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1º A-B-C Secundaria

Joan Paolo Gonzales Arellano


Abril, 2018

Nombre: ___________________________________________________ No. _______

1. Estructura

En el cuento se distinguen tres partes fundamentales: Introducción, Desarrollo y Desenlace.

1.1. Inicio o introducción

Está constituida por loe elementos necesarios para comprender el relato y que se ofrecen antes de que inicie la acción.
Se relatan ambientes donde se sitúa la acción, sucesos previos importantes y características de los personajes con el
fin de situar al lector en el umbral del cuento.

1.2. Desarrollo o clímax

Es la exposición del suceso o conflicto que deberá resolverse. Inicia con una acción ascendente para provocar el
interés del lector hasta llegar a la cima o clímax de máxima tensión para enseguida declinar en forma descendente.

1.3. Desenlace

Es la resolución del conflicto desarrollado. Es donde al autor consigue el efecto buscado para los lectores.

Estructura de la acción en el cuento

Clímax

INICIO DESARROLLO DESENLACE

¿Dónde? Acciones Consecuencias

¿Cómo? Hechos Recompensas

¿Cuándo? Emociones Hechos finales

ESPACIO Y TIEMPO

En la vida real, la vida de los personajes transcurre siempre en un espacio y un tiempo determinado.
El tiempo
En los textos narrativos, la información se dispone según un orden temporal. El relato puede presentar los hechos
que se cuentan reflejando con fidelidad el orden en que estos se suceden, de modo que se presenten al principio los
acontecimientos más remotos y al final los más recientes. En este caso decimos que la narración presenta
un desarrollo lineal. Los cuentos tradicionales, por ejemplo, suelen presentar esta organización.
Para expresar el tiempo en la narración, se emplean los tiempos verbales y los indicadores de tiempo:
 Los tiempos verbales. Puesto que la narración tiene por objeto contar hechos reales o ficticios, en los textos
narrativos desempeñan un papel fundamental las palabras que expresan acciones, es decir, los verbos. Y
puesto que generalmente se cuentan hechos ya pasados, lo habitual es que en la narración
encontremos verbos en pasado, sobre todo en pretérito perfecto simple (esperó, demoró, compartió,
inquietó…) o en pretérito imperfecto de indicativo (vivía, era, llegaba, detestaba…).
 Los indicadores de tiempo. El transcurso del tiempo y la simultaneidad o la sucesión de las acciones se
marca también con adverbios (mientras, entonces, antes, después) y otras expresiones que tienen un
marcado carácter temporal (por fin, al cabo de un rato, al día siguiente…). Ejemplo:
 “Mientras esperaba a su amigo, Ana decidió refugiarse en el portal.”
 “Al poco rato, vio que alguien se acercaba.”
El espacio
Nuestra existencia está unida a espacios, que, en la primera infancia, están reducidos a la casa, a la calle, al barrio,
etc. Según vamos creciendo y nuestras necesidades cambian, se va ampliando nuestro universo.
El espacio vendría contestando las preguntas cuándo y dónde ya que son ellas las que nos sitúan y orientan el lo
tangible de la narración.
El espacio o lugar en que trascurre la acción del relato es presentado, generalmente, por el narrador y, en ocasiones,
por algún personaje. El único instrumento que se tiene para dar vida a los espacios o escenarios, en consecuencia,
es la palabra.
Clasificación:
Los acontecimientos de la narración siempre suceden en algún lugar. Muchas veces se puede deducir el sitio donde
ocurre la acción sin necesidad de que sea especificado por parte del narrador. Ejemplo:
 “La azafata tiraba de su maleta con agilidad cuando de repente vio a su ex marido ir hacia la puerta de
embarque.”
Existen distintos tipos de espacios. Entre ellos, podemos encontrar:
a) Físico o escenario: lugar o lugares determinados en los cuales suceden los acontecimientos. Puede ser abierto
(espacios exteriores, amplios) o cerrados (limitados, condicionan el actuar de los personajes).
b) psicológico: atmósfera espiritual que envuelve a los personajes y a la acción. Es un espacio que se manifiesta en
el interior de los personajes (por ejemplo, un clima o ambiente de tristeza).
c) Social: entorno cultural, histórico, religioso, moral, económico o social en el que se desarrollan los acontecimientos.

II. Relacionamos.

2. Leemos el cuento Los gallinazos sin plumas de Julio Ramón Ribeyro e identificamos su estructura y
elementos narrativos.

LOS GALLINAZOS SIN PLUMAS


A las seis de la mañana, hora celeste y mágica, la ciudad se levantaba de puntillas y comenzaba a dar sus primeros
pasos. Una fina niebla disolvía el perfil de los objetos y creaba como una atmósfera encantada las personas que
recorrían la ciudad a esa hora, diríase que estaban hechas de otra sustancia, que pertenecían a otro orden de cosas.
Las beatas se arrastraban penosamente hasta desaparecer en los pórticos de las iglesias. Los noctámbulos, devueltos
por la noche, regresaban a sus refugios envueltos en sus bufandas y en su melancolía. Los basureros iniciaban por la
avenida su paseo siniestro, armados de escobas y de carretas. A esta hora se veían también obreros bostezando,
policías dormidos contra los árboles, canillitas transidos de frío. Sirvientas sacando los cubos de basura. A esta hora,
por último, como una especie de misteriosa consigna aparecían los gallinazos sin plumas.
A esa hora el viejo Don Santos se ponía la pierna de palo y sentándose en el colchón comenzaba a berrear.
- ¡Efraín, Enrique! ¡A levantarse! ¡Ya es hora!
Los dos muchachos corrían a la acequia del corralón frotándose los ojos legañosos. Con la tranquilidad de la noche,
el agua se había remansado y en su fondo transparente veían crecer las yerbas y deslizarse ágiles infusorios. Luego
de enjuagarse la cara, cogía cada uno su lata y se lanza a la calle. Don Santos, mientras tanto, se aproximaba al
chiquero y con una larga vara golpeaba el lomo de su cerdo que se revolcaba entre los desperdicios.
- ¡Todavía te falta un poco, cochino! –decía-. Pero espérate no más que ya llegará tu turno.
Efraín y Enrique se demoraban en el camino, trepándose a los árboles para arrancar moras, o recogiendo piedras
de aquellas filudas que cortan el aire y hieren por la espalda. Siendo aún la hora celeste llegaban a su dominio, una
larga calle ornada de casas elegantes que desembocaban en el malecón.
Ellos no son los únicos. En otros corralones, en otros suburbios alguien había dado la voz de alarma y muchos se
habían levantado. Unos portaban latas, otras cajas de cartón: a veces era suficiente un simple periódico. Sin conocerse
formaban como una especie de organización clandestina que tenía repartida la ciudad. Los hay que merodean por los
edificios públicos, otros han elegido los parques o los muladares. Hasta los perros han adquirido sus hábitos, sus
itinerarios, sabiamente aleccionados por la miseria.
Efraín y Enrique, después de un breve descanso, empezaban su trabajo. Cada uno escogía una acera de la calle.
Los cubos de basura estaban alineados delante de las puertas. Había que vaciarlos íntegramente y luego comenzar
la exploración. Un cubo de basura era siempre una caja de sorpresas. Se encontraban latas de sardinas, zapatos
viejos, pedazos de pan, pericotes muertos, algodones inmundos. A ellos sólo les interesaban, sin embargo, los restos
de comida. En el fondo del chiquero, Pascual recibía cualquier cosa y tenía predilección por las verduras ligeramente
descompuestas. La pequeña lata de cada uno se iba llenando de tomates podridos, pedazos de sebo, extrañas salsas
que no figuraban en ningún manual de cocina. No era raro, sin embargo, hacer un hallazgo valioso. Un día Efraín
encontró unos tirantes con que fabricó una honda. Otra vez, una pera casi buena que devoró en el acto. Enrique, en
cambio, tenía suerte para las cajitas de remedios, los pomos brillantes, las escobillas de dientes usadas y otras cosas
semejantes que coleccionaba con avidez.
Después de una rigurosa selección regresaba la basura al cubo y se lanzaban sobre el próximo. No convenía
demorarse mucho, porque el enemigo siempre estaba al acecho. A veces eran sorprendidos por las sirvientas y ellos
tenían que huir. Lo más grave, sin embargo, era la aparición del carro de la Baja Policía. Esto les significaba la pérdida
de la jornada. El camión pasaba lentamente, pero los basureros se derramaban por la calle gritando, cargando los
cubos, vaciándolos en el depósito, arrojándolos con estrépito en las veredas. Efraín y Enrique corrían delante del carro
tratando de anticiparse a sus competidores. Por último, el camión terminaba por ganarlos…
Cuando el sol asomaba sobre las lomas, la hora celeste llegaba a su fin. La niebla se había disuelto, las beatas
estaban sumidas en éxtasis, los noctámbulos habían repartido los diarios, los obreros trepaban los andamios. La luz
conjuraba el mundo mágico del alba. Los gallinazos sin plumas habían regresado a su nido.
Don Santos les esperaba con el café preparado.
-A ver ¿qué es lo que me han traído? –preguntaba husmeando en las latas y si la provisión estaba buena, hacía
siempre el mismo comentario:
-Pascual tendrá banquete hoy día.
La mayoría de las veces, sin embargo, estallaba:
- ¡Idiotas! ¿Qué han hecho hoy día? ¡Se han puesto a jugar seguramente! Pascual morirá de hambre! –y los tiraba
de las orejas hasta dejárselas ardiendo. Ellos huían hacia el emparrado, mientras el viejo se arrastraba hasta el
chiquero. Desde el fondo de su reducto el cerdo empezaba a gruñir. Don Santos le aventaba la comida.
- ¡Mi pobre Pascual! . . . –murmuraba-. Hoy día quedarás con hambre por culpa de estos zamarros. Ellos no te
quieren como yo. ¡Habrá que zurrarlos para que aprendan!
Al comenzar el invierno, el cerdo estaba convertido en una especie de monstruo insaciable. Todo le parecía poco,
y don Santos descargaba sobre sus nietos una furia animal. Los obligaba a levantarse más temprano, a invadir los
terrenos ajenos en busca de más desperdicios. Por último, los forzó a que se dirigieran hasta el muladar que estaba
al borde del mar.
-Allí encontrarán más cosas. –les dijo-. Será más fácil, además porque todo está junto.
Un domingo Efraín y Enrique llegaron al barranco. Los carros de la Baja Policía, siguiendo una huella de tierra,
descargaban la basura sobre una pendiente de piedras. Visto desde el malecón, el muladar formaba como una especie
de acantilado oscuro, donde los gallinazos y los perros se desplazaban como hormigas. Desde lejos los muchachos
arrojaban piedras para espantar a sus enemigos. Un perro se retiró aullando. Cuando estuvieron cerca sintieron un
olor nauseabundo que penetró hasta sus pulmones. Los pies se les hundían en un alto de plumas, de excrementos,
de materias descompuestas. Enterrando las manos comenzaron a explorar. A veces, bajo un periódico, descubrían
una carroña devorada a medias. En los acantilados próximos los gallinazos espiaban impacientes y algunos se
aproximaban saltando de piedra en piedra, como si quisieran acorralarlos. Efraín gritaba para intimidarlos y sus gritos
resonaban en el desfiladero y hacían desprenderse piedras que rodaban hasta el mar. Después de una hora de trabajo
regresaron al corralón con los cubos llenos.
- ¡Bravo, bravo! -exclamó don Santos-. Habrá que repetir esto dos o tres veces por semana.
Desde entonces, los miércoles y los domingos. Efraín y Enrique hacían el trote hasta el muladar. Pronto formaron
parte de la extraña fauna de esos lugares y los gallinazos acostumbrándose a su presencia, laboraban a su lado
graznando, disputando, escarbando con sus picos amarillos como si quisieran prestarle una suerte de colaboración.
Fue, al regresar de una de estas excursiones, que Efraín, sintió un dolor en la planta del pie. Un vidrio le había causado
una pequeña herida. Al día siguiente tenía el pie hinchado, no obstante, lo cual, prosiguió su trabajo. Cuando
regresaron no podía casi caminar, pero don Santos no se percató de ello pues tenía visita. Acompañado de un hombre
gordo que tenía las manos manchadas de sangre, observaba el chiquero.
-Dentro de quince o veinte días –decía el hombre- vendré por acá. Para esa fecha creo que podrá estar a punto.
Cuando partió, don Santos echaba fuego por los ojos de alegría.
- ¡A trabajar, a trabajar! –gritó-, ¡De ahora en adelante habrá que aumentar la ración de Pascual! El negocio marcha
bien.
A la mañana siguiente, sin embargo, cuando don Santos despertó a sus nietos, Efraín no se pudo levantar.
- ¿Qué tiene este granuja? –preguntó acercándose al colchón.
-Tiene una herida en el pie –replicó Enrique-. Se ha cortado con un vidrio.
Don Santos examinó el pie de su nieto. La infección había comenzado.
- ¡Hum! –murmuró-. Esto no es nada. Lávate el pie en la acequia y envuélvete un trapo.
-Pero si le duele –intervino Enrique-. No puede caminar bien.
Don Santos meditó un momento. Desde el chiquero llegaban los gruñidos de Pascual.
- ¿Y a mí? –preguntó dándose un palmazo en la pierna de palo- ¿Acaso no me duele la pierna? Y yo tengo setenta
años y yo trabajo… ¡Hay que dejarse de mañas! Levantarse, vendarse y luego ya veremos.
Efraín se ovilló en el colchón y trató de dormir mientras Enrique partía hacia los desperdicios y el abuelo rondaba
por el chiquero echando maldiciones.
- ¡Pedazo de carroña! –decía- ¡Hacerme esta pasada cuando la cosa está en marcha! ¡Me las pagarán, Pascual! –
añadió aproximándose al cerdo -. Pascual –murmuró-. Pascual. . . Pascualito. . .
El cerdo, desde el fondo, veía un cuadrilátero de cielo nublado y al viejo don Santos haciéndose guiños. La garúa
comenzó a caer.
Cerca de medio día regresó Enrique con los cubos repletos. Lo seguía un extraño visitante: un perro escuálido y
sarnoso.
-Lo encontré en el muladar –explicó Enrique –y me ha venido siguiendo.
Don Santos cogió la vara.
- ¡Una boca más en el corralón! –gritó- ¿Te has vuelto loco?
Enrique levantó al perro contra su pecho y huyó hacia la puerta.
- ¡No le hagas nada, abuelito! –plañó-. Yo lo cuidaré, ¡yo le daré de comer!
Don Santos se acercó hundiendo su pierna de palo en el lodo.
-Nada de perros aquí –bramó-. Ya tengo bastante con ustedes.
Enrique abrió la puerta.
-Pues si se va él, me voy yo también –replicó encorajinándose.
El abuelo se detuvo. Enrique se aprovechó para insistir.
-Él es bueno, no come casi nada…Además desde que Efraín está enfermo, me ayudará. Conoce bien el muladar
y tiene buen olfato.
Don Santos reflexionó mirando el cielo. Sin decir nada soltó la vara, cogió los cubos y rengueó hasta el chiquero.
Enrique sonrió de felicidad. Conocía bien a su abuelo y sabía que su silencio equivalía a su consentimiento. Con
su amigo aferrado al corazón corrió donde su hermano.
- ¡Pascual! ¡Pascual! … ¡Pascualito…! –cantaba el abuelo.
-Tú te llamarás Pedro –exclamando Enrique rascando la cabeza de su perro e ingresó donde Efraín.
Su alegría desapareció. Efraín inundado de sudor, se revolcaba de dolor sobre el colchón. Tenía el pie hinchado
como si fuera jebe y estuviera lleno de aire. Los dedos habían perdido casi la forma.
- ¿Te duele mucho? -preguntó Enrique sentándose a su lado.
Efraín movió la cabeza afirmativamente mientras mordía la brizna de paja.
-Te he traído un regalo –masculló Enrique exhibiendo al perro-, se llama Pedro, es para ti, para que te acompañe…
Cuando yo me vaya al muladar te lo dejaré y los dos jugarán todo el día… Le enseñarás a que te traiga piedras en la
boca.
- ¿Y qué dice el abuelo? –preguntó Efraín estirando su mano hacia el animal.
-No dice nada –replicó Enrique y quedó callado. Ambos miraron hacia la puerta. La garúa caía finamente. La voz
del abuelo llegaba …
- ¡Pascual!... ¡Pascual …! ¡Pascualito…!
Esa misma noche salió la luna. Ambos nietos se inquietaron porque en esta época el abuelo se ponía intratable.
Desde el atardecer lo vieron rondando por el corralón hablando solo, golpeando con la vara las paredes. Por momentos
se aproximaba al cuarto, echaba una mirada a su interior, y al ver a sus dos nietos silenciosos gruñía como un animal.
Pedro le tenía miedo y cada vez que lo veía se acurrucaba y quedaba inmóvil como una piedra. Ya por la tarde había
tenido una disputa a propósito de un hueso que el viejo le arrebató para echárselo a Pascual.
- ¡Mugre nada más que mugre! –repitió toda la noche el abuelo mirando a Pascual!
A la mañana siguiente, Enrique amaneció resfriado, el viejo que lo sintió estornudar en la madrugada, no dijo nada.
En el fondo, sin embargo, presentía un cataclismo. Si Enrique se enfermaba ¿quién se ocuparía de Pascual? Efraín
ya no contaba. Tirado todo el día en el colchón, comiendo con desgano sus verduras, delirando por la noche, era un
traste inútil. Por otra parte, la voracidad de Pascual crecía con su gordura. Gruñía por las tardes con el hocico enterrado
en el lodo. Del corralón de Nemesio, que vivía a media cuadra, se habían venido a quejar.
Al segundo día sucedió lo inevitable. Después de haber tosido toda la noche. Enrique amaneció con fiebre alta. El
pecho le roncaba y sentía frío. Cuando el abuelo lo despertó él no pudo levantarse.
- ¿Tú también? –le dijo observándolo.
-Es la gripe, abuelito –murmuró Enrique.
El abuelo salió furioso del cuarto. Cinco minutos después regresó.
- ¡Muy mal! –gritó- ¡Muy mal está engañarme de esta manera! Por momentos parecía iba a llorar. Ustedes saben
que yo no puedo caminar bien, que yo soy viejo, ¡que yo soy cojo! De otra manera los mandaría a ustedes al diablo y
me ocuparía yo solo de Pascual. . . ¡
Efraín despertó quejándose y Enrique comenzó a toser.
- ¡Pero no importa! Siguió el abuelo excitándose-.
- ¡Yo me ocuparé de él ¡Ustedes son basura, nada más que basura, nada más que basura! ¡Unos pobres gallinazos
sin plumas! ¡Ya verán cómo les saco ventaja! ¡El abuelo todavía está fuerte…! Pero eso sí… ¡hoy día no habrá comida
para ustedes! ¡No habrá comida hasta que no puedan levantarse y trabajar!
A través del umbral lo vieron coger las latas y volcarse en la calle. Media hora más tarde regresó muerto de fatiga.
Había conseguido apenas llenar los cubos. Sin la ligereza de sus nietos, el carro de la Baja Policía lo había ganado.
Los perros, además, habían querido morderlo.
-¡Pedazos de mugre! -balbuceó-, ya saben se quedarán sin comida hasta que no trabajen.
Al día siguiente trató de repetir la operación, pero tuvo que renunciar. El esfuerzo era demasiado grande para él y
comenzaba a dolerle la ingle. A la hora celeste del tercer día quedó enterrado en el colchón, lanzaba injurias. Pascual
había gruñido toda la noche.
-Si se muere de hambre –gritaba el abuelo- será por culpa de ustedes!
Desde entonces empezaron unos días angustiosos, interminables. Los tres pasaban encerrados en el cuarto,
silenciosos, sufriendo una especie de reclusión forzosa. Efraín se revolcaba sin tregua. Enrique tosía. Pedro se
levantaba y después de hacer una recorrida por el corralón, regresaba con una piedra en la boca, que depositaba en
manos de sus amos. Don Santos a medio acostar, jugaba con su pierna de palo y les lanzaba miradas feroces. Había
optado por callarse, por escupir contra el suelo, por madurar un plan de venganza. A mediodía se arrastraba hasta
una esquina del corralón donde crecían verduras y preparaba su almuerzo que devoraba en secreto. A veces aventaba
a la cama de sus nietos una lechuga, o una zanahoria cruda, con el propósito de excitar su apetito, creyendo de este
modo hacer más refinada su tortura.
Efraín que ya no tenía fuerzas ni para quejarse, estaba sumido en una somnolencia malsana y no se daba cuenta
de nada. Solamente Enrique sentía crecer en su corazón un miedo extraño y al mirar los ojos de su abuelo creía
desconocerlos, como si ellos hubieran perdido su expresión humana. Por las noches, cuando la luna se levantaba,
cogía a Pedro entre sus brazos y lo aplastaba tiernamente hasta hacerlo gemir. A esa hora el cerdo comenzaba a
gruñir y el abuelo se quejaba como si le estuvieran haciendo una herida. A veces se ceñía la pierna de palo y salía al
corralón. A la luz de la luna Enrique lo veía ir diez veces del chiquero a la huerta, levantando los puños, atropellando
lo que encontraba en su camino. Por último, fatigado, con los oídos rajados por los gritos de la bestia, reingresaba al
cuarto y quedaba mirándolo fijamente, como si quisiera hacerlo responsable del hambre de Pascual. Enrique se volvía
contra la pared, atento a la respiración de su abuelo, esperando de él alguna extraña decisión.
La última noche de luna llena nadie pudo dormir. Pascual lanzaba verdaderos rugidos. Enrique había oído decir
que los cerdos cuando tenían hambre, se volvían locos como los hombres. El abuelo permaneció en vela sin apagar
siquiera la luz. Esta vez no salió al corralón y maldijo entre dientes. Enterrado en el colchón miraba fijamente la puerta.
Parecía amasar dentro de sí una cólera muy vieja, jugar con ella, darle forma, aprestarse a dispararla. Cuando en el
cielo comenzó a desteñirse sobre las lomas, se incorporó, abrió la boca y lanzó un rugido.
-¡Esto se acabó! Pronunció al fin, levantándose-. ¡Basta de bromas! ¡Hasta cuándo vamos a estar así? –y en el
acto se precipitó sobre sus nietos.
Enrique se metió bajo la cubierta y abrazó a Efraín. Pedro huyó aullando hacia el corralón.
-¡A levantarse, haraganes! – prosiguió don Santos y cogió la vara-. ¡Arriba…arriba…! Y los golpes comenzaron a
llover.
Efraín comenzó a gemir sin comprender nada. Enrique se levantó aplastándose contra la pared. Los ojos del abuelo
parecían fascinarlo hasta volverlo insensibles a los golpes. Veía la vara alzarse y batirse sobre él como si fuera de
cartón. Al fin pudo reaccionar.
-¡A Efraín no! ¡Él no tiene la culpa! ¡Déjame a mí solo, yo saldré, yo iré al muladar. . .!
El abuelo se contuvo y comenzó a jadear. Tardó mucho en recuperar el aliento.
-¡Ahora mismo. . . al muladar…. ¡Lleva dos cubos, cuatro cubos!
Enrique salió corriendo y cogió los cubos. La fatiga del hambre y de la convalecencia lo hacía trastabillar. Cuando
abrió la puerta Pedro quiso seguirlo.
Tú no –masculló-. Quédate cuidando a Efraín.
Y se lanzó a la calle respirando a pleno pulmón el aire mañanero. En el camino comió yerbas, estuvo a punto de
mascar la tierra. Todo lo veía a través de la niebla mágica. La debilidad lo hacía ligero, etéreo, volaba casi como
pájaro. En el muladar se sintió un gallinazo más entre los gallinazos. Con los antebrazos cargados de moretones –la
vara no era de cartón- pero los cubos llenos, emprendió el camino de regreso. Las beatas, los noctámbulos, los
canillitas descalzos, todas las secreciones del alba comenzaban a dispersarse por la ciudad. Enrique, devuelto a su
mundo, caminaba feliz entre ellos, sin pensar en nada, tocado por la hora celeste.
Al entrar al corralón sintió un aire opresor resistente, que lo hizo detenerse. Era como si allí, en el umbral, terminara
un mundo y comenzara otro fabricado de barro, de rugidos, de absurdas penitencias. Lo sorprendente era, sin
embargo, que esta vez reinaba en el corralón una calma cargada de malos presagios, como si toda la violencia
estuviera en equilibrio, a punto de desplomarse. El abuelo, parado, al borde del chiquero, miraba hacia el fondo.
Parecía un árbol creciendo desde su pierna de palo. Enrique hizo ruido, pero el abuelo no se movió.
- ¡Abuelito aquí están los cubos! -gritó
Don Santos le volvió la espalda y quedó inmóvil. Enrique soltó los cubos y corrió intrigado hasta el cuarto. Efraín,
apenas lo vio, comenzó a gemir:
- Pedro…Pedro….
- ¿Qué pasa? – preguntó.
Pedro…-balbuceó Efraín-. Pedro ha mordido al abuelo… el abuelo cogió la vara…después lo sentí aullar.
Enrique salió del cuarto.
- ¡Pedro, ven aquí! ¿Dónde estás, Pedro?
Nadie le respondió. El abuelo seguía inmóvil, con la mirada en la pared. Enrique tuvo un mal presentimiento. De
un saltó se acercó al viejo.
-¿Dónde está Pedro? –preguntó y de pronto su mirada descendió al chiquero. Pascual devoraba algo en medio
del lodo. Aún quedaban las piernas y el rabo del perro.
-¡No! -exclamó Enrique tapándose los ojos. ¡No, no! Y a través de las lágrimas buscó la mirada del abuelo. Éste
le rehuyó girando torpemente sobre su pierna de palo. Enrique comenzó a danzar en torno suyo, prendiéndose de su
camisa, gritando, pataleando, tratando de mirar sus ojos, de encontrar una respuesta.
- ¿Por qué has hecho eso? - gritaba-. ¿Por qué? ¿Por qué?
El abuelo no respondía. Por último, impaciente, dio un manotón a su nieto que lo hizo rodar por tierra. Desde allí
Enrique observó al viejo que erguido como un gigante miraba obstinadamente el festín de Pascual. Una opresión en
el pecho le impedía respirar. Estirando la mano encontró la vara, que tenía manchado de sangre. Con ella se levantó
de puntillas y se acercó al viejo.
-¡Voltea! –gritó-. ¡Voltea!
Cuando don Santos se volvió, divisó la vara que cortaba y se estrellaba contra su pómulo.
-¡Toma! –chilló. Enrique y levantó nuevamente la mano. Pero súbitamente se detuvo temeroso de lo que estaba
haciendo y, lanzando la vara a su alrededor, miró al abuelo, casi arrepentido. El viejo cogiéndose el rostro, retrocedió
un paso, su pata de palo tocó tierra húmeda y dando un alarido se precipitó de espalda al chiquero.
Enrique retrocedió unos pasos. Primero aguzó el oído, pero no escuchaba ningún ruido. Poco a poco se fue
aproximando. El abuelo, con la pierna de palo quebrada, estaba estirado de espalda en el fango. Tenía la boca abierta
y sus ojos miraban oblicuamente a Pascual que se había refugiado en un ángulo y husmeaba sospechosamente en
el lodo.
Enrique se fue retirando, con el mismo sigilo con que se había aproximado. Probablemente el abuelo alcanzó a
divisarlo pues mientras corría hacía el cuarto le pareció que lo llamaba por su nombre, con un tono de ternura que él
nunca había escuchado.
- ¡A mí, ¡Enrique, a mí…!
- ¡Pronto! –exclamó. Enrique, precipitándose sobre su hermano-. ¡Pronto, Efraín! ¡El viejo se ha caído al chiquero!
¡Debemos irnos de acá!
- ¿Adónde? -preguntó Efraín.
- ¡Adonde sea, al muladar, donde podamos comer algo, donde los gallinazos!
- ¡No me pudo parar!
Enrique cogió a su hermano con ambas manos y lo estrechó contra su pecho. Abrazados hasta formar una sola
persona, cruzaron lentamente el corralón. Cuando abrieron el portón de la calle se dieron cuenta que la hora celeste
había terminado y que la ciudad despierta y viva, abría ante ellos su gigantesca mandíbula.
Desde el chiquero llegaba el rumor de una batalla.
(Julio Ramón Ribeyro)

Recupera información
Actividades del texto

I. Recupera información del texto.


1. Escribe una V si consideras verdadero el enunciado o una F si lo consideras falso. Esta última debe
justificarse en la línea inferior.
1. ____ Los niños que aparecen en el cuento se llaman Paolito y Jefferson.

...........................................................................................................................................................................................
2. ____ Ambos niños se dedican a la limpieza de autos y venta de fruta, respectivamente.

...........................................................................................................................................................................................
3. ____ Uno de los niños, se corta el pie, pero este continúa haciendo sus labores como si nada.

...........................................................................................................................................................................................
4. ____ El abuelo de los niños corría todas las mañanas antes de salir a trabajar.

...........................................................................................................................................................................................

2. Organiza la información del texto. Escribe el número correspondiente en el orden que suceden los hechos.

______ El viejo Don santos a esa hora se ponía la pierna de palo y empezaba a barrer…
______ A las seis de la mañana, hora celeste y mágica, la ciudad se levantaba de puntillas y comenzaba a dar sus
primeros pasos.…
______ Un domingo Efraín y Enrique llegaron al barranco. Los carros de la Baja Policía, siguiendo una huella de tierra,
descargaban la basura sobre una pendiente de piedras.…
______ Ellos no son los únicos. En otros corralones, en otros suburbios alguien había dado la voz de alarma y muchos
se habían levantado.
______ Desde el chiquero llegaba el rumor de una batalla.

3. Relaciona los personajes con sus respectivas características. Escribe el número correspondiente dentro
del paréntesis.

Nietos de don Santos a quien deben obediencia a cambio de un paupérrimo


1. Don Santos ( )
abrigo y una miserable comida.
Un animal al que don Santos se obsesiona por cebar (engordar) para
2. Pedro ( )
venderlo..
3. Pascual ( ) Pequeño, chusco y sarnoso, que los hermanos adoptan como mascota..
Un viejo lisiado, que usa una pata de palo. Es tiránico y malhumorado, y obliga
4. Efraín y Enrique ( )
a sus nietos a ir a las calles para recolectar comida para su cerdo.
4. Selección múltiple. Identifica la información literal del texto.

1. Por la descripción en el cuento, el escenario 2. El tema del cuento es…


donde se desarrolla el cuento, será a) la pobreza en el Perú.
a) Dentro de un mercado mayorista. b) la venganza de la vaca.
b) En la sala de una familia acomodada. c) el maltrato y la explotación infantil.
c) En una “chnachería2 o criadero de cerdos. d) el trabajo infantil.
d) En Lima, exactamente en Barranco
5. Completa el mapa semántico con los elementos narrativos del cuento.

Narrador Personajes

La mano
Espacio Tiempo

6. Completa el mapa sinóptico con la estructura del cuento.


………………………………………………………………………………………………
INICIO ………………………………………………………………...........................................
.................................................................................................................................
........................................................................................................................

………………………………………………………………………………………………

NUDO ………………………………………………………………...........................................
ESTRUCTURA
.................................................................................................................................
........................................................................................................................

………………………………………………………………………………………………
………………………………………………………………...........................................
DESENLACE .................................................................................................................................
........................................................................................................................

Infiere el significado
del texto
II. Infiere el significado del texto. A partir de la información proporcionada por
el texto, identifica la respuesta correcta en las preguntas de opción múltiple.

1. Con respecto al Don Santos, durante el 3. -¡A trabajar! ¡A trabajar! ¡De ahora en adelante
desarrollo del cuento, podemos inferir lo habrá que aumentar la ración de Pascual! El
siguiente… negocio anda sobre rieles. ¿Qué quiere decir la
a) Era una persona jubilada y de mucho dinero. oración resaltada? Infiere la respuesta y escríbelo.
b) No les interesaba la salud de sus nietos, siendo su ___________________________________________
único interés: el lucro. ___________________________________________
c) Consumía algún tipo de droga artificial. ___________________________________________
d) Era un buen vecino de Barranco. ___________________________________________

2. Se colige que la baja policía era… 4. Deduce por qué el cuento se llama Los
a) Los Policías de la Comisaría. gallinazos sin plumas …
b) Los fiscalizadores de la municipalidad. a) Se acercó con el fin de ganarse su confianza y
c) Los personas que recolectan la basura. averiguar sobre él.
d) Los enfermeros de la posta del barrio. b) tuvo cercanía amical con el señor Bermutier
c) estuvo haciendo su trabajo meticulosamente.
d) sufrió con la muerte de sir John.

Reflexiona sobre la
forma, el contenido y el
contexto del texto

III. Reflexiona sobre la forma, el contenido y el contexto del texto.

1. ¿Qué opinión te merece el final del cuento: «Desde el chiquero llegaba el rumor de una batalla»?
Justifica tu respuesta.

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Crees que en la actualidad ocurren hechos similares al tema central del texto. Justifica tu respuesta

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VOCABULARIO ingle: parte del cuerpo, en que se juntan los muslos
absurda: opuesta a la razón con el vientre.
acantilado: se dice del fondo del mar cuando forma injuria: agravio, ofensa
escalones o candiles intimidarlos: atemorizarlos, asustarlos
acecho: observando y mirando a escondidas y con intrigado: conspirado, enredado
cuidado. itinerario: camino, recorrido, ruta
aguzó: estimuló, incitó jadear: respirar anhelosamente por efecto de algún
alba: primera luz del día trabajo o ejercicio impetuoso.
arrear: incitar al movimiento malsana: enfermiza
aullando: bramando, gritando masculló: murmuró, musitó
baja policía: servicio de limpieza de calles y merodean: vagan, vagabundean
recolección de basura. niebla: nube en contacto con la tierra y que oscurece
barranco: orilla de un precipicio, despeñadero. más o menos la atmósfera.
beatas: mojigatas, santurronas noctámbulo: trasnochado
berrear: chillar obstinadamente: terca y porfiadamente; con
brizna: filamento o hebra especialmente de plantas o pertinacia y tenacidad en el ánimo.
frutos. opresor: déspota, tirano, dictador
bufandas: prenda para abrigar el cuello. optado: elegido, escogido
carroña: carne descompuesta ornada: adornada
cena: comida que se toma en la noche. ovilló: encogió
chiquero: pocilga pendiente: cuesta o declive de un terreno.
conjuraba: conspiraba provisión: abastecimiento
consigna: orden, contraseña remansado: calmado, tranquilizado
convalecencia: mejoría, recuperación rengueó: andó cojeando
corralón: terreno cercado sigilo: secreto que se guarda de una cosa o noticia
cubos: baldes siniestro: funesto, aciago, infeliz
desfiladero: paso estrecho entre montañas. somnolencia: pesadez y torpeza de los sentidos
divisó: vio, miró. motivados por el sueño.
emparrado: cubierta de parras suburbio: barrio a las afueras de la ciudad
escuálido: flaco, delgado trastrabillar: tambalearse, vacilar
estrépito: estruendo, ruido traste: persona inútil o que no sirve sino de estorbo.
éxtasis: estado del alma enteramente tregua: descanso
embargada por un sentimiento de admiración, alegría. trote: modo de caminar acelerado.
fango: lodo umbral: parte inferior o escalón, por lo común de
fauna: conjunto de especies de animales que habitan piedra o contrapuesto al dintel, en la puerta o entrada
en determinados ambientes y territorios. de una casa.
garúa: llovizna zamarro: bandido, malandrín, pillo
granujas: pícaro, bribón zurrar: pegar, golpear, apalear, azotar
gruñir: refunfuñar

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