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La Batalla Cultural

8 de enero a las 20:00 ·

Seguiremos insistiendo, hasta que se entienda.

Perdimos las elecciones del 2017, básicamente, porque no fuimos capaces de ir


cerrando la grieta por el lado de los “veletas”, esto es, no fuimos a buscar el voto
de los que no son kirchneristas ni antikirchneristas, el voto ni-ni, imprescindible
para ganar cualquier elección. Metimos a todos los que no estaban al 100% de
acuerdo con nosotros en la bolsa los “globos”, nos reímos de ellos, los puteamos y
jamás nos acercamos a intentar dialogar. Materializamos el enemigo en los ni-ni,
cuando el enemigo estaba mucho más arriba.

¿Por qué hicimos eso? Porque sentimos que teníamos la verdad revelada y que la
mentira de los cambiemitas se caía por su propio peso. “Si siguen votando globos,
entonces que se jodan”, pensamos. Y nos fuimos con la conciencia bien tranquila a
morir con el 28% y siendo derrotados por Esteban Bullrich, que era Vidal.

Ahí empezamos a analizar todo ese asunto y se nos ocurrió que era hora de hablar
de micromilitancia. Y mientras estábamos en eso, viendo de qué forma aportar a
que nosotros mismos bajáramos de nuestro pedestal para ir a convencer a los ni-
ni de cara al 2019, para no repetir la historia del 2017 y no perder otra vez, vino
el asunto de pijas y conchas.

Mientras estábamos en eso cayó el pañuelaje. O, mejor dicho, nos lo bajaron:


había que fanatizarse con eso, tener la verdad revelada, toda la razón y poner al
ni-ni en el lugar del enemigo. Ridiculizarlo, insultarlo, acusarlo de ser el culpable
de todos los males de la humanidad por ser tan atrasado. En el comienzo,
confesamos, nos pareció bien eso: había que defender lo justo hasta las últimas
consecuencias y sin transigir. Hasta que sucedió.

Un día vimos como destrozaban no a un “globo” y ni siquiera a un ni-ni, sino


directamente a uno de nuestras propias filas porque no compró pañuelaje,
deconstrucción y ateísmo jacobino a ultranza. Y ahí caímos: “Nos están partiendo
al medio con nuestra propia lógica, la de que al que no esté de acuerdo con
nosotros hay que matarlo”.

De ahí en más empezamos desde aquí a intentar desactivar la bomba, lo que


parecería ser imposible. Y la bomba es que nosotros no toleramos que no
comulguen en nuestra verdad. Esa bomba nos va a estallar en la cara si no
frenamos y empezamos a dialogar con el que no piensa como nosotros. ¿Por qué?
Porque ahí están las elecciones y si no salimos a dialogar, vamos a perder de
nuevo.

Y si perdemos de nuevo, vamos a perder la patria.

Estaremos todo el año dando en esta tecla y pedimos que nos ayuden los que ya
entendieron el nuevo truco del poder para dividir y seguir reinando.
La Batalla Cultural

6 de enero a las 18:01 ·

Dele, vamos a reírnos un rato de Olmedo.

“Qué delirante. Piensa que con ese mamarracho de volver con la colimba va a
conseguir algún voto. ¡Payaso!”.

Pero no, no es gracioso. ¿Dónde está el error? En creer que todo el mundo piensa
como uno, esto es, en la misma escala de valores e informado de la misma
manera. Eso no solo no ocurre, sino que es más bien todo lo opuesto: nuestra
manera de pensar, nuestra cosmovisión, nuestra escala de valores y nuestras
fuentes de información son absolutamente minoritarias.

¿Se entiende? Somos minoría. En la cultura del pueblo argentino —que es toda
esa gente que no está en nuestra pecera, digamos, el 70% de los 44 millones— ya
está instalada hace rato la idea de que la colimba sirve para “enderezar” a los
pibes.

Haga usted, atento lector, su propia encuesta de microsociología del estaño: salga
por el barrio, lejos de los convencidos de siempre y, de ser posible, en los estratos
más bajos de nuestra sociedad. Vaya a lo más profundo, al subsuelo mismo de la
patria, e indague. Pregúntele al sentido común colonizado por 208 años de
liberalismo criollo e informado por los medios que difunden esa ideología y esa
cosmovisión. Haga allí la siguiente pregunta, tratando de contaminar lo menos
posible la muestra:

“¿Qué piensa usted, señora, del servicio militar obligatorio como método para
sacar a los jóvenes de la calle?”.

Vaya, atento lector, y luego díganos si no obtuvo una unanimidad o casi


unanimidad de opiniones contrarias a la suya.

Ellos inventan la enfermedad y el remedio, generan delincuencia a partir de la


desigualdad social y luego ofrecen la “mano dura” para arreglarlo. Sí, siempre fue
así. Y no, las mayorías nunca entendieron el truco. Ni siquiera se lo plantean.

De modo que, si seguimos tratando de ganar las elecciones con “más educación”
como única respuesta para el delito, vamos a perder. ¿Por qué? Porque ellos son
mayoría y así es como funciona el sistema dicho “democrático”. Sigamos nomás
con nuestro discurso progre deconstruido que nos deja esa sensación de estar del
lado correcto de la vida.

¿Qué podría malir sal?


La Batalla Cultural

1 de enero a las 23:55 ·

Durante el 2018 fuimos perseguidos, atacados, denunciados, escrachados y


vilipendiados. Y no fue por los soldados del enemigo, sino por aquellos que
nosotros creíamos que eran nuestros compañeros.

Pero no, nunca fueron compañeros. Se nos dieron vuelta a la primera de cambio,
cuando nosotros nos atrevimos a señalar un error en el rumbo que una parte de la
militancia estaba tomando. Se nos dieron vuelta y nos salieron a matar con una
saña inusitada, una saña que no hemos visto ni siquiera en el enemigo de
siempre.

Claro que no caímos y seguimos acá para seguir diciendo lo que siempre decimos:
hay un error y dicho error puede engendrar un monstruo. Vamos a seguir acá
durante todo el año 2019 diciendo lo mismo. Tenemos fe en que todavía estamos
a tiempo de no pisar el palito que los brasileros pisaron y que resultó en esto.

A Bolsonaro le importa un comino la llamada “ideología de género”, no es esa la


cuestión. Esa es la coartada para imponer un proyecto político de saqueo y
despojo, de alineamiento automático con Estados Unidos e Israel, todo mientras la
gilada discute “ideología de género” y cuestiona a Bolsonaro por la “ideología de
género”.

¿Por qué funciona? Porque se apasionan los nuestros y se apasionan los otros.
Todas las cuestiones de moral sexual y religiosa apasionan. Y son humo, porque
ellos vienen por otra cosa: no les interesa el asunto de pijas y conchas, solo el de
pesos y centavos.

Y lo mismo van a intentar hacer acá para darle continuidad al saqueo de Macri con
una figura aparentemente más dura y que solo hable de moral para que se siga
saqueando.

Recién pasó el 1º. de enero, señores. Todavía estamos a tiempo.


La Batalla Cultural

29 de diciembre de 2018 a las 0:34 ·

“Hablá con tu vecino” y lo personal no es político, o cómo todas las cosas van
cayendo por su propio peso.

Como es sabido, en este espacio hacemos apología de lo que dimos en llamar


“micromilitancia”, que es una modalidad de hacer política orientada a convencer
de a uno hacia el interior del ámbito familiar, de amistades, laboral y educativo.
Es decir, la militancia es pescar fuera de la pecera de los convencidos, pero dentro
de los círculos en los que nos movemos habitualmente. Es el “hablá con tu
vecino”, justamente.

Alguien educado nos interpela en los comentarios y nos indica que hay una
contradicción en nuestro discurso, afirmando que la micromilitancia es personal y
que, por lo tanto, lo personal es político. Pero la conclusión no es acertada porque
una de las premisas es inválida. El razonamiento no es bueno.

La micromilitancia no es personal. Por el contrario: la micromilitancia es la misma


negación de lo personal, es el sacrificio de la individualidad en el altar de lo
grupal, es el inmolarse en la lucha por lo colectivo. ¿Por qué? Porque para hacer
micromilitancia el primer requisito es despojarse de todo lo personal. Si uno toma
la política como algo personal, entonces de movida va a ser incapaz de dialogar
con ese vecino, amigo, pariente o compañero de trabajo/estudio que votó a Macri
y sigue confundido. Personalmente, uno detesta a esa persona porque la
considera cómplice de la destrucción del país.

Pero no hay que tomarlo como personal, porque no lo es. Uno se despoja de su
opinión personal, deja de lado sus broncas y resentimientos y sale a convencer al
que no piensa como uno. Y eso, señores, es lo más antipersonal que puede haber.
Eso es ponerse el grupo por encima de los intereses, gustos y preferencias
individuales. Es hacer política y la política —como se ve— es una cosa colectiva y
jamás personal.

Si cada uno de nosotros va a politizar sus cuestiones personales, jamás vamos a


ponernos de acuerdo en nada. ¿Por qué? Porque todos somos distintos y únicos, y
por lo tanto nuestra personalidad no coincide con la de los demás. Lo que a mí me
gusta, me gusta solo a mí. Y eso es irrelevante: no se trata de lo que a mí me
gusta o me disgusta, sino de lo que es mejor para la unidad nacional-popular de
los argentinos, que hoy tiene 44 millones de personalidades.

No caigamos en anarquismos y trotskismos que no conducen a nada. Primero está


la patria, después el movimiento y por último los hombres. Y eso es verdad.
Ninguno de nosotros por separado es prioridad. Lo somos todos juntos hacia un
destino común.

Hablá con tu vecino y no personalicés. No es nada personal, es pura política.


“No me va la tibieza”, es un comentario que estamos recibiendo con demasiada
frecuencia en los últimos días, a raíz de nuestra propuesta en el sentido de
empezar a ir cerrando la grieta con nuestros familiares, vecinos, amigos,
compañeros de trabajo y estudio para reconstruir la unidad nacional-popular y la
nueva mayoría que nos hará ser gobierno otra vez a partir del 10 de diciembre de
este año.
Muchos ven “tibieza” en eso y no estrategia, pragmatismo y doctrina. Y eso que ni
empezamos a decir aquello de Cristina cerrando con Massa y el resto del
peronismo para ir todos juntos en las próximas elecciones. Cuando digamos eso,
ahí sí que nos van a poner en el panteón de los tibios. Vamos a ser los tibios por
antonomasia en la opinión de mucho deconstruido.
Pero bueno, esto también es cuestión de autocrítica y sí, es nuestra la
responsabilidad de que esto esté pasando. Durante 12 años gobernamos y no
fuimos capaces de adoctrinar a nuestra propia militancia. La dejamos crecer
silvestre y ahí está que el palo salió doblado. Y según Willie Colón, jamás su
tronco endereza.
Hemos dado demasiados talleres de fotografía y poca formación doctrinaria en las
unidades básicas. Eso fue lo que pasó. Y, en consecuencia, nuestra militancia sabe
un montón de fotografía, de deconstrucción, de justicia galáctica über alles in der
Welt y de “yo me muero con la mía”, pero ignora la doctrina de Perón. De
Jauretche sabe algo, lo que pudo aprender en los cartelitos que circulan en las
redes con sus textuales más famosos.
Entonces ahora vamos a tener un problema porque si se confirma la unidad del
peronismo —siguiendo la doctrina del movimiento—, a muchos se les va a freír el
cerebro y van a querer agitar para romper.
Menudo problema, es cierto, pero problema interno. No es un problema del pueblo
argentino, porque el pueblo argentino está pidiendo a gritos la unidad del
peronismo y va a votar a la lista de esa unidad agradecido. El problema lo vamos
a tener con nuestros militantes, que no están preparados y no quieren
comprender el asunto del pragmatismo político frente al enemigo para obtener el
triunfo. No quieren saber nada, quieren perder “limpios”, quieren que siga el
gobierno de los ricos para “morir con las botas puestas”.
Hoy por hoy, desear una unidad para llegar a tener un nuevo ciclo de gobierno
nacional-popular es ser tibio, porque cualquier militancia sin doctrina solo puede
dar uno de estos dos resultados: trotskistas o barrabravas.
Menudo problema: estamos militando hacia adentro, ya que hacia afuera no está
tan difícil hacerse entender.
“Mi límite es Massa” y la cuestión del origen del término gorila, una buena
reflexión para ir cerrando el día.
Sí, porque ahora salieron muchos a patalear. Cuando sugerimos que el peronismo
está tendiendo a hacer la unidad como dicta la doctrina, rápidamente aparecieron
los mártires de la limpieza y la deconstrucción über alles in der Welt a gritarnos
sus límites.
Pero primero vamos a aclarar una cosa: cuando un individuo elige formar parte de
un movimiento, los límites y también el alcance de ese individuo quedan marcados
por la conducción. Así es como funciona esto y no, no somos el trotskismo donde
cada uno hace lo que quiere. Es bueno que esto quede aclarado porque realmente
es patético que los pichis salgamos a gritar nuestros límites, cuando en realidad
no movemos el amperímetro si andamos sueltos en el mundo.
Ahora bien, en estos tiempos de doble hermenéutica posmoderna que resulta en
categorías vacías de contenido, se puso de moda —además de gritar cada cual sus
“límites”— gritarle “gorila” al otro por cualquier razón, fundamentalmente cuando
el otro no está de acuerdo con uno.
Pero no, señores, “gorila” no sirve para un barrido tanto como para un fregado. Es
una categoría muy precisa de nuestra cultura política y significa exclusivamente
antiperonista. No, no significa conservador, ni facho ni nada de eso. Significa
antiperonista y los hay conservadores, fachos, comunistas, trosques, anarquistas
y de todos los pelajes que uno pueda imaginar.
Entonces cuando el individuo se posiciona frente al intento del peronismo de hacer
valer su doctrina y unirse con todos y todas, y grita que “Mi límite es [...]”
llenando el casillero con cualquiera que no sea el enemigo, entonces ese individuo
está actuando contra el peronismo, anti el peronismo. Es antiperonista y, por lo
tanto, gorila, sino que eso sea ningún juicio de valor. Es una cosa objetiva.
También es objetivo lo siguiente: el peronismo no delimita. El peronismo es la
fuerza política de la totalidad del pueblo argentino y por eso contiene a todos los
que quieran estar en su seno. ¿Es rejunte? Puede ser. ¿Es bolsa de gatos? Muchas
veces lo es, pero esa es su naturaleza. Así lo quiso Perón y así dejó expresado en
la doctrina, que necesita ser leída de vez en cuando para que uno pueda decidir si
quiere estar o no en el rejunte y en la bolsa de gatos.
Por lo tanto, si el peronismo está resuelto a hacer la unidad y Ud. quiere poner
límites, Ud. está actuando contra el peronismo y Ud. es, sin lugar a dudas, un
gorila.
Reiteramos: esto no es el trotskismo ni es un pañuelo, no se ajusta al gusto de
cada uno de nosotros. Es lo que es y es lo que el pueblo argentino necesita.
Buenas noches.
La Batalla Cultural
13 de febrero a las 16:36 ·

¿Por qué Stornelli no está preso?

El sentido común sabe y es una cosa ancestral la verdad de que la peor pesadilla de
cualquier policía, juez o fiscal e ir a dar con los huesos en la cárcel. La cárcel, ese lugar
poblado por gente que allí está por la acción, justamente, de policías, jueces y fiscales.
Entonces el sentido común sabe o presiente que al igual que los violadores, los policías,
los jueces y los fiscales no la pasan muy bien cuando están en la gayola.

No es, por cierto, algo que ocurra con mucha frecuencia. Entre los que se ocupan de la
moral y del comportamiento ajeno y en teoría aplican la ley en la sociedad existe
mucha complicidad para evitar que alguno de la “familia” termine preso. Para que eso
ocurra, el crimen o el delito cometido debe ser demasiado ostensivo, demasiado
evidente y escandaloso como para que se disimule en la maraña legal y no resulte en
castigo de cárcel para el perpetrador. Entonces a los pares no les queda otra opción que
“soltarle la mano” al que cayó en desgracia y permitir que vaya en cana.

Ahora bien, hay pocos delitos tan ostensivos y escandalosos en la actualidad como los
cometidos por el fiscal Carlos Stornelli. Y, sin
embargo, nadie le suelta la mano a Stornelli.
El fiscal no solo sigue libre, sino que además
sigue administrando “justicia” contra otros y
se pasea por los canales de televisión
hablando de cualquier otra cosa menos del
delito que cometió y que está documentado en
video, salvo si es para gritar que se trata de
una operación de gente que está presa gracias
a él.

He ahí la idea que se instala actualmente en el


sentido común: los que acusan a Stornelli lo
hacen por venganza. Entonces Stornelli debe
estar haciendo las cosas bien, lo que dicen de
él debe ser calumnia y no corresponde ni
siquiera investigarlo. Stornelli es víctima de
una persecución por ser un buen fiscal. A otro
tema.

Portada de Clarín en el día de hoy, 12 de febrero, luego de varios días de silencio sobre el caso. Esta es la
maniobra de instalación de la idea de que Stornelli es víctima del lawfare, cuando en realidad es un
brazo ejecutor de esa guerra de judicial.
Pero no es así de simple, no basta con decir que fulano está siendo perseguido por su
actuación en el campo de la política o de la justicia. De hecho, ese es el principal
argumento que utilizamos “de este lado” para defender a Cristina Fernández y a otros
dirigentes de lo nacional-popular: a raíz de su actuación en la política, se les impone
una persecución judicial y las acusaciones que los perseguidores hacen pesar sobre
ellos son puras calumnias. Nosotros estamos seguros de que es así, porque además
nadie pudo probar nada hasta el momento, no hay pruebas de que Cristina haya
cometido ninguno de los ilícitos que se le adjudican. Entonces es una persecución, es la
estrategia del lawfare, de la que siempre hablamos. Pero la persecución sigue y da la
impresión de que Cristina está siempre a un paso de la cárcel, de que es solo cuestión
de que un juez lo decida y listo.

No es solo una impresión. Basta con recordar que Lula da Silva está preso hoy y hace
ya casi un año por “íntima convicción” de un juez de primera instancia que, sin tener ni
una sola prueba de que Lula haya cometido un delito, lo envió a la cárcel de igual
manera y trastocó el resultado de las elecciones en la sexta potencia económica a nivel
mundial. No hay pruebas, es una persecución judicial a todas luces y tenemos la
certeza de que eso es así, aunque Lula sigue preso y Cristina parece estar siempre al
filo. Entonces el argumento solo de que alguien está siendo perseguido por su
actuación en la vida pública no es suficiente para que esa persecución cese. Stornelli
necesita algo más para no ir preso.

Y ese algo más es la opinión de las mayorías, que se forma por acción u omisión. Por
acción, cuando activamente se les hace creer a las mayorías que algo es de determinada
manera. Y por omisión, cuando no se les informa a las mayorías que algo es de
determinada manera. No es igual, aunque el resultado en siempre el mismo.

Lo que está pasando es que la verdad de que Carlos Stornelli es un coimero y un


corrupto es conocida solo por nosotros, por las minorías. Y es por eso que Stornelli
sigue libre: porque la mal llamada “justicia” en Argentina nunca fue independiente
como presume de ser, sino que se movió siempre de acuerdo a la opinión pública. Para
que alguien gravitante esté preso o no,
es necesario que exista un consenso
social. El consenso social hoy —pese a
que existen pruebas cabales de la
comisión de delitos por parte del fiscal—
acerca de que Stornelli debe estar preso
no existe.

El magistral Quino decía que la opinión


pública es la opinión privada, sin que la
opinión pública sepa que eso es así. El
consenso social respecto a que Stornelli
tiene ser rápidamente detenido no
existe porque los privados encargados
de moldear la opinión pública no están informando sobre el uso deshonesto que
Stornelli hizo de su poder de fiscal. Entonces el consenso social necesario para que la
“justicia” actúe no se forma y, por lo tanto, la “justicia” no actúa.

Alguien dirá que a esta altura todo el mundo ya sabe que Stornelli es corrupto, aunque
no lo digan los grandes medios de difusión, y eso es cierto. De alguna manera la
información ya se filtró por las redes sociales e incluso el adoctrinado por los medios
del poder ya se enteró del caso. Pero la opinión pública no se moldea por información,
sino por intensidad: una idea no se instala en sentido común porque aparece en las
redes sociales o porque la estén gritando durante algunos días o semanas los
comunicadores cuyo público somos las minorías. Una idea se instala de verdad cuando
los grandes medios de difusión la repiten todos los días en la portada de sus diarios, en
los zócalos de sus canales y en los titulares de sus informativos radiales. En una
palabra, para el que no piensa por cuenta propia (que es mayoría en este y en todos los
países) una verdad solo es verdad cuando se la ve repetida miles de veces por todas
partes y tiene, al fin, aspecto de verdad. “Si todo el mundo lo dice”, concluye ese
individuo manipulado, “entonces debe ser cierto”.

Es por eso, por ejemplo, que la causa por los “aportantes truchos” de María Eugenia
Vidal nunca prendió y ya cayó en el olvido, pese a que se trataba de un escándalo de
grandes proporciones con todas las pruebas del caso a la vista de cualquiera. Los
grandes medios informaron sobre ese chanchullo, la información estuvo y está. Lo que
nunca estuvo ni está es la intensidad: no hubo centenares de tapas de Clarín con María
Eugenia Vidal “cada vez más complicada”, como sí hubo para Amado Boudou.

Boudou ya estuvo preso dos veces y probablemente vuelva a entrar cuando eso sea útil
para los intereses de quienes moldean la opinión pública. María Eugenia Vidal sigue
gobernando la provincia de Buenos Aires, maltratando docentes y pensando en ser
presidenta ya a partir del 10 de diciembre de este año. El 99,9% de los que creen que
Boudou debe estar preso no serían capaces de precisar qué delitos habría cometido
Boudou para estarlo, menos que menos presentar alguna prueba del supuesto ilícito.
Ya en el caso de María Eugenia Vidal, hay pruebas cabales, hay testimonios, hay
denuncias de gente cercana, hay confesiones, hay el diablo. Es la propia obviedad
ululante, tanto el que Boudou no puede ser condenado por nada como el que María
Eugenia Vidal debería ser inmediatamente arrojada a un calabozo.

El problema no está en la “justicia”, que es el Poder Judicial y es puro sentido común,


es solo un reflejo de la opinión pública de las mayorías. El problema está en quienes
determinan la intensidad de la información y así forman la opinión pública sobre lo
que es verdad y lo que no lo es. Esos son los medios de difusión, que son empresas
privadas que persiguen el objetivo natural de cualquier empresa privada: el lucro.
Ningún medio privado existe para informar a nadie, sino para operar por sus propios
intereses y garantizar así el lucro constante.
Cortar ese nudo gordiano requiere de mucho más que una ley de medios. Para
terminar con la manipulación de la opinión pública por intensidad hay que ganar las
elecciones a como dé lugar y rápidamente destruir la propiedad privada de los medios
de difusión. La legalidad no es una cuestión de justicia, es una cuestión de poder. La
esclavitud fue legal mientras existió, así como el Apartheid, el Holocausto y todas las
demás barbaridades de la historia. Mientras esos medios sigan en manos del poder
fáctico de las corporaciones, Boudou va a estar siempre “complicado” y Stornelli
siempre será víctima de persecución por ser un “buen fiscal”, aunque sea todo al revés.
Y todo eso va a ser legal.

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