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¿Por qué hicimos eso? Porque sentimos que teníamos la verdad revelada y que la
mentira de los cambiemitas se caía por su propio peso. “Si siguen votando globos,
entonces que se jodan”, pensamos. Y nos fuimos con la conciencia bien tranquila a
morir con el 28% y siendo derrotados por Esteban Bullrich, que era Vidal.
Ahí empezamos a analizar todo ese asunto y se nos ocurrió que era hora de hablar
de micromilitancia. Y mientras estábamos en eso, viendo de qué forma aportar a
que nosotros mismos bajáramos de nuestro pedestal para ir a convencer a los ni-
ni de cara al 2019, para no repetir la historia del 2017 y no perder otra vez, vino
el asunto de pijas y conchas.
Estaremos todo el año dando en esta tecla y pedimos que nos ayuden los que ya
entendieron el nuevo truco del poder para dividir y seguir reinando.
La Batalla Cultural
“Qué delirante. Piensa que con ese mamarracho de volver con la colimba va a
conseguir algún voto. ¡Payaso!”.
Pero no, no es gracioso. ¿Dónde está el error? En creer que todo el mundo piensa
como uno, esto es, en la misma escala de valores e informado de la misma
manera. Eso no solo no ocurre, sino que es más bien todo lo opuesto: nuestra
manera de pensar, nuestra cosmovisión, nuestra escala de valores y nuestras
fuentes de información son absolutamente minoritarias.
¿Se entiende? Somos minoría. En la cultura del pueblo argentino —que es toda
esa gente que no está en nuestra pecera, digamos, el 70% de los 44 millones— ya
está instalada hace rato la idea de que la colimba sirve para “enderezar” a los
pibes.
Haga usted, atento lector, su propia encuesta de microsociología del estaño: salga
por el barrio, lejos de los convencidos de siempre y, de ser posible, en los estratos
más bajos de nuestra sociedad. Vaya a lo más profundo, al subsuelo mismo de la
patria, e indague. Pregúntele al sentido común colonizado por 208 años de
liberalismo criollo e informado por los medios que difunden esa ideología y esa
cosmovisión. Haga allí la siguiente pregunta, tratando de contaminar lo menos
posible la muestra:
“¿Qué piensa usted, señora, del servicio militar obligatorio como método para
sacar a los jóvenes de la calle?”.
De modo que, si seguimos tratando de ganar las elecciones con “más educación”
como única respuesta para el delito, vamos a perder. ¿Por qué? Porque ellos son
mayoría y así es como funciona el sistema dicho “democrático”. Sigamos nomás
con nuestro discurso progre deconstruido que nos deja esa sensación de estar del
lado correcto de la vida.
Pero no, nunca fueron compañeros. Se nos dieron vuelta a la primera de cambio,
cuando nosotros nos atrevimos a señalar un error en el rumbo que una parte de la
militancia estaba tomando. Se nos dieron vuelta y nos salieron a matar con una
saña inusitada, una saña que no hemos visto ni siquiera en el enemigo de
siempre.
Claro que no caímos y seguimos acá para seguir diciendo lo que siempre decimos:
hay un error y dicho error puede engendrar un monstruo. Vamos a seguir acá
durante todo el año 2019 diciendo lo mismo. Tenemos fe en que todavía estamos
a tiempo de no pisar el palito que los brasileros pisaron y que resultó en esto.
¿Por qué funciona? Porque se apasionan los nuestros y se apasionan los otros.
Todas las cuestiones de moral sexual y religiosa apasionan. Y son humo, porque
ellos vienen por otra cosa: no les interesa el asunto de pijas y conchas, solo el de
pesos y centavos.
Y lo mismo van a intentar hacer acá para darle continuidad al saqueo de Macri con
una figura aparentemente más dura y que solo hable de moral para que se siga
saqueando.
“Hablá con tu vecino” y lo personal no es político, o cómo todas las cosas van
cayendo por su propio peso.
Alguien educado nos interpela en los comentarios y nos indica que hay una
contradicción en nuestro discurso, afirmando que la micromilitancia es personal y
que, por lo tanto, lo personal es político. Pero la conclusión no es acertada porque
una de las premisas es inválida. El razonamiento no es bueno.
Pero no hay que tomarlo como personal, porque no lo es. Uno se despoja de su
opinión personal, deja de lado sus broncas y resentimientos y sale a convencer al
que no piensa como uno. Y eso, señores, es lo más antipersonal que puede haber.
Eso es ponerse el grupo por encima de los intereses, gustos y preferencias
individuales. Es hacer política y la política —como se ve— es una cosa colectiva y
jamás personal.
El sentido común sabe y es una cosa ancestral la verdad de que la peor pesadilla de
cualquier policía, juez o fiscal e ir a dar con los huesos en la cárcel. La cárcel, ese lugar
poblado por gente que allí está por la acción, justamente, de policías, jueces y fiscales.
Entonces el sentido común sabe o presiente que al igual que los violadores, los policías,
los jueces y los fiscales no la pasan muy bien cuando están en la gayola.
No es, por cierto, algo que ocurra con mucha frecuencia. Entre los que se ocupan de la
moral y del comportamiento ajeno y en teoría aplican la ley en la sociedad existe
mucha complicidad para evitar que alguno de la “familia” termine preso. Para que eso
ocurra, el crimen o el delito cometido debe ser demasiado ostensivo, demasiado
evidente y escandaloso como para que se disimule en la maraña legal y no resulte en
castigo de cárcel para el perpetrador. Entonces a los pares no les queda otra opción que
“soltarle la mano” al que cayó en desgracia y permitir que vaya en cana.
Ahora bien, hay pocos delitos tan ostensivos y escandalosos en la actualidad como los
cometidos por el fiscal Carlos Stornelli. Y, sin
embargo, nadie le suelta la mano a Stornelli.
El fiscal no solo sigue libre, sino que además
sigue administrando “justicia” contra otros y
se pasea por los canales de televisión
hablando de cualquier otra cosa menos del
delito que cometió y que está documentado en
video, salvo si es para gritar que se trata de
una operación de gente que está presa gracias
a él.
Portada de Clarín en el día de hoy, 12 de febrero, luego de varios días de silencio sobre el caso. Esta es la
maniobra de instalación de la idea de que Stornelli es víctima del lawfare, cuando en realidad es un
brazo ejecutor de esa guerra de judicial.
Pero no es así de simple, no basta con decir que fulano está siendo perseguido por su
actuación en el campo de la política o de la justicia. De hecho, ese es el principal
argumento que utilizamos “de este lado” para defender a Cristina Fernández y a otros
dirigentes de lo nacional-popular: a raíz de su actuación en la política, se les impone
una persecución judicial y las acusaciones que los perseguidores hacen pesar sobre
ellos son puras calumnias. Nosotros estamos seguros de que es así, porque además
nadie pudo probar nada hasta el momento, no hay pruebas de que Cristina haya
cometido ninguno de los ilícitos que se le adjudican. Entonces es una persecución, es la
estrategia del lawfare, de la que siempre hablamos. Pero la persecución sigue y da la
impresión de que Cristina está siempre a un paso de la cárcel, de que es solo cuestión
de que un juez lo decida y listo.
No es solo una impresión. Basta con recordar que Lula da Silva está preso hoy y hace
ya casi un año por “íntima convicción” de un juez de primera instancia que, sin tener ni
una sola prueba de que Lula haya cometido un delito, lo envió a la cárcel de igual
manera y trastocó el resultado de las elecciones en la sexta potencia económica a nivel
mundial. No hay pruebas, es una persecución judicial a todas luces y tenemos la
certeza de que eso es así, aunque Lula sigue preso y Cristina parece estar siempre al
filo. Entonces el argumento solo de que alguien está siendo perseguido por su
actuación en la vida pública no es suficiente para que esa persecución cese. Stornelli
necesita algo más para no ir preso.
Y ese algo más es la opinión de las mayorías, que se forma por acción u omisión. Por
acción, cuando activamente se les hace creer a las mayorías que algo es de determinada
manera. Y por omisión, cuando no se les informa a las mayorías que algo es de
determinada manera. No es igual, aunque el resultado en siempre el mismo.
Alguien dirá que a esta altura todo el mundo ya sabe que Stornelli es corrupto, aunque
no lo digan los grandes medios de difusión, y eso es cierto. De alguna manera la
información ya se filtró por las redes sociales e incluso el adoctrinado por los medios
del poder ya se enteró del caso. Pero la opinión pública no se moldea por información,
sino por intensidad: una idea no se instala en sentido común porque aparece en las
redes sociales o porque la estén gritando durante algunos días o semanas los
comunicadores cuyo público somos las minorías. Una idea se instala de verdad cuando
los grandes medios de difusión la repiten todos los días en la portada de sus diarios, en
los zócalos de sus canales y en los titulares de sus informativos radiales. En una
palabra, para el que no piensa por cuenta propia (que es mayoría en este y en todos los
países) una verdad solo es verdad cuando se la ve repetida miles de veces por todas
partes y tiene, al fin, aspecto de verdad. “Si todo el mundo lo dice”, concluye ese
individuo manipulado, “entonces debe ser cierto”.
Es por eso, por ejemplo, que la causa por los “aportantes truchos” de María Eugenia
Vidal nunca prendió y ya cayó en el olvido, pese a que se trataba de un escándalo de
grandes proporciones con todas las pruebas del caso a la vista de cualquiera. Los
grandes medios informaron sobre ese chanchullo, la información estuvo y está. Lo que
nunca estuvo ni está es la intensidad: no hubo centenares de tapas de Clarín con María
Eugenia Vidal “cada vez más complicada”, como sí hubo para Amado Boudou.
Boudou ya estuvo preso dos veces y probablemente vuelva a entrar cuando eso sea útil
para los intereses de quienes moldean la opinión pública. María Eugenia Vidal sigue
gobernando la provincia de Buenos Aires, maltratando docentes y pensando en ser
presidenta ya a partir del 10 de diciembre de este año. El 99,9% de los que creen que
Boudou debe estar preso no serían capaces de precisar qué delitos habría cometido
Boudou para estarlo, menos que menos presentar alguna prueba del supuesto ilícito.
Ya en el caso de María Eugenia Vidal, hay pruebas cabales, hay testimonios, hay
denuncias de gente cercana, hay confesiones, hay el diablo. Es la propia obviedad
ululante, tanto el que Boudou no puede ser condenado por nada como el que María
Eugenia Vidal debería ser inmediatamente arrojada a un calabozo.