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Lectura para esta noche:

Los nuevos emprendedores

Pamela Hartigan, directora de la Fundación Schwab, desarrolló una lista de diez puntos
comunes entre las personas que, insatisfechas con el mundo que las rodeaba, decidieron
crear su propio trabajo. Pienso que la lista de Pamela va más allá de la iniciativa social - o
"emprendimiento social", como es llamado este nuevo mecanismo - y puede ser aplicada a
muchas cosas que hacemos en nuestra vida diaria.

Impaciencia: quien busca su sueño no se queda esperando a que las cosas sucedan: ve los
problemas de ayer como las oportunidades de hoy. Por causa de su impaciencia, es
frecuentemente obligado a cambiar de rumbo, pero es esa adaptación la que lo hace madurar.

Conciencia: quien busca su sueño sabe que no está solo en este mundo, y cada gesto suyo
tiene una consecuencia. El trabajo que está haciendo puede transformar el ambiente que le
rodea. Al comprender este poder, él pasa a ser un elemento activo de la sociedad y eso le
reconcilia con la vida.

Innovación: quien busca su sueño cree que todo puede ser diferente de cómo es, pero para
ello necesita encontrar un camino que aún no fue recorrido. Aunque esté siempre rodeado de
la vieja burocracia, de los comentarios ajenos y de las dificultades de penetrar en una selva
aún no conquistada, él descubre las maneras de hacerse oír.

Pragmatismo: quien busca su sueño no se queda esperando los recursos ideales para
comenzar su trabajo: se remanga las mangas de la camisa y se pone manos a la obra.

Aprendizaje: quien busca su sueño es generalmente alguien que tiene un gran interés en una
determinada área, y cuya observación detallada hace que encuentre nuevas soluciones para
problemas antiguos. Pero este aprendizaje sólo pude ser alcanzado a través de la práctica y
de la constante renovación.

Seducción: nadie consigue sobrevivir aislado en un mundo competitivo: consciente de eso,


quien busca su sueño consigue hacer que otras personas se interesen por sus ideas. Y esas
personas se interesan porque saben que están delante de algo creativo, comprometido con la
sociedad y que, además, podría resultar lucrativo económicamente.

Flexibilidad: quien busca su sueño tiene una idea en la cabeza, y un plan para transformarla
en realidad. Sin embargo, a medida que avanza, se va dando cuenta de que tiene que
adaptarse a las realidades del mundo que le rodea, y es a partir de ahí que su responsabilidad
social pasa a ser un factor importante en la transformación del medio ambiente. Un ejemplo:
para disminuir la mortalidad infantil de una determinada ciudad no basta cuidar la salud de los
niños; es preciso modificar la estructura sanitaria, el sistema de alimentación, etc..

Obstinación: quien busca su sueño puede ser flexible en su camino, pero está al mismo
tiempo concentrado en su objetivo. Por causa de sus ideas innovadoras y por estar siempre
moviéndose en terreno desconocido, jamás dice "lo probé, pero no dio resultado". Al contrario,
siempre busca todas las alternativas posibles y gracias a eso los resultados terminan
apareciendo.

Alegría: quien busca su sueño pasa por momentos difíciles pero está contento con lo que
hace. Sus eventuales confusiones y errores nada tienen que ver con su incapacidad, y él es
capaz de sonreír cuando da un paso en falso porque sabe que podrá corregir su movimiento
más adelante.

Contagio: quien busca su sueño tiene la capacidad única de hacer que las personas que le
rodean perciban que vale la pena seguir su ejemplo y hacer lo mismo. Por ese motivo jamás
se sentirá solo, incluso si de vez en cuando se siente incomprendido.

Pamela Hartigan termina su estudio poniendo como ejemplo a un brasileño, Fabio Rosa, que
desarrolló un sistema de uso de energía solar después de ver que su comunidad gastaba gran
parte de sus ganancias en la compra de combustible no renovable. El trabajo de Fabio, que
contiene los diez puntos de su estudio, es hoy conocido en el mundo entero, "contagió" a
grandes empresas y en breve podrá beneficiar a millones de personas, además de contribuir a
la preservación del medio ambiente
Evitando ayudar al demonio El arco, la flecha y el blanco

Todos somos arqueros de la voluntad Divina. Por lo tanto, es indispensable conocer los
instrumentos que tenemos a nuestra disposición.

El arco
El arco es la vida: de él viene toda la energía.
La flecha un día partirá. El blanco está lejos.
Pero tu vida siempre permanecerá junto a ti, y hay que saber cuidarla.
Necesitas periodos de inacción; un arco que está siempre armado, en estado de tensión,
pierde su potencia. Por lo tanto, acepta el reposo para recuperar tu firmeza. Así, cuando
estires la cuerda, tu fuerza estará intacta.
El arco no tiene conciencia: es una prolongación de la mano y el deseo del arquero. Sirve para
matar o para meditar. Por ello, debes ser siempre claro en tus intenciones.
Un arco tiene flexibilidad, pero también tiene un límite. Un esfuerzo más allá de su capacidad
lo romperá, o dejará exhausta la mano que lo sostiene. Del mismo modo, no exijas de tu
cuerpo más de lo que te pueda dar. Y recuerda que un día llegará la vejez, y eso es una
bendición, no una maldición.
Para mantener el arco abierto con elegancia, haz que cada parte dé de sí sólo lo necesario, y
no disperses tus energías. Así podrás disparar muchas flechas sin cansarte.

La flecha
La flecha es tu intención. Es lo que une la fuerza del arco con el centro del blanco.
La intención del ser humano tiene que ser cristalina, recta, bien equilibrada.
Una vez que la flecha parta, no volverá. Por lo que, si los movimientos que te han llevado a
través del proceso no han sido precisos y correctos, es mejor interrumpirlo y no actuar
precipitadamente sólo porque el arco ya está tenso y el blanco espera.
Pero nunca dejes de manifestar tu intención si lo único que te detiene es el miedo a errar. Si
hiciste los movimientos correctos, da los pasos necesarios y acepta el reto, abre la mano y
suelta la cuerda. Aunque no des en el blanco, sabrás afinar la puntería la próxima vez.
Si no te arriesgas, nunca sabrás qué cambios eran necesarios.

El blanco
El blanco es el objetivo que hay que alcanzar.
Lo escogiste tú. En eso reside la belleza del camino: no puedes nunca disculparte diciendo
que el adversario era más fuerte, pues fuiste tú quien escogió el blanco, y tuya es la
responsabilidad.
Si ves en el blanco a un enemigo, puede que aciertes el tiro, pero no te mejorarás en nada a ti
mismo. Te pasarás la vida simplemente intentando colocar una flecha en el centro de una
cosa de papel o madera, algo completamente inútil. Y cuando estés con otras personas, te
quejarás de que nunca hiciste nada interesante.
Por eso, tienes que escoger tu objetivo, dar lo mejor de ti para alcanzarlo, tratándolo con
respeto y dignidad: tienes que saber qué significa y cuánto esfuerzo, entrenamiento e intuición
te ha exigido.
Al mirar al blanco, no te concentres en él; mira todo lo que sucede a tu alrededor, porque la
flecha, al ser disparada, se encontrará con factores con los que no has contado, como el
viento, el peso, la distancia.
El objetivo sólo existe en la medida en que un hombre es capaz de soñar con alcanzarlo. Lo
que justifica su existencia es el deseo, sin el cual sería una cosa muerta, un sueño distante,
una fantasía.
Así, del mismo modo que la intención busca su objetivo, el objetivo también busca la intención
del hombre, pues es él quien da sentido a su existencia: ya no es sólo una idea, sino el centro
del mundo de un arquero e octubre

Lectura para esta noche:

Acerca de los maestros cotidianos

Afuera, la ciudad de Oslo se prepara para el invierno. En el bar converso con una
popularísima cantante europea. Discutimos sobre la fama, el éxito, y en un momento dado ella
me pregunta si tengo algo importante para enseñarle.
Claro que no – respondo. – Tú vives tu vida como quien sabe que un día morirá, y eso es lo
más importante. Sin embargo, puedo proponerte una tarea: durante los próximos seis meses,
escribir un diario llamado “el maestro cada día”. Siempre aprendemos algo diferente entre la
mañana y el atardecer: ¿ qué tal registrar eso?
Ella acepta la tarea. Seis meses después, recibo una copia de su diario con anotaciones
interesantísimas, lecciones de personas con las cuales se cruzó apenas una vez, pero que
seguramente quedarán para siempre. Aquí transcribo algunas de las cosas más importantes.

Aceptándose a sí misma

Al mirar a los otros aprendí quien soy. Tengo miedo de no ser tan buena como piensan, pero
creo que todos piensan eso respecto de sí mismos. Durante el tiempo que escribí este diario,
acepté finalmente que tengo el valor suficiente como para tener miedo, y para contemplarme
sin artificios. Tengo la suficiente seguridad como para sentirme insegura.
Vi que las personas procuran proyectar algo de sus inseguridades en ti, de la misma manera
que tú las proyectas en ellas. Ellas intentan disminuirnos porque se sienten pequeñas,
intentan amedrentarnos porque no están convencidas de que son capaces.

En busca del amor

Encontré hoy un coreano que leyó mis manos, un tipo gracioso, que es un sabio para los
otros, aun cuando sea incapaz de aprender lo que enseña. Claro que, como todos los
quiromantes, creyó que yo estaba interesada en saber sobre mi vida afectiva, y me recordó
cosas que siempre necesito volver a escuchar:
a) Que yo busco al mismo tiempo seguridad y aventura, y esas dos cosas no combinan entre
sí ( no le dije nada, pero si tuviera que elegir, me quedo con la aventura).
b) Me enamoro con mucha rapidez, y me hastío con la misma velocidad. “Aprenda a quererse
a usted misma”, dijo. Mi problema no es exactamente el amor, porque consigo enamorarme
fácilmente - mi problema es demostrar ese amor, es cómo me relaciono con los otros.
c) ¿Por qué entro en tantas relaciones frustradas con tantos hombres? Porque pienso que
siempre tengo que estarme relacionando con alguien – y así me obligo a ser fantástica,
inteligente, sensible, excepcional. El esfuerzo de seducir me obliga a dar lo mejor de mí, y eso
me ayuda. Aparte de eso, es muy difícil convivir conmigo misma.

Evitando mantener el control o ser controlada

Si yo reacciono tal como las personas esperan que lo haga, me torno esclava de ellas – y esta
lección sirve tanto para el amor como para el trabajo. Es muy difícil evitar que esto suceda,
porque estamos siempre prontos para agradar a alguien, o a partir hacia la guerra cuando nos
provocan; pero las personas y las situaciones son consecuencias de la vida que yo elegí, y no
lo contrario.

Sobre los ex-amantes

Un amigo me preguntó hoy qué es lo que hay de común entre todos mis amantes. La
respuesta fue fácil: YO. Y al ver eso, me dí cuenta del tiempo que he perdido en busca de la
persona adecuada, porque ellos cambian, yo permanezco la misma, y no aprovecho nada de
lo que vivimos juntos.
¿Qué es lo que hace que yo me aleje de hombres que podrían ser importantes en mi vida?
¿La necesidad de siempre de mantener el control. Lo más curioso es que, cuando comienzo a
demostrar celos, o cuando no aguanto más la relación amorosa, los hombres antes tan
independientes, tan llenos de sí mismos, se transforman en corderos asustados. Les entra
miedo de perderme. En ese momento, ya no consigo respetarlos más, y la relación se hace
imposible.
El amigo insistió: ¿Ya amaste alguna vez a alguien? Siempre tuve miedo a esa pregunta. Pero
Paulo me pidió que escribiera este diario y tengo que responderla. No, nunca amé a nadie.
Tuve muchos hombres, pero siempre permanecí esperando a la persona adecuada. Conocí el
mundo entero, y no conseguí encontrar el hogar que buscaba. Ya controlé, fui controlada, y la
relación no pasó de eso.
Ahora que he respondido “no, nunca amé” me siento más libre. Entiendo lo que está faltando
en mi vida

- Muchas veces, cuando intentamos hacer el bien, nos convertimos en instrumentos del mal -
dijo Al-Fahid a su amigo-. Procuro estar siempre alerta, pero hoy he sido utilizado por el
demonio.
- ¿Cómo así? ¡Si tú tienes fama de sabio!
- Esta mañana fui a orar a la mezquita. Respetando la tradición, me quité los zapatos antes de
entrar. A la salida me di cuenta de que me los habían robado: he creado un ladrón.
- Pero eso no es culpa tuya -le dijo el amigo.
- Sí es culpa mía. Es fácil despertar el lado malo del prójimo. Es fácil enojar a alguien, sembrar
la discordia, levantar dudas, o separar hermanos. El demonio necesita del hombre para
realizar sus actos, y por eso soy responsable. Historias de la madre Naturaleza

El león y los gatos

Un león encontró a un grupo de gatos conversando. "Voy a devorarlos", pensó.


Pero comenzó a sentir una extraña calma. Y decidió sentarse con ellos para escuchar lo que
decían.
-¡Mi buen Dios - dijo uno de los gatos, sin notar la presencia del león. - ¡Hemos rezado toda la
tarde, pidiendo que lloviesen ratones del cielo!
-¡Y hasta ahora no ha pasado nada! - dijo otro.- ¿Será que Dios no existe?
El cielo permaneció mudo. Y los gatos perdieron la fe.
El león se levantó y siguió su camino, pensando "Hay que ver como son las cosas: yo iba a
matar a esos animales, pero Dios me lo impidió. Aun así, ellos dejaron de creer en las gracias
divinas: estaban tan preocupados con lo que les faltaba que ni se dieron cuenta de la
protección que recibieron."

En silencio

El árbol estaba tan lleno de manzanas que sus ramas no conseguían balancearse con el
viento.
-¿Por qué no haces ruido? Al fin de cuentas, todos tenemos alguna vanidad y necesitamos
llamar la atención de los otros - comentó el bambú.
- No lo necesito. Mis frutos son mi mejor propaganda - respondió el árbol.

La margarita y el egoísmo

"Soy una margarita en un campo de margaritas" pensaba la flor. "En medio de las otras, es
imposible notar mi belleza"
Un ángel escuchó su pensamiento y comentó:
- ¡Pero si eres tan bonita!
- ¡Quiero ser única!
Para no oír más reclamaciones, el ángel la transportó hasta una plaza de una ciudad.
Días después el alcalde pasó por allí con un jardinero, para reformar el lugar.
- Aquí no hay nada interesante. Revuelvan la tierra y planten geranios.
- ¡Un momento! - gritó la margarita - ¡Si hacéis eso me mataréis!
- Si existieran otras como tú, podríamos hacer una bonita decoración - respondió el alcalde.
Pero es imposible encontrar margaritas por los alrededores y tú sola no haces un jardín.
Y seguidamente arrancó la flor.

Olvidando la magia

La gaviota volaba sobre la playa cuando vio a un gato, e inmediatamente se enamoró de él.
Descendió del cielo y le preguntó:
- ¿Dónde están tus alas?
Cada animal habla sólo un idioma, así que el gato no entendió lo que ella le decía; pero notó
que el ser que estaba frente a él tenía dos cosas extrañas saliendo de su cuerpo. "Debe de
sufrir alguna enfermedad", pensó el gato.
La gaviota percibió que su nuevo amado la miraba fijamente:
- ¡Pobrecito! Seguramente fue atacado por monstruos que lo dejaron sordo y le robaron sus
alas.
Compadecida, lo cogió con su pico y lo llevó a pasear por las alturas. "Así por lo menos
estamos un rato juntos" pensó mientras volaban. Pero como no
consiguió - por más que lo intentase - demostrarle su amor, finalmente lo depositó en el suelo
y partió en busca de alguien que la comprendiera mejor.
El gato permaneció profundamente infeliz durante algunos meses: había conocido las alturas,
visto un mundo vasto y bello, encontrado una compañera, y todo había terminado. Pero con el
paso del tiempo volvió a acostumbrarse a como era antes, concluyó que no había nacido para
ir tan lejos en sus sueños y nunca más deseó que le pasara algo bueno en su vida, pues el
perderlo después le hacía sufrir mucho.

Los puercoespínes y la solidaridad

El lector Álvaro Conegundes cuenta que durante la era glacial muchos animales morían a
causa del frío. Los puercoespínes, percibiendo la situación, decidieron juntarse en grupo para
ayudarse y protegerse mutuamente.
Pero las espinas de cada uno herían a los compañeros más próximos y por esto tuvieron que
volver a separarse unos de otros.
Volvieron a morir congelados. Y tuvieron que hacer una elección: o desaparecían de la faz de
la Tierra o aceptaban las espinas de sus semejantes.
Sabiamente, decidieron volver a juntarse. Aprendieron a convivir con las pequeñas heridas
que una relación muy próxima podía causar, ya que lo más importante era el calor del otro.
Y terminaron sobreviviendo.
En el camino de Damasco

El hombre caminaba por el camino de Damasco. Recordaba su amor perdido y su alma


sollozaba. "¡Pobre del ser humano que conoce el amor" pensaba. "Jamás será feliz, por el
miedo a perder lo que ama".
En aquel momento escuchó a un ruiseñor cantando.
-¿Por qué actúas así? -le preguntó- ¿No ves que mi amada, que gustaba tanto de tu canto, ya
no está más aquí a mi lado?
-Canto porque estoy contento - respondió el ruiseñor.
-¿Tú nunca perdiste a nadie? - insistió el hombre
-¡Muchas veces! -respondió el ruiseñor- Pero mi amor continuó siendo el mismo.
Y el hombre sintió más esperanza en su camino La ley de Jante

-¿Qué piensa de la princesa Marta Luisa?


El periodista noruego me entrevistaba a orillas del lago de Ginebra. Normalmente no respondo
a preguntas ajenas a mi trabajo, pero en este caso la curiosidad del periodista tenía un motivo:
la princesa había hecho bordar, en el vestido que lució en su 30º cumpleaños, el nombre de
algunas personas importantes en su vida, entre los cuales se encontraba el mío (a mi mujer le
pareció ésta una idea tan buena que decidió hacer lo mismo al cumplir cincuenta años, e hizo
bordar en su vestido una pequeña inscripción que decía "inspirado por la princesa de
Noruega").
-Me parece una persona sensible, delicada, e inteligente -respondí-. Tuve ocasión de
conocerla en Oslo, cuando me presentó a su marido, que es escritor, como yo.
No quería decir más, pero no pude contenerme:
-Y hay una cosa que de verdad no entiendo: ¿por qué la prensa noruega pasó a atacar el
trabajo literario de su marido después de su boda con la princesa? Antes las críticas siempre
eran positivas.
No era propiamente una pregunta, sino una provocación, puesto que yo imaginaba la
respuesta: la crítica cambió porque la gente tiene envidia, el más amargo de los sentimientos
humanos.
El periodista, sin embargo, fue más sofisticado que eso:
-Porque había violado la ley de Jante.
Evidentemente yo jamás había oído hablar de semejante ley, y el periodista tuvo que
explicarme en qué consistía. Al continuar el viaje, me di cuenta de que en cualquier país de
Escandinavia es difícil encontrar a alguien que no conozca dicha ley. Una ley que, aunque
existe desde el comienzo de la civilización, no fue enunciada oficialmente hasta 1933, en la
novela Un refugiado sobrepasa sus límites, del escritor Aksel Sandemose.
La triste constatación es que la Ley de Jante no se limita a Escandinavia: es una regla que se
aplica en todos los países del mundo, por mucho que digan los brasileños que "esto sólo pasa
aquí", o los franceses que "desgraciadamente, en nuestro país es así". Como el lector ya
estará irritado porque lleva más de media columna sin saber qué es esta Ley de Jante,
intentaré resumirla aquí con mis propias palabras:
"No vales nada, a nadie le interesa lo que piensas, la mediocridad y el anonimato son la mejor
elección. Actúa de acuerdo con estos principios y no tendrás grandes problemas en tu vida."
La Ley de Jante explica, en su contexto, los celos y la envidia que tanto dolor de cabeza le
dan a personas como Ari Behn, el marido de la princesa. Éste es uno de sus aspectos más
negativos, pero existe algo mucho más peligroso.
Por culpa de esta ley el mundo ha sido manipulado de todas las maneras posibles, por gente
que no teme el comentario ajeno, y que hace tanto mal como quiere. Asistimos a guerras
inútiles, que siguen cobrándose muchas vidas; vemos un abismo entre los países ricos y los
pobres, injusticia social por todas partes, violencia descontrolada, personas obligadas a
renunciar a sus sueños por culpa de ataques injustos y cobardes. Antes de iniciar la segunda
guerra mundial, Hitler dio señales de sus intenciones, y lo que le hizo seguir adelante fue
saber que, gracias a la Ley de Jante, nadie se atrevería a desafiarlo.
La mediocridad puede ser cómoda, hasta que un día la tragedia llama a la puerta. Es entonces
cuando la gente se pregunta: "¿por qué nadie dijo nada, cuando todo el mundo veía lo que iba
a ocurrir?"
Muy sencillo: nadie dijo nada porque tampoco la gente dijo nada.
Por lo tanto, para evitar que las cosas se pongan cada vez peor, tal vez sea ahora el momento
de escribir la anti-ley de Jante:
"Vales mucho más de lo que piensas. Aunque no lo creas, tu trabajo y tu presencia en este
mundo son importantes. Claro que, si piensas de esta manera, puede que tengas muchos
problemas por transgredir la Ley de Jante. Pero no te dejes intimidar, sigue viviendo sin miedo
y al final vencerás. Diálogos con el maestro - el trabajo

(Continúo transcribiendo las notas de mis conversaciones con J. entre 1982 y 1990).

- Has tratado de hacerme entender que hay que prestar atención a la vida, a las personas, a
todo lo que sucede a nuestro alrededor. Y yo tengo la sensación de que todo lo que haces es
trabajar (en esta época, J. era ejecutivo de una multinacional holandesa).
- En vez de responder directamente a tu pregunta prefiero citar un fragmento del poeta indio
Tagore: "Dormí y pensé que la vida era Alegría/ Desperté y descubrí que la vida era
Deber/Cumplí mi deber y descubrí que él era Alegría".
En realidad, a través de mi trabajo descubro la vida, las personas y todo lo que sucede a mi
alrededor.
La única trampa ante la que necesito estar alerta es el considerar que un día es igual a otro.
En verdad, cada mañana trae un milagro escondido y necesitamos prestar atención a ese
milagro."
- ¿Qué es el deber?
- Una palabra misteriosa, que puede tener dos significados opuestos: la ausencia de
entusiasmo o la comprensión de que necesitamos dividir nuestro amor con más de una
persona. En el primer caso, estamos siempre dando una disculpa por no aceptar nuestra
responsabilidad; en el segundo caso, el deber se transforma en una especie de devoción, de
amor ilimitado por la condición humana y pasamos a luchar por aquello que queremos que
suceda.
Esto es lo que yo busco a través de mi trabajo: dividir mi amor. El amor es también una cosa
misteriosa: cuanto más lo dividimos, más se multiplica
Pero el trabajo, en la Biblia, es considerado como una especie de maldición que Dios arroja
sobre el ser humano. Cuando Adán comete el pecado original, escucha las palabras del
Todopoderoso: "con fatigas obtendrás de ella el sustento durante los días de tu vida. En el
sudor de tu frente comerás tu pan".
En este momento, Dios está poniendo al Universo en movimiento. Hasta entonces todo es
lindo, paradisíaco --pero nada evoluciona, como acabamos de comentar, Adán pasa a creer
que un día es igual a otro. A partir de allí, él pierde el sentido del milagro de su propia
existencia; entonces el Señor, contemplando a su creación, entiende que es preciso ayudarlo
a reconquistar ese sentido.
Es necesario leer esta frase de manera positiva: el cansancio se transformará en sustento, el
sudor será la salsa del pan. Y así, todo convergirá otra vez en la perfección, pero antes Adán y
los seres humanos necesitan recorrer el camino de la comprensión mutua.
- Por qué uno de los grandes sueños del ser humano es poder, un día, dejar de trabajar?
- Porque no sabe lo que es permanecer meses y años sin hacer nada. O porque no ama lo
que hace; nadie desea separarse de la mujer que ama, nadie desea dejar de hacer aquello
que le gusta. O entonces porque carece de dignidad cuando se propone hacer algo, y ha
olvidado que el trabajo fue creado para ayudar al hombre, no para humillarlo.
A este respecto, hay una interesante historia en el libro "Las mil y una noches":
El califa Alrum Al-Rachid decidió construir un palacio que señalara la grandeza de su reino.
Reunió las mejores obras de arte, diseñó los jardines, seleccionó personalmente el mármol y
las alfombras,
Al lado del terreno escogido había una cabaña. Al-Rachid pidió a su ministro que convenciera
al dueño para vendérsela, para ser demolida.
El ministro lo intentó sin éxito, pues el viejo dijo que no quería desprenderse de ella.
Al saber la decisión del viejo, el Consejo de la Corte sugirió que simplemente lo expulsaran del
lugar.
- No - respondió Al-Rachid. Pasará a formar parte de mi legado a mi pueblo. Cuando vean el
palacio dirán: él fue un hombre que trabajó para mostrar la belleza de nuestra cultura.
Y cuando vean la cabaña, dirán: él fue un hombre justo, porque respetó el trabajo de los
demás"
El mundo siempre parece amenazador y peligroso para los cobardes. Estos procuran la
seguridad mentirosa de una vida sin grandes desafíos, y se arman hasta los dientes para
defender aquello que creen poseer. Los cobardes son víctimas de su propio egoísmo, y
terminan construyendo las cadenas de su propia prisión" Reflexiones del Guerrero de la Luz

Lo pasajero y lo definitivo

Todos los caminos del mundo conducen al corazón del guerrero; él se sumerge sin vacilar en
el río de pasiones que siempre corre por su vida.
El guerrero sabe que es libre para escoger lo que desee; sus decisiones son tomadas con
coraje, desprendimiento y - a veces - con una cierta dosis de locura.
Acepta sus pasiones y las disfruta intensamente. Sabe que no es preciso renunciar al
entusiasmo de las conquistas; ellas forman parte de la vida, y alegran a todos los que en ellas
participan.
Pero jamás pierde de vista las cosas duraderas y los lazos creados con solidez a través del
tiempo.
Un guerrero sabe distinguir lo que es pasajero y lo que es definitivo.

Un tipo de estrategia

Comenta un sabio chino sobre las estrategias del guerrero de la luz:


"Haz creer a tu enemigo que no conseguirá grandes recompensas si decide atacarte; así
disminuirás su entusiasmo".
"No te avergüences de retirarte provisionalmente del combate si percibes que tu enemigo está
más fuerte; lo importante no es la batalla aislada, sino el final de la guerra."
"Si estás lo bastante fuerte, tampoco tengas vergüenza de fingirte débil; esto hace que tu
enemigo pierda la prudencia y ataque antes de hora"
"En una guerra, la capacidad de sorprender al adversario es la base de la victoria".

Cuando arriesgar

Un guerrero de la luz, antes de entrar en un combate importante, se pregunta a sí mismo:


"¿hasta qué punto desarrollé mi habilidad?".
Él sabe que las batallas libradas en el pasado siempre terminaron por enseñarle alguna cosa.
Sin embargo, muchas de estas enseñanzas hicieron sufrir al guerrero más de lo necesario.
Más de una vez perdió su tiempo luchando por una mentira.
Pero los victoriosos no repiten el mismo error.
Un guerrero no puede rehusar la lucha; pero sabe también que no debe arriesgar sentimientos
importantes a cambio de recompensas que no están a la altura de su amor.
Por eso el guerrero solo arriesga su corazón por algo que vale la pena.

Perteneciendo al mundo

Los guerreros de la luz mantienen el brillo en los ojos.


Están en el mundo, forman parte de la vida de otras personas, y comenzaron su jornada sin
alforja y sin sandalias. Muchas veces son cobardes. No siempre actúan correctamente.
Los guerreros de la luz sufren por cosas inútiles, tienen actitudes mezquinas y a veces se
consideran incapaces de crecer. Frecuentemente se consideran indignos de cualquier
bendición o milagro.
Los guerreros de la luz no siempre tienen la certeza de qué están haciendo aquí. Muchas
veces pasan noches en vela, pensando que sus vidas no tienen sentido.
Por eso son guerreros de la luz. Porque se equivocan. Porque se preguntan. Porque buscan
una razón - y con seguridad terminarán encontrándola.

Lo mejor y lo peor

Dice un poeta: "el guerrero de la luz escoge a sus enemigos"


El guerrero sabe de lo que es capaz. No necesita ir por el mundo contando sus cualidades y
virtudes. Sin embargo - como en el viejo Oeste - a cada momento aparece alguien queriendo
probar que es mejor que él.
El guerrero sabe que no existe "mejor" o "peor", que cada uno tiene los dones necesarios para
su camino individual.
Pero ciertas personas insisten. Provocan, ofenden, hacen todo lo posible para irritarlo. En este
momento el corazón del guerrero le dice "no aceptes las ofensas, ellas no aumentarán tu
habilidad. Te cansarás en vano".
Un guerrero de la luz no pierde su tiempo escuchando provocaciones, él tiene un destino a
cumplir.

Usando la propia locura

Un guerrero de la luz estudia con mucho cuidado la posición que pretende conquistar.
Por más difícil que sea su objetivo, siempre existe una manera de superar obstáculos. Él
verifica los caminos alternativos, afila su espada y procura llenar su corazón de la
perseverancia necesaria para enfrentar el desafío.
Pero, a medida que avanza, el guerrero se da cuenta de que existen dificultades con las que
no contaba.
Si se queda esperando el momento ideal, nunca saldrá del lugar; ve que será preciso un poco
de locura para dar el próximo paso.
El guerrero usa un poco de locura. Porque, en la guerra y en el amor, no es posible prever
todo.

Siguiendo adelante

El guerrero de la luz no siempre tiene fe. Hay momentos en los que no cree absolutamente en
nada.
Y pregunta a su corazón: "¿Valdrá la pena tanto esfuerzo?"
Pero el corazón continúa callado, y el guerrero tiene que decidir por sí mismo.
Entonces busca un ejemplo. Y recuerda que Jesús pasó por algo semejante - para poder vivir
la condición humana en toda su plenitud.
"Aleja de mí este cáliz", dijo Jesús. También Él perdió el ánimo y el valor, pero no se detuvo.
El guerrero de la luz continúa sin fe.
Pero, aún así, sigue adelante, y la fe termina volviendo.
Siempre saben qué es lo mejor para nosotros

Evita el reumatismo

El ciempiés quiso preguntarle al sabio del bosque -un mono-, cuál era la mejor solución
para el dolor que sentía en las piernas.

-Eso es reumatismo- le explicó el mono -. Lo que ocurre es que tienes demasiadas


piernas. Sería mejor que fueras como yo. Con sólo dos piernas, el reumatismo raramente
aparece.

-¿Y cómo hago para tener sólo dos piernas?

-No me fastidies con detalles –respondió el mono -. Un sabio se limita a dar el mejor de
los consejos. Arréglatelas tú solo.

¿Puedo ayudar?

Nada más abrirse las puertas de la iglesia, el cura vio que una mujer entraba, se sentaba
en un banco de la primera fila, y ponía la cabeza entre las manos. Dos horas más tarde, al
pasar de nuevo por allí, la encontró en la misma posición.

Preocupado, decidió acercarse a ella:


-¿Puedo hacer algo para ayudarla?- le preguntó.

-No, gracias- respondió ella -. Yo ya estaba recibiendo toda la ayuda que me hacía falta,
hasta que usted me interrumpió.

El jesuita Anthony Mello comenta: “en cierto monasterio, en lugar de haber escrito
Guarden silencio, había un cartel que decía: Hablen únicamente si lo que van a decir es
mejor que el silencio”.

Yo sé qué es lo que está bien

Un campesino regresaba a casa, cuando vio un jumento en el campo.

-No soy apenas un asno –dijo el animal -. Yo vi nacer al Mesías. Vivo hace dos mil años, y
me mantengo vivo para dar este testimonio.

Asustado, el campesino corrió a la iglesia y se lo contó al párroco. –Imposible – dijo éste.


El campesino lo asió de las manos y lo llevó adonde se encontraba el animal. El asno
repitió entonces lo que había dicho antes.

-Insisto: los animales no hablan – dijo el religioso.

-¡Pero usted mismo lo ha oído de la boca del asno!

-¡Si serás bruto! ¡Así que vas a creer más en lo que te dice un jumento que en lo que dice
tu párroco!

Eso también servirá con nosotros

Una fábula del escritor libanés Mikail Naaimé puede ilustrar bien el peligro de seguir los
métodos de otros, por muy nobles que parezcan ser:

-Tenemos que romper las cadenas de la esclavitud a la que el hombre nos tiene
sometidos –le dijo un buey a sus compañeros -. A lo largo de muchos años les hemos
oído decir a los seres humanos que la puerta de la libertad está manchada con la sangre
de los mártires. Vamos a descubrirla y entraremos allí con la fuerza de nuestros cuernos”.

Caminaron durante días y noches por la carretera hasta que vieron una puerta toda
manchada de sangre.

-He aquí la puerta de la libertad –dijeron -. Sabemos que nuestros hermanos fueron
sacrificados ahí.

Uno tras otro, los bueyes fueron entrando. Y sólo una vez dentro, cuando ya era
demasiado tarde, acabaron dándose cuenta: aquella era la puerta del matadero.

Decidiendo el destino ajeno

Malba Tahan cuenta la historia de un hombre que encontró un ángel en el desierto, y le


dio agua.

-Soy el ángel de la muerte y he venido a buscarte- dijo el ángel -. Pero como has sido
bondadoso, voy a dejarte prestado el Libro del Destino durante cinco minutos. Puedes
alterar lo que quieras en él.

El ángel le entregó el libro. Al hojear sus páginas, el hombre fue leyendo la vida de sus
vecinos. No le gustó lo que vio: “Estas personas no se merecen cosas tan buenas”,
pensó. Pluma en mano, se dedicó a empeorar la vida de cada uno de ellos.

Por último, llegó a la página de su destino. Leyó su trágico final y, cuando se disponía a
cambiarlo, el libro desapareció. Los cinco minutos ya habían concluido.

En ese mismo instante, el ángel se llevó el alma de aquel hombre.


Dos historias sobre montañas

Aquí donde estoy

Después de haber ganado muchos concursos de arco y flecha, el joven campeón de la


ciudad fue a buscar al maestro zen.

- Soy el mejor de todos – dijo. – No aprendí religión, no busqué ayuda de los monjes y
conseguí llegar a ser considerado el mejor arquero de toda la región. He sabido que
durante una época, usted también fue considerado el mejor arquero de la región, y le
pregunto: ¿había necesidad de hacerse monje para aprender a tirar?

- No – respondió el maestro zen.

Pero el campeón no se dio por satisfecho: sacó una flecha, la colocó en su arco, disparó,
y atravesó una cereza que se encontraba muy distante. Sonrió, como quien dice “podía
haber ahorrado su tiempo, dedicándose solamente a la técnica”, y dijo:

- Dudo que pueda usted hacer lo mismo

Sin demostrar la menor preocupación, el maestro entró, cogió su arco y comenzó a


caminar en dirección a una montaña próxima. En el camino existía un abismo que sólo
podía ser cruzado por un viejo puente de cuerda en proceso de podredumbre, a punto de
romperse. Con toda la calma, el maestro zen llegó hasta la mitad del puente, sacó su
arco, colocó la flecha, apuntó a un árbol al otro lado del despeñadero y acertó el blanco.

- Ahora es tu turno – dijo gentilmente al joven, mientras regresaba a terreno seguro.

Aterrorizado, mirando el abismo a sus pies, el arquero fue hasta el lugar indicado y
disparó, pero su flecha aterrizó muy distante del blanco.

- Para eso me sirvieron la disciplina y la práctica de la meditación – concluyó el maestro,


cuando el joven volvió a su lado. – Tú puedes tener mucha habilidad con el instrumento
que elegiste para ganarte la vida, pero todo esto es inútil si no consigues dominar la
mente que utiliza este instrumento.

Contemplando el desierto

Tres personas que pasaban en una pequeña caravana vieron a un hombre que
contemplaba el atardecer en el desierto del Sahara, desde lo alto de una montaña.

- Debe de ser un pastor que perdió una oveja y procura saber donde está – dijo el
primero.

- No creo que esté buscando nada, y mucho menos a la hora de ponerse el sol, cuando la
visión se hace confusa. Creo que espera a algún amigo.
- Estoy seguro de que es un hombre santo, en busca de la iluminación – comentó el
tercero.

Comenzaron a comentar lo que el tal hombre estaría haciendo y tanto se empeñaron en la


discusión que casi terminan peleándose. Finalmente, para decidir quien tenía razón,
decidieron subir a la montaña e ir a hablar con él.

- ¿Está usted buscando su oveja?- preguntó el primero.

- No, no tengo rebaño.

- Entonces seguramente espera a alguien – afirmó el segundo.

- Soy un hombre solitario, que vive en el desierto – fue la respuesta.

- Por vivir en el desierto y en la soledad, debemos creer que es usted un santo en busca
de Dios, y está meditando – dijo, contento, el tercer hombre.

-¿Es que todo en la Tierra necesita tener una explicación? Pues entonces me explico:
estoy aquí solamente mirando la puesta del sol, ¿es que eso no basta para dar sentido a
nuestras vidas?
La siguiente historia es contada por el Sheik Kalandar Shah en su libro "Asrar-i-Khilwatia"
(Secretos de los solitarios).

La ciudad y las dos calles

En la región oriental de Armenia existía un pequeño villorrio con dos calles paralelas,
llamadas respectivamente Vía del Sur y Vía del Norte. Un viajero, llegado de muy lejos,
paseó por la Vía del Sur y pronto decidió visitar la otra calle. Sin embargo, no bien llegó
allí, los comerciantes notaron que sus ojos estaban llenos de lágrimas.
"Se debe de haber muerto alguien en la Vía del Sur" comentó el carnicero al vendedor de
telas. "Mira como este pobre extranjero que acaba de venir de allí, está llorando"
Un niño escuchó el comentario, y como sabía que la muerte era algo muy triste, comenzó
a llorar histéricamente. Al poco rato, todos los niños de aquella calle estaban llorando.
El viajero, asustado, decidió partir inmediatamente. Tiró las cebollas que estaba pelando
para comer - que eran la razón de sus lágrimas - y desapareció.
Las madres, entretanto, preocupadas por el llanto de las criaturas enseguida fueron a
tratar de saber lo que pasaba, y descubrieron que el carnicero, el vendedor de telas y - a
esta altura - varios comerciantes estaban preocupadísimos por una tragedia que había
ocurrido en la vía del Sur.
Pronto comenzaron los rumores, y como la ciudad no tenía muchos habitantes en breve
todos los que habitaban en ambas calles sabían que algo horrible había sucedido. Los
adultos comenzaron a temer lo peor pero, preocupados por la dimensión de la tragedia,
decidieron no preguntar nada a fin de no empeorar la situación.
Un hombre ciego, que habitaba en la Vía del Sur y no entendía lo que estaba sucediendo,
resolvió indagar:
"¿Por qué tanta tristeza en esta ciudad que siempre fue un lugar tan feliz?"
"Algo muy grave ha sucedido en la Vía del Norte" respondió uno de los habitantes. "Los
niños lloran, los hombres están con el ceño fruncido, las madres han pedido a sus hijos
que regresen a la casa, y el único viajero que visitó esta ciudad en muchos años, partió
con los ojos llenos de lágrimas. Quizás la peste haya llegado a la otra calle".
No fue necesario mucho tiempo para que corriera el rumor de que una enfermedad
mortal, de origen desconocido, había llegado a la ciudad. Como, no obstante, el llanto
había empezado con la visita del viajero a la Vía del Sur quedó claro para los habitantes
de la Vía del Norte que la peste había comenzado allí. Antes del anochecer, los
habitantes de ambas calles ya habían abandonado sus domicilios y partían en dirección a
las montañas del Este.
Hoy, siglos después, el antiguo lugar por donde pasó un viajero pelando cebollas aún
continúa desierto. No muy lejos de allí surgieron dos aldeas llamadas Vía del Este y Vía
del Oeste. Sus habitantes, descendientes de los antiguos moradores de la villa, aún no se
hablan, ya que el tiempo y las leyendas se encargaron de colocar una gran barrera de
miedo entre ellos.

Comenta el Sheik Kalandar Shah: "Todo en la vida es cuestión de la actitud que tenemos
ante las cosas, y no de las propias cosas en sí mismas. Yo tengo siempre la posibilidad
de descubrir el origen de un problema o escoger aumentarlo de tal manera que termino
sin saber donde comenzó, cuál es su dimensión, cómo puede afectar a mi existencia y
cómo es capaz de alejarme de las personas que antes amaba". Nasrudin y el huevo

Cierta mañana Nasrudin - el gran místico sufí que siempre fingía ser loco - envolvió un
huevo en un pañuelo, se fue al medio de la plaza de su ciudad y llamó a los que pasaban
por allí.

- ¡Hoy tendremos un importante concurso! - dijo - ¡Quien descubra lo que está envuelto en
este pañuelo, recibirá de regalo el huevo que está dentro!

Las personas se miraron, intrigadas, y respondieron:


-¿Cómo podemos saberlo? ¡Ninguno de nosotros es adivino!

Nasrudin insistió:

- Lo que está en este pañuelo tiene un centro que es amarillo como una yema, rodeado
de un líquido del color de la clara, que a su vez está contenido dentro de una cáscara que
se rompe fácilmente. Es un símbolo de fertilidad, y nos recuerda a los pájaros que vuelan
hacia sus nidos, Entonces, ¿quién puede decirme lo que está escondido?

Todos los habitantes pensaban que Nasrudin tenía en sus manos un huevo, pero la
respuesta era tan obvia que nadie quiso pasar vergüenza delante de los otros.

¿Y si no fuese un huevo, sino algo muy importante, producto de la fértil imaginación


mística de los sufís? Un centro amarillo podía significar algo del sol, el líquido a su
alrededor tal vez fuese algún preparado de alquimia. No, aquel loco estaba queriendo que
alguien hiciera el ridículo.

Nasrudin preguntó dos veces más y nadie se arriesgó a decir algo impropio.

Entonces él abrió el pañuelo y mostró a todos el huevo.

- Todos vosotros sabíais la respuesta - afirmó - y nadie osó traducirla en palabras.

Así es la vida de aquellos que no tienen el valor de arriesgarse: las soluciones nos son
dadas generosamente por Dios, pero estas personas siempre buscan explicaciones más
complicadas, y terminan no haciendo nada Sobre la importancia de
decir NO

“Hitler pudo perder la guerra en el campo de batalla, pero terminó ganando algo”, dice M.
Halter. “Porque el hombre del siglo XX creó el campo de concentración y resucitó la
tortura, mostrando a sus semejantes que es posible cerrar los ojos a las desgracias de los
demás hombres”.

Tal vez tenga razón: hay niños abandonados, civiles masacrados, inocentes en las
cárceles, ancianos solitarios, alcohólicos en el fango, locos en el poder.

Pero tal vez no tenga tanta razón: existen los guerreros de la luz, nunca toleran lo
inaceptable.
Las palabras más importantes en todas las lenguas son palabras pequeñas. “Sí”, por
ejemplo. “Amor”, “Dios”. Son palabras que salen con facilidad, y que llenan espacios
vacíos de nuestro mundo.

No obstante, hay una palabra, también pequeña, que nos cuesta decir.

“No”.

Y nos sentimos generosos, comprensivos, educados. Porque el no tiene fama de maldito,


de egoísta, de poco espiritual.

Cuidado con esto. Hay momentos en los que, al decir “sí” a los otros, uno se está diciendo
“no” a sí mismo.

Todos los grandes hombres y mujeres del mundo fueron personas que, en lugar de decir
“sí”, dijeron un NO rotundo a todo lo que no era acorde con un determinado ideal de
bondad y crecimiento.

Los guerreros de la luz se reconocen por la mirada. Están en el mundo, forman parte del
mundo, y al mundo fueron enviados sin alforja y sin sandalias. Muchas veces son
cobardes. No siempre actúan correctamente.

Los guerreros de la luz sufren por tonterías, se preocupan por cuestiones mezquinas, se
consideran incapaces de crecer. Los guerreros de la luz de vez en cuando se creen
indignos de cualquier bendición o milagro.

Los guerreros de la luz se preguntan con frecuencia qué están haciendo aquí. Muchas
veces encuentran que su vida no tiene ningún sentido.

Por eso son guerreros de la luz.Porque se equivocan. Porque preguntan. Porque


continúan buscando un sentido. Pero, sobre todo, porque son capaces de decir que no
frente a lo que resulta inaceptable.

A menudo nos pueden tildar de intolerantes, pero es importante abrirse y luchar contra
todo y contra todas las circunstancias, si estamos frente a una injusticia o una crueldad.
Nadie puede permitir que, a fin de cuentas, Hitler haya establecido un modelo que pueda
reproducirse porque la gente sea incapaz de protestar. Y para reforzar esta lucha, es
bueno no olvidar las palabras de John Bunyan, autor del clásico Pilgrim´s Progress:
“Aunque haya pasado por todo lo que he pasado, no me arrepiento de los problemas en
los que me metí, porque fueron éstos justamente los que me trajeron adonde quería
llegar. Ahora, ya cerca de la muerte, todo lo que tengo es esta espada, y se la cedo a todo
aquel que quiera proseguir su peregrinaje”.

“Llevo conmigo las marcas y cicatrices de los combates, que son testigos de lo que viví, y
recompensas de lo que conquisté. Son estas queridas marcas y cicatrices las que van a
abrirme las puertas del Paraíso”.

“Hubo una época en la que viví escuchando historias de bravura. Hubo una época en la
que viví apenas porque tenía que vivir. Pero ahora vivo porque soy un guerrero, y porque
quiero estar un día en la compañía de Aquél por quien tanto luché”.

En definitiva, las cicatrices son necesarias cuando luchamos contra el Mal Absoluto, o
cuando debemos decir que no a todos aquellos que, a veces con la mejor de las
intenciones, intentan estorbar el camino que conduce a nuestros sueños. Entre
el Cielo y el infierno

El lugar de los pecadores

El rabino Wolf entró por casualidad en un bar; algunas personas bebían, otras jugaban a
las cartas, y el ambiente parecía cargado.

El rabino salió sin hacer ningún comentario. Un joven lo siguió.

-Sé que no le ha gustado lo que ha visto –dijo el muchacho. –Ahí sólo hay pecadores.

-Me ha gustado lo que he visto – dijo Wolf. –Son hombres que están aprendiendo a
perderlo todo. Cuando ya no les quede nada material en este mundo, no les restará más
opción que volverse hacia Dios. ¡Y a partir de entonces serán excelentes siervos!

Buda y el demonio

El demonio le dijo a Buda:

-Ser el diablo no es fácil. Cuando hablo, tengo que valerme de enigmas para que las
personas no sean conscientes de la tentación. Tengo que parecer siempre astuto e
inteligente, para que me admiren. Gasto mucha energía en convencer a unos pocos de
que el infierno es más interesante. Estoy viejo, y quiero que pases a encargarte de mis
alumnos.

Buda sabía que eso era una trampa: si aceptase la propuesta, él se transformaría en
demonio, y el demonio se convertiría en Buda.

-¿Crees que es divertido ser Buda? – respondió. –¡Además de tener que hacer todo lo
que haces tú, tengo que aguantar también lo que me hacen mis discípulos! ¡Ponen en mi
boca cosas que no dije, cobran por mis enseñanzas, y me exigen que sea sabio siempre!
¡Tú no conseguirías aguantar una vida como ésta!

El diablo se convenció de que intercambiar los papeles era realmente un mal negocio, y
Buda escapó a la tentación.

El cielo y el infierno

Un samurai violento, con fama de provocar pelea sin motivo, llegó a las puertas del
monasterio zen y pidió hablar con el maestro.
Sin titubear, Ryokan acudió a su encuentro.

-Dicen que la inteligencia es más poderosa que la fuerza –comentó el samurai. -¿Acaso
usted puede explicarme lo que son el cielo y el infierno?

Ryokan permaneció en silencio.

-¿Ve? –exclamó el samurai. –Yo podría explicar eso mismo muy fácilmente: para mostrar
qué es el infierno, basta con darle a alguien una paliza. Para mostrar lo que es el cielo,
basta con dejar que alguien huya, después de haberlo amenazado mucho.

-No discuto con personas estúpidas como tú –comentó el maestro zen.

Al samurai le subió la sangre a la cabeza. Su mente se puso turbia de odio.

-Esto es el infierno –dijo Ryokan, sonriendo. –Dejarse provocar por tonterías.

El guerrero se quedó desconcertado con la valentía del monje, y se relajó.

-Eso es el cielo –terminó Ryokan, invitándolo a entrar. –Rechazar las provocaciones


estúpidas. Una amiga de Facebook me envió un texto sobre el tema. Desde mi condición de
hombre, que está de acuerdo con algunas de estas razones, he realizado una lista basada en lo
que leí:
Amamos a los hombres porque no consiguen fingir un orgasmo, aunque quieran.

Porque jamás nos van a entender, y aun así lo siguen intentando.


Porque todavía nos encuentran atractivas cuando nosotras mismas ya no conseguimos
creérnoslo.
Porque saben de ecuaciones, de política, de matemáticas, de economía, pero no saben nada del
corazón femenino.

Porque son amantes que sólo descansan cuando alcanzamos (o fingimos) placer.
Porque han conseguido elevar el deporte a algo parecido a una religión.
Porque nunca les da miedo la oscuridad.
Porque se empeñan en arreglar cosas con problemas que están más allá de sus habilidades, y se
dedican a ello con entusiasmo adolescente, y se desesperan cuando no lo consiguen.
Porque son como las granadas: la mayor parte es imposible de digerir, pero las semillas son
deliciosas.
Porque jamás se paran a considerar lo que pensará el vecino.
Porque siempre sabemos lo que están pensando, y cuando abren la boca dicen exactamente lo
que imaginábamos.
Porque jamás les pasó por la cabeza martirizarse con tacones altos.
Porque les encanta explorar nuestro cuerpo, y conquistar nuestra alma.
Porque una chiquilla de 14 años puede dejarlos sin argumentos, y una mujer de 25 consigue
domarlos sin mucho esfuerzo.

Porque siempre les atraen los extremos: opulentos o ascéticos, guerreros o monjes, artistas o
generales.

Porque son capaces de hacer cualquier cosa por esconder su fragilidad.


Porque el mayor miedo de un hombre es no ser un hombre –lo cual nunca le pasaría a una mujer
por la mente (no ser una mujer).
Porque siempre se terminan toda la comida del plato, y no se sienten culpables por ello.
Porque les parecen interesantísimos ciertos temas sin gracia ninguna, como lo que les ocurrió en
el trabajo, o las características de los coches.
Porque están dotados de hombros en los que conseguimos dormir sin mucho esfuerzo.
Porque están en paz con sus cuerpos, a excepción de pequeñas e insignificantes preocupaciones
con la calvicie y la obesidad.
Porque son asombrosamente valientes ante los insectos.
Porque nunca mienten sobre su edad.

Porque a pesar de todo lo que intentan demostrar, no consiguen vivir sin una mujer.
Porque cuando a uno de ellos le decimos “te quiero”, siempre pide que le detallemos cuánto.
Kristen, una lectora, afirma que no sabemos absolutamente nada sobre la naturaleza
femenina, y elabora la lista que viene a continuación:
1 – Nosotras, las mujeres, ya nacemos detectives. A nuestros ojos, todos los hombres son
sospechosos, y sus aventuras acabarán siendo descubiertas; es sólo cuestión de tiempo.
2 – Aunque no estemos enamoradas de ti, escuchar un “te quiero” es siempre un bálsamo para
nuestras almas. Y si no nos lo dices, nos vamos a dar cuenta y nos pondremos tristes.
3 – Nos pasa lo mismo con “¡qué guapa estás!”. Se tarda menos de dos segundos en pronunciar
estas tres palabras mágicas, capaces de transformar nuestras pesadillas en verdaderos cuentos
de hadas.
4 – Si te preguntamos qué ropa nos ponemos, no te enfades si al final decidimos vestirnos justo
con lo opuesto de lo que elegiste: forma parte de nuestra naturaleza.
5 – En una fiesta, somos capaces de escanear el salón en menos de un minuto, y saber quién nos
interesa. Estate atento.
6 – Pensamos en sexo con la misma compulsión que los hombres, si no más. La única diferencia
es que no lo demostramos.
7 – Si, nada más conocernos, nos invitas a cenar y no aceptamos inmediatamente, no te
preocupes; es que necesitamos unos días para perder los kilos sobrantes que, según creemos,
nos arruinan constantemente las vidas.
8 – Las mujeres siempre se acuerdan de todo. Si preguntas cuándo nos conocimos, ninguna de
nostras va a decir: “En una fiesta”, sino: “fue un martes, justo después de una cena en la que nos
sirvieron ensalada y un guiso de pollo, tú llevabas chaqueta negra y tus zapatos eran de la marca
tal, etc.”
9 – Por mucho amor que seamos capaces de dar, hay siete días en los que preferimos estar lejos
de todo y de todos. En esos casos, tienes dos opciones: atarte a un poste y esperar a que pase la
tempestad, o correr a la joyería más cercana y comprarnos un regalo. Recomendamos la segunda
opción.
10 – Tenemos el mismo poder de raciocinio que los hombres, pero es mejor que no lo notes, o
empezarás a sentirte inseguro. Las mujeres que lo dejaron demasiado claro acabaron solas.
11 – Nos encanta cualquier tipo de pelo en el cuerpo masculino, aunque la depilación sea nuestra
tortura favorita.
12 – Detestamos hacer el amor cuando no tenemos ganas, pero lo haremos de todas formas, y tú
no te darás ni cuenta.
13 – Juega con nuestros animales domésticos y con nuestros niños, y jugaremos contigo.
Ignóralos, y nosotras te ignoraremos a ti también.
14 – Las mujeres disponen de una visión de rayos X. Podemos mirar hacia unos ojos negros y
duros, y descubrir al niño que hay en el fondo, y podemos también fijarnos en unos angelicales
ojos azules, y encontrar al demonio que se esconde tras ellos. Sabemos cuándo un hombre finge
que duerme de cansancio, o (lo que es aún más evidente), cuándo finge no estar durmiendo con
otra persona.
15 – No todas las mujeres quieren casarse y tener hijos. Muchas sólo desean orgasmos y animales
domésticos.
16 – La delicadeza, cuando es genuina, es capaz de derretir nuestros empedernidos corazones.
17 – Si tenemos que discutir algo contigo, no quieras darnos la solución: nosotras ya la tenemos.
Se trata apenas de un pretexto para evitar que la relación se convierta en algo aburrido.

Manual para subir montañas


August 12, 2010 by Paulo Coelho

Aosta Valley, Montblanc, 15 setembro 2010


1. Escoge la montaña que deseas subir: no te dejes llevar por los comentarios de los demás,
que dicen “esa es más bonita”, o “aquella es más fácil”. Vas a gastar mucha energía y entusiasmo
en alcanzar tu objetivo, y por lo tanto eres tú el único responsable y debes estar seguro de lo que
estás haciendo.
2. Sabe como llegar frente a ella: muchas veces, vemos la montaña de lejos, hermosa,
ineresante, llena de desafíos. Pero cuando intentamos acercarnos, ¿qué ocurre? Que es´ta
rodeada de carreteras, que entre tú y tu meta se interponen bosques, que lo que parece claro en el
mapa es difícil en la vida real. Por ello, intenta todos los caminos, todas las sendas, hasta que por
fin un día te encuentres frente a la cima que pretendes alcanzar.
3. Aprende de quien ya caminó por allí: por más que te consideres único, siempre habrá alguien
que tuvo el mismo sueño antes que tú, y dejó marcas que te pueden facilitar el recorrido; lugares
donde colocar la cuerda, picadas, ramas quebradas para facilitar la marcha. La caminata es tuya,
la responsabilidad también, per no olvides que la experiencia ajena ayuda mucho.
4. Los peligros, vistos de cerca, se pueden controlar: cuando empieces a subir la montaña de
tus sueños, presta atención a lo que te rodea. Hay despeñaderos, claro. Hay hendiduras casi
imperceptibles. Hay piedras tan pulidas por las tormentas que se vuelven resbaladizas como el
hielo. Pero si sabes dónde pones el pie, te darás cuenta de los peligros y sabrás evitarlos.
5. El paisaje cambia, así que aprovéchalo: claro que hay que tener un objetvo en mente: llegar a
lo alto. Pero a medida que se va subiendo, se pueden ver más cosas, y no cuesta nada detenerse
de vez en cuando y disfrutar un poco del panorama de alrededor. A cada metro conquistado,
puedes ver un poco más lejos; aprovecha eso para descubrir cosas de las que hasta ahora no te
habias dado cuenta.

6. Respeta tu cuerpo: sólo consigue subir una montaña aquél que presta a su cuerpo la atención
que merece. Tú tienes todo el tiempo que te da la vida, así que, al caminar, no te exijas más de lo
que puedas dar. Si vas demasiado deprisa, te cansarás y abandonarás a la mitad. Si lo haces
demasiado despacio, caerá la noche y estarás perdido. Aprovecha el paisaje, disfruta del agua
fresca de los manantiales y de los frutos que la naturaleza generosamente te ofrece, pero sigue
caminando.
7. Respeta tu alma: no te repitas todo el rato “voy a conseguirlo”. Tu alma ya lo sabe. Lo que ella
necesita es usar la larga caminata para poder crecer, extenderse por el horizonte, alcanzar el cielo.
De nada sirve una obsesión para la búsqueda de un objetivo, y además termina por echar a perder
la escalada. Pero atención, tampoco te repitas “es más difícil de lo que pensaba”, pues eso te hará
perder la fuerza interior.
8. Prepárate para caminar un kilómetro más: el recorrido hasta la cima de la montaña es
siempre mayor de lo que pensabas. No te engañes, ha de llegar el momento en que aquello que
parecía cercano está aún muy lejos. Pero como estás dispuesto a llegar hasta allí, eso no ha de
ser un problema.
9. Alégrate cuando llegues a la cumbre: llora, bate palmas, grita a los cuatro vientos que lo has
conseguido, deja que el viento allá en lo alto (porque allá en la cima siempre hace viento) purifique
tu mente, refresca tus pies sudados y cansados, abre los ojos, limpia el polvo de tu corazón.
Piensa que lo que antes era apenas un sueño, una visión lejana, es ahora parte de tu vida. Lo
conseguiste.
10. Haz una promesa: aprovechas que has descubierto una fuerza que ni siquiera conocías, y dite
a ti mosmo que a partir de ahora, y durante el resto de tus días, la vas utilizar. Y, si es posible,
promete también descubrir otra montaña, y parte en una nueva aventura.
11. Cuenta tu historia: sí, cuenta tu historia. Ofrece tu ejemplo. Di a todos que es posible, y así
otras personas sentirán el valor para enfrentarse a sus propias montañas.

Pagando tres veces por lo mismo


Cuenta una leyenda de la región del Punjab que un ladrón entró en una hacienda y robó
doscientas cebollas. Antes de que pudiera huir, el dueño del lugar lo capturó y lo llevó
ante el juez.
El magistrado pronunció la sentencia: pagar diez monedas de oro. Pero el hombre alegó
que era una multa demasiado alta y el juez, entonces, resolvió ofrecerle otras dos
alternativas: recibir veinte latigazos o comerse las doscientas cebollas.
El ladrón eligió comerse las doscientas cebollas. Pero cuando llegó a la vigésimo quinta,
sus ojos estaban hinchados de tanto llorar y el estómago le quemaba como el fuego del
infierno. Como aún le faltaban 175 y se dio cuenta de que no aguantaría el castigo, pidió
para recibir los veinte latigazos.
El juez aceptó. Cuando el látigo golpeó su espalda por décima vez, él imploró que
parasen de castigarlo, porque no soportaba el dolor. El pedido fue obedecido, pero el
ladrón tuvo que pagar las diez monedas de oro.
- Si hubieras aceptado la multa, te habrías evitado comer las cebollas y no habrías sufrido
con el látigo - le dijo el juez. - Pero preferiste el camino más difícil sin entender que,
cuando se hace algo mal, es mejor pagar enseguida y olvidar el asunto

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