. Estas nuevas armas datan igualrnente
de la época de la construcción de las murallas de los templos
en las pequeñas ciudades de Sumeria.
Es muy interesante el ejercicio de deducir los procesos idea-
tivos de los hombres de entonces, que crean esta tecnología ar-
m.arnentista ya no pensando en un ser disímil, corno el animal
no totémico, sino cuando se trata de enfrentar a sus sernejan-
tes. Lo imaginario reina en el desarrollo de esta nueva técnica
de construcción de armas, e igualmente, en el surgiiniento del
arte de la guerra, donde no basta el uso del arrn.amento, sino
que además comienza el despliegue de una invención de t{1c-
ticas y estrategias para hacer m21s eficaz su utilización.
Todo esto se extiende en un campo eminentemente inrngi-
nario, pues el guerrero deduce del conocimiento de sus pro-
pios puntos débiles, la flaqueza de su contrincante. Es un co-
nocimiento que luego hace escuela, por ejemplo la de Sun
Tzu, quien escribe El arte de la guerrn,3 hacia los siglos III o IV
3. Sun Tzu: El arte de la guerra, Madrid, Ed. Fw1dm11entos, 1994. Véanse
el capítulo I, versículo 17, 22-24, el capítulo III, versículos 31-33, el capítulo
VII, versículos 20-21, 23, y el capítulo VIII, versículos 17-23.

162
U11 goce re11opado: la guerra

a.C., para reflexionar sobre la forma de guerrear y sus cam-


bios, en la época de los Reinos Combatientes en China.
Tzu dice:

Todo el arte de la guerra está basado en el engaño[ ... ] conoce al ene-


migo y conócete a ti mismo y, en cien batallas, no correrás jamás el
más mínimo peligro[ ... ] cuando no conozcas al enemigo, pero te co-
noces a ti mismo, las probabilidades de victoria o de derrota son
iguales [... ] si a un tiempo ignoras todo del enemigo y de ti mismo,
es seguro que estás en peligro en cada batalla". Son las ideas que ba-
jo cuatro lemas concretaron la victoria del ejército chino contra el
ejército japonés: "cuando el enemigo avanza, nos retiramos, cuando
para y acampa, lo acosamos, cuando trata de evitar el combate, ata-
camos, cuando el enemigo se bate en retirada, lo perseguimos:'

En el plano de los ideales y de su papel en la conforma-


ción de los ejércitos como masas artificiales, también hay una
dimensión imaginaria que puede conducir a la derrota, así
dice Sun Tzu:

Si un ejército ha sido despojado de su moral, su gPneral, a su vez,


perderá la fe [... ] la fe es la causa de que el general domine. El orden
y la confusión, el valor y la cobardía son otras tantas cualidades que
dependen de la fe [... ] por esto, los especialistas en el arte militar
evitan al enemigo fogoso; lo atacan cuando se ha relajado y sus sol-
dados están llenos de nostalgia. Esto se llama tener de su parte el
factor moral.

Igualmente, aconseja atacar el punto ideal para liquidar el


ejército enemigo, a saber, su general:

[... ]irrita a su general y desoriéntale [... ]finge estar en inferioridad


de condiciones, estimula su arrogancia [... ] entregadle al enemigo
hombres jóvenes y mujeres para trastornarle, y también jade y seda
para estimular su ambición.

Aquí reconocern.os, además, que la guerra debe ser con-


ducida con racionalidad y que las pasiones como la ira, la

4. Ídem, pág. 34.

163
Mario Elki11 Ra111írcz

arrogancia, la ambición y la lascivia conducen a la derrota.


De paso nos muestra un doble motivo de la guerra, la dirn~en­
sión económica que despierta la ambición y la sexual, pues el
rapto de mujeres, desde los orígenes, está ligado a la mitolo-
gía de la guerra, por ejemplo en Homero el rapto de Helena
en La Ilíada. Herodoto 5 dice que ese rapto era una venganza
de los troyanos porque los Aqueos habían robado a Medea, y
habla de las guerras egipcias desencadenadas por el rapto de
Io. Es una dimensión que Lacan resalta al señalar el lugar
de la mujer en la cultura de la guerra y de la paz, o ligada al
intercambio cultural.6
Sun Tzu también enumera los puntos de quiebre del yo
del contrincante que pueden conducir a la victoria de sus
aconsejados, habla de las cualidades peligrosas para un ge-
neral:

[... ]si es temerario, puede perder la vida[ ... ] si es cobarde, será cap-
turado[ ... ] si es iracundo, puede ser ridiculizado[ ... ] si tiene un sen-
tido del honor demasiado susceptible, se le puede calumniar [... ] si
lit:ne un espíritu se le puede atornwntar [ ... ]Estos cinco
rasgos son graves defectos en un general y en las operaciones mili-
tares, son catastróficos.

Podríamos decir que hasta allí, esta dimensión de la gue-


rra, desde el punto de vista imaginario, permanece en la fase
de fascinación del estadio del espejo de Lacan. Se trata de una
reflexión fundamentaln1ei1te especular, la manera de trata-
miento de las pasiones está aún recubierta por lo imaginario
al servicio de la estrategia y la táctica. Pero otra cosa sucede
cuando esa imagen se vuelve enenüga, y, por fuera de las re-
glas del imaginario al servicio del arte de la guerra, se des-

5. Heródoto: Las nueve libros de Historia, libro primero, México, Porrúa,


1986.
6. Lacan, J.: Le Sé111i1111Írc. Libre II: Le 111oi dmzs la théaric de Frcud et dmzs la
téclmiquc de la psyc/u11111lysc, París, Seuil, 1978, pág. 303. [Ed. cast.: El
Se111in11rio. Libro 2. El yo rn In teoría de Frcitd !J rn la térnica psico1111alítica.
Buenos Aires, Paidós.]

16:!
Un goce rc11orndo: la guerra

pliega el imaginario al servicio de la crneldad. Es como si en


el eje a-a' del esquema L de Lacan se incrustara un elemento
de su ensef'lanza ulterior, el objeto (a) con sus efectos de de-
vastación.

s a'

(a)

11 A

Así, comprendemos que las crueldades de la guerra no


son otras que las crueldades de la fantasía humaru. Cuando
lo imaginario deja de cubrir lo real, es el caso de las guerras
irregulares -en las que no hay ninguna ley, ningún comité de
ética que imponga internacionalmente tratados para "huma-
nizar la guerra"-, aparece el despliegue del goce renovado,
por ejemplo, en cuanto a las formas de matar.
Una triste ilustración se encuentra hoy en Colombia en las
mutilaciones con motosierras que hacen a sus víctimas vivas
los grupos reacios a las legislaciones de los combatientes. Pe-
ro, en el fondo, esas prácticas constituyen un retorno de lo re-
primido, ya que en el período histórico conocido como "la Vio-
lencia" encontraron la más sofisticada y macabra "estética".
Así:

[ ... ]mediante las técnicas de desmembramiento y mutilación lleva-


das a cabo en la fase final de las masacres, el cuerpo humano fue so-
metido a una serie de transformaciones, las cuales se efectuaban
con instrumentos cortopunzantes como cuchillos, pufiales y mache-
tes[ ... ] los ojos se sacaban de sus órbitas y se exhibían [... ] las orejas

165
Mario Elkin Ra111írez

se cortaban y se utilizaban para contar el número de muertos [... ]la


lengua se sacaba y se exhibía a través de un agujero perforado por
debajo del mentón (corte de corbata)[ ... ] la cabeza fue objeto de va-
rias transformaciones: se cortaba y se suprimía o se relocalizaba
(por ejemplo) en las manos de la propia víctima sobre la región del
pubis (corte de la mica) [... ]el cuello es la zona afectada por el lla-
mado corte de franela [... ]consiste en cortar los músculos y tendo-
nes que sostienen la cabeza, con el objeto de que ésta se desplace ha-
cia atrás, dejando ver un profundo agujero en la zona del esófago
[... ]en la espalda se abrían zanjas con el machete, práctica conocida
como "bocachiquiar", verbo derivado de la palabra bocachico, pez
espinoso al que los pescadores acostumbraban hacerle zanjas poco
profundas con el cuchillo para facilitar su cocción [... ] Los brazos
ocasionalmente se cortaban y se relocalizaban dentro del tronco,
junto con las piernas, en el llamado corte de florero. 7

El inventario siniestro continúa desde la desviseración, la


extracción del feto de las embarazadas y su localización por
fuera, la castración y luego la ubicación de los testículos y el
pene en la boca de la víctirna o de alguna mujer también víc-
tima1 la mutilación de los pechos, hasta el corte que destruía
completamente el cuerpo, llamado "picar en tamal", que
consistía en despedazar en trozos pequeños el cuerpo huma-
no para luego ser recogido con palas. Muchas veces, en la
forma de nombrar los cortes hay una alusión culinaria, o ins-
pirada en la forma en que se preparan algunos alimentos, lo
que no deja de evocar la cena totém.ica, aunque el canibalis-
mo no se practicó en esa guerra.
La fragnlentación de la unidad imaginaria del cuerpo es el
enfrentamiento del combatiente con un punto de horror, sa-
bemos con Freud que la representación más cercana a la
muerte en lo inconsciente es la castración, y ésa es la que fi-
nalmente hace su despliegue en esa carnicería.
La relación del sujeto con el objeto en el fantasma encuen-
tra aquí un efecto de sevicia, aun efecto subjetivo, porque hay

7. Uribe, María Victoria: Matar, rematar y contramatar, las 11wsacrcs de la


Violencia en el Tolima, 1948-1964, Bogotá, Centro de Investigación y Educa-
ción Popular, Cinep, Cuadernos Controversia, 1996, págs. 173-187.

166
Un goce renovado: la guerra

algo del sujeto en ese enfrentamiento con un goce en el des-


pedazamiento del cuerpo del otro. Por horroroso que sea, es
incomparable con la frialdad y el cálculo con que el discurso
de la ciencia impregnó a la guerra buscando la eficacia de las
armas letales, el tiro de gracia "limpio" en la cabeza de la víc-
tima maniatada, o de la guerra computarizada en la que con
oprimir un botón se puede hacer estallar la bomba H, donde
el cuerpo a cuerpo de los combatientes está completamente
relegado a la historia de la guerra precientífíca.
Por ello, Lacan reconocía con ironía que la guerra era "la
comadrona obligada de todos los progresos de nuestra civili-
zación",8 en efecto, la penicilina, la fuerza nuclear, los trans-
portes, la Internet, todos esos procesos nacieron en principio
como efecto de la invención bélica.
La teoría política, es decir~ la formalización discursiva de
nuestro problema, diferencia la violencia de la guerra; la vio-
lencia acontece en un tiempo de crueldad de la guerra irregu-
lar, donde se trata de un todos contra todos, es un momento
"moral" de acción espontánea, mientras que la guerra es
pensada como racional, ya que no se trata de aniquilar al ene-
migo, ni arrasar la población, sino de dominarlo. Además,
hay una dimensión simbólica dominante, porque se quiere
ejercer una fuerza pero en un orden, e incluso de acuerdo a
leyes acordadas con el enemigo, a partir de protocolos inter-
nacionales. En ese sentido piensan que la guerra es un esta-
do superior al de la violencia. Todas estas nociones reclaman
una reflexión sobre lo simbólico en la guerra.

El 1111cin1iento de los discursos de la guerra: lo simbólico

La agricultura neolítica permitió las primeras acumula-


ciones de grano para los inviernos y para los tiempos de pe-

8. Lacan, J.: "L' agresivité en psychanalyse", en Écrits, París, Seuil, 1966.


[Ed. cast.: "La agresividad en psicoanálisis", en Escritos 1, México, Siglo
XXI, 1989.]

167
Maria Elkin Ramírcz

nuria. El templo, en sus orígenes, fue un depósito de grano y


de sern.illas adnünistrado por sacerdotes. El grano era amu-
rallado y guardado por una organización un tanto militar,
que lo defendía de los animales y los hombres que estuvieran
tentados de comerse la reserva. Allí ya se infiere tanto el Es-
tado como la guerra. La existencia de sacerdotes, campesinos
y soldados no hubiera sido posible sin que existiera un dis-
curso sobre el Estado y, por supuesto, de la guerra.
Las comunidades se organizan en torno a sus modalida-
des de goce: trabajo, acumulación, gasto, guerra. Esas moda-
lidades del goce son las que los reivindican como diferentes
y superiores a las otras colectividades de sus vecinos, de los
bárbaros, que siempre son los otros. Los discursos están allí
para explicar y justificar la guerra, ellos siempre encuentran
buenas razones en el narcisismo de las pequeñas diferencias
para guerrear con sus semejantes.
La primera ciudad amurallada fue Ourouk construida por
el rey Gilgamesh. La más importante leyenda del Medio
Oriente describe" a Gilgarnesh como un golpista interno de
su propio Estado que organiza milicias jóvenes salidas de fa-
milias nobles. La reina madre, según la leyenda, conspira con
una prostituta sagrada del ternplo de Ishtar, para mandarlo a
la guerra. Gilgamesh recluta un bárbaro como soldado, quien
se hace su amigo, y lo convence de invadir el Líbano para
apropiarse del cedro, que era un tipo muy preciado de made-
ra que sólo crecía allí.
Se trata de una leyenda que se conserva como el modelo
por excelencia, elevado a la dignidad de acontecimiento his-
tórico, del conlienzo de la guerra externa y del comienzo del
Estado, además de mostrar el peligro de la guerra interna.
Esta leyenda fue traducida, durante miles de años, a todas las
lenguas del Medio Oriente: al sumerio, al akkadiano -prirne-
ra lengua sem.ítica del imperio de Babilonia-, al asirio, tam-
bién es conocida por los persas, e incluso, al final del impe-
rio, por los macedonios.

9. Joxe, A.: ob. cit., pág. 18.

168
L/11 goce rc11ovado: la guerra

En cuanto a la disciplina, es algo que ya se conocía antes


de este acontecimiento, porque se requería mucha para obli-
gar a los hombres a luchar contra la sequía y la inundación;
su dominio se hizo mediante la construcción de canales y es-
clusas de dos tipos, uno para cada fenómeno.
El enfrentamiento casi militar con la naturaleza también
es ilustrado por las leyendas chinas, donde el trabajo del Es-
tado también se muestra como una actividad productiva. Sea
en caso de la guerra o de la lucha contra la naturaleza, en am-
bas se trata de pelear por la sobrevivencia, sólo que a la gue-
rra se le debía colocar un ingrediente más, la justificación de
por qué había que doblegar al enemigo. Y es un discurso de
Estado el que produce la justificación. Un discurso del amo
antiguo.
El discurso del Estado articula dos lógicas: por una parte,
la racionalidad de la economía y de su plus de valor -bajo la
forma de acumulación de los bienes propios, o la expropia-
ción de los ajenos-; por otra parte, el plus de goce represen-
tado por las relaciones de violencia en la guerra.
El discurso político del Estado hace surgir un saber sobre
la ética, la estrategia y la táctica de la guerra que media entre
las dos lógicas. Es algo que atraviesa la historia sin muchas
variaciones desde la época sumeriana a nuestros días.

Sv Amo antiguo, Estado S2, Saber político y científico

S, efectos de subjetividad (a) Economía y plus de goce

Tres apuntes suplementarios se imponen: primero, que el


paso del Amo antiguo al Estado requiere de una argun-tenta-
ción sobre miles de años de historia y que, en consecuencia,
la subjetividad escondida bajo el S1 varía según se trate del
Amo antiguo o del Estado. Si era el amo antiguo, entonces
era el capricho del Uno que guarda su división (S) -a la ma-
nera del Sultán dueño de Todo, tal como era narrado por los
relatos de viajeros del Medio Oriente que inspiraron a Mon-
tesquieu el Espíritu de las leyes, como remedio al despotis1no

169
Mario Elki11 Randrcz

posible de los monarcas en Occidente-. 10 Si se trata del Esta-


do antiguo, aún hay restos de esa subjetividad en las excen-
tricidades de la casta que constituye su representación. El Es-
tado moderno articulado al mercado global es otra cosa,
sobre todo porque, entre tanto, surgió la ciencia (S 2 ) a su ser-
vicio, y ésta impone un borramiento de la subjetividad. No
obstante, los fenómenos, por ejemplo, de corrupción en los
Estados modernos, son un retorno de lo borrado. Finalmen-
te, la plusvalía es una noción que Marx anuda al capitalismo
con especificidad, pero un plus de valor así no emerge direc-
tamente de la fuerza de trabajo no remunerada del obrero,
por lo que, en los actos de pillaje de la guerra de un Estado
sobre otro, se hace posible la vecindad entre plus de valor
económico y el plus de goce de la guerra. Ejemplos concretos
de esta articulación discursiva se encuentran en la historia
china, griega y romana.
Un seguidor de Confucio/ 1 en el siglo V a.C., enumera tres
tipos de cultura de la guerra, a partir de tres eje1nplos histó-
ricos. La primera es aquel Reino c1ue permite actuar a sus sol-
dados de tal modo que ellos mismos obtengan sus ganancias
en la guerra. Sobre estos soldados que no van a pelear por un
ideal cultural, por una virtud, sino por robar, por un benefi-
cio propio al desviar los bienes ajenos por medio del pillaje,
dice que no es un tipo de ejército conveniente, porque no ac-
túa conforme a la lógica nülitar sino a partir de una lógica del
mercado. En otro tipo de cultura de la guerra, el Reino pien-
sa en administrar el ejército como una empresa, donde se pla-
nea la posesión de las armas suficientes y una organización
bajo el modelo de la racionalidad económica de la produc-
ción. Se trata de un ejército logístico donde la alimentación
de los soldados, las armas, etcétera, están correctamente dis-
puestas. Nuestro teórico dice: "No obstante, es algo peligro-
so porque es un ejército costoso que puede amenazar el régi-

10. Grosrichard, A.: La estructura del haréll, la ficció!l del despotismo asiáti-
co e!l el Orie¡¡te clásico, Barcelona, Petrel, 1980.
11. Citado por Joxe, A., ob. cit., pág. 20.

170
Un goce renovado: la guerra

men económico". El tercer tipo de cultura de la guerra es


aquel donde hay un Estado que sanciona a partir de recom-
pensas y castigos los triunfos y las derrotas del ejército. Éste
es el tipo de ejército que logró la unificación china y es el que
supone la existencia de una ideología fuerte, de una ética co-
mo la de los samurais, y de un discurso sobre la guerra de
una gran rigidez y una feroz disciplina. Este teórico dice, em-
pero, que siendo ésta la cultura de la guerra más eficaz tam-
poco es la ideal, porque basa en la recompensa la determina-
ción del ejército. Dice que la recompensa no puede ser la
motivación de un soldado que se conduce hacia la muerte,
porque para ese riesgo no hay compensación posible. En con-
secuencia, la única medida para un buen ejército es la acep-
tación popular, lo que en nuestros términos significa el reco-
nocimiento de una dimensión eminentemente simbólica y
por encima de la material.
En Grecia, de manera más explícita, la polis implica la ciu-
dad y la política. Los ciudadanos se conocen y se frecuentan.
Inventaron la democracia, por supuesto que al lado de la
aristocracia, la tiranía, ia oligarquía, pero había un reconoci-
miento de un ideal común a todas esas pequeñas ciudades de
regímenes políticos diversos, y era la nación cívica. Sin em-
bargo, para mantener el estado de equilibrio, al igual que en
Sumeria, las líneas nobles debían ser controladas para evitar
la venganza privada. Se trata de que todos pasen la vengan-
za por la ley, que el plus de goce individual se anude a los
significantes amos de la colectividad y que configuran el
Otro. En ese sentido, la definición del guerrero no difiere de
la del ciudadano, porque la virtud, la areté, para todos aque-
llos que pueden contarse como ciudadanos, se conquistaba
tanto en el Ágora como en la guerra, era la base de la paideia.
En Esparta, incluso, se inventa una manera militar de
mantener el orden de igualdad entre los ciudadanos. Es una
táctica y una estrategia las que hacen su política. Se trata de
que un ciudadano tenga un rango fijo en el combate o que
pueda reemplazar al otro cuando muere. Esparta, a pesar de
ese colmo oligárquico, hace que en el combate, tanto los ciu-

171
Mario Elkhz Ra111írc:;

dadanos como los soldados sean considerados iguales, y es-


to cobija también a los guerreros que no disfrutan de una to-
tal ciudadanía, pues ésta se podía conseguir en el combate,
por una promoción interna dentro de la igualdad ideal de los
combatientes. De nuevo es el reconocimiento colectivo, sim-
bólico, lo que se pone conlo causa del guerrero. Y para evitar
la guerra civil, de vez en cuando redistribuían totalmente las
riquezas o se suprimían las deudas, de este modo se evitaba
que hubiera ciudadanos demasiado pobres, ya que esa con-
dición, antes de las leyes de Solón, los reducía a la servidum-
bre. La supresión de las deudas era un mecanismo para man-
tener la paz en el interior de la nación-Estado.
Roma hizo una invención muy creativa para la articula-
ción discursiva entre la lógica de la guerra y la de la econo-
rnía. Organizó un sistema de producción de soldados como
una verdadera fábrica, creó colonias, conquistó ciudades y
manejó una política con los aliados y los conquistados que, al
igual que los romanos, podían llegar a tener la ciudadanía.
De este modo, se construyó el Irnperio Romano sobre la base
de soldados que podían volverse ciudadanos por medio de la
carrera militar.
La articulación entre la lógica de la guerra y la de la eco-
norn.ía explica también la caída de Asiria, de la Mesopotamia;
potencias militares de gran perfeccionamiento técnico en el
combate, en los armamentos, en la destrucción de los enemi-
gos, pero que en los grandes esfuerzos guerreros destruyeron
al Estado que no pudo hacer esfuerzos equivalentes en la
economía, y desaparecieron sin una guerra exterior.
Otro aspecto de devastación de Roma fue la guerra irre-
gular que las guerrillas en la Galia libraron contra el In1perio.
Es una forma de goce muy diferente, porque las éticas de los
Estados, con las que disciplinan a sus hombres para contro-
larlos, se convierten en desventaja frente a la forma de gue-
rrear de otros hombres que no aceptan sus convenciones de
combate. Es algo que continúa siendo un problema en países
donde se utilizan los enfrentamientos con armas no conven-
cionales o estrategias de combate no ortodoxas. Es un aspee-

172
Un goce rc110v11do: la guerra

to que, en la misma lógica, arrincona al Estado colombiano


cuando las guerrillas hacen uso de pipetas de gas como caño-
nes y arrasan con poblaciones enteras.
Los hombres, entonces, han amado la guerra, la han poe-
tizado, la han pintado y cantado, han hecho su apología, la
guerra siempre ha formado parte de la cultura. Así, si se tie-
ne una visión global de las morfologías de la guerra, en todas
ellas se encuentra como constante el goce, cada vez renova-
do, de la guerra. Y los discursos que la justifican, la legislan,
y la promueven, en consonancia tanto con el horizonte de go-
ce de la época como de las variaciones históricas en el Otro.
En todas esas morfologías de la guerra hay constantes, en
primer lugar el armamento que diferencia las actividades de
la caza de las de la guerra. En esta última hay una especifici-
dad porque el hombre, a diferencia del animal, se defiende y
ataca a la vez, por esta razón hay armas ofensivas y defensi-
vas y hubo la construcción de fortificaciones. Las variables
del armamentis1no de Fullbert1 2 son, en este aspecto, un saber
ejemplar en la guerra, él las clasifica según el alcance, el po-
der destructivo, la precisión, la densidad o cadencia del fue-
go, y la facilidad del manejo. Pero también hay reflexiones
sobre el goce de las annas, de la relación del combatiente con
el arma. Ésta puede quitar o dominar parcialmente el temor,
puede sustituir el miedo, la de largo alcance es, incluso, Lma
huida táctica o estratégica de los combatientes. Es algo que se
encuentra en el gran estratega Ardan Du Picq, 13 quien puso el
miedo del soldado en el centro de la concreción de la valen-
tía misma. Hizo una descripción de las antiguas batallas /Jen
términos de una geometría del pavor". 1"
Otros no ponen en el centro la valentía, sino el ternor del
soldado y la posibilidad de huida del campo de batalla que
permiten las armas de largo alcance como los cohetes inter-
continentales. Los estrategas chinos lo sabían y podían de-

12. Joxe, A.: ob. cit., pág. 26.


13. Citado por Joxe, ob. cit., pág. 27.
14. Ibíd.

173
Mario Elkill R1111Iírcz

mostrar que el soldado tiene miedo todo el tiempo y que era


la disposición espacio-temporal de los ejércitos a partir de
sus mandos lo que podía transforrnar un guerrero cobarde en
uno valiente. También los romanos ponían a los jóvenes ade-
lante y a los viejos atrás con esa finalidad, pues el joven tenía
más miedo pero más fuerza y los viejos menos fuerza pero
menos rn_iedo, entonces empujaban a los jóvenes a la van-
guardia. Ahora la valentía no cuenta cuando en las guerras
entre las grandes potencias hay armas de observación como
radares, satélites y hay poco contacto con el enemigo, casi se
trata de guerras sin combate; como decía el viejo Sun Tzu,
eran las mejores.
La guerra no sólo se libra en el plano imaginario o en el
real, gran parte de la batalla se gana en lo simbólico, en su
formalización. La batalla por excelencia, la batalla de las ba-
tallas, fue la de Cannas; en ella Aníbal, el héroe admirado por
Freud, venció a las legiones romanas. Aníbal estudió el hecho
de que en la estrategia de la ofensiva romana sólo peleaba el
prirn_er rango, si no había espacio no podían pelear los del se-
gundo rango que esperaban para tomar el lugar del que cae
del prim_ero; entonces los rodeó y los cerró hasta que, estan-
do tan cerca el primero del segundo, no les dejó espacio para
pelear, y fueron muertos por las tropas de alrededor; fue una
batalla con la destrucción total de un ejército. Es el sueño de
todos los generales que han querido reproducir esa batalla,
los alemanes en Sentou en 1870, el Estado Mayor prusiano, al
comienzo de la Primera Guerra Mlmdial, en El Marne.
Han surgido entonces discursos diversos sobre la guerra,
tácticos y estratégicos como los de Maquiavelo,1 5 el conocido
Karl Von Clausewitz,1" pero también Gastón Bouthoul,1 7 ade-
más de los hombres políticos de todos los tiempos, también
filósofos, hombres de leyes y hombres de ciencias que han
abogado por su regulación o su producción.

15. Maquiavelo, N.: L'art de la guerre, París, Flammarion, 1991.


16. Von Clausewitz, K.: De la Guerra, Barcelona, Labor, 1994.
17. Bouthone, G.: La guerra, Barcelona, Oikos-tau, 1971.

174
Un goce renovado: la guerra

El psicoanálisis frente a la guerra

El psicoanálisis ha destacado que el goce al cual los hom-


bres renuncian en nombre de la cultura es aquel que retorna
cuando la cultura misma lo llama en los momentos en que la
guerra es la forma de conservar la paz. Allí hay una auténti-
ca filiación entre guerra y civilización. 18 Con la paradoja de
que se exige lo que en tiempos de paz se prohíbe, la satisfac-
ción de las pulsiones, que son así sometidas al Otro, en tiem-
pos de guerra son desencadenadas, pero no de manera caóti-
ca, sino bajo la forma de una racionalidad al servicio del
horror.
La guerra es una práctica adoptada por la humanidad co-
mo suya, un goce siempre renovado y justificado en el Otro,
sea desde el discurso del amo antiguo o desde el discurso ca-
pitalista con la ciencia al servicio del mercado. Todos estos
discursos pueden perfectamente pedir el sacrificio de la vida
de los sujetos en su nombre, sea como guerra santa, o en
nombre de valores corno la patria y el hogar, o de cualquiera
otra insignia grupal.
Freud no era un pacifista, son obligadas referencias su
carta a Einstein y sus reflexiones de actualidad sobre la gue-
rra y la muerte 19 escritas ad portas de la Segunda Guerra Mun-
dial y donde fija una posición ética frente al asunto. Su cono-
cimiento de la naturaleza pulsional del hombre y de la
dimensión inconsciente no lo llama a hacerse ilusiones, sólo
confía de manera moderada en el tribunal de la razón. Pero
su contribución al problema no fue solamente teórica, o ética
cuando se escapó de las garras de Hitler, sino que hizo ade-
más una serie de aportes clínicos que hoy nos son de gran
utilidad.

18. Toynbee, A. J.: Guerra y cíviliznción, Madrid, Alianza, 1976.


19. Freud, S.: "De guerra y muerte, temas de actualidad", en Obras Com-
pletas, 1974, Buenos Aires, Amorrortu, vol. XIV, y "¿Por qué la guerr;o?
(Einstein y Freud)", en Obras Completas, ob. cit., vol. XXII.

175
Mario Elki11 Ra111írcz

La Primera Guerra Mundial fue devastadora en Europa;


después de la enh1siasta declaración, vino una crisis fatal en
todos los campos de la cultura, la moral, la política y la socie-
dad. En todos los ejércitos las pérdidas en el frente de com-
bate se vieron redobladas por las pérdidas en la retaguardia,
cuando aparecieron otro tipo de batallas, las de los hospita-
les psiquiátricos que atendían los "heridos psíquicos" .20
Se trataba de perturbaciones de la guerra que los psiquia-
tras, médicos y neurólogos más eminentes comenzaron a tra-
tar con singulares estrategias clínicas. Entre ellos, el profesor
Wagner-Jauregg, psiquiatra militar en el hospital de Austria.
Fue acusado ante la "Comisión para indagar las violaciones
al deber militar", creada por el parlamento austríaco, por
sospecha de haber cometido vejámenes en estos tipos de en-
fermos.
Wagner-Jauregg declara que había aplicado un "trata-
miento disciplinario que era muy recomendado", se trataba
de intensos y repetidos electrochoques, llamados entonces
Faradizaciones y que bajo la cobertura de la electroterapia
-procedimiento ya de discutida cientificidad en la época- se
aplicaba a los soldados sospechosos de cobardía y acusados
de simulación.
Al finalizar la guerra, Freud fue llamado por el presiden-
te de esa Comisión en calidad de experto para opinar sobre
la denuncia que se había elevado contra Wagner-Jauregg.
Freud no ataca personaln1ente a Wagner-Jauregg sino que re-
flexiona sobre la posición ética del médico en tiempos de
guerra y fija su oposición contra la concepción sostenida por
la psiquiatría vienesa de la simulación, que él ya había cono-
cido en su clínica de la histeria. Insiste en que todos los neu-
róticos son simuladores, pero simulan sin saberlo, y que eso

20. Al respecto puede verse la reseüa que hizo Guy Briole -en Cause
Frcudie11¡¡e, Revue de Psychanalyse, nº 24, 1993, págs. 143-144- de un texto
de Kurt R. Eissler: Frrnd sur le fro11t des ¡¡évroscs de gitcrre, París, Presse Uni-
versitaire de France, 1992.

176
Un goce renovado: la guerra

es una enfermedad;2 1 es cuando aparece por primera vez en


el psicoanálisis el término de "neurosis de guerra" banaliza-
11
do hoy con el pomposo estrés postraumático", aunque en
esa concepción retorna (sin citar a Freud) una parte de su teo-
ría del trauma. Freud demuestra que el tratamiento eléctrico
comporta una dimensión moral y de castigo y propone que
en sentido inverso se podría seguir la vía de su alumno Sim-
mel -no mencionó pero también había reconocido en otro lu-
gar a Ferenczi y a Tausk- quien había tratado con éxito a pa-
cientes con esas perturbaciones de la guerra por medio del
método psicoanalítico el cual no tenía esa connotación de
moralidad punitiva. El segundo día del debate, al que Freud
ya no asistía, se limitaron a acusar al psicoanálisis y a Freud
y se absolvió al psiquiatra militar.
Las neurosis de guerra cobran hoy una actualidad impac-
tante cuando, ante la política de globalización, las guerras lo-
cales se multiplican y aparecen perturbaciones en todos los
actores: combatientes, víctimas y espectadores.
Entre los combatientes en retiro, por ejemplo, en Colom-
bia a partir de las amnistías, las reinserciones, y los convenios
de retirar a los niños de las guerrillas, aparecen ese tipo de
neurosis pero con una singularidad que requiere un trabajo
cuidadoso de reflexión. En los casos que conocemos, no se
muestran sufrientes por haber vivido la experiencia de los
combates, hablan de su miedo como normal y no como trau-
mático. En cambio, su drama está en la separación de las ar-
mas. Es algo para pensar, el problema del goce del guerrero,
de su empuje a morir por una causa simbólica y de la pérdi-
da de goce que significa entregar su fusil. Se puede también
considerar el desencadenamiento de algunas psicosis de gue-
rra, paranoias en su mayoría, de difícil estabilización en la vi-
da civil.
Por parte de las víctimas civiles es otro asunto, entre las
personas que sufrieron un secuestro hay auténticas neurosis

21. Freud, S.: "Informe sobre la electroterapia de los neuróticos de gue-


rra", en Obras Completas, ob. cit., vol. XVII.

177
Mario Elki11 Ra111írcz

de guerra. Durante su cautiverio sintieron la inminencia de la


muerte, pero más allá de ello, su pensamiento estuvo ocupa-
do en la pérdida de sus vínculos familiares, esa experiencia es
vivida como eminentem.ente traumática, pero en esto no se
diferencian de las neurosis corrientes, y el haber sido secues-
trado por razones económicas para financiar la guerra fue só-
lo una circunstancia coyuntural. Es un asunto que se inserta
en el contexto corriente de una histeria, una obsesión o una
fobia de tiempos de paz, con sus perturbaciones afectivas, con
deseos y tendencias inconscientes ya conocidos por nosotros.
El conflicto, en principio, se centra entre el conjunto de
significantes que sostienen la vida civil pacífica y el haber si-
do confrontados con la lógica de la guerra, donde todos los
valores se subvierten. Todo se puso en cuestión, la obedien-
cia, la prohibición de matar, la relación a la vida, las convic-
ciones religiosas, y, en algunos casos, incluso su ligazón se-
xual a sus captores -"síndrome de Estocolrno"-, además de
los elementos fantasmáticos, de repetición, etcétera, es decir,
todos los cornponentes de una neurosis corriente.
Otras víctimas son los carn.pesínos que son sometidos al
desplazamiento forzado, allí el panorama es radicalmente
distinto. Una estrategia de la actual guerra es el llamado
"quiebre de la identidad". Se trata de separar de n10do siste-
mático y repetido a los pobladores de una vereda de su hábi-
tat, es decir de las referencias irnaginarias y sifftbólicas del es-
pacio en el que siempre han vivido y de los nuevos donde
intentan instalarse. El efecto es diverso, la mayoría ternüna
refugiada en los cinturones de miseria de las ciudades, habi-
tando tugurios, o en la arquitectura anónima de los puentes y
la calle. El efecto en las mujeres es "menor" por cuanto algu-
nas se emplean con10 trabajadoras domésticas y, en cierto rno-
do, continúan haciendo lo que en su tierra de origen; losado-
lescentes que no se enrolaron en la guerra, ven en la ciudad
una oportunidad, nüentras que, para los hombres adultos,
esa práctica es demoledora, ya que se ven disminuidos en sus
roles, perdidos en lo simbólico, aferrados a la imagen de su
terruño, profundamente deprimidos y a un paso del suicidio.

178
Un goce renovado: la guerra

Para los espectadores, nacionales e internacionales, se ha


producido una modificación crucial en su relación con lo real
de la guerra. El sujeto es forzosamente excluido por el discur-
so científico que subyace a la forma contemporánea de hacer
la guerra.
La manera como hoy se hace la guerra adquiere un poder
cada vez mayor de devastación de objetivos sin rostro, es una
guerra cuantificada en sus porcentajes, ya no es hecha por
guerreros entrenados en la ética del combate, sino por inge-
nieros de sistemas de computación. El saber científico ha in-
crementado la capacidad de exterminio bélico y de nuevo ha
renovado ese goce, pero ahora la guerra es muy virtual por-
que es una guerra hecha espectáculo, vista por la televisión;
las víctimas son filmadas, es una imagen que no salpica de
sangre al espectador, es incluso una imagen de mercadeo,
acompañada de anuncios al comienzo, intermedio y final de
los noticieros, y complementada por la sección de los depor-
tes y la de las frivolidades. Ello contribuye a una banaliza-
ción de la guerra entre los espectadores y a la tentativa de
crear modus vivendi encerrados en pequeños circuitos de rela-
ciones personales, amistosas, en pequeñas burbujas de círcu-
los profesionales o familiares, que deniegan que se está en
guerra y pretenden instalarse en frágiles "normalidades" en
las formas de pensar, sentir y actuar cotidianos.
Finalmente, se saben las posiciones de Lacan frente a la
guerra. No publicó nada como posición ética frente a los co-
laboracionistas de la Segunda Guerra Mundial, reflexionó so-
bre el problema en distintos aspectos: "La agresividad en psi-
coanálisis", "La psiquiatría inglesa y la guerra", El reverso del
psicoanálisis, etcétera; no obstante, aquello que se destaca
dentro de todas sus contribuciones en esta dirección es que
haya pensado al psicoanalista en la perspectiva de un guerre-
ro aplicado.

179
Títulos publicados

LA CURA PSICOANALÍTICA TAL COMO ES


AA.VV.

LA TRANSFERENCIA TAL COMO ES


AA.VV.

LO QUE NO SE SABE EN LA
CLÍNICA PSICOANALÍTICA
AA.VV.

LA LÓGICA DE LA CURA
AA.VV.

¿QUÉ PSICOANÁLISIS?
Colette Soler

TRANSFERENCIA E INTERPRETACIÓN
AA.VV.

SEXUALIDAD FEMENINA
AA.VV.

IMÁGENES Y MIRADAS
AA.VV.

LA INTERPRETACIÓN
EN LOS CASOS DEL PSICOANÁLISIS
AA.VV.

LAS VARIABLES DEL FIN DE LA CURA


Colette Soler

LA PALABRA
AA.VV.

181
EL TIEMPO DE INTERPRETAR
AA.VV.

DIVERSIDAD DEL SÍNTOMA


AA.VV.

SATISFACCIONES DEL SÍNTOMA


AA.VV.

REALIDADES Y ARTIFICIOS
AA.VV.

ELUCIDACIÓN DE LACAN
Jacques-Alain Miller
EL PSICOANALISTA Y SUS SÍNTOMAS
AA.VV.

EL PESO DE LOS IDEALES


AA.VV.

LAS PARADOJAS DE LA IDENTIFICACIÓN


Éric Laurent .

ACERCA DEL SUJETO SUPUESTO SABER


AA.VV.

FÉMINAS
AA.VV.

PERVERSIDADES
AA.VV.

USOS ACTUALES DE LA CLÍNICA


AA VV.

SERIE TESTIMONIOS Y CONFERENCIAS

ENSEÑANZAS DEL PASE


AA.VV.

LA VOZ
AA.VV.

182
LÓGICAS INCONSISTENTES
AA.VV.

PASE Y TRANSMISIÓN
AA.VV.

PASE Y TRANSMISIÓN 2
AA.VV.

ESTILOS
AA.VV.

PASE Y TRANSMISIÓN 3
AA.VV.

DOCUMENTOS DEL DISPOSITIVO DEL PASE EN LA EOL

LA EXPERIENCIA PSICOANALÍTICA

TESTIMONIOS

ANÍBAL LASERRE
FLORENCIA DASSEN (En preparación)

ENSEÑANZAS

CARTEL G Y H (1996-1998)

183

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