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LA IRRESISTIBLE ESENCIA DEL

NARANJO
Luis Quiroga

Quito – 2019
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HABLANDO CON LALENGUA MADRE

LA IRRESISTIBLE ESENCIA DEL NARANJO

EL AMARGO DEL CHOCOLATE

EN EL MONASTERIO

KHORA

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HABLANDO (DE) CON LALENGUA MADRE1

Pienso como mi padre y hablo en la lengua de mi madre.


Tomar contacto con LaLengua madre, hablar de ella, hablar con ella,
decir y dejar que se diga a través de nosotros, desde ese remoto
pasado en el que se inició, desprendiéndose perezosamente del
latín, formándose capa tras capa geológica, con sus cataclismos y sus
derivas imprevisibles. Ellas es una y es nadie. Se habla en cada uno
de nosotros y en cada uno de nosotros lo hace de manera diferente.
Lugar de encuentro y malentendido permanente. Esfera
semiagujereada por la que penetran otras lenguas, otros modos de
vivir y dentro de la cual, cuando ella habla, brotan las personas como
si fueran los conejos de Cortázar.
Me dejo llevar por LaLengua madre, que me arrastre suavemente,
hasta desembocar en mares desconocidos, en parajes agrestes,
mirando plácidos paisajes en días aciagos. Oigo que una chica dice:
¡Quedo atenta! Y me sobrecoge el movimiento de su mirada fija, de
sus pensamientos a la espera, de su boca que iba a decir y se detiene.
Mi alimento terrestre, alejándome de Gide, es la palabra y estoy
presto a tomarla, a subirme al estrado y gritar, aullar, vociferar, hasta
ser escuchado. Masco oraciones, devoro párrafos, mordisqueo las
hojas ácidas del último libro de moda, todavía con olor a tinta, con
sabor a azufre. Y dentro de mí, se apresuran a juntarse, a rehacerse,
en su inquietud por hablar, aunque intente callarlas, someterlas,
hundirlas en un silencio profundo. Hay una algarabía de LaLengua
materna que rebasa la copa y se derrama en los oídos de los
transeúntes.

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Ilustraciones: V. de Valencia, 2018.

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Altisonantes voces tratando de establecer con pulcritud lo que ella
es y lo que ella no es. Uno marca con tiza el pizarrón y dice: ¡Hasta
aquí! Otro, se ensaña con el dibujo y lo despedaza. Algunos dan la
espalda y se entregan a sus propias conversaciones. Aquellos en el
fondo levantan un muro de monosílabos. Los de acá abajo, se
empeñan en las onomatopeyas. Los de allá arriba, lanzan aviones de
papel con las palabras recortadas y sentidos maltrechos.
LaLengua madre nos atrapa a todos, nos envuelve amorosamente
hasta sofocarnos. Como todo amor, este también es mortal, que
acaba en cualquier momento y que nos mata. Y por eso, LaLengua
madre no existe o, más bien, existe como imposible. Nadie la puede
hablar; cada uno toma fragmentos y los arma a su modo; cada quién
negocia con ella como puede, aunque siempre salimos derrotados.
Si bien no puede ser dicha, en cada momento del día nos dice y al
hacerlo, nos mantiene de pie en la existencia. Si callamos, nos
hundimos. En las aguas tormentosas, en los parajes escarpados, en
las penumbras selváticas, ella nos guía, no importa si en ese instante
somos el rostro que grita sobre el puente.

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LA IRRESISTIBLE ESENCIA DEL NARANJO

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La modelo sostiene la copa oblicua sobre el fondo blanco, su melena
con cuerpo se refleja recortada, el moño arquitectónico reclama
protagonismo, mientras alguien grita: ahora viene el sérum
Cicaplasme Blond Absolu, que choca contra la intensidad del vino
rojizo y juega con el brillo aterciopelado del Lip Maestro. La copa
regresa a su posición vertical, las luces se encienden y ella se funde
con su top crepé, hasta desaparecer de nuestra vista.

La modelo se desparrama en la crema de peinado Mesh, de I.C.O.N.,


la fuerza de la vid se concentra sobre unas pocas uvas, su melena
rizada con acabado despeinado y la textura acuosa y ultrafina del
vino que se ha quedado dormido en la copa, transfiere esa cualidad
volátil del cabello a la piel. Luce una camisa de lino blanca, manchada
por el color de los hollejos de las uvas. Atrás, con toda la furia
contenida, espera Jacquemos para Mytheresa y un anillo Joséphine
Aigrette Imperial, de un tal Chaumet, que escancia el vino hasta que
no queda ni una gota.

Desmayada sobre la piel de ante, derraman los acólitos espuma


amplificadora de Authentic Beauty Concept, que funciona tanto en
los vahídos excesivos como en los más comedidos. Alguien sugiere
un vino blanco con aromas de frutas exóticas, llega el ananá y se posa
en el vestido negro de Hermès. Se despierta, la máscara So Volume,
de Sisley, agranda la mirada y se imagina sumergida en la copa de
vino, que huele a pasto recién cortado.

El señor Chateauneuf-du-Pape murmura en la habitación. Muller-


Thurgau suplica que bajen las luces. Ágiles demonios esparcen el

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espray Beauté Essence de Protéine, de La Biosthétique, sobre la
modelo que apenas si se recupera, aprisionada en su bodi de
lentejuelas Saint-Laurent. Un olor que viene de Insolence, la perfuma
con vainilla, clavo de olor y humo. Ella bebe un sorbo de Syrah que
sabe a pimienta.

La luz se aquieta sobre el escenario y el iluminador Terracotta Touch,


de Guerlain, ofrece un sutil brillo dorado sobre la piel, un retrogusto
largo. La modelo lleva vestido blanco de gasa y tirantes de Dior, un
rubí de Mozambique en forma de gota en el centro, diamantes en
corte brillante y pendientes Joséphine Aigrette Impériale, Chaumet
se aproxima y absorbe su aroma como si fuera una copa vacía, se
asombra de cuánto tiempo perdura el aroma del vino o quizás es el
de ella.

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Descansa a la sombra del naranjo amargo en flor y sin que ella se
percate, el neroli y el absoluto de azahar ruedan por su cabellera
desteñida, a punto de volverse albina. En su corazón, sin saber por
qué, hay una flor de naranja y un vaho de enebro, sándalo y vainilla.
Su cuerpo especiado se vuelve madera de cachemira y por sus
piernas asciende el ámbar gris. La modelo está en su cenit, se ha
vuelto la Infusion Mandarine de Prada y ahora se baña en la Eau
d´Issey Pure de Miyake.

Se levanta el polvo con el viento de la tarde, el perfume almizclado,


mezclado con rosa de Bulgaria, inunda la terraza en donde ella yace,
mitad despierta, mitad dormida. Ella se confunde con Ella de Lowe,
quizás por el ligero toque de melocotón y la representación
coreografiada de la fragancia cítrica que emana en cada paso que da.
Una voz salvaje grita: asedio. No sabe qué quiere decir y tampoco le
importa. Mitad jazmín, mitad lirio, se siente intemporal y lo es. ¿Qué
asalto podría tomar esta fortaleza?

Se levanta y entra en la casa, allí le espera el absoluto de flor naranjo,


con sus matices dulces. El aire se torna meloso y un gato blanco se
baña en agua de azahar. Oye su nombre y sabe que no está todavía
para escucharlo, para saber que es a ella a quién llaman. En la cocina,
el cilantro y la albahaca están a la espera. Un frasco de Eau des Sens
de Diptyque roto en el piso deja escapar su esencia que, talvez, sea
también su esencia.

El Citrus Auratium crece en el patio, su miel tiene al final un toque


ácido. Sus palabras melifluas atrapan innumerables pájaros. Ella es

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una fragancia golosa hecha de jazmín egipcio y ámbar. Destapa un
Mystic Aromatic y no encuentra allí la respuesta a la pregunta simple
de ese día y que mañana no se repetirá: ¿qué hace allí? Black
Perfecto podría ser el bálsamo que busca. La modelo se deja caer en
el sillón y se dice que ha llegado el tiempo de probar té negro y
escuchar swinging Bach

Hoy hay fiesta. Ante sus ojos la decisión inesperada: ¿Deadly Sins
Audacious Lipstick o Rouge G de Guerlain? Esculpe su rostro con
polvos compactos y suaves, debajo de las cejas, en los pómulos y
luego desciende a las clavículas. Habría inventado rojos pecados
capitales y los habría besado, dejando en ellos un efecto centellante.
Alinea sus siete lápices labiales de acabado mate y está a punto de
ponérselos todos de golpe.

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Se sienta en el bar. El brillo de la luz cobriza rebota en las botellas.
Los acólitos se marchan. Sola, se sumerge en la espuma del cava, con
su perlado fino y denso. En la noche calurosa, la acidez fresca aligera
su cuerpo. Ahora piensa en el método Charmat y en sus adentros
tararea Boom Boom de John Lee Hooker. Una dulzura leve choca
contra el violento aroma del membrillo. La copa alargada está a
punto de quebrarse. Espera en el bar sin hacer el más leve
movimiento.

El brazo derecho apoyado sobre la mesa, la cabeza ligeramente


inclinada hacia delante, la mano izquierda descansa en el muslo. Ella
es una apología del Pinot Noir. Caprichoso vino rojo, huye del calor,
ahuyenta el frío, reniega de la humedad y del sol canicular. Ella, como
el Pinot, está hecha de madera dulce del sueño otoñal del bosque.
Se bebe su Borgoña tardío, en ese bar en donde el tiempo pasa sin
pasar.

Prefiere el vino rojo. Y en su noche, abandonada, se desliza por el


tobogán de los colores, de un rojo que se torna violáceo, rubí,
purpúreo, anaranjado, granate, ladrillo. Escancia tres copas de Pinot
Noir. Uno para ella, otro para ella y el siguiente, para ella. ¿Se
decidirá hoy por un Borgoña gris del Palatinado o por un Tempranillo
de Mendoza? ¿Cuál será más claro, más fuerte, con más cuerpo?
¿Vainilla o caramelo?

Sería incapaz de beberse un rosé. Se niega a la unión equívoca entre


frambuesa y salmón. Su Pinot Noir ha descansado muchos años en
la vieja barrica usada tantas veces. Un bouquet de vida silvestre hace

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juego con la penumbra del bar y adivina que la lluvia ha llegado, por
el suave golpeteo en los cristales. Ha caído la noche, ni calma ni
estrépito. La vida es una burbuja que se quiebra en la boca, estallido
de cerezas en el paladar.

En sus manos, el libro El Devenir del Vino, en él, se entera del azufre
y de la oxidación, de la maceración y del mosto, de lo turbio y lo
translúcido. Y de algo llamado ácido málico. Más adelante habrá,
seguramente, un capítulo acerca de la vida breve. Hay tanta
metafísica en los hongos del azúcar que convierten la uva en vino,
tanto dios minúsculo bailando en los fermentos. La botella vacía de
Pinot Noir le advierte que es hora de marcharse.

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La modelo se tiñe los labios con un Rouge Rouge, de Yves Saint
Laurent y se impregna de color puro y satinado, que se funde con la
áspera textura de su boca. Está lista para besar, no sabe a quién.
Exalta el rojo con un bálsamo labial de Dior que se adhiere a sus
labios como el beso prolongado de un fantasma que la tuviera
aprisionada. Exhala un aroma a zarzamoras, con un toque final de
almendras. Si alguien adivinara a qué sabe ella, si alguien pudiera
saborear la acidez jugosa y el tono amargo agradable que deja al final

Escoge el magenta. El lápiz labial de Nars tiene un efecto cubriente.


No se podrá adivinar qué labios se besan, más aún si ella ha insistido
en usar el Gloss superhidratante. Quedarán voluptuosos y untosos.
Ella, por si lo desconocían, lleva un sabor a aceite de mango, con
pigmentos regenerantes. Prefiere ese tono luminoso del Joli Rouge y
así, su mirada podrá vagar sin llamar la atención. Sin saber por qué,
en este instante le gustaría mezclar menta y eucalipto con pimienta
negra, canela y anís.

La modelo, dejada sola por unos minutos, levanta la copa de


Zinfandel. ¿A quién degustará hoy? El Zinfandel es una cepa idéntica
al Primitivo del sur de Italia. ¿Cómo habrá llegado hasta ella? Acerca
sus labios cubiertos de Rouge Rouge, a la copa que, inclinada,
también se rinde ante ella. ¿Quién podría resistirse? No es eso lo que
quiere. Prefiere, nada más, un sorbo de Petite Syrah de Francia y
unos labios desconocidos sobre los que depositar un beso anónimo.

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Mira la lámpara a través de la copa larga de Prosecco di
Valdobiaddene Spumante Brut. Las burbujas rompen la luz y los
colores asustados caen al suelo. La espuma fina y cremosa deja un
retrogusto vivaz. El Rouge Pur Couture imprime una huella firme en
la copa. Sus labios inmortales en el borde de la copa alargada. Un
beso frío que prefiere quebrar, estrellando el vidrio contra la pared.

¿Quién sugirió para hoy Lip Oil de Babor? ¿Será una buena elección?
No siempre se lleva bien con la sensación que deja el aceite, como si
las palabras pudieran deslizarse y caer en picado y el beso corriera el
riesgo de resbalarse. Será mejor Rouge a Lévres de Guerlain,
untuoso, que, sobre otros labios, diera la sensación de querer estar
allí, sin despegarse, como un beso eterno depositado en la estatua
de mármol de un dios insensible.

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La modelo se sienta y cruza sus piernas hasta alcanzar la posición de
loto. Inspira y conserva el aire levantando la caja torácica. Inspira
más aún, llenando sus pulmones del aire tibio del sándalo. Espira
suavemente y el aire se escapa dando volteretas. Entra en un letargo
contenido, en el que se adivina, una brizna de conciencia. Sale de su
torpor, para encontrar que allí afuera todo está sumido en un letargo
definitivo.

Suena insistente Música para Aeropuertos de Brian Eno, un mismo


segmento repetido incansablemente. La mente se apaga tratando de
huir. Queda, nada más, la respiración cíclica: inspirar, expirar. Ha
confundido la palabra y se levanta bruscamente. Como un disco
rayado, el minuto 36 da vueltas sobre sí mismo. Se recuesta sobre el
sillón, extiende su mano y alcanza la copa de cava brut reserva, que
se había quedado desconsolada sobre el piano.

En posición de relajación, espira a fondo, contrae los músculos


abdominales hasta vaciar sus pulmones. Es el momento máximo de
toma de conciencia, de lucidez extrema, de percepción de su cuerpo
en plenitud. Continúa con su respiración fragmentada, mientras mira
su rostro reflejado en la copa de vino. Prefiere no comprender y se
devuelve a su letargo.

El aroma a lavanda inunda la habitación. Pareciera que finalmente


alcanzará, con sus ejercicios de respiración, un pensamiento
profundo y dejará fluir libremente sus instintos reprimidos. Lejos ha
quedado la euforia y no se siente irascible. Maneja el ritmo, sus
gestos son más sobrios, precisos, con una lentitud calculada.

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Lentitud que aprovecha para extender su brazo en cámara lenta y
tomar delicadamente, con sus dedos finos y sus uñas nacaradas, la
burbujeante copa de cava, que se derrama por los bordes,
irreverente.

Ella camina, evita dar zancadas largas, un paso tras otro, cadencia
que se sincroniza con el minuto seis de Música para Nueve Tarjetas
Postales de Hiroshi Yoshimura. Aplaca la rapidez con la que se
suceden sus pensamientos. Una sola idea por minuto. Balbucea:
Tengo que … (Lapso) Tengo que llegar … (Lapso) … Tengo que llegar
antes que desaparezcan… (Lapso) Tengo que llegar antes que
desaparezcan las burbujas.

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Instrucciones: “Los ojos están cerrados sin crispación, los párpados
caídos sin esfuerzo. Piensa en la palabra serenidad”. Amaneció con
ganas de Pleasures de Estee Lauder, que la sumerge en aguas
cristalinas. Ahora le toca relajar la cabeza y el cuello, que los deja
caer sin control. Almizcle, caoba y ámbar. Huele a verano, a pesar de
su lejanía. Y se dice: los ojos caídos sin esfuerzo, los labios cerrados
sin crispación.

“Su cuerpo está ahora embotado, es cada vez más pesado”. Se siente
atravesada por un sentimiento de culpa inexplicable. No logra seguir
con precisión las instrucciones. Se le escapan a cada rato y cuando
su cuerpo debería estar pesado, ella se siente liviana; y en vez de
embotado, lúcido. ¿Por qué no dicen, simplemente: las notas altas
de yuzu y granadas liberan al espíritu de su cuerpo, que queda a la
deriva?

Repasa nuevamente la lista de instrucciones: vacío mental,


sugestión, relajación integral, sueños euforizantes, despertar
progresivo. Y más todavía: del automatismo a la toma de conciencia.
Ella se transforma en un erizo. Se levanta y prende todos los focos
de la habitación. No está claro, hace falta arrojar más luz. Y vuelve
sobre la página: relajación extracorporal, sentimiento de euforia,
aceleración de la evasión.

La mascarilla de barro del Mar Muerto cubre su rostro. Pesada y


salada, cuando se seca, tensa la piel. No le convence. Mascarilla
matificante de Magic Transformask de Erborian era la mejor
elección. Así, se vería deslumbrante y serena por sus siete hierbas

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con propiedades calmantes. El gel se va transformando lentamente
en polvo y deja, en su rostro, un color de madera amarilla africana.

Se le ha ocurrido que, sin que se atreva a preguntar, si evasión tiene


que ver con Eva. Si pudiera, marcaría el recorrido del laberinto, con
el extracto de las raíces del Polygonum Cuspidatum y las hojas de
Camellia Sinensis. El aroma a Centella Asiatica le guiaría por los
recovecos. Así, ella, Eva, escaparía. Cierra sus ojos lentamente
mientras se aplica Caviar Eye de Laura Mercier.

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No se había percatado del vino derramado sobre el libro dejado allí
quién sabe por quién. Rilke, Cuarenta y nueve poemas: “Creo en la
noche”. También ella cree en la noche. La luz del sol es, con su
arrogante resplandor, demasiado para ella. Ama la luz artificial. El
brutal brillo de los reflectores que le impiden mirar cuando camina
por la pasarela. La suave penumbra de su lámpara que acalla los
ruidos. Quizás Rilke se merece el vino derramado sobre sus páginas.

Es hora de pasar a otra cosa. Descorcha un Chateauneuf-du-Pape,


Millésime 2015, y siente las alegres notas de los frutos rojos,
poderosos, generosos y equilibrados en boca. ¿Le gustará al señor
Rilke este vino? Deja caer unas gotas en otra página. Y Rilke le
responde dichoso: “Da tu belleza siempre/sin palabras ni cálculos”.

El rojo oscuro le viene de las especies negras. Hay que beberlo a


dieciséis grados. Abre la ventana para que entre el aire frío. Rilke
tirita. Coloca el libro sobre su cabeza, ensaya a mantener el
equilibrio. Harta de Yoshimura, deja que suene sin interrupción
Night Lights de Gerry Mulligan. Seguro que el señor Rilke lo prefiere.
¿Brindamos? Chocan las copas y el libro vuelve a sus manos,
intempestivamente.

¿Me acompaña, señor Rilke, hasta el castillo? Dicen que allí vivió un
papa. Pero eso, a usted y a mí, nos tiene sin cuidado. ¿Le gusta el
Rouge Rouge de mis labios? Hacen juego con los frutos rojos del
Chateauneuf. Abre el libro y lo besa, dejando una marca de carmín
indeleble en el papel. ¿Qué otra cosa le queda a Rilke sino decir: “Y
puede ser: una inmensa fuerza/cerca de mí se agita”.

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Otro sorbo, otra página manchada que huele a pimienta negra.
Apoya el libro en la botella y contempla el rostro difuminado de la
portada. ¿Qué mal se le ve, señor Rilke? Creo que se bebió de golpe
todo el vino. Coloca el libro abierto entre la almohada y su cabeza.
¿Está cómodo, señor Rilke? Voy a cerrar los ojos un momento. No se
le ocurra marcharse. Mientras tanto Rilke tararea: “Ich glaube an
Nächte/Creo en la noche”, al compás del Soulful Piano de Junior
Mance.

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La modelo se despierta y deja caer el libro. Talvez le hace falta algo
de terrenidad al señor Rilke. Apenas si queda un sorbo de vino en la
copa. ¿Qué haremos, señor Rilke, si el vino se acaba? Me imagino
que habrá escrito un poema que se llama: El agotamiento del vino.
Aunque usted no lo crea, es un asunto serio. No se preocupe, nos
espera otro Chateauneuf-du-Pape, que se agita esperando que le
abran. Déjelo estar. Así se calmará.

Prefiere el grenache noir, por su mosto dulce con una consistencia


casi de mermelada. La syrah se mezcla para dar color y especia.
Quiere encontrar las trece variedades de su ensamblaje y el sabor a
tierra y alquitrán. Su color se parece al terret noir. Hoy está muy
callado, señor Rilke. Moja su dedo en el vino y dibuja unas letras en
el papel. Rilke: “Yo soy tu cántaro (y cuando me rompa?)/soy tu
bebida (¿y cuando me vierta?)”

Sumergida en una barrica porosa, ella se deja bañar por el vino rojo.
En su piel, se pegan las uvas maceradas. El Nuevo Castillo del Papa
tendrá ahora un aroma más, el de la belleza. Y cuando lo escancien,
se preguntarán: ¿Sabe a hermosura? Y alguien, un sommelier de esos
insoportables, dirá pretenciosamente: ¿Han notado el regusto
amargo que deja al final en la boca? Señor Rilke, soy yo, soy yo.

Chateauneuf-du-Pape es un vino de tierras áridas. ¿Qué otro vino


hubiera podido beber el papa en Aviñón? ¿Ha pensado, señor Rilke,
por qué existe el color rosado? Está prohibido que este vino sea
rosado. Tiene que ser Rouge Rouge. Dicen que envejecen muy bien,
como usted, señor Rilke. ¿Ha trabajado usted con Dior o Yves Saint-

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Laurent? No soportaría que prefiera Carolina Herrera. Tampoco se
rebajará tanto como para irse con Lu by Lolita.

Hoy el chofer me ha dejado manejar el Kia Opirus. Me ha quitado la


copa de vino, teme que vaya a derramarse en su sedán. Yo solo
quería bautizarlo. Señor Rilke, ¿en dónde está? Dígame algo, me
encanta su voz gutural que muerde el alemán sin dulzura alguna.
¿Usted también nació en tierras áridas? Rilke: “Me asustan las
palabras de los hombres. /Lo saben decir todo tan claro:/esto se
llama perro, y eso, casa/y el principio está aquí, y ahí está el fin.”

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Un candor que no conoce de dónde viene, cubre su rostro como si
fuera una mascarilla. Así la miran. ¿Quién es ella para desmentir a
los demás? Le preocupa más la rugosidad que apareció en su sien
izquierda hace unos días. Necesita un exfoliante. Blackhead Solutions
de Clinique elimina los puntos negros y devuelve la tersura. Será por
su Tecnología Termal Activa. Ella siente el calor leve de exfoliante al
entrar en contacto con su rostro mojado.

Clinique garantiza la ausencia de parabenos, ftalatos, perfumes.


“Solo una piel feliz”. Al menos que su piel sea feliz. Su eunuco
preferido le mira desde la puerta. Está a punto de hablar y se
detiene. Le interroga con la mirada. Y él: hoy es la última pasarela de
temporada. Sostiene en la mano el Anti-Blemish, indispensable
luego del exfoliante y comienza a untarse en la pantorrilla. La sonrisa
de su eunuco preferido se funde con la fragancia del limón.

Le viene a la mente su primera entrevista. Desde la recepción,


contempla la puerta negra y sobre ella las palabras que no logra
olvidar: Habeas corpus. Entra, más pálida que de costumbre, apenas
maquillada, vestida de manera cuidadosamente informal; y antes de
que pronuncie las primeras palabras, alguien le dice: Quiere decir, si
tienes un cuerpo para mostrar. Está a punto de desmayarse, pero su
cuerpo, que lleva para mostrar, puede más.

Suena, casi imperceptible, Les marionettes de Preisner. En el último


día de la temporada, se le hace difícil levantarse y empezar a
caminar. Siente un peso extra, una gravedad adicional añadida al
planeta, que quiere mantenerla pegada al suelo. ¿Tendrá Clinique un

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aroma que le haga flotar incorpórea? Gracia contra gravedad. La
sutileza del piano deshace la pesadez del aire. Breves burbujas de
aire tibio se cuelan por la ventana entrecerrada.

Sueña que es una marioneta. La marioneta sueña que es una


modelo. Es un solo sueño. Sueña que es una marioneta que sueña
que es una modelo. Ambas usan el mismo perfume, Calyx de
Clinique, que desperdiga aromas a mandarina, fruta de la pasión,
mango y guaba. ¿Será ella ese cáliz de Clinique en donde otros
abreven su sed? Su eunuco favorito, inclinado sobre la barandilla,
devora un mango jugoso.

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La temporada ha concluido. En la explanada de las acacias, espera el
Kia Opirus, la puerta abierta y el chofer esperándola. Hay un desfile
de eunucos cargando maletas. Domingo fantasmal. El aire dormido
aquieta cualquier movimiento. Los cuerpos se desplazan dibujando
amplias curvas, hasta llegar a sus destinos. Ha dejado atrás el salón
de los espejos, en donde se reflejaba Gnosienne de Satie.

Ha guardado, en secreto, el libro manchado de vino rojo. Breve


compañía para el largo viaje. El señor Rilke dormita amordazado
dentro de la cartera. El sedán se aleja y el gran edificio de piedra se
pierde en el horizonte. No sabe qué pensar. Inhala, exhala. Los
árboles viajan raudos hacia atrás. El vaho de la respiración empaña
los vidrios. Cierra los ojos y se deja ir. Pronto alcanzarán la Ruta del
Sol y podrán ver el mar cadencioso. Satie convertido en Neptuno.

Le han prohibido tatuarse. Le gustaría un pequeño dragón en su


hombro derecho, echando fuego. ¿Habrá una manera de hacerlo por
dentro? Y que, al pasar, digan: Mira, esa mujer lleva un tatuaje en el
alma. Está hecha de transparencias y carne demasiado blanca. Su
cuerpo se deja entrever sin importar la ropa que lleve. Su rostro,
demasiado hermoso, detiene las miradas, que ella jamás devuelve.
En este verano, comerá opíparamente.

El sedán ha disminuido la velocidad. Baja el vidrio. Se oye,


entrecortado, el parloteo de las urracas, que conversan, todas al
mismo tiempo, con sus voces gruesas y grotescas. El camino se
puebla de casas y de gente que corre. La brisa cálida le envuelve. Si
encontrara las palabras para decir cómo se siente, pero, las palabras

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le son esquivas. Se arregla el cabello alborotado por el viento, se ata
las sandalias. Y escucha el golpeteo del mar contra los farallones.

Finalmente, han llegado. El chofer abre la puerta. Sin prisa,


desciende. Toda en ella es oleaje de mar calmado, barco encallado
en la arena, resplandor de luz artificial. Ante ella, se abre la pasarela
de la playa. Último desfile, sin público. Sola, avanza, paso a paso,
sobre las maderas crujientes. Las urracas se permiten un sorbo de
silencio. Los pescadores cosen sus redes. No se quedará mucho
tiempo. ¿No son los puertos, lugares para marcharse?

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EL AMARGO DEL CHOCOLATE

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Una mariposa nocturna se ha posado en el dintel. ¿Presagio o
casualidad? La noche es un anuncio, no se sabe de qué, no se
conoce de quién. Quizás ha venido atraída por el chocolate bañado
en salsa de albaricoque. Ella se detiene en el umbral, sin atreverse a
cruzar. La mariposa vuela hasta su mano y ella también se siente
leve, ingrávida. Chorrea lentamente la vainilla aferrándose al
frasco. ¿Hasta cuándo ella será el sabor de las cosas?

Una Parides Iphidamas se ha posado en la pasiflora. Sus dos


manchas rojizas vibran en cada aleteo. Ella está unida por una
atadura a las mariposas. A donde vaya, descansarán en sus manos.
Y si se pone a correr, pronto la alcanzarán. Se inclinan y lamen la
exhalación de anandamida que despide el chocolate derramado en
la tierra. Alzan la vista, queriendo descubrir de dónde proviene el
calor que sofoca. Una falsa naranja está al acecho.

Ella quisiera tener ese bello tono oscuro y ser el amargo del
chocolate. Se revuelca el chocolate en la zarzamora. El rojo lucha
por prevalecer. Camina entre los arbustos, precedida de un racimo
de mariposas. Insiste en su querer y los espinos de la zarzamora
penetran en su piel. Si fuera capaz del grito, haría estallar la tarde.
El silencio ha caído y apenas si se escucha el aleteo de los pájaros
huidizos.

Dicen que el chocolate provoca una melancólica felicidad. Junto al


río de aguas frías, miles de mariposas azules manchan las piedras.
Ignora la felicidad y hace tiempo que abandonó la melancolía.
Queda, nada más, el aroma que embriaga, la brisa que lame su

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rostro, las monarcas que van y vienen, que se posan y se elevan,
que juegan a ser eternas y son, como ella, efímeras.

El tomate y el negro de la Panacea Prola se mezclan ante los ojos


con el aleteo. Entona una cantata que ella no conocía. ¿Será la de
los puentes amarillos? ¿Wir danken dir, Gott, wir danken dir? Pero,
¿de qué tendría que dar las gracias? Recuerda vagamente que,
cuando era niña, su amiga pecosa le pidió que cerrara los ojos y
abriera la boca. El chocolate con filetes de naranja fue el primer
dios que conoció. Todos los demás, fueron imitaciones.

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Al borde del desierto, mira cómo el verde de los árboles invade la
arena. Si pudiera detener las raíces que reptan debajo de las dunas,
impedir que los cactus broten. Quiere su desierto. Las mariposas de
la noche revolotean indecisas. Trata de detenerlas. Se puede oír a
las orugas mordiendo las hojas. Demasiado tarde. ¿En dónde
encontrará tanta desolación? ¿En qué lugar podrá caminar sin
detenerse, sin encontrar pasajeros que saben qué quieren y hacia
dónde van?

Ella penetra en el desierto. Vestida de blanco, avanza por las dunas


que cambian de forma con el viento. Ha señalado en el mapa en
dónde están los oasis. Los evitará a toda costa. ¿Hará un largo viaje
hacia el fin del desierto? Sol, sequedad, sed. Se tropieza con su
soledad. La tela blanca de su largo vestido, ondea como si estuviera
pidiendo una tregua. Es una crisálida a punto de estallar. Se imagina
volar con unas alas bermellón y posarse sobre un algarrobo
moribundo. Se imagina terminar con un vuelo rápido y luego
descender y hundirse en la arena.

En su cabeza, se detiene una Esfinge Colibrí. Apenas se puede ver


su aleteo. Desde lo alto, otea en búsqueda de prímulas. El verde
pálido se adapta mejor al desierto. Líneas amarillas aparecen en sus
alas. Es hora de emigrar, momento de escapar, antes de que las
plusias invadan la noche. La Esfinge Colibrí crece y se convierte en
un enorme pájaro. Ella sobre él, escapa al fin del desierto.

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Cada mariposa en su noche. Cada oruga con la cabeza y el tórax
erguidos. Cada uno llevando su cuerno en la espalda. Y ella,
mariposa nocturna, sobrevuela la playa en donde el desierto
termina. Arena y agua salada. ¡Qué triste tener que regresar! Las
primeras luces del puerto se atisban. Algunos sonidos de barcos
roncos aproximándose. Si pudiera quedarse un poco más. Las
mariposas inmóviles como esfinges, la ven marcharse.

Su pasión es igual al de las polillas por la luz. Morirán quemadas en


cualquier momento. Ama los reflectores, el ruido de los parlantes
gigantescos, el estruendo de las multitudes que gritan. Y allí, en el
centro del escenario, recuerda a sus mariposas de la noche, al
desierto invadido por hojas verdes, a las dunas formándose y
deformándose, a los caminos que apenas si duran unos minutos, a
las huellas que se borran instantáneamente y para siempre.

33
Theobroma cacao: alimento de los dioses convertido en una broma.
Ellos vieron que estábamos desesperados y dijeron: apacigüemos
su rabia, ahí tienen la crema de arándanos encarnados con salsa de
chocolate al ron. El rojo de la fruta aplaca la oscuridad. Asciende
por las escaleras de la casa veraniega, flanqueadas por palmeras
puntiagudas. Desemboca en el rellano. De una mesa nacarada
chorrea el dulce, mitad arándano, mitad chocolate. Sostiene en su
mano un pedazo crocante de almendra, que tritura con fuerza.

Atraviesa el patio bajo la sombra de las Acacia longifolia. Pronto


comenzarán los ensayos. La marea de tramoyistas se cruza de un
extremo a otro, se llaman a gritos desde la azotea. Mira el mar, que
ahora parece tan lejano. El pardo brillante de la manteca de cacao
expele un aroma potente. Un mareo leve le hace extender la mano
y sostenerse de la balaustrada. ¿Habrá subido de peso? ¿Será el
amargo del chocolate que devora sin cesar?

Los reflectores erguidos como palmeras de metal. Los toldos


blanquísimos suspendidos sobre el patio. El agua de los estanques
salpicada de rosas. Estallido de lavanda al cruzar el pórtico. ¿Hacia
dónde conduce la puerta plateada? ¿Qué misterios están detrás, al
acecho, como tigres hambrientos? Se sienta en el alfeizar. Imagina
una nube de mariposas que trae la brisa. Hombres apresurados
ascienden y descienden por escaleras que dan al cielo.

Pisa los nibs del cacao. En sus manos un pedazo de cacao amarillo
pálido se derrite. Mira la sustancia extraña que rueda hasta el
34
suelo. A veces, deja de reconocer el mundo y el mundo deja de
reconocerla. Es un olvido mutuo, acordado en silencio,
imperturbable. Ella está en medio de ellos y, aun así, es distancia.
Ellos necesitarían de unos brazos larguísimos para alcanzarla. Y si lo
hicieran, se rompería como una pompa de jabón.

Pero, ellos ni siquiera la miran. Su blancura se funde con el


resplandor del sol en los toldos. Desaparece a fuerza de
inmovilidad. Un ejército de hormigas se desvía para no tropezar con
la piel blanca que les deslumbra. De pronto, un sobresalto. Un olor
eleva su cuerpo, un aroma le convoca sin que pueda resistirse. La
mano enguantada extiende un charol. El vaho del café emerge de la
taza de Talavera. En el plato, un pedazo de chocolate amargo se
inclina respetuoso ante ella.

Desperdigadas por el patio, las peregrinas rojas y amarillas florecen


por un día. Amanecerán lánguidas, no pueden soportar el peso de
la hermosura. Deshoja los cinco pétalos del hibisco. Alguien
pronuncia su nombre. No responde, no quiere hacerlo. Regresa a la
entrada y se sienta en la escalinata, con en el café tambaleante en
su mano y el chocolate que se derrite en su boca, provocándole una
sonrisa malévola.

35
Por hoy, el ensayo ha terminado. Miles de fotos falsas,
reemplazadas por miles de fotos falsas. Finge una pose, luego otra y
otra. La cabeza levantada, el pelo lanzado hacia delante, los pies
superpuestos, el cuerpo girado. Ya no sabe en dónde están sus
brazos y no encuentra sus piernas. Tanto movimiento le perturba.
Se cansan de ella y pasan a la siguiente. Y luego viene otra y otra.
Serie interminable de cuerpos gráciles, de ciervos atrapados con
sus miradas congeladas.

¿Y si las arañas que cuelgan del techo fueran de chocolate y las


dudas pudieran convertirse en trufas? Pero, aquí el destello de las
luces impide pensar. Mientras preparan la siguiente escena,
mastica anacardos. Insiste: ¿y si su cuerpo estuviera hecho de
cacao crudo? Partículas de polvo de chocolate instaladas en su
lengua. Coloca en el centro de su boca una hormiga. Un ligero
escozor le invade. ¿Será la vida?

El programa dice: Ensayo general en el último día de verano. Su


nombre es el cuarto de la lista. Hubiera preferido leer: Ensayo
general interminable. Habría permanecido al borde el mar para
siempre. Ella se apoyaría en las plantas de cacao y se maquillaría
con el polvo moreno. Y dejaría que penetre en su piel el ligerísimo
toque amargo. Contempla el verdor perenne de las hojas
escondidas debajo de los limoneros.

A lo lejos, cerca de la colina, un baobab se deja ver. ¿Andará por


aquí un principito? Su sonrisa le devuelve por un instante a su
36
niñez. Demasiado flaca, de ojos saltones y pelo indomable. Su
madre decía que ella sería “insectóloga”. Zumba sin descanso como
si fuera un colibrí. Se preguntaba qué iba a ser de su vida y no ha
dejado de hacerlo. Recoge unas violetas y las arroja a trechos
regulares. Es su huella, la única que quisiera dejar.

Divaga en el cacaotal. Han encendido las luces de la casa. Un


amarillo inocente baja a tierra. Mensajes de mundos lejanos que no
alcanzamos a comprender. Regresa sin prisa, contando los pasos,
enumerando las plantas, recogiendo hormigas, arañas, orugas,
mariposas enloquecidas por su aroma. La brisa tibia al fin ha
logrado atravesar la barrera de los árboles y revolotea en su
cabello.

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En la cola del piano, que hace tiempo no suena, con la envoltura a
medio desprenderse y un pedazo arrancado, yace el Mahali de
Cacao Sampaka. Combate el dulzor con un toque de acidez. Ella
prefiere La Joya de Tabasco y se demora en descubrir los frutos
secos, la leche y el sésamo. Guarda una tableta de chocolate negro
de la costa ecuatoriana, sin marca. Le encanta esa aspereza brutal
que agrede su paladar.

En un bol azul, japonés, al alcance de la mano, los chips de


Chocolate dark Guanaja, de Valrhona, traen a la memoria las islas
del Caribe. La vainilla reclama su presencia. Es un regalo para
cualquier ocasión. Si fuera una habitante de las Tierras Altas, le
gustaría ser la bruja de Valrhona. En su caldero, fundiría el
chocolate más negro posible. Y leería el destino, siguiendo las líneas
que se forman al partir las delicadas barras.

Ferrero Rocher le parece un engaño, un mordisco al vacío, un sabor


a nada envuelto en papel dorado. Te traen cuando no han
encontrado qué comprarte. Inútil sucedáneo del placer verdadero.
Nada comparable a una barra de chocolate Universal, que no tiene
miedo de desnudarse ante ti y ser lo que es. En el primer mordisco,
sientes el trópico entero desplegándose ante tu mirada atónita.

El té de la tarde espera por ella. Las cinco capas del Dobo de


Budapest intercaladas con crema de chocolate y cubiertas de
caramelo, contrastan con la sobriedad del Rigo Jancsi. Se sienta en
el rincón más lejano. Entrecierra los ojos y deja que la penumbra
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descienda girando como un avión de papel. Las muchachas, más
jóvenes, todavía ingenuas en su insultante algarabía, saltan como
maniquíes animados.

Hora de partir hacia la ciudad. En realidad, es una partición: se va y


la mitad de ella se queda. Extiende las manos queriendo aferrarse
al portón. Una miríada de mariposas azules dibuja en el aire una
despedida. Y el mar contra las rocas pareciera decirle su último
secreto bien guardado. Lleva un bolso de pepitas de cacao, lleva
muy dentro el aroma del chocolate y el amargo de las despedidas.

39
EN EL MONASTERIO

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Las monjas del Monasterio de las Descalzas Reales, alineadas bajo
el soportal, escudriñan a las modelos. A veces las miradas se
cruzan, pero, se esquivan rápidamente. Cuando la sesión de fotos
termina, la modelo se dirige hacia la que parece ser la superiora,
que le recibe con un gesto hosco. Quiere mirar La Anunciación de
Fra Angélico. La luz choca contra el lapislázuli, los verdes y rojos
desperdigados. Y el dorado de las alas del ángel inclinado, que
susurra palabras entrecortadas. Ella de pie, su mirada sumergida en
el azul profundo.

En el muro, junto a la entrada, otro anuncio: aquí murió María de


Austria. Escudos, campanario, ladrillos mudos y la cruz de piedra
amenazando con venirse abajo. Hace tanto tiempo que sus pasillos
no estaban poblados de cuerpos gráciles, miradas inquietas,
palabras altisonantes. Hace tanto tiempo, que esos muros no
habían visto una piel blanca, desnuda, tendida al sol. Las modelos
se sientan en ruedo en la pileta central. Las monjas de negro y
blanco, esconden sus rostros detrás de las cofias.

En el refectorio, sobre la madera rústica, la vajilla de cerámica mal


cocida. Entran las modelos con recelo, en fila y en silencio. Una
hilera de panes y quesos, y al lado, las tazas de hierro enlozado,
decoradas con flores y uvas. Se atreven a extender la mano y se
sorprenden del sabor inesperado. ¿Es un Camembert? Untado en el
pan campesino, desaparece en las bocas ansiosas. En un extraño
maridaje, el vino tinto Bergerac se desborda de las tazas de hierro
enlozado.

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Una monja, con el Bergerac en la mano, escancia los recipientes
vacíos. Y cuando creen que ha terminado, otra Descalza Real hace
su entrada solemne con un gran gouda Old Amsterdam. El negro
brillante contrasta con el amarillo del queso. La monja corta, con
movimientos precisos, varias rebanadas. Entiende, quizás por
primera vez, la gula y se lanza sobre el queso, antes que las otras
puedan arrebatarle.

Invadida por un deseo incontrolable, una Descalza Real comienza a


sacarse el hábito. Lanza por los aires los pedazos de tela, blancos y
negros, caen sobre el piso brillante. Se queda apenas con su ropa
interior remendada. No puede estar sucediendo. Y para colmo,
todas, monjas y modelos, se han quedado paralizadas. Sacude la
cabeza, se pellizca el brazo. Su imaginación vuela tan lejos.

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Su cuerpo se eleva al estado de ingravidez. Gira sin parar
envolviéndose en la seda de Hermés. Es la hora del atrevimiento.
Lleva una bandana hipercolor. La voz de la seda penetra en los
cuerpos. La levedad del ser impregnada en la tela. Los degradados
subiendo y bajando por los pañuelos lanzados al viento. Calder
resucitado en la seda asargada. Hacer y deshacer los nudos. Atar el
cuerpo y, entonces, liberarlo.

La simetría del Carré 90 Brides de Gala Love, esconde un código


hermético. La seda metalizada refleja la luz con violencia. Mientras
camina, una erupción solar deslumbra. La báscula del deseo,
enloquecida, oscila en la superficie lisa. Hilo plateado enrollándose
en su cuello delgado. Hay algo de movimiento perpetuo, aire de
sustancia inmarcesible, metafísica atemporal en la lisura.

Entra al vestidor. Manos apresuradas miran, niegan con la cabeza y


prueban otra prenda. Escoge un Losange Alphapois de muselina. Le
gusta el sentido quebrado del rombo, los puntos de colores que
juegan a intercalarse y el azul pálido en el fondo. Todo allí es
simplicidad. Exactitud, diría Calvino, al mismo tiempo se
preguntaría: ¿Qué es un rombo sino la imposibilidad perpetua del
cuadrado? ¿Qué es un rombo sino la ansiedad de todo por ser otra
cosa?

El cinturón Rivale 18 de Hermés, entalla su cintura a la perfección.


El paladio grita su presencia en el centro de su vientre. Visibilidad,
diría Calvino, preguntándose: ¿estamos ya en el próximo milenio o
el tiempo se ha quedado detenido? Corre hacia la pasarela.

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Rapidez. Entra y sale, siempre la misma, siempre otra.
Multiplicidad. Se desnuda para nadie. Lo hace para volver a
vestirse. Se hiere con la punta del rombo de su pañuelo. Fragilidad.

¿Dan todos los relojes la misma hora? Heure H Watch, engastado


con diamantes rosa, late con su corazón de cuarzo. La correa lisa en
cocodrilo y un tictac ausente. ¿Será la hora de Hiroshima? Mira el
reloj y se da cuenta que no está en su muñeca para dar la hora. Está
allí por estar, en su existencia muda. Quizás le vaya mejor en su
siguiente salida, con su reloj Slim de Hermés, con cuero negro de
aligátor.

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Intermedio. En su camerino, rompe el sobre de aluminio y se coloca
la mascarilla Phantasm de Modéle, que no deja penetrar ni una sola
partícula de luz. Se recuesta y oye Circular Forms de Abul Mogard.
Las cuerdas repetitivas y la percusión apenas audible le ayudan a
vaciar su mente. Afuera, ellos se preguntan: ¿cómo ser vistos sin
ver?, ¿quién se fijará en lo que llevo puesto? Ella, detrás de su
máscara, se marcha por un momento.

Los frascos forman una hilera perfectamente ordenada. Abre,


Barracuda de Modéle, un mordisco de frescura en el cuerpo,
masaje de corrientes subterráneas de mares fríos. Modéle hecho
para esos momentos en los que ella está sola. Penetra en el
séptimo nivel de Circular Forms, y se deja llevar como si fuera un
viejo disco de vinilo. Afuera, las damas de la noche se miran
sorprendidas: ambas huelan a Shalimar de Guerlain.

Junto al espejo, bajo la foto de Chanel: “el perfume anuncia la


llegada de una mujer y alarga su marcha”. Tantas veces que, sin
querer, repitió la frase. Y cuando le preguntan, únicamente
recuerda: “… y alarga su marcha”. Para salir, un toque de L´air du
temps de Nina Ricci, venido de un país lejano, llamado Fragrantica.
Coeur Joie sería una exageración. El ajetreo, las voces, las llamadas,
le devuelven a la realidad. Se demora a propósito.

De regreso de la pasarela. Tiempo dilatado. Y fueron apenas unos


minutos. No recuerda qué lleva puesto, ni qué marca toca ahora. Se
siente sofocada, seguramente por el calor atosigante de los
reflectores y las miradas que le cosen como agujas. Sale a la

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pequeña terraza que da al patio central, cuadrangular, del
monasterio. Oye los rezos de las monjas y las súplicas que serán por
ella.

El Eau du Toilette de Modéle le ayuda a recuperarse pronto.


Todavía queda una pasada. Abre la puerta. Se coloca en la fila. Su
sonrisa fácilmente es una mueca. El aire pesado torna más difícil
mantener el cuerpo erguido, la cabeza levantada. Una a una
desaparecen en el escenario, tragadas por esas descomunales
fauces de luz. Entra y mantiene la mirada fija en el altar mayor que
se entrevé cuando los flashes callan.

Se cambia rápidamente. Se pone lo primero que encuentra a su


mano. El taconeo rítmico resuena por los pasillos. Alcanza la puerta
de madera y se lanza a la calle. De golpe, el aire frío de la tarde
moribunda le sacude. Envuelve el pañuelo en torno a su cuello,
abrocha el abrigo. Cruza los pinos de la vereda y se dirige en
sentido contrario al tráfico. Siempre lo hace. No sabe bien de
dónde le viene esa costumbre.

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Duermen las monjas su sueño eterno. La modelo ha bajado a la
capilla apenas iluminada por unas pocas luces, que rebotan contra
el piso pulido. Los tubos del órgano se lanzan al espacio. Mira los
relieves fingidos, los gatos sombríos mal dibujados. Falsa
profundidad de los trampantojos que tanto le gustaban a Dorotea,
biznieta de Carlos V. Las voces de las huérfanas deambulan en la
capilla vaciada para la pasarela.

Sube por la escalera de mármol apoyándose en la barandilla


barroca. Frente a ella, santos y vírgenes la miran sin misericordia.
La sombra de una monja trasnochada cruza rauda. De rato en rato,
el golpe de los autos en las tapas de acero de las alcantarillas
rompe el silencio. El olor a incienso impregna el ambiente y se
marea. La puerta de su celda chirría. El blanco almidonado de las
sábanas cubre su cuerpo igualmente blanco.

Recorre su rostro con el gel. Dibuja sus facciones, las resalta o


difumina. Ritual matutino de Shiseido que la saca del sueño. La
siloxia y el carbómero le permiten dar la cara. La raíz de Panax
Ginseng le tonifican. Parecen los dedos de un ciego reconociéndose
hasta aprenderse de memoria. Deja la mascarilla puesta más de lo
recomendado. El pañuelo de papel levanta los restos del gel y no
deja de sorprenderse que siga siendo su rostro y no otro
cualquiera.

Aprisiona la taza de café caliente. Un sorbo y después de un


momento, otro. Y una espera minuciosa. Otro sorbo de café tibio. Y
luego, otro de café frío. Sobre la mesa, los periódicos del día. Habrá

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un reportaje de la pasarela. Prefiere no saber. ¿Qué más da lo que
digan? Nunca será la verdad, porque no hay verdad. Otras entran y
pretenden ignorar las noticias, pero, pronto sucumben y buscan las
páginas de moda.

El aceite de onagra aún conserva un toque del amarillo intenso de


sus flores. Su piel pide a gritos Replenishing Treatment Oil de
Shiseido. Su piel tiende a resecarse tanto que se agrieta. Fisuras por
las que se cuelan gotas de sangre inoportunas. El aceite rueda por
sus brazos y piernas. Se mira con la esperanza de que el amarillo de
la onagra haya penetrado en su piel. Pero, su blancura absoluta
rechaza cualquier color.

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Dos hileras de flores flanquean la pasarela y desembocan en el altar
mayor. Hoy el tema es la nostalgia. Giorgio de Chirico ha sido la
inspiración de Flowers de Bornay. La scuola metafisica dibuja una
calle desolada. Reconoce el anthurium pintado de ocre, con
pinceladas rápidas de mostaza y detalles azules en los extremos.
Largos caminos de la desolación. Descansa. Hoy le toca mirar cómo
las modelos pasan frente a sus ojos.

Labyrinth es el nuevo arreglo floral colocado cerca de los pilares y


en semicírculo que rodea al altar. La flor de arroz pintada de
marrón y las hojas de la reina de la noche de beige. Un Chirico
otoñal. Ella se imagina que fue arrancada del cuadro Melancolía. Es
la mujer recostada en el mármol en medio de la plaza vacía. ¿Será
por eso que a veces le invade una ansiedad de sombra?

La pasarela rueda con lentitud. No reconoce la música. El señor de


barba blanca sentado a su lado le dice: Klaus Schulze, La Joyeuse
Apocalypse. Agradece y gira su rostro hacia otro lado. Espera que
no inicie una conversación. La modelo de blanco, más alta de lo
esperado, parece una Mona Lisa acelerada. Otra, con sus ojos
pequeños y su rostro oriental, es una Neuromancer. El aire se carga
de una sensación a futuro anterior, a incertidumbre.

Ahora sí sabe lo que suena: Klotzsch y Sudermann, Córylus


Avellána. El muestrario de la modelo es una oda a la paleta de
colores: verde pistacho, negro mate, azul oscuro, rojo Madrid,
amarillo El Dorado, verde Berilo, mango, naranja, verde valle,
amarillo claro. ¿Matisse? Sus ojos impregnados de tanto pigmento,

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han dejado de ver. Y piensa que allí, en donde hay tanto que ver,
finalmente solo hay el regreso al blanco puro.

Se sienta en el banco de piedra en la pequeña plazoleta frente al


monasterio. Salen los visitantes con sus trajes de noche. Espera y
esa masa, otra vez anónima, no deja de fluir. ¿Cómo pudieron
entrar tantos? ¿En dónde estaban? ¿Se multiplicarían dentro? El Kia
Opirus enciende las luces. Un dejo de decepción. Hubiera esperado
su propia anunciación y nunca llegó. Le queda, muy dentro, el alma
teñida de lapislázuli.

50
KHORA

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Y así, para todas las cosas, antes de lo esperado, llega el final.
Último viaje en el Kia Opirus. Ahora desfila, con su vestido blanco
de Mango, ante espejos imaginarios. El lino extraído del Flax viene
bien bajo el calor tropical. El dolor incipiente en su muslo derecho
llama su atención. Se sumerge en el azul del mar. Ahora puede
quedarse allí todo el tiempo que quiera. Pero, no es el tiempo el
que falta, sino el querer.

Vaga por la casa y cree oír la voz altisonante de la supervisora,


dando órdenes incomprensibles. Los postigos abiertos de par en
par, atraen arena e insectos, que se estrellan contra las mallas
estrechas. Exuberancia de la selva que penetra por los agujeros.
Verdes interminables de plantas innumerables. Demasiado pronto
para preguntarse qué hará de aquí en adelante. Demasiado tarde
para haber escogido otra vida.

Se ha quedado en su bolsillo el Eau de Toilette. Está a punto de


mirar la marca. Se detiene y con una sonrisa deposita el frasco
sobre la repisa de la sala. Reliquia. Se pregunta si la modelo que
lleva dentro, podrá olvidarse. No tiene una respuesta. Tan
sumergida estaba, que ahora que saca la cabeza y respira, le cuesta
respirar ese otro aire. Ella es la única habitante de la casa. Sube las
escaleras y se refugia en la última habitación, aquella desde la que
mira el mar.

Suena el teléfono. Deja que O fortuna suene hasta que la llamada


se corta. Rodea la mesa alejándose, en su intento de huir. Pero,
alguien insiste. Contesta. “Le hablamos de Modéle. Quisiéramos

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una entrevista”. No está disponible. En unos meses, por favor.
Siempre dudaba antes de usar Killer de Modéle. La marca era una
constante provocación. Y prefería las mentiras condescendientes
de las otras.

Descorcha su Ramanegra Pinot Noir. “Cabernet Sauvignon la hizo


Dios y Pinot Noir la hizo el diablo.” Ella, como el pinot noir, es
sensible al viento y se lleva mal con los cambios. No es una uva fácil
de trabajar. Desciende rápidamente el nivel del vino en la botella.
Es el estado noir que quiere alcanzar. Así, su primer día lejos de la
fanfarria se termina. Y su próxima existencia todavía se encuentra a
la espera.

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Presagia tormenta. Se encuentra sumergida en el Zorzal Gran
Terroir Pinot Noir, taninos de grano fino y apenas ácido. Se aferra al
regusto a tabaco y café. El mismo regusto a pasarela que todavía
impregna su cuerpo y que no la abandonará jamás. Ella también
tiene el trasfondo mineral del pinot, también pertenece a la tierra.
Devora insaciable el vino, hasta que este le vence y la recuesta
sobre el sofá.

Abre su Tablet, con la secreta esperanza de que el buen señor Rilke


aparezca. Pero, se ha marchado para no regresar. Le gustaría
levantar un dique contra el pacífico. Quisiera su propio arrebato. Se
queda con el verdadero Murakami, Ryu y su Azul casi transparente.
No podría leerlo de nuevo. No está hecho para consolar.

En la entrada de la casa yace un paquete sin abrirse. No recuerda


haberlo dejado allí. Lo toma y lo deposita en la banca. Envuelto en
papel de seda azul, sin la mancha de una sola palabra. La
pretenciosa insolencia de su presencia le gana a su indecisión. Lo
abre delicadamente, siguiendo el rastro original. Dentro una caja de
madera taraceada, sin marca. Si abre, ¿saldrá la esperanza?

Dentro, descansando en un arreglo floral púrpura, el frasco


alargado, con el degradado que va del tomate al blanco, de Un
Jardin Sur la Lagune de Hermès. No hay mensaje ni siquiera una
tarjeta. Pero, ella sabe que es suficiente. Se ha hecho el primer
contacto. Islas Resonantes de Radigue inunda la casa, con sus
sonidos rudos. El olor a nísperos baja de los árboles y sus hojas
blancas caen desperdigándose por el césped.

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Hunde los pies en la arena caliente. Su vestido blanco baila con la
brisa. Se aleja del bullicio y se refugia en las rocas. Una bandada de
aves desconocidas se posa en la playa. Y comienza el diálogo. Ella
dice, ellas responden. Ella machaca sus palabras, ellas replican.
Agitada conversación, argumentos que van y vienen. Ella hilvana
sus razonamientos, ellas cosen pensamientos inesperados. Ella no
sabe qué hacer, ellas levantan el vuelo hacia destinos inciertos.

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Le resulta cómico el retrofuturismo de Klaus Nomi, en Cold Song.
Entre clown y vampiro Nomi deja caer “Déjame, déjame, déjame…”
Nadie inventó aún una línea de sombras con ese nombre. Le
hubiera gustado sentir el frio al momento de aplicarse en sus
párpados. Opus Nigrum de Modéle se le acerca bastante, no lo
suficiente. En su bolso lleno no cabía más. Tuvo que dejarlo.

¿Irá a la cita con Hermès? Entrando y saliendo de las habitaciones


vacías, indecisa se anima y se desanima, se mueve y se detiene,
avanza solo para retroceder. Se ve detrás de las luces y las
bambalinas. Se imagina aprobando el vestido de la modelo,
eligiendo la música, corrigiendo el arreglo floral. Se imagina allí y al
mismo tiempo, en el lugar más distante posible. ¿Qué quiere
Hermès? ¿Qué saben de ella, que ella misma desconoce?

Subida en el potro negro encabritado de la duda. ¿En dónde


encontrará el lápiz labial que le permita decir si y no,
simultáneamente? Quisiera un perfume que retarde las decisiones,
que enlentezca el tiempo, un reloj estropeado que se detenga por
unos minutos antes de seguir dando la hora. Toma del armario los
cinco frascos de perfume El Quinteto de Avignon, uno para cada día
de la semana. Si pudiera bebérselos, atravesaría los días como nube
arrastrada por el viento.

Frente a la copa de pinot noir, incapaz de acabarla. Creía que en el


vino rojo estaría la respuesta. Pero, hoy el vino calla. La tormenta
golpea las ventanas mal cerradas. Furiosas gotas de lluvia cubren su
vestido blanco. En la tina de baño, hace un gesto final a lo Marat.

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¿Una mascarilla de Hermès para tanto drama? Toma un jabón
circular, tomate, de ClausPorto, el único autorizado a tocar su piel.

Ha puesto la mesa para dos, cada uno en un extremo. Prende los


candelabros. La luna se ha puesto. Acá las copas altas y los vasos. La
vajilla desalineada, algo de sorpresa es indispensable. Trae las
bandejas de comida. Sirve el vino. Derrame el agua. Y se sienta
consigo misma, ella frente a ella. Miradas torvas, los reclamos que
están a punto de estallar. Sin embargo, las primeras palabras, salen
contenidas, nerviosas. ¿Cómo has estado?

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Unas gotas oftálmicas de Lachrimae Caravaggio. Si el llanto viene,
que la encuentre preparada. A veces las lágrimas caen de sus ojos
sin motivo alguno. Se desliza por la cerámica reluciente, bailando la
Dance of the Invisible Dervishes. Se siente como el mar que ansía
ser arena y como la arena que quiere atravesar el mar. Ella es, por
naturaleza, anfibia. Para vivir, tiene que respirar oxígeno y perfume,
aire y aroma.

¿Cómo sería su propia marca? Antes no se le hubiera ocurrido.


Escogería los blancos, cruzados por una delgadísima línea roja. Y la
imagen de su cuerpo de espaldas mirando el mar, estaría en las
portadas. Atravesaría la colección entera con un aire de
transparencia. Y la palabra sutileza se encontraría a cada paso.
Ocasionalmente, una mancha negra rompería la quietud del blanco.
Y, ¿por qué no?, un guiño al retrofuturismo.

¿Una vida simple? Pero, ¿qué es una vida simple? Sentada en una
silla de acrílico rosa, estaría despachando pedidos. Diez Papier
Aquarelle de Sennelier. Una caja de Aquarello de Fabriano. Le gusta
sentir la rugosidad del papel de algodón y quisiera ser la tinta verde
berilo que se derrama en el granulado grueso. Cierra los ojos y deja
que sus dedos se deslicen. Mensajes aún no descifrados, en braille.

Le espanta escoger un nombre. En la pasarela, pasa sin que su


nombre se pronuncie. Y si alguien, le llama, no regresa a mirar.
Preguntan por cualquiera, por la primera que quiera. Debería ser
tan sonoro como Pepa Pombo, sin sus vestidos rayados y floridos.
Su bolso sería: Miss Daloway de Anónima. Y su lápiz labial: Susurro

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Rouge de Minerva. O, una vida simple. Pero, ¿qué es una vida
simple?

Ella se sentará a ver cómo maduran los mangos, cómo crecen


desmesuradas las piñas, cómo los limoneros amargos agrían la
tarde. Y se mecerá en la brisa cálida. Irá al mar cada tarde y
caminará incansable hasta alcanzar el horizonte. Será una bromelia
trepada en los árboles, recogerá el agua de la lluvia y perfumará su
cuerpo con el rocío de la mañana.

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En el viejo bar del pueblo, muy cerca del mar, sin cámaras sin luces,
sin el corrillo de asistentes, deshilvana viejos pensamientos. El
barman ha servido un tequila sin que ella lo pidiese. Se despereza el
blues de Otis Taylor, 500 Roses. Apura el tequila. Hace un gesto de
despedida y sale. Nadie regresa a mirar. El barman responde con un
gesto similar. Allí las palabras están demás, hasta las que se dice en
su interior.

Ha tomado una decisión: por ahora, no tomar una decisión. Ha


respondido a todas las llamadas. Les ha dicho lo mismo: Estoy muy
interesada, pero tengo que resolver cuestiones pendientes.
Hablaremos. Así, se deja un espacio. Señala el territorio, pone hitos,
deja huellas para no perderse. Más adelante verá si hay más
adelante. Podría ser que compre el bar y que sirva un trago, aunque
no le hayan pedido.

Extraña el mundo que acaba de dejar y la mezcla entre el bullicio


exterior y el silencio interior. Todavía se ve en el espejo,
extendiendo la mano sin saber qué frasco tomará. Solía tomar al
azar el lápiz labial. Y defendía con ardor su selección. Aprendió
pronto las trampas de la fe. Sin embargo, no hay alguien a quién
echar de menos. Los rostros se le hacen muy parecidos y confunde
los nombres.

De regreso a casa, por la vereda mal iluminada y los insectos


revoloteando alrededor suyo, se reconcilia con el mundo, aunque
no sabe si el mundo se ha reconciliado con ella. No quedan
rencores. Y el único amargo que no le abandona, es el del

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chocolate. Se ríe al darse cuenta que está caminando como si
estuviera en la pasarela, un pie delante de otro, un ligero balanceo,
la mirada perdida.

Ahora es su momento, este es su lugar. Mañana, ¿quién sabe? El


único tarot que lee es el de sus propias sensaciones. Verdes
innumerables, amarillos otoñales, aroma de café recién tostado. Si
pudiera, lamería cada planta, mordería cada insecto, frotaría en su
cuerpo blanco el jugo pegajoso del mango. Si pudiera, se
convertiría en la cucarda que se abre por un día, en el banal olor de
la lavanda.

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