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La mayoría de los recipientes de plástico que utilizamos en nuestro día a día, como botellas,
envases o bolsas, se componen de **tereftalato de polietileno (PET)*. Este material se caracteriza
por su gran resistencia y durabilidad, lo que hace que, una vez usado, sea muy difícil de degradar,
pudiendo quedar como residuo en la naturaleza por un periodo de hasta 400 años.
Estos microrganismos pueden degradar el plástico en tan solo unos días. Del mismo modo, existen
especies animales como el gusano de la cera y el gusano de la harina capaces de descomponer el
plástico en cuestión de horas gracias a las bacterias existentes en su intestino.
A su vez, determinados hongos también pueden utilizarse como herramienta natural para el
tratamiento del plástico. Por ejemplo, se ha descubierto en Pakistán la variante Aspergillus
tubingensis, que tiene la capacidad de descomponer sus residuos en varias semanas.
Alternativas materiales
A diferencia de los productos fabricados a partir de derivados del petróleo, los plásticos
biodegradables se descomponen más rápido, pudiendo ser consumidos por otros organismos o
emplearse como abono.
Por otra parte, el plástico usado también se puede reciclar mediante procesos de químicos de
polimerización para ser reutilizado. Así, a partir de las botellas usadas es posible fabricar
productos como ropa, juguetes o nuevos envases.
Cada año se producen 500.000 millones de botellas de plástico en el mundo. De ahí la importancia
de encontrar nuevos métodos sostenibles de fabricación, tratamiento y reciclado.
Si queremos un mundo mejor, hay que seguir investigando para frenar la contaminación de
nuestros ecosistemas naturales. El desarrollo de la biotecnología será clave para ello.