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¿LOS HUESOS DEL APOSTOL PEDRO ESTÁN

TODAVIA EN SU TUMBA BAJO LA BASILICA


VATICANA?
PRESENTACIÓN.

La dificultad de condensar un libro, en pocas páginas no es siempre fácil sobre todo por el
peligro de alterar el pensamiento del autor.
Pero el libro de la tumba de Pedro de la Profesora
Margherita Guarducci, editado por Rusconi en 1989, es tan
claro y documentado que se puede reducir al mínimo la
posibilidad de malentenderlo.
Nosotros hemos buscado encuadrar los hechos descritos de
la ilustre epigrafista en un contexto histórico más vasto, con
el fin de ayudar al lector a colocarlo en la bi-milenaria
Tradición Católica, tradición que ellos vienen a confirmar e
iluminar con luces nuevas y ciertísimas.
Este “condensado” puede ser útilmente distribuido en las
parroquias, en las escuelas o donde la verdad histórica
siempre fascinante pueda derrumbar juicios y fundamentar
certezas.

Desde el punto de vista histórico, no ha existido ninguna duda sobre la venida de San Pedro
a Roma, sobre su crucifixión y su sepultura en la Necrópolis Vaticana a breve distancia del
lugar del martirio. Él había llegado a Roma en el año 41, en el tiempo del Emperador Claudio
y permaneció ahí, salvo una breve interrupción, hasta la muerte que sufrió en el año 64, al
inicio de la persecución de Nerón. Este loco Emperador que ya había hecho envenenar a su
hermano, asesinado a su madre Agripina y a su mujer Ottavia, y había matado personalmente
a su segunda mujer Poppea y, en un rato de locura, prendió fuego a la ciudad de Roma. Por
lo tanto, como afirma el historiador Tácito: “para quitarse de encima la ira del pueblo, hizo
recaer la culpa sobre los cristianos, desencadenando en contra de ellos una feroz
persecución”.
Fue durante esta persecución que, según el testimonio de Clemente Romano (Ad
Chorintios,1,56), en el año 64 Pedro sufre el martirio crucificado en el circo de Nerón que
estaba sobre la Colina Vaticana.
El historiador Eusebio de Cesarea nos informa que Pedro, no teniéndose digno de morir como
su maestro, pide y obtiene ser crucificado con la cabeza hacia abajo.
Su cuerpo fue sepultado en la misma Colina Vaticana, en un cementerio cerca del lugar del
martirio y sobre su tumba, convertida rápidamente en objeto de veneración, los cristianos
elevaron, en el siglo II, un “Trofeo” (llamado de “Gaio”, por el nombre del escritor cristiano
del siglo II que habla, como nos refiere el historiador Eusebio) y que, en base a las
excavaciones realizadas en los años ’40, ha estado reconstruido así:

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Al inicio del siglo IV, Constantino, el Emperador que decretó la libertad religiosa para el
cristianismo, hace erigir sobre el antiguo “Trofeo”, una gran Basílica de cinco naves, en
donde el altar Mayor era ubicado exactamente sobre la tumba del Apóstol.

Así la reconstrucción general del complejo monumental:

Constantino había ya recogido los huesos de San Pedro, del lugar de la Sepultura primitiva
(un húmedo nicho enterrado) y le había puesto en un nicho más seco encontrado en un muro,
que estaba a un lado de la primitiva sepultura.
Pero de esto diremos difusamente algo después, cuando hablemos de las excavaciones
ordenadas en 1939 por el Papa Pío XII.
Aquí queremos sólo anticipar que en el Renacimiento toda la Basílica Constantiniana fue
demolida por el Papa Julio II y reconstruida sobre las bases del diseño de Bramante y
modificado por Miguel Ángel, Maderno y Bernini; y en la actual Basílica Vaticana dominada

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por la cúpula de Miguel Ángel bajo la cual está el altar diseñado por Bernini y erigido por el
Papa Clemente VIII, son todavía hoy conservados los sagrados huesos del Apóstol.
El lector se preguntará: ¿Cómo sabemos que los huesos del Apóstol Pedro se encuentran
todavía hoy abajo? Lo sabemos (más allá de la histórica tradición secular) por los positivos
e inconfundibles resultados de las excavaciones arqueológicas iniciadas en 1939 y todavía
en etapa de desarrollo, como diremos ahora.

Parte II
LAS EXCAVACIONES ORDENADAS POR EL PAPA PIO XII EN
1939, QUE HAN LLEVADO AL DESCUBRIMIENTO DE LA TUMBA
DEL APOSTOL PEDRO.
Por muchos siglos, prácticamente hasta el inicio del siglo XX, ningún Papa se arriesgó a
ordenar una inspección arqueológica de la tumba de San Pedro. La tumba del Apóstol
inculcaba a todos un sacro temor reverencial. Fue Pío XII que, pocos meses después de su
elección al Pontificado, quiso iniciar las excavaciones bajo el piso de la Basílica Vaticana y
especialmente bajo el altar de la “Confesión”, donde según la ininterrumpida tradición,
debería haberse encontrado la tumba del Apóstol.
Estas excavaciones dirigidas por Mons. Ludovico Kass ayudado por los arqueólogos:
profesor Enrico Josi, Padre Antonio Ferrua y Padre Engelbert Kirschbaun y del arquitecto
Bruno María Apollonj Ghettiñ duraron casi diez años (de 1941- 1950) y llevaron primero al
descubrimiento bajo la Basílica Vaticana, de una vasta necrópolis de la época precristiana,
orientada de oeste a este. Su posición respeta la Basílica y es visible (en negro) en la figura
de abajo.

NORTE

El lector podrá notar que la extrema zona oeste de la necrópolis se encuentra exactamente
bajo la cúpula de Miguel Ángel, o sea, bajo el altar papal llamado de la “Confesión”.

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Si ahora observamos un plano más detallado de tal necrópolis, podremos constatar que la
extrema zona oeste comprende un patio bastante amplio llamado por los arqueólogos campo
“P”.

NORTE

En la siguiente ampliación de la zona oeste de la necrópolis, podemos notar que el campo


“P” es delimitado, sobre la izquierda de quien lo ve, por un muro que va de norte a sur,
llamado “muro rojo”, del color del enjarre que lo recubre.

Area
“Q” 5 Metros
GRAFITOS

CAMPO “P”

MURO “G”

SEPULCRO “R” MURO ROJO


SEPULCRO
“Q”

SEPULCRO “S”

SEPULCRO “R”

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Al centro de este “muro rojo” es visible un pequeño nicho semicircular y un poco más arriba
un pequeño muro, llamado muro “G”, recubierto por el lado norte de numerosos grafitos.

La figura siguiente representa en modo mucho más detallado la zona del pequeño nicho y el
muro “G”.
Grafitos con el nombre de Pedro
Grafitos del muro “G”
MURO CONSTANTINIANO

NICHO MURO “G”


DE MÁRMOL

MURO ROJO

KIOSCO DEL SIGLO II

NORTE

En esa figura es claramente visible el trazo del “muro rojo” con el nicho que hace de fondo
al Kiosco del siglo II y la base de las dos pequeñas columnas de mármol que sostienen la losa
de “travertino” que constituía el kiosco o “Trofeo de Gaio”, del siglo II.
Entre el nicho y la base de las dos pequeñas columnas, o sea propiamente en el centro del
“Trofeo”, los arqueólogos del Papa Pío XII encontraron el lugar de la primitiva sepultura de
Pedro (del año 64), pero lo encontraron vacío. ¿Cómo explicar este misterio?. La respuesta
vendrá del descubrimiento, al norte de la sepultura primitiva, de un nicho revestido de
mármol, de la época constantiniana (inicio del S.IV), que el Emperador había hecho excavar
al interior de un muro ya existente (el llamado muro “G”) y donde habían sido depositado
los huesos del Apóstol, envueltos en un precioso tejido de púrpura de oro.

La pared norte del muro “G”, estaba repleta de grafitos con el nombre de Cristo, de María y
de Pedro, pero los arqueólogos no les dieron mucha importancia.
De enorme importancia fue en cambio el descubrimiento de un grafito de siete letras griegas
(recordemos que el griego era en aquel entonces la segunda lengua del imperio), grabadas
sobre el “muro rojo” en la zona del muro en la cual venían a apoyarse el lado norte del muro
“G”. En tal modo, el grafito venía a encontrarse al interior del nicho como resultado de su
perfecta adaptación al hueco que quedó en el enjarre del muro rojo. Esto ha llevado
justamente a la profesora Guarducci a argumentar que aquella escritura fue dibujada por una
mano que se introdujo en el nicho antes que se clausurara en la edad constantiniana.

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Tal grafito decía:

La historia de este grafito es, por decir poco, confusa. Este fue encontrado en un carretilla de
escombros por el Padre Ferrua, uno de los cuatro excavadores oficiales, (el cual por motivos
inexplicables o como él dice, para salvarlo), se lo llevó a su casa, hasta que en el año de
1952; la cosa se supo. Por orden del Papa Pío XII tuvo que regresarlo al Vaticano.

Las siete letras griegas han sido así interpretadas exactamente por la Profesora Margherita
Guarducci, epigrafista de fama mundial:

PEDRO ESTA AQUÍ ADENTRO

Hacemos notar que la existencia del precioso grafito se dio a conocer lamentablemente hasta
1952, cuando la campaña oficial de las excavaciones auspiciadas por Pío XII había concluido,
por tal motivo no pudo ser notificada por el Papa, en su solemne anuncio del descubrimiento
de la tumba hecha en la clausura del Año Santo de 1950.
Al término de los trabajos, los arqueólogos dirigidos por Mons. Kass llegaron también a
establecer con certeza que las sucesivas reconstrucciones del altar de la “Confesión”, que
varios Papas habían llevado a cabo a través de los siglos (el altar Mayor de la Basílica
Constantiniana fue reconstruido por Gregorio Magno en el siglo VI y por el Papa Calixto II
en el siglo XII y por fin por el Papa Clemente VIII en el siglo XVI), yacen todos uno sobre
otro y se apoyan todos sobre el antiguo monumento Constantiniano.

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La hendidura vertical de la zona arqueológica representada en la próxima imagen, abajo,
muestra el terruño de la primitiva sepultura del cuerpo de Pedro que se dio inmediatamente
después del martirio, sobre la cual en el siglo II ha estado construido el kiosco fúnebre o
“Trofeo” llamado “Gaio”. Sobre la derecha se ve el muro “G” con el nicho de mármol donde
Constantino transportó, en el siglo IV, los huesos del Apóstol. El conjunto tiene como fondo
la pared oriental del “muro rojo”.

ACTUAL
ALTAR DE LA CONFESIÓN DE SAN PEDRO

(de Bernini)

Base del altar de Calixto II


Grafito del muro “G”
Kiosko
del siglo
II Muro constantiniano

Piso constantiniano

Lugar de la
sepultura
primitiva
1 metro

A la base del dibujo, se ve el nivel del piso Constantiniano, más arriba, la base del altar de
Calixto II (siglo XII) que circundaba aquel más pequeño erigido en el siglo VI por Gregorio
Magno más hacia arriba todavía en el plano del actual altar con las columnas “tortiglione”
de Bernini.

En esencia, las excavaciones efectuadas por Pío XII confirmaron arqueológicamente cuanto
ya históricamente se sabía con certeza: que la tumba de San Pedro existe todavía hoy bajo el

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altar papal llamado de la “Confesión” de la Basílica Vaticana, tanto que Pío XII pudo
declarar al mundo en el radiomensaje de la navidad del Año Santo de 1950: “ ¿Ha sido
verdaderamente encontrada la tumba de Pedro?” A tal pregunta la conclusión de los trabajos
y de los estudios responden con un clarísimo “Sí”, la tumba del Príncipe de los Apóstoles
ha sido encontrada”

Parte III

EL PROCESO DE LA INVESTIGACIÓN ARQUEOLÓGICA POR


PARTE DE LA PROFESORA GUARDUCCI Y EL
DESCUBRIMIENTO DE LOS HUESOS DE SAN PEDRO
Al final de las excavaciones mencionadas, se había encontrado con certeza la tumba de San
Pedro, no se podía decir lo mismo acerca de la osamenta del Santo.
Tales excavaciones, de hecho, pusieron en evidencia la primera tumba enterrada y también
aquella Constantiniana, que fue encontrada en el grosor del muro “G”, pero de los huesos no
se supo por lo menos, oficialmente nada.

El mérito del descubrimiento de los huesos del Apóstol se debe principalmente a la profesora
Margherita Guarducci, cuyo nombre permanecerá para siempre ligado a este descubrimiento
y a la identificación científica de los huesos del Santo, y que ahora diremos únicamente un
resumen de cuanto la misma profesora Guarducci ha escrito en su libro “La tumba de San
Pedro”. Este libro lo recomendamos apasionadamente a los lectores que quieran profundizar
acerca de este argumento.

La historia del descubrimiento tiene algo verdaderamente de “romanezco”, ¿por qué, en


efecto, los huesos de San Pedro no fueron encontrados en el nicho del muro “G” en el cual
Constantino los había ciertamente depositado?.

Para comprender esto es necesario hacer referencia al año 1941. En aquella época Mons.
Kass, que era el superintendente de las excavaciones, para controlar personalmente el
proceder de los trabajos, solía hacer al atardecer, cuando la Basílica estaba cerrada, una gira
de inspección en la zona de las excavaciones, acompañado del “Sanpietrino” (los
“Sanpietrinos” son los trabajadores encargados del mantenimiento de la Basílica de San
Pedro) Giovanni Segoni.

Una tarde, durante la inspección, Mons. Kass notó que al interior del nicho del muro “G”, en
medio de varios escombros que habían caído de las paredes a causa de los fuertes temblores
causados por las excavaciones, afloraban algunos huesos humanos. A los cuatro arqueólogos
que trabajaron durante el día se les escapó la presencia de estos huesos, quizá porque juzgaron
que no tenían ninguna importancia arqueológica los escombros caídos del nicho, o quizá
porque pensaron examinarlos en un segundo momento. Pero el ojo más atento de Mons. Kass
o quizá de aquel “sanpietrino” Segoni notaron los huesos; y fue un sentimiento de piedad
innato, hacia los “traspasados”, que Mons. Kass decidió separar inmediatamente los huesos

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de los escombros y le pidió a Segoni que los colocara en una caja de madera que el mismo
Segoni y Mons. Kass depositaron en un almacén en las grutas vaticanas.

Con esto, escribe la Profesora Guarducci: Mons. Kass había salvado, sin saberlo, las reliquias
de Pedro.

Y ahora debemos hacer un salto de otros diez años y llegar al año de 1953, en el cual la
profesora Guarducci obtuvo el permiso de bajar e inspeccionar las grutas vaticanas. Su tarea
era estudiar los numerosos grafitos existentes en el muro “G” que los arqueólogos anteriores
no habían podido descifrar más que en una mínima parte.

Pero escuchemos ahora lo que la misma profesora nos cuenta:

“Mientras me quebraba la cabeza para encontrar una vía dentro de esta selva salvaje (de
grafitos), me vino a la mente que quizás me sería bastante útil saber si alguna otra cosa se
había encontrado en el interior del nicho, además de los pequeños restos descritos por los
excavadores en la relación oficial.

Por casualidad estaba cerca de mi Giovanni Segoni, que había sido promovido al grado de
jefe de los “sanpietrinos”. A él, que yo sabía que había tomado parte viva de las excavaciones,
le dirigí mi pregunta y me respondió sin titubear de esta manera:

“Si, alguna otra cosa debe de estar, porque recuerdo haberla recogido personalmente con mis
propias manos, vamos a ver si la encontramos”.

Así, él me guió hacia el depósito de los materiales óseos delante de la capilla de San
Columbano.

Entré, detrás de Segoni, por primera vez en aquel lugar. Ahí, junto a cajas y canastas llenas
de materiales óseos y de otras cosas, yacía todavía en el suelo la caja que hacía más de diez
años el mismo Segoni junto a Mons. Kass habían depositado ahí.

Una nota infiltrada entre la caja y su cubierta, bastante húmeda pero perfectamente legible,
declaraba que aquel material provenía del muro “G”. Segoni me dijo haberlo escrito él mismo
dictado por Mons. Kass, todo esto era una práctica usual. Creí oportuno y un deber llevar
inmediatamente esta caja al estudio del Ingeniero Vachini (quien es director de la oficina
técnica de la fábrica de San Pedro), ahí delante de la ventana, la caja fue abierta y sacamos
su contenido. Encontramos una cierta cantidad de huesos de color muy claro mezclados con
tierra, un par de astillas de mármol, fragmentos de “laterizzi” de lodo, fragmentos de un
enjarre rojo, fragmentos pequeñísimos de tela rojiza entretejida con hilo de oro y una moneda
medieval de plata, que después resultó haber sido acuñada en Lucca, en el siglo XI (esta
moneda resultó ser parte de otras monedas lanzadas por fieles alrededor de la tumba de
Pedro, a través de los siglos, y también introducidas en el nicho por una fisura del enjarre
rojizo que aún existe) Todo estaba fuertemente impregnado de humedad.

Ninguno hubiera podido racionalmente poner en duda el origen de aquel material del nicho
del muro “G”: la declaración de Segoni y la indicación de la nota eran clamorosamente

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confirmadas por la perfecta homogeneidad del material contenido en la caja con aquel del
nicho. Especialmente significativa fue la presencia de fragmentos de coloración rojiza de uno
y de otro.

Después la profesora Guarducci hizo esta confesión que revela su seriedad científica:

“Debo decir a este punto que ya me latía en la mente la idea obvia del resto, que el nicho del
muro “G” estuvo destinado originalmente a recibir las reliquias de San Pedro, y que esta
idea se presentó en seguida como hipótesis también por otros estudiosos.
Entonces, delante de aquellos restos recuperados me sentí fuertemente escéptica...”

La profesora evidentemente quería que el reconocimiento de aquellos huesos fueran dirigidos


con extremo rigor científico y por diversos especialistas y en diferentes ciencias médicas
paleantropológicas, históricas, etc. De hecho tales exámenes iniciaron inmediatamente y se
prolongaron por más de diez años, hasta junio de 1963.

En el año de 1956, como antropólogo fue elegido por las autoridades de la fábrica de San
Pedro, el célebre profesor Venerando Correnti que, después de haber examinado otras partes
óseas (que resultaron pertenecer a otras personas) se puso a estudiar los huesos de la caja que
llamó VMG porque sabía que provenían del hueco del muro “G”.

Aquí está el resultado de estos estudios:

 Los huesos pertenecían a un único individuo

 Pertenecieron a un individuo de sexo masculino y de una constitución robusta que había


vivído hace aproximadamente 2000 años.

 La edad del individuo oscilaba entre 60 y 70 años.

 Estos constituían en volumen cerca de la mitad del total del esqueleto y representaban
todas las partes del cuerpo, cráneo incluído (27 fragmentos), sin los pies.

 Todos los huesos estaban incrustados de tierra.

 Algunos de los huesos que sobresalían presentaban rastros regulares de color rojizo que
hacían pensar en una envoltura textil.

Ahora, todas esas características se adaptaban perfectamente a la persona de Pedro.

Continúa la profesora Guarducci: “Pensé también, en el grafito del muro rojo :“PETROS
ENI” (Pedro está aquí adentro) existente al interior del nicho, arriba de los huesos. Entró
entonces en mi mente un pensamiento iluminador: ¿fueron verdaderamente aquellos los
huesos fueron de Pedro?... La idea fascinante comenzaba a confirmarse. Todos los elementos
convergían hacia tal solución con impresionante coherencia; tanto que el 25 de noviembre

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de 1963 pude anunciarle a Paulo VI que, con extrema probabilidad, los huesos de Pedro
habían sido identificados”

En tanto, las investigaciones científicas venían extendidas en otros campos como el


“merceolgico” y el químico, conducidos por la profesora María Luisa Stein y el profesor
Paolo Malatesta de la Universidad de Roma; aportaron en relación a los tejidos importantes
resultados. Ellos demostraron que se trataba de una finísima tela con auténtico color púrpura
de “murice” y que el oro era auténtico y purísimo: ¡el mismo tipo de tejido rojizo entretejido
con oro en el cual venían envueltos los cuerpos de los Emperadores o los personajes dignos
de altísimo honor!

También la tierra incrustada en los huesos fue puesta bajo el examen petrográfico por los
profesores Carlo Lauro y Giancarlo Negretti: se trataba de tierra (arena de mármol)
perfectamente análoga a la del campo “P”, lo que confirmaba que los huesos provenían del
nicho enterrado bajo el kiosco del siglo II. Por conclusión de dichas averiguaciones y de otros
hechos rigorísimos durante los años siguientes por parte de los científicos de todo el mundo,
Paulo VI, durante la audiencia pública en la Basílica Vaticana del 26 de junio de 1968,
anunció a los fieles que los huesos de San Pedro habían sido encontrados e identificados. Al
día siguiente, jueves 27 de junio de 1968, las reliquias del cuerpo de Pedro, fueron
solemnemente regresadas al nicho del muro “G” donde Constantino las había depositado
dieciséis siglos atrás y de donde veintisiete años antes, Mons. Kass los había
inconscientemente sacado, salvándolos así, de este modo, de una segura dispersión.

Los huesos del Apóstol fueron anteriormente encerrados herméticamente con estaño en 19
recipientes de plexiglás ligados con un hilo de cobre plateado detenido con el sello de la
fábrica de San Pedro.

La enorme importancia histórica, teológica y ecuménica del


descubrimiento de los huesos de San Pedro.

1. La arqueología es, entre las ciencias, quizá la más “concreta”: tiene por objeto realidades
materiales, visibles y palpables. Los hallazgos históricos están ahí para verlos y cualquiera
puede estudiarlos, analizarlos, fecharlos de manera objetiva con el apoyo de casi todas las
demás ciencias experimentales como la física, la química, etc.

Sin embargo, esta es a su vez una ciencia subsidiaria de la historia. Es cierto que la historia
tiene sus propias fuentes literarias y sus tradiciones orales, pero encuentra en la arqueología
una fuente subsidiaria que confirma de modo objetivo y palpable los datos de las otras fuentes
y a veces las corrige y precisa.
Pues bien, con el descubrimiento de la tumba de los huesos de Pedro, la bimilenaria e
ininterrumpida tradición histórica de la venida de Pedro a Roma, de su permanencia como
Obispo, de su martirio y de su sepultura, reciben una confirmación irrefutable y
reconfortante.

2. Además no es que no se vea cuanto este descubrimiento ha reconfortado lo que desde


siempre la teología católica ha sostenido: es decir, que el Primado sobre los otros Apóstoles

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conferido por Cristo a Pedro se transmite en fuerza de la sucesión en la cátedra de Pedro, a
los obispos de Roma, hasta el fin del mundo.
Se debe aquí recordar que todo el mundo protestante siempre había negado, la presencia de
la tumba (y de los huesos) de Pedro en Roma iniciando por Lutero. Esta negación era
evidentemente instrumental, por el hecho de que Lutero mismo conocía muy bien las
tradiciones literarias a las que se hace referencia y no podía ignorar la verdad de ese dato
histórico. ¡Pero, cuando una ideología ofusca la mente de un hombre, este no se retrae ni
siquiera delante de la negación, ni de la contraposición de las más evidentes realidades
históricas! Esta negación ha recorrido y sostenido toda la polémica teológica anticatólica de
los protestantes (y de los ortodoxos), hasta nuestros días. El descubrimiento de la tumba y de
los huesos de Pedro, deberían inducir al replanteamiento actual de las negaciones del Primado
del Obispo de Roma, sobre toda la ¡Única Iglesia de Cristo!

Un hermoso ejemplo de esta rectificación ha sido ofrecida por el gran estudioso protestante,
que fue también observador del Concilio Vaticano II, Oscar Cullman: después del anuncio
de Pío XII del descubrimiento de la tumba, él salió a decirle a la profesora Guarducci: “pero,
¿cuál tumba han encontrado? No hay ningún hombre, no existen los huesos...”, pero catorce
años después, la misma profesora Guarducci le presentó la documentación arqueológica de
la presencia del nombre de Pedro cerca y en la tumba, y los huesos identificados con absoluta
certeza, entonces se dibujó en su rostro una expresión de asombro y un mal reprimido gesto
de decepción, pero esto fue superado inmediatamente por el deseo de saber todo sobre el
extraordinario descubrimiento (Cfr. O.C. pág. 99).

3. Por último nos agrada subrayar la enorme importancia ecuménica de este


descubrimiento arqueológico. El verdadero ecumenismo no es el camino hacia la unión para
llegar a la verdad, sino el camino hacia la verdad para llegar a la unión, porque la verdad
precede y funda la unión, como Cristo, quien es la Verdad, que precede y funda la única
Iglesia. El descubrimiento de la tumba y de los huesos de Pedro, son un llamado providencial
a todos nosotros sobre el cómo debemos conducirnos en nuestro esfuerzo ecuménico: sobre
todo en la fidelidad personal al Magisterio de la Iglesia Católica, después en las proposiciones
integrales de la única verdad a los hermanos separados; y, sólo después, en la búsqueda
fraterna de un diálogo que allane sus dificultades y los conduzca a aceptar la verdad toda
entera.

No es ciertamente nuestro mérito que hallamos nacido y crecido en la única y verdadera


Iglesia que Cristo ha fundado sobre Pedro; pero sería nuestro eterno demérito si nos
dejáramos seducir por el deseo de llegar pronto a la unión y de hacerla a cualquier costo.
¡Cuántos errores se han cometido y cuánto tiempo fue perdido de parte de quienes han
querido recorrer este camino! Que las sagradas reliquias del Príncipe de los Apóstoles (las
únicas que hasta el día de hoy, han sido encontradas de algún Apóstol) nos llamen
constantemente a perseguir la unidad sólo pasando por la Verdad, que es Cristo.

Don Angelo Albani y Don Massimo Astrua.

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