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Luego sostiene que existen salarios que se ahorran, y se agregan a los beneficios
para conformar el ahorro privado, S. Además, agrega el ahorro público:
impuestos (T) – gasto público (G); y el sector externo, exportaciones (X) –
importaciones (M). En términos de los cursos habituales de macro, se trata del
tradicional modelo se saldos sectoriales: (S – I) + (T – G) = (X – M) (*)
En cualquier caso, una cuestión central que subraya Roberts es que estas
identidades no muestran relaciones de causalidad: “las identidades no revelan la
causalidad y la causalidad es lo que importa”. Una afirmación que coincide con
lo que plantea Dornbusch, cuando sostiene que no existen argumentos para
sostener que uno de los saldos sectoriales, por ejemplo, el de la balanza
corriente, esté determinado por los otros dos (véase p. 26). Es que las
identidades de saldos, necesariamente, siempre se establecen simultáneamente
por la simple determinación de los beneficios, salarios y precios × cantidades.
suponiendo que el sector externo no varía, afirma que el aumento del déficit
público implica el aumento del ahorro neto privado (S – I). Pero si los saldos
sectoriales de la macro se establecen simultáneamente, no hay forma de derivar
de ellos implicaciones o relaciones causales.
A su vez, si, como hace Fullwiler, excluimos los salarios, los ahorros son
iguales a los beneficios. O sea, los beneficios después de la inversión son
iguales al déficit público (siempre considerando que el neto comercial no varía).
A partir de esta identidad, los poskeynesianos sostienen entonces que la
inversión genera el beneficio; y que el déficit público genera el ahorro privado.
De nuevo debemos señalar que a partir de las identidades de saldos sectoriales
los poskeynesianos están postulando relaciones de causa – efecto (a “genera” b),
que no están justificadas.
Por otra parte, y como señala Roberts, la identidad de Fullwiler es, en esencia, la
identidad básica de Kalecki: ganancia = inversión. Si se agrega la inversión
pública, tendremos que ganancia = inversión capitalista (o privada) + inversión
pública. De nuevo, lo importante aquí es la causalidad, que va de la inversión al
beneficio. Por lo tanto, según el enfoque de la TMM, si la inversión pública
aumenta (y podría aumentar todo lo que se quisiera, con el simple expediente de
la creación del dinero por parte del Estado), aumentan los beneficios. Roberts
subraya: para los keynesianos es la inversión la que causa los beneficios. O sea,
es el gasto de los capitalistas en inversión y consumo el que genera las
ganancias. Insistimos en que estamos ante una relación de implicación (de la
inversión al beneficio) sacada de unas identidades contables macro que en
absoluto la demuestran.
Garzón afirma luego que este razonamiento “se puede extrapolar al caso de los
beneficios y la inversión”. Esto porque “[s]i suponemos dos agentes
económicos, el superávit de uno de ellos es igual al déficit del otro”. Es que
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nadie “puede ahorrar si no hay al otro lado alguien que “desahorre”. En cambio,
para “desahorrar” no hace falta que haya alguien queriendo ahorrar, basta –en el
peor de los casos– con endeudarse o crear dinero, lo cual es siempre posible en
condiciones normales”. Criterio que aplica a las identidades macro descritas
más arriba, para concluir que, si bien el sector privado no puede “desahorrar”
indefinidamente (no tiene el poder para crear moneda, o de imponer su
utilización), el sector público “sí puede hacerlo porque emite la moneda que
utiliza y además impone por la fuerza su uso”.
Pero además, para que el comprador pueda ofrecer el dinero para adquirir el
bien tuvo que haber producido valor; o tuvo que haberse apropiado del valor
generado por alguna otra persona; o debe tener la capacidad de endeudarse (o
sea, debe tener crédito). En cualquiera de los casos, se pone en evidencia el
error de Garzón de considerar el acto de compraventa de forma abstracta.
Abstracto significa “separado”, “aislado”. Pero la explicación científica debe ser
concreta, esto es, tomar el conjunto de las relaciones que intervienen en la
determinación del acto singular de “compraventa”. Típicamente, esto significa
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comience el proceso. Pues bien, con ese razonamiento también pudo haber
escrito que la parte que gasta no puede por su cuenta iniciar el proceso ni
ingresar la mercancía, ya que necesita que alguien la haya puesto en venta. En el
mismo sentido, frente a la afirmación de Garzón de que la parte que gasta sí
puede decidir por su cuenta si va a gastar el dinero o no con la compra, también
se puede sostener que la otra parte puede decidir no producir para el mercado; o
no vender si el bien es duradero, etcétera.
Se trata del mismo error que cometen los monetaristas, y que ya Marx, o la
banking school, criticaron a Ricardo y los partidarios de la currency. Para
explicarlo en términos modernos, una tarjeta de crédito permite realizar una
compra, y en ese sentido constituye lo que Marx llamaba un “crédito
monetizado”; lo mismo ocurre con un pagaré, o un cheque posdatado, y
similares. Se trata de instrumentos de crédito que permiten realizar una función
del dinero, la de medio de cambio. Y esa función solo cierra en la medida en
que la compra a crédito sea saldada en términos de dinero “contante y sonante”,
esto es, con dinero que encarne valor. Pero esto es lo que no ocurre con la
tarjeta de crédito: por eso no puede ser medida de valor; ni reserva de valor o
medio de atesoramiento; y tampoco medio de pago. Naturalmente, si se tienen
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Esto es, en tanto la ley de Say viene a decir que toda oferta genera, en un lapso
relativamente corto de tiempo, su demanda correspondiente, la “ley de Say al
revés” da a entender que toda demanda genera su correspondiente oferta. Por lo
cual bastaría fomentar la demanda para que haya producción. Idea que es muy
conveniente para la TMM: la demanda se podría sostener a los niveles deseados
por el gobierno, ya que este siempre podría inyectar dinero creado ex nihilo por
el Estado. La cadena causal es: a) el aumento de la demanda provoca el aumento
de la producción (factor pasivo); b) la parte compradora, poseedora del dinero,
da lugar a la demanda (factor activo); c) el Estado crea todo el dinero necesario
para sostener la demanda.
La realidad, sin embargo, es que ni la ley de Say, ni su inversa, rigen en el modo
de producción capitalista. En cuanto a la ley en sí, y como anota Marx (en el
capítulo 3 de El Capital) , la simple introducción del dinero en la circulación
abre la posibilidad de que a las ventas no le sigan las correspondientes compras;
lo cual lleva a una crisis de sobreproducción. Y las crisis capitalistas
–sobreproducción generalizada- constituyen la mejor “negación práctica” de la
validez de la ley de Say.
Pues bien, a pesar de la importancia del asunto, Garzón no demuestra que exista
alguna manera lógica de “extrapolar” su tesis sobre la primacía de la demanda
(o la compra), a la relación entre beneficios e inversión. Y tampoco demuestra
que haya conexión lógica entre los beneficios y la inversión, por un lado, y su
afirmación de que “el superávit de un agente económico es igual al déficit de
otro agente económico”.
Sin embargo, y como ya hemos señalado, aquí estamos ante saldos sectoriales,
no de “agentes”, obtenidos, además, simultáneamente por el equilibrio general
entre sectores.
Razón por la cual no hay manera de aplicar esta identidad a la explicación de los
beneficios y su relación con la inversión. Más precisamente, y como ha señalado
Roberts, al utilizar los balances sectoriales macro las identidades de la TMM
dejan en la oscuridad el excedente bruto del beneficio. Esto es, el concepto que
significó una verdadera ruptura en la historia del pensamiento económico, por
parte de los clásicos (sobre esta cuestión, aquí). Toda la compresión científica
de la dinámica del sistema capitalista gira en torno a la relación entre la
plusvalía (la forma social que toma el excedente en la sociedad capitalista) y el
capital invertido. Pero esto es precisamente lo que queda borrado en el enfoque
de la TMM (y también queda borrado en el enfoque neoclásico).
En este punto la raíz de las diferencias radica en que el énfasis que puso Keynes
en la demanda deriva de su concepción del valor. Cuestión que a su vez enlaza
con las concepciones de Malthus, y su rechazo de la teoría del valor trabajo (a
fin de no prolongar el texto, dejo de lado la influencia de Marshall en Keynes).
Para entender el problema, recordemos que, según la teoría del valor trabajo, al
valor total generado en la producción le corresponde un poder de compra
potencial equivalente, que está en manos de los terratenientes, los empresarios y
los trabajadores. Esto significa que si los terratenientes, los empresarios y los
trabajadores ejercen sus poderes de compra respectivos, la producción se
venderá en su totalidad (de ahí que la explicación de las crisis por parte de Marx
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pasa por explicar por qué, en determinado momento, los capitalistas no ejercen
su poder de compra, o sea, atesoran, y la economía se precipita en una crisis).
Lo esencial es que, en esta concepción, la ganancia se genera en la producción
(es trabajo no pagado). O sea, no surge en la venta; en esta solo se realiza.
Pero esto plantea el problema de cómo es posible que los beneficios de los
capitalistas se originen por comprar barato y vender caro. En otros términos, la
pregunta es de dónde surge un mayor poder de compra general, con relación al
valor del producto ofertado. Marx plantea la cuestión en Teorías de la plusvalía,
al analizar la teoría de Malthus. Luego de señalar que en Malthus el “aumento
nominal del precio [en la venta] representa la ganancia”, pregunta “¿cómo se
realizará este precio? ¿Quién lo pagará? ¿Y de qué fondos se pagará?” (Marx,
1975, t. 3, p. 34). Algo similar anota Rubin: “¿De dónde viene ese exceso que
forma el beneficio? Malthus no da respuesta a esta pregunta. … piensa que el
beneficio es un recargo que el capitalista agrega al valor de la mercancía, a ser
pagado por el consumidor…” (1989, p. 297). Lo mismo plantea Bleaney;
cuando se dice que hay ganancia porque la demanda supera al producto, “parece
como si la demanda efectiva debiera venir de algún lugar extraño al sistema”
(Bleaney, 1977, p. 67).
Lo anterior nos permite entender, además, por qué los keynesianos dan
precedencia a la inversión sobre el beneficio. Es que, según Keynes, la inversión
está determinada por la eficiencia marginal del capital (un proxi a la tasa de
ganancia “a lo Marx”); la EMC, a su vez, está determinada por los ingresos
esperados por parte de los empresarios (además de los costos); esos ingresos
dependen de la demanda esperada; la cual depende del consumo y de la
inversión. Como la demanda determina –dados los costos- los beneficios, se
concluye que los empresarios obtienen beneficios en la medida en que deciden
invertir (y consumir). Y deciden invertir porque esperan que los beneficios sean
elevados. O, en palabras de Kalecki, los empresarios ganan lo que gastan. Desde
este punto de vista se plantea entonces el problema de por qué, en determinado
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Señalo por último que las críticas presentadas en esta nota complementan las
presentadas en anteriores entradas (que no veo que hayan sido respondidas al
día de hoy). En especial, sigue pendiente que algún defensor de la TMM
explique por qué la receta de la emisión monetaria “solución todo terreno” tuvo
tan poco éxito en Argentina, país que habría aplicado la receta (bajo el gobierno
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Bibliografía citada:
Bleaney, M. (1977): Teorías de las crisis, México, Nuestro Tiempo.
Chick, V. (1983): Macroeconomics after Keynes. A Reconsideration of the
‘General Theory’, University College, University of London.
Dornbusch, R. (1993): La macroeconomía de una economía abierta, Barcelona,
Bosch.
Downward, P. (2000): “A realist appraisal of post-Keynesian pricing theory”,
Cambridge Journal of Economics, vol. 24, pp. 211-24.
Garzón, E. (2019): “Réplica a Michael Roberts sobre el modelo macro de la
Teoría Monetaria Moderna”
https://www.elsaltodiario.com/dinero/economia-marxismo-replica-michael-robe
rts-modelo-macro-teoria-monetaria-moderna?fbclid=IwAR2rRH1_U45nuQIA7
5dcbWaDR1An5yJIM2E0xfuiSi7BvV84B9xPGeAK9Yc#.
Keynes, J. M. (1946): “Robert Malthus. El primer economista de Cambridge, en
Malthus, Principios de la Economía Política, México, FCE.
Keynes, J. M. (1986): Teoría general de la ocupación, el interés y el dinero,
México, FCE.
Keynes, J. M. (1996): Tratado del dinero, Madrid, Aosta.
Marx, K. (1975): Teorías sobre la plusvalía, Buenos Aires, Cartago.
Marx, K. (1981): “Introducción a la crítica de la Economía Política” en
Contribución a la crítica de la Economía Política, México, Siglo XXI.
Marx, K. (1999): El Capital, Madrid, Siglo XXI.
Roberts, M. (2017): “The profit-investment nexus: Keynes or Marx?”, Paper to
Historical Materialism New York, April,
https://thenextrecession.files.wordpress.com/2017/06/the-profit-investment-nex
us-michael-roberts-hmny-april-2017.pdf.
Roberts, M. (2019): “El modelo macro de la Teoría Monetaria Moderna”, Sin
permiso, 7/03/2019,
http://www.sinpermiso.info/textos/el-modelo-macro-de-la-teoria-monetaria-mo
derna.
Rubin, I. I. (1989): A History of Economic Thought, Londres, Pluto Press.
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