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UNIFICACIONES DE ITALIA Y ALEMANIA

CONDE LOBATO, RAQUEL

Trabajo tutorizado por Dña.:

BARRANQUERO TEXEIRA, ENCARNACIÓN


UNIVERSIDAD DE MÁLAGA

1
Índice:

I.- INTRODUCCIÓN ....................................................................................................... 3

II.- ITALIA ....................................................................................................................... 3

1. ITALIA ANTES DE LA UNIDAD (1815-1849)................................................................. 3

2. EL PROCESO DE LA UNIDAD ITALIANA (1849-59) ....................................................... 6

3. LA FORMACIÓN DEL REINO DE ITALIA (1859-70) ....................................................... 7

4. ITALIA TRAS LA UNIFICACIÓN .................................................................................... 9

III. ALEMANIA ............................................................................................................... 9

1. ALEMANIA ANTES DE LA UNIDAD (1815-1862) .......................................................... 9

2. EL PROCESO DE LA UNIDAD ALEMANA (1862-70)..................................................... 11


a) Guerra contra Dinamarca (1864) ................................................................... 11
b) Guerra contra Austria (1866) .......................................................................... 12

3. LA FORMACIÓN DEL IMPERIO ALEMÁN (1870-71) .................................................... 12


a) La guerra franco-prusiana (1870) ...................................................................... 12
b) La proclamación del Imperio alemán (1871) ..................................................... 13

4. ALEMANIA TRAS LA UNIFICACIÓN ............................................................................ 13

IV. ORIGEN DEL PROCESO ....................................................................................... 14

1. INCIPIENTE NACIONALISMO...................................................................................... 14

2. EUROPA A PARTIR EN TORNO A 1815, CONGRESO Y ALIANZAS, Y VIENA ................. 16


a) Visión global ....................................................................................................... 16
b) La Restauración absolutista: el Congreso de Viena y la Santa Alianza (1814-
1815)........................................................................................................................ 17
c) Congreso de Viena .............................................................................................. 18
d) La Europa de los Congresos y el sistema Metternich (1815-1822).................... 19

Apéndice: ........................................................................................................................ 20

Bibliografía: .................................................................................................................... 33

2
I.- INTRODUCCIÓN
Los mapas presentados para comentar en clase son de tipo geográfico, pues
representan un escenario geográfico, en este caso convencional por las zonas
representadas, que se apoyan en nombres de poblaciones y signos convencionales, como
fechas, cuya interpretación, en una “clave” o leyenda, nos ayuda a identificarlos como
los mapas de “La unificación de Italia”, acaecida en la segunda mitad del siglo XIX, y
de “La unificación de Alemania”, también acontecida, grosso modo, en este período.
La naturaleza de los mapas es política, pues reflejan la situación de las fronteras
en las citadas zonas, pero también describen, de alguna manera, el trayecto de una
guerra o de expansiones territoriales; sin embargo, también se podrían considerar de
naturaleza socio-política al estar presenciando levantamientos o procesos
revolucionarios en favor o en contra de dichas unificaciones, pues los procesos no se
llevaron a cabo sin dificultades de oposición o de mayor exaltación para el mismo fin.
Por tanto, los mapas, como ya he citado, describen la situación de Italia y
Alemania en sus respectivos procesos de unificación para conformarse como un único y
sólido país o estado.
Para explicar los mapas dividiré mi comentario en varias partes: en primer lugar
describiré el proceso de unificación completo que describe el mapa de la península
italiana –cómo se llevó a cabo ésta, quiénes fueron los protagonistas, y qué hechos
fueron los más destacables para que esta unificación se llevase a cabo–, es decir, el tema
principal; finalmente, explicaré las consecuencias que produjo dicho proceso político,
esto es, cómo evolucionaron inmediatamente después de su unificación.
A continuación, llevaré a cabo el mismo proceso con el mapa de la unificación
alemana. Finalmente, explicaré el origen de ambos conflictos, común a los dos,
relacionado con el incipiente nacionalismo, centrífugo, y el Congreso de Viena de 1815.

II.- ITALIA
El mapa representa una división en circunscripciones que parecen no obedecer a
condicionamientos geográficos. Destacan varias entidades realizadas con trazos más
gruesos. La fragmentación del mapa tiene una base histórica y, en el caso de las
divisiones con trazos más gruesos, existe interconexión entre ellas. En él, además,
presenta unas líneas que nos indican algún tipo de relación entre los territorios que
unen. Asimismo, el mapa proporciona indicaciones cronológicas que nos ayudan a
situarlo. Los trazos más gruesos representan las zonas que entran en escena en el
proceso de unificación de Italia.
En este mapa, Piamonte-Cerdeña y Sicilia-Nápoles forman entidades únicas; el
noreste de Italia no aparece vinculado al Imperio Austríaco pues el Véneto fue
incorporado a Italia en el año 1866.

1. ITALIA ANTES DE LA UNIDAD (1815-1849)


La Península itálica estaba dividida desde 1815, en ocho Estados distintos,
restaurados tras el hundimiento del Imperio napoleónico: el reino de Piamonte-Cerdeña,
con su centro en Turín, y que tenía como soberanos a los reyes de la dinastía de Saboya
–Víctor Manuel II entre 1849 y 1879–; los Estados de Lombardía y Venecia con
capitales en Milán y Venecia, respectivamente, sometidos a la soberanía del Imperio de
Austria; los ducados de Toscana, con capital en Florencia, Parma y Módena que, aunque
independientes, sufrían la influencia austríaca; los Estados Pontificios, con centro en
Roma; y el reino de las Dos Sicilias, con capital en Nápoles, bajo la soberanía de los
Borbones.

3
La primera fase de la unificación se extendió entre 1815 y 1849, época que
correspondió con las revoluciones románticas y liberales que, en general, fracasaron en
Italia. Desde 1815 se propagó la reacción, con carácter moderado, y comenzaron a
actuar los grupos que enlazaban con el espíritu reformista y liberal, preparando la
resurrección económica e intelectual de la Península e intentando soluciones nuevas
para renovar el ideal de unidad, lo que fue llevado a cabo por una minoría intelectual de
origen burgués con escaso eco en las masas populares1. Sin embargo, Italia carecía de
verdaderos lazos que incitasen a su unión: los Estados italianos no tenían ningún tipo de
estructura federal y las fuerzas de resistencia eran sólidas, de la mano del poderoso y
omnipresente Imperio austríaco, que poseía el Lombardo-Véneto, dominaba de facto los
ducados de Parma, Módena y Toscana, al tiempo que tenía alianza más o menos
secretas con el rey de las Dos Sicilias y derechos a poseer guarniciones en los Estados
pontificios2. La burguesía patriota actuó entonces organizada en sociedades secretas,
como los carbonarios, que participaron activamente en las tentativas de revoluciones
que agitaron sucesivamente la Península, como las de 1820 y 18303. Esta burguesía de
comerciantes e industriales muy activa, deseaba librarse de una Administración
obstruccionista, eliminar las barreras aduaneras, lograr la unidad en los sistemas de
monedas, pesos y medidas: reclamaban libertades económicas. Sin embargo, los reyes y
príncipes se oponían a todos estos cambios, pues temían, con razón, que desembocase
en la unidad política y por tanto en la desaparición de sus pequeños Estados y sus
privilegios.
Además de la burguesía, muchos miembros de la intelectualidad, y luego de las
clases industriales y comerciales de la burguesía urbana, se mostraron a favor de la
unidad, por lo que no extraña que surgiera el movimiento cultural del Risorgimiento, el
cual propició la unidad de la península italiana: poetas, autores de novelas históricas,
historiadores…, fueron los detonadores del proceso. Con ellos, idealistas y hombres de
acción como Mazzini, Garibaldi o La Farina.
Así surgieron tres proyectos diferentes para llevar a cabo la unificación: el
primer proyecto surgiría de la agrupación de los revolucionarios alrededor de la figura
de Mazzini, quien propugnaba la idea de colaboración entre los hombres, luchando
contra los dos grandes focos de resistencia: la Santa Sede, que había faltado a su misión
dificultando el progreso humano, y el Imperio austríaco, cuya existencia era el símbolo
del Antiguo Régimen y la negación del principio nacional. Para los mazzinianos, la
única forma de actuar era la insurrección. Su líder, Mazzini, fundó dos movimientos: la
Joven Italia (en Marsella en 1832) y la Joven Europa (en Berna en 1834). Reclamaba el
derecho de unir a todos los italianos bajo un solo gobierno que emanase de la soberanía
popular, con similares leyes, derechos y deberes para todos, en un marco europeo de
naciones fundadas sobre criterios nacionales y con sistemas políticos de corte liberal y
progresista4, es decir, proponía la formación de la República con capital en Roma5(vid.
Documento 1).
Como alternativa a los mazzianos, en Italia existían otras dos grandes corrientes
de pensamiento. El neogüelfismo aspiraba a reconciliar los ideales del catolicismo y
libertad, proponía una solución acorde a los sentimientos de las masas, la coronación del

1
MARTÍNEZ CARRERAS, José U. (coord.) (1996) Introducción a la historia contemporánea: 1770-1918:
La era de las revoluciones. Istmo, Madrid, p. 209.
2
PAREDES, Javier (coord.) (1999), Historia universal contemporánea. T. 1., De las Revoluciones liberales
a la I Guerra Mundial. Ariel, Barcelona, pp. 142-143.
3
MARTÍNEZ CARRERAS, Introducción a…, p. 209.
4
PAREDES, Historia universal…, pp. 143-144.
5
MARTÍNEZ CARRERAS, Introducción a…, p. 210.

4
papa como señor temporal de una futura Italia unificada6. Este proyecto fue ideado por
V. Gioberti, quien pretendía la formación de una Confederación italiana en torno a los
Estados Pontificios y bajo la soberanía del Papa7(vid. Documento 2). La tercera vía era
la formulada por Cesare Balbo y Máximo D’Azeglio. Balbo insistía más en la
independencia que en la unidad, adjudicando a la casa de Saboya la misión de expulsar
de la península itálica a los austríacos y liderar el movimiento nacional italiano desde
una postura liberal y moderada en lo político, pero militarista y beligerante en lo
referente al modo de actuación. Los reyes de Turín –Piamonte-Cerdeña– debían ser los
promotores de la unidad peninsular8(vid. Documento 3).
La insurrección empezó en el sur, donde Fernando II, rey de las Dos Sicilias se
resistió a cualquier cambio. En Palermo la población se alzó en 1848, obligando al
monarca a prometer la promulgación de una Constitución. La rebelión de Palermo fue el
catalizador para una gran revolución en toda Italia. En marzo, Toscana, Piamonte-
Cerdeña y los Estados Pontificios obtuvieron reformas constitucionales.
La caída de Metternich en Viena propició revueltas en Venecia –dirigidas por el
republicano Manin– y en Milán –siendo Cattaneo uno de los cabecillas–. En Módena y
Parma fueron depuestos sus gobernantes, propagándose por toda la península los ideales
revolucionarios y nacionalistas.
Carlos Alberto del Piamonte fue el único gobernante italiano que se atrevió a
declarar la guerra a Austria. Emprendió una renovación de la legislación preparando la
adecuación de su reino al sistema liberal europeo –destacó aquí la actuación de Cavour,
representante de la burguesía italiana, en actividades políticas y económicas–. Además,
promulgó la Constitución de Piamonte en marzo de 1848, y apoyó los movimientos
liberales de Lombardía y Venecia contra Austria9. Tenía el propósito de anexionarse
Lombardía, Venecia, Parma y Módena, dando así comienzo a la unidad italiana.
Toscana y Nápoles inicialmente manifestaron su solidaridad con los piamonteses, hasta
que éstos fueron derrotados en Custozza el 25 de julio de 1848 por Radetzky. Carlos
Alberto fue forzado a firmar un armisticio y a devolver todos los territorios que había
conquistado.
En marzo de 1849, Carlos Alberto volvió a la guerra contra Austria, siendo
nuevamente derrotado en Novara el 23 de ese mes. Sus sueños de unidad fueron
definitivamente abandonados10. Carlos Alberto abdicó en favor de Víctor Manuel II y
Austria recobró su predominio sobre Italia, donde restableció, por lo general, la
situación anterior: dominó de nuevo Lombardía-Venecia y recuperó su influencia sobre
los ducados11.
Por otro lado, Toscana se rindió en 1849. Los venecianos que habían fundado la
República independiente de San Marcos, con Manin como presidente, resistieron el
asedio austríaco hasta agosto de 1849. En Nápoles, Fernando se reinstauró a sí mismo12,
por lo que se volvió al absolutismo borbónico13, y reconquistó Sicilia.
En Roma, donde también se había proclamado una República, se iniciaban los
acontecimientos más interesantes de la revolución del 1848-1849 en Italia14, sin

6
PAREDES, Historia universal…, p. 144.
7
MARTÍNEZ CARRERAS, Introducción a…, p. 210.
8
PAREDES, Historia universal…, p. 144.
9
MARTÍNEZ CARRERAS, Introducción a…, pp. 210-211.
10
PAREDES, Historia universal…, p. 144.
11
MARTÍNEZ CARRERAS, Introducción a…, p. 211.
12
PAREDES, Historia universal…, p. 144.
13
MARTÍNEZ CARRERAS, Introducción a…, p. 211.
14
PAREDES, Historia universal…, p. 144.

5
embargo, con la intervención de Francia, se restableció el Papado de Pío XI, acabando
con la República proclamada por Mazzini15(vid. Mapa 16).

2. EL PROCESO DE LA UNIDAD ITALIANA (1849-59)


La segunda fase del proceso hacia la unidad se extendió entre 1849 y 1859, y
correspondió a los años de formación y elaboración hacia su plena consecución.
Tras el fracaso de las revoluciones de 1848, dos ideas se propagaron por toda
Italia: el sentimiento de la unidad italiana, y la expulsión de Austria, considerando que
ambos hechos estuvieron relacionados entre sí. Los logros fueron conseguidos por el
reino de Piamonte-Cerdeña, su dinastía real de Saboya, una clase social con concretos
intereses políticos y económicos: la burguesía moderada, y un dirigente, Cavour, que
recurrió tanto a medios políticos internos italianos, como a una calculada política
exterior europea. Este reino de Piamonte-Cerdeña estaba formado por cuatro territorios
claramente diferenciados: el Piamonte, cabeza del reino y centro del dispositivo
político; el territorio de Saboya, donde predominaban las tendencias derechistas de los
aristócratas católicos y conservadores; el área de Génova, en torno a su puerto, con
predominio de las tendencias izquierdistas de liberales y republicanos; y la isla de
Cerdeña, apartada y retrasada en relación con el resto del reino y con escaso juego
político. Este reino tenía como soberanos a la dinastía de Saboya –Carlos Alberto,
1831-1849; Víctor Manuel II, 1849-1879–, que unía el ser una ilustre y antigua dinastía
italiana, con haber dado una Constitución liberal al reino desde 1848; y además era la de
mayor desarrollo económico, y la que disponía del mejor ejército de Italia. El
Parlamento piamontés reflejaba en su composición la distribución de las fuerzas
políticas actuantes: una derecha, conservadora y monárquica, procedente de Saboya;
una izquierda, liberal y republicana, procedente de Génova; un centro-izquierda,
dirigido por Rattazzi, y un centro-derecha por D’Azzeglio, ambos monárquicos y
constitucionales, del mismo Piamonte. Y fue sobre estos dos grupos de centro sobre los
que actuó Cavour, uniéndolos y poniendo en marcha, económica y políticamente, la
unidad italiana.
Cavour representó esa gran voluntad de unificación italiana alrededor de
Piamonte, y defendió toda acción política que tendió a ese fin. Siguió unas directrices
políticas para mover y ordenar las fuerzas que llevasen en plazo inmediato a esa unidad:
primero, la unidad en torno a Piamonte, con la aceptación de su iniciativa política
unitaria, por todos los restantes movimientos revolucionarios italianos que buscaban por
distintos medios esa unidad, entre otros, Manin, Mazzini, Garibaldi, y los patriotas que
se refugiaban en Piamonte tras la represión de 1848-1849; Cavour intentó la unión
mediante la formación, en 1857, de la «Sociedad Nacional Italiana»; segundo, convertir
la cuestión de la unidad de Italia en un problema internacional, con la integración de
Piamonte en el concierto europeo: la guerra de Crimea le ofreció la ocasión (1854),
participando Piamonte en ella como aliado de Inglaterra y Francia, contra Rusia, y
actuando con habilidad en el Congreso de París, en 1855, donde Cavour planteó la
cuestión de la unidad italiana ante sus aliados; en tercer y último lugar ante la
imposibilidad de que Piamonte actuase sólo, conseguir que Napoleón III se moviese en
su favor y en lucha contra Austria, aunque el Emperador estaba condicionado por su
relación con el Papa: en enero de 1858 se produjo el atentado de Orsini contra Napoleón
III, que sirvió de motivo desencadenante para la actitud de éste, y en julio de 1858 se
efectuó la entrevista y el acuerdo secreto de Plombières entre el Emperador y Cavour,

15
MARTÍNEZ CARRERAS, Introducción a…, p. 211.

6
por el que Piamonte y Francia provocaron la guerra contra Austria en Italia del Norte, a
cambio de la cesión a Francia de la Alta Saboya y Niza16(vid. Documento 4 y 5).
Napoleón III proyectó un nuevo mapa político de Italia compuesto por una
federación de cuatro reinos presidida por el papa. El Piamonte se anexionaría, a costa de
Austria, la Lombardía y el Véneto, surgiendo así el que se llamaría reino de la Alta
Italia. Nacería también un nuevo reino, el de la Italia Central, formado básicamente por
el gran ducado de Toscana, junto a Parma y Módena. El papa conservaría su poder
temporal en la zona de Roma, la Umbría y las Marcas, siendo el cuarto reino de la
federación la monarquía borbónica de las Dos Sicilias. A cambio del apoyo francés en
la inevitable guerra con Austria, el Piamonte cedería a Francia Saboya y Niza. Italia
esperaba a Napoleón III, convirtiéndose en un satélite de Francia.
El 28 de noviembre de 1859 se firmó la alianza entre Francia y los Saboya.
Cavour procedió a la reorganización de las fuerzas armadas piamontesas. Creó una
nueva unidad militar, los Cazadores de los Alpes, para que en ella se alistasen los
antiguos mazzinianos llegados de toda Italia: su jefe era Garibaldi. Igual que en tiempos
de la primera guerra de la Independencia, la bandera de los Saboya aglutinaría a todos
los nacionalismos italianos en la lucha contra Austria (vid. Documento 6).
Austria, como consecuencia del rearme piamontés, fruto de un error de cálculo
de su diplomacia, que pensaba que Francia había roto sus relaciones con los Saboya,
envió un ultimátum a Turín por el que exigía que en tres días procediese a desarmar a
sus tropas. Cavour rechazó la demanda de Viena, a lo que ésta respondió el 23 de abril
de 1859 con la declaración de guerra17.

3. LA FORMACIÓN DEL REINO DE ITALIA (1859-70)


Con la intervención de Francia aliada a los Saboya, éstos obtuvieron las victorias
de Magenta y Solferino sobre los austríacos (junio de 1859), y Napoleón III sin
completar el proyecto elaborado en Plombières con Cavour, inició los preliminares de
paz en Villafranca con Austria, que llevaron a la firma de la paz de Zurich, en
noviembre de 1859, por la que sólo Lombardía y no Venecia, pasaron a la soberanía de
Piamonte. Durante estos mismos meses, y en segundo lugar, en los Estados de Italia
central se produjeron movimientos contra la soberanía austríaca y en favor de la unión
al reino de Piamonte-Saboya: en Toscana, Módena, Parma y Romaña se organizaron
movimientos internos, seguidos de la presión militar piamontesa, que desembocaron en
asambleas constituyentes que votaron la unión con Piamonte, confirmada por
plebiscitos populares. En marzo de 1860, los Estados de Italia central se integraron con
Piamonte, éste cedió la Alta Saboya y Niza a Napoleón III. Este hecho es el que reflejó
nuestras flechas verdes del mapa aportado18(vid. Mapa 17 y 18 y Documento 7).
Por iniciativa del «Partido de Acción», y dirigida por el republicano Garibaldi,
con el apoyo de Cavour, en la segunda mitad de 1860, se organizó la expedición de los
1.000 voluntarios (Mil Camisas rojas), procedentes de la burguesía, en dirección a
Sicilia para ayudar a los sicilianos contra el rey de Nápoles, Francisco II: la isla fue
tomada y el nuevo gobierno se instaló en Palermo. En septiembre de 1860, Garibaldi
entró en Nápoles acabando con el reino borbónico de las Dos Sicilias, mientras un
ejército piamontés atravesando los Estados Vaticanos llegó al sur de Italia. Un
plebiscito ratificó la unión de Nápoles y Sicilia al reino de Piamonte, mientras que
Garibaldi, que no pudo llegar a Roma como proyectaba, reconoció a Víctor Manuel II

16
Ibídem, pp. 211-214.
17
PAREDES, Historia universal…, pp. 148-149.
18
MARTÍNEZ CARRERAS, Introducción a…, p. 214.

7
como rey de Italia. Esto quedó reflejado con las flechas rojas en nuestro mapa (vid.
Mapa 17 y 18 y Documento 8 y 9).
También se unieron a Piamonte, en noviembre de 1860, los territorios de las
Marcas y Umbría, segregados de los Estados Pontificios. En marzo de 1861, se reunió
en Turín el primer Parlamento italiano formado por diputados elegidos en todas las
regiones del nuevo reino, y que proclamó a Víctor Manuel II rey de Italia «por la gracia
de Dios y la voluntad de la nación». Italia quedó así unida como reino bajo la dinastía
de Saboya, y con Cavour al frente del gobierno, quien se dedicó a la difícil tarea de la
consolidación política, tanto interior como exterior –con el reconocimiento
diplomático–; a la unificación administrativa y al desarrollo económico del nuevo reino.
Pero en junio de 1861 murió Cavour.
La última fase del proceso se extendió desde 1861 hasta 1870 caracterizada por
la difícil consumación de la unidad italiana; diez años llenos de dificultades. Por otro
lado, se trasladó la capital del reino a Florencia en el año 1865.
La unidad italiana había quedado incompleta al permanecer fuera del nuevo
reino los dos importantes territorios de Venecia, al Norte, y los Estados Vaticanos, en el
Centro. El gobierno italiano se dedicó particularmente a la consecución total de la
unidad y con esta finalidad realizó varios intentos, como el apoyo a las nuevas empresas
de Garibaldi sobre Roma en 1862 y 1867 que no dieron resultado.
Con motivo de la guerra entre Prusia y Austria, en abril de 1866, Italia firmó un
acuerdo con Prusia para ser su aliada ante una posible guerra con Austria; en junio de
1866 estalló la guerra austro-prusiana, y tras la victoria de Prusia en Sadowa, Italia
recibió de Austria, en la paz de Viena, por intermedio de Francia y tras plebiscito, el
Estado de Venecia en octubre de 1866.
«La cuestión romana» ofrecía un triple aspecto: el reino de Italia aspiraba a
hacer de Roma su capital definitiva, el Papa Pío IX deseaba conservar su soberanía
sobre sus territorios de Roma y el Lacio, y en el aspecto internacional, Napoleón III
ayudó al Papa, pues necesitaba el apoyo católico francés. Con ocasión de la guerra
franco-prusiana en 1870, cuando las tropas francesas abandonaron Roma, el II Imperio
francés fue derrotado en Sedan por Prusia, y Napoleón III abdicó en septiembre de
1870. Al mismo tiempo, el gobierno italiano, que se sentía apoyado por la opinión
pública, envió su ejército sobre Roma, donde el Papa Pío IX quiso resistir, y el 20 de
septiembre, tras abrir una brecha en Porta Pía, Roma fue ocupada por Italia, con la
protesta del Papa, que se consideraba prisionero de los italianos en el Vaticano. El 2 de
octubre de 1870, un plebiscito aprobó la anexión, y en 1871 Roma fue proclamada
oficialmente capital del reino de Italia, completándose la unidad peninsular, aunque se
mantuvieron las reivindicaciones territoriales de Trentino e Istria con la villa de Trieste.
La cuestión romana y la situación de la Ciudad del Vaticano fue oficialmente resuelta
por los acuerdos de Letrán en febrero de 1929, entre Pío XI y el gobierno de Mussolini
(vid. Mapa 19 y 20).
La consecución de la unidad italiana no se resolvió por sí sola, pues había una
serie de problemas del nuevo Estado vigentes en 1870-1871: problemas administrativos,
cuestiones políticas –tanto internas como relaciones internacionales– y, especialmente,
problemas económicos. Desde los años 70 el crecimiento se concentró especialmente en
el «triángulo útil»: Milán-Turín-Génova. Había diferentes regiones, predominando el
Norte como zona más desarrollada sobre un sur rural19.

19
Ibídem, pp. 215-218.

8
4. ITALIA TRAS LA UNIFICACIÓN (vid. Mapa 21)
En el marco de la contemporaneidad italiana, la etapa post-unitaria fue sin duda
la peor conocida, atrayendo la atención de la mayor parte de los historiadores por las
dos fases que la jalonan: el Risorgimiento de un lado, y el fascismo y posfascismo de
otro.
El período comprendido entre 1870 y 1914 representó para Italia la culminación
fáctica de su proceso unitario, la transformación de un sistema político, la definitiva
incorporación a la revolución industrial, el surgimiento del proletariado como fuerza
operativa y la elevación del nuevo país al rango de potencia europea de primera fila y
también de potencia colonial. Todo ello coincidiendo con el apogeo de Europa y de su
influencia sobre los pueblos no europeos, e inscrito en un contexto de democratización
de las estructuras sociopolíticas de Occidente, que marcará profundamente el proceso
histórico ulterior.
No cabe duda de que en la vertebración de la nueva Italia fue pieza clave la
creación de un mercado nacional. El esfuerzo para la consecución de tal objetivo
imprimió rasgos propios a la realidad socioeconómica, a la dinámica política e incluso a
la proyección internacional italianas20.

III. ALEMANIA
Este mapa también representa una división en circunscripciones que no
obedecen a condicionamientos geográficos. Destacan varias entidades realizadas con
trazos más gruesos. La fragmentación del mapa tiene una base histórica y, en el caso de
las divisiones con trazos más gruesos, existe interconexión entre ellas. Además, el mapa
proporciona indicaciones cronológicas en la leyenda que nos ayudan a situarlo. Los
trazos más gruesos representan las zonas que entran en escena en el proceso de
unificación de Alemania.
La Alemania unida fue el resultado de la alianza entre los junkers –nobles
propietarios prusianos, que mantuvieron su base económica adaptándose a las
condiciones del sistema capitalista–, y la burguesía conservadora industrial que se lanzó
totalmente a los negocios, que con formas parlamentarias se apoyaron en un Estado
militarizado y burocrático, mezcla de propiedad feudal y de influencia burguesa, que
tuvo la marca del prusianismo21 (vid. Documento 10).

1. ALEMANIA ANTES DE LA UNIDAD (1815-1862)


Como en el caso de Italia, Alemania tuvo una serie de factores concretos para su
realización, entre ellos: un reino, el de Prusia, y una dinastía, los Hohenzollern; unas
clases sociales, los junkers prusianos y la burguesía industrial; un dirigente, Bismarck; y
tanto las medidas económicas y políticas para el interior de Alemania como las guerras
sucesivas y la política internacional. Fue un largo proceso que ocupó casi todo el siglo
XIX y que contó con varios períodos.
La primera fase se extendió entre 1815 y 1848, desde la Restauración a la
revolución. En ella se desarrolló el ideal de la unidad política nacional y se iniciaron las
medidas de unión económica, con lo que se fue consolidando el movimiento hacia la
unidad alemana.
Los primeros antecedentes fueron las medidas tomadas por Napoleón en 1803
cuando decretó la fusión de una serie de ducados y electorados y redujo a treinta y seis
el número de los Estados alemanes, y en la hostilidad a la dominación francesa que
favoreció el desarrollo de una conciencia nacional permitiendo a Prusia conglutinar en
20
PAREDES, Historia universal…, pp. 339-340.
21
MARTÍNEZ CARRERAS, Introducción a…, p. 220.

9
su torno tal sentimiento nacional. Alemania seguía siendo todavía un país esencialmente
agrícola, restaurado por los Tratados de Viena en 1815, en el que se estableció una
Confederación Germánica de treinta y ocho Estados (vid. Mapa 23). Este sistema
favoreció el predominio de Austria sobre la Confederación, lo que parece que excluyó
toda posibilidad de unificación. Pero la fueron alejando del sistema establecido tras la
restauración con un primer desarrollo económico, la expansión del ideal y el
sentimiento nacional unitario, y la polarización entre Austria y Prusia, siendo ésta la que
desplazaría al Imperio austríaco de la nación alemana y dirigiría el movimiento hacia la
unidad.
Alemania se fue desarrollando en todos los aspectos. En el plano económico
hubo una expansión que se apreció en todos los sectores: en el crecimiento demográfico,
en el desarrollo industrial, en las primeras construcciones de ferrocarril y con la
organización de bancos y sociedades. El movimiento de las ideas también extendió el
sentimiento unitario, y tanto en las Universidades como en el mundo cultural,
desarrollaron la conciencia de la unidad alemana que pudo lograr Prusia. En este
movimiento nacional, Austria, que disfrutaba de la preponderancia establecida en 1815,
fue quedando lentamente desplazada. El imperio austríaco, con el canciller Metternich,
mantuvo una hegemonía política tanto en Alemania como en la Europa restaurada, pero
que fue siendo socavada por sus propias circunstancias estatales e internas: fue el
máximo representante del absolutismo y tuvo problemas dentro de su ámbito por la
cuestión de las nacionalidades de los pueblos centroeuropeos y balcánicos integrados en
el Imperio danubiano.
En la Alemania dividida de esta época, Prusia tomó la iniciativa a mediados del
siglo al actuar sus dirigentes y su burguesía, protestante e intelectual, en favor de la
consolidación política y del progreso socioeconómico con la aspiración a la unidad, e
iniciando un desarrollo económico que abarcó varios aspectos: el comienzo de la
industrialización, el incremento de los ferrocarriles, y especialmente con la Unión
Aduanera –«el Zollverein»–. Este se creó y desarrolló, en una primera fase, entre 1818 y
1834, suprimiendo las barreras aduaneras entre los Estados alemanes, con tendencia a
proteger los productos nacionales frente a los productos extranjeros. Desde 1834, el
Zollverein fue agrupando a todos los Estados alemanes, excepto Austria, bajo la
dirección de Prusia, y se consolidó y completó en torno a 1852, preparando
materialmente y desde el punto de vista económico la unidad, ya que aseguró una gran
prosperidad y un rápido desarrollo económico de la sociedad alemana22.
La segunda fase del proceso de la unidad alemana se extendió desde 1848 hasta
1862, y correspondió al período de las revoluciones alemanas y a la reacción
conservadora. Estos movimientos en Alemania, que se iniciaron en marzo de 1848 y se
extendieron por Baviera, Baden, Hannover, Sajonia y la misma Prusia, consiguieron
algunas concesiones y el establecimiento de ministerios liberales. Tras la convocatoria
de reuniones previas en marzo de 1848, se celebró en mayo de ese mismo año el
Parlamento de Francfort, integrado por representantes elegidos de los distintos Estados
alemanes, en su mayoría nacionalistas liberales y demócratas, pero moderados, y muy
divididos en sus posiciones políticas, que se configuraron en seis grupos parlamentarios.
El Parlamento intentó la organización de la unidad alemana pero dos opciones dividían
a la opinión alemana ante la realización de ésta: por un lado, los partidarios de la «Gran
Alemania» con la inclusión de Austria, y por otro, los de las «Pequeña Alemania» sin
Austria y bajo el predominio de Prusia. Otras cuestiones planteadas eran si el nuevo
Estado unificado sería autoritario o liberal, censitario o democrático, centralizado o

22
Ibídem, pp. 220-223

10
federal, Imperio electivo o hereditario. Fue evidente la incapacidad del Parlamento, por
lo que se produjeron unas nuevas oleadas revolucionarias, entre septiembre y diciembre
de 1848 de base popular, urbana y rural, y entre enero y mayo de 1849, de carácter
democrático e incluso obrero, con influencia de la acción de K. Marx. El Parlamento
quedó totalmente desbordado y fracasado ante la presión revolucionaria por un lado, y
la reacción estatal por otro, siendo prácticamente disuelto en mayo de 1849. Por estas
fechas, Austria y Prusia restablecieron la autoridad estatal y reprimieron, por la fuerza,
en sus respectivas áreas de acción las últimas agitaciones revolucionarias, con lo que,
iniciada a fines de 1848, se consolidó la victoria de la contrarrevolución en mayo de
1849. Estos movimiento revolucionarios siguieron un proceso de radicalización, pues
los primeros fueron liberales y nacionales, los segundos más populares y sociales, y los
últimos, además de nacionales casi socialistas; la razón fundamental de su fracaso
estuvo en el miedo de la burguesía alemana ante una revolución social, que rompió el
frente revolucionario. Austria siguió representando la tradición, apoyándose en un
cerrado conservadurismo. Prusia, por el contrario, acertó a recoger las fuerzas dispersas,
después de 1848, del liberalismo, el nacionalismo y la unificación económica, para
reordenarlas en su beneficio y, desprovistas de sentido demócrata y socializante,
orientarlas hacia la definitiva unidad alemana, que ella fue a dirigir con la adopción de
las necesarias medidas. En 1851-1852 se completó y consolidó el «Zollverein», base de
la unidad económica; en 1858 el rey Federico Guillermo IV, que representó el
conservadurismo prusiano, debió ceder la corona por enfermedad a su hermano
Guillermo I, hubo de hacer frente a una crisis política causada por la reforma militar,
que resolvió nombrando canciller a Bismarck, por entonces embajador en París, en
septiembre de 186223.

2. EL PROCESO DE LA UNIDAD ALEMANA (1862-70)


La tercera fase de este proceso se extendió desde 1862 hasta 1870, años que
correspondieron a la Alemania de Bismarck, en la que éste, al frente del gobierno
prusiano, se dedicó a un objetivo fundamental: realizar la unidad alemana en beneficio
de Prusia y con exclusión de Austria. Los medios inmediatos que utilizó fueron: la
formación de un ministerio fuerte que gobernó superando la crítica de la oposición
liberal, la perfecta reorganización de un ejército poderoso, colocado bajo la dirección de
Moltke; la acción diplomática para garantizar la neutralidad favorable a Prusia de
Francia y Rusia; y conseguir el aislamiento diplomático de Austria. Finalidad inmediata
de Bismarck fue, igualmente, comprometer a Austria ante los ojos de los alemanes para
poder llegar a su exclusión de la Confederación Germánica, quedando sólo Prusia al
frente del Estado alemán unificado. Todo este programa se realizó por medio de tres
guerras sucesivas, entre 1864 y 1870 (vid. Documentos 11 y 12).
a) Guerra contra Dinamarca (1864)
La primera ocasión se planteó con motivo de la cuestión de los ducados de
Schleswig-Holstein contra Dinamarca, en 1864. Ante la pretensión del rey danés de
incorporar tales ducados a su reino, Bismarck, en nombre de la nación alemana reclamó
a la Dieta de Francfort la intervención contra Dinamarca. Se produjo la guerra con la
rápida victoria de Austria y Prusia sobre los daneses, que acordaron por la Convención
de Gastein, en 1865 (vid. Mapa 22), que Schleswig quedó bajo la administración de
Prusia y Holstein bajo la de Austria24.

23
Ibídem, pp. 223-225.
24
Ibídem, p. 226.

11
b) Guerra contra Austria (1866)
Entre 1865 y 1866 las diferencias entre ambos países se fueron acentuando,
especialmente en dos aspectos: por la administración de los ducados y por las
propuestas prusianas para reformar la Confederación. Antes de actuar contra Austria,
Bismarck acordó en la entrevista de Biarritz con Napoleón III, la neutralidad de Francia,
y se aseguró la alianza de Italia que aspiró a la incorporación de Venecia. En 1866,
Bismarck pidió la exclusión de Austria y sus aliados alemanes, en la que la iniciativa y
las victorias correspondieron al ejército prusiano: Prusia ocupó Sajonia y Hannover,
dominó a Baviera, y derrotó a Austria en la batalla de Sadowa, en julio de 1866, tras la
que pidió la paz. La paz de Praga, firmada en agosto de 1866, representó un giro
importante en la historia alemana: Prusia se anexionó Hannover, Hesse, Francfort y los
ducados de Scheleswig-Holstein; Austria reconoció la disolución de la Confederación
Germánica y su práctica exclusión del Estado alemán; Italia, por su parte, consiguió de
Austria la cesión del territorio de Venecia; y además Bismarck concluyó con los
Estados del Sur de Alemania –Baviera, Wurtemberg, Baden, Hesse Sur–, un acuerdo
por el que entraron en el Zollverein y pusieron sus ejércitos, en caso de guerra, bajo la
autoridad de Prusia; y también llegó a la reconciliación con los liberales, al mismo
tiempo que la burguesía alemana le dio totalmente su confianza para completar la
unidad de Alemania que el desarrollo de la economía hacía necesaria. En estos
momentos, y excluida Austria, se elaboró ya el embrión de tal unidad al constituirse en
julio de 1867 la Confederación de Alemania del Norte, organizada por Prusia, que
englobó a veintitrés Estados alemanes bajo la hegemonía prusiana; la Constitución dio
una estructura federal a esta unión, su presidente era el rey Guillermo I de Prusia, el
canciller feudal era Bismarck, y disponía de una Cámara elegida por sufragio universal
con poderes limitados, y de un Consejo federal donde estaban representados los
príncipes y las ciudades de la unión; el gobierno federal residía en Berlín, y el ejército
seguía el modo prusiano; la Constitución aseguraba así el predominio prusiano en la
Confederación. Con estos logros la unidad económico y militar de la «pequeña
Alemania» de 1848 estaba ya realizada en torno a Prusia, faltando sólo rematarla con la
unidad política, lo que haría con motivo de la tercera guerra contra Francia25.

3. LA FORMACIÓN DEL IMPERIO ALEMÁN (1870-71)


a) La guerra franco-prusiana (1870)
Después de la victoria de Prusia sobre Austria, Napoleón III intentó presionar
sobre Prusia a través de los Estados del Sur de Alemania y por diversos canales:
extendiendo su influencia, sosteniendo las tendencias particularistas de algunos de estos
Estados, apoyando los intentos de una Federación profrancesa de Alemania del Sur o
planteando reivindicaciones sobre algunos territorios. También en relación con Francia
se mantenía sin resolver la llamada cuestión romana, por la ayuda del Emperador al
Papa Pío IX que impedía a Italia la incorporación de Roma como capital del reino.
Bismarck pensó en una guerra contra Francia que resolvería todas estas cuestiones: la
derrota francesa la alejaría de Alemania del Sur, estos Estados se unirían al resto de
Alemania en virtud de los acuerdos establecidos para caso de guerra, e Italia
aprovecharía para ocupar Roma. La ocasión para el conflicto se presentó con motivo de
la candidatura Hohenzollern al trono vacante de España, cuya negociación fue
hábilmente maniobrada por Bismarck para que Napoleón III apareciera como agresor.
Al plantearse tal candidatura, el Emperador presionó para que el rey de Prusia
renunciase a apoyarla; Guillermo I renunció, en efecto, pero el gobierno francés, por

25
Ibídem, pp. 226-228.

12
cuestiones de prestigio sobre Prusia y para consolidar su régimen imperial en Europa,
no se contentó con una simple renuncia y exigió garantías para el futuro, viajando el
embajador francés a Ems para forzar la situación cerca de Guillermo I. Este envió un
despacho informando a Bismarck a Berlín, cuyo contenido fue transformado en un
resumen, por el canciller alemán, que resultó injurioso para Francia y que fue hecho
público: fue la provocación a Francia, con el llamado incidente del telegrama de Ems.
El 17 de julio de 1870, Francia declaró la guerra a Prusia y a los Estados aliados del
Sur, que fue lo que deseó Bismarck.
La guerra franco-prusiana se desarrolló entre agosto de 1870 y enero de 1871, y
constituyó una total victoria alemana: Francia estuvo aislada diplomáticamente, con un
régimen con problemas internos, y un ejército mal preparado, mientras Prusia dispuso
de un magnífico ejército bien organizado bajo la dirección de Moltke, y contó con el
apoyo de los Estados alemanes del Sur, y con la actitud internacional favorable, como la
de Italia que aprovechó para incorporar Roma como capital del reino italiano, en
septiembre de 1870. El desarrollo de la guerra fue totalmente favorable a Prusia: en
agosto ocupó Alsacia e invadió Lorena, en septiembre derrotó a Francia en Sedan donde
capituló el Emperador, y cuya consecuencia inmediata fue la revolución republicana en
París que liquidó el II Imperio y formó un Gobierno de Defensa Nacional que se
replegó hacia Tours y reuniéndose la Asamblea Nacional de Burdeos; desde septiembre
está cercado París, que capituló ante los prusianos en enero de 1871, llegándose así al
armisticio, entre Francia y Prusia, que puso fin a la guerra26 (vid. Mapa 25).

b) La proclamación del Imperio alemán (1871)


Bismarck consiguió plenamente con la guerra franco-prusiana su objetivo de
alcanzar la total unidad alemana: se produjo la integración de los Estados del Sur con el
resto de Alemania, y el 18 de enero de 1871 es proclamado el Imperio alemán en
Versalles, y a Guillermo I, Emperador de la Alemania unida, con Bismarck como
canciller. La Francia derrotada, que se reorganizaría como república, firmó con
Alemania el Tratado de paz de Francfort en mayo de 1871 que estipulaba: la cesión de
Alsacia y Lorena a Alemania, el pago de una indemnización de guerra, y una garantía
con la ocupación militar alemana de Departamentos del Noreste.
En 1871, con la unidad del Imperio alemán, se estableció la hegemonía alemana
sobre el continente europeo; y la Constitución imperial de 1871 fijó las características
de este nuevo Imperio alemán: la delimitación territorial con la unión federal de todos
los Estados alemanes, las instituciones políticas y administrativas, los principios y los
aspectos del federalismo y la unidad. Alemania se engrandeció: Berlín concentró la vida
política alemana, más que prusiana, y actuó como una de las grandes capitales políticas
europeas; el desarrollo económico se intensificó hasta hacer de Alemania uno de los
grandes países capitalistas e industriales de Europa; y en la política internacional del
continente se impuso el llamado sistema bismarckiano27.

4. ALEMANIA TRAS LA UNIFICACIÓN


Con la consolidación del II Reich, el vórtice de la política internacional basculó
hacia Europa central. Bismarck se convirtió en el árbitro europeo con un objetivo muy
claro: mantener el statu quo alcanzado en 1870. Para ello era imprescindible aislar a
Francia e Inglaterra y facilitar el entendimiento con Rusia, Austria e Italia.
Al considerar a Francia su enemiga natural, el Canciller apoyó su sistema
político republicano en un continente regido por monarquías. Temía ante todo su
26
Ibídem, pp. 228-230.
27
Ibídem, p. 230.

13
posible alianza con Rusia. Procuró incitar sus ansias colonialistas, para alejarla de los
asuntos europeos y de paso enemistarla con Gran Bretaña, a quien respetaba
escrupulosamente en su «espléndido aislamiento». Respecto a Austria, mantuvo una
política de estrecha colaboración, sin visos de revanchismo, a pesar de ser una potencia
perdedora. Nunca le aplicó el mismo trato que a Francia, y tras Sadowa no exigió
ninguna cesión territorial, aun en contra de la opinión del Káiser y del ejército. En
cuanto a Rusia, Bismarck creía que lo mejor era neutralizarla apoyando a Austria en su
extensión por los Balcanes. Para esto contó con la anuencia de Inglaterra, preocupada de
la posible expansión rusa por Turquía y los Estrechos. Gracias a un entramado complejo
de alianzas, Bismarck consiguió evitar una hipotética apertura de dos frentes a la vez.
Apaciguado el exterior, pudo ocuparse de solventar las dificultades económicas
internas, aplacar los antagonismos sociales y las discordias políticas del Reich.
Entre 1872 y 1878 se firmaron una serie de acuerdos entre Alemania, Austria y
Rusia basados en la «solidaridad monárquica» en contra, claro está, del republicanismo
francés. Se trató de un compromiso militar de socorro mutuo, que se activó en caso de
agresión por parte de una cuarta potencia. Francia enseguida acusó a Berlín de
«tendencias hegemónicas» y Bismarck tuvo que explicarse ante las demás potencias
enunciando su único interés de defender la paz28.

IV. ORIGEN DEL PROCESO


1. INCIPIENTE NACIONALISMO (Documento 13)
En la primera mitad del siglo XIX de Europa, Francia y Gran Bretaña ostentaban
el liderazgo gracias a sus regímenes políticos liberales y a su importante desarrollo
industrial, comercial, militar y cultural. Además, Rusia, Austria y, en menor medida,
Prusia, pugnaban por defender lo que quedaba del Antiguo Régimen, por mantener y
acrecentar su importancia internacional. España, como consecuencia de la guerra de
independencia y de la primera carlista, había perdido la casi totalidad de su Imperio
americano y con él su categoría de gran potencia.
Por otro lado, había un extenso catálogo de pequeños reinos, principados,
ducados, ciudades libres… que conferían al viejo continente una riqueza y singularidad
que daba al mapa europeo una complejidad que sólo el triunfo de los nacionalismos
pudo alterar29. Esta idea de nacionalidad, el sentimiento nacional, tuvo profundo eco
entre estos pueblos divididos que aspiraban a organizarse políticamente como
naciones30.
El nacionalismo surgió como consecuencia de los sucesos y cambios generados
de la Revolución francesa y difundidos por Europa durante la etapa napoleónica. El
éxito del pensamiento romántico permitió que el nacionalismo se convirtiese en el
movimiento cultural y político de las vanguardias de su época, con una difusión y
vitalidad que ninguna otra ideología había conseguido hasta aquel momento.
Con el fracaso relativo de las revoluciones de 1820, 1830 y 1848, se frustraron
los deseos de muchos europeos de poner fin definitivamente a los vestigios del Antiguo
Régimen que el Congreso de Viena había intentado recomponer con desigual éxito.
Muchos europeos soñaban con redefinir el mapa de Europa sobre el principio de las
nacionalidades.
La lenta pero imparable implantación de regímenes liberales en muchos países
de Europa facilitó la extensión del nacionalismo. La crisis europea de 1848 sirvió para

28
LARIO, Ángeles (coord.) (2013) Historia contemporánea universal: Del surgimiento del Estado
contemporáneo a la I Guerra Mundial. Alianza Editorial, Madrid, pp. 278-279.
29
PAREDES, Historia universal…, p. 136.
30
MARTÍNEZ CARRERAS, Introducción a…, p. 207.

14
demostrar el ímpetu del movimiento de las nacionalidades, a pesar de haber acabado en
un fracaso aparentemente total. Con el paso del tiempo, con las nuevas crisis
internacionales que se iban produciendo, el nacionalismo recobró su vigor y volvió
intentar, hasta lograrlo, reformar el mapa del continente.
Los rumanos de Valaquia y Moldavia se aprovecharon de la guerra de Crimea
para unir los dos principados bajo un mismo gobierno autónomo en 1856. El
movimiento nacional italiano adquirió nuevo vigor a partir de 1857, como ya hemos
visto, y el alemán siguió sus pasos poco tiempo más tarde. La población griega de Creta
se sublevó contra la dominación turca. Los polacos protagonizaron una nueva revuelta
en 1863, al tiempo que en Irlanda renacían las protestas contra la dominación inglesa.
Todos los grupos nacionales conscientes del tiempo que les había tocado vivir exigían el
control sobre su destino, sobre su país, pasando por encima de los derechos de las
minorías, enfrentándose a los antiguos poderes surgidos del feudalismo, dispuestos a
enterrar los rescoldos del Antiguo Régimen. Tenían la clara voluntad de formar un
Estado-nación.
En los años cuarenta y cincuenta la idea de nacionalidad se convirtió en uno de
los centros de atención y preocupaciones de los europeos. Este principio, antes
ambiguo, consistía en agrupar poblaciones de una misma nacionalidad en un mismo
Estado, y que aquellos Estados formados por varias nacionalidades debían dar a éstos la
libertad de optar en qué Estado querían quedar integrados.
Existían básicamente dos formas de concebir el nacionalismo. El romanticismo
alemán consideraba la nación como un ser vivo que se desarrollaba gracias a la acción
de una fuerza superior y atemporal, el genio nacional (Volkseist), que se manifestaba en
la existencia de una comunidad de lengua, de costumbres y tradiciones. Esta
interpretación de la idea de nacionalidad, de inspiración conservadora, ponía por encima
de los deseos de la población que formaba esa nacionalidad, la existencia y el futuro de
su nación, ya que atribuían a ésta una vida y unos designios propios que iban más allá
de la voluntad momentánea de una generación concreta.
Con el paso del tiempo esta concepción del nacionalismo cobró en algunos casos
connotaciones de índole racista. En lugar de hablar de comunidad lingüística o del
hecho de conciencia, se empezó a considerar el difuso concepto de raza como definidor
de la nacionalidad.
Existía también una concepción latina del nacionalismo, formulada por Mazzini
en 1834: «Una nación es la asociación de todos los hombres, agrupados por la lengua,
por ciertas condiciones geográficas o por el papel que han desempeñado en la historia.
Reconocen un mismo principio y marchan, bajo el impulso de un Derecho unificado, a
la conquista de un mismo objetivo definitivo… La patria es, ante todo, la conciencia de
la patria». Siendo el rasgo definidor del nacionalismo latino la voluntad de vivir en
común.
Sobre estos principios nacionales se iba a rehacer el mapa de Europa,
generándose los cambios más importantes de la historia del siglo XIX, a instancias de
dos grupos humanos: alemanes e italianos. El movimiento de las nacionalidades puso en
discusión directamente el estatuto territorial. Era una fuerza de disociación a veces, y
otras una fuerza de construcción. Los mazzinianos tenían un gran programa integral:
querían –dice Renouvin- reconquistar Europa de pies a cabeza haciendo coincidir por
todas partes Estado y nación. El Estado nacional debería ser unitario, pues la forma
federal condenaría a los gobiernos a la impotencia y favorecería la supervivencia de
viejas rivalidades locales; tenían que ser republicanos, ya que la soberanía residía en el
pueblo; pero no socialista, pues la lucha económica era una insensatez. Los alemanes

15
sólo querían crear una gran nación germánica aunque tuviesen que conculcar los
derechos de otros pueblos.
La revolución de 1848, como señala Cornellas, romántica por naturaleza, había
presenciado el exacerbamiento de los nacionalismos, pero no había logrado formalizar
la unidad de las dos nacionalidades con mayor voluntad de integración histórica,
Alemania e Italia. Esta unidad sería obra no del romanticismo político, sino del
positivismo político, propio de la siguiente generación, siendo realizado no por la
espontánea e improvisada acción popular, sino por obra de una bien calculada política
de un núcleo de naciones ya existentes –Prusia y Piamonte- bajo la dirección de unas
élites impregnadas del nacionalismo.
En los años que van entre 1850 y 1870 se conjugaron los factores que
permitieron la transformación del mapa de la vieja Europa. Surgió un nuevo reparto del
poder como consecuencia del triunfo del nacionalismo: la unificación de la península
italiana por la casa de Saboya, y la creación de una Alemania unida bajo el control de la
casa reinante en Prusia, los Hohenzollern. Estos hechos rompieron cualquier remota
posibilidad de supervivencia del sistema surgido en Viena en 1815. Nacía una nueva
concepción de la política (Realpolitik) y del equilibrio de fuerzas a nivel mundial de la
mano de hombres como Bismarck, Napoleón III o Cavour31.

2. EUROPA A PARTIR EN TORNO A 1815, CONGRESO Y ALIANZAS, Y VIENA


a) Visión global
En el Congreso de Viena se reunieron los Estados vencedores en 1814 y 1815
para reconstruir Europa, pues para ellos habían triunfado definitivamente sobre la
revolución político-social de carácter liberal y debían restablecer el Antiguo Régimen
volviendo al absolutismo. Había dos realidades europeas que se manifestaban en un
distinto plano o nivel y que, superpuestas u opuestas entre sí, se enfrentarían durante la
primera mitad del siglo XIX en sucesivos momentos revolucionarios y reacciones
contrarrevolucionarias, completando el ciclo de la revolución liberal-burguesa hasta el
triunfo final; estas dos realidades fueron:
La primera, el orden político constituido por la estructura y la organización
político-administrativa impuestas, a nivel nacional e internacional, por la coalición de
los aliados vencederos de Napoleón. Es la política de la Restauración del absolutismo
del Antiguo Régimen que se elabora en el Congreso de Viena y que tiene su expresión
en la Santa Alianza y en el sistema de Metternich, constituyendo su base ideológica el
pensamiento de los filósofos de la Restauración.
La segunda, por otro lado, la realidad económica, pues el desarrollo económico y
técnico se extendió por el continente con la revolución industrial. La burguesía continuó
aumentando su poder económico y social como imparable clase, aunque perdió gran
parte del poder político y tuvo que controlar a la vez a los incipientes grupos populares;
además, tres fuerzas ideológico-sociales animaban el proceso del cambio incontenible:
el liberalismo, el romanticismo y el nacionalismo.
Durante toda la primera mitad del siglo XIX, Europa conoció el continuo
enfrentamiento y la lucha entre el orden político y la realidad económica: el primero
para mantener la situación política restablecida, y la segunda para transformar el orden
socio-político por medio de la acción revolucionaria. Reacción absolutista y revolución
liberal se oponen y suceden a través de movimientos violentos que señalan las
revoluciones europeas de 1820, 1830 y 1848, y los movimientos nacionalistas de los
pueblos europeos32 (vid. Mapa 26).
31
PAREDES, Historia universal…, pp. 136-138.
32
MARTÍNEZ CARRERAS, Introducción a…, pp. 109-110.

16
b) La Restauración absolutista: el Congreso de Viena y la Santa Alianza (1814-
1815)
La reorganización europea se hizo a partir de unas potencias y unos políticos
concretos, unos principios e ideas básicas, una serie de acuerdos y alianzas, y una
sucesión de Congresos para la realización de la política determinada por el sistema
dominante33.
b.1. Las potencias y sus dirigentes políticos que decidieron y dominaron fueron
los «cuatro grades» vencederos de Napoleón, a los que se añadió la Francia borbónica
restaurada. Sus caracteres respectivos eran (vid. Documento 14):
Austria: la gran potencia centroeuropea, factor de equilibro continental, con su
hegemonía sobre los tres grandes bloques centrales de Estado: su propio Imperio
danubiano, los países-estados de la Confederación alemana, y los países de la Italia
dividida. Su dirigente más destacado era el canciller, desde 1809, Metternich, quien
representaba el orden europeo postnapoleónico. Era, además, el máximo político de la
Restauración. Metternich defendió la hegemonía de Austria unida al equilibro
centroeuropeo y era partidario de la incorporación de la nueva Francia restaurada al
grupo de las potencias dirigentes de Europa. Ejerció su poder sobre la política austríaca
y europea, en general, desde la época napoleónica (1809) hasta los movimientos
revolucionarios de 1848.
Rusia: gran potencia eslava de Europa Oriental, afirmó sus expectativas de
grandeza y poderío entre su expansión hacia Europa orientándose tanto hacia el Báltico
y Europa central, como hacia los Balcanes y Asia Central. El protagonismo ruso estaba
representado en estos momentos por el mismo Nesselrode y sobre todo por el zar
Alejandro I (1801-1825).
Gran Bretaña: gran potencia atlántica de Europa Occidental. Tenía escasas
afinidades ideológicas y políticas con otras potencias vencedoras. Su creciente poderío
económico estaba basado en la ininterrumpida revolución industrial, su fidelidad al
liberalismo, tanto económico –con el desarrollo del capitalismo– como político –con la
iniciación de las reformas que dieron plenitud a su sistema parlamentario, su
persistencia en la política internacional del equilibrio europeo y la teoría de la balanza
de poderes a nivel continental, su continuada expansión colonial que la llevó –a pesar
de alguna pérdida como la de las colonias norteamericanas– a construir un gran Imperio
mundial que se transformó en el núcleo central de todos sus intereses–. Su principal
protagonista en el juego político de la Europa que surge en 1815 fue Castlereagh.
Prusia: gran fuerza nacionalista. Tuvo un papel de menor fuerza, sin embargo, la
monarquía prusiana y su ministro Hardenberg comenzaron a situar a Prusia entre los
primeros Estados de la dividida Alemania, y se prepararon para servir de centro y de
aglutinante de los diversos Estados alemanes a los que acabaron por imponerse y sobre
los que ejercieron su predominio.
Francia: vio restaurar la monarquía borbónica con Luis XVIII como rey, y
siendo el ministro Talleyrad quien la reincorporó a su papel político de potencia europea
junto a sus antiguos enemigos34.

b.2. Las ideas básicas fueron: el principio de legitimidad del Antiguo Régimen y
de la monarquía, el principio de la responsabilidad del poder político –la
responsabilidad del mando correspondía a los poderosos–, el principio del equilibrio –
en un sentido práctico y a nivel europeo e internacional entre las grandes potencias– y el
33
Ibídem, p. 114.
34
Ibídem, pp. 114-117.

17
principio de intervención como un derecho de los grandes europeos sobre los asuntos
internos de los restantes países, al proyectarse las situaciones nacionales de los distintos
Estados en el plano internacional35.

b.3. Los acuerdos y las alianzas en las que se contenían y establecían de forma
práctica tales principios por parte de las potencias dominantes y sus dirigentes políticos,
y que dieron nacimientos a la nueva configuración de Europa, y a una nueva
organización internacional. Estos fueron: el Tratado de París del 30 de mayo de 1814, o
primer Tratado de París, establecido tras la primera derrota de Napoleón y que redujo a
Francia a sus fronteras de 1792; la gran conferencia que reorganizó Europa, el Congreso
de Viena, que será explicada más adelante con mayor detalle; la Santa Alianza, pacto
firmado el 26 de septiembre de 1815 por los tres soberanos de Austria, Prusia y Rusia,
cuya finalidad era la búsqueda de un orden internacional para salvaguardar la paz, y la
necesidad de una nueva política cristiana, se trató de una simple declaración de
intenciones entre cuyos principios se encontraba la justicia, la caridad, la paz, la
fraternidad y la promesa de prestarle ayuda y asistencia mutuas, pero no que no llegó a
crear ninguna obligación internacional precisa ni ninguna organización, además, a ella
se adhirieron la mayor parte de las restantes monarquías; la Cuádruple Alianza,
establecida el 20 de noviembre de 1815, integrada por los tres Estados de la Santa
Alianza más Gran Bretaña, que fue obra de Castlereagh, en el marco del segundo
Tratado de París, ha sido considerada una alianza contra Francia y el espíritu
revolucionario, y desde entonces quedó instituido un sistema de Conferencias que se
celebraron en los años siguientes, dando conocimiento así a la Europa de los Congresos;
el segundo Tratado de París, firmado el 20 de noviembre de 1815, fue consecuencia de
la aventura napoleónica de los Cien Días y de la nueva victoria de las potencias en
Waterloo (18 de junio de 1815) mientras sus políticos finalizaban sus reuniones en
Viena36.

c) Congreso de Viena (Mapa 26)


En este congreso toda Europa estuvo representada en la magna asamblea, que
comenzó sus reuniones en la capital austríaca en septiembre de 1814; no obstante, la
fecha oficial de apertura de las sesiones fue el 1 de octubre de 1814. En ella se
plantearon problemas de procedimiento, y para ordenar su funcionamiento interno se
establecieron diez Comisiones de trabajo. Las cuestiones más destacadas de los trabajos
del Congreso fueron: los problemas y las negociaciones sobre Polonia; los problemas
italiano –Nápoles e Italia del Norte–, y alemán –la Confederación Germánica de 38
Estados–; y las cuestiones generales que afectaban a los Países Bajos, España y
Portugal, la abolición de la trata de negros, las aguas internacionales, y las precedencias
diplomáticas. Por fin, el 9 de junio de 1815 se firmó el Acta final del Congreso de Viena
que con sus logros reconstruyeron y simplificaron el mapa de Europa, y aseguraron un
largo período de paz al continente.
Los acuerdos territoriales más importantes, que supusieron una nueva
ordenación europea fueron: Bélgica quedó unida a Holanda integrando el reino de los
Países Bajos, a Prusia se incorporaron Renania y parte de Sajonia; Austria, que
conservó parte de Polonia, recibió el reino de Lombardía-Venecia, Tirol y las Provincias
Ilirias; Alemania quedó reconstruida como Confederación Germánica integrada por 38
Estados, entre ellos un Imperio que la presidía Austria y cinco reinos: Prusia, Baviera,
Wurttemberg, Sajonia y Hannover, con una Dieta con sede en Francfort; Rusia, que
35
Ibídem, pp. 117-118.
36
Ibídem, pp. 118-122.

18
conservó Besarabia, se anexionó Finlandia y la mayor parte de Polonia, mientras que
Cracovia quedó como república independiente; Suecia se anexionó Noruega; Dinamarca
recibió Holstein; Italia quedó de nuevo dividida: se reconstruyeron los Estados de la
Iglesia bajo la soberanía del papa, el reino de Piamonte-Cerdeña quedó para los Saboya,
y el de las Dos Sicilias volvió a los Borbones; Suiza pasó de tener diecinueve cantones a
veintidós y se acordó su neutralidad; e Inglaterra, que apareció como la verdadera
vencedora y beneficiaria, se incorporó Heligoland, Malta, Islas Jónicas, El Cabo,
Ceilán, que junto con la Isla Mauricio y Trinidad-Tobago le aseguraron el control sobre
las rutas marítimas37 (vid. Documento 15).

d) La Europa de los Congresos y el sistema Metternich (1815-1822)


El sistema previsto de celebración de Conferencias o Congresos contenido en los
acuerdos de la Cuádruple Alianza comenzaron a funcionar a partir de 1818, y desde ese
mismo momento se confirió un sentido práctico con medidas políticas o intervenciones
concretas a lo que hasta entonces eran declaraciones o acuerdos de principios, por la
acción decidida del canciller Metternich. Ya en el primer Congreso, el celebrado en
Aix-la-Chapelle en 1818, nació un organismo que asumió la dirección y el control
político de Europa con el fin de salvar y mantener el sistema: se trató de la Quíntuple
Alianza, que agrupó elementos de las dos Alianzas anteriores –la Santa y la Cuádruple–,
integrada por Austria, Rusia, Prusia, Inglaterra y Francia, y creada por Metternich que
dio nombre al sistema represivo que aplicó el mantenimiento del orden establecido; esta
alianza es la que ha sido considerada como la «liga de los reyes contra los pueblos»38.

d.1. El sistema de celebración de conferencias se mantuvo vigente y activo entre


1818 y 1822 para decaer a mediados de los años veinte. Se celebraron los Congresos
celebrados y se tomaron medidas políticas importantes para reprimir las inquietudes
liberales y nacionalistas39.

d.2. En torno a 1826 la política de la Santa Alianza entró en una fase de


descrédito, aunque se mantuvieron las últimas reacciones del sistema Metternich. Gran
Bretaña se situó a la cabeza de una realidad política nueva, como era la naciente Europa
liberal. Con las revoluciones de 1848, el sistema montado en la Santa Alianza y los
Congresos, tras una continua decadencia, quedó totalmente destruido y, ante la oleada
revolucionaria liberal que se extendió por Europa, se produjo la caída de Metternich,
último superviviente del sistema de Viena40.

37
Ibídem, pp. 120-121.
38
Ibídem, p. 122.
39
Ibídem, p. 122.
40
Ibídem, p. 124.

19
Apéndice:

1. Mazzinni: La república
«Italia quiere ser NACIÓN y UNA, no la unidad napoleónica, ni la
centralización administrativa exagerada (…).
La autonomía de los Estados actuales es un error histórico (…). Italia quiere ser
una nación de hombres iguales y libres (…), asociados para la obra del progreso común.
(…) Italia (…) cree en Dios y en el pueblo; no en el Papa y los reyes (…).
La independencia, es decir, la destrucción de los obstáculos interiores y
exteriores que se oponen a la constitución de la vida nacional, debe obtenerse no sólo
para el pueblo, sino por el pueblo (…).
La insurrección es la batalla librada para conquistar la revolución, es decir, la
nación. La insurrección debe, pues, ser nacional; debe surtir en todas partes con la
misma bandera, la misma fe, el mismo objetivo (…).
Crear: ¡crear un Pueblo! Es hora, oh jóvenes, de comprender cuán grande,
religiosa y santa es la obra que Dios os confía (…)».
MAZZINI, G., Repúblique et royauté en Italie. París. Au Bureau du
Nouveau Monde, 185041.

2. Gioberti: El Papado
«La acción civil del Papa no debe estar en oposición con su carácter espiritual y
pacífico, en tanto supremo pastor de la Iglesia (…). Indecibles son las ventajas que Italia
recibiría de una confederación política bajo la autoridad moderadora del Pontífice. Una
unión tal acrecentaría la fuerza y el poder de los diversos príncipes sin perjudicar su
independencia (…). Eliminaría las causas de discordias, guerras, revoluciones
interiores, y sería un obstáculo insuperable a las invasiones extranjeras (…). Devolvería
a la península su antiguo honor, colocándola de nuevo en el seno de las potencias de
primer orden (…)».
GOIBERTI, V., Del Primato morale e civile degli Italiani. 1 part. Cap. II42.

3. Babo: La Monarquía
«La confederación es la organización más apropiada al temperamento y a la
historia de Italia (…).
No quisiera pretender para Italia septentrional ninguna superioridad decisiva
sobre Italia meridional, pero mientras la empresa de la independencia no esté concluida,
hay dos ventajas que no se pueden arrebatar a Italia septentrional, la de los peligros
sufridos y la del engrandecimiento conseguido, y en cualquier momento puede surgir
una ocasión favorable a la empresa, y esta surgirá sin ninguna duda para y en Italia
septentrional (…).
El resultado (…) un engrandecimiento de la monarquía cuya cabeza es la casa de
Saboya (…). Sólo ella posee las compensaciones occidentales para la producción
(económica). Sólo ella está situada en la vecindad de provincias italianas extranjeras, y
sólo ella puede convertirlas en italianas, este es el punto capital de la empresa, o lo que
es lo mismo, la empresa de la independencia italiana».
BALBO, C. (1844), Des esperances de L’Italie. F. Didot Fréres, París43.

41
FERNÁNDEZ PÉREZ, Adolfo (1991) Documentos comentados de Historia contemporánea. Akal, D. L.,
Los Berrocales de Jarama, p. 64.
42
Ibídem, p. 64.
43
Ibídem, p. 65.

20
4. Cavour, Carta a Napoleón III, 1858
«Turín, 17 de septiembre de 1858.
Me ha alegrado saber que V. M. había reconocido que el resumen de los puntos
acordados en Plombieres era exacto (…). V. M. cree conveniente retrasar la época ya
fijada para el inicio de las hostilidades, aplazándolo, si es posible, a la primavera de
1860 (…).
Este punto ha llamado sobre todo la atención del rey, que me ha encargado
transmitirle las siguientes consideraciones. El aplazamiento de la guerra (…) tendría a
los ojos del rey graves inconvenientes. En efecto, es incontestable que gracias a la
habilidad y a la sagacidad de V. M. Europa está en este momento favorablemente
dispuesta para facilitar la ejecución de los proyectos (…), mientras que en Italia los
ánimos están admirablemente dispuestos por la preparación hemos tenido desde hace
veinte años para los acontecimientos a los que deben dar lugar. El retraso de un año
podría modificar, y modificaría probablemente en perjuicio nuestro, tal situación.
El acercamiento de Austria a Rusia o a Prusia no es imposible.
(…) Por lo que se refiere a Italia, un prolongado retraso no puede ser sino
desastroso para nuestros designios. Hoy todo está dispuesto en un sentido que le es
favorable. La influencia del partido revolucionario, gracias a la confianza que inspira el
Piamonte, está, si no destruida, al menos reducida a proporciones insignificantes. Si
Mazzini conserva todavía algunos adeptos en las capas bajas de la sociedad, con la
ayuda de las ideas socialistas que él ha acabado adoptando, ha perdido todo el prestigio
entre las clases medias y altas, que han sido casi enteramente captadas por los principios
de orden y moderación, los únicos que pueden conseguir la emancipación de la patria
(…)».
CAVOUR, Carta a Napoleón III, 185844

5. Carta de Cavour a V. Manuel II


«Tan pronto como entré en el despacho del Emperador, éste planteó la cuestión
que era el objeto de mi viaje. Comenzó diciendo que había decidido apoyar a Piamonte
con todo su poder en una guerra contra Austria, con tal que la guerra fuera emprendida
con fines no revolucionarios que pudieran estar justificados a los ojos de los círculos
diplomáticos y, todavía más, a los ojos de la opinión pública francesa y europea».
Carta de Cavour a V. Manuel II45

6. Particiones según Napoleón III


«Cavour haría lo necesario para obligar a Austria a declarar la guerra en la
primavera siguiente. Tras el estallido de la guerra, Francia intervendría como defensora
del “oprimido” Piamonte, prestándole ayuda militar y financiera. Derrotada Austria, se
formarían cuatro Estados confederados bajo la presidencia del Papa:
El reino del norte de Italia, anexionado al Piamonte.
El reino de Italia central, que quedaría bajo la soberanía de un familiar de
Napoleón III.
Los Estados Pontificios serían respetados. Hay que recordar que Francia era su
protectora desde 1848.
El reino de las Dos Sicilias, en el que, según deseos de Napoleón III, sería
monarca Lucien Murat, sobrino de Joaquín Murat, el que fuera rey durante la etapa
napoleónica.

44
Ibídem, p. 53.
45
Ibídem, p. 61.

21
Por último, a cambio de la ayuda prestada, Niza y Saboya serían anexionadas a
Francia.
Con este acuerdo, el Piamonte conseguiría la unificación del norte de Italia, pero
no cabe duda de que Francia era la que obtendría más ventajas, puesto que, una vez
alejada Austria, conseguiría el papel de potencia predominante en Italia.»
GARCÍA, E., (1985) Italia: de la Unificación a 1914. Akal, Madrid46.

7. Cavour al rey Víctor Manuel, 5 de octubre de 1860


«Teniendo en cuenta todas las consideraciones políticas y militares que deben
influir en la cuestión napolitana, me parece que el mejor modo de proceder sea el
siguiente:
1.- Acabar cuanto antes con el problema de Garibaldi.
2.- Ocupar Nápoles y promover manifestaciones populares en todas las
provincias del Reino
3.- Expulsar al rey de Gaeta, si no se va voluntariamente.
Por consiguiente, no sabría elogiar lo bastante la determinación tomada por V.
M. de mandar directamente a Nápoles a Cialdini con una división.
Si V. M. entra en cualquiera de las ciudades del Reino, Aquila, por ejemplo, y
allí requiere al general Garibaldi, éste se alegrará de deponer a los pies de V. M. su
dictadura y de ceder el mando de todas las tropas al general Cialdini.
Esta pacífica solución es muy deseable. Ningún acuerdo con los mazzinianos; no
debilidad con los garibaldinos, pero infinita deferencia con su general.
Austria continúa con sus preparativos militares. Sin haber asumido una actitud
amenazadora en Italia, va, sin embargo, engrosando sus batallones.
Sería una imprudencia, en mi opinión, el debilitar las no ya numerosas fuerzas
que tenemos en el Po.
Sería necesario pensar en hacer rápidamente la leva en Umbría y en las Marcas.
Díganse V. M. aceptar la expresión de mi respetuosa devoción».
Carteggi del Conte di Cavour. Zanichelli, Bolonia47.

8. Garibaldi y Cavour según Mazzini (1860)


«Dos hombres se disputan hoy los destinos de Italia: dos hombres, dos sistemas.
Garibaldi y Cavour. La cuestión no es, entre los dos, de principios, no se trata de la
forma política; es cuestión de medios, sobre cómo se puede alcanzar un fin que los dos
afirman tener en común: la unidad nacional. Cavour representa oficialmente la
monarquía; Garibaldi la acepta y cree que puede bautizar y consagrar a la Italia unida.
(…)
Garibaldi sigue la vía directa; Cavour la oblicua. El primero está instintivamente
inspirado por la lógica de la revolución; el segundo adopta deliberadamente la táctica
oportuna para conseguir reformas. Cavour resumió de hecho su propio programa ante
Europa cuando, con gesto visiblemente hostil a la revolución, dijo: o reforma o
revolución; Garibaldi tiene por lema: no reforma, sino revolución: una Italia libre, en
lugar de más Italias servibles y divididas. (…) Cavour, pues aborreciendo la
intervención popular, (…) busca apoyo en una potencia extranjera, escogiendo entre
todas ellas aquélla a la cual los intereses propios podrían sugerir hostilidad hacia Austria
(…): la Francia imperial. Garibaldi busca la propia fuerza en Italia, en su pueblo, en la
admirable actitud guerrera de su juventud, en su sed de Patria, en la potencia impulsora
de la insurrección, en la fuerza de un país llamado a salvarse a sí mismo (…).
46
Ibídem, p. 61.
47
Ibídem, p. 66.

22
Está detrás de Garibaldi la Italia no oficial, la Italia del pueblo, la Italia de los
voluntarios, la Italia de los jóvenes, la Italia de cuantos no respetamos más que el Deber,
nos sacrificamos, combatimos, y vencemos; la Italia que grita Unidad, la Italia del
porvenir.»
MAZZINI, G, (1860), Sobre la Unidad Italiana48.

9. La expedición de Garibaldi
«Cuando llegué a Génova en los primeros días del mes de agosto de 1860, mi
primera impresión fue de sorpresa, pues la expedición de Garibaldi a la que quería
unirme, se reclutaba sin ningún misterio. Sustraída, por así decir, a la acción del
Gobierno de Turín, Génova parecía una especie de plaza de armas de donde el dictador
sacaba para Sicilia las armas y las municiones que necesitaba. Es justo añadir que
cuando el Minsiterio piamontés, tratando de oponerse a la partida de la falange que iba a
desembarcar en Marsala, había pedido al gobierno militar de Génova, si podía contar
con sus tropas, éste respondió que a la primera señal de Garibaldi todos los soldados del
ejército sardo desertarían para seguirle. En este estado de cosas, lo mejor era abstenerse,
cerrar los ojos y expresar en notas diplomáticas quejas que quizá apenas se podían
probar…
Los voluntarios, reconocibles por su camisa roja, marchaban ruidosamente por
las estrechas calles de Génova al redoble de tambores…; en el puerto, los barcos de
vapor calentaban motores, mientras se cargaban las tropas, y quienes partían para su
destino en tanto que voluntarios lanzaban este grito de unidad que debía conquistar un
reino: Viva Italia toda y una… Cada provincia se honraba en enviar soldados para
unirse a la expedición liberadora; los viejos odios provinciales, los amores propios
municipales, que antaño habían hecho tanto daño a la nación italiana, se olvidaban en un
solo pensamiento».
49
DU CAMBP, Maxime (1860), Expeditions des Deux-Siciles, p. 141 .

10. Discurso de la nación alemana


«Todos los que hablan un mismo idioma […] se encuentran unidos entre sí
desde el principio por un cúmulo de lazos invisibles […] de modo que los hombres no
forman una nación porque viven en este o el otro lado de una cordillera de montañas o
un río, sino que viven juntos […] porque primitivamente, y en virtud de leyes naturales
de orden superior, formaban ya un pueblo. Así la nación alemana, gracias a poseer un
idioma y una manera de pensar comunes, hallábase suficientemente unido y se
distinguía con claridad de los demás pueblos de la vieja Europea…»
FICHTE, Johann (1807), Discurso de la nación alemana50.

11. La unificación de Alemania. El parlamento de Francfort


«El 18 de mayo de 1848 la ciudad de Francfort estaba animada y radiante. Esta
vez no era solamente una reunión de notables, una asamblea arbitrariamente elegida la
que iba a sentarse en los bancos de la iglesia de San Pablo; era Alemania entera la que
enviaba sus diputados al verdadero Parlamento nacional. Desde por la mañana los
tambores batían y la guardia cívica ocupaba la ciudad; los colores del imperio estaban
desplegados por todas partes, ni una casa sin engalanar, ni una bandera que no hiciera
flotar al viento los símbolos de la unidad germánica. Una población feliz, triunfante, iba

48
Ibídem, p. 59.
49
MONTERO GARCÍA, Feliciano (1996) La Historia Contemporánea en la práctica. Centro de estudios
Ramón Areces, S.A., Madrid, p. 97.
50
LARIO, Historia contemporánea…, p. 223.

23
y venía del palacio de Roemer a la iglesia de San Pablo. Todos los países vecinos, todas
las ciudades, todos los pueblos tenían representantes, todas bajo una misma bandera,
todas bajo la bandera roja, negra y oro. Esta encantadora ciudad de Francfort, con sus
viejas calles sombrías y sus ricos barrios nuevos, con sus antiguas casas cubiertas de
pizarra y sus bulevares llenos de villas italianas parecía haberse preparado con sus
mejores galas para ser la digna cuna del futuro. ¿Qué emperador va a ser consagrado
hoy?... Verdaderamente estos recuerdos medievales no estaban fuera de lugar, las
imaginaciones alemanes, tan prontas a alimentarse de sueños, evocaban
involuntariamente héroes de otra época; ya se le creía ver reaparecer, realzado por el
proceso del mundo moderno, este imperio del siglo XIII que pretendía continuar a los
Césares. No hay creencia más popular que ésta en toda Alemania. Durante cerca de
medio siglo, una nación entera se ha embragado con estas esperanzas; hoy cree realizar
su sueño… Son las cuatro de la tarde cuando los diputados se reunieron en San
Pablo…»
SAINT-RENE TAILLANDIER (1849): “Histoire de Parlament de Francfort”, Revue
des Deux Mondes, en GIRARD, L. y otros (1961) : Collection d’histoire, 1848-1914,
Bordas, p. 2951.

12. Bismarck. Reflexiones sobre la unificación alemana


«¿Somos una gran potencia o solamente un miembro de la Confederación
Germánica? ¿Debemos ser gobernados monárquicamente como una gran potencia o por
profesores, jueces y charlatanes de pequeñas ciudades, como sería admisible en el caso
de un pequeño Estado federal? La persecución del fantasma de la popularidad “por
Alemania” que hemos hecho desde 1840 nos ha costado nuestras propias piernas;
tenemos que ser una gran potencia en primera línea, y luego Estado confederado. Es lo
que Austria, en nuestro detrimento, siempre ha reconocido como verdad para sí misma;
y la comedia que representa haciendo alarde las simpatías alemanas no la hará renunciar
a sus alianzas europeas… Creéis que hay en “la opinión pública alemana”, en las
Cámaras, en los diarios, etc., algo que podría darnos ayuda y apoyo con vistas a una
política de unión o de hegemonía. Veo en ello un error radical, una quimera. Nuestro
crecimiento no puede surgir de una política parlamentaria y de prensa, sino solamente
de una política militar de gran potencia».
Carta de Bismarck a Von der Goltz, embajador en París, 1863. En GIRALD, L.
(1961), y otros: Collection d’histoire, 1848-1914. Bordas, p. 15352.

13. Sobre la nacionalidad


«(…) Esos instintos del niño son el germen de dos poderosas tendencias del
hombre adulto, de dos leyes naturales de la especie, de dos formas perpetuas de
asociación humana, la familia y la nación. Hijas ambas de la naturaleza, y no del
artificio, compañeras inseparables del orden social, incluso allí donde la sociedad
doméstica o patriarcal no deja entrever aún un claro rudimento de sociedad política,
ambas tienen el mismo sagrado origen, porque son igualmente revelaciones
elocuentísimas de los designios de la creación, de la constitución natural y necesaria de
la humanidad. (…) La región, la raza, la lengua, las costumbres, la historia, las leyes, y
las religiones son las principales de ellas.
El conjunto de estos elementos compone, a decir verdad, la propia naturaleza de
cada pueblo por sí mismo distinto, y crea entre los miembros de la unión nacional tal
particular intimidad de relaciones materiales y morales, que por legítimo efecto nace
51
MONTERO GARCÍA, La Historia Contemporánea..., pp. 90-91.
52
Ibídem, p. 98.

24
entre ellos una más íntima comunidad de derecho, de imposible existencia entre
individuos de naciones distintas. Originándose esa diferencia de una necesidad natural,
no hay causa alguna que tenga el poder de suprimirla o borrarla.
(…)
Lo dicho hasta aquí muestra ya en qué consiste una nacionalidad y cuáles son
los elementos constituidos de la misma, y nos suministra razones para reconocer en ella
una sociedad natural de hombres conformados en comunidad de vida y de conciencia
social por la unidad de territorio, de origen, de costumbres y de lengua. Nada es, por
ello, más factible que demostrar su legitimidad, y cómo la conservación y el desarrollo
de lo nacional constituyen para los hombres no sólo un derecho, sino también un deber
jurídico.
Y ciertamente el título de derecho se deriva de la inviolable legitimidad del
ejercicio de la libertad de cada hombre, o de una asociación de hombres, mientras se
mantenga respetuoso hacia la libertad igualmente legítima de los otros hombres. El
derecho de nacionalidad, pues, no es más que la misma libertad del individuo, ampliada
al común desarrollo del agregado orgánico de individuos que forman las naciones; la
nacionalidad no es más que la manifestación colectiva de la libertad, siendo tan santa y
divina como la libertad misma. De ahí que en cada nación esta libertad no pueda tener
otro límite que aquél donde comienza la violación de esa misma libertad que es
obligado a respetar para con todas las demás (…)
Estos vínculos jurídicos, que se generan espontánea y necesariamente del hecho
de la nacionalidad, sin que sea causa eficiente de ello artificio de pacto político alguno,
tienen un doble modo esencial de manifestación: la libre constitución interna de la
nación, y su independiente autonomía con respecto a las naciones extranjeras. La
unión de ambas es el estado naturalmente perfecto de una nación, su etniarquía.»
STANISLAO MANCINI, Pasquale, (1851) Sobre la nacionalidad. De la
nacionalidad como fundamento del Derecho de Gentes. Lección de apertura del Curso
de Derecho Internacional y Marítimo, pronunciada en la R. Universidad de Turín53.

14. Congreso de Viena


«En 1815, fecha en que se produce el hundimiento de la dominación
napoleónica, el papel de Europa en la vida del mundo quedó disminuido. (…) el poderío
ruso se hizo preponderante, desde que Francia, vencida, quedó reducida a la impotencia.
El Imperio austríaco recobró ciertamente, después de las fuertes sacudidas sufridas, una
influencia predominante en la península italiana, ejerciendo, además, un papel dirigente
en los asuntos alemanes a pesar de los progresos de las ambiciones prusianas; pero se
hallaba fatigado en exceso para tender sus minas hacia nuevos horizontes, por lo que, en
consecuencia se limitó a desear el mantenimiento del estatuto territorial establecido por
el Congreso de Viena. (…) Siguió subsistiendo el fraccionamiento político en los
estados alemanes e italianos, aunque en forma muy diferente a la anterior en 1789. (…)
la situación parecía ofrecer favorables oportunidades para la expansión rusa.»
RENOUVIN, P. (1982) Historia de las relaciones internacionales. Siglos XIX y
XX. Akal, Madrid54.

15. Tratado de Viena


«Artículo 1: El ducado de Varsovia, exceptuando las provincias y distritos de
que se dispone en otra forma en los artículos siguientes, queda reunido al imperio de
Rusia. Será ligado irrevocablemente a él por su constitución, para ser poseído por su
53
FERNÁNDEZ PÉREZ, Documentos comentados…, p. 55.
54
Ibídem, p. 39.

25
Majestad el emperador de todas las Rusias, sus herederos y sucesores perpetuamente.
Su Majestad imperial se reserva el dar a este estado, que tendrá una administración
distinta, la extensión interior que juzgue conveniente. Añadirá a los demás títulos el de
Zar, el rey de Polonia, conforme al protocolo usado y consagrado para los títulos anejos
a las demás posesiones de su imperio.
Los polacos, súbditos respectivos de la Rusia, del Austria y de la Prusia,
obtendrán una representación e instituciones nacionales conformes a la clase de
existencia política que cada uno de los gobiernos a quien pertenezcan juzgue útil y
conveniente concederles…
Artículo 6: La ciudad de Cracovia con su territorio se declara para siempre
ciudad libre, independiente y estrictamente neutra bajo la protección de la Rusia, del
Austria y de la Prusia…
Artículo 53: Los príncipes soberanos y ciudades libres de la Alemania,
comprendiendo en esta transacción a sus Majestades el emperador de Austria, reyes de
Prusia y Dinamarca, y el de los Países Bajos, y señaladamente el emperador de Austria
y el rey de Prusia por todas aquellas de sus posesiones que en lo antiguo pertenecieron
al Imperio germánico, el rey de Dinamarca, por el ducado de Holstein, el rey de los
Países Bajos, por el gran ducado de Luxembourg, establecen entre sí una confederación
perpetua con el nombre de Confederación Germánica…
Artículo 63: Los estados de la Confederación se obligan a defender no sólo la
Alemania entera, sino también a cada estado particular de la unión en caso que fuese
atacado, y se garantizan mutuamente sus posesiones comprendidas en esta unión.
Declarada la guerra por la Confederación, ningún miembro podrá entablar
negocios particulares con el enemigo, ni hacer la paz o armisticio sin el consentimiento
de los otros.
Los estados confederados se obligan también a no declararse la guerra bajo
ningún pretexto, y a no ventilar sus diferencias por medio de la fuerza de las armas, sino
antes bien a someterlas a la Dieta. Ésta ensayará por medio de una comisión el camino
de la meditación; y si no valiese y fuese necesaria una sentencia judicial, se proveerá
por el arbitrio de un juicio austregal o austraglistanz bien organizado, al cual se
someterán sin apelación las partes…
Artículo 65: Las antiguas Provincias Unidas de los Países Bajos y las hasta aquí
provincias belgas, unas y otras en los límites señalados por el artículo siguiente,
formarán, juntamente con los países y territorios anunciados en el propio artículo, bajo
la soberanía de su Alteza real el príncipe de Orange-Nassau, príncipe soberano de las
Provincias Unidas, el reino de los Países Bajos, hereditario por el orden de sucesión ya
establecida en el acta constitucional de dichas Provincias Unidas. El título y
prerrogativas de la dignidad real quedan reconocidas por todas las potencias en la casa
de Orange-Nassau…
Artículo 74: Se reconoce como base del sistema helvético la integridad de los
diez y nuevo cantones tal como existían en cuerpo político cuando se celebró el
convenio de 29 de diciembre de 1813.
Artículo 75: Quedan reunidos a la Suiza y formarán tres nuevos cantones el
Valesado, el territorio de Ginebra y el principado de Neufchâtel. Se restituye al cantón
de Vaud el valle de Dappes que antes le perteneció…
Artículo 80: Su Majestad el rey de Cerdeña cede la parte de la Saboya situada
entre el río de Arve y el Ródano, los límites de la parte de la Saboya cedida a la Francia
y la montaña de Saleve hasta Veiry inclusive; además la que se comprende entre el gran
camino llamado del Simplón, el lago de Ginebra y el territorio actual del cantón de
Ginebra desde Venzas hasta el punto en que el río de Hermance atraviesa dicho camino,

26
y de allí, continuando el curso de este río hasta su embocadura en el lago de Ginebra al
levante de la villa de Hermance (continuando en posesión de su Majestad el rey de
Cerdeña el todo del camino llamado del Simplón), para que estos países se reúnan al
cantón de Ginebra, salvo el determinar con más precisión de los límites por los
respectivos comisionados, sobre todo en lo concerniente al deslinde por cima de Veiry y
sobre la montaña de Saleve; renunciando su dicha Majestad por sí y sus sucesores
perpetuamente sin excepción ni reservas todos los derechos de soberanía y otros
cualesquiera que puedan pertenecerle en los lugares y territorios comprendidos en esta
demarcación…
Artículo 104: Se restablece en el trono de Napoleón al rey Fernando IV para sí,
sus herederos y sucesores, y las potencias le reconocen como rey de las Dos Sicilias.»
GIRALT-ORTEGA-ROIG: Textos, mapas y cronología de Historia Moderna y
Contemporánea55.

16. Mapa Italia de 1815 a 184856

55
Ibídem, p. 44.
56
DUBY, Georges (1992), Atlas histórico mundial. Debate, D.L., Madrid, p. 154.

27
17. Mapa propuesto por la profesora

18. Los comienzos de la unidad italiana57

57
DUBY, Atlas histórico, p. 155.

28
19. Italia de 1860 a 187058

20. Unificación de Italia (1859-1870)59

58
Ibídem, p. 155.
59
PAREDES, Historia universal…, p. 151.

29
21. Unificación completa de Italia 187060

22. La cuestión de los ducados: Convención de Gastein, 185561

60
MONTERO GARCÍA, La Historia Contemporánea…, p. 102.
61
DUBY, Atlas histórico, p. 105.

30
23. La Confederación germánica (1815-1866)62

24. La unidad de alemana63

62
Ibídem, p. 105.
63
Ibídem, p. 106.

31
25. Mapa de las revoluciones de 1848 y la reacción64

26. Europa después del Congreso de Viena65

64
Ibídem, p. 83.
65
FERNÁNDEZ PÉREZ, Documentos comentados…, p. 40.

32
Bibliografía:

DUBY, Georges (1992), Atlas histórico mundial. Debate, D.L., Madrid.

FERNÁNDEZ PÉREZ, Adolfo (1991) Documentos comentados de Historia contemporánea. Akal,


D. L., Los Berrocales de Jarama.

LARIO, Ángeles (coord.) (2013) Historia contemporánea universal: Del surgimiento del
Estado contemporáneo a la I Guerra Mundial. Alianza Editorial, Madrid.

MARTÍNEZ CARRERAS, José U. (coord.) (1996) Introducción a la historia contemporánea:


1770-1918: La era de las revoluciones. Istmo, Madrid.

MONTERO GARCÍA, Feliciano (1996) La Historia Contemporánea en la práctica. Centro de


estudios Ramón Areces, S.A., Madrid.

PAREDES, Javier (coord.) (1999), Historia universal contemporánea. T. 1., De las Revoluciones
liberales a la I Guerra Mundial. Ariel, Barcelona.

33

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