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FEDERICO VILLAREAL
FACULTAD DE CIENCIAS FINANCIERAS Y CONTABLES
DOCENTE
CPC.ABOG.GRAL.DR. HECTOR JHON CARO
ALUMNO
ZELADA VELASQUEZ JOCELYN MILAGROS
ASIGNATURA
INTRODUCCIÓN CIENCIAS JURIDICAS
TEMA
LAS DISCIPLINAS JURÍDICAS FUNDAMENTALES
AÑO / SECCIÓN
1-A
LAS DISCIPLINAS
JURÍDICAS
FUNDAMENTALES
Ciencia jurídica, teoría
del derecho y filosofía
del derecho
Se trata de tres disciplinas que en distinto nivel epistemológico se ocupan
del estudio, la reflexión, la aplicación o la evolución del derecho. Son planos
del conocimiento jurídico que se ubican en distintos niveles de abstracción,
la ciencia jurídica o dogmática se encuentra en el nivel inferior, en el
intermedio está la teoría general del derecho, y en el nivel más abstracto,
la filosofía del derecho La ciencia jurídica en su denominación tradicional es
también conocida como dogmática jurídica o doctrina jurídica. La
denominación proviene del positivismo jurídico y en su sentido más
tradicional y ortodoxo no parte de hechos experimentales sino de
proposiciones sobre las normas. Su objeto de estudio es un sistema o
subsistema jurídico vigente normativo de carácter racional. Su método
consiste en un análisis de punto de vista interno o normativo desde el que
opera: los enunciados dogmáticos se emiten desde la perspectiva del
aceptante del jurista u operador jurídico, esto es, de alguien que considera
a las normas como guía de conducta y criterio de justificación y de crítica.
En cuanto a su función, la dogmática suministra criterios para la aplicación
de las normas vigentes y para la estabilización y cambio del sistema jurídico.
La dogmática jurídica cumple una función eminentemente práctica,
constituye una técnica una técnica de segundo grado, en relación con el
juez y la autoridad y no una ciencia según el profesor Atienza, que trata de
explicar cómo se puede producir un determinado resultado, dadas ciertas
condiciones. En otras palabras, su fin primordial no es conocer, sino obtener
ciertos resultados prácticos valiéndose de ciertos conocimientos Son, entre
otras, parte de la dogmática jurídica los estudios sobre las distintas ramas
del derecho: privado (civil y mercantil), público (constitucional,
administrativo, internacional, etcétera), social (agrario, laboral, de la
seguridad social, etcétera).
En cuanto a la teoría general del derecho, podemos decir que se ocupa de
los distintos materiales normativos (diferentes tipos de reglas, principios,
valores, directrices, definiciones, etcétera), de los problemas del
ordenamiento jurídico (por ejemplo las lagunas y las antinomias) y del
análisis de los conceptos jurídicos fundamentales, que son aquellos
comunes a los diversos sistemas jurídicos o a las diversas ramas del derecho
(derecho, no derecho, deber, responsabilidad, inmunidad, etcétera). Se
sitúa en un nivel de abstracción superior al de la dogmática jurídica. Su
método busca configurar una teoría formal y abstracta del derecho en la
medida en que no se interesa por los contenidos de un derecho particular
o por la evolución histórica o comparada de los diversos sistemas jurídicos.
Su función es la de conformar una visión del derecho abstracta, lógica y
formal, que pueda permitir la comprensión de cualquier sistema jurídico
particular. Sugiere por tanto, una visión del derecho unitaria y sintética que
se edifica a partir de las dogmáticas particulares. Los antecedentes de la
teoría general del derecho son la “Allgemeine Rechtslehre” alemana del
siglo xix y la jurisprudencia anglosajona de Austin .
Respecto a la filosofía del derecho su objeto es reflexionar sobre las
dogmáticas jurídicas, la teoría general del derecho, los diversos saberes
jurídicos y las diversas prácticas jurídicas. Analiza el derecho desde el nivel
más alto de abstracción en sus elementos ontológicos (lo qué es el derecho,
sus límites, si es posible hacer una pregunta así), epistemológicos (el
conocimiento del derecho), metodológicos (las maneras de comprenderlo
y estudiarlo), axiológicos (los valores que justifican y orientan el derecho) y
funcionales del derecho: por ejemplo, de control y de cambio, etcétera.
Desde el método, las filosofías del derecho pretenden dar una visión
totalizadora del fenómeno jurídico. En cuanto a su función, ésta es
esencialmente crítica, de evaluación y de análisis sobre la legitimidad o
justificación del derecho, pero también de supervisión del uso de conceptos
y métodos, y de orientación práctica, siempre desde una visión externa al
derecho. Para Norberto Bobbio, la finalidad más importante de la filosofía
del derecho es decirnos como debería ser el derecho desde una visión
externa al mismo (teoría de la justicia).
En la actualidad la función de los filósofos del derecho deberia ser la de
actuar como intermediarios entre las disciplinas y prácticas jurídicas, por un
lado, y el resto de las prácticas y disciplinas sociales incluida la filosofía por
el otro, y en esto podría consistir su mayor utilidad. Se suelen mencionar
cuatro sectores de la filosofía del derecho: teoría del derecho, que como
veremos es diferente a la teoría general del derecho; la teoría de la ciencia
jurídica, la teoría de la justicia, y la historia de la filosofía del derecho. La
teoría del derecho u ontología jurídica se ocupa de los modos más generales
de entender el derecho, esto es, los límites de lo jurídico pero no lo hace
como la teoría general del derecho que no cuestiona el marco jurídico con
el que se opera (nivel interno), sino que lo hace cuestionando, criticando
externamente esos modos generales de entender el derecho (nivel
externo); la teoría del derecho analiza las relaciones entre derecho y moral,
el poder, la ideología, las relaciones sociales o el conflicto. La teoría de la
ciencia jurídica es la reflexión sobre el concepto de ciencia o ciencias
jurídicas, propuestas de modelos alternativos, situación de las ciencias
jurídicas en el conjunto de los conocimientos. La teoría de la justicia es un
análisis de carácter prescriptivo de la justicia, de las teorías de la justicia, y
aún de las metateorías de la justicia, no se ocupa de las cuestiones
descriptivas de la justicia como la sociología jurídica ni de cuestiones
técnicas relacionadas con la política jurídica (cómo mejorar instituciones,
decisiones, etcétera). En cuanto a la historia de la filosofía del derecho, ésta
consiste en el estudio de los anteriores problemas desde una perspectiva
histórica
Las disciplinas
jurídicas
El análisis del derecho no puede quedar constreñido a sus
elementos normativos, ni siquiera a sus elementos fácticos y
valorativos como lo hace la teoría tridimensional. El estudio del
derecho es pluridisciplinar y comprende elementos de teoría
general del derecho, de filosofía jurídica, pero también
sociológicos, históricos, comparados, económicos,
antropológicos, psicológicos, políticos, lógicos, entre otros;
además se auxilia de la informática, de la teoría de juegos, y de
diversas técnicas como la técnica legislativa. Una visión del
derecho que no lo comprenda en su totalidad, en sus diversas
facetas, no sólo carecerá de integralidad sino que tenderá a ser un
análisis sesgado y parcial. Es cierto que sus elementos más visibles
son los normativos, pero no son los únicos. El jurista de nuestra
época debe aproximarse al derecho con una concepción abierta y
completa al fenómeno jurídico. Un ejemplo de una visión integral
del derecho, la encontramos en la obra de Héctor Raúl Sandler93
quien prefiere hablar de “ciencias jurídicas” en lugar de “ciencia
jurídica”, el profesor argentino señala que las ciencias jurídicas
cuentan con un alto grado de autonomía, en el sentido de que
gozan de potestad para determinar su alcance y desarrollo. En
este sentido propone los siguientes esquemas de las ciencias
jurídicas
Como puede apreciarse de los dos esquemas, el primero coloca a
la dogmática o ciencia jurídica al mismo nivel que el resto de las
demás ciencias. En el segundo, subordina las disciplinas jurídicas
a la dogmática jurídica. Estimamos que es preferible el primer
esquema porque le da a cada ciencia el nivel que corresponde y
porque todos esos “saberes”, entre otros, contribuyen al
conocimiento del derecho. El fenómeno jurídico, no es entonces,
ni exclusivamente normativo ni fáctico ni axiológico, es también
lógico, histórico, comparado, político, económico, psicológico y
técnico.
LA HISTORIA DEL
DERECHO
CONCEPTO DE HISTORIA
Historia es el conjunto o sucesión de eventos de hechos
ocurridos en el pasado es la elaboración del conocimiento
científico relativo al pasado humano.
CONCEPTO DE DERECHO
El derecho es todo el sistema de normas con su lógica propia,
destinado a regular con justicia la vida social de una comunidad
humada . Es una ordenación de la vida social con fuerza
vinculante, es una mezcla de culturas , religiones y mestizajes no
solo en lo político y lo territorial sino también en lo cultural.
ORIGENES DE LA HISTORIA DEL DERECHO
Nace con el periodo Neolítico, donde se enfatiza mas en la
agricultura y la ganadería que en la casa de animales es aquí
que surgen enfrentamientos entre los ciudadanos de los pueblos
generando la aplicación del derecho por la defensa de sus
tierras . Se van poblando las penínsulas por migrantes del norte
conocidos como los celdas e imponen su cultura y su lengua ,
otros migrantes como los fenicios , cartaginenses y romanos
formaron parte también de este periodo de colonización .
Durante este periodo surgen los primeros movimientos del
desarrollo del derecho con la llegada del derecho romano que es
el que base al derecho vigente en muchos países del mundo .
CONCEPTO DE LA HISTORIA DEL DERECHO
Surge en el siglo xix a partir de la escuela histórica de Savigny.
En sus inicios se pensó que era una ciencia que formaba parte
del derecho más que de la historia; sin embargo, a últimas fechas
se señala que es sobre todo una especialidad de la historia. Una
buena parte de los autores de historia del derecho se han
ocupado de la historia del derecho privado (civil y mercantil),
aunque también se ha estudiado la historia jurídico-constitucional
vinculada a la historia política, social y económica. Algunos
señalan que son parte de la historia del derecho, el derecho
romano y el derecho canónico. Su objeto de estudio son los
derechos positivos no vigentes, la evolución de los mismos y el
análisis de las tendencias en la conformación de esos derechos.
La historia del derecho guarda estrecha relación con la sociología
del derecho y con el derecho comparado, al grado que un autor
del siglo xx, Lévy-Bruhl, propuso reunir estas disciplinas con la
antropología jurídica para formar una que llamó jurística.Carlos
Cossio distinguió entre la historia del derecho como relación de
acontecimientos jurídicos y la historia de la ciencia del derecho
como una crítica a la ideología contenida en el saber jurídico, esto
es, una historia de las diversas sistematizaciones científicas del
derecho desde una perspectiva de definición ideológica entre
ellas. En la historia de la ciencia jurídica el historiador formula su
crítica a lo que en cada sistematización se consideró como lo
jurídicamente científico.
LA SOCIOLOGÍA JURÍDICA
Al igual que tenemos dificultades para definir derecho y ciencia del derecho, de igual
forma resulta problemático construir o adoptar una definición de sociología jurídica.
No obstante, siguiendo a Ramón Soriano y a Manuel Atienza, podemos decir que es
la disciplina con pretensiones científicas que se encarga de estudiar las relaciones
mutuas de causalidad que existen entre lo social y lo jurídico. Al decir que estudia
las relaciones de causalidad queremos indicar que es una disciplina empírica, que
aspira a construir conocimiento científico social. Su método es el científico, mismo
que comparte con las demás ciencias sociales. La sociología jurídica está ligada a
la sociología general, por ello debemos empezar por explicar un poco sobre ésta. Si
bien es cierto desde la antigüedad se tienen registrados análisis en torno a lo social
(Aristóteles y Platón bastan como ejemplo), de sociología sólo podemos hablar hasta
el siglo XIX, cuando Comte propuso la creación de una disciplina que se ocupara del
estudio de la sociedad pero con una perspectiva científico positiva, al modo de las
ciencias naturales. De hecho el propio Comte creó el vocablo “sociología”. En sus
inicios los primeros cultores de la disciplina (Comte, Marx y Saint-Simon) relegaron
el elemento jurídico en sus análisis; incluso lo consideraron abiertamente una
manifestación negativa en la vida social. Ante la reticencia de los sociólogos por
ocuparse de manera sistemática de las relaciones entre derecho y sociedad, los
primeros avances en la materia vinieron de la propia ciencia jurídica a través de la
llamada “revuelta contra el formalismo”, a lo cual debemos sumar el realismo jurídico
anglosajón (Austin, Holmes, Cardozo, Hart y Dworkin) y el realismo sociológico
escandinavo (Ross y Olivecrona). Pese a las diferencias obvias, podemos decir que
el objeto de estos juristas era la ruptura con el enfoque excesivamente formalista de
la dogmática jurídica dominante y la creación de una ciencia jurídica estrictamente
empírica, que se encargara de estudiar el derecho vivo, tal como se genera y aplica
en la sociedad. Incluso Ehrlich llegó a proponer la sustitución de la ciencia dogmática
por la sociología jurídica, pues sólo ésta última cubría los requisitos para ser
considerada científica. Para los autores del realismo jurídico, aún cuando el derecho
está presente en casi todas las manifestaciones de la vida social, para efectos de
estudio lo único relevante es el análisis de la labor de los jueces y tribunales;
entonces, el objeto de la ciencia jurídica (sociológica) será predecir la forma en que
los jueces han de resolver una situación. Quizá esta postura se explica en función
de la importancia que tienen los jueces y tribunales en la vida jurídica y política de
las naciones pertenecientes al Common Law. No obstante, para finales del siglo XIX
y principios de XX, los sociólogos comienzan a tener interés por lo jurídico,
particularmente Durkheim, Spencer, Tönnies y sobre todo Weber. No siendo
exagerado decir que el verdadero padre de la sociología jurídica es éste último. Para
Weber, el derecho es un ordenamiento legítimo cuya validez está garantizada desde
el exterior mediante la posibilidad de la coerción; en otras palabras, para este autor
el derecho es el instrumento mediante el cual el Estado monopoliza legítimamente
el ejercicio de la violencia. Este énfasis de la coacción en la definición del derecho
se fue diluyendo en el transcurso del siglo XX, sobre todo a partir de las aportaciones
(ya contemporáneas) de J. Habermas y su teoría de la acción comunicativa; y de la
teoría de sistemas de N. Luhmannm, para quien el derecho, más que un medio de
coacción estatal, es un marco de interpretación o predicción de las conductas del
individuo. Pasada la Segunda Guerra Mundial, la sociología jurídica, junto con la
sociología general, vivió una tendencia hacia los estudios de corte empírico
especialmente en los Estados Unidos. Lo anterior se explica por el hecho de que en
ese país existieron los apoyos económicos suficientes para subvencionar
investigaciones que suelen ser sumamente costosas. No obstante, desde Europa se
criticó esta tendencia argumentando que la investigación que carece de suficientes
bases teóricas es en realidad inútil. Hoy día no pocos autores coinciden en
consideran que debe existir un sano equilibrio entre los estudios sociales de corte
teórico y los empíricos, pues en realidad se complementan: sin datos de la realidad
la teoría carece de materia para reflexionar, en cambio, los meros datos son
incapaces de explicar algo sin un marco teórico que los interprete. En resumen,
tenemos que la sociología jurídica es aquella disciplina cuyo objeto de estudio es el
derecho en tanto fenómeno social, su método es el mismo que el de las ciencias
sociales y su finalidad es generar conocimiento empíricamente comprobable acerca
del fenómeno jurídico. Si durante mucho tiempo se tuvo a la sociología jurídica como
rama auxiliar de la ciencia jurídica, los recientes avances han hecho que se le tenga
como una disciplina jurídica autónoma. Por último, debemos mencionar que bajo el
rótulo “sociología jurídica” se pueden incluir en extenso todos aquellos estudios que
analicen la relación entre el derecho y cualquier otro elemento de la sociedad, es
decir, lo económico, lo cultural, lo político; al menos esta fue la postura clásica en la
doctrina positivista mexicana de mediados de siglo pasado. Sin embargo, una
corriente más reciente aboga por distinguir de manera estricta los estudios de
sociología jurídica de otras perspectivas como la antropología jurídica o el análisis
económico del derecho.
SOCIOLOGÍA DEL DERECHO
Es la disciplina que tiene por objeto la explicación de los fenómenos
jurídicos y sociales, considerados como hecho social.
La ontología jurídica
En términos generales la ontología es el cuestionamiento sobre lo que existe y lo
que no existe, sobre lo que es y lo que no es.31 Por tanto, podemos decir que la
ontología jurídica es aquella que se encarga de averiguar qué es en esencia el
derecho. Su principal tarea ha sido la búsqueda de una definición del derecho, tarea
en la que no se han logrado consensos;32 no obstante, esto no amedrenta a la
mayoría de los iusfilósofos, quienes se lanzan en una empresa convencidos de que
obtendrán el resultado deseado. Por ello cada filosofía del derecho dice ser la
verdadera. Si se asume una perspectiva iusnaturalista, seguramente nuestra
definición de derecho será amplia, y estará sustentada en consideraciones de
justicia. En cambio, desde el positivismo jurídico se asume una definición circunscrita
a los elementos normativos. Así, el derecho es igual a la ley. Para los juristas del
siglo XIX esto fue tan claro que llegaron a proponer la desaparición de la filosofía del
derecho para que fuera sustituida por una Teoría General Derecho; la cual sería una
filosofía científica, cuya tarea más que encontrar una definición (la cual ya existía),
sería descubrir los elementos comunes a todo sistema jurídico.
La epistemología jurídica (gnoseología jurídica)
La epistemología o gnoseología es la reflexión sobre el
conocimiento, la forma en que lo obtenemos y los métodos que
nos permiten validarlo. Por tanto, la epistemología jurídica es la
rama de la filosofía jurídica que se encarga de analizar y explicar
la forma en que construye y difunde el conocimiento sobre el
derecho. En esta disciplina, como en casi todas los demás de la
filosofía, los extremos de la discusión fueron fijados desde la
antigüedad por Platón y Aristóteles. El primero sostenía una
postura gnoseológica idealista, la postura del segundo era
esencialmente empirista. En general los suscriptores del
idealismo epistemológico desconfían de la información que
recibimos directamente a través de los sentidos y consideran que
el verdadero conocimiento sólo se logra mediante la intervención
de la razón. Para los empiristas la única forma de acercarnos a la
realidad es precisamente por los sentidos. En la modernidad la
postura más influyente ha sido la de Emmanuel Kant; de acuerdo
con este filósofo, conocemos el mundo a través de ciertas
categorías mentales concebidas a priori, libres de toda
experiencia, las que nos sirven de moldes de interpretación de
toda la demás información que recibimos del exterior.33 Su
propuesta fue un intento por conciliar las posturas mencionadas
en el párrafo anterior y es el antecedente obligado de todas las
posturas epistemológicas contemporáneas. En términos
generales podemos decir que los iusnaturalistas sostienen una
postura gnoseológica idealista, en tanto consideran que el
verdadero derecho lo conocemos a priori a través de la razón o
incluso por revelación divina; al contrario los positivistas,
sostienen que al derecho solamente lo aprendemos a través de
la observación de los sistemas jurídicos concretos. Las tesis
gnoseológicas kantianas fueron llevadas al terreno del derecho
por R. Stammler casi tal cual las propuso el filósofo de
Konigsberg.34 Con algunas modificaciones también fueron
adoptadas por H. Kelsen; quizá sea por ello que, pese a que es
considerado el máximo exponente del positivismo jurídico no
faltan críticos que lo consideran en el fondo, un iusnaturalista.
Una pregunta típica de la epistemología jurídica, que desde el
siglo XIX ha preocupado a los iusfilósofos, es si la ciencia del
derecho es o no científica; es decir, si reúne los requisitos
metodológicos para ser considerada una verdadera ciencia. Una
vez más, esta es una de las preguntas que a la fecha no
encuentra respuesta absolutamente satisfactoria. Las propuestas
epistemológicas más recientes se consideran a sí mismas como
postempiristas, ya que intentan romper con algunos de los
postulados fundamentales del positivismo y del positivismo
lógico.35 Desafortunadamente en el mundo de la epistemología
jurídica, todavía no se hacen sentir de modo suficiente estos
últimos adelantos.
La axiología jurídica
La axiología es la rama de la filosofía que estudia lo relativo a los valores
jurídicos. La justicia, la igualdad, la equidad y la certeza, se consideran
los valores jurídicos por excelencia. La tarea de esta disciplina va desde
definir en qué consisten estos valores, hasta intentar aplicarlos en el
examen de situaciones normativas concretas. Los extremos entre los que
se mueve la discusión axiológica son el relativismo y el universalismo
ético. De acuerdo al primero no es posible concebir valores absolutos
pues cada sociedad considera válidas ciertas conductas que no son
necesariamente compartidas por otras sociedades. Es más, incluso al
interior de un mismo grupo, las ideas de justicia varían con el tiempo. Un
exponente moderno del relativismo ético es Richard Rorty (más bien del
pragmatismo, como él mismo gusta considerarse).36 En cambio, para los
partidarios de universalismo, no solo es posible sino hasta necesaria la
construcción de nociones éticas universales absolutamente válidas. Las
respuestas que proponen las han fundamentado en la naturaleza humana
(cualquier cosa que ello sea), las ideas religiosas y, de forma moderna,
en la razón. J. Habermas y H. Putnam son ejemplo de filósofos que en la
actualidad sostienen la necesidad de encontrar o construir valores éticos
absolutos. Como se puede apreciar, aquí tampoco hay soluciones
absolutamente satisfactorias.
La lógica jurídica
La lógica es aquella disciplina que estudia las formas correctas de
estructurar y expresar el pensamiento. Por tanto, podemos decir que la
lógica jurídica es aquella mediante la cual se determina cuáles son las
formas validas de estructurar y expresar los razonamientos jurídicos. La
lógica es una disciplina formal en tanto se ocupa de la estructura de los
enunciados más que de su contenido. Se dice que su fundador fue
Aristóteles; y los principios por él esbozados no sufrieron cambios de
consideración hasta entrada buena parte del siglo XX. En éste sentido,
podemos decir que los trabajos de Russell y Wittgenstein son en verdad
revolucionarios pues
proponen nuevas formas de expresión de la lógica que impregnaron a casi
todas las áreas de conocimiento. En relación al derecho, el punto a
discusión estriba en esclarecer qué tanto le es útil a éste la lógica. Desde
la tradición positivista decimonónica podemos decir que la lógica formal
es una herramienta fundamental para estructurar todo argumento jurídico;
no obstante, desde la jurisprudencia de intereses o desde el realismo
norteamericano, una ciencia jurídica excesivamente formal no responde
al derecho que se genera en la sociedad. Por otro lado, no son pocos los
autores que han expresado su opinión en contra de utilizar la lógica formal
en la argumentación jurídica, ya que consideran que es básicamente
inútil; para ellos la lógica que sirve al derecho no es la lógica formal, sino
la lógica de lo razonable; mediante la cual, más que resultados
absolutamente lógicos, lo que se buscan son soluciones justas,
socialmente aceptadas y consensuadas a través de la persuasión.
Objetivo
Entender el significado de la lógica como vía de conocimiento.
• Distinguir los elementos que constituyen el concepto de lógica.
• Establecer las semejanzas y diferencias entre la lógica formal,
lógica factual y lógica dialéctica.
PSICOLOGÍA JURÍDICA
La psicología, como disciplina científica, contribuye al campo del derecho,
con paradigmas y modelos que explican la manera en que el individuo
interactúa con el medio social, mediante procesos cognoscitivos,
emocionales y relacionales que determinan su comportamiento, en este
caso, frente al sistema jurídico, éste a su vez, cumple una doble función, por
un lado, sus decisiones afectan a los individuos que están bajo el mismo, y,
por el otro, es objeto de sus creencias, intenciones, motivaciones y actitudes.
La psicología jurídica se fundamenta como un campo de estudio multi-
disciplinario con un enfoque teórico, explicativo y empírico, que comprende
el análisis, explicación, promoción, evaluación, diagnóstico, prevención,
asesoramiento y tratamiento de aquellos fenómenos psicológicos y sociales
que inciden en el comportamiento jurídico de los individuos en el ámbito del
derecho, de la ley y de la justicia. Asimismo, pretende orientar y asesorar a
los órganos judiciales en materia de conflictos jurídicos, por medio de una
intervención mediadora.
Este campo de estudio multidisciplinario, sintetiza en forma armónica
numerosas perspectivas previas, al tiempo que replantea la discusión a
campos, situaciones y personas, en supuestos actuales, diversos y
complejos, que incorpora el concepto de conducta jurídica (acto jurídico o
antijurídico que se manifiesta de manera externa, que se ajusta o
contraviene a lo dispuesto en la norma de derecho), que está influido por
normas vigentes y por procesos psicosociales de individuos o grupos
relacionados, establecidos y controlados por el derecho en sus diversas
vertientes, así como aquellos procesos psicosociales que guían o facilitan
los actos y las regulaciones jurídicas, como las creencias, motivaciones y
actitudes. Otra aportación de la psicología al campo del derecho, lo
constituye el análisis de procesos psíquicos subjetivos que determinan la
experiencia interna, que influyen en el cumplimiento de la normatividad
social. A este respecto, Muñoz postula que las investigaciones psicológicas
en el campo del derecho, se centran en las causas sociales y estructurales
del delito como producto de una alteración del individuo en particular.
Asimismo, analizan los factores que originan la conducta jurídica en un
proceso penal.
Clemente define la psicología jurídica como:
“el estudio del comporta- miento de las personas y de los grupos, que tienen
la necesidad de comportarse en ambientes regulados jurídicamente, así
como la evolución de dichas regulaciones jurídicas o leyes en cuanto que
los grupos sociales se desen vuelven en ellos”.
Althusser citado por Piñeros señala que la labor de la psicología jurídica
se centra en desvelar, criticar y destruir los elementos ideológicos propios
del Estado y de sus aparatos (por ejemplo, la escuela y la familia) con el fin
de lograr las condiciones necesarias para una transformación social radical,
por lo tanto, se subscribe en el campo de estudio e investigación sobre la
relación que existe entre el Estado, la ley y los individuos.
La relación de la Psicología y el Derecho
Desde una perspectiva que analice la naturaleza de la relación entre la
Psicología y la Ley, podemos diferenciar en lo que se refiere a la
contingencia Psicología y Derecho, tres grandes visiones: Psicología del
Derecho, Psicología en el Derecho y Psicología para el Derecho (Muñoz
Sabaté, 1975). No obstante, este autor, en 1980, puntualiza que sólo son
asumibles dos de ellas: la Psicología "en" y "para" el Derecho, tal
matización no es compartida por los psicólogos jurídicos ( Blackburn,
1996; Fabian, 2000; Fariña, Arce y Jólluskin, 2000; Greuel, en prensa;
Haney, 1980) quienes afirman que los tres ámbitos existen con
contenidos propios. Si bien, otros autores (De Leo, 1995; Friedmana,
1986; Haesaert, 1967; Lloyd-Bostock, 1988; Traverso y Verde, 2001)
aluden a una organización clásica, en la que únicamente se distingue
entre Psicología del Derecho y Psicología en el Derecho; unificando, de
alguna forma, la Psicología en el Derecho y la Psicología para el
Derecho.
La Psicología en el Derecho, como señala Friedman (1986), parte del
marco legal, y se justifica tomando como base que el Derecho está
formado por componentes psicológicos y por ello, existe la necesidad de
averiguar cuáles se encuentran contenidos en las normas jurídicas,
entendiendo como normas las reglas establecidas para producir efectos
jurídicos (las leyes, las sentencias, las resoluciones administrativas,
laudos arbitrales, los contratos) (Muñoz Sabaté, 1975). Así, las normas
judiciales “no son otra cosa sino estímulos verbales tendentes a producir
o impedir determinadas conductas. Dentro de estas normas figuran una
serie de conceptos y definiciones de naturaleza igualmente psicológica”
(Muñoz Sabaté, 1980, p. 18). Por tanto, la eficacia jurídica, es decir, las
implicaciones conductuales, estará en gran parte determinada por
variables psicológicas y sociales. De Tal manera que la Psicología en el
Derecho se centraría en explicar los términos psicológicos que emplea
la Norma e interpretarlos en el caso concreto. Desde esta perspectiva, al
igual que ocurre con otras ciencias sociales, los juristas pueden recurrir
a ellas con la intención de obtener asesoramiento para definir la Norma
(Muñoz Sabaté, 1975; Rico, 1995). El papel de la Psicología Jurídica, en
este marco de actuación, sería el propio de una ciencia auxiliar, con
plena dependencia del mundo legal.
La Psicología para el Derecho, sin duda la más difundida, hace
referencia a la Psicología que se realiza con objeto de auxiliar al
mundo legal. Cuando éste requiere “información sobre sus fines,
sus estrategias o para interpretar hechos relativos a casos
específicos” (Rico, 1995, p. 57). Para Muñoz Sabaté (1980) la
práctica psicológica encaminada a aclarar los fines del derecho no
podrá ser específica de la Psicología Jurídica, debido a que
desbordaría la capacidad de ésta, dada su extensión y generalidad;
y, por tanto, ha de pertenecer a la Psicología, y no a una
especialidad de ésta. Transcurrido casi un cuarto de siglo desde las
afirmaciones de Muñoz Sabaté, muy pocos psicólogos jurídicos
las rubricarían en su totalidad. Si bien asumiríamos que la
Psicología Jurídica es un campo complejo y amplio, conformado
por conocimientos compartidos con otras áreas, como la
Psicología Clínica, Básica, Social y Evolutiva, pero también con
contenidos propios y exclusivos. La Psicología del Derecho,
contrariamente a la Psicología en el Derecho, toma como punto de
partida el conocimiento de la Psicología para el estudio teórico del
Derecho (Garzón, 1990); incide en la investigación psicológica de
los preceptos legales; en otras palabras, un psicologismo jurídico.
Ésta ultima intersección ha sido ejercida generalmente por juristas
aunque tanto en el Derecho de Evidencia Como el Derecho
Estatutario, ya se han apreciado aportaciones exclusivamente
psicológicas tales como la consideración psicológica de la autoría
moral (Fariña, Arce y Jólluskin, 2000). Haesart (1967) ya señalaba
que un cometido de la Psicología debía de ser el estudio del Derecho en
sí mismo. Una de las funciones del psicólogo jurídico se centra en
asesorar en el proceso de elaboración de leyes, ya sean contribuyendo
con sus conocimientos sobre una materia concreta, u oponiéndose a las
leyes vigentes cuando posea datos objetivos contrarios a ellas. En los
países occidentales suele ser una práctica común el contar con la opinión
experta de psicólogos jurídicos cuando se aborda la reforma de la ley, o
nueva legislación. Un ejemplo en nuestro país ha sido la última Ley Penal
del Menor (Ley 5/2000), que pese a seguir las directrices internacionales,
el ministerio llevó a cabo varias session’s de trabajo con psicólogos
jurídicos del país, para escuchar sus propuestas y considerarlas en la
redacción de la Ley, así como en su puesta en marcha. Sin embargo,
debemos de reconocer que en otras leyes el legislador no ha debido
considerar la opinión de expertos jurídicos. Tal es el caso de la Ley de
Víctimas (Ley 15/95); que aunque en ella se hace referencia al derecho
a asistencia psicológica de la víctima, presumimos por el contenido de la
propia Ley y el modus operandi de la mayoría de las oficinas de atención
a la víctima, que el psicólogo jurídico poco o nada ha intervenido en el
proceso de elaboración de la Ley.
Procesos psicológicos
Al hablar de creencias nos referimos a la información que se
tiene sobre un objeto. De manera específica, una creencia une al
objeto con ciertos atributos. La fuerza de esta creencia radica en
la semejanza percibida entre el objeto y el atributo en cuestión.
Una clase especial de creencias en la cual el objeto siempre es la
persona y el atributo, una conducta, y cuya fuerza radica en la
probabilidad personal subjetiva de que se realizará dicho
comportamiento, se denomina “intención conductual”, éstas
involucran cuatro elementos: la conducta, el objeto hacia el cual
se dirige, la situación y el tiempo.
Mientras que las actitudes son aquellas predisposiciones
favorables o desfavorables con respecto de un objeto dado. Las
actitudes son función del sistema total de creencias relevantes del
individuo y de las evaluaciones que asocia a dichas creencias. Las
creencias, actitudes e intenciones que el sujeto tiene del sistema
jurídico pueden ser positivas o negativas, independientemente de si
corresponden o no a la realidad. De esta manera, los eventos
provocados por el sistema jurídico afectan directamente al sujeto
o a las personas que lo rodean. Los resultados de dichos
acontecimientos serán evaluados como positivos o negativos,
dependiendo de si el sujeto pudo alcanzar sus metas, de si su
sentido de equidad fue favorecido o no de la actitud que tiene
acerca de las personas involucradas y del grado en que sus
expectativas fueron satisfechas. De acuerdo con la valoración de
los resultados del evento, el sujeto cumplirá o no con lo
establecido por el sistema jurídico La conducta de cumplimiento
puede estar influida por diversos factores, tales como:
a) la sistematización automática, es decir, órganos o personas
ajenas al sujeto se encargan de llevar a cabo las acciones
correspondientes, de modo que el sujeto observa el resultado, pero
no participa en el proceso
b) la protección de objetos valorados, ya sea pensando en algún
beneficio a corto o largo plazo, o por mejorar su calidad de vida y
bienestar subjetivo, que implica la satisfacción con la propia vida
y el balance de los afectos, y por último,
c) el miedo a perder dichos objetos.
En lo que respecta al incumplimiento, éste se ve influido por:
a) el desconocimiento del sistema jurídico, ya sea en sus
elementos sustantivos o estructurales;
b) la ley del mínimo esfuerzo, por ejemplo, debido a la pereza,
el individuo prefiere tomar la vía más corta (no siempre lícita) en
lugar de la adecuada
c) la creencia asociada a los órganos e instituciones del sistema
jurídico de nuestro país, esto es, diversos atributos, tales como el
autoritarismo, la cautela y los rasgos agresivos que pueden estar
asociados al personal encargado de impartir justicia, que son
percibidos por el individuo como un obstáculo en su intento para
relacionarse con el sistema jurídico
d) las experiencias negativas, ya sean persona- les, vicarias (el
individuo es testigo de las experiencias negativas de otros
sujetos, lo cual, genera una comparación entre sus propias
capacidades y las de los demás),o referidas (la propia cultura
difunde, mediante el lenguaje, las vivencias tanto positivas como
negativas de los otros, lo cual influye en las creencias, actitudes
e intenciones del individuo)
e) el miedo a la aplicación de una sanción o a las consecuencias
negativas, entendiendo miedo como aquella emoción que se activa
por la percepción de daño o peligro, ya sea físico o psicológico
(agresiones verbales), y que conducen al individuo a evadir la
situación.A partir de la información anterior, se construyó un
modelo para explicar algunos de los factores responsables del
cumplimiento o incumplimiento del comportamiento jurídico.
COMPORTAMIENTO JURÍDICO
Desde el punto de vista dinámico de los sistemas, la forma en que estos se
modifican o se adaptan a los cambios sociales, determina la manera en que
éstos incorporan nuevos modos de relaciones entre grupos e individuos. El
estudio del comportamiento jurídico constituye un análisis de aquellas
conductas que se adaptan o se apartan del conjunto de normas bilaterales,
heterónomas, generales y coercibles que prescriben los diversos órdenes
sociales.
La conducta jurídica como parte del comportamiento humano, es aquel
conjunto de acciones que actualizan algún supuesto normativo para
producir las consecuencias jurídicas previstas por la norma, sean éstas las
consecuencias de derecho que los sujetos quieran o no. Frente a la
tradicional clasificación de los hechos jurídicos en lícitos e ilícitos, existe
una postura que establece que al lado de los actos ordenados, prohibidos y
permitidos jurídicamente, existen también actos o conductas no jurídicas,
que no forman parte de la materia relevante para el derecho y que se
refieren a todas aquellas conductas que no ponen al sujeto en interacción o
interferencias con el orden socialmente regulado.
Actualmente el desarrollo de la teoría sobre los derechos humanos, ha
profundizado en nuevas clasificaciones de los supuestos normativos,
poniendo especial énfasis en el concepto de libertad De este modo, se
observa que uno de los aspectos relevantes para el derecho es la previsión
de las consecuencias para toda acción o conducta humana que coadyuve al
mantenimiento del orden socialmente regulado y para aquellas que lo
alteren o lo violenten. Dichas consecuencias pueden o no llegar a
configurar una sanción que merezca la intervención de la fuerza coercitiva
del Estado. Frente a ésta, no es relevante la voluntad o el consentimiento del
sujeto infractor, ni se le exime de su cumplimiento si no tenía conocimiento
de la posibilidad de aplicación de la sanción o si ésta era deseada o no por el
individuo Es importante señalar que la concepción de los individuos
respecto del orden socialmente regulado, a lo largo del tiempo, ha sido
estudiada por la teoría jurídica desde diversas escuelas, con sus respectivas
variantes: el iusnaturalismo, el positivismo, la sociología jurídica, el
realismo y el decisionismo normativo, por citar algunos ejemplos En la
perspectiva de las tendencias actuales del derecho, y de manera conjunta con
la psicología, esta investigación, pretende determinar el con junto de
percepciones que los individuos tienen respecto del sistema jurídico, a su vez
se pretende obtener información acerca de la afinidad o distancia entre dichas
percepciones y la argumentación con que las diversas escuelas jurídicas
construyen sus modelos normativos.
LA DOGMÁTICA
JURÍDICA
El Derecho puede ser definido desde una concepción convencionalista de
la relación entre el lenguaje y la realidad. Se denotará como ordenamiento
jurídico o como Derecho positivo. Esta definición estipulativa se puede
describir en el uso natural de la palabra Derecho con mayúsculas cuando
se dice verbigracia que “el Derecho establece diferentes posibilidades a
los sujetos sociales para poder realizar diferentes clases de negocios
jurídicos” y es claramente contrapuesto a las siguientes expresiones:
“tengo el derecho de exigir el cumplimiento de la prestación al
arrendatario”, “no hay derecho en los fallos de la Corte Suprema” y “el
derecho no es en estricto una disciplina teórica”. Existe confusión de una
gran parte de la doctrina al considerar a la dogmática jurídica como la
ciencia pura del Derecho Es decir, la dogmática jurídica es la ciencia
jurídica entendida por un sector como lógica jurídica pura : la lógica de la
razón pura es la lógica que construye un conjunto de proposiciones
lógicamente verdadero, exento de errores o vicios lógicos. Esta clase de
lógica sustenta la tesis de la cancelación de los valores y logra una función
estructural de la ciencia jurídica pura. Contrariamente a lo afirmado por la
doctrina citada, la dogmática jurídica es la ciencia del Derecho de acuerdo
a las siguientes razones:
El derecho comparado
Esta disciplina utiliza el método comparado con el objeto de
descubrir la ley que gobierna la evolución de los derechos,
pero también y desde el siglo xix, es un poderoso
instrumento de política legislativa. La legislación comparada
sirve para proporcionar indicaciones, ideas, sugerencias,
recomendaciones, etcétera, que son útiles en la redacción
de diversas clases de leyes, códigos o hasta reglamentos.
Según René David, el derecho comparado es un
instrumento de entendimiento internacional, de
coexistencia pacífica, y proporciona junto con la historia del
derecho, una perspectiva adecuada para comprender el
derecho nacional. La comparación puede hacerse al interior
de un sistema jurídico, por ejemplo, cuando comparamos
legislación de dos entidades federativas del país; entre
instituciones jurídicas que pertenecen a la misma familia
jurídica (la continental europea, la anglosajona, la
musulmana, etcétera); la comparación entre dos
ordenamientos vistos en su conjunto; o entre instituciones
o normas que pertenecen a familias jurídicas distintas.
La antropología jurídica
Se dice, no sin cierto dejo de visión colonialista y hasta xenofóbica,
que esta disciplina estudia los sistemas jurídicos de los pueblos
primitivos o de tecnología sencilla, pertenezcan o no a una época
pasada. Son estudios que datan del siglo xix, cuando las grandes
potencias europeas colonizaron enormes territorios en Asia y
África. Es una disciplina que ha cobrado gran importancia en
nuestro país y otros latinoamericanos por el auge de los estudios
en materia de derecho indígena y sobre el multiculturalismo, a raíz
de la reivindicación política y social que los pueblos indígenas han
hecho sobre sus derechos. Desde luego que esta disciplina no
puede entenderse como en el pasado, desde una visión
colonialista y para permitir la exclusión o la explotación de las
comunidades étnicas, sino como posibilidad para generar
condiciones de pluralismo jurídico y de convivencia entre sistemas
jurídicos diversos en un mismo territorio. En México, la
antropología jurídica se encuentra en pleno desarrollo desde que
el movimiento zapatista en 1994 dio la alerta sobre los niveles de
miseria y explotación en la que se encuentran las comunidades y
pueblos indígenas en nuestro país. Aunque tuvimos una reforma
constitucional en 2001, el debate sobre las maneras de hacer
conciliables los derechos indígenas con el derecho nacional no ha
concluido y el marco jurídico nacional aún requiere de reformas
para lograr la convivencia armónica entre los sistemas jurídicos
estatales y los indígenas.
LA TÉCNICA JURÍCA
La función judicial, en sentido lato jurisdiccional, es en la vida del derecho
tan importante como la legislativa creadora de normas positivas, según el
sistema constitucional de cada país. Al decir constitucional no nos
referimos al principio de separación de los poderes, a la atribución de
competencia, sino a la potestad que efectivamente tienen los tribunales
de declarar el derecho. Es notable la diferencia que existe en el régimen
inglés, en el que el juez hace la ley, (Judge made law) y el nuestro, por
ejemplo; pero si se observa detenidamente nuestra jurisprudencia, es
decir, los fallos en los que el juez ha debido limitarse a aplicar la ley, se
comprobará que la actividad judicial no consiste en formular una
conclusión silogística como la que resulta del cotejo de la ley y del caso,
es decir, norma. legal, premisa mayor; caso en examen judicial, premisa
menor; conclusión, o sea decisión jurisdiccional (sentencia). Esa especie
de automatismo es en cierto modo raro. En Francia, donde la escuela de
exégesis ha dominado un siglo, la jurisprudencia ha sido, no obstante eso,
tan constructiva, creadora, integradora casi como donde los jueces no han
debido subordinarse a la omnipotencia legislativa, o sea la voluntad del
legislador. No nos referimos a la Corte de Casación, tribunal que se limita
a interpretar la ley y cuya importancia de otrora ha sido casi eclipsada por
la obra de un tribunal de otra jurisdicción la administrativa- realmente
creadora de derecho, que es el Consejo de Estado, aunque esa obra se
ha realizado en el derecho público. En nuestro país la influencia que la
jurisprudencia tiene en la dinámica jurídica, es obvio señalarla. No son
pocos los abogados que recurren antes a la jurisprudencia que al estudio
directo de la ley para el examen y planteamiento de las demandas
judiciales, porque la jurisprudencia es derecho que realmente tiene vigor
actual, si bien la jurisprudencia puede ser reformada o rectificada en
tribunal pleno. Su certeza es, pues, relativa.
Por otra parte la valoración incondicional de la jurisprudencia es
incompatible con la independencia de criterio del jurista, y si éste coincide
con ella debe celebrarlo. Existe, claro está, una técnica judicial, según los
diversos métodos con que es aplicada por los jueces, como lo explicamos
en el capítulo sobre metología judicial. Estos métodos se diferencian en
razón de la mayor o menor potestad del juez en la aplicación del derecho,
subordinado al derecho positivo o no, es decir en razón de su función
pretoriana. Por ejemplo, la facultad de colmar las lagunas de la ley, la
aplicación de normas de equidad, la valoración de los intereses en
conflicto, la de dar acciones in factum (aunque no como el pretor romano),
la interpretación constitucional, en que hay cierto margen para estimar
principios de libertad, de igualdad y garantías constitucionales e inclusive
la aplicación de principios de derecho natural. Sin sujeción al derecho
posito existen otros métodos como de la libre aplicación del derecho
a) Presunciones jurídicas.
A diferencia de la ficción, la presunción jurídica no es una
fórmula legal puramente artificial o imaginaria, sino una
disposición legislativa que tiene fundamento en la realidad,
pues la ley funda la presunción en el hecho de que en
general eso “casi siempre ocurre". (Presumptio sumitur ex
eo quod plerumque fit), aunque en algunos casos ello no
suceda así. No es, pues, ilógica ni puramente artificial la
disposición que establece la presunción, y según la índole
de ella la ley no admite prueba en contra. Esa presunción —
juris et de jure obedece más bien al orden público. El art.
245 del Código civil dispone, la ley presume que los hijos
concebidos por la madre, durante el matrimonio tienen por padre
al marido"; y el siguiente prescribe que “son hijos legítimos los
nacidos después de ciento ochenta días desde la celebración del
matrimonio y de los trescientos siguientes a su disolución, si no se
probase que ha sido imposible tener acceso con su mujer en los
primeros ciento veinte días de los trescientos que han precedido al
matrimonio”. El art. 241 dispone que las “presunciones de la ley
expresadas en los artículos anteriores no admiten prueba en
contra". En esos artículos (240 a 243) se trata de la “concepción”
‘y no de la legitimidad, como con razón advierte SEGOVIA 1’, y lo
impone la aplicación de la regla categórica del art. 77. a
presunción es la del art. 878, que al tratar de la remisión de la
deuda, que se presume voluntaria (por eso es remisión), dispone:
“Siempre que el documento original de donde resulte la deuda, se
halle en poder del deudor, se presume que -el acreedor se lo
entregó voluntariamente, salvo el derecho de éste a probar lo
contrario". Las presunciones legales importan “credibilidad “del
hecho y su régimen es legal. Pero hay otras presunciones hominis,
aut judicis, aut facti, cuyo régimen está librado al razonamiento del
que debe decidir la controversia. En lo que respecta al fin de la
existencia de las personas, dispone el Código civil que “si dos o
más personas hubiesen fallecido en un desastre común, o
cualquier otra circunstancia, de modo que no se pueda saber cuál
de ellas falleció primero, se presume que fallecieron todas al
mismo tiempo, sin que se pueda alegar transmisión alguna de
derecho entre ellas” (art. 109) 13. En la nota sobre esa disposición
el Codificador critica los Códigos que han creado presunciones de
derecho sobre la prioridad de la muerte, cuando muchas mueren a
un tiempo, derivándolas de la edad o del sexo. Considera luego el
Codificador, que esas presunciones son arbitrarias y “sin ningún
fundamento positivo y, lo que, es más, no había necesidad alguna
de crear tales presunciones de derecho”. En realidad, la
discrepancia entre la opinión del Codificador y las disposiciones
que se critica no es más que la expresión de un criterio racional,
pues él también se funda en una’ presunción más hipotética aun,
pero quizá más conveniente y pacificadora. Las presunciones
legales tienen carácter restrictivo, lo que veda al juez la aplicación
por analogía cuando no concurren los hechos que dan origen y
fundamento a ellas Algunos hablan de presunción de culpa en
disposiciones como la del art. 1113 (culpa in vigilando y culpa in
eligendo), pero a juicio nuestro esto es confundir la ratia juris de la
disposición, aunque el art. 1123 atribuya al dominus el derecho de
repetir lo que hubiese pagado, del dependiente o doméstico que lo
causó por su culpa o negligencia”. En rigor, la ley en esa
disposición y otras, con el sentido de seguridad jurídica, instituye
un responsable para los damnificados, pero 'no una presunción. Lo
mismo se puede decir de lo dispuesto en el art. 1,133 sobre la
“inversión de la prueba”, que se justifica simplemente por la
dificultad práctica de que el damnificado pruebe culpa o vicio en la
cosa del vecino respecto de la cual no tiene conocimiento, sino que
sufre las consecuencias; por lo demás, el demandado puede
probar que no tiene culpa. Otra presunción notable es la del
artículo 20, según el cual “la ignorancia de las leyes no sirve de
excusa, si la excepción no está expresamente autorizada en la
ley", disposición vigorizada por la del artículo 923, verdadero
imperativo categórico, pues dispone que “la ignorancia de las leyes
o el error de derecho en ningún casi impedirá los efectos legales
de los actos lícitos, ni excusará la responsabilidad por los actos
ilícitos”. Estas disposiciones del Código civil no se fundan en
presunción, porque es evidente que no puede considerarse cosa
natural o corriente en la ley .El jurista tampoco conoce el texto de
todas las leyes, si bien en razón de su sentido jurídico y del
conocimiento de los principios generales podrá fundar una
presunción, aunque algunas veces lo que él presume como lógico
y jurídico resulta ser contrario a lo que ciertas leyes establecen o
prescriben. Es éste un verdadero problema que ha sido
considerado especialmente por los partidarios del derecho
consuetudinario y también por los defensores del derecho natural,
porque las normas prácticas de esos dos derechos se conforman,
el primero a la conducta más o menos arraigada por el uso, y el
segundo a la razón y la moral. Ahora bien; la ley obliga luego de
promulgada por escrito, y aquí se encuentra otro hecho que agrava
la responsabilidad general creada por la presunción, y es que en
ciertos paises son muchos los analfabetos. Se trata, en suma, de
una ficción que puede llamársela, en el concepto de ihering, una
mentira técnica consagrada por la necesidad. Si alguna técnica
puede aplicarse en la atenuación de las consecuencias de este
problema es precisamente la de reducción del número de
disposiciones, la claridad, la precisión y la simplicidad de ellas, no
sólo para el conocimiento general, sino para su leal aplicación. Y
he aquí otro hecho curioso y paradójico: cuando más incapaz,
arbitrario y menos educado jurídicamente es un gobierno, más
propenso es a dictar leyes, decretos, etc., y ello se debe a dos
causas principales: al espíritu autoritario, que se revela en eso, en
dictar normas, en general para imponer su autoridad e intimidar, y
al hecho de que las que dicta son anómalas y requieren
explicaciones, aclaraciones, modificaciones. En nuestro país se
tiene una experiencia que huelga señalar.
La solución del problema no es cuestión de técnica solamente, sino
de política educativa, o sea de la enseñanza del derecho, que el
Estado debe dar, especialmente en la primera y más general, o
sea en la que se llama común. La técnica formal o legislativa
concierne a la eficiente aplicación, y en ese sentido debe
considerarse en el estudio de la metodología. El estadista
civilizador puede concebir la necesidad de la norma; el sociólogo
la oportunidad, el jurista el concepto, la estructura, la redacción , el
método en suma .
ANOMALÍAS EN EL RÉGIMEN DE
APLICACIÓN DE LA LEY
Un gran principio que debe imperar en todo ordenamiento legislativo es el
de la unidad e integridad “normativa”. No debe haber lagunas en la ley, ni
en el sistema legal referido a cada rama de la legislación. Pero la unidad
sistemática se afecta más por la abundancia de leyes que por ser ellas
muy pocas. Bajo regímenes gubernativos arbitrarias no educados para la
función constitucional del Estado, que extienden su acción nefasta hasta
la intimidación (que jamás debiera impresionar al hombre de ley), la
técnica legislativa (la mala técnica, ya lo hemos dicho más de una vez,
sirve para todo (se manifiesta como recurso indispensable que se emplea
con el objeto de enervar ciertas disposiciones legales que tienen pleno
vigor desde su emanación. Uno de esos recursos es el que consiste en
paralizar indefinidamente el cumplimiento de una ley con el pretexto de
que no se ha dictado la reglamentación, y eso ocurre aun en los casos en
que la reglamentación sólo interesa a una disposición o varias. Es
elemental que, si se admitiere el ejercicio no condicionado de la
reglamentación, forzoso es convenir en que el Poder ejecutivo podría no
ejecutar la ley con sólo no reglamentarla, o al menos diferir
injustificadamente la reglamentación.
Otro recurso reprobable es suspender la aplicación de alguna disposición
legal con el pretexto de que se proyecta la reforma general de la ley. Así,
por ejemplo, poco después de transferirse los ferrocarriles al Estado, para
la prestación directa, se sancionó la ley 13.683, de 13 de octubre de 1948,
que dispuso “hasta tanto se establezca por ley el régimen de los
transportes a cargo del Estado nacional, el art. 188 del Código de
Comercio no será aplicable a los mismos, quedando librado lo relativo al
retardo a lo que se estipule en las cartas de porte”. El art. 188 dispone
“que en caso de retardo en la ejecución del transporte por más tiempo del
establecido en el artículo anterior, perderá el porteador una parte del
precio del transporte, proporcionado a la duración del retardo, y el precio
completo del transporte si el retardo durase doble tiempo del establecido
para la ejecución del transporte, además de la obligación de resarcir el
mayor daño que se probare haber recibido por la expresada causa”. Es
evidente que esa nueva disposición anómala tuvo por objeto privar a los
usuarios de una garantía de regularidad de servicio, o sea un derecho que
podían ejercer cuando el servicio lo prestaban los concesionarios. Desde
luego como la misma disposición lo establece, no hay responsabilidad
cuando la tardanza proviene de fuerza mayor o caso fortuito, o de hecho
del remitente o del destinatario. Pero “la falta de medios suficientes para
el transporte no será bastante para excusar el retardo". Esta disposición
lógica, jurídica, fundada en el principio general de responsabilidad, se
suprimió, como se ve, con un pretexto absurdo, pues el hecho de que una
empresa de transporte se transfiera del concesionario al Estado, ninguna
relación tiene con la situación jurídica de los usuarios de transporte.
Además, el régimen contractual del transporte es materia de derecho
común y extraña a la nueva organización administrativa que es interna.
La técnica legislativa
La técnica legislativa es una disciplina jurídica comprendida en
la teoría de la legislación que tiene Como finalidad lograr que los
enunciados normativos se inserten adecuadamente en el
ordenamiento jurídico Del que formarán parte.
Esta disciplina está integrada por áreas o vertientes clara-
mente identificadas: la jurídica, que atiende a los aspectos de
carácter lógico-formal y jurídicos; y la lingüística, que atiende a
los gramaticales para una correcta redacción de los proyectos
de ley. Ambas áreas Han sido abordadas y desarrolladas por
expertos en derecho abogados, filósofos Del derecho, juristas,
politólogos, entre otros, quienes se han dado a la tarea de definir
los lineamientos que permitan establecer un ordenamiento
jurídico debidamente estructurado
Tal vez a eso se deba que la primera área es la que mejor
se ha comprendido y planteado. Las directrices que al respecto
se plantean en los manuales de técnica legislativa permiten
verificar lo anterior. En esta vertiente de la técnica legislativa se
sabe que es necesario tener claro cuál es el objeto de la ley, cuál
será su ámbito de aplicación, qué partes deben integrarla, cuál
será el diseño de la Norma, cómo estará dividido el contenido,
y, sobre todo, de qué manera se insertará en el ordenamiento
vigente. Quienes trabajan en esta área, conocedores del
derecho y del Sistema jurídico, entienden la importancia de
todos estos aspectos en el proceso de creación de leyes; sin
embargo, aunque se han ocupado también de la vertiente
lingüística, esta no ha sido del todo desarrollada ni clarificada
para mejorar la calidad de los productos emanados de dicho
proceso. Esto parece deberse al hecho de que en esta labor no
se ha contado con la colaboración de expertos en materia
lingüística; en principio porque parece evidente que la lengua es
un conocimiento que todos los hablantes tienen, por lo que se
presume innecesaria la participación de los expertos; esta
creencia ha caído por sí sola ante las dificultades que plantea
hacer un trabajo lingüístico metódicamente. ante este
“descubrimiento”, algunos de los involucrados en el proceso
legislativo, preocupados por solucionar los problemas que se
presentaban al momento de redactar un enunciado normativo,
orientaron sus estudios al área de lengua, pero sin la orientación
adecuada parece que han dado vueltas en redondo ya que no
han ido más allá de la identificación de los problemas
(ambigüedad, vaguedad, enunciados demasiado largos), y de
recomendaciones generales (elaborar enunciados breves,
claros y precisos) sin proporcionar una metodología que permita
hacerlo.
Muchas de esas recomendaciones se han limitado a incorporar
en los manuales de técnica legislativa las reglas establecidas
por las academias de la lengua, sin entender con claridad a qué
obedecen esas reglas. La normatividad gramatical, lo mismo
que la jurídica, tiene objetivos y es necesario conocerlos para
entender de qué manera operan; por lo que resulta poco útil
remitir o transcribir reglas sin una clara explicación de a qué
responde cada una de ellas. para elaborar enunciados breves,
claros y precisos se necesitan herramientas lingüísticas de
análisis que permitan entender los niveles léxico, morfológico,
sintáctico, semántico y pragmático.
Hay que mencionar que la falta de participación por parte de
los lingüistas en la actividad legislativa se debe también al
escaso, casi nulo, interés por parte de estos en participar en un
espacio y en una actividad que les resultan poco conocidos, y
que no han visto como un objeto de estudio lingüístico ni como
un ámbito de aplicación de los conocimientos de la materia.
tratando de contribuir un poco a llenar ese vacío, este
trabajo tiene por objeto dar a conocer parte de la metodología
de un análisis lingüístico que puede contribuir a mejorar el
trabajo de redacción de leyes, específicamente en la
elaboración de enunciados que sean breves, claros y precisos.
de la tarea legislativa es crear normas unívocas y
comprensibles para el sujeto destinado a cumplirlas; se trata de
cualidades indispensables para, por un lado, dar certeza jurídica
a los gobernados, y por otro, facilitar la observancia de las
mismas; en este sentido, está pensado y desarrollado desde el
punto de vista del asesor técnico que ha de concretar en un texto
escrito las ideas vertidas por el legislador en relación con las
decisiones tomadas respecto de la previsión o solución de un
problema.
Ya se ha señalado que el aspecto político juega un papel fun-
damental en el proceso de elaboración de normas, pero una vez
alcanzados los acuerdos de esta naturaleza, en la redacción de
los enunciados ha de predominar el conocimiento experto en
cuanto a la correcta codificación de los mensajes y la adecuada
inserción en el cuerpo normativo del que formarán parte. por lo
anterior, no hay manera de desligar la teoría de la legislación
de la técnica legislativa; es por eso que, una vez expuesta y
entendida la primera, es indispensable abordar el conocimiento
de la segunda.
Si bien el manejo de la técnica legislativa es propio del
dominio de los cuerpos de apoyo de los congresos y
parlamentos, no está de más que el actor político, que es quien
finalmente decide la forma en que se fijan las normas, también
la maneje; no hay que ignorar que incluso en la creación de
normas que satisfagan intereses políticos este dominio es
necesario, por lo que las directrices que aquí se presentan serán
de utilidad tanto para el cuerpo técnico como para los actores
políticos.
Dado que esta parte del libro se centra en la naturaleza
lingüística de los enunciados normativos, para facilitar la
comprensión de la misma, la reflexión y concientización
empezarán haciendo referencia a las características de la
adquisición de este conocimiento, es decir, a la manera en que
los miembros de una sociedad desarrollan la capacidad de
comunicarse mediante un código simbólico articulado al adquirir
la lengua del entorno en el que viven.
visto lo anterior, se pasará al análisis de los niveles de estruc-
turación de las lenguas naturales o sistemas lingüísticos para
ubicarlos que serán abordados con el objeto de exponer e
ilustrar los elementos que deben ser atendidos para elaborar
enunciados normativos breves, claros y precisos.
La exposición de esos elementos empieza con el análisis
léxico-semántico de la lengua, centrando la atención en el
léxico, es decir, en la palabra, la cual “… desempeña un papel
tan crucial en la estructura de la lengua, que precisamos de una
rama especial de la lingüística para examinarla en todos sus
aspectos. Esta rama se llama lexicología…” su análisis se
extiende a los morfemas, unidades mínimas con significado que
configuran las palabras y que permiten la formación de nuevos
vocablos
Interpretación e integración de la
norma jurídica
Interpretar la norma es extraer de ella el significado que
encierra, entender a cabalidad los alcances de sus supuestos y
establecer la posibilidad de que sea aplicada a determinados
hechos de relevancia jurídica. De modo tal, que la labor del
intérprete es encontrar en la ley el supuesto que ajuste y
sancione los hechos que tiene ante sí. No obstante, existen
ocasiones en que la solución no se encuentra en el texto
normativo. En dichos casos estamos ante lagunas en la ley y es
preciso recurrir a la integración. Entendemos por ésta última el
conjunto de métodos que el intérprete (en particular el juez)
debe utilizar para encontrar una respuesta que no previó el
legislador. Dicho con otras palabras, ante una laguna jurídica el
intérprete integra, en decir, completa el derecho; creando una
solución donde antes no existía. Para realizar las operaciones
de interpretación e integración se han propuesto diferentes
metodologías; a continuación revisaremos algunas de las más
influyentes en nuestro medio. La escuela de la exégesis surgió
como una consecuencia de la publicación del Código Napoleón
(1804). De acuerdo con los autores de esta corriente, para
interpretar una ley se debe estar en primer lugar al análisis
gramatical. Si por esta vía no se obtienen resultados, el
siguiente paso consiste en averiguar cuáles eran las verdaderas
intenciones del legislador al dictar la norma, para ello los
exegetas aconsejaban acudir a los borradores del proyecto, la
iniciativa de ley o las discusiones del cuerpo legislativo que la
votó. En última instancia y sólo en caso de que el segundo paso
fallara, podía el juez acceder a medios interpretativos por
analogía o a los principios generales de derecho. Tan estricta
concebía esta escuela la interpretación de la ley, que llegaron
a proponer que cuando a un juez se le presentara un caso cuya solución
no estuviera expresamente prevista, o que no pudiera ser deducida a
partir de los elementos que esta misma proporcionaba, entonces debía
rechazar la promoción negándose a resolver Tanta rigidez causó una
reacción. Para fines del siglo XIX, igualmente en Francia, salieron a la luz
los trabajos de F. Geny, quien fue uno de los primeros juristas que ponen
en duda los postulados de la escuela de la exégesis. Para este autor el
primer paso para la interpretación de una norma también es el análisis
gramatical, sin embargo niega la plenitud del orden jurídico, con lo cual
admite la existencia de lagunas en la ley. En tal caso, el juez para
encontrar la solución no sólo interpreta, sino que se ve en la necesidad
de integrar la norma. Como más arriba se dijo, debemos entender por
integración el conjunto de métodos y procedimientos que permiten al
jurista, especialmente al juez, hallar una solución jurídicamente adecuada
en los casos en que el sistema normativo no la contempla. Por tanto,
podemos decir que Geny considera la consulta de los documentos
legislativos y la analogía como medios de integración de la norma, no de
interpretación, pues únicamente puede interpretarse un texto que
realmente existe, no uno que no existe. En este supuesto el juez actúa
más como legislador que como simple interprete, ya que al integrar la
norma debe tener en cuenta consideraciones lógicas, políticas o
económicas que seguramente el propio legislador tendría. Geny fue
secundado en Alemania por juristas como Ehrlich, Radbruch y
Kantorowicz, quienes suelen ser comprendidos en la llamada Escuela del
Derecho Libre. Esta corriente repudia la tesis de la suficiencia absoluta de
la ley, al tiempo que admite la existencia de otras fuentes y se pronuncia
por una revaloración del papel de los jueces; quienes en su opinión,
realizan una labor creadora similar a la del legislador. La vuelta al
formalismo es personificada por Hans Kelsen. Sin embargo, esta
afirmación precisa ser matizada; pues su postura sólo coincide con la de
los exegetas en cuanto considera a la ley como la principal fuente de
derecho. La diferencia estriba en que para Kelsen las lagunas jurídicas
son imposibles, e indica que si la ley no prevé un supuesto no es por
omisión sino porque efectivamente así lo quiso el legislador. En caso de
que un sujeto intente ejercer una facultad que no esté contemplada en la
ley, la solución lógica es que su pretensión sea desestimada; lo que de
ningún modo significa que el juez se esté negando a resolver, pues lo que
realmente está haciendo es sancionar la ausencia de acción del que
promueve. En todo caso, el juez debe seguir la ley concediendo o
negando la pretensión conforme a lo que aquella tiene previsto Esta
postura formalista es atemperada por el mismo Kelsen, quien estima que
el juez (y cualquier otro operador jurídico) en modo alguno realiza una
labor mecánica, pues las propias normas suelen dejar una buena cantidad
de elementos que el sujeto que las aplica debe libremente determinar; ya
sea que el legislador intencionalmente así lo haya previsto, o que todo se
deba a un accidente o error de técnica legislativa. No obstante,
irremediablemente han de existir esos espacios de libre determinación
para el interprete. Para Kelsen el derecho es entonces un marco que
admite diversas posibilidades de interpretación, la mayoría de ellas
igualmente válidas. Es más, considera que no existe lógica o
jurídicamente método alguno superior a otro; por ello, cuando el intérprete
aplica una norma más que un acto racional lo que realiza es un acto
volitivo. Atemperando su propia postura Kelsen se pronuncia por la
necesidad de que el legislador o cualquier otro creador de norma (el juez
o el funcionario administrativo), se esfuercen por concebir fórmulas lo más
exactas que les sea posible, pues en su opinión solo de esta manera se
pueden reducir los márgenes de indeterminación que amenazan el
principio de seguridad jurídica que todo sistema jurídico debe perseguir
Sin duda, la propuesta metodología de Kelsen abrió las puertas para que
a fines del siglo XX, se desarrollaran las tesis según las cuales la certeza
jurídica es un mito, reflejo más de las necesidades sociales y políticas,
que de las posibilidades lógico-jurídicas.
EL ANÁLISIS ECONÓMICO
DEL DERECHO
El análisis económico del derecho (AED) es una forma de estudiar
al derecho que difiere de las formas tradicionales. A través de este
tipo de análisis se pretende el uso de las herramientas económicas
para analizar sistemas normativos, teniendo como principal
objetivo la búsqueda de la eficiencia en los sistemas legales.
Eficiencia
Seguramente al leer la palabra eficiencia muchos abogados
empezarán a cuestionar este tipo de análisis, y es que parece haber
una gran resistencia por parte del gremio de adoptar términos tales
como eficiencia, por considerarlos como antónimos, o por lo menos
ajenos al concepto de justicia. Al respecto, hemos de decir que la
eficiencia no es un fin en sí mismo sino un medio para lograr los
propósitos del sistema normativo, al hecho de que se alcancen los
fines del sistema a un menor costo. Los fines del sistema estarán
dados por circunstancias ajenas al AED. Por lo tanto, si asumimos
que el sistema legal tiene como fin la justicia, por ejemplo, a través
del AED se pretenderá la eficiencia del sistema normativo con el
objeto de que alcance de la mejor forma su fin, que es la justicia en
este caso. Al hablar de AED, no se hace referencia a crear un sistema
legal sin nociones de justicia; la economía no fija objetivos; al hablar
de AED se habla de la utilización de herramientas objetivas de
análisis para observar lo que en realidad está sucediendo con el
sistema jurídico y una vez observado esto, contrastarlo con el
objetivo original y así, de esta manera, mejorarlo y acercarlo al
objetivo planteado.
El enfoque económico
La primera cuestión a resolver es señalar por qué la economía
sí sirve, para entonces aplicarla al estudio de sistemas
normativos. Una definición tradicional de economía es la que
la describe como ciencia de la elección racional en la que
individuos con determinados objetivos maximizan su utilidad
minimizando sus costos, dados los recursos escasos.
Partiendo de esta definición podemos decir que el AED
también presupondrá esta racionalidad de los individuos, lo
que nos lleva a la interrogante de si la racionalidad que
presuponemos del individuo es absoluta. Al respecto debemos
decir que no existe evidencia empírica que demuestre que los
individuos actuamos en todo momento de forma racional, es
decir, se acepta que los individuos actuamos de forma
irracional en determinadas ocasiones. Sin embargo, sabemos
que sí existe evidencia empírica de que los individuos, si bien
no nos comportamos de forma racional en todo momento,
también lo es que sí lo hacemos la mayor parte del tiempo. En
este sentido, suponiendo que los comportamientos racionales
se pueden predecir y los irracionales no, con que actuemos
por lo menos la mitad del tiempo en forma racional entonces
estaremos en posibilidad de predecir el comportamiento de los
individuos por lo menos la mitad del tiempo (lo que es mejor
que nada). Dicho lo anterior la respuesta a la pregunta de
¿para qué sirve la economía? es: la economía sirve para
predecir el comportamiento de individuos racionales que, en
respuesta a los costos impuestos a su actuar modifican sus
conductas. Suponiendo el comportamiento racional real de
estos individuos podemos decir que la economía sí sirve para
predecir por lo menos algunas de las conductas de los
individuos. Así, con el AED se pretende entender sistemas jurídicos
analizando las consecuencias que estos producen en un mundo en el que
individuos racionales ajustan su actuar a las reglas que los rigen. El
enfoque económico se da en dos direcciones, por una parte, es una forma
de evaluar las reglas jurídicas, de decidir qué tanto ayudan a conseguir el
objetivo para el cual fueron creadas y por otra parte al considerar a la
norma como herramienta para lograr propósitos, es decir, como normas
que generan distintas clases de incentivos en sus destinatarios, decidir y
proponer las reformas necesarias para que se logren los objetivos del
sistema de manera eficiente. A estos dos enfoques se les conoce en la
literatura como análisis positivo el primero y normativo el segundo.
El AED parte del supuesto que todos y cada uno de los individuos se
comportan de tal forma que buscan maximizar sus beneficios. Sin
embargo, al hacerlo necesariamente tienen que considerar la existencia
de estructuras tales como los sistemas normativos, actuando estos
últimos como restricciones a su actuar. Por otra parte, el derecho es un
sistema a través del cual se pretende la realización o no realización de
ciertas conductas por parte de los individuos, es decir, el derecho
restringe o estimula determinadas conductas. Es así como el AED sugiere
que las reglas legales deben ser juzgadas tomando en consideración la
estructura de incentivos que crean y por las consecuencias que esto
genera en el comportamiento de individuos que en respuesta a esos
incentivos modifican su comportamiento.
Entre las ventajas que otorga este tipo de análisis, se puede decir que se
resumen en la incorporación al derecho de herramientas objetivas dadas
por la economía cuyo uso permite sistematización, mayor capacidad
explicativa y apoyo empírico creciente. De esta forma se da un constante
estudio de lo que la norma produce o deja de producir en determinadas
circunstancias y permite lograr eficientemente estas metas. Es así como
se puede concluir que el AED permite contar con un análisis científico de
la ley que permita valorar de forma objetiva los sistemas legales.
LA INFORMÁTICA
JURÍDICA
La informática en general (y la jurídica dentro de ella) versa sobre el
registro, la recuperación, el manejo y la transformación de la
información, especialmente cuando se lo hace por medios electrónicos.
La filosofía del derecho, por su parte, contiene reflexiones acerca del
concepto de derecho, la controvertida estructura del fenómeno jurídico,
el modo de relacionarlo con la realidad social y, según muchos, la
manera de vincular los temas anteriores con el arte de distinguir lo
bueno de lo malo y lo justo de lo injusto. En la superficie, se trata de
campos del pensamiento completamente diferentes; pero, si se
profundiza el análisis de los conceptos, empiezan a aparecer entre ellos
vínculos muy significativos. Uno de esos vínculos se manifiesta en la
parte más abstracta del marco teórico. La informatics suele plantearse
como indisolublemente relacionada con el empleo de computadoras,
pero una mirada más amplia podría revelar que estas máquinas son
parte de los últimos desarrollos tecnológicos en el manejo de la
información: antes que ellos aparecieran, ya disfrutábamos técnicas
informáticas en sentido lato, como los tomos e índices de repertorios de
leyes y jurisprudencia, los ficheros, los expedients (ese invento
tradicional y utilísimo que mantiene encuadernados y en cierto orden los
escritos y demás referencias relacionados con un mismo proceso o
asunto), la imprenta, verdadera revolución en el tratamiento y la
transmisión de la palabra, e incluso la escritura, técnica que permitió
una conservación de la memoria incomparablemente más perfecta que
la que se estilaba en la tradición oral. Si se considera la técnica en
perspectiva histórica, la Ley de las Doce Tablas podría identificarse
como un gran hito en la informática jurídica occidental: un cambio que
inauguró el camino, tantas veces recorrido hacia delante y hacia atrás,
de la democratización del derecho pero en su momento consistió en el
simple hecho de poner las palabras de la ley a disposición de quien
quisiese leerlas.
En la otra cara de la comparación, conviene advertir que lo único que
no es dado es el contenido de nuestras sensaciones, que son
información en el estado más bruto posible. Para desarrollar nuestro
pensamiento es indispensable cumplir varias etapas de elaboración:
relacionar las sensaciones para convertirlas en percepciones, identificar
y delimitar los objetos percibidos de acuerdo con nuestra mirada (que
no es otra cosa que la atención dirigida a un segmento de lo que
vemos), clasificar los objetos previamente delimitados y, a partir de allí,
ascender por una interminable escalera de grados sucesivos de
abstracción que, unidos a las sensaciones por un vínculo cada vez más
lejano y tenue, pero siempre subsistente, nos habilitan para hablar de
la realidad, entender el modo de ponerla a nuestro servicio y debatir
entre nosotros una multitud de pareceres y opiniones. Todo Este
andamiaje teórico, producto de la elaboración humana a lo largo de
los siglos, constituye en sí mismo un complejo medio para organizar la
información básica que no es dada y convertirla en conceptos,
hipótesis, ideologías y propósitos. Una parte de tal construcción es lo
que llamamos derecho, aunque a veces no estemos de acuerdo acerca
de la manera de identificar ese segmento ni de construir su estructura
teórica. Desde este punto de vista dotado de una perspectiva muy
amplia, la informática, la filosofía en general y los vínculos de una y otra
con el ámbito jurídico parecen distintas variantes y enfoques de un
mismo fenómeno: el tratamiento de la información dirigido a la
satisfacción de nuestros objetivos.
Es posible, desde luego, objetar que casi nunca nuestro pensamiento
se remonta hasta una altura desde donde puedan divisarse aquellas
semejanzas y que nuestros intereses inmediatos son el conocimiento y
la aplicación del derecho, acaso con la ayuda de computadoras.
Aun en este nivel menos abstracto, la relación entre los dos campos
de pensamiento es más intensa de lo que suele pensarse. El uso de los
ordenadores (con su requisito, la elaboración de programas) tiene
condiciones muy estrictas: la máquina depende de criterios exactos y
no es capaz de comprender instrucciones vagas ni metafóricas. El
pensamiento jurídico, en cambio, viene transitando desde siempre un
camino distinto, lleno de conceptos como justicia, razonabilidad, abuso,
discreción, casuismo, ponderación y otros igualmente vagos cuyo
contenido se halla sujeto en la práctica a decisiones humanas,
subjetivas y por lo tanto controvertibles. La informática, aun en su
aspecto más pedestre, se convierte de este modo en un de- safío para
los abogados, jueces y juristas: la máquina está en condiciones de hacer
casi cualquier cosa que le pidamos, pero ¿estamos nosotros en
condiciones de pedirle lo que queremos de un modo que la máquina
sea capaz de procesar? La obvia respuesta negativa a esa pregunta
se convierte en un impulso para la transformación de la técnica jurídica;
no de la técnica electrónica, sino de la que anida en nuestros muy
humanos cerebros. Esta razón, más aún que la expresada al principio,
es la que atribuye gran importancia al conocimiento de la informática
jurídica en el marco de la filosofía del derecho. Por ese motivo, Este
capítulo tratará de modo sintético los aspectos puramente tecnológicos
del tema —sujetos a constantes cambios para poner el acento en su
influencia sobre la Concepcion misma de la práctica jurídica.
LA INFORMÁTICA Y SU
INTRODUCCIÓN EN EL DERECHO
1-La evolución de las máquinas
Un escritor de origen holandés, Hendrik van Loon, señaló hace muchos
años que los avances técnicos del hombre pueden verse como
prolongaciones del cuerpo humano. Así, el pie se extiende al carro, a la
bicicleta, al ferrocarril, al automóvil y al avión; la mano, a la grúa o a la
excavadora mecánica; la piel se proyecta en la vivienda, el ojo, en el
microscopio y en el telescopio. Ahora podemos extrapolar esas
comparaciones: el cerebro se ve prolongado en las actuales máquinas
de pensa
Estas máquinas pueden rastrearse muy atrás en el pasado. El ábaco
con el que los niños aprendían a contar (y con el que los chinos hacen
complejos cálculos) tiene un rudimento de memoria: las bolillas que
quedan a un lado son las que ya hemos sumado, y permanecen a la
vista para que, voviendo a contarlas, averigüemos el total de la suma.
En el siglo XVI, Muhammad Ibn Musa al-Khwarizmi descubrió un
método para resolver problemas de álgebra. De allí proviene la palabra
“algoritmo”. En el siglo siguiente apareció la regla de cálculo,
instrumento sencillo que los ingenieros empleaban hasta la aparición
de las calculadoras portátiles, en el último cuarto Del siglo XX.
En 1641, Blas Pascal, que por entonces contaba con diecinueve años,
construyó la primera máquina de sumar, la Pascaline, fundada en el
movimiento de ruedas combinadas de tal modo que una vuelta completa
de cada una de ellas hiciese girar la anterior en un décimo de vuelta.
Leibniz, a partir de 1671, intentó construir una máquina de multiplicar. En
1801 el francés Joseph-Marie Jacquard creó un telar capaz de tejer
automática- mente distintos dibujos, según las instrucciones contenidas
en una tarjeta perforada, con lo que se convirtió en precursor de la
memoria programable a la vez que su apellido quedaba asociado hasta
hoy a cierta clase de tejido. Su experiencia fue retomada en 1834 por el
inglés Charles Babbage: él proyectó una máquina analítica que podría
resolver problemas matemáticos de acuerdo con el programa de las
tarjetas perforadas pero, además, retroalimentarse con las soluciones
obtenidas para resolver a partir de ellas problemas más complejos. El
aparato nunca se construyó físicamente, pero la idea sirvió de base para
la construcción de computadoras, cuando las piezas mecánicas
imaginadas por Babbage pudieron reemplazarse por otras electrónicas.
Eso sucedió entre 1939 y 1941, cuando el norteamerica- no Howard Aiken
proyectó un computador universal compuesto por relés electromagnéticos.
La máquina se llamó Mark I y era capaz de concluir una sencilla operación
matemática en tres décimas de segundo. En 1946 los relés fueron
sustituidos por válvulas electrónicas (como las de las antiguas radios): las
máquinas ya no dependían del movimiento de interruptores
electromecánicos, sino del flujo de electrones, y la velocidad de respuesta
se medía ya en milésimas de segundo. El prototipo ENIAC (Electronic
Numerical Integrator and Computer) pesaba treinta toneladas y generaba
tanto calor que requería un sistema de refrigeración tan grande como él.
Pero la evolución no se detuvo nunca: llegaron la fabricación en serie, el
cambio de las válvulas por transistores y de estos últimos por circuitos
integrados; la difusión universal de las computadoras personales y el
desarrollo de los microchips. El nivel de integración fue elevándose de
modo exponencial y hoy en día disponemos de computadoras portátiles
cuya velocidad de respuesta se mide en ínfimas fracciones de
microsegundo y cuya capacidad de cálculo no habría sido siquiera
imaginada apenas veinte años atrás
2-Inteligencia natural, inteligencia artificial
En algún momento de esa evolución, se introdujo en nuestro lenguaje
una expresión inquietante: “inteligencia artificial”. Es inquietante, en la
superficie de nuestra mente, porque evoca en nosotros oscuros temores
ilustrados con historietas o filmes de antaño, en los que los robots
malignos intentaban destruir la Tierra y esclavizar al hombre hasta que
eran vencidos por un héroe inevitablemente hecho de carne y hueso.
En un nivel más pro- fundo, también porque el hombre es un animal tan
celoso de su prestigio autorreferente que trata de reservar para sí el
privilegio de lo que pueda llamarse inteligencia, aun a costa de negar
esa condición a perros, caballos, delfines y otros animales que
indudablemente son capaces de pensar y de sentir, aunque a su
manera. Abordemos, pues, el problema desde su vertiente menos
dolorosa, que es la de las máquinas.
En general, se entiende por inteligencia artificial la capacidad de un
sistema informático (hardware más software) para reproducir, imitar o
ejercer alguna de las funciones que suelen atribuirse a la inteligencia
humana.
¿Cuál función? He ahí la fuente de las divergencias. Con la
discrecionalidad propia de las clasificaciones y de las enumeraciones,
es posible identificar tres acepciones (o subacepciones) del concepto:
una débil, otra mediana y una última fuerte.
Los menos exigentes llaman inteligencia artificial a cualquier
operación que no parezca demasiado rutinaria: la búsqueda de una
información entre muchas otras a partir de varios datos no relacionados
entre sí, la simulación de un diálogo con el operador mediante un
sistema complejo de opciones son ejemplos de inteligencia artificial en
esta primera línea de pensamiento, en nuestros tiempos prácticamente
abandonada.
Otros utilizan la expresión para designar cualquier programa capaz
de almacenar numerosos datos de una determinada especialidad del
conocimiento y presentarlos, frente a una consulta, aproximadamente
como lo haría un experto humano. Por eso es habitual llamarlos sistemas
expertos. En este sentido se atribuye inteligencia artificial a los sistemas
expertos en medicina (como los que acercan un diagnóstico a partir de
los signos y síntomas que se les relatan), en geología (capaces de
extraer conclusiones acerca de la estructura del suelo – y hasta de
indicar la probable existencia de petróleo a partir del análisis de
fragmentos de roca) o en ingeniería (por ejemplo, los que practican
cálculos de hormigón armado).
Pero en la actualidad es cada vez más común el uso de la acepción
más exigente: la que reserva el nombre de inteligencia artificial para los
sistemas capaces de aprender de la realidad, mediante el procedimiento
del ensayo y el error. Tales sistemas no dependen enteramente de la
fijación de pautas por el hombre: una vez establecido un objetivo e
introducidos algunos parámetros acerca del tipo de procedimientos
admisibles para alcanzarlo, el programa intenta distintos caminos o
combinaciones de caminos, retiene los que dan mejor resultado y
desecha los que se demuestran inútiles. De un sistema así es posible
afirmar, en alguna medida, que investiga por su cuenta y pone en práctica
los resultados obtenidos En este punto se interpone casi siempre el
prurito antropocéntrico según el cual las máquinas no piensan. En la
década de 1970 se afirmaba, en apoyo de esta tesis, que una
computadora jamás podría escribir un poema ni jugar aceptablemente
al ajedrez, pero en esos mismos años aparecieron poemas escritos por
computadoras y ya en 1996 un ordenador, llamado Deep Blue, le ganó
una partida al campeón mundial de ajedrez Garry Kas- parov. En
nuestros días está avanzando un proyecto internacional, llamado Blue
Brain, que propone una “ingeniería inversa” del cerebro: en lugar de
construir máquinas que poco a poco se acerquen a las funciones
cerebrales, investigar y deconstruir las funciones cerebrales para
reproducirlas artificialmente. Según parece, ya Han llegado al nivel Del
cerebro de la rata y siguen en pos del nivel del gato y, luego, del primate.
Si se contempla el debate sobre el pensamiento de las máquinas con
alguna perspectiva histórica, es posible advertir un parecido con la
negativa del pensamiento de los animales (de los que, contra toda
verificación, se dice que no razonan y solo actúan “por instinto”), la
tardía admisión por los teólogos del alma inmortal de las mujeres y el
largo período en el que los pueblos originarios americanos, y después
los africanos, fueron tenidos por infrahumanos.
Si la cuestión se examina desde una perspectiva amplia, los límites de
la inteligencia artificial pierden dramaticidad al advertirse que
constituyen matices de un continuo. En efecto, las funciones del
ordenador consisten en recibir datos (traducidos en última instancia al
lenguaje absoluto que rige el funcionamiento de los circuitos),
almacenarlos, compararlos y presentar los resultados de esa
comparación, retraducidos a un lenguaje comprensible para el operador
o usuario. La comparación meollo de la actividad descripta, no es otra
cosa que un juicio. Este juicio puede ser sencillo y sujeto a reglas muy
bien conocidas, como “cinco es mayor que cuatro”; en tal caso su
formulación nos parece un simple cálculo. Si la estructura del juicio se
hace más complicada, y especialmente si no estamos habituados a
analizar y a hacer explícitas las reglas que lo rigen, la función de la
máquina empieza a parecernos más misteriosa (para nosotros, no para
el programador que conoce exactamente los pasos que ha
encomendado a la computadora). Si las instrucciones que se dan al
ordenador son sabiamente generales, diseñadas para que de ellas y de
otros datos de orden fáctico el sistema induzca las reglas que han de
presidir su juicio en ciertos casos futuros, nos maravillamos ante la
capacidad de aprendizaje del ordenador. Pero todo es cuestión de la
mayor o menor complejidad o generalidad de las instrucciones: en el
fondo siempre se cumple la misma función, aunque se la repita miles
de veces y se la combine de diferentes y sucesivas maneras.
Si nuestra comprensión (que es también autocomprensión) llega a este
punto, empezamos a advertir que la inteligencia es un continuo en el que
el ser humano figura rodeado de otros entes que participan en él de
distinta manera (perros, moscas, amebas, computadoras) y que el
orgullo de creernos los únicos entes “inteligentes” del universo se fundan
más en una mezcla de antropocentrismo y religión que en una definición
desapasionada- mente útil de la palabra en cuestión.
3- A la conquista del derecho
El perfeccionamiento (y abaratamiento) del hardware, como se llama al
so- porte físico encargado de ejecutar los programas (software)
introdujo la informática en todas las actividades humanas, hasta tal
punto que los niños asisten al colegio provistos de un teléfono portátil
que es, en sí mismo, una computadora de notable potencia.
El mundo del derecho, de talante tradicionalmente conservador, recibió la
novedad con cierto retraso pero de manera inevitable. El uso de ordena-
dores fue incorporándose por etapas que, a la vez, representan las
funciones a desempeñar. Ellas pueden clasificarse en tres subespecies
de la in- formática jurídica: la documental, la de gestión y la decisoria. En
este aspecto, conviene dejar a salvo la relatividad de esta distinción; en
primer lugar, porque toda clasificación tiene el valor que le asignemos en
función de su utilidad teórica (que depende, a su vez, de la finalidad
práctica que se per- siga); pero también porque, como veremos, aquellas
subespecies integran un continuo en el que es difícil trazar límites precisos
La informática documental es la parte de la informática jurídica que
persigue el almacenamiento de datos (leyes, decretos, resoluciones,
fallos judiciales u otros documentos jurídicos, así como referencias
acerca de ellos o información bibliográfica) y su clasificación de acuerdo
con criterios apropiados para su recuperación rápida y oportuna. Tiende
a cumplir por medios electrónicos lo que manualmente se hacía con
tomos de legislación, repertorios de jurisprudencia u otras publications
de consulta, también dotadas de nomencladores e índices minuciosos.
Esta es la primera manifestación de la informática jurídica, manifestada
por la creación de grandes bases de datos, y fue bastante bien recibida
por los operadores del derecho, que vieron en ella una ayuda valiosa.
Hoy en día, el debate sobre métodos de clasificación y canales de
búsqueda, que dominaba el pensamiento de los especialistas en las
décadas de 1970 y 1980, se ha visto superado por la eficiencia de los
buscadores automáticos en el ámbito de Internet.
La informática de gestión es el segmento de esta disciplina que busca
elaborar nuevos datos a partir de los que se almacenan y presentarlos
bajo una nueva forma a fin de cumplir necesidades o funciones
jurídicas. Se trata aquí de realizar por medios informáticos lo que antes
hacían manualmente los empleados de oficinas (estudios jurídicos,
tribunales, registros, escribanías): esto es comparar datos, ordenarlos,
anotar semejanzas y diferencias, computar plazos, hacer cálculos,
emitir documentos y cumplir, en general actividades más o menos
rutinarias pero que requieren una buena dosis de elaboración. La
informática de gestión tardó bastante en incorporarse a las oficinas
jurídicas privadas y fue objeto de notable resistencia en el ámbito
judicial: los funcionarios de mayor experiencia la consideraban una
complicación, no tenían deseos de aprender nuevos métodos y
preferían los procedimientos manuales, que dominaban bien. Muchos
magistrados, a su vez, desconfiaban de las computadoras en nombre
del humanismo y, no sin mucho secreto, temían que un día las
máquinas llegasen a desplazarlos o, en ciertos casos, a poner de
manifiesto sus propias falencias. Casi todas las oficinas judiciales
cuentan hoy en día con computadoras, pero las funciones asignadas a
programas informáticos son muy desiguales: en algunos ámbitos se han
desarrollado sistemas avanzados, en tanto otros emplean los
ordenadores como poco más que máquinas de escribir perfeccionadas.
La informática decisoria, a su vez, es la etapa de la informática jurídica
que procura proponer o adoptar soluciones apropiadas para casos
concretos que se le planteen, valorando los datos de cada problema por
comparación con los criterios de decisión que se le hayan provisto. En
otras palabras, trata de hacer por medio del ordenador lo que con su
cerebro han hecho siempre los encargados de adoptar decisiones
jurídicas, especialmente cuando se trata de resoluciones de rutina,
sujetas a criterios uniformes y suficientemente conocidos. Esta versión
de la informática jurídica, cuyos primeros antecedentes teóricos y
experimentales se remontan a la década de 1970, permanece sin
embargo en el limbo de las reflexiones teóricas y de los proyectos más
o menos utópicos. Genera un rechazo generalizado entre los
operadores jurídicos, que temen con alguna razón que los sistemas
informáticos los destituyan de su jerarquía y consideración actua- les y
a la vez sostienen con mucha menos razón que cualquier idea de
informática decisoria está destinada al fracaso por incapacidad de los
sis- temas de computación para considerar y valorar todas las
circunstancias relevantes de cada situación.
Como se había adelantado, no debe creerse que cada una de
aquellas divisiones de la informática jurídica se halle claramente
separada de las otras: todas ellas buscan, en definitiva, cumplir una
misma función, que consiste en recibir informaciones, elaborarlas de
acuerdo con un programa y ofrecer al operador de derecho el producto
de tal elaboración. Las diferencias, meramente cuantitativas, residen en
el grado de complejidad de los criterios de elaboración contenidos en
los programas. En la informática documental, la información se
devuelve en la misma forma como fue recibida: la elaboración está
principalmente destinada a facilitar la recuperación mediante canales de
búsqueda adecuados a la práctica y a las necesidades del usuario. La
informática de gestión modifica la información que se le proporciona y
adopta acerca de ella numerosas decisiones (casi siempre bastante
obvias, pero decisiones al fin) para ofrecer los resultados apetecidos.
La informática decisoria, por su parte, hace germinar la semilla
contenida en las etapas anteriores y, a partir de criterios de elaboración
mucho más complicados, procura ofrecer soluciones que acaso nos
parezcan con- trovertibles. Si tal controversia ha de plantearse – es
preciso señalar este punto – ella debería centrarse en la inexactitud de
la información inicial o en el desacuerdo acerca de los criterios de
decisión establecidos: si el siste- ma funciona correctamente, la relación
entre datos, criterios y solución es tan matemática como en las
prestaciones de cualquier otra forma de in- formática, jurídica o
extrajurídica.
Tal es, por cierto, la condición de cualquier cálculo matemático,
presidido por un algoritmo: si el resultado no es satisfactorio, puede ser
que hayamos empleado un algoritmo inadecuado o que los datos con
los que iniciamos el cálculo fueran errados. A ningún matemático se le
ocurre condenar en general el empleo de algoritmos. En cambio,
abogados, jueces y juristas tienen el hábito de criticar las matemáticas
cada vez que están en desacuerdo con una solución numérica. Por qué
sucede esto y qué grado de justificación ha de atribuirse a esta actitud
será materia de análisis en adelante, porque estas preguntas guardan
intensa relación con la utilidad teórica de la informática jurídica en el
seno de la filosofía del derecho.
4-El sistema binario y la pretensión de exactitud
Si bien la computadora es una complicada máquina de pensar,
conviene recordar que, en su origen y en última instancia, es una
máquina de calcu- lar. El secreto de su eficiencia reside en una
alternativa tan sencilla como la que se encierra en la perilla de un
velador: por cada uno de sus circuitos, una corriente eléctrica puede
pasar o no pasar.
En efecto, imaginemos una persona privada del habla, que solo
tuviese a su alcance el interruptor de una lámpara. Si le formulamos
una pregunta que pueda contestar por sí o por no, el interrogado
encenderá la luz para afirmar y la apagará (o no la encenderá) para
negar. Claro está que semejante lenguaje deja mucho que desear: las
preguntas deben ser cuidadosamente escogidas para que las
respuestas sean inequívocas y el operador de la perilla se ve impedido
de contarnos por su propia iniciativa sus meditaciones metafísicas o la
historia de su vida. La situación, empero, puede mejorarse algo si
multiplicamos las lámparas y las perillas y convenimos un código en el
que la cantidad y el orden de las lámparas encendidas o apagadas
tengan asignados ciertos significados.
Cuanto mayor sea la cantidad de lámparas y cuanto más complejo
sea el código, tanto mayor será la capacidad de comunicación de
nuestro mu- do interlocutor. Desde luego, a partir de cierto punto
podemos hallar una solución muy satisfactoria: un número limitado de
lámparas (cinco, para ser exactos) permitiría asignar a cada
configuración el valor de una letra del alfabeto, y a partir de allí el
hombre de las perillas podría expresar cuanto se le antojara dentro del
amplísimo código lingüístico natural. Este modo de expresión también
se halla al alcance de las máquinas; pero la fuente de lo que haya de
expresarse o calcularse, que es el pensamiento, tiene para ellas una
limitación: por complejo y versátil que sea su programa, por numerosas
que sean las operaciones simultáneas de las que el ordenador sea
capaz, en la base de cada decisión, expresión o cálculo tiene que
haber