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Los que derraman sangre, tendrán que beber sangre

(Comentario a Apocalipsis 16:5-6):

Y oí que el ángel de las aguas decía:


"Justo eres tú, Señor...
ellos derramaron la sangre de santos y de profetas,
y tú les has dado a beber sangre,
porque se lo merecen".

Llama la atención que tanto en las trompetas como en las copas, el


agua ,líquido indispensable, se convierte en sangre. En un
comentario perceptivo sobre este pasaje, Pikaza (1999:186) observa
que “Juan tiene obsesión por la sangre; es como si la viera brotar por
todas partes: el vino del lagar del mundo se fermentaba en sangre
(15:19-20), lo mismo pasa ahora con las aguas del cosmos… Es la
clarividencia de un vidente que ha descubierto el misterio de Dios en
la sangre del Cordero degollado… Pero lo que ahora surge y llena el
mundo no es la sangre del Cordero sino la que proviene de los
asesinados de la tierra”. De las palabras del ángel del agua queda
claro que esa inundación del mundo por la sangre derramada es lo
que Juan está denunciando con estas dos copas (16:3-7).

Según el pensamiento hebreo, la sangre de los asesinados no


desaparece simplemente en la tierra..[1] La tierra se niega a
absorberla para que no se olvide (cf. Job 16:18-19; Is 26:21; Hb
12:24), sino como la de Abel, la sangre derramada sigue clamando al
cielo (Gn 4:10; Hb 11:4; cf. 1 En 9:1-2,10; 22:5-7; 47:1-3). Según
fuentes judías, esa sangre se mueve y hierve constantemente en sus
reclamos incansables de justicia (Kittel (I:7; 626; StrB I:940-942). Los
asesinatos dejan a la ciudad saturada y empapada de sangre (Ez
24:7-8; NIDOT III:155; cf. Mt 23:25; Lc 11:50-51), la cual grita ante la
presencia de Dios.

Hay razones convincentes para entender estas dos copas también


como protesta contra los asesinatos, las masacres y las guerras (cf.
6:3-4; 18:24). Algunos autores concebían a la sangre humana como
manchando las aguas para volverlas totalmente rojas. Según OrSib
4:61, en una futura batalla entre los medos y los persas, “el gran
Éufrates se inundará de sangre”. El Apocalipsis de Asclepio 3:24
(Aune 1998A:884) exclama: “A ti, oh Nilo santísimo, clamo para
anunciar lo que ocurrirá: hinchado con torrentes de sangre…tus olas
sagradas no sólo se mancharán de sangre sino estarán totalmente
contaminadas de sangre”. El paralelo más cercano y revelador, citado
por Aune (1998A:865), aparece en Corpus Hermeticum 23:54-
63(gnóstico, I-III d.C.), donde los cuatro elementos de la naturaleza
protestan que han sido completamente contaminados por la sangre
de tantos asesinatos. El reclamo del agua es interesante en relación
con estas copas:

Oh Padre y Hacedor de la Naturaleza, la


fuerza que genera todas las cosas para tu
placer, ya es hora que des una orden que
mis arroyos se mantengan puros; pues los
ríos y los mares están siempre lavando la
contaminación de los asesinos y recibiendo
los cadáveres de los asesinados.

Estos textos antiguos, aunque no todos judeocristianos, confirman la


relación entre la conversión de las aguas en sangre en Apoc. 16 y la
violencia humana expresada en las palabras del ángel del agua
(16:6). En las palabras dramáticas de Pikaza (1999:187), “estos
nuevos egipcios homicidas [los romanos] se ahogan y mueren en el
mar de sangre que han vertido”.[2]

La teología de la sangre y de la muerte en el Apoc se organiza en


tres círculos concéntricos. En el centro de todo está la sangre del
Cordero que fue inmolado por nuestros pecados (1:5; 5:9,11).
Cuando el anciano le anuncia a Juan que ha llegado el León de Judá,
Juan mira al trono y lo que ve es más bien un Cordero inmolado y
levantado (5:6,9), quien ha entregado su vida por los demás. La
teología de la cruz en el Apoc es muy clara y muy enfática pero no
meramente abstracta, extrínseca o aislada de otras muertes y otras
sangres. Para citar de nuevo a Pikaza (ibid.), “Sobre ese asesinato [la
crucifixión] emerge la gracia creadora del Cordero (cf. 5:9) y de
aquellos que resisten, dejándose matar…y limpiando (en su sangre,
sangre del Cordero) la violencia de la historia (cf. 7:14; 12:11)”. De
esa forma, la teología de la sangre en el Apoc comienza con la
muerte de Cristo en la cruz, pero se extiende a la de los mártires
fieles (12:11 vincula la sangre de ellos directamente con la de Jesús)
y al fin la sangre “de todos los que han sido asesinados en la tierra”
(18:24). Es una teología de la solidaridad hasta la muerte (2:9) entre
Cristo y todos los fieles, y aun toda la humanidad sufriente, víctimas
de violencia.

Para entender bien el significado de estas dos copas, tenemos que


relacionarlas con la polémica de Juan contra la violencia, la opresión,
el asesinato y la guerra.[3] El segundo jinete, montado sobre su
caballo de guerra, rojo como la sangre, y armado de la espada
grande del legionario romano, anda quitando la paz de la tierra y
poniendo a la gente a matarse (6:3-4). El cuarto jinete, con su caballo
amarillento y su colega “Hades,” cabalga repartiendo muerte por
dondequiera que corra, por espada, hambre y pestilencia (6:8). Las
almas debajo del altar claman a Dios que vengue la sangre de ellos y
ponga fin a toda violencia e injusticia (6:10). Cuando Juan describe al
muy militarista y sanguinaria Roma, perseguidor de los seguidores del
Cordero, la pinta bien borracha con la sangre de santos y mártires
(17:6). Y al final del relato, Juan celebra el juicio de Dios contra la
gran Babilonia (Roma), “donde se halló sangre de profetas y santos, y
de todos los que han sido asesinados en la tierra” (18:24).

Definitivamente, la teología de la sangre en el Apocalipsis es una


teología de la sensibilidad al sufrimiento ajeno y la solidaridad con las
víctimas.[4] Nos lleva a cantar, junto con Mercedes Sosa, el
conmovedor canto de León Greco:

Sólo le pido a Dios,

Sólo le pido a Dios


Que el dolor no me sea indiferente,
Que la reseca muerte no me encuentre
Vacío y solo, sin haber hecho lo suficiente.

Sólo le pido a Dios


Que la guerra no me sea indiferente,
es un monstruo grande y pisa fuerte
toda la pobre inocencia de la gente.

Sólo le pido a Dios


que el engaño no me sea indiferente,
si un traidor puede más que unos cuantos,
que esos cuantos no lo olviden fácilmente.

Sólo le pido a Dios


que la guerra no me sea indiferente,
es un monstruo grande y pisa fuerte
toda la pobre inocencia de la gen **********

[1] Para más detalle y documentación sobre este tema, véase Stam I
2003:72-73.
[2] Estas antiguas masacres nos pueden parecer muy groseras y
bárbaras, pero de hecho hoy día estamos igual o peor. Hemos
desarrollado una horrenda tecnología de la muerte y en gran medida
hemos despersonalizado la guerra. El piloto o el bombardero de un
avión de guerra puede hacer sus estragos sin compartir para nada la
terrible angustia de los seres humanos que han experimentado lo que
es vivir bajo una lluvia de bombas desde el cielo. Las visiones de
Juan deben ayudarnos a empatizar con todas aquellas víctimas de la
violencia en sus muchas formas hoy.
[3] Puede consultarse Stam 2005:323-357 (1978:359-394; 1879:27-
60).
[4] No debe ser necesario aclarar de nuevo que estas visiones no son
necesariamente literales ni futuras, pero en la mayoría de los casos
mensajes teológicos. Tampoco significan que fuera Dios mismo quien
produjera tales fenómenos funestos, por ejemplo de privar a la
humanidad de toda el agua o de fomentar una batalla con sangre
hasta los frenos de los caballos (14:20). Dicha visión debe entenderse
más bien como otra denuncia, por hipérbole extrema, de las
masacres que convierten la tierra en un mar de sangre.

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