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NO SON MÍOS.

RAZA, GÉNERO Y ESPIRITUALIDAD EN LA OBRA DE MARTA MARÍA PÉREZ

Por Juan Antonio Molina Cuesta


Entre 2008 y 2010 Marta María Pérez desarrolló una serie de obras en las que superpuso a su

propio retrato, los retratos de otras personas. Son fotos tomadas de archivos policiales de

principios del siglo XX en Cuba, que registraron la identidad de un numeroso grupo de

personas que habían sido condenadas por delitos, en muchos casos relacionados con

prácticas religiosas afrocubanas. Todos los retratados comparten algo en común: son negros.

Creo que con esta serie, titulada No son míos, por primera vez Marta María ha abordado

explícitamente (aunque no menos poéticamente) el tema de las razas en su trabajo

fotográfico. Las fotos, incluidas en la exposición “Queloides. Raza y racismo en el arte

cubano contemporáneo”, que acaba de inaugurarse en Pittsburg, es uno de los proyectos de

mayor complejidad conceptual y riesgo experimental en la carrera de esta autora.

Al montar las fotos de estos negros sobre su propio retrato, Marta María ha experimentado

con una especie de absorción de identidades ajenas, que es también una absorción de la

múltiple marginalidad de estos sujetos, muertos, delincuentes, santeros y negros. Sus fotos,

que hasta ahora habían estado concentradas en la representación de su propio cuerpo (un

cuerpo de piel blanca, vale adelantar desde ahora) ceden en esta serie el lugar al cuerpo de

otro, a la identidad del otro, a la piel, oscura y estigmatizada del otro.

Digo esto también porque creo que la presencia de una obra como la de Marta María Pérez

en una exposición como “Queloides”, incita a problematizar, aunque sin desmeritar, el

discurso sobre la raza de que se hace eco el propio proyecto de esta exposición, tanto como

los discursos que se han elaborado sobre la obra de esta artista en particular. En principio

pudiéramos suponer que si alguna pregunta es esencial para la obra de Marta María, es una

que tiene que ver con el cuerpo y no con el color de la piel, puesto que su trabajo se refiere

fundamentalmente al impacto de lo sagrado en su propio universo estético, psicológico y


afectivo, simbolizado a través de la representación de su propio cuerpo.

Sin embargo, un análisis de la representación del cuerpo, que atienda a sus

condicionamientos sociales y políticos, debe atender inevitablemente al aspecto racial, entre

otros. En este contexto, ante la obra de Marta María Pérez, han quedado pendientes dos

preguntas que aquí apenas me atrevo a esbozar: ¿Qué significa el hecho de que sea una

artista de raza blanca la que haya introducido en el escenario de la fotografía postmoderna

los elementos figurativos pertenecientes a una simbología afrocubana? Y asociado a esto:

¿Con qué matices ideológicos se tiñe la percepción de la cultura afrocubana cuando es

realizada a partir de las representaciones que ponen en juego las fotografías de Marta María

Pérez?

Cualesquiera que sean las posibles respuestas a estas preguntas, deberían tener en cuenta un

punto crucial: la cultura afrocubana no es algo que concierne exclusivamente a los negros ni

es algo que debe ser discutido únicamente desde la perspectiva –inevitablemente

contestataria- de los negros cubanos. En concordancia con esa premisa se justifica, por un

lado, la legitimidad de las inscripciones raciales en la obra de Marta María Pérez, pero por

otra parte se explica la imposibilidad de leer dichas inscripciones de manera aislada. La

centralidad del cuerpo en estas obras no sólo problematiza las referencias raciales, sino

también, por ejemplo, las referencias que indican hacia la sexualidad y las cuestiones de

género.

Los aportes de Marta María a las representaciones del cuerpo femenino, o del ser femenino,

crearon en su momento una ruptura dentro de la fotografía cubana, introduciendo una

perspectiva de género que difícilmente era concebible en Cuba antes de la década de 1980.

Pero la particularidad de su enfoque sobre el género (desde una obra clásica como Para

concebir, hasta la fecha actual) ha estado también condicionada y contextualizada por las
narrativas mitológicas, por los intercambios simbólicos, por la ritualidad y por la centralidad

de lo misterioso y lo mágico, elementos que no son necesariamente reductibles al universo

particular de las religiones afrocubanas.

En las fotografías de Marta María Pérez lo imaginario se elabora a partir de una síntesis

entre lo sagrado y lo erótico como elementos consustanciales a la experiencia estética. Esa

síntesis señala hacia la dimensión espiritual de todo su proyecto artístico, un tema que ya no

debería parecer marginal respecto a los lenguajes de la fotografía contemporánea.

En la medida en que esa espiritualidad adopte un carácter más crítico (y creo que hacia eso

tienden proyectos como la serie No son míos), se irán limitando las posibilidades de que la

figuración resultante sea consumida como capital folclórico. Y entonces serán más nítidas las

potencialidades estéticas de estos mestizajes, que llevan a que se disuelvan los límites entre

lo real y lo imaginario o entre la carne y el espíritu, planteando el cuerpo como un referente

de múltiples identidades.

Juan Antonio Molina

México DF, 2010

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