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El cristiano ante la

guerra espiritual
18 SEPTIEMBRE, 2015 | Catherine Scheraldi • Jairo Namnún

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BIBLIA & TEOLOGÍA

A lo largo de los siglos, miles de hombres han dedicado sus vidas a evaluar, definir, estudiar y aplicar las
diversas estrategias militares, buscando analizar y prever el éxito a la hora de la batalla. Antes de ir a una
guerra, los generales estudian las tácticas antiguas, lo que ha funcionado y lo que no, la topología del
terreno donde ocurrirá, el clima en el área, y hasta cómo piensa el enemigo. Esto les permite desarrollar
un plan de defensa y de ataque, y sin duda ha provisto de éxito a muchos hombres de guerra. Pero ya que
los caminos de Dios no son nuestros caminos ni Sus pensamientos los nuestros (Is. 55:9), en el terreno
celestial, las tácticas son diferentes. No cabe duda: hay una batalla, pero no es contra sangre ni carne (Ef.
6:2).

Nuestro enemigo no es visible a nosotros, por lo que no podemos simplemente observar su accionar.
Pero sí tenemos material de estudio. Dios conoce los planes y las acciones de Satanás y sus demonios,
por lo que la única forma de batallar es dependiendo totalmente en Él. Desafortunadamente, Satanás ha
creado fortalezas en la mente de los cristianos sobre cómo batallar, lo que ha llevado a estrategias
inefectivas y enfoques erróneos.

Una forma errónea de batallar

Hay dos extremos de creencia que son grave en términos de combatir. Primero cuando al rechazar creer
que hay una batalla, es fácil sufrir heridas espirituales puesto que nos encontramos sin las armas
equipadas ni listas para los dardos que vienen. El otro extremo es el de atribuir todo lo que pasa a
Satanás, lo que termina dándole más poder de lo que realmente tiene.

Muchas personas creen que la forma de luchar contra estos potestades es una lucha de poder. Se
comportan como detectives espirituales, siempre buscando al diablo para reprenderlo y arrebatarle lo que
se ha llevado. Esta no es la enseñanza de la Palabra. De hecho, la Biblia enseña algo muy diferente.
Vemos en Judas 1:9 que el arcángel Miguel, quien tiene más poder que nosotros, no se atrevió a proferir
juicio de maldición contra el diablo cuando disputaba acerca del cuerpo de Moisés. También vemos la
historia de los hijos de Esceva en Hechos 19:11-16, exorcistas ambulantes que fueron reprendidos por
un demonio al punto de terminar desnudos y heridos.

Un llamado a resistir

Entonces, ¿a qué nos llama la Palabra? Dice Santiago: “someteos a Dios y resistid al diablo y huirá de
vosotros” (Stg. 4:7). ¿Notas el llamado a resistir? Fíjate también en el conocido pasaje de Efesios 6.
Primero el apóstol nos llama a Fortalecernos (Ef. 6:10) para entonces “estar firmes contra las insidias del
diablo” (Ef. 6:11), “resistir en el día malo, y…estar firmes” (Ef. 6:13), y una vez más en Efesios
6:14 “Estén, pues, firmes”. A lo mismo nos llama el apóstol Pedro (1 P. 5:8-9). En la guerra espiritual, la
principal labor del cristiano no es atacar: es resistir.

Entonces, ¿cómo resistimos? Cuando Satanás tentó a Cristo en el jardín, ¿qué hizo Jesús? Citó la
Palabra. Satanás, el padre de la mentira, ¡no puede resistir la verdad! Lo que él conoce, donde él trabaja,
en lo que es experto es en la mentira. Cuando nos sometemos a la verdad de Dios, creyendo Su palabra,
él huirá, buscando otra táctica para venir de nuevo.

Las artimañas de Satanás

Satanás tiene ciertas estrategias o artimañas que se repiten a lo largo de la Biblia y que todo cristiano
puede reconocer. Algunas de ellas:

El engaño (Jn. 8:44). A través del engaño, Satanás puede hacernos creer una mentira que entonces se
convierte en una fortaleza dañina para nuestras vida. En este sentido, debemos estar a la defensiva con la
Palabra de Dios para no permitir la formación de nuevas fortalezas a través de creer la mentira, pero
también debemos estar activamente buscando la verdad y eliminando lo que sea mentira en nuestros
pensamientos.

Las tentaciones (Ap. 12:9). Satanás nos ha observado bien, y desde el primer pecado de la humanidad él
ha mostrado ser muy astuto (Gn. 3:1). Él ha notado cuáles son nuestras debilidades y nuestros deseos
pecaminosos, y él sabe cómo presentar la tentación en una forma engañosa. Él hace que el pecado
parezca agradable, posible de realizar sin que nadie se entere, y que pensemos que podemos disfrutarlo
por poco tiempo y sin repercusiones. La verdad de la Palabra es que Dios es omnipresente y
omnisciente, y aun la oscuridad es como luz para Él (Salmos 139:12). Cuando desobedecemos, estamos
levantándonos por encima de Dios y Él resiste los soberbios (Santiago 4:6) Por tanto, ¡resistamos las
tentaciones en el poder de Cristo Jesús!

Acusaciones (Zac. 3:1-2). Luego que Satanás logra hacer caer en tentación a un hijo de Dios, o aun
cuando el hijo de Dios esté firme en el Señor (como sucedió con Job), él procede a acusarnos: a inculpar
nuestras conciencias y a hacernos dudar de nuestro lugar delante de Dios. Ante estas acusaciones,
podemos decir gozosamente que somos nuevas criaturas en Cristo (2 Co, 5:17). No solamente nuestros
pecados han sido perdonados, sino olvidados (He. 10:17). Y si Satanás nos hace pensar que somos
pecadores, sin él notarlo, nos está dando buenas noticias: ¡Cristo Jesús vino al mundo para salvar a
pecadores! (1 Ti. 1:15). Entonces no deberemos tambalear, porque aun si matan el cuerpo, nuestra vida
eterna está segura en Cristo (Lc. 12:4-5).

Armadura de fe

Debido a la gran importancia del pasaje de Efesios 6, vamos a leerlo completo y a comentar brevemente
lo que vemos:

“Por lo demás, fortaleceos en el Señor y en el poder de su fuerza. Revestíos con toda la armadura de
Dios para que podáis estar firmes contra las insidias del diablo. Porque nuestra lucha no es contra sangre
y carne, sino contra principados, contra potestades, contra los poderes de este mundo de tinieblas, contra
las huestes espirituales de maldad en las regiones celestes. Por tanto, tomad toda la armadura de Dios,
para que podáis resistir en el día malo, y habiéndolo hecho todo, estar firmes. Estad, pues, firmes, ceñida
vuestra cintura con la verdad, revestidos con la coraza de la justicia, y calzados los pies con el apresto
del evangelio de la paz; en todo, tomando el escudo de la fe con el que podréis apagar todos los dardos
encendidos del maligno. Tomad también el yelmo de la salvación, y la espada del Espíritu que es la
palabra de Dios. Con toda oración y súplica orad en todo tiempo en el Espíritu, y así, velad con toda
perseverancia y súplica por todos los santos”, Efesios 6:10-18.

Nuestra cintura está ceñida con la verdad, y Su palabra es la verdad (Juan 17:17). Es la creencia en la
palabra y el aplicarla a nuestras acciones lo que mantiene unida toda la armadura. El estar revestidos con
la coraza de la justicia produce la resistencia mientras Satanás huye. Sin duda esta justicia viene del
Señor y su evangelio, y a la vez podemos saber que una vida de piedad y santidad provee defensa ante
los ataques satánicos. Aprendemos también a levantar el escudo de la fe que apaga todos los dardos
encendidos del maligno cuando no hay duda de la Palabra en nuestros corazones. Todo esto es posible
porque tenemos nuestro yelmo, la salvación, que, aunque no puede ser removida (Jn. 10:28), Satanás
procurará atacarla, acusándonos de no ser lo que Dios dice que somos.

Si te fijas, en este pasaje hay solamente dos armas ofensivas: los calzados para compartir el evangelio
y la espada del Espíritu, ambos representando la Palabra de Dios. Una vez más: nuestro llamado es a
resistir. Nuestras armas son mayormente defensivas porque la batalla pertenece al Señor (1 S. 17:47). Es
Él quien lucha por nosotros. Solamente con Su palabra y en Su poder hay victoria.

Cuando apoyamos nuestra fe con vivir en la Palabra y la oración, recibimos nuestros instrucciones del
Espíritu Santo para la batalla, y nuestro Señor nos llena con Su verdad para que podamos predicar con
Su espada (Ef. 6:17). Él nos ha dicho que su espada es como un martillo que despedaza (Jer. 23:29), y
tenemos la garantía que “mi palabra que sale de mi boca, no volverá a mí vacía sin haber realizado lo
que deseo, y logrado el propósito para el cual la envié” (Is. 55:11).

La batalla ya ha sido ganada por Cristo en la cruz, donde Él despojó los autoridades triunfando sobre
ellos (Colosenses 2:15). Esta sola realización cambia totalmente el tono de nuestro luchar: batallamos
con un enemigo que, en última instancia, ha sido derrotado. El diablo no puede forzarnos a hacer nada.
Nosotros decidimos en cada evento a quién vamos a servir, a Dios o al mundo. Entender la derrota de
Satanás nos librará de sobre enfatizar el poder del maligno (¡es un enemigo derrotado!), y conocer la
Palabra de Dios nos llevará a estar alertas ante las asechanzas del diablo, para resistirlo (1 P. 5:8-9). Así
que, habiéndolo hecho todo, ¡estemos firmes!

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