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NARANJO
Luis Quiroga
Quito – 2019
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HABLANDO CON LALENGUA MADRE
EN EL MONASTERIO
KHORA
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HABLANDO (DE) CON LALENGUA MADRE1
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Ilustraciones: V. de Valencia, 2018.
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Altisonantes voces tratando de establecer con pulcritud lo que ella
es y lo que ella no es. Uno marca con tiza el pizarrón y dice: ¡Hasta
aquí! Otro, se ensaña con el dibujo y lo despedaza. Algunos dan la
espalda y se entregan a sus propias conversaciones. Aquellos en el
fondo levantan un muro de monosílabos. Los de acá abajo, se
empeñan en las onomatopeyas. Los de allá arriba, lanzan aviones de
papel con las palabras recortadas y sentidos maltrechos.
LaLengua madre nos atrapa a todos, nos envuelve amorosamente
hasta sofocarnos. Como todo amor, este también es mortal, que
acaba en cualquier momento y que nos mata. Y por eso, LaLengua
madre no existe o, más bien, existe como imposible. Nadie la puede
hablar; cada uno toma fragmentos y los arma a su modo; cada quién
negocia con ella como puede, aunque siempre salimos derrotados.
Si bien no puede ser dicha, en cada momento del día nos dice y al
hacerlo, nos mantiene de pie en la existencia. Si callamos, nos
hundimos. En las aguas tormentosas, en los parajes escarpados, en
las penumbras selváticas, ella nos guía, no importa si en ese instante
somos el rostro que grita sobre el puente.
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LA IRRESISTIBLE ESENCIA DEL NARANJO
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La modelo sostiene la copa oblicua sobre el fondo blanco, su melena
con cuerpo se refleja recortada, el moño arquitectónico reclama
protagonismo, mientras alguien grita: ahora viene el sérum
Cicaplasme Blond Absolu, que choca contra la intensidad del vino
rojizo y juega con el brillo aterciopelado del Lip Maestro. La copa
regresa a su posición vertical, las luces se encienden y ella se funde
con su top crepé, hasta desaparecer de nuestra vista.
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espray Beauté Essence de Protéine, de La Biosthétique, sobre la
modelo que apenas si se recupera, aprisionada en su bodi de
lentejuelas Saint-Laurent. Un olor que viene de Insolence, la perfuma
con vainilla, clavo de olor y humo. Ella bebe un sorbo de Syrah que
sabe a pimienta.
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Descansa a la sombra del naranjo amargo en flor y sin que ella se
percate, el neroli y el absoluto de azahar ruedan por su cabellera
desteñida, a punto de volverse albina. En su corazón, sin saber por
qué, hay una flor de naranja y un vaho de enebro, sándalo y vainilla.
Su cuerpo especiado se vuelve madera de cachemira y por sus
piernas asciende el ámbar gris. La modelo está en su cenit, se ha
vuelto la Infusion Mandarine de Prada y ahora se baña en la Eau
d´Issey Pure de Miyake.
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una fragancia golosa hecha de jazmín egipcio y ámbar. Destapa un
Mystic Aromatic y no encuentra allí la respuesta a la pregunta simple
de ese día y que mañana no se repetirá: ¿qué hace allí? Black
Perfecto podría ser el bálsamo que busca. La modelo se deja caer en
el sillón y se dice que ha llegado el tiempo de probar té negro y
escuchar swinging Bach
Hoy hay fiesta. Ante sus ojos la decisión inesperada: ¿Deadly Sins
Audacious Lipstick o Rouge G de Guerlain? Esculpe su rostro con
polvos compactos y suaves, debajo de las cejas, en los pómulos y
luego desciende a las clavículas. Habría inventado rojos pecados
capitales y los habría besado, dejando en ellos un efecto centellante.
Alinea sus siete lápices labiales de acabado mate y está a punto de
ponérselos todos de golpe.
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Se sienta en el bar. El brillo de la luz cobriza rebota en las botellas.
Los acólitos se marchan. Sola, se sumerge en la espuma del cava, con
su perlado fino y denso. En la noche calurosa, la acidez fresca aligera
su cuerpo. Ahora piensa en el método Charmat y en sus adentros
tararea Boom Boom de John Lee Hooker. Una dulzura leve choca
contra el violento aroma del membrillo. La copa alargada está a
punto de quebrarse. Espera en el bar sin hacer el más leve
movimiento.
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juego con la penumbra del bar y adivina que la lluvia ha llegado, por
el suave golpeteo en los cristales. Ha caído la noche, ni calma ni
estrépito. La vida es una burbuja que se quiebra en la boca, estallido
de cerezas en el paladar.
En sus manos, el libro El Devenir del Vino, en él, se entera del azufre
y de la oxidación, de la maceración y del mosto, de lo turbio y lo
translúcido. Y de algo llamado ácido málico. Más adelante habrá,
seguramente, un capítulo acerca de la vida breve. Hay tanta
metafísica en los hongos del azúcar que convierten la uva en vino,
tanto dios minúsculo bailando en los fermentos. La botella vacía de
Pinot Noir le advierte que es hora de marcharse.
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La modelo se tiñe los labios con un Rouge Rouge, de Yves Saint
Laurent y se impregna de color puro y satinado, que se funde con la
áspera textura de su boca. Está lista para besar, no sabe a quién.
Exalta el rojo con un bálsamo labial de Dior que se adhiere a sus
labios como el beso prolongado de un fantasma que la tuviera
aprisionada. Exhala un aroma a zarzamoras, con un toque final de
almendras. Si alguien adivinara a qué sabe ella, si alguien pudiera
saborear la acidez jugosa y el tono amargo agradable que deja al final
…
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Mira la lámpara a través de la copa larga de Prosecco di
Valdobiaddene Spumante Brut. Las burbujas rompen la luz y los
colores asustados caen al suelo. La espuma fina y cremosa deja un
retrogusto vivaz. El Rouge Pur Couture imprime una huella firme en
la copa. Sus labios inmortales en el borde de la copa alargada. Un
beso frío que prefiere quebrar, estrellando el vidrio contra la pared.
¿Quién sugirió para hoy Lip Oil de Babor? ¿Será una buena elección?
No siempre se lleva bien con la sensación que deja el aceite, como si
las palabras pudieran deslizarse y caer en picado y el beso corriera el
riesgo de resbalarse. Será mejor Rouge a Lévres de Guerlain,
untuoso, que, sobre otros labios, diera la sensación de querer estar
allí, sin despegarse, como un beso eterno depositado en la estatua
de mármol de un dios insensible.
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La modelo se sienta y cruza sus piernas hasta alcanzar la posición de
loto. Inspira y conserva el aire levantando la caja torácica. Inspira
más aún, llenando sus pulmones del aire tibio del sándalo. Espira
suavemente y el aire se escapa dando volteretas. Entra en un letargo
contenido, en el que se adivina, una brizna de conciencia. Sale de su
torpor, para encontrar que allí afuera todo está sumido en un letargo
definitivo.
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Lentitud que aprovecha para extender su brazo en cámara lenta y
tomar delicadamente, con sus dedos finos y sus uñas nacaradas, la
burbujeante copa de cava, que se derrama por los bordes,
irreverente.
Ella camina, evita dar zancadas largas, un paso tras otro, cadencia
que se sincroniza con el minuto seis de Música para Nueve Tarjetas
Postales de Hiroshi Yoshimura. Aplaca la rapidez con la que se
suceden sus pensamientos. Una sola idea por minuto. Balbucea:
Tengo que … (Lapso) Tengo que llegar … (Lapso) … Tengo que llegar
antes que desaparezcan… (Lapso) Tengo que llegar antes que
desaparezcan las burbujas.
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Instrucciones: “Los ojos están cerrados sin crispación, los párpados
caídos sin esfuerzo. Piensa en la palabra serenidad”. Amaneció con
ganas de Pleasures de Estee Lauder, que la sumerge en aguas
cristalinas. Ahora le toca relajar la cabeza y el cuello, que los deja
caer sin control. Almizcle, caoba y ámbar. Huele a verano, a pesar de
su lejanía. Y se dice: los ojos caídos sin esfuerzo, los labios cerrados
sin crispación.
“Su cuerpo está ahora embotado, es cada vez más pesado”. Se siente
atravesada por un sentimiento de culpa inexplicable. No logra seguir
con precisión las instrucciones. Se le escapan a cada rato y cuando
su cuerpo debería estar pesado, ella se siente liviana; y en vez de
embotado, lúcido. ¿Por qué no dicen, simplemente: las notas altas
de yuzu y granadas liberan al espíritu de su cuerpo, que queda a la
deriva?
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con propiedades calmantes. El gel se va transformando lentamente
en polvo y deja, en su rostro, un color de madera amarilla africana.
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No se había percatado del vino derramado sobre el libro dejado allí
quién sabe por quién. Rilke, Cuarenta y nueve poemas: “Creo en la
noche”. También ella cree en la noche. La luz del sol es, con su
arrogante resplandor, demasiado para ella. Ama la luz artificial. El
brutal brillo de los reflectores que le impiden mirar cuando camina
por la pasarela. La suave penumbra de su lámpara que acalla los
ruidos. Quizás Rilke se merece el vino derramado sobre sus páginas.
¿Me acompaña, señor Rilke, hasta el castillo? Dicen que allí vivió un
papa. Pero eso, a usted y a mí, nos tiene sin cuidado. ¿Le gusta el
Rouge Rouge de mis labios? Hacen juego con los frutos rojos del
Chateauneuf. Abre el libro y lo besa, dejando una marca de carmín
indeleble en el papel. ¿Qué otra cosa le queda a Rilke sino decir: “Y
puede ser: una inmensa fuerza/cerca de mí se agita”.
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Otro sorbo, otra página manchada que huele a pimienta negra.
Apoya el libro en la botella y contempla el rostro difuminado de la
portada. ¿Qué mal se le ve, señor Rilke? Creo que se bebió de golpe
todo el vino. Coloca el libro abierto entre la almohada y su cabeza.
¿Está cómodo, señor Rilke? Voy a cerrar los ojos un momento. No se
le ocurra marcharse. Mientras tanto Rilke tararea: “Ich glaube an
Nächte/Creo en la noche”, al compás del Soulful Piano de Junior
Mance.
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La modelo se despierta y deja caer el libro. Talvez le hace falta algo
de terrenidad al señor Rilke. Apenas si queda un sorbo de vino en la
copa. ¿Qué haremos, señor Rilke, si el vino se acaba? Me imagino
que habrá escrito un poema que se llama: El agotamiento del vino.
Aunque usted no lo crea, es un asunto serio. No se preocupe, nos
espera otro Chateauneuf-du-Pape, que se agita esperando que le
abran. Déjelo estar. Así se calmará.
Sumergida en una barrica porosa, ella se deja bañar por el vino rojo.
En su piel, se pegan las uvas maceradas. El Nuevo Castillo del Papa
tendrá ahora un aroma más, el de la belleza. Y cuando lo escancien,
se preguntarán: ¿Sabe a hermosura? Y alguien, un sommelier de esos
insoportables, dirá pretenciosamente: ¿Han notado el regusto
amargo que deja al final en la boca? Señor Rilke, soy yo, soy yo.
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Laurent? No soportaría que prefiera Carolina Herrera. Tampoco se
rebajará tanto como para irse con Lu by Lolita.
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Un candor que no conoce de dónde viene, cubre su rostro como si
fuera una mascarilla. Así la miran. ¿Quién es ella para desmentir a
los demás? Le preocupa más la rugosidad que apareció en su sien
izquierda hace unos días. Necesita un exfoliante. Blackhead Solutions
de Clinique elimina los puntos negros y devuelve la tersura. Será por
su Tecnología Termal Activa. Ella siente el calor leve de exfoliante al
entrar en contacto con su rostro mojado.
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aroma que le haga flotar incorpórea? Gracia contra gravedad. La
sutileza del piano deshace la pesadez del aire. Breves burbujas de
aire tibio se cuelan por la ventana entrecerrada.
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La temporada ha concluido. En la explanada de las acacias, espera el
Kia Opirus, la puerta abierta y el chofer esperándola. Hay un desfile
de eunucos cargando maletas. Domingo fantasmal. El aire dormido
aquieta cualquier movimiento. Los cuerpos se desplazan dibujando
amplias curvas, hasta llegar a sus destinos. Ha dejado atrás el salón
de los espejos, en donde se reflejaba Gnosienne de Satie.
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le son esquivas. Se arregla el cabello alborotado por el viento, se ata
las sandalias. Y escucha el golpeteo del mar contra los farallones.
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EL AMARGO DEL CHOCOLATE
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Una mariposa nocturna se ha posado en el dintel. ¿Presagio o
casualidad? La noche es un anuncio, no se sabe de qué, no se
conoce de quién. Quizás ha venido atraída por el chocolate bañado
en salsa de albaricoque. Ella se detiene en el umbral, sin atreverse a
cruzar. La mariposa vuela hasta su mano y ella también se siente
leve, ingrávida. Chorrea lentamente la vainilla aferrándose al
frasco. ¿Hasta cuándo ella será el sabor de las cosas?
Ella quisiera tener ese bello tono oscuro y ser el amargo del
chocolate. Se revuelca el chocolate en la zarzamora. El rojo lucha
por prevalecer. Camina entre los arbustos, precedida de un racimo
de mariposas. Insiste en su querer y los espinos de la zarzamora
penetran en su piel. Si fuera capaz del grito, haría estallar la tarde.
El silencio ha caído y apenas si se escucha el aleteo de los pájaros
huidizos.
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rostro, las monarcas que van y vienen, que se posan y se elevan,
que juegan a ser eternas y son, como ella, efímeras.
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Al borde del desierto, mira cómo el verde de los árboles invade la
arena. Si pudiera detener las raíces que reptan debajo de las dunas,
impedir que los cactus broten. Quiere su desierto. Las mariposas de
la noche revolotean indecisas. Trata de detenerlas. Se puede oír a
las orugas mordiendo las hojas. Demasiado tarde. ¿En dónde
encontrará tanta desolación? ¿En qué lugar podrá caminar sin
detenerse, sin encontrar pasajeros que saben qué quieren y hacia
dónde van?
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Cada mariposa en su noche. Cada oruga con la cabeza y el tórax
erguidos. Cada uno llevando su cuerno en la espalda. Y ella,
mariposa nocturna, sobrevuela la playa en donde el desierto
termina. Arena y agua salada. ¡Qué triste tener que regresar! Las
primeras luces del puerto se atisban. Algunos sonidos de barcos
roncos aproximándose. Si pudiera quedarse un poco más. Las
mariposas inmóviles como esfinges, la ven marcharse.
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Theobroma cacao: alimento de los dioses convertido en una broma.
Ellos vieron que estábamos desesperados y dijeron: apacigüemos
su rabia, ahí tienen la crema de arándanos encarnados con salsa de
chocolate al ron. El rojo de la fruta aplaca la oscuridad. Asciende
por las escaleras de la casa veraniega, flanqueadas por palmeras
puntiagudas. Desemboca en el rellano. De una mesa nacarada
chorrea el dulce, mitad arándano, mitad chocolate. Sostiene en su
mano un pedazo crocante de almendra, que tritura con fuerza.
Pisa los nibs del cacao. En sus manos un pedazo de cacao amarillo
pálido se derrite. Mira la sustancia extraña que rueda hasta el
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suelo. A veces, deja de reconocer el mundo y el mundo deja de
reconocerla. Es un olvido mutuo, acordado en silencio,
imperturbable. Ella está en medio de ellos y, aun así, es distancia.
Ellos necesitarían de unos brazos larguísimos para alcanzarla. Y si lo
hicieran, se rompería como una pompa de jabón.
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Por hoy, el ensayo ha terminado. Miles de fotos falsas,
reemplazadas por miles de fotos falsas. Finge una pose, luego otra y
otra. La cabeza levantada, el pelo lanzado hacia delante, los pies
superpuestos, el cuerpo girado. Ya no sabe en dónde están sus
brazos y no encuentra sus piernas. Tanto movimiento le perturba.
Se cansan de ella y pasan a la siguiente. Y luego viene otra y otra.
Serie interminable de cuerpos gráciles, de ciervos atrapados con
sus miradas congeladas.
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En la cola del piano, que hace tiempo no suena, con la envoltura a
medio desprenderse y un pedazo arrancado, yace el Mahali de
Cacao Sampaka. Combate el dulzor con un toque de acidez. Ella
prefiere La Joya de Tabasco y se demora en descubrir los frutos
secos, la leche y el sésamo. Guarda una tableta de chocolate negro
de la costa ecuatoriana, sin marca. Le encanta esa aspereza brutal
que agrede su paladar.
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EN EL MONASTERIO
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Las monjas del Monasterio de las Descalzas Reales, alineadas bajo
el soportal, escudriñan a las modelos. A veces las miradas se
cruzan, pero, se esquivan rápidamente. Cuando la sesión de fotos
termina, la modelo se dirige hacia la que parece ser la superiora,
que le recibe con un gesto hosco. Quiere mirar La Anunciación de
Fra Angélico. La luz choca contra el lapislázuli, los verdes y rojos
desperdigados. Y el dorado de las alas del ángel inclinado, que
susurra palabras entrecortadas. Ella de pie, su mirada sumergida en
el azul profundo.
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Una monja, con el Bergerac en la mano, escancia los recipientes
vacíos. Y cuando creen que ha terminado, otra Descalza Real hace
su entrada solemne con un gran gouda Old Amsterdam. El negro
brillante contrasta con el amarillo del queso. La monja corta, con
movimientos precisos, varias rebanadas. Entiende, quizás por
primera vez, la gula y se lanza sobre el queso, antes que las otras
puedan arrebatarle.
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Su cuerpo se eleva al estado de ingravidez. Gira sin parar
envolviéndose en la seda de Hermés. Es la hora del atrevimiento.
Lleva una bandana hipercolor. La voz de la seda penetra en los
cuerpos. La levedad del ser impregnada en la tela. Los degradados
subiendo y bajando por los pañuelos lanzados al viento. Calder
resucitado en la seda asargada. Hacer y deshacer los nudos. Atar el
cuerpo y, entonces, liberarlo.
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Rapidez. Entra y sale, siempre la misma, siempre otra.
Multiplicidad. Se desnuda para nadie. Lo hace para volver a
vestirse. Se hiere con la punta del rombo de su pañuelo. Fragilidad.
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Intermedio. En su camerino, rompe el sobre de aluminio y se coloca
la mascarilla Phantasm de Modéle, que no deja penetrar ni una sola
partícula de luz. Se recuesta y oye Circular Forms de Abul Mogard.
Las cuerdas repetitivas y la percusión apenas audible le ayudan a
vaciar su mente. Afuera, ellos se preguntan: ¿cómo ser vistos sin
ver?, ¿quién se fijará en lo que llevo puesto? Ella, detrás de su
máscara, se marcha por un momento.
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pequeña terraza que da al patio central, cuadrangular, del
monasterio. Oye los rezos de las monjas y las súplicas que serán por
ella.
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Duermen las monjas su sueño eterno. La modelo ha bajado a la
capilla apenas iluminada por unas pocas luces, que rebotan contra
el piso pulido. Los tubos del órgano se lanzan al espacio. Mira los
relieves fingidos, los gatos sombríos mal dibujados. Falsa
profundidad de los trampantojos que tanto le gustaban a Dorotea,
biznieta de Carlos V. Las voces de las huérfanas deambulan en la
capilla vaciada para la pasarela.
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un reportaje de la pasarela. Prefiere no saber. ¿Qué más da lo que
digan? Nunca será la verdad, porque no hay verdad. Otras entran y
pretenden ignorar las noticias, pero, pronto sucumben y buscan las
páginas de moda.
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Dos hileras de flores flanquean la pasarela y desembocan en el altar
mayor. Hoy el tema es la nostalgia. Giorgio de Chirico ha sido la
inspiración de Flowers de Bornay. La scuola metafisica dibuja una
calle desolada. Reconoce el anthurium pintado de ocre, con
pinceladas rápidas de mostaza y detalles azules en los extremos.
Largos caminos de la desolación. Descansa. Hoy le toca mirar cómo
las modelos pasan frente a sus ojos.
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han dejado de ver. Y piensa que allí, en donde hay tanto que ver,
finalmente solo hay el regreso al blanco puro.
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KHORA
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Y así, para todas las cosas, antes de lo esperado, llega el final.
Último viaje en el Kia Opirus. Ahora desfila, con su vestido blanco
de Mango, ante espejos imaginarios. El lino extraído del Flax viene
bien bajo el calor tropical. El dolor incipiente en su muslo derecho
llama su atención. Se sumerge en el azul del mar. Ahora puede
quedarse allí todo el tiempo que quiera. Pero, no es el tiempo el
que falta, sino el querer.
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una entrevista”. No está disponible. En unos meses, por favor.
Siempre dudaba antes de usar Killer de Modéle. La marca era una
constante provocación. Y prefería las mentiras condescendientes
de las otras.
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Presagia tormenta. Se encuentra sumergida en el Zorzal Gran
Terroir Pinot Noir, taninos de grano fino y apenas ácido. Se aferra al
regusto a tabaco y café. El mismo regusto a pasarela que todavía
impregna su cuerpo y que no la abandonará jamás. Ella también
tiene el trasfondo mineral del pinot, también pertenece a la tierra.
Devora insaciable el vino, hasta que este le vence y la recuesta
sobre el sofá.
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Hunde los pies en la arena caliente. Su vestido blanco baila con la
brisa. Se aleja del bullicio y se refugia en las rocas. Una bandada de
aves desconocidas se posa en la playa. Y comienza el diálogo. Ella
dice, ellas responden. Ella machaca sus palabras, ellas replican.
Agitada conversación, argumentos que van y vienen. Ella hilvana
sus razonamientos, ellas cosen pensamientos inesperados. Ella no
sabe qué hacer, ellas levantan el vuelo hacia destinos inciertos.
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Le resulta cómico el retrofuturismo de Klaus Nomi, en Cold Song.
Entre clown y vampiro Nomi deja caer “Déjame, déjame, déjame…”
Nadie inventó aún una línea de sombras con ese nombre. Le
hubiera gustado sentir el frio al momento de aplicarse en sus
párpados. Opus Nigrum de Modéle se le acerca bastante, no lo
suficiente. En su bolso lleno no cabía más. Tuvo que dejarlo.
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¿Una mascarilla de Hermès para tanto drama? Toma un jabón
circular, tomate, de ClausPorto, el único autorizado a tocar su piel.
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Unas gotas oftálmicas de Lachrimae Caravaggio. Si el llanto viene,
que la encuentre preparada. A veces las lágrimas caen de sus ojos
sin motivo alguno. Se desliza por la cerámica reluciente, bailando la
Dance of the Invisible Dervishes. Se siente como el mar que ansía
ser arena y como la arena que quiere atravesar el mar. Ella es, por
naturaleza, anfibia. Para vivir, tiene que respirar oxígeno y perfume,
aire y aroma.
¿Una vida simple? Pero, ¿qué es una vida simple? Sentada en una
silla de acrílico rosa, estaría despachando pedidos. Diez Papier
Aquarelle de Sennelier. Una caja de Aquarello de Fabriano. Le gusta
sentir la rugosidad del papel de algodón y quisiera ser la tinta verde
berilo que se derrama en el granulado grueso. Cierra los ojos y deja
que sus dedos se deslicen. Mensajes aún no descifrados, en braille.
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Rouge de Minerva. O, una vida simple. Pero, ¿qué es una vida
simple?
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En el viejo bar del pueblo, muy cerca del mar, sin cámaras sin luces,
sin el corrillo de asistentes, deshilvana viejos pensamientos. El
barman ha servido un tequila sin que ella lo pidiese. Se despereza el
blues de Otis Taylor, 500 Roses. Apura el tequila. Hace un gesto de
despedida y sale. Nadie regresa a mirar. El barman responde con un
gesto similar. Allí las palabras están demás, hasta las que se dice en
su interior.
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chocolate. Se ríe al darse cuenta que está caminando como si
estuviera en la pasarela, un pie delante de otro, un ligero balanceo,
la mirada perdida.
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