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Los Mensajeros 3
Los Mensajeros
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humano. En cuanto a las formas de vida, el cambio no sería
profundamente sensible. Los pelos rústicos encuentran
sucesión en los casimires y sedas modernas. La Naturaleza
que rodea el nido agreste es la misma que suministra
estabilidad a la morada del hombre. La caverna se habría
transformado en la edificación de piedra. El prado verde se
enlaza con el jardín civilizado. La continuación de la especie
presenta fenómenos casi idénticos. La ley de la herencia
continúa, con ligeras modificaciones. La nutrición muestra
los mismos procesos. La unión de la familia consanguínea
revela los mismos trazos fuertes. Por lo tanto, el chimpancé
solamente encontraría dificultades para enumerar los
problemas del trabajo, de la responsabilidad, de la memoria
ennoblecida, del sentimiento purificado, de la edificación
espiritual, en fin, de todo lo relativo a la conquista de la
razón.
En vista de eso, no se justifica la extrañeza de los que
leen los mensajes del tenor de los que André Luiz dirige a
los estudiosos consagrados a la construcción espiritual de sí
mismos.
El hombre vulgar acostumbra a estimar las
expectativas de manera ansiosa, a la espera de
acontecimientos espectaculares, olvidando que la Naturaleza
no se turba por satisfacer los puntos de vista de la criatura
humana.
La muerte física no es un salto que desequilibra,
simplemente es un paso en la evolución.
Del mismo modo que el mono encuentra en el ambiente
humano una vida animal ennoblecida, el hombre que, después
de la muerte física, mereció el ingreso en los círculos elevados
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de lo Invisible, encuentra una vida humana sublimada.
Naturalmente, esperan allí a la criatura humana gran
número de problemas referentes a la Espiritualidad Superior,
desafiando su conocimiento para la sublime ascensión a los
dominios iluminados de la vida. El progreso no sufre
estancamiento y el alma camina, incesantemente, atraída
por la Luz Inmortal.
No obstante, lo que nos lleva a escribir este sencillo
prefacio no es la conclusión filosófica, sino la necesidad de
evidenciar la santa oportunidad de trabajo del amigo lector
en los días que corren.
Felices aquellos que busquen en la nueva revelación el
lugar de servicio que les compete en la Tierra, de acuerdo
con la Voluntad de Dios.
El Espiritismo Cristiano no ofrece al hombre, tan solo
el campo de investigación y consulta, en el cual raros
estudiosos consiguen caminar dignamente, sino que
adicionalmente le revela el taller de la renovación, donde la
conciencia de cada aprendiz debe buscar su justa integración
con la vida más elevada, por el esfuerzo interior, por la
disciplina de sí misma, por el auto perfeccionamiento.
Al trabajador de buena voluntad no le falta el concurso
divino. Y quien observe el noble servicio de un Aniceto,
reconocerá que no es fácil prestar asistencia espiritual a los
hombres. Traer la colaboración fraterna de los planos
superiores a los Espíritus encarnados no es una obra
mecánica, encuadrada en principios del menor esfuerzo. Por
lo tanto, es obvio que, para recibirla, no podrá el hombre
huir a los mismos imperativos. Es indispensable lavar el vaso
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del corazón para recibir el “agua viva”; abandonar
envoltorios inferiores, para vestir los “trajes nupciales” de
la luz eterna.
Entregamos, pues, al lector amigo, las nuevas páginas
de André Luiz, satisfechos por cumplir un deber. Constituyen
el relato incompleto de una semana de trabajo espiritual de
los mensajeros del Bien, junto a los hombres, y, por encima
de todo, muestran la figura de un emisario consciente y
benefactor generoso en Aniceto, destacando las necesidades
de orden moral en el cuadro de servicio de los que se
consagran a las actividades nobles de la fe.
Si buscas, amigo, la luz espiritual; si la animalidad ya
te cansó el corazón, recuerda que, en el Espiritualismo, la
investigación conducirá siempre al Infinito, tanto en lo que
se refiere al campo infinitesimal, como a la esfera de los astros
distantes, y que sólo la transformación de ti mismo, a la luz
de la Espiritualidad Superior, te facultará el acceso a las
fuentes de la Vida Divina. Y, sobre todo, recuerda que los
mensajes edificantes del Más Allá no se destinan tan sólo a
la expresión emocional, sino, por encima de todo, a tu sentido
de hijo de Dios, para que hagas el inventario de tus propias
realizaciones y te integres, de hecho, a la responsabilidad de
vivir ante el Señor.
Emmanuel
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Renovación
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espectáculos de la Naturaleza. Ahora, sin embargo, me convencía
de que el dolor actuara en mi construcción mental, a manera de
un pesado mazo, cuyos golpes, entonces, no había logrado
entender. El mazo había quebrado la concha de antiguos vicios
del sentimiento. Me liberaba, exponía mi organismo espiritual al
sol de la Bondad Infinita, y comencé a ver más alto, alcanzando
larga distancia.
Por primera vez, catalogaba a los adversarios en la
categoría de benefactores. Comencé a frecuentar de nuevo el
nido de la familia terrestre, no ya como señor del círculo
doméstico, sino como el operario que ama el trabajo del taller
que la vida le designó. No busqué más en la esposa del mundo a
la compañera que no me pudo comprender, y sí a la hermana a
quien debería auxiliar, en cuanto estuviese al alcance de mis
fuerzas. Me abstuve de encarar al segundo esposo como un
intruso que había modificado mis propósitos, para ver tan sólo
al hermano que necesitaba el concurso de mis experiencias. No
volví a considerar a los hijos como una propiedad mía y sí como
compañeros muy queridos, a los cuales me competía extender
los beneficios del nuevo conocimiento, amparándolos
espiritualmente en la medida de mis posibilidades.
Compelido a destruir mis castillos de exclusivismo injusto,
sentí que otro amor se instalaba en mi alma.
Huérfano de afectos terrenales y conforme con los
designios superiores que habían trazado diverso rumbo a mi
destino, comencé a oír la llamada profunda y divina de la
Conciencia Universal.
Solamente ahora, percibía cuán distanciado había vivido
de las leyes sublimes que rigen la evolución de las criaturas
humanas.
La Naturaleza me recibía con arrebatos de amor. Ahora
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sus voces eran mucho más elevadas que las de mis intereses
aislados. Conquistaba, poco a poco, el júbilo de escucharle las
enseñanzas misteriosas en el gran silencio de las cosas. Los
elementos más sencillos adquirían, a mis ojos, extraordinaria
significación. La colonia espiritual, que me acogía generosamente,
revelaba nuevas expresiones de indefinible belleza. El rumor de
las alas de un pájaro, el susurro del viento y la luz del Sol parecían
dirigirse a mi alma, colmándome el pensamiento de prodigiosa
armonía.
La vida espiritual, inexpresable y bella, me abría sus
pórticos resplandecientes. Hasta entonces, había vivido en
Nuestro Hogar como un huésped enfermo en un palacio
brillante, tan extremadamente preocupado conmigo mismo, que
me tornara incapaz de notar deslumbramientos y maravillas.
La conversación de índole espiritual se me hizo
indispensable.
Antiguamente me complacía torturar mi alma con las
reminiscencias de la Tierra. Estimaba las narraciones dramáticas
de ciertos compañeros de lucha, recordando mi caso personal y
embriagándome en las perspectivas de asirme nuevamente a la
parentela del mundo, valiéndome para ello de lazos inferiores.
Pero ahora… había perdido totalmente la pasión por los asuntos
de orden poco dignos. Las mismas descripciones de los enfermos,
en las Cámaras de Rectificación, me parecían desprovistas de
mayor interés. Ya no deseaba informarme de la procedencia de
los infelices; no indagaba sobre sus aventuras en las zonas más
bajas. Buscaba a hermanos necesitados. Deseaba saber en qué
podía serles útil.
Identificando esa profunda transformación, Narcisa cierto
día me dijo:
–André, amigo mío, usted viene haciendo su propia
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renovación mental. En tales períodos nos asaltan el corazón
extremadas dificultades espirituales. Tenga presente la meditación
en el Evangelio de Jesús. Sé que usted experimenta intraducible
alegría al contacto de la armonía universal, después del abandono
de sus caprichosas creaciones, pero reconozco que, al lado de
las rosas del júbilo, enfrentando los nuevos caminos que se abren
para su esperanza, hay espinas de tedio en las márgenes de las
viejas veredas inferiores que usted va dejando atrás. Su corazón
es una copa iluminada por los rayos de la alborada divina, pero
vacía de los sentimientos del mundo, que la llenaron por siglos
consecutivos.
Yo mismo no podría formular tan exacta definición de mi
estado espiritual.
Narcisa tenía razón. Suprema alegría me inundaba el
espíritu, al lado de inconmensurable sensación de tedio, en cuanto
a las situaciones de naturaleza inferior. Me sentía liberado de
pesados grilletes, pero ya no poseía el hogar, la esposa y los
amados hijos. Regresaba frecuentemente al círculo doméstico y
trabajaba allí por el bienestar de todos, pero sin ningún estímulo.
Mi devota amiga había acertado. Mi corazón muy bien era un
cáliz luminoso, pero vacío. La definición me había conmovido.
Viendo mis silenciosas lágrimas, Narcisa acentuó:
–Llene su copa en las aguas eternas de Aquél que es el
Donador Divino. Además, André, todos nosotros somos
portadores de la planta del Cristo, en la tierra del corazón. En
períodos como el que usted atraviesa, hay más facilidad para
desenvolvernos con éxito, si sabemos aprovechar las
oportunidades. Mientras el espíritu del hombre se engolfa en
cálculos y raciocinios, el Evangelio de Jesús no le parece más
que un conjunto de enseñanzas comunes; pero, cuando se le
despiertan los sentimientos superiores, verifica que a medida que
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se esfuerza en la edificación de sí mismo, como instrumento del
Padre, las lecciones del Maestro tienen vida propia y revelan
expresiones desconocidas para su inteligencia, a medida que se
esfuerza en la edificación de si mismo, como instrumento del
Padre. Cuando crecemos para el Señor, sus enseñanzas crecen
igualmente a nuestros ojos. ¡Vamos a hacer el bien, querido mío!
Llene su cáliz con el bálsamo del amor divino. Ya que usted
presiente los rayos de la nueva alborada, ¡camine confiado hacia
el día…!
Y conociendo mi temperamento de hombre amante del
servicio activo, agregó generosamente:
–Usted ha trabajado bastante aquí en las Cámaras, donde
me preparo –por mi parte– considerando mi futuro próximo en
la carne. Por lo tanto, no podré acompañarlo, pero creo que
usted debe aprovechar los nuevos cursos de servicio instalados
en el Ministerio de Comunicaciones. Muchos compañeros
nuestros se habilitan para prestar su concurso en la Tierra, en
los campos visibles e invisibles al hombre, acompañados, todos
ellos, por nobles instructores. Podría conocer nuevas
experiencias, aprender mucho y cooperar con su excelente acción
individual. ¿Por qué no lo intenta?
Antes que pudiese agradecer el valioso consejo, Narcisa
fue llamada a servir al interior de las Cámaras, dejándome
dominado por esperanzas diferentes de cuantas había abrigado
hasta entonces, con relación a mis tareas.
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Aniceto
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Un nuevo sector de lucha se desdoblaría ante mi alma. No
debería perder la oportunidad. Nuestro Hogar estaba lleno de
entidades ansiosas por adquisiciones de esa naturaleza. ¿No sería
justo entregarme de buena voluntad al nuevo aprendizaje?
Además, seguro de mi regreso a la vida carnal, en un futuro tal
vez no distante, mi buena disposición constituiría una realización
de profundo interés para mi aprovechamiento general.
Misteriosa alegría me dominaba totalmente, sublimada
esperanza iluminaba mis sentimientos. Aquel deseo ardiente de
colaborar en beneficio de otros, que Narcisa había encendido
en mi yo interior, parecía llenar, ahora, la copa vacía de mi
corazón.
Trabajaría, sí. Conocería la satisfacción de los
cooperadores anónimos para felicidad ajena. Buscaría la
prodigiosa luz de la fraternidad, a través del servicio a las
criaturas humanas.
Por la noche me vino a ver Tobías, siempre generoso,
trayéndome el confortante consentimiento del Ministro Genesio.
Con sonrisa afectuosa, me invitó a acompañarlo. Me
conduciría a la presencia de Aniceto, para conversar sobre el
asunto.
Emocionadísimo lo seguí a la residencia del nuevo
personaje que se vincularía profundamente a mi vida espiritual.
Aniceto, al contrario de Tobías, no residía en Nuestro
Hogar. Vivía con cinco amigos, que habían sido sus discípulos
en la Tierra, en un edificio confortable, enclavado entre árboles
frondosos y tranquilos, que parecían puestos allí para proteger
una extensa y maravillosa rosaleda.
Nos recibió con extremada gentileza, lo que me causó
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excelente impresión. Aparentaba la ponderada calma del hombre
que llegó a la edad madura, sin las fantasías de la juventud
inexperta. Aunque su rostro reflejase mucha energía, revelaba el
sano optimismo del corazón lleno de ideales sacrosantos. Muy
sereno, recibió todas las explicaciones de mi benefactor,
dirigiéndome, de vez en cuando, miradas amistosas e
indagadoras.
Tobías habló extensamente, comentando mi posición de
ex médico en el plano terrestre, y ahora en reajuste de valores
en el plano espiritual.
Después de examinarme con atención, el orientador adujo:
–No hay ningún inconveniente, mi apreciado Tobías. No
obstante, es preciso reconocer que la solución depende del
candidato. Usted sabe que nos encontramos aquí en la Institución
del Hombre Nuevo.
–André está pronto y dispuesto –agregó el amigo
cariñosamente.
Aniceto fijó una mirada penetrante en mí, y advirtió:
–Nuestro servicio es variado y riguroso. El departamento
de trabajo, bajo nuestra responsabilidad, acepta solamente a
cooperadores interesados en el descubrimiento de la felicidad
de servir. Nos comprometemos, mutuamente, a callar toda
especie de reclamo. Nadie exige que se le reconozcan méritos
por sus obras útiles y todos responden por cualquier error
cometido. Nos hallamos aquí, en un curso de extinción de las
viejas vanidades personales, traídas del mundo carnal. Dentro
del mecanismo jerárquico de nuestras obligaciones, tan sólo nos
interesamos por el bien divino. Consideramos que toda posibilidad
constructiva proviene de nuestro Padre y esta convicción nos
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ayuda a olvidar las inconvenientes exigencias de nuestra
personalidad inferior.
Notando mi sorpresa, Aniceto esbozó un gesto significativo
y continuó:
–En los trabajos de emergencia, destinados a la
preparación de colaboradores activos, tengo un cuadro
suplementario de auxiliares, que consta de cincuenta plazas para
aprendices. En este momento, dispongo de tres vacantes. Hay
intensa actividad de instrucción, necesaria a los servidores que
cooperarán en la Tierra en socorros urgentes. Existen
orientadores que se hacen acompañar, en los servicios en la
superficie terrestre, por todo el personal en aprendizaje, pero
yo adopto un proceso diferente. Acostumbro a dividir la clase
en grupos especializados, para un mejor provecho en la
preparación y en la práctica, de acuerdo con la profesión familiar
a los estudiantes. De momento tengo, un sacerdote católico
romano, un médico, seis ingenieros, cuatro profesores, cuatro
enfermeras, dos pintores, once hermanas especializadas en
trabajos domésticos y dieciocho operarios diversos. En Nuestro
Hogar, la acción que nos compete se desarrolla de manera
colectiva; pero, en los días de aplicación de la tarea en superficie
terrestre, no me hago acompañar por todos. Naturalmente, no
se negará al ingeniero, o al operario, la oportunidad de adquirir
otros conocimientos que trascienden el panorama de las
realizaciones que les son inherentes; pero tales manifestaciones
deben constar en el marco de los esfuerzos espontáneos, en el
tiempo que cada cual disfruta para el descanso o el
entretenimiento. Considerando, pues, el servicio actual, tenemos
interés en aprovechar las horas al límite máximo, no sólo en
beneficio de los que necesitan nuestro concurso fraternal, sino
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también a favor de nosotros mismos, en lo que concierne a la
eficiencia.
Ponderé, admirado, el curioso proceso, mientras el
orientador hacía una larga pausa.
Después de poner en mí toda su atención, como si desease
percibir el efecto de sus palabras, Aniceto continuó:
–Este método, no supone, apenas, crear obligaciones para
los otros. Aquí, como en la Tierra, quien alcanza el mayor
beneficio en las aulas y con las demostraciones, no es
propiamente el discípulo y sí el instructor, que enriquece sus
observaciones e intensifica experiencias. Cuando el Ministro
Espiridión me llamó para ejercer el cargo, lo acepté bajo la
condición de no perder el tiempo en el mejoramiento y educación
de mí mismo. Por lo expuesto, no creo necesario extenderme en
otras consideraciones. Creo haber dicho lo suficiente. Por lo
tanto, si está dispuesto, no puedo negarme a aceptarlo.
–Comprendo sus nobles programas –respondí conmo-
vido–, será una honra, para mí, la posibilidad de acompañarlo y
de recibir sus determinaciones para el servicio.
La expresión fisonómica de Aniceto fue de quien alcanza
la solución deseada, y concluyó:
–Pues bien; podrá comenzar mañana.
Y dirigiéndose a Tobías, añadió:
–Encamine a nuestro amigo, mañana temprano, al Centro
de Mensajeros. Allí estaremos en estudio activo y dispondré
que a André se le brinde el reglamento de Comunicaciones.
Agradecimos, satisfechos, y siguiendo a Tobías, me
despedí, alimentando nuevas esperanzas.
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EnelCentrodeMensajeros
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–No suponga que se encuentra localizado aquí solamente
el servicio de correos. El Centro prepara entidades a fin de que
se transformen en cartas vivas de socorro y auxilio a los que
sufren en el Umbral, en la Superficie y en las Tinieblas. ¿Cree,
por ventura, que tanto trabajo se destine tan sólo a la simple
función de noticiario? Amplíe su visión. Este servicio es copia
de cuantos se vienen haciendo en las más diversas ciudades
espirituales de los planos superiores. Se preparan aquí numerosos
compañeros para la difusión de esperanzas y consuelos,
instrucciones y avisos, en los diversos sectores de la evolución
planetaria. No me refiero tan sólo a emisarios invisibles.
Organizamos grupos compactos de aprendizaje para la
reencarnación. Cada año, salen de aquí centenares de médiums
y adoctrinadores. Considerable cantidad de proveedores de
consuelo espiritual, habilitados por nuestro Centro de
Mensajeros, se encamina hacia los círculos carnales.
–¿Qué me dice? –interrogué sorprendido– ¡Según sus
informes, los trabajos de esclarecimiento espiritual deben estar
muy adelantados en el mundo…!
Tobías fijó en mí una expresión singular, sonrió
tranquilamente y explicó:
–Usted no ponderó todavía, mi querido André, que esta
preparación no constituye, aún, la realización propiamente dicha.
Salen millares de mensajeros aptos para el servicio, pero son
muy pocos los que triunfan. Algunos consiguen una ejecución
parcial de la tarea, muchos otros fracasan rotundamente. El
servicio legítimo no es fantasía. Es un esfuerzo sin el cual la obra
no puede aparecer ni prevalecer. Con las necesarias
instrucciones, parten de aquí al mundo carnal, extensas filas de
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médiums y adoctrinadores, porque los benefactores de la
Espiritualidad Superior, para intensificar la redención humana,
precisan de renuncia y de altruismo. Cuando los mensajeros se
olvidan del espíritu misionero y de la dedicación a los semejantes,
acostumbran a transformarse en instrumentos inútiles. Hay
médiums y mediumnidad, adoctrinadores y doctrina, como
existen la azada y los trabajadores del campo. La azada puede
ser excelente, pero si falta espíritu de servicio en el cultivador, la
conquista de la azada inevitablemente será la herrumbre. Así
acontece con las facultades psíquicas y con los grandes
conocimientos. La expresión mediúmnica puede ser riquísima;
pero, si el dueño no consigue mirar más allá de sus propios
intereses, fracasará fatalmente en la tarea que le fue conferida.
Crea, querido mío, que todo trabajo constructivo tiene sus
correspondientes batallas. Son muy escasos los servidores que
toleran las dificultades y reveses de las líneas del frente.
Abrumador porcentaje permanece a distancia del fuego fuerte.
Numerosos trabajadores retroceden cuando la tarea abre sus
oportunidades más valiosas.
Algo impresionado, opiné:
–Esto me sorprende sobremanera. No suponía que fuesen
preparados, aquí, determinados mensajeros para la vida carnal.
–¡Ah, amigo mío! –dijo Tobías sonriente–, ¿podría usted
admitir que las obras del bien estuviesen circunscriptas a simples
operaciones automáticas? Nuestra visión, en la Tierra,
acostumbra a viciarse en el círculo de los cultos externos, en la
actividad religiosa. Creemos, por allá, resolver todos los
problemas por la actitud suplicante. Sin embargo, la genuflexión
no soluciona cuestiones fundamentales del espíritu, ni la simple
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adoración a la Divinidad constituye la máxima edificación. En
verdad, todo acto de humildad y amor es respetable y santo, e
incontestablemente el Señor nos concederá sus bendiciones; no
obstante, es imprescindible considerar que el mantenimiento y
limpieza del florero, para mantenerlas, es deber que nos compete.
En este Centro no preparamos, pues, a simples mensajeros de
postales escritas, sino a espíritus que se transformen en cartas
vivas de Jesús para la Humanidad encarnada. Por lo menos este
es el programa de nuestra administración espiritual…
Callé, emocionado, ponderando la grandeza de las
enseñanzas. Mi compañero, después de una larga pausa,
prosiguió observando:
–Raros son los que triunfan, porque casi todos estamos
aún ligados a un extenso pretérito de errores criminales, que
deformaron nuestra personalidad. En cada nuevo ciclo de
tentativas carnales, creemos mucho más en nuestras tendencias
inferiores del pasado que en las posibilidades divinas del presente,
complicando siempre el futuro. Es de ese modo que seguimos
por allá, asidos al mal y olvidados del bien, llegando, a veces, a
la disparatada idea de interpretar dificultades como puniciones,
cuando todo obstáculo traduce oportunidades verdaderamente
preciosas para los que ya tengan “ojos para ver”.
A esa altura, alcanzamos el enorme recinto.
Centenares de entidades penetraban en el vasto edificio,
cuyas escaleras subimos en animada conversación.
Los aspectos del maravilloso atrio impresionaban por su
imponente belleza. Especies de flores –desconocidas hasta
entonces para mí– adornaban columnatas, esparciendo colores
vivos y delicioso perfume.
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Rompiendo mi embeleso, Tobías explicó:
–Los diversos grupos de aprendices se encaminan a clases.
Busquemos a Aniceto en el departamento de instructores.
Atravesamos vastísimas galerías, siempre encontrándonos
con verdadera multitud de entidades que buscaban las aulas, en
conversaciones vibrantes.
En pequeño grupo que parecía mantener una conversación
muy discreta, encontramos al generoso amigo de la víspera, que
nos abrazó sonriente y calmo.
–¡Muy bien!, –dijo, alegre y bondadoso– esperaba al
nuevo alumno, desde esta mañana temprano.
Y como Tobías mencionase estar muy apresurado, el noble
instructor explicó:
–De ahora en adelante, André permanecerá bajo mis
cuidados. Puede regresar tranquilo.
Me despedí del compañero, conmovido.
Notando mi natural timidez, Aniceto indicó a un auxiliar
de servicio:
–Llame a Vicente en mi nombre.
Y, volviéndose hacia mí, aclaró:
–Hasta ahora, Vicente era mi único aprendiz médico.
Ambos se quedarán juntos, en vista de la afinidad profesional.
No habían transcurrido tres minutos y ya teníamos a
Vicente ante nosotros.
–Vicente –dijo Aniceto sin afectación–, André Luiz es
nuestro nuevo colaborador. Fue también médico en las esferas
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carnales. Creo, pues, que ambos se encontrarán a gusto,
compartiendo la misma experiencia.
El interpelado me abrazó, demostrando extrema
generosidad, y después de darme valor con bellas palabras de
estímulo, preguntó a nuestro orientador:
–¿Cuándo debemos buscarlo para los estudios de hoy?
Aniceto pensó un instante y respondió:
–Informe al nuevo candidato cuáles son nuestros
reglamentos, y vengan juntos para las instrucciones después de
medio día.
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ElcasodeVicente
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hermanos unidos, desde mucho, por lazos espirituales. El nuevo
compañero había conquistado mi infinita confianza.
Evidenciando extrema delicadeza, indagó sobre mi
posición ante los parientes terrestres, a lo que respondí con la
historia resumida de mi singular aventura al saber de las segundas
nupcias de mi viuda. Imprimí todo el énfasis posible a mi relato
verbal, sensibilizándome, profundamente, en el curso de la
narración. En cada pormenor culminante de los hechos, me
detenía a propósito, destacando mis viejos sufrimientos y
relatando sinsabores que me parecían insuperables.
Vicente oyó silencioso, sonriendo a intervalos.
Cuando terminé la conmovedora exposición, puso su
diestra sobre mi hombro y murmuró:
–No se juzgue desventurado e incomprendido. Sepa, mi
querido André, que usted fue muy feliz.
–¿Cómo así?
–Su Celia respetó al compañero hasta el fin, y el segundo
matrimonio, en tales circunstancias, no es de admirar. En mi caso,
la cosa fue mucho peor.
Y, dado mi justificado asombro, el nuevo amigo continuó:
–Me explicaré.
Meditó algunos instantes, como quien alineaba
reminiscencias, y prosiguió:
–No puede usted imaginarse como fue de intenso el sueño
de amor de mi casamiento. Tan pronto como adquirí mi diploma
profesional, a los veinticinco años, desposé a Rosalinda, pleno
de exultación y ventura. No sólo llevaba a mi esposa a una
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situación material confortable y sólida, en el terreno financiero,
también le daba mis tesoros de afecto y de devoción. Mi felicidad
no tenía límites. En poco tiempo, dos hijitos enriquecieron nuestro
dichoso hogar. Mi bienestar era inefable. Teniendo en cuenta
mis reservas bancarias, no me especialicé en Clínica,
consagrándome apasionadamente al laboratorio. Gracias a mis
características, no me fue difícil atraer la confianza de numerosos
colegas y varios centros de estudio, multiplicando las
investigaciones con resultados brillantes. Y Rosalinda era mi
primera y mejor colaboradora. De cuando en cuando, le notaba
cierto enfado en su trato con los tubos de ensayo, pero mi esposa
sabía entonces, callar las pequeñas contrariedades, en favor de
nuestra felicidad doméstica. Parecía comprenderme
integralmente. A mis ojos era la madre dedicada y la compañera
sin defectos.
Llevábamos diez años de ventura conyugal, cuando mi
hermano Eleuterio, abogado, soltero, algo mayor que yo, resolvió
venir a vivir cerca de nosotros. Rosalinda fue pródiga en
atenciones, considerando que se trataba de una persona de mi
familia. Eleuterio entró en nuestra casa como hermano. Aunque
residía en un hotel, participaba en nuestras reuniones caseras,
siempre elegante e interesado en agradar.
Observé que a partir de entonces mi mujer se modificaba
poco a poco. Exigió que fuese contratada una auxiliar que la
substituyese en mis servicios, alegando que nuestros hijitos
necesitaban de asistencia maternal más asidua. Accedí satisfecho.
Se trataba de hecho, de una interesante providencia para el
bienestar de nuestros hijos. Sin embargo, la transformación de
Rosalinda asumió un carácter impresionante. Pasó a no
comparecer al laboratorio, donde tantas veces nos abrazábamos,
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alegremente, al ver coronadas por el éxito nuestras
investigaciones más serias. Prefería el cine o la estación de
reposo, en compañía de Eleuterio.
Eso me entristecía bastante, pero no podía desconfiar de
la conducta de mi hermano. Dentro de la familia siempre había
mostrado excelente criterio, aunque era osado y egoísta en las
actividades profesionales.
Mi vida doméstica, antes tan feliz, pasó a ser de una
soledad muy amarga, que yo intentaba encubrir con el trabajo
persistente y honesto.
Así corrían las cosas, cuando singular transformación alteró
mi experiencia. Una pequeña ampolla en la fosa nasal, que nunca
me había ocasionado incomodidades de ninguna naturaleza,
después de sufrir una leve herida, tomó carácter de extrema
gravedad. En pocas horas, se declaró la septicemia. Se reunió
una verdadera asamblea de colegas, junto a mi lecho. Sin
embargo, fueron inútiles todos los cuidados y nula la mejor
asistencia impartida. Comprendí que el fin se aproximaba con
rapidez. Rosalinda y Eleuterio parecían consternados y, hasta
hoy, guardo la impresión de recordar sus miradas ansiosas, en el
momento en que la neblina de la muerte envolvía mis ojos
materiales.
A esa altura, Vicente hizo una larga pausa, como para fijar
las reminiscencias más dolorosas, y continuó con menos vivacidad:
–Después de algún tiempo de tristes perturbaciones en las
zonas inferiores, cuando ya me encontraba restablecido, en
Nuestro Hogar, tuve conocimiento de toda la verdad.
Regresando al hogar terreno, encontré la gran sorpresa. Rosalinda
se había casado con Eleuterio en segundas nupcias.
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–¡Cómo son idénticas nuestras historias! –exclamé
impresionado.
–Eso sí que no –protestó sonriendo.
Y continuó:
–Otra sorpresa me desgarraba el corazón. Solamente al
regresar al hogar, supe que había sido víctima de un odioso
crimen. Mi propio hermano inspiró la trama sutil y perversa. Mi
mujer y él se apasionaron perdidamente uno por el otro y cedieron
a tentaciones inferiores. No debía recurrirse al divorcio, y aunque
la legislación lo facultase, constituiría un escándalo la separación
de Rosalinda para unirse, públicamente, al cuñado. Eleuterio
recordó que poseíamos experiencias de laboratorio y sugirió a
Rosalinda la idea de que me aplicaran determinado cultivo de
microbios, que él mismo se incumbiría de obtener, en la primera
oportunidad. La pobre compañera no vaciló, y, valiéndose de
mi sueño descuidado, introdujo en la minúscula espina nasal,
algo herida, el virus destructor.
Y ahí tiene usted mi caso, naturalmente resumido.
Yo estaba asombrado.
–¿Y los criminales? –pregunté.
Vicente sonrió ligeramente e informó:
–Rosalinda y Eleuterio viven aparentemente felices, son
excelentes materialistas, y disfrutan, por ahora, en el mundo
transitorio de gran fortuna monetaria y de elevado concepto
social.
–Pero, ¿y la justicia? –indagué aterrado.
–¡Vamos, André! –esclareció serenamente–, todo viene a
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su tiempo, tanto en el bien como en el mal. Primero la simiente,
después los frutos.
Pero, percibiendo mis tristes impresiones, Vicente
concluyó:
–No hablemos más de esto. Se aproxima la hora de la
instrucción. Atendamos a nuestras necesidades esenciales,
auxiliando a nuestros seres amados, que aún permanecen a
distancia, en los círculos terrestres. No se impresione. El árbol,
para producir no reclama por las hojas muertas. Para nosotros,
actualmente, amigo mío, el mal es el simple resultado de la
ignorancia y nada más.
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Oyendoinstrucciones
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redentores, Telésforo abordó el asunto principal que lo había
llevado hasta allí.
–Ahora –dijo con autoridad pero sin afectación–
conversaremos sobre las necesidades de la presencia de nuestra
colonia espiritual en los trabajos terrestres. Se encuentran aquí
compañeros fracasados en las intenciones más nobles y otros
hermanos deseosos de colaborar en las tareas que atañen a
nuestras responsabilidades actuales. Nos referimos a las
laboriosas actividades de Comunicaciones, en el plano carnal.
Vemos en esta reunión a gran parte de los cooperadores de
Nuestro Hogar, que fallaron en las misiones de la mediumnidad
y del adoctrinamiento, así, como a otros muchos compañeros
que se preparan para pruebas de esa naturaleza, en los círculos
de la Tierra.
Nuestra institución viene promoviendo un gran movimiento
de auxilio, más allá de la superficie terrestre, a hermanos
encarnados y desencarnados, que se revelan incapaces de
cualquier acción.
Nuestra tarea es enorme. Necesitamos diseminar las
nuevas enseñanzas, con relación a la preparación de los que
habitan nuestra colonia, considerando los esfuerzos y
realizaciones del presente y del porvenir.
Es indispensable socorrer a los que enfrentan, valerosos,
las profundas transformaciones del planeta.
Las transiciones esenciales de la existencia en la Tierra
encuentran a la mayoría de los hombres absolutamente distraídos
sobre las realidades eternas. La mente humana se muestra cada
vez más abierta al contacto con las expresiones invisibles, dentro
de las cuales funciona y se mueve. Esto es una fatalidad evolutiva.
36 Los Mensajeros
Deseamos y necesitamos auxiliar a las criaturas humanas; sin
embargo, en contra de la extensión de nuestro concurso fraterno,
operan dilatadas corrientes de incomprensión. No nos referimos
apenas a la acción de la ignorancia y de la perversidad. Actúan,
contradictoriamente, en ese particular, gran número de fuerzas
del propio espiritualismo. Nos combaten algunas escuelas
cristianas, como si no colaborásemos con el Divino Maestro.
La Iglesia Romana clasifica como diabólica nuestra cooperación.
La Reforma Luterana, en sus variados matices, hostiga nuestra
colaboración amistosa. Y existen corrientes espiritualistas de
elevado tenor educativo, que condenan nuestra influencia, por
querer que el hombre se perfeccione de un día a otro,
rigurosamente redimido al golpe instantáneo de la voluntad, sin
realización metódica.
En el campo de nuestro conocimiento de la vida, no
podemos condenarlos por su incomprensión actual. El catolicismo
romano tiene sus razones de peso; el protestantismo es digno de
nuestro acatamiento; las escuelas espiritualistas poseen notables
realizaciones. Toda expresión religiosa es sagrada, todo
movimiento superior de educación espiritual es santo en sí mismo.
Tenemos, entonces, ante nosotros, la incomprensión de los
buenos, que constituye dolorosa prueba para todos los
trabajadores sinceros, porque, a fin de cuentas, no estamos
haciendo ninguna obra individual y sí promoviendo un movimiento
libertador de la conciencia humana, a favor de la propia idea
religiosa del mundo.
Sacerdotes e intérpretes de los núcleos organizados de la
religión y de la filosofía, no perciben aún que el espíritu de la
Revelación es progresivo, como el alma del hombre. Las
percepciones religiosas se elevan con la mente de la criatura
humana. Muchas iglesias no comprenden, hasta ahora, que no
Los Mensajeros 37
debemos difundir la creencia en los tormentos eternos para los
desventurados, y sí la certeza de que hay hombres infernales
creando infiernos para sí mismos.
Pero, no podemos perder tiempo en el examen de la
terquedad ajena. Tenemos servicios complejos y dilatados. Y,
como decíamos, la Humanidad terrena se aproxima, día a día, a
la esfera de vibraciones de los invisibles de condición inferior,
que la rodea en todos los sentidos. Mas, según reconocemos,
abrumador porcentaje de habitantes de la Tierra no se preparó
para los actuales acontecimientos evolutivos. Y los más
angustiosos conflictos se verifican en el escenario humano. La
Ciencia progresa vertiginosamente en el planeta, y, no obstante,
a medida que se suprimen sufrimientos del cuerpo, se multiplican
aflicciones del alma. Los periódicos del mundo están llenos de
noticias maravillosas, en cuanto al progreso material. Se
descubren secretos sublimes de la Naturaleza en los dominios
del mar, de la tierra y del aire; pero la estadística de los crímenes
humanos es espantosa. Los asesinatos de la guerra, presentan
refinamientos de perversidad mucho mayores de los que fueron
conocidos en épocas anteriores. Los homicidios, los suicidios,
las tragedias conyugales, los desastres del sentimiento, las huelgas,
los impulsos revolucionarios de la indisciplina, la sed de
experiencias inferiores, la inquietud sexual, las molestias
desconocidas, la locura, invaden los hogares humanos. No existe
en ningún país suficiente preparación espiritual para lograr el
bienestar corporal. Entretanto, ese bienestar tiende a aumentar
naturalmente. El hombre dominará, cada vez más, el paisaje
exterior que constituye su morada, aunque no se conozca a sí
mismo. Empero, atendido el cuerpo revelará las necesidades del
alma y vemos ahora a la criatura humana llena de graves
problemas, no sólo por las deficiencias de sí misma, sino también
por la espontánea aproximación psíquica con la esfera vibratoria
38 Los Mensajeros
de millones de desencarnados, que se adhieren a la superficie
planetaria, sedientos de renovar la existencia que sin mayor
consideración a los designios del Eterno, menospreciaron.
En rigor, también nosotros comprendemos que los
servicios de Comunicaciones, en el mundo, deberían realizarse
apenas en el plano de la inspiración divina para los círculos
terrenales, de lo superior a lo inferior; pero, ¿cómo actuar ante
millones de enfermos y criminales en las zonas visibles e invisibles
de la experiencia humana? ¿Por el simple culto externo, como
pretende la Iglesia de Roma? ¿Exclusivamente por actos de fe,
como espera la Reforma Protestante? ¿Por simple afirmación
de la voluntad, conforme pontifican ciertas escuelas
espiritualistas? No podemos, no obstante, circunscribir
apreciaciones, en la visión unilateral del problema. Concordamos
en que la reverencia al Padre, la fe y la voluntad son expresiones
básicas de la realización divina en el hombre, pero no podemos
olvidar que el trabajo es una necesidad fundamental de cada
espíritu. Que otros hermanos nuestros tan sólo perseveren en
las especulaciones teológicas; pero, enfrentemos nosotros los
servicios del Señor, como se hace indispensable.
Actualmente, la Humanidad terrena es como un gran
organismo colectivo, cuyas células, que son las personalidades
humanas, se envuelven en el desequilibrio entre sí, en el proceso
mundial de reajuste y de redención.
Cuantos cooperan con nosotros, ven la extensión de los
espinares en los que se debate la mente humana. Criminales se
aferran a criminales, enfermos se asocian con enfermos.
Precisamos ofrecer, al mundo, los instrumentos adecuados para
las rectificaciones espirituales, habilitando a nuestros hermanos
encarnados a un mayor entendimiento del Espíritu del Cristo.
Pero, para conseguirlo, necesitamos de colaboradores fieles, que
Los Mensajeros 39
no impongan condiciones, compensaciones y discusiones, mas
que se interesen por la sublimidad del sacrificio y de renunciación
con el Señor.
A esa altura, Telésforo interrumpió la lección en curso, y
fijando su mirada escrutadora sobre la asamblea, tornó a decir
en voz más alta:
–Quien no desee servir, busque otros géneros de tarea.
En Comunicaciones no se admite la pérdida de tiempo, ni la
experimentación enfermiza, sin el grave perjuicio para los
cooperadores incautos. En otros Ministerios, la designación de
trabajadores define, con precisión, a todos los que colaboran
con el Divino Maestro. Pero aquí, por encima de trabajadores,
necesitamos servidores que atiendan de buena voluntad.
En ese instante, en vista de otra larga pausa, noté la fuerte
impresión que reinaba entre los oyentes, que se miraban entre sí
con inexpresable asombro.
40 Los Mensajeros
6
Advertenciasprofundas
Los Mensajeros 41
Grandes instructores, cuando se encuentran en los fluidos de la
carne, se amedrentan ante las luchas humanas, y se encierran,
indebidamente, en sus propias ideas. Se olvidan de que Jesús
no esperó a que los hombres le alcanzasen las glorias
magnificentes y que, en vez de eso, descendió hasta el plano de
los hombres, para amar, enseñar y servir. No exigió que las
criaturas humanas se hiciesen inmediatamente iguales a Él; se
hizo como los hombres, para ayudarlos en la áspera ascensión.
Y, con profundo brillo en la mirada, Telésforo acentuó,
después de un pequeño intervalo:
–Si el Divino Maestro adoptó esa norma, ¿qué decir de
nuestras obligaciones de criaturas fallidas?
Abstrayéndonos de las inmensas necesidades de otros
grupos, procuremos identificar las fallas existentes en aquellos
que nos son afines.
Alrededor de nosotros mismos, los lazos personales
representan un extenso campo para los testimonios.
Cese, para nosotros, el concepto de que la Tierra es un
valle tenebroso, destinado a lamentables caídas y tengamos la
certeza de que la esfera carnal es un gran taller de trabajo
redentor. Preparémonos para la cooperación eficiente e
indispensable. Olvidemos los errores del pasado y recordemos
de nuestras obligaciones fundamentales.
La causa general de los desastres mediúmnicos es la
ausencia de la noción de responsabilidad y del recuerdo del deber
a cumplir.
¿Cuántos de vosotros han sido respaldados, aquí, por
generosos benefactores que buscaron ayudaros, condolidos de
vuestro pretérito cruel? ¿Cuántos de vosotros partisteis,
42 Los Mensajeros
entusiastas, formulando enormes promesas? Entretanto, no
supisteis reflexionar dignamente, para aprender a servir, conforme
a los designios superiores del Eterno. Cuando el Señor os
enviaba, posibilidades materiales para lo necesario, regresabais
a la ambición desmedida; ante el aumento de misericordia de la
labor intensificada, os agarrasteis a la idea de la existencia
cómoda; junto a las experiencias afectivas, preferisteis los desvíos
sexuales; al lado de la familia, volvisteis a la tiranía doméstica y
a los intereses de la vida eterna sobrepusisteis las sugestiones
inferiores de la pereza y de la vanidad. La mayoría de vosotros,
os disteis a la palabra sin responsabilidad y a la indagación sin
discernimiento, amontonando actividades inútiles. Como
médiums, muchos de vosotros preferisteis vuestra propia
inconsciencia; como adoctrinadores, formulabais conceptos para
la exportación, jamás para el uso propio.
¿Qué resultados alcanzamos? Grandes masas agitan las
fuentes del Espiritismo sagrado, tan sólo con el propósito de
mancharle las aguas. No son buscadores del Reino de Dios los
que le fuerzan, de ese modo, las puertas, y sí cazadores de
intereses personales. Son los sedientos de la facilidad, los amigos
del menor esfuerzo, los perezosos y delincuentes de todas las
situaciones, que desean oír a los Espíritus desencarnados,
recelosos de la acusación que les dirige su propia conciencia.
En los corazones bien intencionados, La hiel de la duda invade
el bálsamo de la fe. La avidez por una indebida protección fustiga
a los seguidores de la ociosidad. La ignorancia y la maldad se
entregan a las manifestaciones inferiores de la magia negra.
¿Todo eso, por qué, hermanos míos? Porque no hemos
sabido defender el sagrado depósito, por habernos olvidado,
en nuestras labores carnales, que el Espiritismo es revelación
Los Mensajeros 43
divina para la renovación fundamental de los hombres. No
atendemos, aún, como se hace indispensable, la construcción
del “Reino de Dios” en nosotros mismos.
Con todo, no abandonemos nuestros deberes en medio
de la tarea. Regresemos al campo, rectificando las siembras. El
Ministerio de Comunicaciones viene incentivando ese movimiento
renovador. Necesitamos de servidores de buena voluntad, leales
al espíritu de la fe. No serán admitidos los que no deseen conocer
la gloria oculta de la cruz del testimonio, ni serán atendidos aquí
los que se aproximen con objetivos diferentes…
Aquí estamos todos, compañeros de Comunicaciones,
endeudados con el mundo, pero llenos de esperanza por el éxito
de nuestra tarea permanente. Levantemos la mirada. El Señor
renueva diariamente nuestras benditas oportunidades de trabajo,
mas, para que alcancemos los resultados precisos, es
imprescindible seguir en la renunciación a lo inferior. Ninguno
de nosotros, de los que aquí nos encontramos, está libre del
ciclo de reencarnaciones en la Tierra. Por tanto, todos estamos
sedientos de Vida Eterna. Por esto, no olvidemos el Calvario de
Nuestro Señor, convencidos de que toda salida de los planos
más bajos debe ser una ascensión hacia la esfera superior. ¡Y
nadie espere subir espiritualmente, sin esfuerzo, sin sudor y sin
lágrimas…!
En ese momento cesó la exhortación de Telésforo, que
bendijo a la asamblea, mostrando la mirada infinitamente brillante
y aceptando, enseguida, el brazo de Aniceto, para retirarse.
Bajo profunda impresión, en vista de las incisivas
declaraciones del instructor, observé que numerosos circundantes
lloraban en silencio.
44 Los Mensajeros
Ante mi mirada interrogadora, Vicente explicó:
–Son servidores fracasados.
En ese instante, Telésforo y nuestro orientador se apostaron
junto a nosotros.
Dos señoras, de grave fisonomía, se aproximaron
respetuosamente y una de ellas se dirigió a Aniceto, en estos
términos:
–Deseamos pedirle el favor de una información sobre la
próxima oportunidad de servicio que será concedida a Octavio.
–El Ministerio brindará las aclaraciones –respondió, atento,
el interpelado.
–No obstante –tornó a decir la interlocutora–, me atrevería
a reiterarle el pedido. Es que Marina, gran amiga nuestra, casada
en la Tierra hace algunos meses, me prometió su cooperación
para auxiliarlo, y sería muy de mi agrado localizar, ahora, a mi
pobre hijo en nuevos brazos maternales.
Aniceto esbozó un gesto de comprensión, sonrió y aclaró,
con franqueza:
–No es conveniente establecer esos planes de momento,
porque, antes de nada, necesitamos conocer la solución que se
le dará al proceso sobre médiums fracasados, en que él está
envuelto. Solamente después, mi hermana.
Volví la mirada hacia Vicente, sin ocultar mi sorpresa, pero,
mientras las señoras se retiraban conformes, Aniceto nos dirigía
la palabra:
–Tengo que atender servicios inmediatos, en compañía de
Telésforo. Os dejo a todos, en estudios y observaciones aquí en
el Centro de Mensajeros.
Los Mensajeros 45
Se retiró Aniceto con los mayores, y un compañero declaró
alegremente:
–Podemos conversar.
–Nuestro orientador –explicó Vicente, solícito– considera
trabajo útil toda conversación saludable que nos enriquezca los
conocimientos y actitudes para el servicio. Por lo tanto, por
nuestras conversaciones constructivas recibiremos también la
debida recompensa por la cooperación normal.
Curioso y sorprendido, indagué:
–¿Y si yo intentase platicar sobre los asuntos inferiores de
la Tierra, olvidando la conversación edificante?
Vicente sonrió y contestó:
–El perjuicio sería suyo, porque aquí, la palabra define al
Espíritu, y, si usted huyese de la luz de la conversación instructiva,
nuestros orientadores conocerían su actitud inmediatamente, por
cuanto su presencia se tornaría desagradable y su rostro se
cubriría por una sombra indefinible.
46 Los Mensajeros
7
LacaídadeOctavio
Los Mensajeros 47
Conmigo no sucede lo mismo. ¡Ay de mí! No desconocía el
derrotero correcto, que el Padre me había designado para las
luchas en la Tierra. No poseía títulos académicos de competencia;
pero disponía de considerable cultura evangélica, cosa que, para
la vida eterna, es simplemente considerada de mayor importancia
que la cultura intelectual. Tuve amigos generosos del plano
superior, que se hacían visibles a mis ojos, recibí mensajes
repletos de amor y sabiduría y, a pesar de todo ello, caí asimismo,
obedeciendo a la imprevisión y a la vanidad.
Las observaciones de Octavio, me impresionaban
vivamente. Mientras permanecí en el mundo, no tuve contacto
especial con las escuelas espiritistas y tenía cierta dificultad para
comprender todo lo que él deseaba decir.
–Ignoraba la extensión de las responsabilidades
mediúmnicas –respondí.
–Las tareas espirituales –volvió a decir el interlocutor algo
triste– se ocupan de los intereses eternos y en ello radica la
enormidad de mi falta. Los encargados de los bienes del alma
están investidos de pesadísimas responsabilidades. Los
estudiosos, los creyentes, los simpatizantes, en el campo de la
fe, pueden alegar ignorancia e inhibición; pero, los sacerdotes
no tienen disculpa. Es lo mismo que se verifica en la tarea
mediúmnica. Los aprendices o beneficiarios, en los templos de
la nueva Revelación, pueden referirse a determinados
impedimentos; pero el misionero está obligado a caminar con un
patrimonio de certezas tales, que nada lo exonera de las culpas
adquiridas.
–Pero, mi amigo –pregunté muy impresionado–, ¿qué
habría motivado su martirio moral? Lo noto tan consciente de sí
mismo, tan superiormente informado sobre las leyes de la vida,
48 Los Mensajeros
que me cuesta creer que se encuentre necesitado de nuevas
experiencias en ese sentido…
Ambas señoras presentes mostraron extraño brillo en la
mirada, mientras Octavio respondía:
–Relataré mi caída. Verá como perdí una maravillosa
oportunidad de elevación.
Y después de una pausa un tanto más prolongada,
continuó, gravemente:
–Después de contraer en otro tiempo enormes deudas en
la esfera carnal, vine a tocar las puertas de Nuestro Hogar,
siendo atendido por dedicados hermanos, que se revelaron
incansables para conmigo. Me preparé, entonces, durante treinta
años consecutivos, para regresar a la Tierra en tarea mediúmnica,
deseoso de saldar mis cuentas y elevarme algo. No me faltaron
lecciones verdaderamente sublimes, ni estímulos santos a mi
corazón imperfecto. El Ministerio de Comunicaciones me
favoreció con todas las facilidades y, sobre todo, seis entidades
amigas movieron los mayores recursos en beneficio de mi éxito.
Técnicos del Ministerio de Auxilio me acompañaron a la Tierra,
en vísperas de mi nacimiento, entregándome un cuerpo físico
rigurosamente sano. Según la magnanimidad de mis benefactores
de aquí, me sería concedido cierto trabajo de relevancia, en el
campo de la consolación a las criaturas humanas. Permanecería
junto a las legiones de los colaboradores encargados del trabajo
en Brasil, animándolos en sus esfuerzos y atendiendo a otros
hermanos, ignorantes, perturbados o infelices. El matrimonio no
debería entrar en la línea de mis aspiraciones, no porque el
matrimonio pueda chocar con el ejercicio de la mediumnidad,
sino porque mi caso particular así lo exigía. Aun como soltero,
debería recibir, a los veinte años, a los seis amigos que mucho
trabajaron por mí, en Nuestro Hogar, los cuales llegarían a mi
Los Mensajeros 49
círculo como huérfanos. Mi débito con esas entidades se había
tornado muy grande y esta disposición no sólo constituiría un
agradable rescate para mí, como también una garantía de triunfo
por el servicio de asistencia que a ellas les prestase, por cuanto
el trabajo laborioso me obligaría a no acceder a sugestiones
inferiores en los dominios del sexo y de las ambiciones
desmedidas, lo cual preservaría mi corazón de liviandades y
vacilaciones. Quedó también asentado que mis nuevas
actividades comenzarían con muchos sacrificios, para que el
posible cariño de otros no ablandase la fibra de mis realizaciones,
y para que mi tarea no se esclavizase a situaciones caprichosas
del mundo, distantes de los designios de Jesús, y, sobre todo,
para que fuese mantenido el significado impersonal del servicio.
Más tarde, con el correr de los años de edificación espiritual,
me enviarían de Nuestro Hogar socorros materiales, cada vez
mayores, a medida que fuese dando testimonio de renuncia a mí
mismo, desprendimiento de las posesiones efímeras, desinterés
por la remuneración que proviene de los sentidos, de manera
que intensificase, progresivamente, la siembra de amor confiada
a mis manos.
Todo bien combinado, volví, no sólo prometiendo fidelidad
a mis instructores, sino, también, hipotecando la certidumbre de
mi devoción a las seis entidades, a quien mucho debo hasta ahora.
En ese momento, Octavio hizo una pausa más larga, suspiró
profundamente, y prosiguió:
–Mas, ¡ay de mí, que olvidé todos los compromisos! Los
benefactores de Nuestro Hogar me ubicaron al lado de una
verdadera servidora de Jesús. Mi madre era espiritista cristiana
desde joven, no obstante las tendencias materialistas de mi padre,
que a pesar de ello, era un hombre de bien. A los trece años
quedé huérfano de madre y, a los quince, comenzaron a llegarme
50 Los Mensajeros
las primeras llamadas de la esfera superior. Por ese tiempo, mi
padre contrajo segundas nupcias, y, a pesar de la bondad y
cooperación que mi madrastra me ofrecía, yo me colocaba con
respecto a ella en un plano de falsa superioridad. En vano, mi
progenitora desde lo invisible me dirigió llamadas sagradas al
corazón. Yo, rebelde, vivía entre quejas y lamentaciones indebidas.
Mis parientes me condujeron a un grupo espiritista de excelente
orientación evangélica, donde mis facultades podrían ser puestas
al servicio de los necesitados y sufridores; sin embargo, me faltaban
cualidades de trabajador y compañero fiel. El negar mi confianza
en los orientadores espirituales y la acentuada tendencia a la crítica
de los actos ajenos me compelían a desagradable estancamiento.
Los beneméritos amigos de lo invisible me estimulaban al servicio,
pero yo con mi vanidad enfermiza, dudaba de ellos. Y como
prosiguiesen las llamadas sagradas, interpretadas por mí como
alucinaciones, busqué a un médico que me aconsejó tener
experiencias sexuales. Cumplía, entonces, diecinueve años y me
entregué desenfrenadamente al abuso de facultades sublimes.
Deseaba conciliar, a la fuerza, el placer delictuoso y el deber
espiritual, alejándome, cada vez más, de las enseñanzas evangélicas
que los amigos de la esfera superior nos suministraban. Tenía poco
más de veinte años, cuando mi padre fue arrebatado por la muerte.
Con el triste suceso, quedaban en la orfandad seis niños
desfavorecidos, por cuanto, mi madrastra, al casarse con mi padre
trajera para su tutela a tres pequeños. En vano la pobre viuda me
imploró socorro. Nunca me digné aceptar los encargos redentores
que me estaban destinados. Después de dos años de una segunda
viudez, mi desventurada madrastra fue recogida a una leprosería.
Entonces, me aparté de los pequeños huérfanos, lleno de horror.
Los abandoné definitivamente, sin reflexionar que lanzaba a mis
acreedores generosos, de Nuestro Hogar, a un destino incierto.
Enseguida, dando largas a la ociosidad, cometí una acción indigna
Los Mensajeros 51
y fui obligado a casarme por la fuerza. A pesar de todo, persistían
las llamadas de lo invisible, revelándome la inagotable misericordia
del Altísimo. Pero, a medida que olvidaba mis deberes, toda
tentativa de realización espiritual me parecía más difícil. Y
continuó la tragedia que inventé para mi propio tormento. La
esposa a la que me había unido, tan sólo por apetitos
inconfesables, era una persona muy inferior a mi condición
espiritual y atrajo a una entidad monstruosa, que estaba unida a
ella, para tomar el papel de mi hijo. Relegué a la calle a seis
cariñosos niños, cuando nuestra convivencia hubiera sido decisiva
para mi seguridad moral; pero la compañera y el hijo, por lo que
me pareció, se incumbieron de la venganza. Ambos me
atormentaron hasta el fin de la existencia, cuando regresé aquí,
sin haber completado los cuarenta años, roído por la sífilis, por
el alcohol y por los disgustos… sin haber hecho nada para mi
futuro eterno… Sin haber construido nada en el terreno del bien…
Enjugó sus ojos húmedos y concluyó:
–Como ve, realicé todos mis condenables deseos, menos
los deseos de Dios. Fue por eso que fallé, agravando antiguos
débitos…
En ese instante, se calló como si alguna cosa invisible le
constriñese la garganta.
Lo abracé con simpatía fraternal, ansioso de proporcionarle
algún estímulo al corazón, pero Doña Isaura, se aproximó más,
le acarició la frente y habló:
–¡No llores, hijo! Jesús no nos falta con la bendición del
tiempo. Ten calma y valor…
Y reconociendo su cariño, medité en la Bondad Divina,
que hace resonar el cántico sublime del amor de madre, incluso
en las regiones de más allá de la muerte.
52 Los Mensajeros
8
EldesastredeAcelino
I
ba a dirigirme a Octavio nuevamente, cuando alguien se
aproximó y habló al ex médium, con voz fuerte:
–No llore, querido mío. Usted no está desamparado.
Además, puede contar con la devoción materna. Vivo en peores
condiciones, pero no me faltan esperanzas. Sin duda, estamos
en bancarrota espiritual; no obstante, es razonable que
aguardemos, confiados, por un nuevo préstamo de
oportunidades del Tesoro Divino. Dios no está pobre.
Sorprendido, me volví pero no reconocí al recién llegado.
Doña Isaura tuvo la gentileza de presentarnos.
Estábamos ante Acelino, que había compartido una
experiencia similar.
Mirándolo con tristeza, Octavio sonrió y advirtió:
–No soy un criminal para el mundo, pero soy un fracasado
para Dios y para Nuestro Hogar.
–No obstante, seamos lógicos –contestó Acelino, que
parecía más valeroso–, usted perdió la partida porque no jugó,
yo la perdí jugando desastrosamente. Sufrí once años de
tormento en las zonas inferiores. Su situación no mereció esa
medida drástica. Pero, a pesar de todo, confío en la Providencia.
Los Mensajeros 53
En ese instante, intervino Vicente, agregando:
–Cada uno de nosotros tiene su propia experiencia. No
todos ganan en las pruebas terrestres.
Y volviéndose de modo especial, hacia mí, adujo:
–¿Cuántos de nosotros, los médicos, no hemos perdido
lamentablemente en la lucha?
Después de concordar, trayendo como ejemplo mi propio
caso, objeté:
–Pero, sería muy interesante conocer la experiencia de
Acelino. ¿Habría sufrido la misma desgracia que Octavio? Estimo
de gran aprovechamiento penetrar en esas lecciones. En el
mundo yo no comprendía bien lo que fuesen tareas espirituales,
pero aquí nuestra visión se modifica. Hay que pensar en nuestro
futuro eterno.
Acelino sonrió y adujo:
–Mi historia es muy diferente. La caída que experimenté
presenta diversas características, a mi manera de ver, mucho
más graves.
Y, atendiendo nuestra expectativa, prosiguió narrando:
–También partí de Nuestro Hogar, a finales del siglo XIX,
después de recibir valioso patrimonio instructivo de nuestros
asesores. Me fui, enriquecido de bendiciones. Una de nuestras
beneméritas Ministras de Comunicaciones presidió, en persona,
las medidas atinentes a mi nueva tarea. No faltaron providencias
para asegurar la salud de mi cuerpo y el equilibrio de la mente.
Después de formular grandes promesas a nuestros mayores, partí
al servicio de nuestra colonia, hacia una de las grandes ciudades
brasileñas. El casamiento estaba en mi derrotero de realizaciones.
54 Los Mensajeros
A Ruth, mi devota compañera, le incumbiría colaborar conmigo
para el mejor desempeño de las tareas.
Cumplida la primera parte del programa, a los veinte años
de edad fui llamado a la tarea mediúmnica, recibiendo enorme
amparo de los benefactores invisibles. Recuerdo aún la sincera
satisfacción de los compañeros del grupo doctrinario. La
videncia, la audición y la psicografía, que el Señor me había
concedido, por misericordia, constituían decisivos factores de
éxito en nuestras actividades. La alegría de todos era insuperable.
Pero, a pesar de las lecciones maravillosas de amor evangélico,
me incliné a transformar mis facultades en fuente de renta material.
No me dispuse a esperar los abundantes recursos que el Señor,
después de dar testimonios en el trabajo, me enviaría más tarde,
y provoqué, yo mismo, la solución de los problemas lucrativos.
¿No era mi servicio igual al de otros? ¿No recibían los sacerdotes
católicos romanos la remuneración de trabajos espirituales y
religiosos? Si todos pagábamos por servicios prestados al
cuerpo, ¿qué razones existirían para rechazar el pago por
servicios prestados al alma? Amigos, inconscientes del carácter
sagrado de la fe, aprobaban mis conclusiones egoístas.
Admitíamos que, en el fondo, el trabajo esencial era de los
desencarnados, pero también había colaboración mía, personal,
como intermediario, por lo que debía ser justa la retribución.
En balde, se movilizaron los amigos espirituales
aconsejándome el mejor camino. En vano, compañeros
encarnados me convidaban a la oportuna reflexión. Me aferré
al interés inferior y me planté en mi punto de vista. Me pondría a
trabajar definitivamente sólo para los consultantes. Fijé el precio
de las consultas, con bonificaciones especiales a los pobres y
desvalidos de la suerte, y mi consultorio se llenó de gente. Se
Los Mensajeros 55
despertó enorme interés entre los que deseaban la mejoría física
y solución para los negocios materiales. Gran número de familias
ricas me tomó como su consultor habitual, para todos los
problemas de la vida. Las lecciones de espiritualidad superior,
la confraternidad amiga, el servicio redentor del Evangelio y las
exhortaciones de los emisarios divinos quedaron distantes. No
más esfuerzo por implantar la escuela de la virtud, del amor
fraternal, de la edificación superior, ahora, era la competencia
comercial, las relaciones humanas legales o criminales, los
caprichos apasionados, los casos policiales y todo un cortejo
de miserias de la Humanidad, en sus experiencias indignas. El
ambiente espiritual que me rodeaba se transformara
completamente. A fuerza de rodearme de personas criminosas,
por cuestiones de ganancia sistemática, las bajas corrientes
mentales de los inquietos clientes me encarcelaban en una sombría
cadena psíquica. Llegué a cometer el crimen de burlarme del
Evangelio de Nuestro Señor Jesús, olvidando que los negocios
delictuosos de los hombres de conciencia viciosa cuentan
igualmente con entidades perniciosas, que se interesan por ellos
en los planos invisibles. Y transformé la mediumnidad en fuente
de pronósticos materiales y de avisos indignos.
En ese momento, los ojos del narrador se enrojecieron
súbitamente, estampándosele un fondo de horror en las pupilas,
como si ellas estuviesen reviviendo atroces dilaceraciones.
–Pero la muerte llegó, mis amigos, y me arrancó de la
fantasía –prosiguió con gravedad. Desde el instante de la gran
transición, la ronda obscura de los consultantes criminosos, que
me habían precedido en la tumba, me rodeó reclamando
pronósticos y orientaciones de naturaleza inferior. Querían
noticias de sus cómplices encarnados, de resultados comerciales,
de soluciones atinentes a relaciones clandestinas.
56 Los Mensajeros
Grité, lloré, imploré, pero estaba encadenado a ellos por
siniestros hilos mentales, en virtud de la imprevisión en la defensa
de mi propio patrimonio espiritual. Durante once años
consecutivos, expié las faltas, en medio de ellos, entre el
remordimiento y la amargura.
Acelino se calló, pareciendo, dadas sus abundantes
lágrimas, aún más conmovido. Profundamente sensibilizado,
Vicente consideró:
–¿Qué es eso? ¡No se atormente así!. Usted no cometió
asesinatos, ni alimentó la intención deliberada de esparcir el mal.
A mi modo de ver, usted se engañó, también, como tantos de
nosotros.
Pero, Acelino enjugó el llanto y respondió:
–No fui un homicida ni un ladrón vulgar, no mantuve el
propósito íntimo de herir a nadie, ni ultrajé hogares ajenos, mas,
yendo a los círculos carnales para servir a las criaturas de Dios,
nuestros hermanos en humanidad, auxiliándolos en el crecimiento
espiritual con Jesús, tan sólo formé viciosos en la creencias
religiosas y delincuentes ocultos, mutilados de la fe y minusválidos
del pensamiento. No tengo disculpas, porque tenía el
conocimiento; no tengo perdón, porque no me faltó la asistencia
divina.
Y, después de una larga pausa, concluyó gravemente:
¿Pueden evaluar la extensión de mi culpa?
Los Mensajeros 57
9
Oyendoimpresiones
58 Los Mensajeros
pequeñas oportunidades para hacer el bien. Tal vez hubiera
podido conquistar el entendimiento del esposo y la colaboración
afectuosa de las hijas, si hubiese trabajado en silencio, mostrando
sincera disposición para el sacrificio. Nuestros actos, Mariana,
son mucho más contagiosos que nuestras palabras.
–Sí –respondió la interlocutora, emitiendo un tono de voz
diferente–, concuerdo con la observación. En verdad, nunca pude
sufrir la incomprensión de los míos, sin protestar.
–Para trabajar con eficiencia –adujo la sensata compa-
ñera–, ante todo, es necesario saber callar. Habríamos atendido
perfectamente a nuestros deberes, si hubiésemos usado todos
los consejos de obediencia y optimismo que suministrábamos a
los otros. Aconsejar es siempre útil, pero aconsejar
excesivamente puede traducirse en olvido de nuestras
obligaciones. Digo así, porque mi caso, a bien decir, es muy
semejante al suyo. Fuimos al círculo carnal para construir con
Jesús, pero caímos en la tontería de creer que andábamos en la
Tierra para discutir nuestros caprichos. No ejecuté mi tarea
mediúmnica, debido a la irritación que me dominaba, dada la
indiferencia de mis familiares por los servicios espirituales.
Nuestros instructores aquí, me habían recomendado mucho que,
para enseñar bien es necesario antes, ejemplificar mejor.
Mientras tanto, para mi desventura, todo lo olvidé en el trabajo
temporal de la Tierra. Si mi marido decía sus consideraciones,
yo me oponía a sus argumentaciones. Incapaz de percibir la
vanidad y la tontería de mis gestos, no soportaba, en materia de
creencia, ningún parecer contrario a mi punto de vista. De esas
irreflexiones nació mi última pérdida, en la cual mucho agravé
mis responsabilidades. Casi mensualmente, Joaquín y yo nos
empeñábamos en discusiones y no sólo intercambiábamos insultos
contundentes, sino también fluidos venenosos, segregados por
Los Mensajeros 59
nuestras mentes rebeldes y enfermizas. Entre los conflictos y sus
consecuencias, pasé ese tiempo inutilizándome para la realización
de cualquier trabajo de elevación espiritual.
En ese instante, me llamó Vicente para presentarme a un
amigo.
A nuestro lado, otro grupo de señoras conversaba
animadamente:
–A fin de cuentas, Ernestina –indagaba una de ellas a la
más joven–, ¿cuál fue la causa de su desastre?
–Sólo el miedo, amiga mía –explicó la interpelada–, tuve
miedo de todo y de todos. Ese fue mi gran mal.
–Pero, ¡cómo impresiona todo eso! Usted fue muy bien
preparada. Aún me recuerdo de nuestras lecciones en conjunto.
Las instructoras del Ministerio de Esclarecimiento confiaban
extraordinariamente en su concurso. Su aprovechamiento era
un modelo para nosotras.
–Sí, mi querida Benita, sus recuerdos me hacen sentir, con
mayor claridad, la extensión de mi bancarrota personal. Sin
embargo, no debo huir a la realidad. Fui la culpable de todo.
Me preparé lo suficiente para rescatar antiguos débitos y efectuar
nuevas edificaciones; con todo, no vigilé como se imponía. El
llamado al servicio resonó en el tiempo correcto, guiándome la
razón hacia mejores conocimientos; nuestros instructores me
proporcionaban los más santos incentivos, pero desconfié de
los hombres, de los desencarnados y hasta de mí misma. En los
estudiosos del plano físico, creía ver personas de mala fe; en los
hermanos invisibles, presumía encontrar solamente a espíritus
burlones con fantasías de orientadores, y yo misma, recelaba de
mis tendencias nocivas. Muchos amigos me tenían por virtuosa,
por el rigor de mis exigencias; sin embargo, en el fondo, yo no
60 Los Mensajeros
pasaba de ser una enferma voluntaria, cargada de aflicciones
inútiles.
–Fue una gran niñería de su parte –aseveró la otra–, usted
olvidó que, en la esfera carnal, el mayor interés del alma es la
realización de algo útil para el bien de todos, con vista al Infinito
y a la Eternidad. En ese menester, es indispensable contar con el
asedio de todos los elementos contrarios. Ironías de la ignorancia,
ataques de la insensatez, sugestiones inferiores propias de nuestra
animalidad surgirán, con certeza, en el camino de todo trabajador
fiel. Son circunstancias lógicas y fatales del servicio, porque no
vamos al mundo físico para el descanso, injustificable, sino para
luchar por nuestra mejoría, a despecho de todo impedimento
fortuito.
–Lo comprendo, ahora –dijo la otra–; pero, el recelo de
las mistificaciones perjudicó mi bella oportunidad.
–Sí, amiga mía –arguyó la otra–, es tarde para lamentarse.
Tanto tememos las mistificaciones, que acabamos por mistificar
los servicios de Cristo.
Yo oía la conversación con creciente interés, pero el
compañero me llevó hacia nuevas presentaciones.
Atendía esos agradables deberes de la sociedad de
Nuestro Hogar, mas, para no perder la ocasión de instruirme,
continuaba atento a las conversaciones en derredor. Algunos
caballeros mantenían discreto intercambio de pareceres.
–Reconozco que fallé –decía uno de ellos en tono grave–
y ya expié mucho en las regiones inferiores, pero aguardo nuevos
recursos de la Providencia.
–¿Le faltó suficiente orientación en el camino? –preguntaba
un compañero.
Los Mensajeros 61
–Me explico –aclaró el primero–, me faltó el amparo de la
esposa. Mientras la tuve a mi lado, se verificaba un profundo
equilibrio en mis fuerzas psíquicas. Sin que yo lo pudiese explicar,
la compañía de ella compensaba todo mi gasto de energía
mediúmnica. Mi noción de equilibrio estaba en las manos de mi
querida Adelia. Olvidé que el buen siervo debe estar preparado
para el servicio del Señor, en cualquier circunstancia. No aprendí
la ciencia de la conformidad ni me resigné a recorrer solo los
caminos humanos. Cuando me sentí sin la dedicada compañera,
arrebatada por la muerte, me amedrenté y por sentirme
desequilibrado, equivocadamente, procuré substituirla, y sufrí
un desengaño. Extremadamente unida a entidades malhechoras,
mi segunda mujer, con sus desvaríos, me arrastró a perversiones
sexuales de las que nunca me creyera capaz. Volví,
insensiblemente, a la convivencia de criaturas perversas. Así,
habiendo comenzado bien, acabé mal. Mis desastres fueron
enormes; mientras tanto, aunque reconozca mis deficiencias,
entiendo aun hoy, que el triunfo en el futuro me ha de ser muy
difícil sin la compañera bien amada.
La conversación se tornara muy interesante. Deseaba
acompañar su curso, pero Vicente llamó mi atención hacia otro
asunto y era necesario acompañarlo.
62 Los Mensajeros
10
LaexperienciadeJoel
Los Mensajeros 63
–Hice mi tentativa en la Tierra, pero fracasé. La lucha no
era pequeña y fui demasiado débil.
–Lo que más me impresiona en su caso –interpuso Vicente
en tono fraterno–, es la molestia que lo acompañó hasta aquí y
que persiste todavía. Joel atravesó las regiones inferiores con
extremas dificultades, después de demorarse por allá largo
tiempo, regresando al Ministerio de Auxilio perseguido por
extrañas alucinaciones, relacionadas con su pasado.
–¿Al pasado? –pregunté, sorprendido.
–Sí –aclaró Joel con humildad–, mi tarea mediúmnica exigía
una sensibilidad esmerada, y cuando me comprometí a la
ejecución del servicio, fui al Ministerio de Esclarecimiento, donde
me aplicaron un tratamiento especial, que me aguzó las
percepciones, pues necesitaba de condiciones sutiles para el
desempeño de los futuros deberes. Asistentes amigos se
deshicieron en atenciones para favorecerme y partí para la Tierra
con todos los requisitos indispensables para el éxito de mis
obligaciones. Pero, desgraciadamente…
–¿Por qué –indagué– perdió las realizaciones? ¿Tan sólo
en virtud de la sensibilidad adquirida?
Joel sonrió y adujo:
–No la perdí por la sensibilidad, sino por su mal uso.
–¿Qué dice? –manifesté admirado.
–Mi amigo lo comprenderá sin dificultades. Imagine que
con un caudal de esa naturaleza, en vez de auxiliar a otros, me
perdí a mí mismo. Es que, según concluyo ahora, Dios concede
la sensibilidad agudizada como una especie de lente poderoso,
que el propietario debe usar para definir rumbos, descubrir
peligros y ventajas del camino, localizar obstáculos comunes,
64 Los Mensajeros
ayudando al prójimo y a sí mismo. Pero, procedí a la inversa.
No utilicé el maravilloso lente, en el menester justo. Dejándome
envolver por la curiosidad enfermiza, tan sólo lo apliqué para
dilatar mis sensaciones. En el cuadro de mis trabajos
mediúmnicos, como me fuera concedido realizar, estaba el
recuerdo de existencias anteriores como expresión indispensable
al servicio de esclarecimiento colectivo y beneficio a los
semejantes, pero existe una ciencia de recordar, que no respeté
como debía.
Él interrumpió un instante la narrativa y a mí me acuciaba
el deseo de conocer su experiencia personal hasta el fin.
Enseguida, continuó en el mismo tono:
–Acudí apresurado, a la primera llamada de la esfera superior.
Sentía, intuitivamente, el vívido recuerdo de mis promesas en Nuestro
Hogar. Tenía el corazón henchido de propósitos sagrados.
Trabajaría, esparciría muy lejos la vibración de las verdades eternas.
Empero, a los primeros contactos con el servicio, la excitación
psíquica hizo rodar el mecanismo de mis recordaciones adormecidas,
como el disco bajo la aguja del fonógrafo, y recordé toda mi
penúltima existencia, cuando llevaba sotana, con el nombre de
Monseñor Alejandro Pizarro, en los últimos períodos de la
Inquisición Española. Fue, entonces, que abusé del lente sagrado al
que me referí. La voluptuosidad de las grandes sensaciones, que
puede ser tan perjudicial como el uso del alcohol que embriaga los
sentidos, me hizo olvidar los deberes más santos. Me envolvieron
claridades espirituales de elevada expresión. Se me desarrolló la
clarividencia, pero sólo estaba satisfecho cuando volvía a ver a mis
compañeros visibles e invisibles del sector de las viejas luchas
religiosas. Me imponía a mí mismo la obligación de localizar a cada
uno de ellos en el tiempo, tratando de reconstruir sus fichas
biográficas, sin cuidar del verdadero aprovechamiento en el campo
del trabajo constructivo. La audición psíquica se me hizo muy clara;
Los Mensajeros 65
pero, no quería oír hablar a los benefactores espirituales sobre tareas
provechosas, prefería interpelarlos, osadamente, para satisfacer mi
egoísmo. Desperdicié un tiempo enorme, dentro del cual huía de
los compañeros que me venían a pedir que realizara ciertas
actividades para bien del prójimo, engolfado en pesquisas referentes
a la España de mi tiempo. Exigía noticias de obispos, de autoridades
políticas de la época, de sacerdotes amigos que habían errado tanto
como yo mismo.
No faltaron generosas advertencias. Con frecuencia los
compañeros de nuestro grupo espiritista me llamaban la atención
para los problemas serios de nuestra casa. Eran sufridores que
nos tocaban a la puerta, situaciones que reclamaban testimonio
cristiano. Teníamos un albergue de huérfanos en proyecto, un
ambulatorio que comenzaba a nacer y, sobre todo, servicios
semanales de instrucción evangélica, en las noches de martes y
viernes. Pero ¡qué!, yo sólo quería saber de mis descubrimientos
personales. Olvidé que el Señor me permitía aquellas
reminiscencias, no para satisfacer mi vanidad, sino para que
entendiese la extensión de mis débitos hacia los necesitados del
mundo y me entregase a la obra de esclarecimiento y consuelo a
los heridos de la suerte. Contrariamente a la expectativa de los
abnegados amigos que me auxiliaron en la obtención de la sublime
oportunidad, no participé en el concurso fraterno y me
desinteresé de la doctrina consoladora, que hoy revive el
Evangelio de Jesús entre los hombres. En verdad, tan sólo busqué
a los que en el pretérito habían sido afines conmigo. En ese
propósito, con evidentes señales de identidad, descubrí a
personalidades relacionadas conmigo, otrora eminentes.
Reconocí al señor Higinio de Salcedo, gran propietario de tierras,
que había sido mi magnánimo protector, ante las autoridades
religiosas de España, reencarnado como proletario inteligente y
honesto, pero en gran experiencia de sacrificio individual. Volví
66 Los Mensajeros
a ver al anciano Gaspar de Lorenzo, figura sagaz de cruel
inquisidor, que me quisiera muy bien, reencarnado como
paralítico y ciego de nacimiento. Y de ese modo, mi amigo, pasé
la existencia, de sorpresa en sorpresa, de sensación en
sensación. Yo, que había renacido recordando para edificar alguna
cosa útil, transformé el recuerdo en vicio de la personalidad.
Perdí la oportunidad bendita de redención y lo peor es el estado
de alucinación en que vivo. Con mi error, mi mente se
desequilibró y las perturbaciones psíquicas me son un doloroso
martirio. Estoy siendo sometido a tratamiento magnético, de largo
curso.
En ese mismo momento el interlocutor palideció
repentinamente. Los ojos desmesuradamente abiertos, vagaban
como si mirasen cuadros impresionantes, muy lejos de nuestra
perspectiva. Después se tambaleó, pero Vicente lo amparó de
inmediato, y pasándole la diestra por la frente, murmuraba con
voz firme:
–¡Joel! ¡Joel! ¡No se entregue a las impresiones del
pasado! ¡Regrese al presente de Dios!…
Profundamente admirado, noté que el convaleciente
regresaba a la expresión normal, estregándose los ojos.
Los Mensajeros 67
11
Belarmino,eladoctrinador
68 Los Mensajeros
–Busquemos a Belarmino Ferreira. Es mi amigo desde hace
algunos meses.
Seguí al compañero, a través de diversos grupos. Belarmino
estaba en un rincón, conversando con un amigo. Fisonomía grave,
gestos lentos, dejaba mostrar gran tristeza en la mirada humilde.
Vicente me presentó, afectuoso, dándose inicio a una
conversación edificante. Después del intercambio de algunos
conceptos, Belarmino habló, conmovido:
–¿Entonces, el amigo desea conocer las amarguras de un
adoctrinador fracasado?
–No digo eso –contemporicé sonriendo–, desearía conocer
su experiencia, para beneficiarme también de su palabra educativa.
Ferreira esbozó una sonrisa forzada, que expresaba todo
el dolor que aún requemaba su alma, y habló:
–La misión del adoctrinador es muy grave para cualquier
hombre. No es sin razón que se atribuye a Nuestro Señor Jesús el
título de Maestro. Solamente aquí, vine a ponderar bastante esta
profunda verdad. Medité muchísimo, reflexioné intensamente y
concluí que, para que alcancemos una resurrección gloriosa, no
existe, por ahora, otro camino aparte de aquel andado por el
Adoctrinador Divino. Es digna de mención la actitud de Él,
absteniéndose de cualquier esclavitud a los bienes terrestres. En
todo el Evangelio, no vemos pasar al Señor, sino haciendo el bien,
enseñando el amor, encendiendo la luz, diseminando la verdad.
¿Nunca pensó en eso? Después de extensas meditaciones, llegué
al conocimiento de que en la vida humana, junto a los que
administran y a los que obedecen, están los que enseñan. Llego,
pues, a pensar que en las esferas de la Superficie de la Tierra, hay
mayordomos, cooperadores y siervos. Muy especialmente, los
que enseñan deben ser de esos últimos. ¿Entiende mi hermano?
Los Mensajeros 69
¡Ah!, sí, había comprendido perfectamente. La concepción
de Belarmino era profunda, irrefutable. Además, nunca había
oído tan bellas apreciaciones, con relación a la misión educativa.
Después de un ligero intervalo, continuó siempre en tono
grave:
–Seguramente, se extrañará que yo haya fracasado,
sabiendo tanto. Mi angustiosa tragedia es la de todos los que
conocen el bien, olvidando su práctica.
Calló de nuevo, pensó, pensó y prosiguió:
Hace muchos años, salí de Nuestro Hogar con la tarea de
adoctrinamiento en el campo del Espiritismo evangélico. Mis
promesas aquí fueron enormes. Mi abnegada Elisa se dispuso a
acompañarme en el servicio laborioso. Sería para mí la compañera
desvelada, bendita amiga de siempre. Mi tarea constaría de trabajo
asiduo en el Evangelio del Señor, de modo que adoctrinase, en
primer lugar con el ejemplo y enseguida con la palabra.
Dos importantes colonias circunvecinas, enviaron a muchos
servidores de la mediumnidad y pidieron a nuestro Gobernador
que cooperase con el envío de misioneros competentes para la
enseñanza y la orientación.
A pesar de mi pasado culpable, me ofrecí al servicio con el
aval del Ministro Gedeão, que no vaciló en auxiliarme. Debería
desempeñar actividades concernientes a mi rescate personal y
atender a la honrosa tarea, proporcionando luz a hermanos
nuestros en los planos visible e invisible. Se me imponía, sobre
todo, el deber de amparar a las organizaciones mediúmnicas,
estimulando a los compañeros de lucha puestos en la Tierra al
servicio del ideal de la inmortalidad. Sin embargo, mi amigo, no
conseguí escapar a la red envolvente de las tentaciones. Desde
niño, mis padres me socorrieron con las nociones consoladoras
70 Los Mensajeros
y edificantes del Espiritismo Cristiano. Varias circunstancias que
me parecieron casuales, situaron mi esfuerzo en la presidencia
de un gran grupo espiritista. El servicio era prometedor, las
actividades nobles y constructivas, pero, llevado por el excesivo
apego a la posición de comando del barco doctrinario, me llené
de exigencias. Ocho médiums, extremadamente dedicados al
esfuerzo evangélico, me ofrecían colaboración activa; sin
embargo, busqué colocar por encima de todo el precepto
científico de las pruebas irrefutables. Cerré los ojos a la ley de
merecimiento individual, olvidé los imperativos del esfuerzo
propio y, envanecido con mis conocimientos del asunto, comencé,
tan sólo en virtud de la falsa posición que usufructuaban en la
cultura filosófica y en la investigación científica, por atraer a
nuestro círculo a amigos de mentalidad inferior. Insensiblemente
brotaron en mi personalidad sorprendentes propósitos egoístas.
Mis nuevos amigos querían demostraciones de toda suerte y,
ansioso por recoger colaboradores en la esfera de la autoridad
científica, exigía de los médiums largas y porfiadas investigaciones
en los planos invisibles. El resultado era siempre negativo, porque
cada hombre recibirá, ahora y en el futuro, de acuerdo con sus
propias obras. Eso me irritaba. Poco a poco se instaló la duda
en mi corazón. Perdí la serenidad de otro tiempo. Comencé a
ver en los médiums, que se retraían a mis caprichos, compañeros
de mala voluntad y de mala fe. Proseguían nuestras reuniones,
pero de la duda pasé a la incredulidad destructora.
¿No estábamos en un grupo de intercambio entre lo visible
y lo invisible? ¿No eran los médiums simples aparatos de los
difuntos comunicantes? ¿Por qué no habrían de venir aquellos que
pudiesen atender a nuestros intereses materiales, inmediatos? ¿No
sería mejor establecer un proceso mecánico y rápido para las
comunicaciones? ¿Por qué la negativa de lo invisible para mis
Los Mensajeros 71
propósitos de demostrar positivamente el valor de la nueva
doctrina?
En vano, Elisa me llamaba hacia la esfera religiosa y
edificante, donde podría aliviar el espíritu atormentado.
El Evangelio es un libro divino, pero mientras
permanecemos en la ceguera de la vanidad y de la ignorancia,
no nos expone sus sagrados tesoros. Por eso mismo, lo tachaba
de vetusto. Y, de desastre en desastre, antes de que me afirmase
en la misión de enseñar, los brillantes amigos del campo de las
reflexiones inferiores de la Tierra, me arrastraron al completo
negativismo. De nuestra agrupación cristiana, donde hubiera
podido edificar construcciones eternas, me transferí para el
movimiento, no de la política que eleva, sino de la política inferior,
que impide el progreso en general y establece la confusión en
los espíritus encarnados. Por ahí me estanqué mucho tiempo,
desviado de mis objetivos fundamentales, porque la esclavitud
al dinero me había transformado los sentimientos.
Y así fue, acabé mis días hasta con una buena situación
financiera en el mundo y… un cuerpo acribillado de
enfermedades; con un confortable palacio de piedra y un desierto
en el corazón. La reviviscencia de mi antigua inferioridad me
volvió a unir, en el plano de los encarnados y desencarnados, a
compañeros indignos y mi amigo podrá evaluar el resto:
tormentos, remordimientos, expiaciones…
Concluyendo, aseveró:
–Pero, ¿cómo no habría de ser así? ¿Cómo aprender sin
escuela, sin volver a tomar el bien y corregir el mal?
–Sí, Belarmino –dije abrazándolo–, usted tiene razón.
Tengo la seguridad de que no vine sólo al Centro de Mensajeros,
sino también al centro de grandes lecciones.
72 Los Mensajeros
12
La palabra de Monteiro
Los Mensajeros 73
–Es que la multiplicidad de fenómenos y las singularidades
mediúmnicas reservan enormes sorpresas a cualquier
adoctrinador que posea más razones en la cabeza que
sentimientos en el corazón. En todos los tiempos, el vicio
intelectual puede desviar a cualquier trabajador más entusiasta
que sincero, y fue eso lo que me sucedió.
Después de una ligera pausa, prosiguió:
–No necesito aclarar que también partí de Nuestro Hogar,
en otro tiempo, en misión de Entendimiento Espiritual. No iba
para estimular fenómenos, sino para colaborar en la iluminación
de compañeros encarnados y desencarnados. El servicio era
inmenso. Nuestro amigo Ferreira puede dar testimonio de ello,
porque partimos casi juntos. Recibí todo el auxilio posible para
iniciar mi gran tarea e intraducible alegría dominaba mi espíritu
en el desarrollo de los primeros servicios. Mi madre, que se
convirtiera en mi devota orientadora, no cabía en sí de contenta.
En mi espíritu se instaló un enorme entusiasmo. Bajo mi control
directo, estaban algunos médiums de efectos físicos, además de
otros consagrados a la psicografía y a la incorporación; y tan
grande era la fascinación que el intercambio con lo invisible ejercía
sobre mí, que me distraje completamente en cuanto a la esencia
moral de la doctrina. Teníamos cuatro reuniones semanales, a
las cuales comparecía con absoluta asiduidad. Confieso que
experimentaba cierta voluptuosidad en el adoctrinamiento a los
desencarnados de condición inferior. Para todos ellos tenía, en
la punta de la lengua, extensas exhortaciones brillantes. A los
sufridores les hacía ver que padecían por su propia culpa. A los
embusteros, les recomendaba enfáticamente, que se abstuvieran
de la mentira criminal. Los casos de obsesión me merecían un
ardor apasionado. Estimaba enfrentar a los obsesores crueles
para reducirlos a cero, en el campo de la argumentación sólida.
74 Los Mensajeros
Otra característica que ponía de relieve la firmeza de mi acción
era la dominación que pretendía ejercer sobre algunos pobres
sacerdotes católicos romanos desencarnados, en estado de
ignorancia de las verdades divinas. Llegaba al colmo de estudiar
pacientemente largos trozos de las Escrituras, no para su
meditación y entendimiento, sino para masticarlos con placer,
volcándolos después a los espíritus perturbados, en plena sesión,
con la idea criminal de poseer una falsa superioridad espiritual.
El apego a las manifestaciones exteriores me desorientó por
completo. Encendía luces para otros, prefiriendo los caminos
obscuros y olvidándome de mí. Solamente aquí, de regreso, pude
verificar la extensión de mi ceguera.
A veces, después de un largo adoctrinamiento sobre la
paciencia, imponiendo pesadísimas obligaciones a los
desencarnados, abría las ventanas de la sala de nuestras
actividades doctrinarias, para regañar a los niños que jugaban
inocentemente en la calle. Instaba a los perturbados invisibles a
conservar la serenidad, para en instantes, reprender a señoras
humildes, presentes en la reunión, cuando no podían contener el
llanto de algún pequeñito enfermo. Eso, en cuanto a las cosas
mínimas, porque en mi establecimiento comercial, mis actitudes
eran inflexibles. Era raro el mes que no mandase letras de cambio
para ser protestadas públicamente. Me recuerdo de algunos
minoristas infelices, que me rogaban un plazo mayor,
ofreciéndome disculpas y pidiéndome protección. Nada me
conmovía. Los abogados conocían mis implacables decisiones.
Pasaba los días en la oficina estudiando la mejor manera de
perseguir a los clientes atrasados, entre preocupaciones y
observaciones no siempre muy rectas y por la noche, iba a
enseñar el amor, la paciencia y la dulzura a los semejantes
exaltando, el sufrimiento y la lucha como caminos benditos de
preparación hacia Dios.
Los Mensajeros 75
Andaba ciego. No conseguía percibir que la existencia
terrestre, por sí sola, es una sesión permanente. Tallaba el
Espiritismo a mi modo. Toda la protección y la garantía para mí,
y valiosos consejos para el prójimo. Además, no conseguía retirar
la mente de los espectáculos exteriores. Fuera de las sesiones
prácticas, mi actividad doctrinaria se circunscribía a vastísimos
comentarios de los fenómenos observados, duelo de palabras,
narraciones de acontecimientos insólitos, crítica rigurosa de los
médiums.
Monteiro se detuvo un poco, sonrió y continuó:
–De desvío en desvío, la angina me encontró absolutamente
distraído de la realidad esencial. Pasé para acá, como un demente
necesitado de hospicio. Tarde reconocía que había abusado de
las sublimes facultades del verbo. ¿Cómo enseñar sin ejemplo y
dirigir sin amor? A la salida del plano físico me esperaban
entidades peligrosas y rebeldes. Mientras tanto, sentía dentro
de mí un singular fenómeno. Mi raciocinio pedía socorro divino,
pero mis sentimientos se agarraban a objetivos inferiores. Mi
cabeza se dirigía al Cielo, en súplica, pero el corazón se pegaba
a la Tierra. En ese estado triste me vi rodeado de seres malévolos
que me repetían largas frases de mis discursos en las sesiones.
Con actitud irónica, me recomendaban serenidad, paciencia y
perdón de las faltas ajenas; me preguntaban, igualmente, por
qué no me desprendía del mundo, estando ya desencarnado.
Vociferé, rogué, grité, pero tuve que soportar ese tormento por
mucho tiempo.
Cuando los sentimientos de apego a la esfera física se
atenuaron, la conmiseración de algunos buenos amigos me trajo
hasta aquí. Imagínese, mi hermano, que mi infeliz espíritu aún se
encontraba en rebeldía. Me sentía descontento.
76 Los Mensajeros
¿No había fomentado las sesiones de intercambio, entre
los dos planos? ¿No me había consagrado al esclarecimiento de
los desencarnados?
Percibiendo mi ridícula irritación, generosos amigos me
sometieron a un tratamiento. No quedé satisfecho. Pedí una
audiencia a la Ministra Veneranda, teniendo en cuenta que ella
había sido la intercesora para mi oportunidad. Quería
explicaciones que pudiesen atender a mi capricho individual. La
Ministra está siempre muy ocupada, pero es muy atenta. No
marcó una audiencia, dada la insensatez de la solicitud; no
obstante, por exceso de gentileza, me visitó durante el tiempo
reservado para su descanso. Le acribillé los oídos de
lamentaciones, lloré amargamente, la benefactora, por un prodigio
de paciencia evangélica, me oyó durante dos horas. En expresivo
silencio, dejó que me cansase en la larga e inútil exposición.
Cuando me callé, a la espera de palabras que alimentasen el
monstruo de mi incomprensión. Veneranda sonrió y respondió:
–Monteiro, amigo mío, la causa de su derrota no es
compleja, ni difícil de explicar. Usted se entregó, excesivamente
al Espiritismo práctico, junto a los hombres, nuestros hermanos,
pero nunca se interesó por la verdadera práctica del Espiritismo
junto a Jesús, Nuestro Maestro.
En ese instante, Monteiro hizo una extensa pausa, pensó
unos momentos y habló, conmovido:
–Desde entonces, mi actitud cambió muchísimo,
¿entendió?
Aturdido con la profunda lección, respondí, masticando
las palabras, como quien piensa más, para hablar menos:
–Sí, sí, estoy tratando de comprender.
Los Mensajeros 77
13
PonderacionesdeVicente
78 Los Mensajeros
–No
–Allí están los enormes pabellones de las escuelas
maternales. Son millares de hermanas que comentan, por allá,
las desventuras de la maternidad fracasada, buscando reconstituir
energías y caminos. También tenemos allí, los Centros de
Preparación para la Paternidad. Grandes masas de hermanos
examinan el cuadro de tareas perdidas y recuerdan, con lágrimas,
el pasado de indiferencia al deber. En ese mismo Ministerio,
tenemos la Especialidad Médica. Nobles profesionales de la
Medicina, que perdieron santas oportunidades de elevación,
discuten allá sus problemas.
En ese instante lo interrumpí, observando:
–Sin embargo, somos médicos y no nos hallamos allá.
–Sí –explicó Vicente, bondadoso–, por desgracia para
nosotros, caímos en toda la línea. No sólo en la calidad de
médicos, sino mucho más como hombres, pues si le dije lo que
sufrí, aún no le conté lo que hice.
–Es verdad – concordé, con tristeza, recordando mi
condición de suicida inconsciente.
–En el Ministerio de Esclarecimiento –prosiguió el
compañero–, tenemos además, el Instituto de Administradores,
donde los Espíritus cultos procuran restaurar sus propias fuerzas
y corregir los errores cometidos como dirigentes terrestres. En
los Campos de Trabajo, del Ministerio de Regeneración, existen
millares de trabajadores que se renuevan para la repetición de
las grandes tareas de la obediencia.
–Somos numerosos –continuó, sonriente– los fracasados
en las misiones terrestres y nótese que todos los que hayan llegado
a zonas como Nuestro Hogar deben ser tomados en cuenta
Los Mensajeros 79
como los extremadamente felices. Tenemos aquí dos Ministerios
Celestiales, como el de Elevación y el de Unión Divina, cuya
influencia santificadora eleva el patrón de nuestros pensamientos
sin que lo percibamos de manera directa. La estancia aquí, André,
representa, una bendición del Señor, y, por mucho que
trabajásemos, nunca le retribuiríamos a esta colonia en la medida
de nuestro débito con ella. Por la ocasión de servicio edificante
que se nos ofrece, nuestra situación es la de albergados en un
verdadero paraíso. En cuanto a otros compañeros nuestros…
Hizo una larga pausa y continuó:
–En cuanto a muchos, están pasando angustiosas
estaciones de aprendizaje en las regiones más bajas. Son infelices
prisioneros unos de otros, por la cadena de remordimientos y
recordaciones malignas. En lo que concierne a la Medicina, los
colegas en bancarrota espiritual son innumerables. La salud
humana es patrimonio divino y el médico es el sacerdote de ella.
Los que reciben el título profesional, en nuestro cuadro de
realizaciones, sin valerse de él para el bien de los semejantes,
pagan caro la indiferencia. Los que abusan de él son situados en
el campo del crimen. Jesús no fue sólo un Maestro, fue Médico
también. Dejó el modelo de curación para el Reino de Dios, en
el mundo. Él proporcionaba socorro al cuerpo y suministraba
fe al alma. Pero, nosotros, mi querido André, en muchos casos
terrestres, no siempre aliviamos el cuerpo y casi siempre
matamos la fe.
Las palabras sensatas del amigo me caían en el alma como
rayos de luz. Todo era la verdad, simple y bella. De hecho, aún
no había pensado en toda la grandeza del servicio divino de
Jesús Médico. Él había expulsado fiebres malignas, curara
leprosos y ciegos de nacimiento, levantara paralíticos, mas nunca
80 Los Mensajeros
se quedó tan sólo en esto. Reanimaba a los enfermos, les daba
esperanzas nuevas y los invitaba a la comprensión de la Vida
Eterna.
Estaba meditando en pensamientos grandiosos, cuando el
compañero volvió a hablar:
–Tengo un amigo, colega nuestro de profesión, que se
encuentra desde hace algunos años, atormentado por dos
enemigos crueles, en las zonas inferiores. Sucede que él falló
mucho como hombre y como médico. Era un eximio cirujano,
pero, tan pronto como alcanzó fama y respeto general, se dejó
impresionar con las adquisiciones monetarias y cayó
desastrosamente. En los días de grandes negocios financieros,
distraía su mente de las venerables obligaciones, colocándola en
la distante esfera de los banqueros comunes. Si no fuese por la
protección espiritual, esa actitud hubiese comprometido las
oportunidades vitales de mucha gente. La colaboración del pobre
amigo se tornara casi nula, y algunos que desencarnaron en las
intervenciones quirúrgicas que él practicaba, notando su
irresponsabilidad, le atribuyeron la causa de su muerte física y
por no esperarla, le tomaron un odio terrible. Amigos del cirujano
le ofrecieron aclaraciones justas a muchos; no obstante, dos de
ellos, más ignorantes y perversos, perseveraron en la extraña
actitud y lo esperaron en el umbral del sepulcro.
–¡Horrible! –exclamé. Pero si él no es culpable por la
desencarnación de esos adversarios gratuitos, ¿cómo puede ser
atormentado de ese modo?
Vicente, en tono más grave, me explicó.
–Realmente, no tiene la culpa de la muerte de ellos. Nada
hizo para interrumpirles la existencia física. Pero es responsable
Los Mensajeros 81
por la enemistad e incomprensión creadas en la mente de esas
pobres criaturas, porque no estando seguro de haber cumplido
con su deber, ni teniendo la conciencia tranquila, nuestro amigo
en razón de las otras fallas a las que se entregó sin previsión, se
juzga culpable. Todo error acarrea debilidad y nuestro colega,
por ahora, no adquirió la suficiente fuerza para desligarse de los
verdugos. Por tanto, ante la Justicia Divina, él no rescata crímenes
inexistentes, repara ciertas faltas graves y aprende a conocerse
a sí mismo, a entender las obligaciones nobles y a practicarlas,
comprendiendo por fin, la felicidad de los que saben ser útiles
con la seguridad que proporciona la fe en Dios y en sí mismos.
André, la noción del deber bien cumplido, aunque todos los
hombres permanezcan contra nosotros, es una luz firme para el
día y una bendita almohada para la noche. Nuestro colega,
habiendo abusado de la profesión, entró en una dolorosa prueba.
–¡Ah, sí! –exclamé–, ahora comprendo. Donde exista una
falta, puede haber muchas perturbaciones; donde apagamos la
luz, podemos caer en cualquier precipicio.
–Justamente.
Mi amigo se calló, caminando a mi lado por mucho tiempo,
como si estuviese admirado como yo, mirando fijamente las
avenidas de rosas. Después de largas meditaciones, me invitó
fraternalmente:
–Regresemos a nuestro núcleo. Creo que debemos oír a
Aniceto, aun hoy, en relación con nuestro servicio en común.
82 Los Mensajeros
14
Preparativos
Los Mensajeros 83
encarnados porque no adquirió todavía la debida capacidad para
ver. Es razonable. Cuando permanecemos en la carne, muchas
veces estamos inclinados a verificar tan sólo los efectos, sin
ponderar los orígenes. En el mendigo, apenas vemos la miseria;
en el enfermo, solamente la ruina física. Es indispensable
identificar las causas.
Después de meditar algunos momentos, prosiguió:
–Procuremos remediar la situación. Mañana por la
madrugada, preséntese usted y Vicente en el Gabinete de Auxilio
Magnético a las Percepciones, que queda junto al Centro de
Mensajeros. Daré instrucciones para que ustedes alcancen el
necesario mejoramiento de su visión. Pero, les pido que reciban
semejante auxilio en oración. Rueguen a Dios que les permita la
dilatación del poder visual. Compenétrense de la grandeza de
ese don sublime. Y, sobre todo, envíen a la Majestad Eterna un
pensamiento de consagración a su amor y a sus servicios divinos.
No deseo inducirlos a actitudes de fanatismo sin conciencia. No
podemos abusar de la oración aquí, según los antiguos vicios
del sentimiento terrestre. En el círculo carnal, acostumbrábamos
a utilizarla en obediencia a delictuosos caprichos, suplicando
facilidades que surgirían en detrimento de nuestra propia
iluminación. Aquí, André, la oración es el compromiso de la
criatura con Dios, compromiso de testimonios, esfuerzos y
dedicación a los designios superiores. Entre nosotros, toda
oración debe significar, por encima de todo, fidelidad del corazón.
En nuestra condición espiritual, quien ora, sintoniza la mente con
las esferas más elevadas y nuevas luces le abrillantan los caminos.
Ante la noble autoridad de Aniceto, no me atreví a hablar
e incluso llegué a recelar la exteriorización de cualquier
pensamiento.
84 Los Mensajeros
Con palabras cariñosas de amistad e incentivo, el cariñoso
instructor nos dejó.
Vicente y yo nutrimos magníficos proyectos. Por primera
vez, iríamos a cooperar en favor de los encarnados en general.
Nuestro reposo nocturno fue muy breve. Aguardábamos,
ansiosamente, la alborada, a fin de recibir el auxilio magnético
del referido Gabinete.
Pocas veces oré con la emoción de aquella hora.
Los esclarecidos técnicos de la institución nos colocaron,
primeramente, en relación mental directa con ellos y, enseguida,
nos sometieron a determinadas aplicaciones espirituales, que aún
no puedo comprender en toda su extensión y trascendencia.
Observé que la colaboración magnética no nos retiraba el sentido
y la conciencia se mantuvo despierta, aproveché la oportunidad
para la oración sincera, que era más un compromiso de trabajo
que un acto de súplica, propiamente considerado.
Transcurrido cierto tiempo, fuimos dejados en libertad
para salir cuando lo deseásemos.
Al principio, no noté nada de extraordinario, aunque sentía
nuevo valor y una alegría diferente en el corazón. Experimentaba
un buen ánimo, hasta entonces desconocido. Mis sentidos de la
visión y de la audición parecían más límpidos.
Aniceto, que se mostraba muy satisfecho, nos esperaba
en el Centro de Mensajeros, marcando la partida para el medio
día.
Ansioso, aguardé el instante convenido.
No nos ausentamos de Nuestro Hogar, como los viajeros
terrestres, generalmente cargados de maletas y de diversos
bultos.
Los Mensajeros 85
–Aquí –dijo Aniceto jocosamente–, todo nuestro equipaje
es el del corazón. En la Tierra, maletas, bolsas, bultos; pero,
ahora, debemos conducir propósitos, energías, conocimientos
y, por encima de todo, disposición sincera de servir.
Algunos compañeros presentes se rieron con gusto.
En ese instante, nuestro orientador hizo algunas
recomendaciones. Designó a diversos compañeros para la
jefatura de los grupos de aprendizaje, estableció programas de
servicio y notificó que regresaría a la colonia, diariamente, por
algunas horas, dejándonos, a Vicente y a mí en los servicios de
la superficie terrestre, en trabajos y observaciones que deberían
prolongarse por toda la semana.
Nos despedimos de los camaradas de lucha, llenos de
esperanza. Era nuestra primera excursión de aprendizaje y
cooperación a los semejantes.
Cuando nos pusimos en camino, nuestro instructor observó:
–Creo que el viaje para ustedes será diferente. Ciertamente
ya están habituados al paso libre mantenido por orden superior
para las actividades normales de nuestros trabajos y tránsito de
los hermanos esclarecidos, en víspera de la reencarnación.
–¿Cómo? –preguntó Vicente, admirado.
–¿Pues no lo sabía? Las regiones inferiores, entre Nuestro
Hogar y los círculos de la carne, son tan grandes que exigen una
vía amplia y bien cuidada, requiriendo también de conservación,
como las importantes rutas terrestres. Por allá, obstáculos físicos;
por acá, obstáculos espirituales. Las vías de comunicación
normales se destinan al intercambio indispensable. Los que se
encuentran en las tareas de nuestra rutina sagrada necesitan de
libre tránsito y los que se dirigen de la esfera superior a la
86 Los Mensajeros
reencarnación deben proseguir con toda la armonía posible, sin
contacto directo con las expresiones de los círculos más bajos.
La absorción de elementos inferiores determinaría serios
desequilibrios en el renacimiento de ellos. Hay que evitar
semejantes disturbios. Pero, nosotros vamos en una expedición
de aprendizaje y experiencia. Por eso no debemos preferir los
caminos más fáciles.
Identificando nuestra perplejidad, Aniceto concluyó:
–Imaginemos un río de inmensas proporciones, separando
a dos regiones diferentes, Existe un vado que ofrece transporte
rápido y hay diversos caminos a través de profundos precipicios.
Por la expresión del bondadoso instructor, concluí que él
podría regresar a la colonia cuando quisiese, que no encontraría
obstáculos de ningún orden, en ninguna parte, en razón del poder
espiritual del que se hallaba revestido, pero se hacía peregrino,
como nosotros, como sacrificio por la misión de enseñar. Vicente
y yo no disponíamos de adecuada expresión vibratoria para las
grandes realizaciones. Éramos vulgares, como lo era la mayoría
de los habitantes de nuestra ciudad espiritual. Poseíamos apenas
algunas cualidades para el vuelo; con todo, permanecíamos muy
distantes del verdadero poder. Nunca había visto la energía y la
humildad en tan bello consorcio. Aniceto nos dirigía, firmemente,
como un orientador con pulso, vigoroso y sabio, pero no vacilaba
en hacerse igual a uno de nosotros, a fin de servir como devoto
compañero.
Meditando sobre la sublime lección, en pleno impulso de
vuelo, contemplé las torres de Nuestro Hogar, que iban
quedando a distancia…
Los Mensajeros 87
15
Elviaje
88 Los Mensajeros
En ese instante, llegamos a la cumbre de una gran montaña,
envuelta en sombra de humo. En el suelo, se diseñaban diversas
veredas, como si fuesen laberintos bien formados. Observando
nuestra extrañeza, Aniceto dijo con optimismo:
–¡Sigamos!
Pero, en ese momento, ¡Oh Dios de bondad!, alguna cosa
imprevista me alegraba el corazón. Contrastando con las
sombras, rayos de luz se desprendían intensamente de nuestros
cuerpos. Extraordinaria conmoción se apoderó de mi alma.
Vicente y yo nos arrodillamos a un mismo tiempo, bañados en
lágrimas, enviando al Eterno nuestros profundos agradecimientos,
en votos de júbilo fervoroso. Estábamos embriagados de ventura.
Era la primera vez que me vestía de luz, luz que se irradiaba de
todas las células de mi cuerpo espiritual. Aniceto, que se mantenía
de pie, contemplándonos con expresión de alegría, dijo
conmovido:
–¡Muy bien, mis amigos! Agradezcamos a Dios por los
dones de amor, sabiduría y misericordia. Sepamos manifestar al
Padre nuestro reconocimiento. Quien no sabe agradecer, no sabe
recibir, y mucho menos, pedir.
Durante mucho tiempo, Vicente y yo nos mantuvimos en
oración repleta de alegrías y de lágrimas…Enseguida,
retomamos la marcha, como si estuviésemos vestidos de sublime
luminosidad.
No obstante, las sorpresas se sucedían ininterrum-
pidamente.
Aquellas vías de comunicación, eran muy diferentes de las
que yo conocía hasta ese momento. Nos sumergíamos en un
clima extraño, donde predominaban el frío y la ausencia de luz
solar. La topografía estaba formada por un conjunto de paisajes
Los Mensajeros 89
misteriosos, recordando a ciertas películas de fantasía de la
cinematografía terrestre. Picos altísimos que parecían vigorosas
agujas de tinieblas, desafiaban la vastedad. Descendíamos
siempre, como viajeros flanqueando obscuros precipicios, en
una región de exotismo amenazador. Singular vegetación subía
del suelo, espaciada entre los grandes abismos. Aves de
horripilante aspecto surgían, asustadoras, de cuando en cuando,
llenando el silencio de piadas angustiosas. Fuerte vendaval
soplaba en todas las direcciones.
Profundamente asombrado, cobré ánimo y pregunté a
nuestro instructor:
–¿Qué decís de todo esto? Ignoraba que hubiese tales
regiones entre la superficie del planeta y nuestra ciudad espiritual.
Frente a nosotros, observo un mundo nuevo, que me es
totalmente desconocido… Noble Aniceto, no es por ociosidad
que os pregunto algo, mas estas tierras me sorprenden
profundamente.
Aniceto, siempre amable, sonrió con dulzura y respondió:
–Todo este mundo que vemos es la continuación de nuestra
Tierra. Los ojos humanos ven apenas algunas expresiones del
valle en que se ejercitan para la verdadera visión espiritual, como
nosotros cuando observamos ahora alguna cosa, no estamos
viendo todo.
Éste, André, es un dominio diferente. La percepción
humana no consigue captar sino determinado número de
vibraciones. Comparando las restringidas posibilidades humanas
con las grandezas del Universo Infinito, los sentidos físicos son
muy limitados. El hombre recibe reducida información del mundo
que le sirve de morada. Es verdad que ha resuelto con su ciencia
problemas profundos. La astronomía terrenal conoce que el Sol,
90 Los Mensajeros
por medidas aproximadas, es 1.300.000 veces mayor que la
Tierra y que la estrella Capela es 5.800 veces mayor que nuestro
Sol; sabe que Arturo equivale a millares de soles, iguales al que
nos ilumina; está informada de que Canopus corresponde a
8.760 soles idénticos al nuestro, reunidos; midió las distancias
entre nuestro planeta y la Luna; acompaña ciertos fenómenos
de Marte, Saturno, Venus y Júpiter; sondea los millones de soles
aglomerados en la Vía Láctea; conoce las estrellas variables, las
nebulosas espirales y difusas. Y no paran las observaciones
humanas en la grandeza ilimitada del Macrocosmos. La Ciencia
penetra igualmente en los círculos atómicos; analiza la
materialización de la energía, el movimiento de los electrones,
estudia el bombardeo de átomos y escudriña determinados
corpúsculos. Pero todo ese trabajo, con la colaboración de las
lentes de alta potencia y de los generadores de millones de voltios,
aún es un servicio que apenas identifica los aspectos exteriores
de la vida. Pero, hay además, André, otros mundos sutiles, dentro
de los mundos groseros, maravillosas esferas que se ínter
penetran. El ojo humano sufre de variadas limitaciones y todas
las lentes físicas reunidas no conseguirían sorprender el campo
del alma, que exige el desarrollo de las facultades espirituales
para tornarse perceptible. La electricidad y el magnetismo son
dos corrientes poderosas, que comienzan a develar a nuestros
hermanos encarnados alguna cosa de las infinitas potencias de
lo invisible, pero aún es temprano para que pensemos en un
éxito completo. Solamente a los hombres de sentidos espirituales
desarrollados, es posible revelarles algunos pormenores de los
paisajes bajo nuestra mirada. La mayoría de las criaturas humanas
unidas a la superficie terrestre no entiende estas verdades, sino
después de perder los lazos físicos más groseros. Es la ley, que
no debamos ver sino lo que podamos observar con provecho.
Los Mensajeros 91
A esa altura, Aniceto calló.
Conmovido con las instrucciones, guardé religioso silencio.
Ahora, en medio de las sombras, divisaba algunos bultos
negros, que parecían huir apresurados, confundiéndose con las
tinieblas de las cavernas próximas.
Nuestro orientador avisó, cauteloso:
–Procuremos interrumpir los efectos luminosos de nuestro
cuerpo espiritual. Bastará que piensen vigorosamente en la
necesidad de esa providencia. Estamos atravesando una extensa
zona, en la que se acogen muchos desventurados, y no es justo
humillar a los que sufren con la exhibición de nuestros bienes.
Obedeciendo el consejo, verifiqué el efecto de inmediato.
Los hilos de luz que se irradiaban de mi cuerpo se apagaron
como por encanto. La excursión se tornó menos agradable.
Descendíamos, milagrosamente, a través de despeñaderos de
larga extensión. La sombra se hiciera más densa y la ventolera
más lastimera e impresionante.
Después de algún tiempo de marcha en silencio, divisamos
a lo lejos un gran castillo iluminado. Aniceto hizo un gesto
significativo con el índice y explicó:
–Es uno de los Puestos de Socorro del Campo de la Paz.
92 Los Mensajeros
16
EnelPuestodeSocorro
Los Mensajeros 93
Nos atendieron dos servidores que abrieron la puerta
extremadamente pesada, que rodó sobre sus goznes, como
sucedería en cualquier edificación antigua del plano terrestre.
–¡Salve! ¡Mensajeros del bien! –dijeron ambos al mismo
tiempo, mirando a Aniceto, en actitud reverente.
Aniceto levantó la mano, que se hizo luminosa en ese
instante, balbuceando algunas palabras de amor, retribuyendo
así a la salutación respetuosa. Entramos.
¡Quedé admirado! Pomares y jardines maravillosos se
perdían de vista. La sombra, allí, no era tan intensa. Nos
sentíamos bañados en suavidad crepuscular, gracias a los grandes
focos de luz radiante. El interior presentaba aspectos
inesperados. Sólo ahora comprendía que la muralla ocultaba la
mayoría de las construcciones. Grandes pabellones se alineaban
como si estuviésemos ante un prodigioso establecimiento
educacional. Variados grupos de hombres y mujeres se
dedicaban a múltiples servicios. Nadie parecía darse cuenta de
nuestra presencia, tal era el interés que el trabajo despertaba en
cada uno.
Acompañábamos a Aniceto a través de numerosas hileras
de árboles señoriales, que se asemejaban a robles antiquísimos.
Observaba que en ese bendito Puesto de Socorro la
Naturaleza se hacía diferente, maternal. Había ahora más luz en
el cielo y el viento era más suave, susurrando blandamente en la
abundante arboleda. El bondadoso instructor, notando nuestra
admiración, esclareció:
–Esta paz refleja el estado mental de los que viven en este
puesto de asistencia fraterna. Acabamos de atravesar una zona
94 Los Mensajeros
de grandes conflictos espirituales, que ustedes aún no pueden
percibir. La Naturaleza es una madre amorosa en todas partes,
pero, cada lugar muestra la influencia de los hijos de Dios que lo
habitan.
La explicación no podía ser más clara.
Alcanzando el edificio central, construido a la manera de
hermoso castillo europeo de los tiempos feudales, nos
encontramos con una pareja extremadamente simpática.
–¡Mi querido Aniceto! –habló el caballero, abrazando a
nuestro orientador.
–¡Mi querido Alfredo! ¡Mi noble Ismalia! –respondió
Aniceto, sonriente.
Después de las salutaciones afectuosas, nos presentó de
modo muy halagador.
La pareja nos abrazó, con cordialidad y atención amistosa.
–Nuestro querido Alfredo –continuó explicando Aniceto–
es el dedicado Administrador de este Puesto de Socorro. Hace
mucho tiempo se consagró al servicio de nuestros hermanos
ignorantes y desviados.
–¡Oh! ¡Oh! Por favor no prosiga –contestó el presentado
huyendo a las referencias elogiosas–, simplemente me consagré
al cumplimiento del deber.
Y, como si quisiese modificar el curso de la conversación,
prosiguió, atento:
–Pero, ¡qué agradable sorpresa! ¡Hace muchos días que
no recibimos a visitantes de Nuestro Hogar! ¡Qué bueno que
vinieron hoy cuando Ismalia vino, igualmente, a estar conmigo…!
Los Mensajeros 95
¿Cómo? –consideré íntimamente. ¿Aquella señora de lindo
semblante no sería su esposa? ¿No vivirían allí juntos, como en
la Tierra? Pero, antes de que pudiese llegar a cualquier
conclusión, Alfredo nos condujo al interior doméstico. Las
escaleras de una substancia idéntica al mármol, me
impresionaban por su transparente belleza.
Desde la terraza extensa y noble, donde las columnas se
adornaban de hiedra florida, pero muy diferente de la que
conocemos aquí en la Tierra, penetramos en un amplio salón
amueblado al gusto antiguo. Los muebles delicadamente
estructurados formaban un conjunto encantador. Admirado,
observé las paredes de donde pendían cuadros maravillosos.
Uno de ellos me imponía especial atención. Era una tela enorme,
representando el martirio de San Denis, el Apóstol de las Galias,
según mis humildes conocimientos de Historia, rudamente
ajusticiado en los primeros tiempos del Cristianismo. Intrigado,
recordé que había visto en la Tierra, un cuadro absolutamente
igual a aquel. ¿No se trataba de un famoso trabajo de Bonnat,
célebre pintor francés de los últimos tiempos? No obstante, la
copia del Puesto de Socorro era mucho más bella. La leyenda
popular estaba lindamente expresada en los más mínimos detalles.
El glorioso Apóstol, semidesnudo, con la cabeza decapitada y
el tronco aureolado de intensa luz, hacía un esfuerzo supremo
por levantar su propio cráneo que había rodado a sus pies,
mientras los asesinos lo contemplaban dominados por intenso
horror; de lo alto, se veía descender a un emisario divino,
trayendo al Siervo del Señor la corona y la palma de la victoria.
Pero, había en aquella copia, profunda luminosidad, como si
cada pincelada contuviese movimiento y vida.
Observando mi admiración, Alfredo habló, sonriendo:
96 Los Mensajeros
–Todos cuantos nos visitan por primera vez valoran la
contemplación de esta soberbia copia.
–¡Ah!, sí –contesté–, según estoy informado, el original
puede ser visto en el Panteón de París.
–Se equivoca –aclaró mi gentil interlocutor–, no todos los
cuadros, como no todas las grandes composiciones artísticas,
son originarias de la Tierra. Es cierto que debemos muchas
sublimes creaciones al cerebro humano; pero, en este caso, el
asunto es más transcendente. Tenemos aquí la historia real de
esa magnífica pintura. Fue idealizada y ejecutada por un noble
artista cristiano, en una ciudad espiritual muy ligada a Francia. A
fines del siglo pasado, aunque todavía estaba retenido al círculo
carnal, el gran pintor de Bayona visitó esa colonia en una noche
de excelsa inspiración, que él, como humano, podría clasificar
de maravilloso sueño. Desde el primer momento que vio la tela,
Florentín Bonnat no descansó mientras no la reprodujo,
pálidamente, en un diseño que se hizo célebre en el mundo entero.
No obstante, las copias terrestres no tienen esa pureza de líneas
y luces, y tampoco la reproducción, bajo nuestra mirada, tiene
la belleza imponente del original, que ya tuve la felicidad de
contemplar de cerca, cuando organizábamos, aquí en el Puesto,
homenajes sencillos para la honrosa visita que nos hizo el gran
siervo del Cristo. Para realizar las providencias necesarias, visité
personalmente la ciudad espiritual a la que me referí.
Gran asombro se había apoderado de mi corazón. Veía,
ahora, explicada la tortura santa de los grandes artistas,
divinamente inspirados en la creación de obras inmortales; ahora,
reconocía que todo arte elevado es sublime en la Tierra, porque
traduce visiones gloriosas del hombre en la luz de los planos
superiores.
Los Mensajeros 97
Pareciendo interesado en completar mis pensamientos,
Alfredo consideró:
–El genio constructivo expresa superioridad espiritual y
transita sin impedimentos entre las fuentes sublimes de la vida.
Nadie crea sin ver, oír o sentir, y los artistas de mente superior
suelen ver, oír y sentir las realizaciones más elevadas del camino
hacia Dios.
Mas, volviéndose, afable hacia Aniceto, exclamó:
–Pero el momento no admite divagaciones. Sentémonos.
Deben estar cansados de la difícil peregrinación. Necesitan
rehacer energías y reposar algún rato.
98 Los Mensajeros
17
El romance de Alfredo
Los Mensajeros 99
–¿Se multiplica el número de necesitados que recurren al
Puesto? –continuó indagando nuestro orientador.
–Enormemente. Nuestra producción de alimentos y
remedios ha sido absorbida integralmente por los hambrientos y
enfermos. Tengo quinientos cooperadores, pero nos sentimos
incapaces, en el presente, de atender a todas nuestras
obligaciones. Las masas de sufridores son incontables. En otro
tiempo, nuestro paisaje se mantenía sin sombras, durante muchas
semanas, pero ahora…
En ese instante, Ismalia pidió permiso para dirigirse al
interior. Y como Alfredo fijase su mirada en la mía, me aventuré
a considerar:
–Menos mal que tenéis una abnegada compañera a vuestro
lado.
Él y Aniceto sonrieron, casi a un mismo tiempo,
hablándonos el administrador:
–¡Ah! Mis amigos, por ahora, no tengo esa felicidad en
carácter definitivo. Mi esposa y yo tenemos el divino compromiso
de la unión eterna, pero aún no merezco su presencia de manera
continua. Ella es la bondad celeste, y yo, la realidad humana.
Después de una pequeña pausa, prosiguió con gentileza:
–Aniceto conoce nuestra historia. Pero, ustedes la ignoran.
Por lo tanto, me sentiré contento, relatándoles algunas
recordaciones, con doble beneficio. Aliviaré el corazón, una vez
más, contando mis faltas, y ustedes dos, que tal vez tengan, en
breve, nuevos servicios en la Tierra, seguramente, aprovecharán
algo de mis experiencias.
Informacionesy
esclarecimientos
Elsoplo
Defensascontraelmal
Espíritusenloquecidos
Losqueduermen
Pesadillas
La oración de Ismalia
Efectosdelaoración
Oyendoaservidores
Elcalumniador
Vidasocial
Noticiasinteresantes
Enconversaciónafectuosa
Ceciliaalórgano
¡Vuelve, amado!
Aunque tus manos estén frías
Y tus pies sangren de dolor.
Sublimemelodía
Danos tu bendición,
Ampáranos la esperanza,
Ayúdanos el ideal
En la estrada inmensa de la vida…
Largo es el camino.
Grande nuestro débito,
Mas, inagotable es nuestra esperanza.
Padre Amado,
Somos tus criaturas,
Rayos divinos
De tu Divina Inteligencia.
¡Ayúdanos a encender
La lámpara sublime
De la Sublime Búsqueda!
Señor,
¡Caminamos contigo
En la eternidad…!
En Ti nos movemos por siempre.
Bendícenos la senda,
Indícanos la Sagrada Realización.
¡Y que la gloria eterna
Sea en tu eterno trono…!
Sea tu bendición
Claridad en nuestros ojos,
Armonía en nuestros oídos,
Movimiento en nuestras manos,
Impulso a nuestros pies.
Caminoalasuperficieterrestre
Culto en el Hogar
Madre e hijos
Enelsantuariodoméstico
Enplenaactividad
Trabajoincesante
Rumbo al campo
Entreárboles
Evangelioenelambienterural
(1) Dios de los amonitas, en cuyos rituales de fuego se sacrificaban niños. Era repre-
sentado como un hombre con cabeza de toro. Los Amonitas era un pueblo de Pales-
tina descendiente de Amon, eran rivales de los Hebreos y fueron exterminados por un
general de David.
Antesdelareunión
Asistencia
Mente enferma
Aprendiendosiempre
Eneltrabajoactivo
Pavordelamuerte
Máquina divina
Ladesencarnaciónde
Fernando
Enladespedida