Los marineros de antaño le tenían miedo a muchas cosas, en
particular a la zona de calmas ecuatoriales, y los críticos tienen miedos parecidos en estos días de calma plástica. Que no pase gran cosa en los museos se debe en parte a un sistema que sufre grandes rupturas administrativas (para bien o para mal) después de cada cambio de Gobierno, y esto repercute en proyectos cancelados o aplazados y presupuestos congelados todavía un año después de las elecciones. Sin viento en popa, los observadores del mundo cultural limpian una y otra vez sus escritorios (reales o virtuales), revisan los periódicos y los archivos y, más que nada, prestan atención a rumores y alimentan supuestas controversias.
En mayo explotó el escándalo alrededor de la obra de Remedios
Varo, cuando su sobrina Beatriz avanzó sustancialmente en su pleito legal para ser reconocida como heredera única. Los 38 cuadros de Varo que se encuentran en litigio, actualmente prestados en comodato al Museo de Arte Moderno (MAM), fueron declarados por algunos periodistas "patrimonio artístico de la nación", término que legalmente no significa nada, y menos en el caso de Varo, pintora española muy poco influida por la cultura nacional, pero muy cotizada en el mercado. Sin emitir opiniones legales ni preferencias partidarias, parece que la pobre Beatriz perdiera por el simple hecho de que la familia ya había vendido alguna vez una obra de la tía. Todos lamentaron que los preciosos cuadros de Varo, temporalmente bajo la custodia del Instituto Nacional de Bellas Artes, estuvieran a punto de exportarse. Si la ley, al final, favorece a la sobrina en vez de al Gobierno mexicano, estaría generoso que ella donara uno que otro cuadro al INBA, pero tendrá todo el derecho de venderlos todos.
Rumores y temores sobre exportaciones ilícitas reaparecieron
recientemente cuando los periódicos empezaron a especular sobre el caso de la colección de arte mexicano de Banamex, en vísperas de la probable aprobación de su fusión con Citigroup. Entre los preocupados, la que lo estuvo más fue Angeles González Gamio, secretaria general del Consejo de la Crónica de la Ciudad de México, quien develó la posibilidad de que los palacios virreinales de Banamex fueran exportados y reconstruidos en Estados Unidos ("La Jornada", 28 de junio del 2001).
Es cierto que los monumentos arquitectónicos también se venden:
González Gamio citó el caso de los Cloisters en Nueva York, pero existen otros: hace 30 años, el antiguo London Bridge fue vendido y reinstalado en el desierto de Arizona; en México también contamos con por lo menos un palacio español saqueado y reconstruido -el Centro Cultural Helénico, en San Angel. Ahora bien, es cierto que hacen falta estacionamientos por Avenida Madero y poderosos símbolos del colonialismo europeo en ciudades como Chicago o Washington, pero los costos de traslado de tales palacios serían probablemente algo elevados... En cuanto a la importante colección de obras plásticas, hay que recordar que además de que muchas son de épocas o de artistas declarados patrimonio nacional, y queda prohibida su exportación, ni Citigroup ni Banamex arriesgarían sus ganancias o su buena reputación vendiendo una colección que apenas vale unos cuantos millones de dólares (mucho dinero, pero un porcentaje mínimo de lo que vale Banamex) cuando sirve mejor para aparentar valores "nacionales" en un mundo financiero cada vez más globalizado.
Ahora bien, si los estadounidenses son tan deseosos de saquear el
patrimonio arquitectónico de México, tienen opciones menos apreciadas aquí. El Palacio de Correos, símbolo de la modernización porfiriana de principios del Siglo 20, pero más tarde -con su fachada falsa de hechizo gótico veneciano- ejemplo ridículo del eclecticismo y burlado por los arquitectos modernos, es ahora un elefante blanco, y parece que el Servicio Postal Mexicano no sabe qué hacer con el. Recién restaurado por dentro y por fuera, limpio y pulido como cuando fue retratado por Guillermo Kahlo, parece una viuda bien arregladita esperando un nuevo novio (y celosa, seguramente, de su blanca vecina, al otro lado del Eje Central). El tercer nivel de edificio ha sido convertido a medias en espacio museístico, y se inaugura con una muestra del futurista italiano Giacomo Balla (1871-1958) que ha estado viajando por Sudamérica. En las antiguas oficinas con sus pisos de parquet protegidos por tiras de alfombras de uso rudo, se presenta una triste selección de su obra, dibujos y cuadros menores, aparentemente provenientes de los herederos (no esperen obras maestras, como el Vuelo de golondrinas de 1913, pero sí los retratos realistas de mujeres elegantes de los 30, muy al gusto fascista). Esta muestra fue rechazada en otros museos capitalinos, y dada la poca flexibilidad del espacio, la congestión del tráfico y de museos en esa esquina del Centro Histórico, sin contar con problemas de presupuestos, dudamos que prospere esa nueva iniciativa museística...
Hablando de nuestra versión de la Ca' d'Oro veneciana (solamente
nos hacen falta los canales perdidos), nadie ha comentado en los medios una exposición con el revolucionario título de "Frida Kahlo, Diego Rivera e le opere dei maestri dell'arte messicana". Sobre esa muestra, curada para la Fondazione Bevilacqua La Masa en Venecia por Luis-Martín Lozano, actual director del MAM, y Achille Bonito Oliva, conocido crítico de arte italiano, esperamos escuchar más. Por el momento sólo corren rumores, algunos innobles, para llenar esos días, tan ausentes de vientos estéticos que es mejor quedarse en casa para leer.