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Historicismo

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“Historicismo” se asocia al relativismo que se sigue de la afirmación del
carácter histórico de la realidad –la humana y, a través de ella, toda la reali-
dad. En su origen, se trata de una reivindicación de la especificidad del plano
histórico frente a la tendencia a la reducción interpretativa que proviene de la
filosofía. La historia deja de ser el ámbito de realización de principios supra-
históricos (el desarrollo de la razón, el despliegue de la idea de libertad, etc.),
propios del universalismo ilustrado, para convertirse en la realidad sin más –
es “historicista” entonces la concepción de que el ser se encuentra en la facti-
cidad del devenir. El universalismo es visto entonces como la exigencia meta-
física de construir principios epistémicos y normativos, a partir de los cuales
se hace imposible una adecuada y cabal atención al plano histórico del acon-
tecer, en su particularidad e individualidad (ésta es la genérica denuncia her-
deriana de un concepto de “hombre” que no tiene en cuenta los modos espe-
cíficos de ser hombre, con la consiguiente discriminación valorativa de las cul-
turas y formaciones históricas, etc.). De ese modo, el historicismo representa
una crítica de la ilustración; se trata, por tanto, de una posibilidad histórica: de
una posibilidad postmetafísica. De ahí que se presente como un “ismo” (ya no
es posible ni creíble una aprehensión conceptual de lo real en su totalidad).
Este relativismo horizontal tiene dos vertientes. Una es lo que podríamos
llamar positivismo histórico: la exigencia de investigación valorativamente
neutral, la ausencia de interpretación e intervención (el científico histórico tie-
ne que ser “objetivo”). Este positivismo de lo histórico ha sido siempre comba-
tido desde las posiciones universalistas. La abstención interpretativa no elimi-
na, al no problematizarla, la preconprensión dominante, y no puede hacerse
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cargo tampoco de otro de los sentidos que acompañan al descubrimiento de
la dimensión histórica: que la realidad humana está siempre por hacer y que
el conocimiento histórico responde a un interés comprensivo con vistas a la
acción (Habermas). A este positivismo procedimental le acompaña una suerte
de relativismo ideológico que sostiene que la pluralidad cultural no puede ser
subsumida en un género supremo. En este sentido, el historicismo representa
una asunción de lo cambiante concebido modernamente más allá de las pre-
tensiones absolutistas; es decir, que haya un sólo libro, una sola manera de
vivir o de ser hombre.
Pero positivismo y relativismo descansan sobre un concepto más englo-
bante, según el cual los fenómenos culturales tienen que ser vistos, compren-
didos y explicados como algo histórico. El historicismo representa así la posi-
ción “culturalista” que se opone al “naturalismo” y que comporta el rechazo de
la reducción metodológica (que impone el patrón de las ciencias de la natura-
leza).
El descubrimiento de la dimensión histórica trae consigo la revisión del
del sujeto racional moderno. La conciencia y el sujeto trascendentales tienen
que dar paso a una conciencia y a un sujeto ellos mismos históricos, es decir,
en continuo cambio y, además, no situados por encima o más allá de la cosa
que han de convertir en su objeto, sino en el mismo plano que ella. Sujeto y
objeto comparten así la misma dimensión ontológica. Esto explica la posibili-
dad de acceso cognoscitivo al mundo humano histórico, pero agudiza el pro-
blema referente la cuestión de la posibilidad de sistematización de las expe-
riencias históricas.
La nueva situación obliga a la realización de una Crítica de la razón his-
tórica (Dilthey) que establezca las dimensiones de esta racionalidad transfor-
mada y asiente la posibilidad de un ámbito de ciencias que se ocupen de esa
copertenencia de sujeto y realidad (histórica, cultural, etc.), las llamadas Cien-
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cias del Espíritu, donde “espíritu” indica esa imbricación entre conciencia y
cosa –la historia es entonces el conjunto de lo interior y de lo exterior, de lo
subjetivo y de lo objetivo, así como de la producción y autoproducción de am-
bos (Gadamer).
Esa fundamentación trascendental tendría como resultado una metodo-
logía que guiara la investigación y el pensamiento históricos, constituyendo
(en sentido kantiano) el ámbito de objetividad de lo histórico a partir de deter-
minadas operaciones categoriales hechas sobre lo empíricamente dado
(Droysen). Para ello, el deslinde objetual y metodológico respecto de las cien-
cias naturales resulta de la mayor importancia. En el contexto de ese empeño
deben ser situadas las clásicas divisiones epistemológicas entre las distintas
ciencias: “explicación” y “comprensión” (Droysen, Dilthey), “nomotético” e
“ideográfico” (Windelband), “naturaleza” (esencia de objetos referidos a leyes)
vs. “cultura” (esencia de objetos referidos al valor) (Rickert), etc.
Una tal búsqueda de fundamento específico parece haber perdido, junto
a estas distinciones y clasificaciones, su significación en el curso del siglo XX.
Nunca se llegó a establecer de un modo incontrovertible la legitimidad de lo
histórico; por el contrario, desde la filosofía de la ciencia se ha intentado vol-
ver a cubrir a las ciencias históricas con el manto epistemológico de la ciencia
única (Hempel, Popper). Sin embargo, lo que éstos entienden por historicismo
(predicción, leyes específicas y comprensión) no es todo ni es siempre el pun-
to de vista que corresponde a la reivindicación de la dimensión histórica. La
explicación también es posible en la historia (de acuerdo con el modelo de
cobertura legal: subsunción de lo singular bajo el dominio de validez de una
ley) y la comprensión puede jugar asimismo un papel en las “ciencias nomoté-
ticas” (von Wright). Además, como se desprende del pragmatismo e incluso
de un cierto Popper, no sólo la implicación entre sujeto y objeto en la práctica
de la investigación juega un papel en la propia constitución del objeto, sino
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que, como ha mostrado Kuhn, la ciencia misma se asienta también sobre la
historicidad humana.
Más allá del historicismo, la historicidad continúa inquietando al pensa-
miento (y con ella la comprensión). Ésta orienta parte de la reflexión filosófica
actual; sobre todo a las corrientes fenomenológicas que han desembocado en
la analítica existencial heideggeriana y, más tarde, en la hermenéutica gada-
meriana. Para Heidegger, p.e., es la particular constitución ontológica del
hombre, ante el que todo lo demás se presenta referido a su ser, lo que expli-
ca la temporalidad, sobre la que se levanta la historicidad y la comprensión
humanas. Algo parecido es lo que pretenden explorar las líneas de pensa-
miento que apuntan al estudio de las formas narrativas –en las que se consti-
tuye tanto lo narrado cuanto el sujeto que (y para el que se) narra. Aquí po-
drían ser incluidas algunas de las reflexiones relevantes que han tenido lugar
en el territorio de la filosofía analítica (Danto) y que han despertado en él un
interés renovado por lo histórico; también la insistencia wittgensteiniana en el
carácter descriptivo de la filosofía propone un trabajo conceptual trasnformado
en una horizontalidad no reductible sin menoscabo a principios universales.
Puede decirse, en fin, que en el haber del historicismo estaría la pérdida
de la ingenuidad de la posición trascendental ilustrada, mientras que en el
debe se encontraría el relativismo que ello trae consigo. Este relativismo pesa
como una carga sobre la vida en las (cada vez más complejas) sociedades
del fin del siglo XX, forzando a volver a pensar esa toma de conciencia sobre
los límites de la ilustración que se ha denominado “historicismo”.

BIBLIOGRAFÍA:
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Autor:
Román G. Cuartango

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